El beso perdido
Traiciones y venganzas
EL BESO PERDIDO
Introducción
Confieso que escribo estas líneas para gritar mi dolor. Cada palabra que arrojo al papel es un grito mudo de desesperación; es una herida abierta que no cierra; es una llamada de angustia que nadie atiende. Rabia, aflicción, angustia. Demasiados demonios anidan en mi espíritu.
Todo comenzó hace más de diez años cuando en 2.007 conocí a Catherine, aunque su nombre de guerra era Sofía. Os preguntaréis por lo del nombre de guerra y la respuesta es muy sencilla. Catherine era una escort de lujo en Madrid. Una soberbia colombiana de 1,70 cm de altura, de piel trigueña, ojos dulces como la miel, con un cuerpo de escándalo (90-62-90), melena dorada y una sonrisa que todo iluminaba, incluso los días más tristes y grises. Por aquel entonces, ella tenía 26 años.
Recuerdo aún el primer día que la conocí. Un tórrido día de julio, bochornoso y candente, perezoso en su discurrir, que cambió cuando la madame me presentó de entre diversas chicas a Sofía. Destacaba entre las demás por su belleza, elegancia y desenvoltura. La primera vez con ella fue memorable. Fue una mezcla de ternura, pasión y entrega por mi parte. No obstante, ella no me permitió besarla en los labios. Al salir de allí, me di cuenta que aquella no iba a ser una experiencia cualquiera. Pasé el siguiente mes de agosto desgranando los días de vacaciones como preso furioso de libertad. Al regresar a Madrid, concerté una cita con ella con verdadera premura. La ansiedad me rendía y deseaba saber si la primera vez fue un mero espejismo o volvía a experimentar las mismas sensaciones. Lo cierto es que superó las expectativas. Lucía las marcas de tanga y el resto de su cuerpo, dorado por el sol, simplemente resplandecía. Enardeció mi imaginación cuando me comentó que había pasado unos días en Alicante con una amiga y había hecho top less. Que sus noches habían sido más de claros que de sueños y que de sus aventuras habían sido testigos las estrellas. Al salir, tenía sentimientos encontrados. Sexualmente era una bomba, adictiva y peligrosa. Por otro lado, me sentí defraudado al percibir, claramente, que no le había causado ninguna impresión. Era un cliente. Otro más. Y, sin embargo, me conjuré para distinguirme del resto. Haría lo que fuese por conseguirlo. Estaba jugando con fuego. Y me fascinaba.
Con el transcurso del tiempo, uno se da cuenta del porqué de sus actuaciones. A primera vista, se hacen las cosas como si no tuviesen explicación alguna y, sin embargo, es la propia vida con su transcurrir la que descubre los motivos de nuestro comportamiento. Quería convertirme en un cliente distinto, diferenciarme de los demás. Pero, ¿cómo hacerlo? Fue en mi quinta cita cuando logré mi objetivo. Me inventé una historia de unos hermanos fallecidos en accidente de tráfico, la consiguiente depresión, el consuelo de tener una hermana viva, la unión entre nosotros, la idea perturbadora de un deseo carnal y pecaminoso respecto a mi hermana, una noche de confidencias, locura y pasión en la que conseguí saciar mi más extravagante deseo. Una única y frustrante vez…y la petición a Laura de que asumiese un rol fraterno en esa ocasión. Aunque ella lo aceptó como profesional que era, intuí que su entrega no fue como la de las anteriores veces, aunque yo me puse cachondo perdido. Y logré sobradamente mi propósito de diferenciarme.
Las relaciones se fueron prolongando en el tiempo, las citas se trasladaron a mi casa, después los encuentros carnales dieron paso a cenas, cines, teatros… Hubo un día que me confesó que su nombre era Catherine y me proporcionó su correo electrónico. Lo que nunca pude robarle fue un beso en los labios. Siempre apartaba su rostro y me ofrecía su mejilla. Mentiría si no reconociese que esa actitud me dolía, pero ella siempre me contestaba lo mismo cuando yo le reprochaba su comportamiento. “Nunca beso a los clientes”. Ella me seguía considerando un cliente. Frustrante.
Por las confidencias que me hizo, era huérfana de padre y madre y había dejado un hermano en su país natal. Transfería importantes cantidades de dinero a una tía suya para que cuidase de su hermano y pudiese sufragar los gastos de su educación que parecían ser cuantiosos. Por aquella época, Catherine debía estar ganando muchísimo dinero. Tenía un elevado nivel de vida en Madrid, sostenía a su hermano y satisfacía todos sus caprichos. Todo ello lo trastocó la crisis económica de 2.011. La liquidez se contrajo a niveles pavorosos y una de las víctimas de esto fue el ocio.
En verano de 2.012, Catherine aceptó la invitación que le hice para que me acompañase a Mallorca durante unos días de descanso. Fue allí donde me informó que regresaba a Colombia antes de las Navidades, pues no veía ningún sentido quedarse por más tiempo en España, añoraba su país y sentía la ausencia de su hermano. Tengo un gratísimo recuerdo de aquellas jornadas, donde la pasión carnal y el sentimiento de pérdida formaron un cóctel embriagador.
En noviembre me despedí de ella con una cena en el hotel Palace. Prometimos escribirnos, aunque una cosa son las promesas y otra, la distancia, que todo lo enfría.
Sin embargo, curiosamente, mi voluntad prevaleció y pudimos vernos todos los veranos desde aquel año. Atenas y Santorini, Berlín, México, Londres, vieron pasear nuestras sombras.
Antes de concluir esta introducción, quiero reseñar una circunstancia que alteró enormemente mi vida. Durante el año, en algunas de mis experiencias sexuales, empecé a sufrir repetidas disfunciones que fueron minando mi confianza y autoestima. El miedo a que éstas se fuesen a reproducir con Catherine, me hizo visitar a algunos especialistas. Sin embargo, a pesar de todo, y dada la importancia que daba a mi encuentro con ella, eché mano de un viejo amigo, jefe de departamento en un laboratorio farmacéutico, el cual era “famoso” entre sus conocidos y allegados por “fabricar” productos milagrosos. Consulté con él mi caso y, con la máxima discreción, me proporcionó unos “productos” milagrosos que, supuestamente, aumentaban la libido tanto masculina como femenina. Lo probé antes de marchar y pude comprobar, en mi persona, y en “amigas” (siempre con su consentimiento) que tenía plena efectividad.
PARTE PRIMERA
Capítulo I
Empecé a proyectar el viaje a Colombia, creo recordar, a partir del mes de abril, cuando Catherine me respondió entusiasmada que le parecía la mejor idea del mundo. Por razones de tiempo, sólo visitaría Cartagena de Indias y después volaríamos hasta Medellín, donde daríamos por finalizadas las vacaciones.
Así que un día de agosto, tomé el avión que me llevó hasta Bogotá y desde allí a Cartagena de Indias. Cuando llegué al hotel Las Américas eran cerca de las once de la noche (hora local). Al registrarme, observé que había colgada una pancarta que anunciaba un congreso médico durante varios días. No le di importancia en aquel momento e intenté concentrarme en lo que me decía el recepcionista acerca de los horarios de las comidas, la situación de los restaurantes y de las diferentes piscinas existentes. Me quedé con la información de que en la planta alta había una piscina infinity sólo para adultos. Perfecto. No había más que hablar. Once horas en aviones y aeropuertos rompen a cualquiera. Así que, cuando subí a la habitación, caí rendido. Catherine llegaría al día siguiente a primera hora por lo que intenté dormir, pero no lo logré tan fácilmente. Di un montón de vueltas en la cama. Tenía calor. Me desnudé completamente con la esperanza de que pudiese venir el sueño con presteza. Pero no lo conseguí hasta casi el amanecer. Dichoso “jet lag”.
Me desperté con una sensación placentera que partía de mi entrepierna y subía hasta mi cerebro, desperezándolo. Cuando abrí los ojos, me percaté que una boca hambrienta de sexo estaba comiéndome la polla que, erecta, amenazaba aquella deliciosa entrada. La lengua de Catherine (no podía ser otra persona), lamía juguetona el glande que, enardecido, se hinchaba por momentos. Coloqué ambas manos en su cabeza y, encendido, moví mi pelvis para follar esa boca que nunca podía besar. Ella soportaba estoicamente las embestidas hasta que no pudo aguantar más para tomar aire.
- Buenos días, caballero- sonrió risueña mientras que con su mano diestra frotaba sin miramientos mi miembro.
- Joder, sí que son buenos días, sí- respondí entrecortadamente.
Con renovadas energías, volvió a chupar el sable recorriendo con su lengua todo el tronco hasta su punta. Me estaba poniendo cardiaco. El glande aparecía congestionado y amoratado a punto de estallar. Se le veía cada vez más reluciente, pues la saliva empleada por Catherine se confundía con el líquido preseminal. Yo agarraba las sábanas intentando dilatar lo máximo posible el tiempo y sentía como gruesas gotas de sudor recorrían mi frente y mi candente cuerpo. Cuando intenté incorporarla hasta mi altura ella me rechazó y continuó con su labor de domesticar mi miembro. No podía aguantar ni un minuto más.
- Me corro, chiquilla, aparta, o no respondo de nada- susurré.
Sorda a mis ruegos ella pasó deliberadamente su apéndice por mi capullo. Yo arqueé mi cuerpo al sentir como una descarga eléctrica se desplazaba por todo mi organismo y estallaba en una abundante corrida. Ella no paraba de tragar los latigazos de leche que descargaba en su garganta. Tras unos minutos de aturdimiento, comprobé que se incorporaba e iba al baño. Yo me fijé en mi pene que, fláccido, reposaba tranquilo y limpio en mi bajo vientre. No había dejado ni una puñetera gota. Escuché el ruido del agua de la ducha y supuse que se estaría dando un merecido baño. La bienvenida a su país no pudo ser mejor. Para mayor alivio, constaté que, sin ayuda de ningún tipo, “funcioné” como un reloj suizo. Deduje que con ella no necesitaría ninguna “colaboración” externa.
Capítulo II
Tras hacer una visita al centro histórico de Cartagena donde comimos en el restaurante El Carmen, regresamos al hotel para descansar en la piscina de adultos. Nos recostamos en sendas hamacas y pedimos unas piñas coladas. Catherine, que iba envuelta en un pareo, se desprendió de él y mostró un espectacular bañador rojo, verdaderamente excitante, que se ceñía a su cuerpo como un guante, realzando sus senos y enseñando la parte lateral de los mismos. Pero lo mejor vino cuando se volvió ya que la prenda era tipo tanga y mostraba su apetecible culo al mundo. Mi pene, que no esperaba una visión como aquella, cabeceó dentro de mi bañador, sorprendido. Para el deleite de mis ojos unas marcas de bikini se reflejaban claramente en su cintura descubierta, excitándome sobremanera.
- Prepárate querida porque esta noche no vas a dormir- susurré en su oído.
Ella rió de buena gana. Sin perder nunca de vista el espectacular cuerpo de Catherine, comencé a amodorrarme plácidamente hasta que caí en manos de Morfeo. Unas risas estentóreas me despertaron. El sol descendía lentamente por el cielo. Algo confuso me incorporé sobre la tumbona y observé la razón de ese alboroto. Un grupo de hombres y mujeres- algunos ya peinando canas- gritaban y alborotaban dentro del jacuzzi que había al lado de la piscina.
- ¡Joder, hay algunos que no se les puede sacar de casa!- pensé-. Ya son mayorcitos para hacer el tonto, la verdad. ¿No huías de los niños? Pues ahí los tienes. ¡La madre que los parió!
También tuvieron que despertar a Catherine que, aturdida, se fijaba en ese grupo.
De repente, uno de ellos salió del jacuzzi y empezó a nadar por la piscina. Era un hombre de treinta y tantos años, alto, de constitución atlética, de anchas espaldas, de piel cobriza y pelo muy negro, que vestía un escueto bañador blanco. Las mujeres que estaban dentro del jacuzzi, guardaron silencio, como hipnotizadas por sus movimientos. Lo cierto es que parecía un profesional nadando. Primero estilo crol, después de espaldas, más tarde mariposa…Creo que todos lo estuvimos admirando durante un rato. De reojo, me fijé en Catherine que miraba las evoluciones del bañista con detenimiento. Transcurrieron como unos quince minutos y el hombre regresó junto con sus amigos. Fue como si el gallo hubiese vuelto al gallinero. Las mujeres se agitaron de nuevo en su presencia y los gritos, risas y salpicaduras de agua, retornaron para mi desesperación.
Aproveché la circunstancia para ir al baño a aliviar la vejiga y al regresar me fijé que la hamaca de Catherine estaba vacía. La busqué y la hallé en el interior de la alberca, supongo que ahuyentando el agobio del calor caribeño. De vez en cuando se sumergía y de tal manera lo hacía que ponía su tremendo culo en pompa para deleite de todos los caballeros presentes. No sé por qué dirigí mi vista al Michael Phelps lugareño y observé que no perdía ripio de los movimientos de Catherine.
- Mira, mira, pero el que se la va a follar esta noche soy yo - me burlaba interiormente.
Al caer el sol, bajamos a nuestra habitación y no estaba dispuesto a perder un minuto más para cumplir mi más candente deseo de ese día. Tan pronto como cerramos la puerta, le quité su pareo y en mis manos lo arrojé a una butaca que dormitaba en un rincón. Febril por la excitación, comencé a comerle el cuello y con violencia, bajé su bañador hasta su cintura, obnubilándome con sus blancos senos que, coronados por rosados y exquisitos pezones, parecían reclamar mis atenciones. Mi lengua se entretuvo en mordisquearlos y chuparlos con fruición. Su respiración se hacía más y más entrecortada. Con algo de brusquedad la tumbé en el lecho y la despojé de su prenda de baño que hasta aquel momento estaba enrollada en su talle. Tenía su pubis totalmente depilado, con sus labios inflamados por el deseo. Sentía mi falo a punto de ebullición, pero cuando yo mismo me desprendí de mis bermudas, me sorprendí de su estado. Estaba congestionado, ardiendo, con el glande amenazando al mundo, tan loco como un misil del dictador Kim Jong-un. Había que aplacar esa furia que latía en mi entrepierna o podía cometer cualquier locura. Busqué en mi maleta el paquete de preservativos y me coloqué uno sin dificultades. Quería hacerle un cunnilingus, mas al tocar su clítoris, noté que estaba empapado y en estado de efervescencia. Así que, sin más preámbulos, dirigí la punta del cohete hasta el lugar del lanzamiento y embestí con furia. Accedí a su intimidad sin problemas, encharcada como estaba, y su calidez hizo excitarme más y más. Ella gemía como una posesa y yo permanecía concentrado en la tórrida penetración. Gruesas gotas de sudor surcaban nuestros cuerpos, me fascinaba contemplar sus tetas que botaban descontroladas.
- Me corrooooo…no puedo más - anuncié.
Ella, por toda respuesta, hundió sus uñas en mi espalda y se agitó en mis brazos. Creo que los dos llegamos a la meta en el mismo instante. Tras eyacular en repetidas ocasiones, me separé de ella con desgana y me arrojé a su lado. Todo me daba vueltas en la cabeza. Definitivamente, con ella no necesitaría ninguna ayuda externa.
Capítulo III
Al día siguiente, temprano, visitamos el castillo de San Felipe de Barajas. El calor era tan acuciante que Catherine se quedó en la tienda de souvenirs, a la sombra. Por mi parte, yo recorrí acompañado por un cicerone todos los rincones de la magnífica construcción. Allí me imaginaba al heroico Blas de Lezo ordenando la defensa frente al ataque alevoso del inglés Vernon. La operación naval más importante de la Historia hasta que el desembarco de Normandía la dejó en segundo lugar, frustrada y desbaratada por la fabulosa intrepidez del almirante vasco.
Cuando volví con Catherine ya eran casi las dos. Noté que estaba algo pálida y me disculpé por mi tardanza. Ella lo aceptó porque sabía cuánto me gusta el Arte y la Historia (también yo he tenido que aguantar ratos largos en tiendas de moda, que quede como alegación en mi favor).
Como compensación la llevé a comer al restaurante Bohemia. Dimos un paseo por las calles de la hermosa ciudad y regresamos al hotel, rendidos y felices. Nos cambiamos en nuestra habitación y subimos a la piscina. En aquel momento, aunque había mucha gente, se respiraba tranquilidad y sosiego. Me tumbé en una hamaca y me dispuse a leer un libro sobre Blas de Lezo que adquirí en el castillo de San Felipe, no sin antes deleitarme visualmente con el bikini de Catherine. Era de color rosa fosforito y le sentaba de maravilla. El sujetador realzaba sus pechos y era tan pequeño que difícilmente los cubría. Un diminuto tanga mostraba ese culo tan espectacular que me tenía loco. Nos embadurnamos de crema protectora y nos ayudamos mutuamente en aplicárnosla en nuestras espaldas. Exploté esa circunstancia para que mis manos, siempre curiosas, magreasen a discreción sus cachetes hasta el punto que Catherine, divertida y algo avergonzada, recriminó mi actitud.
La tarde transcurría sin novedades reseñables hasta que divisé a lo lejos al famoso nadador y a su grupo de amigos. ¡Adiós a la tranquilidad! El ruido y el jolgorio se apoderaron del recinto en pocos minutos y me quejé amargamente a Catherine sobre ellos. Ella encogió los hombros en señal de impotencia y yo me reconcentré más en la lectura. Al rato, algo ofuscado por la algarabía que atronaba el recinto, le dije que me bajaba a la habitación con el pretexto de recuperar el móvil que se había quedado cargando. Estuve en el cuarto, poco más de media hora, aliviado de no soportar gritos y berridos varios.
Cuando retorné a la piscina, me fijé que la tumbona de Catherine estaba desocupada y al volver mi mirada al agua, pude observar que allí estaba, con un vaso de champán…y acompañada por el atractivo nadador. Ella notó mi presencia y me saludó con la mano. Me tiré en mi hamaca y pude examinar a la pareja a discreción, pues llevaba puestas mis gafas de sol. Charlaban animadamente en voz queda y, en ocasiones, reían con ganas. No soy celoso precisamente, pero lo que estaba viendo no me estaba gustando en absoluto. Transcurrieron unos quince minutos hasta que se separaron. Una circunstancia que no pasé por alto es que tan pronto como salió de la piscina, él cogió su celular y manipuló sus teclas. En aquel momento no le di más importancia, pero después me sirvió para deducir algunas cosas.
- ¿Qué tal con Sirenito?- le bauticé en un minuto.
- ¿Sirenito? - preguntó ella intrigada.
- Sí, el nadador profesional con el que estabas hablando- .
- Ja, ja, ja- se carcajeó Catherine-. Te refieres a Sergio. Es paisa lo mismo que yo, aunque trabaja en Bogotá, y está aquí para el Congreso de médicos al igual que el resto de los que le acompañan. Para tu conocimiento se van pasado mañana.
- Ya se podían ir hoy mismo con viento fresco. Son la mar de pesaditos- me lamenté.
Por la noche decidimos cenar en el Erre de Ramón Freixa y más tarde, tomamos un taxi para ir a la ciudad amurallada. Catherine iba vestida con un top ajustado rojo que dejaba descubierta su espalda y una minifalda del mismo color. Unas sandalias de tacón alto la hacían tan alta como yo. Indicó al conductor una discoteca llamada Babar donde “podríamos rumbear como quisiéramos”. Efectivamente, entramos y el ambiente me encantó desde el principio. Bebíamos, bailábamos, reíamos…Me lo estaba pasando genial. Ella cogía su móvil para grabar el sitio (que manía tiene la gente de tomar fotos o de grabar todo) y, a veces, mandaba o recibía mensajes que consultaba y contestaba.
Después de una hora larga en el local, observé con pesadumbre como Sirenito y su trupé desembarcaban en el establecimiento. Al advertir nuestra presencia, el tal Sergio se dirigió decidido adonde estábamos y con verdadera audacia, se presentó ante mí y empezamos a charlar a grito pelado, debido a la música. Algunos compañeros suyos hicieron lo propio y, de repente, me vi rodeado por personas que no conocía de nada y cuyas vidas y andanzas me importaban más bien poco. Consumición va, consumición viene, pasó la noche. Gran parte de la misma, Sergio y Catherine permanecieron juntos, bailando y hablando mientras que yo intentaba hacer lo mismo con las médicos compañeras de Sergio, reconozco que con muy poca fortuna por mi parte. Examinaba cada movimiento de la pareja paisa y algo en mí se rebelaba ante esa inopinada situación. Yo había pagado el viaje, lo había preparado con mimo, había recorrido medio mundo para verla y ahora me encontraba en estas circunstancias, en medio de médicos algo achispados que se comportaban como colegiales malcriados. Creí intuir, incluso, que se comunicaban con señas entre ellos encontrando divertida la coyuntura que yo padecía.
Sobre las tres todos arriaron velas, pues al día siguiente se debían levantar temprano. Nosotros hicimos lo mismo y subimos a un taxi. Catherine y yo permanecimos callados sumergidos en nuestros propios pensamientos. Al llegar a nuestra habitación, ella rompió el silencio:
- ¡Qué extraña es la vida! Si me hubiese encontrado a Sergio en Medellín no hubiese reparado en él y, sin embargo, fuera de nuestra tierra hablas con un paisano como si no hubiese un mañana. Discúlpame, Fernando, si no te he hecho mucho caso, pero hemos empezado a hablar de Medellín y de Antioquia y por poco terminamos.
- No te preocupes- le contesté, intentando quitar hierro al asunto-. Me he codeado con todos los médicos cardiólogos de tu país y no sé quién será bueno o malo en su profesión, pero lo que sí puedo decir es cuál de ellos es el más borrachín.
Rió la gracia y sensualmente se quitó la minifalda. Se volvió mostrándome impúdicamente su espectacular culo, sólo cubierto por un breve tanga. Sin hacer ruido me despojé de toda mi ropa y con cuidado me acerqué a ella por detrás y le acaricié la piel de su espalda muy suavemente. La abracé desde mi posición y, poco a poco, subí mis manos hasta sus pechos. Percibí claramente la calidez de los mismos a través de la tela y pellizcando sus pezones, que respondieron a mis estímulos, se tornaron de tal manera duros que parecía iban a rasgar su top. Besé su cuello y su mejilla derecha, pero ella no volvió la cara para evitar que la besase los labios. Esta reacción me enardeció más si cabe y colocando mi polla contra sus muslos, rozaba sus diminutas braguitas rojas hasta que con un solo movimiento se las bajé. La volteé sobre sí misma y la incliné sobre el filo de la cama. Desde esa posición me ofrecía una visión espléndida de su redondo y rotundo trasero. Le introduje el dedo índice sobre su coño y percibí su humedad y calor. Tras unos instantes angustiosos de búsqueda en el cajón de mi mesita de noche y con pulso vacilante, me coloqué el condón en mi falo excitado y sin previo aviso se lo metí. Ella, semidesnuda de cintura para abajo, con las piernas bien abiertas recibía con entusiasmo cada embestida. Se escuchaban sus gemidos, se percibía el olor lascivo de nuestros cuerpos, el fuego que consumía nuestras entrañas. Me sentía eufórico porque a pesar de todo lo acontecido durante la jornada, esa noche ella era mía y de nadie más. Perforaba con verdadera saña su coño húmedo y palpitante como castigo a su comportamiento. Noté como mi orgasmo llegaba, trepidante y desbocado, y observé como el suyo confluía con el mío. Cuando al fin alcancé el clímax, me temblaban las piernas y temeroso de perder el equilibrio, caí sobre el colchón como un fardo pesado. Había sido un polvo antológico. Catherine permanecía a mi lado, con la expresión ida, satisfecha y ahíta. Una mueca de sus labios me recordó que los tenía vedados. Ella me veía como un cliente, pero ¿hasta cuándo me dejaría de considerar como tal? ¿Qué más méritos tenía que contraer ante ella para que abandonase esa idea que tanto daño me hacía? ¿Qué debería hacer más?
Con esas ideas e inquietudes concilié el sueño. No tuve un buen descanso.
Capítulo IV
A la mañana siguiente nos aprestamos para visitar una de las islas del Rosario que se encuentran a corta distancia de la costa cartagenera. Todo precioso, lo reconozco, aunque los recuerdos de lo que aconteció en la isla del Pirata se nublan y desvanecen por la intensidad con que viví cada instante de lo que ocurrió más tarde esa misma jornada.
Al atardecer, regresamos a nuestro hotel y tras ducharnos decidimos ir directamente a la ciudad a cenar en un restaurante llamado La Vitrola. Para realzar más su piel tostada por el sol, Catherine lucía una blusa blanca sin hombros que dejaba al descubierto su vientre plano y una minifalda del mismo color que resaltaban sus piernas morenas. Estaba muy sexy. Sobre las once de la noche encaminamos nuestros pasos a una discoteca llamada “La Jugada”. El local era bastante anodino: turistas preferentemente jóvenes y borrachos, chicas no demasiado llamativas, salvo un par de mulatas tremendas que, apoyadas en la barra, hablaban entre ellas y con hombres que se acercaban a tentar su suerte. Catherine parecía abstraída o preocupada, no lo podía adivinar con exactitud. Tras unos tragos empezamos a bailar y su semblante pareció relajarse. Cuando concluimos una de las consumiciones, ella se encargó de acercarse a la barra a pedir dos caipiriñas y entabló conversación con una de las mulatas. Al poco tiempo de regresar con las bebidas, Catherine se ausentó un momento para ir al baño, circunstancia que aprovechó una de las mulatas para aproximarse a mí y comenzar a hablar. Me preguntó mi nombre y mi nacionalidad. Empezó a flirtear descaradamente conmigo. Juro que si no hubiese estado acompañado en ese momento habría hecho la ola. Catherine, al regresar, se sorprendió y, luego, como ofendida, comenzó a bailar con otras personas que lo hacían en otro grupo. Al ver su reacción, intenté zafarme de la espectacular diosa de ébano, pero cuando se volteó y me restregó literalmente su trasero sobre mi pelvis, abandoné toda idea de huida. Para qué engañarnos: estaba en la gloria.
- Te siento muy cachondo, amor- me gritó la mulata al oído.
- Sí me estás alegrando el día, chiquilla- respondí.
- Si quieres podemos irnos a un lugar más tranquilo- me invitó.
- No sé, no sé… - dije temeroso de la presencia de Catherine.
- No seas tonto . ¿De qué tienes miedo? ¿De tu chica? No seas inocente. Son 500.000 pesos y pasamos una horita o más juntos. Eso depende de si tu soldadito es travieso o no.
Ahogué un grito de estupor.
¡Joder, era una puta! ¿Que no fuese inocente? ¿A qué se refería? ¿Y dónde estaba Catherine, por cierto?
Dirigí mi mirada alrededor y no la vi. Cuando estaba perdiendo la esperanza de hallarla, la divisé a lo lejos, marchándose del establecimiento. Desconcertado me separé de la mulata y sin muchos miramientos, a base de empellones, alcancé la salida. Ya en la calle, pude ver cómo Catherine, con paso vivo, marchaba hacia una plaza. Estaba a considerable distancia y no me pareció correcto gritar o correr. ¿Se habría enojado por el flirteo con la chica? ¿Estaría enfadada? Y a todo esto, no se me iba la frase de “ no seas inocente”. ¿Qué quiso decir con ello la prostituta?
Al llegar a esa plaza, Catherine subió a un taxi. Con el corazón en un puño, recé porque pasase otro lo más rápidamente posible y evitar perderla de vista. Dios escuchó mis plegarias y pude acceder a otro inmediatamente.
- Siga a ese taxi, por favor- le indiqué. El hombre me miró con los ojos como platos, pues le debía recordar una película de espías o algo así- Es mi novia. Se ha enfadado conmigo.
El chófer sofocó una risita y persiguió al otro taxi. Al cabo de unos minutos, mi móvil vibró al recibir un mensaje. Lo abrí y me sorprendí al comprobar que era de Catherine:
“ No me encuentro muy bien. Vuelvo al hotel. Ya veo que te estás divirtiendo”.
Acto seguido ponía unos emoticonos con cara de pena.
- ¡Está celosa! ¡Catherine está celosa! - pensé.
Debo reconocer que, en el fondo, estaba contento. Parecía que ella sentía algo por mí, que no me veía sólo como un cliente. Era un paso de gigante. Respiré aliviado imaginando que, al llegar al cuarto del hotel, la encontraría triste y al entrar, su rostro cambiaría de expresión al constatar que había pasado con nota la prueba que ella me había preparado. No le había sido infiel y ello se traduciría en una noche de pasión y de confidencias. Le confesaría que mi viaje a Colombia no era sólo por visitar su país, sino por estar con ella, porque estaba perdidamente enamorado. Yo mismo me sobresalté con este pensamiento, pues era la primera vez que reconocía internamente lo que realmente sentía. Esa debía ser la noche en que tenía que ser honesto con ella…y conmigo. Ya estaba harto de engañarme y disfrazar unos sentimientos más que evidentes. ¿Por qué había cruzado medio mundo sino para estar con ella? ¿Por qué nunca dejaba de pensar en ella y esperaba con ilusión cualquiera de sus mensajes como si fuera un adolescente atolondrado? ¿Por qué, desde hacía seis años, pagaba de mi bolsillo todos los gastos de nuestras vacaciones sin otro objeto que disfrutar de su compañía? ¿Por qué cada vez que me pedía dinero se lo entregaba sin pedir nada a cambio? ¿Por qué me trastornaban tanto sus silencios?
Su taxi torció hacia el hotel y varios instantes después nosotros hicimos lo propio. Pasamos el control del establecimiento hotelero y con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho, encaminé mis pasos a nuestra habitación. A lo lejos, en el fondo del largo corredor, vislumbré su silueta. Yo iba casi corriendo, sin percatarme de ello. No en vano, presentía que esa noche debía de ser una de las más importantes de mi vida.
Cuando esperaba que Catherine torciese a mano izquierda hacia los ascensores, hizo lo contrario. Fue hacia la derecha y la perdí de vista. Al llegar hasta allí, vi que había bajado por unas escaleras que conducían a la sala de fiestas del hotel. En la entrada del mismo, colgaba un cartel que rezaba: “Fiesta de clausura del XI Congreso Médico colombiano de Cardiología”. Al leerlo, palidecí. ¿Qué significaba aquello? Descendí también por esas escaleras y abrí una de las puertas y un ruido ensordecedor de música latina invadió mis sentidos. Accedí a la vasta sala que permanecía casi en penumbra, sólo rasgada por esporádicos haces de luz. Era imposible rastrear la presencia de Catherine allí.
- Piensa, joder, piensa algo- me angustié.
De pronto, una idea estalló en mi cerebro que funcionaba a mil revoluciones.
- Si Catherine acaba de entrar, deberá pedir una consumición por narices.
La barra del bar estaba al fondo, en un nivel inferior donde yo estaba. Con la seguridad que me daba la oscuridad y al hallarme en una planta superior, me aproximé hasta allí sin miedo. Transcurrieron muchos minutos que me parecieron horas. ¿Me habría equivocado? Quizás Catherine no estuviese allí. Con todos mis sentidos alerta, examinaba una y otra vez la barra. Había muchas personas pidiendo, pero ninguna conocida. Cuando estaba a punto de desistir y subir a la habitación para descubrir si Catherine se encontraba allí, súbitamente me topé con Sergio que hacía señas desesperadamente al barman. Tras recibir sus bebidas, Sirenito se internó en el local y esta vez le seguí con la vista atentamente. Sorteó a un grupo de bailarines frustrados que borrachos danzaban en la pista y llegó hasta un ángulo de la sala donde percibí la presencia de una sombra. ¡Malditas tinieblas! Desde mi posición no podía distinguir bien. Con el alma azorada, la boca seca y el estómago encogido esperaba poder desvelar la identidad de la sombra anónima. Atormentado, abandoné mi emplazamiento y descendí por unas escaleras para acercarme más. Me estaba arriesgando mucho porque me podrían descubrir ahora muy fácilmente. Sin embargo, me percaté que eso iba a ser bastante improbable. Sergio y su acompañante bailaban muy acaramelados y sin prestar mucha atención a lo que pasaba a su alrededor. De repente, un haz de luz cayó sobre la pareja y descubrí que era Catherine quien con sus brazos rodeaba el cuello de Sergio, mientras la mano derecha de éste envolvía su cintura, aunque al poco rato bajó hasta posarse en una de sus nalgas, masajeándola obscenamente sin que ella hiciese ningún amago de oposición. Sus cabezas estaban muy pegadas hasta que ella se separó un poco. Y entonces ocurrió una cosa que me heló la sangre. Muy lentamente aproximó sus labios a los de él y le besó con fruición. Ello motivó que él hundiese más su mano en su culo y que su lengua se aventurara a buscar la de Catherine. No hubo resistencia por su parte dando lugar a un morreo espectacular. Trazos de saliva se descolgaban de sus apéndices. Yo estaba a muy escasos metros de ellos. No sé el tiempo que transcurrió, perdí la noción. Recuerdo muy vívidamente que dejaron sus copas en una mesita y se dirigieron a una puerta lateral. Como un autómata, carente de voluntad, les seguí. Desemboqué en una piscina abierta al cielo que iluminaba tenuemente la luz de la Luna. Ellos fueron a la parte más recóndita y oscura de la instalación junto a un murete que la separaba de la playa. En aquel momento, no me sorprendió lo que hacían, aunque después me pregunté por qué no subieron a la habitación de Sergio. La respuesta más lógica es que también él compartía cuarto y no era apropiado que les sorprendiesen. Yo me escondí detrás de unos altos arbustos que, olvidados del mundo, me proporcionaban un magnífico lugar para presenciar la escena. Y, desde allí, con la razón y el corazón desazonados, contemplé cómo siguieron comiéndose sus bocas con delectación. Las manos de él amasaban sin pudor su culo hasta que Catherine empezó a actuar como la profesional que realmente era. Con parsimonia fue desabotonando la camisa de Sergio y de un solo movimiento la dejó caer al suelo. Le succionaba los pezones y fue descendiendo hasta su entrepierna. Con maestría le bajó los pantalones y los calzoncillos y no contenta con eso, los apartó a un lado. Sergio estaba completamente desnudo ante ella, exhibiendo una tranca de considerables dimensiones. Su pene estaba ya erecto frente a su rostro. Muy despacio, Catherine comenzó a masturbar su mástil con cara de viciosa sintiendo que la polla del muchacho aumentaba de tamaño por momentos con su reluciente glande asomando más y más al exterior. Con mimo ella le pasó un lengüetazo por la punta de su capullo que le hizo estremecer. Poco a poco se fue introduciendo en su boca el tallo hasta los huevos cuya superficie rugosa acariciaba con una de sus manos. Se lo sacaba después y le machacaba el tarugo sin piedad y a una velocidad endiablada hasta que sospechaba que estaba a punto de eyacular. En ese momento paraba y, tras unos breves instantes que calmaban la excitación del muchacho, se metía, de nuevo, el cacharro hasta el fondo. El cabronazo, castigado de esa manera, no aguantó más y alzando impetuosamente a Catherine la besó y morreó con vehemencia durante varios minutos. Sin más preámbulos le dio la vuelta y le bajó su minifalda y su tanga hasta los tobillos.
- Fóllame ya, cabrón, que estoy ardiendo- dijo quedamente Catherine.
Su paisano no se hizo repetir la orden. Con brusquedad la atacó por retaguardia, vengándose del dulce suplicio que le había originado con anterioridad. La mujer apoyaba sus manos contra el borde del murete en un complicado escorzo que facilitaba la labor de penetración. El ruido de sus cuerpos chocando se oía con meridiana claridad, aunque ninguno gemía lo más mínimo, presos de un mínimo de pudor al hacerlo en un lugar público. Así estuvieron cinco o seis minutos hasta que Catherine se incorporó y volviendo su rostro, ofreció su lengua a su amante que la acogió con entusiasmo. La follada estaba siendo pornográfica por lo intensa y brutal. Repentinamente, sus cuerpos temblaron al unísono en un orgasmo casi sincronizado. Ambos cayeron exhaustos en sendas hamacas recuperando el aliento perdido. Al poco rato, ella se acercó hasta él, le besó prolongadamente en sus labios y murmuró:
- Uno de los mejores polvos de mi vida, doctor. Necesitaré de esta medicina bastante a menudo - dijo señalando a su pene.
- Ja, ja, ja…Cuando usted lo requiera, señorita. Ya sabe que mi consulta está en Bogotá.
Ambos rieron y premiosamente, entre besos y arrumacos, se vistieron y regresaron a la fiesta. Pasaron a escasos metros de mí, absortos en su mundo.
Yo me quedé allí, mudo, perplejo, desconcertado. Esa misma noche estaba imaginando abrir mi corazón a Catherine, proponerle un proyecto común de vida, me había sorprendido a mí mismo desvelando mis sentimientos más recónditos y secretos. ¡Maldito idiota! ¿Cómo y desde cuándo te enamoraste de ella? Me arrojé en una tumbona y allí permanecí hasta el amanecer, rotos mis sentimientos y sueños, pisoteado mi orgullo, abrumado por la realidad.
Medité comprar un billete de avión para retornar a España, pero ya había gastado demasiado dinero en aquel viaje como para tirar más. Lo más aconsejable era continuar y no revelar bajo ningún concepto mi estado de ánimo. No quería brindar a Catherine aquella victoria moral. Bastante humillado me sentía ya, como para añadir más escarnio y burla por su parte.
Esa noche no subí a la habitación. Desayuné temprano y luego salí a pasear, para tranquilizarme. Al volver al dormitorio lo encontré vacío. Catherine me había enviado un WhastApp para decirme que estaba almorzando y preguntándome dónde estaba. Me duché, me cambié y más sereno le devolví el mensaje diciendo que estaba en el cuarto.
- ¿No vamos a ir al Museo Histórico de Cartagena? – me respondió.
Suspiré. Debía aparentar normalidad.
- Sí, claro- escribí.
- En cinco minutos subo y nos vamos- me comunicó.
- Vale. Pero yo te espero en la tienda de Juan Valdés que hay al lado de recepción. Tengo un antojo de comer algún dulce.
- Ok.
Ese día fue un calvario. Los dos estábamos taciturnos, enfrascados en nuestros propios pensamientos. Para más inri, a la salida del Museo, empezó a diluviar con lo que nos guarecimos en un local de comidas rápidas, donde pasamos dos horas en un obstinado silencio. Al escampar, retornamos al hotel y nos fuimos a la piscina. Ya no había rastro de médico alguno.
Al atardecer, fuimos a Cartagena y montamos en sendas bicicletas para conocer más sitios. Durante una hora dimos vueltas por la parte histórica, cenamos en el restaurante Bohemia que nos había encantado y, más tarde, al cruzar la plaza de la Aduana, nos metimos en un local llamado “Donde Fidel”. La música salsa, el ambiente, la cerveza, observar a otras parejas bailar, fueron un lenitivo para mi espíritu. Catherine se puso a danzar y me hizo señales para acompañarla. Era lo último que deseaba, pero un vejete que estaba a mi lado se encaró conmigo diciendo que “ un caballero jamás debe rechazar la invitación de una hermosa”. Bastante avergonzado, comencé a moverme examinando a los demás hombres del establecimiento. Al cabo de diez minutos, la timidez había desaparecido y bailaba en torno a Catherine con relativa desenvoltura:
- Oye, no bailas nada mal. Deberías ir a una escuela en Madrid para perfeccionar- me recomendó Catherine.
A pesar de mi rabia contenida, reconocía que ella bailaba salsa como los ángeles y de manera muy sensual. Estaba disfrutando el momento, lo confieso. Me retiré unos minutos para descansar y beber y un señor mayor me suplió y empezó a danzar con ella lo que después supe se denominaba un “arrebatao”. Pareció pararse el tiempo. Todos los parroquianos se fijaron en ellos y los que bailaban lo dejaron de hacer para formar un círculo alrededor de tan peculiar pareja: el viejo y la bella. Las evoluciones sensuales de Catherine encendían más y más a su compañero que daba vueltas entorno a ella. Mi entrepierna se desperezaba con fiereza al ver a Catherine que me devolvía la mirada con ojos brillantes. Al acabar la pieza, vino corriendo a mí y me abrazó riendo entre los aplausos y vítores de los asistentes.
- ¿A qué la chica de ayer no bailaba tan bien como yo? – murmuró feliz.
- No, creo que no . – contesté.
- No quiero estar enfadada contigo, pero no puedo pasar por alto que ayer me hiciste sentir fatal al ver cómo te comportabas con esa mulata. No regresaste a dormir y hoy has actuado como si fuese un estorbo para ti. Hasta que no entramos aquí me he sentido muy triste - dijo con cara de verdadera pena.
- Lo siento. No era mi intención, te lo aseguro . Para tu información no pasó nada. Aunque creo que me emborraché y terminé a altas horas de la madrugada en otro sitio, no me preguntes dónde- mentí.
¿Sería verdad que mi conducta motivó su proceder ulterior? Pero, ¿por qué no dijo nada en la discoteca? Sabía que era muy orgullosa y eso lo explicase todo…Quizá no fue el deseo, sino el resentimiento, la venganza, lo que provocó su “conducta” posterior con el Sirenito. Y si fue así, ¿tendría que estar feliz o no? Aunque estaba muy jodido, esa simple idea de que ella hubiese actuado por despecho, me hizo reconsiderar la situación desde otra perspectiva. Obviamente, consideré que su conducta era completamente inaceptable, pero podría estar justificada por absurdos celos.
Al abandonar el local, dimos un pequeño paseo y agotados como estábamos, tomamos un taxi y regresamos al hotel. Al cerrar la puerta del dormitorio, Catherine me abrazó y me excitó con besitos en mi cuello. Yo la dejé hacer, confundido como estaba. Su mano descendió y principió a acariciar mi polla por encima de mis pantalones. Mi miembro, agradecido por estas atenciones y caliente como se hallaba tras el espectáculo de Catherine en el bar de salsa, se expandía por minutos. Traviesa, Catherine, se apartó un tanto y sentándose en la cama, me ordenó:
- Hazme un strip tease que me ponga bien cachonda -.
En circunstancias normales me hubiera reído, pero estaba con un calentón considerable y quería follar esa noche para desquitarme. Catherine puso música en su móvil, (se suponía que sugerente) y así, con más voluntad que acierto, me fui desprendiendo de mis prendas, una a una. Al quedarme en calzoncillos me detuve, pero ella hizo un gesto con sus manos de que también me los quitase. Dándole la espalda, me los bajé hasta los tobillos, mostrando sin ningún pudor mi culo. Mi pene estaba dilatado y con el glande amoratado y brillante. En su punto justo para ser devorado. Me volví hacia ella ocultando mi excitación con ambas manos.
- Pellízcate los pezones - me mandó.
Así lo hice dejando a la vista mi enardecida estaca. ¡Joder, los tenía supersensibles! Mi falo dio un respingo reclamando alguna atención. Vi que Catherine se acomodaba en el cabecero de la cama y colocando los almohadones detrás, me hizo una señal con un dedo para que me acercase a ella.
- Gatea por la cama. Quiero ver cómo tu polla gorda oscila entre tus piernas - susurró.
Cumplí sus deseos sintiendo como mi rabo, en su máxima extensión, colgaba entre mis piernas. Al llegar hasta ella, me hizo girar sobre mí y me senté en el hueco que se abría entre sus extremidades. De una mesita de noche cogió un gran pañuelo con el que me tapó los ojos.
- Quisiera ser un hombre esta noche y follarte duro - murmuró en mi oído.
Sentí como sus manos recorrían mis muslos suavemente, erizando mi piel hasta alcanzar mi pene. Me lo agitó lentamente con la derecha mientras que con la izquierda retorcía el pezón de ese costado.
- Me encanta masturbarme despacio para disfrutar este preciso instante - dijo adoptando el rol de hombre-. Me gusta ser tío para notar como mis caricias ponen mi polla dura como una piedra, sentir el fluir de la sangre por sus venas, deleitarme descubriendo la sensibilidad de la punta de mi rabo.
Sus dedos se recreaban con la masa endurecida de mi cipote mientras mi respiración se tornaba más y más entrecortada no sabiendo dónde iba a terminar ese juego. De pronto, se incorporó y me puso a cuatro patas con las rodillas bien abiertas y la cabeza hundida entre las almohadas. Noté como una de sus manos cogía mi falo y lo recorría en toda su extensión, pajeándome parsimoniosamente. Luego, dejó de hacerlo y sentí como sus uñas arañaban mis glúteos y separaba los cachetes hasta dejar expuesto mi ojal a su vista. Escupió sobre él y advertí como unos dedos se introducían en él con mucho cuidado efectuando, acto seguido, un sutil y delicado mete-saca. Mi polla estaba a punto de reventar.
- ¿Te estoy dando placer? ¡Quiero oírtelo decir!- me requería.
Yo nada decía, sorprendido por el alevoso ataque. No aguantaría mucho tiempo más ese masaje prostático. Al comprobar que nada decía, me propinó una buena cachetada en el culo.
- Dilo ya, cabronazo.
Otra palmetada, más fuerte que la anterior, provocó una reacción inmediata por mi parte:
- ¡Joder, me estás dando mucho gusto!
Al escucharlo, Catherine se detuvo y volteándome, me dejó tranquilo. Oí diversos ruidos y repentinamente sentí cómo su coño húmedo se hundía en mi polla. Estaba ardiendo y chorreante. ¡Lo estábamos haciendo a pelo! Era la primera vez en mi vida que ella hacía algo así conmigo. En frío, la hubiese rechazado de un empujón, pero en esa coyuntura, la prudencia salta por la ventana. La tomé por la cintura para acompañar cada uno de sus movimientos y notaba como la empalaba con más fuerza y brusquedad. Me costaba respirar y dominar mi cuerpo. Su orgasmo llegó en breve y cuando ella me retorció los pezones, mi corrida estalló en abundantes y lechosos chorros. Parecía un puto géiser. Nunca había experimentado nada igual. Cuando percibí como su cuerpo, derrotado, caía sobre el mío, me deshice del pañuelo y pregunté algo angustiado:
- ¿No hemos cometido una imprudencia?
- No, tranquilo. Ayer tomé la píldora- me informó Catherine refugiándose, mimosa, en mi pecho.
Suspiré aliviado. Estaba exhausto y radiante. No cabía duda. Catherine era la mujer de mi vida, a pesar de sus fallos y equivocaciones. ¿Acaso yo no tenía también mis debilidades, mis propios pecados? Me dormí acurrucándola entre mis brazos.
Capítulo V
El sol estaba ya alto cuando desperté. Catherine permanecía a mi lado en un extremo de la cama, roncando pesadamente. El cuarto atufaba a sudor y a sexo que echaba para atrás. A primera hora de la tarde debíamos marcharnos para Medellín por lo que no podíamos perder mucho tiempo holgazaneando. Me dirigí al baño, me afeité y mientras me estaba duchando había algo que daba vueltas en mi cabeza, algo que chirriaba o no encajaba adecuadamente. Aún estaba bajo los efectos del polvo descomunal que habíamos echado la noche anterior y no lograba concretar el asunto que desazonaba mi entendimiento. De pronto, emergió en toda su crudeza del fondo de mi memoria lo que me estaba inquietando: “No, tranquilo. Ayer tomé la píldora”. ¿Ayer? Es decir, antes de ayer. El día que estuvo con el gilipollas del médico. Intenté repasar en mi mente todas las incidencias que ocurrieron aquella noche y podía jurar, sin temor a equivocarme, que también follaron sin tomar ningún tipo de precauciones. ¿Sería posible que hubiera quedado con el imbécil de su paisano con antelación sin que yo me hubiera percatado de ello? Eso significaba, claramente, que entonces no había actuado por despecho, sino con premeditación y alevosía. Ahora, la frase de la mulata cobraba más sentido: “No seas inocente ”.
Con el pulso desbocado, salí de la ducha y despabilé a mi acompañante. Se me había ocurrido una idea descabellada, que violentaba profundamente mis convicciones, pero tenía que despejar todas las dudas que me asaltaban. Debía acceder a su móvil a cualquier precio…Pero, ¿cómo? Catherine apenas se separaba del dichoso dispositivo lo que hacía prácticamente imposible cualquier tentativa. Recién levantada y sin duchar, bajamos al comedor y desayunamos para reponer fuerzas. Mientras comíamos hablamos sobre lo que iba a ser nuestro día. A las 16 horas despegaba nuestro avión; a las 14:30 horas nos recogían del hotel. Eran las 10 de la mañana y no habíamos empacado nada. Al subir, Catherine se metió en la ducha. Ese podía ser un buen momento para curiosear su celular. Me aseguré que estuviese dentro de la bañera para coger el aparato. Al escuchar el chapoteo del agua, lo tomé entre mis manos temblorosas, presintiendo que me denegaría el acceso por no saber el código de seguridad. Pero para mi sorpresa, no tenía ninguno. Fui directo al WhatsApp y busqué entre las conversaciones más recientes. Afortunadamente, Catherine tenía desactivada la hora que accedía al WhatsApp por lo que no había problemas en ese sentido. Allí estaba su hermano, dos amigas y S.M (la foto de Sergio era inequívoca). Pulsé en ella y leí desde el principio:
- Hola, paisa. Creo que he memorizado bien tu número- escribía el gilipollas.
- Buena memoria. Sí, señor.
Al día siguiente:
- Oye, vamos a ir a un sitio llamado Babar unos compañeros y yo esta noche. ¿Por qué no vas tú también? -preguntaba él.
- Ya veré. No estoy sola, ¿sabes?
- Ja, ja, ja…Los paisas tenemos mucho ingenio cuando queremos. Siempre encontramos una salida. De verdad, me gustaría hablar contigo, ¿sabes? -respondió Sergio.
- Bueno, no te prometo nada.
Horas después:
- Ya estoy en el Babar. Esta paisa es muy ingeniosa. Je, je, je…Pero no estoy sola. Mi ingenio no llega a tanto- le informaba ella.
Le remitió seguidamente una grabación del sitio. Al final salía ella, sacando la lengua en señal de burla.
- Así me gustan las paisas. En breve estaremos allí. ¡¡¡Espérame!!!- contestaba Sirenito.
A altas horas de esa misma noche:
- Me lo he pasado genial. No puede ser nuestra última noche en Cartagena. Me niego - decía el médico.
- Yo también me lo he pasado fenomenal. Si no es ahora, ya quedaremos en otra ocasión en Cartagena, hombre.
- No lo puedes decir en serio. Confío en tu ingenio paisa. Quiero quedar contigo mañana por la noche. Tú serás mi mejor recuerdo de estos aburridos días de trabajo.
- ¡Qué romántico te has puesto de repente! No te pega con las tonterías que me decías en la disco.
- El alcohol, la oscuridad y tú formáis un peligroso coctel, mamita.
- Ja, ja, ja…¡No me llames mamita que me enfado!
- Vale, no lo haré si te veo mañana por la noche.
Tras unos minutos de silencio:
- Bueno, ya veremos. No te prometo nada. Un beso de buenas noches-. Se despidió ella.
- Otro para ti. Ni muy casto ni muy puro, sino todo lo contrario. Ja, ja, ja…
Mensajes del día siguiente:
- Te espero esta noche en el salón de fiestas del hotel. La entrada es libre. Por favor, no me falles…- redactó él a media mañana.
Ese mensaje no obtuvo contestación hasta la noche:
- Voy para allá. Y esta vez, sola. Creo que he dejado a mi “amigo” lo bastante distraído como para tener unas horas libres para nosotros.
- Me das un alegrón. Tú no eres paisa. Tú eres una bruja. ¡Ja, ja, ja! Ya me dirás cómo lo has hecho. Te espero a la entrada del local.
- En diez minutos estaré allí.
Mensajes del día siguiente. Los últimos que existían:
- Espero verte cuánto antes. En Bogotá o en Medellín. TKM. Sergio.
- Llámame cuando quieras.Cuídate - el mensaje de Catherine lo remataba un emoticono de un gran corazón latiendo.
Devolví el móvil a su sitio. Como en sueños recuerdo que me encaminé a la terraza para tomar aire. No cabía ya ninguna duda. No valía la pena engañarse por más tiempo. Había actuado de la manera más artera y vil.
Por dentro, lloré. Algo se quebró en mi ser. Mi parte más inocente e ingenua.
PARTE SEGUNDA
Capítulo I
Debo reconocer que cuando aterrizamos en el aeropuerto de José María Córdova, temía lo peor. Iban a ser cinco días y cuatro noches y era demasiado tiempo para disimular la tempestad que se había originado en mi interior. Estaba obsesionado con no dejar traslucir al exterior el fuerte desprecio que me merecía Catherine. No quería estallar en una discusión trasluciendo unos sentimientos que yo deseaba enterrar para siempre. No iba a proporcionarle esa victoria: la de saber que yo había estado completamente hechizado por ellla.
Yo me hospedé en el Hotel Portón y Catherine fue a su casa. Por la noche íbamos a cenar con su hermano y la novia de éste en un restaurante en el Centro Comercial de Santa Fe. Ganas no tenía. Pero, por ahora, no había otra solución.
Aquella noche conocí personalmente a Pablo, el hermano de Catherine, un joven fornido, alto, con barba cuidada, de ojos negros que se asemejaba extraordinariamente a su hermana en el rostro. Su novia, Eliana, era una chica muy guapa, de piel cobriza, pelo liso y oscuro como el azabache, de labios gruesos y sensuales, ojos negros e intensos y algo corta de estatura (quizás 1,60 cm), que disimulaba portando unos altísimos tacones de aguja.
Catherine había sufragado los gastos de su hermano en todos los aspectos desde la muerte de su madre. Y Pablo respondió a esa dedicación fraterna con verdadero cariño que se manifestaba en cualquier momento y circunstancia. Supongo que para él sería como tener una madre y una hermana en una misma persona. En esa cena adoptó el papel de padre y me preguntaba por mi trabajo, mis aficiones, mis aspiraciones. Era un tanto surrealista la situación, la verdad. Que un mocoso mucho más joven, asumiese una gravedad y trascendencia máxima, me hizo reír interiormente. Si no hubiera estado tan fastidiado me lo hubiera tomado hasta con deportividad.
Por algunos detalles sueltos que se produjeron en la velada, pude colegir que la relación entre Catherine y su futura cuñada no eran del todo satisfactorias, por decirlo de alguna manera. No sabría cómo explicarlo con exactitud. Eran miradas, gestos, actitudes que dejaban traslucir una fuerte hostilidad entre ambas.
De todas formas, aquello no iba conmigo y, en aquel instante, no le presté mucha atención. Nos hicimos varias fotos- vaya manía con los celulares, parecemos japoneses- y nos la intercambiamos entre nosotros por medio del WhastApp.
Al día siguiente, Catherine y Pablo me recogieron del hotel para ir a Guatapé, una localidad próxima que merece una visita obligada de todo turista que se precie.
Durante esa jornada, advertí que Pablo era bastante arrogante, engreído y prepotente. Para él casi todo el mundo era idiota, vulgar, mezquino…Me percaté que tenía una alta consideración de sí mismo y que su desarrollo personal había estado marcado por la tragedia familiar. Su padre había fallecido cuando contaba cuatro años, su madre y Catherine habían emigrado a Europa cuando tenía nueve y, dos años después, su progenitora sucumbió a un infarto.
Desde entonces, Catherine se hizo cargo de todo. Con dieciocho años, dejó de trabajar como camarera en un hotel de Madrid para hacerlo como escort en una agencia. Mensualmente mandaba una fuerte cantidad de dinero a una tía soltera para que cubriese las necesidades de Pablo. Así durante catorce años, en que Pablo comenzó a trabajar en un bufete de abogados. Ya por aquel entonces, Catherine regresó a su país víctima de la crisis económica que azotaba a España. Se establecieron juntos en un apartamento en alquiler y comenzaron a convivir recuperando un tiempo que la vida les robó. Quizás, Catherine, por haber experimentado más cosas en su existencia (tanto buenas como malas) era bastante más madura que su hermano que exhibió ese día un comportamiento de niño mimado que tiraba para atrás. En algunos momentos, iban cogidos de la mano como si fuesen pareja y, en otras, él pasaba su brazo por sus hombros y ella por su cintura.
A Pablo se le metió en la mollera subir a un barco de recreo que surcaba de punta a punta el gran embalse de agua que el Estado construyó en aquella zona, a pesar de que unos días antes uno de ellos se hundió en mitad del mismo, muriendo varias personas ahogadas. Por más que su hermana le intentó convencer para evitarlo, fue imposible. A su vez, me fue vedado acceder a la bonita iglesia de la población porque el muchacho no sentía ninguna inquietud artística y se obcecó en ascender el peñasco que domina el valle y al que llaman “El Peñol”. Con él, fuimos su hermana y yo jurando en arameo con un sol de justicia que caía de plano a las cuatro de la tarde. Me achicharré literalmente el cuello y un persistente dolor de cabeza, me recordaba que iba sin gorra. ¡Estaba de los hermanitos hasta los huevos!
Cuando al anochecer llegué al hotel y Catherine me invitó a cenar en su casa, decliné con amabilidad su ofrecimiento. ¡Quería estar tranquilo unas horas disfrutando de mi soledad! Cené en el restaurante del Portón y, finalmente, me desplomé en mi cama, roto de cansancio. Un “bip” sonó en mi móvil. Algo tenso, creyendo que el mensaje podía provenir de mi familia en España, lo consulté y me quedé asombrado al comprobar que procedía de Eliana. Recordé que el día anterior nos habíamos dado nuestros números para enviarnos las fotos de la cena:
- Hola, Fernando. Disculpa que te moleste. Me gustaría hablar contigo. ¿Podría pasarme por tu hotel dentro de 15 minutos?
- Hace como cosa de una hora me han dejado Catherine y tu novio en el hotel. Estoy algo cansado de la excursión, si te soy sincero.
- Ya hablé con Pablo hace un rato. Te estaría muy agradecida si pudiese hacerlo contigo. Prometo no molestarte mucho.
Con un suspiro de resignación, contesté:
- De acuerdo. Te espero en el lobby del hotel en 15 minutos.
- Muchas gracias. Ahora te veo.
Con paciencia la esperé en recepción. Al poco rato, apareció Eliana y nos dirigimos al bar donde nos sentamos en una mesita. Pedimos y me quedé a la expectativa.
- Bueno, ya me dirás- la incité a empezar.
- No quiero molestarte más tiempo del necesario. Mira, mi relación con Pablo es muy buena y deseo poder casarme con él en breve. Creo que todo va bien, aunque hay cosas que son mejorables, por supuesto. Una de ellas es mi relación con Catherine. Mejor dicho, la relación de los hermanos entre sí.
- ¿La relación entre ellos?
- Sí. Yo conocí a Pablo en la Universidad hace algunos años. Por aquel entonces, Pablo vivía con una tía. Aparentemente, es una persona peculiar. Ha sido muy consentido pues su tía le dejaba hacer y deshacer a su manera y su hermana le mandaba grandes cantidades de dinero que él gastaba a su antojo. Teníamos amigos comunes y con el tiempo él se fijó en mí y me propuso salir. Yo le rechacé en aquella ocasión, pues estaba centrada en mis estudios y ¿para qué negarlo? Me parecía bastante estúpido y engreído. Sin embargo, como casi siempre coincidíamos los fines de semana en el parque Lleras o en otros lugares, le fui conociendo mejor. Ese aire arrogante y soberbio que transpira, en el fondo oculta una inseguridad muy aguda. Esa manía de que él no depende de nadie, sólo significa que se ha sentido solo durante toda su vida. Rascas un poco la superficie y observas que siempre ha anhelado el cariño y el amor de unas personas que no han podido vivir con él: su padre, su madre, su hermana… Esa carencia afectiva despertó en mí, interés primero y después un profundo afecto que, con el paso de los años, se ha transformado en pasión. Sin embargo, al aparecer Catherine en Medellín, he podido constatar como ella, poco a poco, ha ido minando mi ascendencia sobre él y hasta noto que lo quiere apartar de mí. Al principio, me aceptó de buena gana, pero cuando terminamos nuestros estudios y hemos empezado a trabajar y a tratar el tema de nuestro futuro, se ha convertido en mi enemiga más hostil. Mi relación con Pablo se resiente por ello y cuando me enteré que un amigo muy querido de Catherine venía para acá, me hice la ilusión de que fuera algo más que por hacer turismo…
- Estoy un tanto cansado y, quizás, no te haya entendido muy bien. ¿Habías supuesto que yo venía a Colombia para llevarme a Catherine a España?
- Hombre, así de repente, no, evidentemente, pero sí proponerle algo más serio a medio plazo. Es muy extraña vuestra relación. Pablo me dijo que todos los veranos quedáis en algún país del mundo para veros. Eso no se hace con cualquiera y por tantos años. Y si has venido a Colombia es porque, supongo, pretendías alguna cosa más formal.
Guardé silencio. Era muy lista la chica.
- ¿No es así?- insistió.
- Explícame con más detenimiento esa relación entre ellos.
- Es muy estrecha, casi enfermiza. Lo que ella dice va a misa. Paulatinamente, la presencia de Catherine en la vida de Pablo ha supuesto para él un cambio. Está pendiente de ella todo el día, si ella dice alguna cosa, él lo cumple al instante. Y ella se aprovecha de esta situación para hacer lo que le viene en gana. Yo me encuentro en una posición muy delicada porque tampoco puedo criticar abiertamente a su hermana delante de él, porque enseguida ladefiende y dice que él nunca se ha metido con ningún miembro de mi familia y me pide que yo actúe de la misma manera. Cuando estamos juntos, me fijo en que la observa con auténtica adoración. Si no fueran hermanos, yo diría que está enamorado de Catherine…y que ella fomenta ese sentimiento.
Repentinamente, me vino a la memoria aquella historia que me inventé en su momento de la historia con mi hermana donde la pedí que adoptase dicho rol cuando ella ejercía de profesional en Madrid.
- Me temo que voy a defraudar tus expectativas, Eliana. He venido, exclusivamente, para conocer vuestro país. Mi relación con Catherine es estrictamente amical y presiento que estos viajes con ella vayan a tener un próximo final. Lo siento mucho, pero no creo que te pueda ayudar mucho en este tema.
Me incorporé dando por terminada la cita. Me dolía intensamente la cabeza y esa conversación no había contribuido en absoluto para calmarla. Nos dimos un beso y ella se marchó manifiestamente contristada ante aquella pésima noticia.
Capítulo II
Al siguiente día, Catherine me recogió y realizamos diversas visitas por la ciudad. El Metrocable, el museo Botero, el Jardín Botánico, etc. Un día extenuante, que hubiera podido ser maravilloso, si no hubiera estado en un permanente estado de ansiedad, al intentar ocultar en todo momento mi irritabilidad. Cualquier sonrisa, palabra cariñosa o carantoña que otrora me volvía loco, ahora me dolían y martirizaban.
Nunca me he considerado rencoroso, pero esos días estaba fuera de mí. Deseaba devolver el golpe, pero no sabía cómo hacerlo. Me devanaba los sesos buscando algún medio que saciara mi sed de venganza. Catherine no se iba a ir de rositas, eso lo tenía meridianamente claro, pero ¿cómo hacerlo?
Esa jornada regresé a una hora prudencial, pues esa noche me iba a mostrar Medellín de noche junto a Pablo y su novia. Fue al concluir mi ducha, al trastear en mi neceser, cuando di con la solución. Me topé con la “medicación” que elaboraba mi amigo y que dormitaba en la bosa de higiene, pues hasta aquel instante no había precisado de ella. Se distinguían muy bien las pastillas de los hombres del de las mujeres pues cada una tenía un diferente color. Su hermano y Eliana se iban a enterar de lo zorra que era Catherine.
Por la noche, (para los que no lo sepan, en Medellín amanece y anochece muy pronto, según el estándar europeo), nos fuimos a cenar en un restaurante de Vía Primavera. Catherine, con sus cabellos húmedos por el efecto de la gomina, vestía una camisa malva, algo desabotonada por arriba, mostrando un pronunciado escote, y unos pantalones blancos pitillo ajustados que realzaban su hermoso culo. Unos zapatos de tacón de aguja de color también rojo la convertían en una mujer soberbia. Eliana, por su parte, lucía un vaporoso vestido de seda y sus hombros desnudos estaban cubiertos por un bonito mantón. Pablo llevaba una camisa de lino y unos pantalones pesqueros y yo, por mi parte, una camisa de algodón y unos chinos.
Al concluir la cena nos fuimos a bailar a la terraza del hotel Charlee, en el parque Lleras, cuyas vistas sobre la ciudad son realmente espectaculares. Allí, tras sentarnos entorno a unas mesitas, donde un camarero nos atendió, Catherine me invitó a bailar. Sonaba música latina y empezamos a movernos. Lo cierto es que la muy puta tenía una sensualidad que se desprendía de todos los poros de su piel. Cada vez que bailábamos agarrados, su pelvis rozaba la mía. En otras circunstancias, tendría una excitación considerable en mi entrepierna, pero no podía desechar de mi mente las imágenes de su tremendo polvo con Sergio y su manera tan rastrera de actuar. Después de unos diez o quince minutos, vino Pablo a sustituirme en la pista. Podía ser aquella una bonita coyuntura para ir a la mesita y verter en la copa de Catherine todos los polvos que contenía la pastilla “milagrosa” y agitarlos para disimular su sabor. Pero me fue imposible. Allí estaba Eliana con cara de malhumorada observando las evoluciones de los hermanos. Hacían buena pareja, no cabía duda, pues los dos sabían bailar a las mil maravillas. Un par de rijosos anglosajones, sentados muy cerca de nuestra mesa, se solazaban con ojos lujuriosos, en el perfecto culo de Catherine.
- Si no supieses que son hermanos, ¿qué pensarías? -me inquirió mi acompañante.
La miré de hito en hito y suspiré. Podría informarle de muchas cosas, pero lo mejor sería esperar. La venganza requiere su tiempo. Desvié mi vista hacia los hermanos y me fijé que, de vez en cuando, la mano derecha de Pablo caía sobre una de las nalgas de su hermana y se la apretaba con gesto cariñoso. En otras circunstancias, hubiese defendido a Catherine de aquellas insinuaciones de Eliana, pero desde la infausta noche en que fui testigo de su follada con el médico, me percaté que poco sabía sobre la vida de Catherine. Ella se había limitado a mostrarme una faz que me fuera amable y atractiva, falsa a todas luces. Habían sido, sí, diez años, pero de este tiempo, ¿cuánto realmente habíamos convivido juntos? Alternar con una persona ocasionalmente, como nos sucedía en Madrid, no es conocerse. Vivir diez días, como mucho, en un año de 365, no da para arrojar conclusiones sobre otra persona. A fin de cuentas, no éramos más que “follamigos”, en el que una de las partes, en este caso, yo, asumí todo el desgaste de la relación porque, inconscientemente , siempre tuve la esperanza de que derivase hacia un compromiso más serio y firme. Ella me consideraba un amigo, al que pedía dinero, un buen viaje al año y unos ratos para chatear por el WhatsApp para contarle sus penas y miserias (generalmente, económicas). ¿Era yo el estúpido? ¿O era ella la desgraciada arpía que sabiendo que nada podía darme, jugaba con mis sentimientos? Lo más seguro es que se hubiesen conjugado las dos cosas. Sin embargo, el estúpido había despertado y estaba ansiando poder llevar a cabo su desquite, pero la presencia de la novia de Pablo se lo impedía. A los pocos instantes, llegaron Catherine y su hermano a nuestra mesita, ella extraordinariamente provocativa, él altivo y orgulloso.
- Anda Pablo, saca a bailar a Eliana que esta música está muy bien - dijo Catherine.
Pablo tomó de la mano a su novia y la llevó a la pista.
- Te tengo que recompensar de alguna forma la paciencia que estás teniendo. Ver la cara de acelga de Eliana esta noche merece todo mi reconocimiento. Vaya novia sosa y tonta ha pescado mi hermano . – sonrió la antigua Sofía.
- Sólo está enamorada, mujer. Ella cree que su posición se ha tambaleado, poco a poco, desde tu vuelta a Medellín.
- ¡Cuando digo que esta niña es tonta! – dijo sacudiendo la cabeza-. Pero hablemos de ti. Desde que marchamos de Cartagena te he notado en tu mundo.
- A lo mejor fue el interrogatorio al que me sometió tu hermano el otro día el que me ha dejado hecho polvo - respondí socarronamente.
- Ja, ja, ja…Me lo temía. Pero hablando de polvos y de recompensas - susurró acercando su silla a la mía-. Algo tendré que hacer para agradecerte todo. ¿Por qué no dejamos a los chicos que se diviertan solos y nosotros nos vamos a tu hotel?
- Ja, ja, ja…tu hermano me podría matar. Te propongo otra cosa. Ese rincón de la terraza está muy oscuro. ¿Por qué no relajarnos allí?- señalé un ángulo de la terraza apenas iluminado.
- Alguien nos podría ver.
- Lo dudo. Y sé que te excita la idea de hacer algo en un sitio público. Tú misma me lo has dicho-
Catherine se mordió el labio inferior presa de sus vacilaciones. Por una parte, se la notaba terriblemente caliente, pero, por otra, era evidente que le detenía la sola idea de verse sorprendida in fraganti.
- Ya, pero una cosa es un sitio donde soy una perfecta desconocida y otra en un lugar donde está mi hermano y su novia. ¡Menudo corte si nos pillan!
- De acuerdo. – me encogí de hombros. – Como quieras. Yo tenía en mente que me masturbases o algo así. Esas plantas están muy mustias y necesitan ser regadas. Mucho morbo y nulo peligro de que nos cacen, ¿no crees? Será muy poco tiempo.
Catherine inspiró aire y asintió con la cabeza.
- Ve hacia allí, entonces. En dos minutos estoy contigo . – le indiqué.
Se incorporó y se encaminó hasta allí, donde las penumbras reinaban casi absolutamente. Por mi parte, tomé disimuladamente de mi bolsillo una pastilla “milagrosa” y la ingerí. No tenía muchos deseos de tontear, pero la posibilidad de que nos sorprendiese alguien eran relativamente altas. Al fin y al cabo, ese era mi objetivo. Me levanté y me fui hacia ese rincón sombrío donde me esperaba Catherine con evidentes muestras de agitación. Al llegar, con determinación, me saqué el cipote del pantalón que permanecía aún algo aletargado. Lo cogí con una de mis manos y se lo ofrecí a ella que lo tomó con algo de reluctancia. Pero eso fue sólo al principio. Cuando sintió cómo mi polla palpitaba en su palma y cobraba vida, una sonrisa viciosa transformó su rostro. Con ademán seguro, le desabotoné un par de ojales de su camisa y un pequeño sujetador violáceo, asomó al mundo. Le amasé sus orondas tetas por encima del sostén y percibí cómo se endurecían por momentos. No satisfecho con eso, le abrí la blusa totalmente y le bajé las copas del sujetador. Sus pezones rosados y erectos me saludaron reclamando mi lengua. Y hasta allí aterrizó mi húmedo apéndice. Por su parte, los trabajos manuales de Catherine estaban empezando a surtir sus frutos con la ayuda de la ciencia médica. Tenía el falo duro como una roca capaz de perforar con saña cualquier coño que se pusiese por delante. Nuestra posición era un tanto acrobática porque cuando yo le comía sus pechos, ella dejaba de frotar mi pollón, amén de que cuando escuchábamos algún ruido parábamos inmediatamente. Lo que se suponía iba a tardar poco, se estaba prolongando más de la cuenta y los dos teníamos una excitación del quince.
- Anda, súbete a este murete de piedra. Se me ha ocurrido una idea que espero funcione - dijo Catherine.
Así lo hice con algo de dificultad y cuando suponía que iba a reemprender sus manualidades, se zampó, golosa, mi rabo en su boca. Con ayuda de sus manos y succionando mi glande cual aspiradora alemana, creí que me transportaba al cielo. Ella estaba tan centrada en su trabajo que no se percató de un ruido, nimio, ciertamente, pero que a mí me puso alerta. Noté una sombra a unos escasos metros de nosotros que permanecía estática. Podía ser un cliente, un empleado del hotel…
- Ufff…no creo que aguante mucho, Cathy - musité a duras penas tras sentir como su lengua chupeteaba mi capullo como si se tratase de una piruleta.
Dirigí mi mirada a la silueta que tan atentamente nos observaba. La sombra al darse cuenta de que yo había advertido su presencia, se echó un tanto para atrás. Un destello de luz me dio a conocer su identidad: “¡¡¡Pablo!!!”. Casi al mismo tiempo, densos y espesos lefazos invadieron la garganta de Catherine que, impertérrita, se los tragó con delectación. Dejó mi sable limpio como una patena. Se limpió los labios con un pañuelo, se subió con premura las copas de su sujetador y se abrochó con la misma celeridad su camisa. Yo eché un último vistazo a la posición donde había descubierto a Pablo, pero el pájaro había volado.
- Venga, andando capitán, que nos van a echar de menos los grumetes - ironizó la paisa.
Asentí con la cabeza, me recompuse lo mejor que pude y volvimos a nuestra mesita, donde Eliana permanecía sentada.
- ¿Y Pablo?- preguntó Catherine.
- Se fue hace un buen rato al baño. No sé qué le habrá pasado - contestó.
- Aquí viene - dije.
- Disculpa mi tardanza, vida, pero no me encuentro demasiado bien - dijo besando a su novia-. ¿Os importa que nos vayamos?
- Por supuesto que no. ¿Qué te ocurre?- se interesó Eliana.
- No lo sé. Algo me habrá sentado mal de la cena.- realmente, se encontraba muy pálido y bastante alterado.
Nuestras miradas coincidieron fugazmente. Sabía que estaba mintiendo.¿Sería cierta la intuición de Eliana?
Mi imaginación voló. El plan que había diseñado saltó por los aires. La idea de que Eliana y Pablo descubriesen lo puta que era Catherine se plasmaba como infantil y simple. Esa noche surgió una idea más maquiavélica y perversa. Sólo el tiempo jugaba en mi contra: 24 horas. ¿Serían suficientes?
Capítulo III
El día siguiente era el último que iba a pasar enteramente en Medellín. Lo dedicamos Catherine y yo a recorrer algunas “Comunas” en una visita guiada para no traspasar ninguna “frontera invisible”. La excursión fue lo suficientemente interesante como para olvidar mi triste estado anímico. Mi única ansiedad esa jornada era saber si tendría alguna posibilidad real de poder ejecutar o no mi proyecto. Las horas de la tarde se me hicieron largas y tediosas y en más de una ocasión, temí que Catherine pudiera sospechar algo.
A las seis de la tarde nos separamos con la intención de cenar en su apartamento junto con Pablo y Eliana. Estaba en tal grado de tensión que no pude reposar en la cama y dediqué los minutos a preparar mi equipaje ya que al día siguiente mi vuelo para Bogotá despegaba a las 13 horas.
Tan alterado me hallaba que decidí darme un buen baño caliente para calmar mis nervios. Mientras me vestía, me percaté que ésa iba a ser la última noche que estaría con Catherine. Diez años se desvanecerían para siempre como niebla en la mañana y no pude evitar un nudo en la garganta al recordar los buenos momentos vividos con ella y que jamás volverían a reproducirse. Su voz dulce y cálida, su inconfundible y contagiosa risa, su abierta sonrisa y esos ojos que parecían prometerte un mundo nuevo y más feliz. Todo quedó destruido en una noche cartagenera que descubrió que mis sueños se habían basado en un burdo engaño. Diez años que ahora sabían a hiel y a burla. Tomé las pastillas y las guardé en el bolsillo del pantalón. Diez años que acabarían de la peor manera posible. De eso me encargaría yo.
A las ocho en punto me presenté en su apartamento. Al abrir la puerta apareció Catherine que iba ataviada con vestido blanco de algodón cortísimo sin mangas que resaltaba su piel morena. Calzaba unas sandalias de tacón alto. Su cabello, ondulado, caía en toda su longitud por su espalda desnuda. Su rostro, ligeramente maquillado, resplandecía. Estaba bellísima como nunca antes la vi. Nos dimos un beso en la mejilla y accedí a su vivienda. En el pequeño salón me aguardan Eliana y Pablo que ayudaban a Catherine a llevar las distintas bandejas y platos a la mesa de cristal donde íbamos a comer. Eliana vestía una camiseta negra entallada y unos shorts que mostraban sus piernas exquisitamente torneadas. Pablo, iba con una camisa blanca y unos pantalones de lino algo arrugados (parece que ahora es moda llevarlos así).
La cena fue copiosa y abundantemente regada con vino (mandé una caja entera de Ribera del Duero a Catherine por su cumpleaños). La atmósfera se hacía cada vez más distendida y relajada. Recogimos la vajilla tras los postres y me ofrecí a prepararles unos cócteles para ellas y un Martini para Pablo. Era el momento que con tanta impaciencia había esperado. Se me fue la mano. Puedo garantizar que jamás vertí tanta sustancia “milagrosa” en unas bebidas. Interiormente, lo sentía por Eliana, pero como ocurre en otros muchos casos, si uno se encuentra en un sitio equivocado en el peor momento posible, la mala fortuna suele aparecer .
Al beber el contenido de sus respectivos vasos todos pusieron caras extrañas:
- Está fuerte y sabe raro - dijo Catherine.
- ¿No te gusta? -pregunté alarmado.
- No, está bien. No te preocupes. Basta con que te hayas molestado en prepararlo como para decirte además que está mal -respondió burlona.
La velada transcurría plácidamente entre risas y comentarios cada vez más chocarreros. Hasta Eliana se atrevía a con frases y ocurrencias “picantes”.
- Os propongo una cosa. ¿Habéis jugado alguna vez a “Las confesiones”? -me aventuré.
- No. ¿Qué es eso? – inquirió Pablo.
- Es un juego de parejas. Se lanzan preguntas unas a otras en las que se debe decir la verdad. En caso de mentir o no contestar se paga con una prenda. Por cierto, no valen como tales relojes, pulseras, pendientes, sortijas, etc. – respondí.
- ¿Y cómo se sabe que se está diciendo la verdad? -preguntó Eliana.
- Buena cuestión. Es relativamente sencillo. Porque tu pareja juega como oponente tuyo y conoce o ha vivido ciertas experiencias. Es decir, en este caso, Eliana, tú jugarás conmigo y Pablo con su hermana -repuse.
- Puede ser divertido -dijo Pablo con voz pastosa.
Pablo y yo nos cambiamos de asiento y nos acomodamos Eliana y yo frente a Pablo y Catherine.
- Bueno, ¿quién comienza? – incité llenando nuestros vasos de licor.
- Nosotros – dijo Catherine.
Como suele ocurrir en estos casos, las primeras pruebas o preguntas fueron bastante insulsas, tipo “dime tu plato preferido”, etc. Se subió un escalón más con cuestiones más peligrosas como “¿qué detestas más de tu pareja?”; hasta que, súbitamente, la persona más insospechada lanzó la primera andanada:
- ¿Cuáles son vuestras fantasías sexuales más ocultas? - interrogó Eliana con unos ojos brillantes por el alcohol.
- Ver a dos mujeres lindas dándose el lote - contestó Pablo.
- ¡Qué sorpresa!¡Viva la imaginación! -se burló su hermana.
- Es su fantasía, mujer – repuse yo-. Vamos a ver qué grado de imaginación tienes tú .
Tras un breve silencio, Catherine aclaró con voz candente:
- Estar con dos hombres a la vez.Con dos hombres guapos, fuertes y a los que quiera . –
- No está mal .
El pasatiempo continuó más y más atrevido.
Pablo, nos preguntó si, alguna vez, habíamos realizado prácticas sexuales en público. Eliana dijo que no y yo me desentendí del tema, por lo que tuve que pagar desprendiéndome de un zapato.
A la siguiente, yo planteé si nuestros oponentes habían tenido relaciones homosexuales. Pablo negó con la cabeza y Catherine contestó que una vez, siendo muy joven y para calmar la fantasía de su novio se enrolló con una chica en una discoteca.
- ¿Y te gustó? - insistí.
- Eso ya son dos preguntas, querido – dijo sacándome la lengua.
Catherine fue la siguiente que nos requirió si habíamos ido a alguna vez a un espectáculo erótico. Recibió una afirmación por mi parte (“Crazy Horse”, especifiqué) y Eliana confesó que había ido a locales de “Boys” por varias despedidas de solteras.
Eliana se interesó por si nuestros contrincantes habían practicado sexo oral. Pablo dijo que no y Catherine se desprendió de una sandalia. Las carcajadas afloraron en todos nosotros.
Esta vez Pablo disparó a quemarropa cuando se preocupó por conocer las prácticas sexuales más depravadas en las que habíamos incurrido. Eliana recordó bastante sonrojada que pajeó a un “boy” en una de esas despedidas de soltera mientras que, por mi parte, aludí a una noche en la que había estado con dos chicas.
Era mi turno y lo aproveché para saber si alguna vez habían acudido a un club de intercambios. Pablo negó con la testa y Catherine confesó que había ido un par de veces en Madrid con un amigo, pero sin practicar sexo, sólo para ver. Yo me callé pues en su momento me dijo lo mismo y no era cuestión de rebatirla, pero basta con acudir a uno de esos establecimientos para percatarse que estaba mintiendo descaradamente.
Catherine, que sin darse cuenta me estaba proporcionando un espectáculo estupendo de sus braguitas, quiso conocer si alguna vez habíamos visto películas porno (era evidente su deseo de rebajar un tanto el nivel del cuestionario). Ambos asentimos y Eliana con una risa nerviosa señaló que lo había hecho por Pablo. Que le pareció una película aburrida a más no poder. Nadie refutó su apreciación.
Eliana, en su tanda, cuestionó a nuestros adversarios si habían deseado sexualmente a alguien fuera de sus parejas. Pablo se deshizo de un zapato y Catherine repitió la misma operación de su hermano.
Pablo, decididamente sobrepasado por la situación, subió la apuesta. Inquirió si alguna vez habíamos hecho un strip tease con espectadores. Yo afirmé con un monosílabo y Eliana se quitó uno de sus zapatos. Los aplausos y risas resonaron en la habitación.
Con las carcajadas aún resonando en nuestros oídos, pregunté si habían participado en alguna orgía. Pablo exclamó un rotundo no y Catherine permaneció en silencio. Ante mi mirada inquisitiva, (en el burdel ella me contó que había un cliente que contrataba a varias chicas a la vez para armar la mundial durante varias horas), ella, para no mostrar sus tetas a la concurrencia, decidió una cosa que me puso muy burro. De manera harto incitante, se incorporó de su asiento y sin enseñar absolutamente nada, se despojó de sus braguitas que depositó en la mesa. Mi rabo, que por efecto de la medicación estaba erecto como un bloque de hierro, hacía méritos para romper la tela de mis calzoncillos y pantalones. Pablo que observó a su hermana con verdadero asombro, hizo un gesto de colocarse la polla en una posición que no delatase mucho su estado de excitación.
Aquella escena fue el detonante de lo que luego pasó. Catherine, saltándose la vez, quiso saber si nos excitaba ver a dos hombres besarse y tocarse. Mi respuesta fue estallar en una carcajada y decir un “¡No!” categórico. Eliana, en cambio, declaró que esa era una de sus fantasías más calientes.
- Hagamos una cosa -dijo Catherine en evidente estado de ebriedad y excitación-. Crucemos una apuesta entre tú y yo - prosiguió dirigiéndose a mí -. Si yo gano cumples la fantasía de Eliana con mi hermano.
- ¿Y si pierdes? -
- Cumplimos el sueño de Pablo que es ver a dos chicas haciendo lo mismo.
Los novios estaban visiblemente animados por los derroteros que había tomado el juego.
- ¿Todos de acuerdo? – interpelé.
La pareja asintió al unísono.
- Vale. ¿Tenéis dados o alguna cosa similar? – inquirí con una agitación creciente.
- Sí, debe haber alguno -dijo Pablo yendo hacia su dormitorio.
Al poco rato, regresó con un cubilete y un dado. Tiré yo en primer lugar y salió un tres. ¡Joder!, pensé. Suspiré maldiciendo mi suerte. Catherine, deleitándose del momento, agitó parsimoniosamente el vaso y tiró el dado. Sacó un dos. Pablo y yo saltamos, gritando, como si nuestros respectivos equipos de fútbol hubiesen marcado un gol histórico. Catherine se aproximó a Eliana e inclinándose sobre ella la besó. Sus labios se fundieron durante algunos instantes hasta que la lengua de Catherine penetró en la boca de la novia de Pablo que la acogió con verdadera ansiedad.
- ¡Hija de puta! Lo que a mí me niegas con cuánta prodigalidad se los das a los demás -pensé.
Me distraje un momento cuando me percaté que Pablo no sabía dónde mirar. Y no penséis que por vergüenza o recato. No. Al agacharse ligeramente Catherine sobre su futura cuñada tuvo que brindar a Pablo una visión deliciosa de una parte de su culo al ser la falda de su vestido demasiado corta. Al terminar su apasionado beso, Catherine regresó a su asiento y pidió un desquite.
- Si gano esta vez, vosotros os desnudáis delante de nosotras -dijo retadoramente.
- Y si pierdes, vosotras nos hacéis un strip tease – propuse yo seguro de mi suerte.
Sin decir nada más, agité el cubilete y arrojé el dado sobre la mesa. ¡Un cinco! Esa noche era mi noche. Mi oponente, nerviosa y dudando de su fortuna, tomó el cubilete y lanzó el dado sobre la mesa. Después de efectuar varias cabriolas sobre la superficie cristalina, apareció el número. ¡No me lo podía creer! ¡Un puto seis!
- Esperad, esperad. ¡Vamos a poner un poco de música! - aplaudió Eliana.
Sonó una canción y comenzamos a deshacernos de la ropa con bastante torpeza, por cierto. Catherine negó con la cabeza:
- ¡Qué poca gracia, por Dios! A ver Pablo quítale a Fernando sus pantalones – exigió.
- ¿Cómo? ¡Ese no era el trato! – exclamé.
- Si queréis que continúe el juego debéis obedecer las normas del ganador - amenazó.
Pablo se inclinó sobre mí y bajando mis pantalones, arrastró también consigo, mi última ropa íntima y los tiró sobre un sofá. Allí estaba yo desnudo completamente y con una erección del quince.
- Ahora Fer haz tú lo mismo con Pablo -curiosamente Catherine se abstuvo de decir mi hermano.
Con indiscutibles muestras de nerviosismo, hice lo que se me ordenaba. Al concluir, comparé nuestras pollas que, gruesas y palpitantes, cabeceaban como cabestros. Las chicas ovacionaron el espectáculo y nosotros, entre excitados y avergonzados, volvimos a nuestros asientos.
Ahora fui yo quien pidió revancha:
- Si yo gano, nos haréis una paja -aposté.
- Y si pierdes, nos comeréis los chochos -la cosa ya desbarraba absolutamente. Entre el alcohol y los efectos de la medicación cualquier cosa podía ocurrir esa tórrida noche.
Eché el dado y apareció un cuatro. Fruncí el ceño y aguardé, tenso, su tirada. Fue un… ¡¡¡TRES!!! Gané nuevamente. Pablo y yo nos acomodamos en el centro de la sala, sentados uno al lado del otro, y las mujeres, colocando unos cojines en el suelo, se arrodillaron ante sus respectivas parejas, y empezaron a jugar con nuestros instrumentos. Ellas aún vestidas y nosotros ya sin nada que ocultar.
- Tenéis cuatro minutos. Quien no haga correr a su pareja nos deberá dar un beso como el de antes a todos – sugerí con la clara intención de que perdiese Catherine y así, aunque fuese en un juego, besar sus labios tantos años prohibidos, en aquella noche preñada de adioses.
- Eso es injusto -dijo Catherine.
- Si queréis que continúe el juego debéis obedecer las normas del vencedor – repetí sus mismas palabras.
Puse la alarma de mi móvil y comenzó la partida. Debo reconocer que Catherine se aplicó con ardor a su tarea. Cerré los ojos para concentrarme más en evitar una inoportuna corrida que en disfrutar de esa memorable paja hasta que percibí una cosa húmeda en mi glande hinchado. Abrí los ojos intrigado y observé como mi antigua amiga succionaba con pasión mi pene.
- ¡Joder, eso es trampa! -alcancé a decir.
Pablo contemplaba la escena de la felación con los ojos ebrios de lujuria. Hubiese apostado en aquel momento que hubiera dado todo por cambiar de silla. Por mucho que intenté abstraerme de la situación, todo tiene un límite y me corrí como un adolescente. Al sentir, los primeros síntomas de eyaculación, Catherine apartó su rostro y la leche salió disparada en todas las direcciones, sin orden ni concierto. La muy hija de puta me guiñó un ojo como queriendo indicar que tampoco esa vez la iba a besar.
Con las piernas temblorosas me incorporé y me situé el último de la fila para recibir los lascivos ósculos de Eliana. Principió por su novio al que regaló uno de los más ardientes morreos que yo he visto en mi ya experimentada vida. Después prosiguió con su próxima cuñada a la que obsequió con una larga y apasionada lucha de lenguas. Por último, llegó mi turno y abrazándome con sus brazos, unimos nuestros labios. A pesar del ambiente tan pecaminoso que se respiraba yo no quería abusar demasiado de las circunstancias. Sin embargo, fue ella la que voluntariamente “violó” mi boca. Y digo bien porque fue su lengua la que como lámina de fuego se introdujo en ella y no dejó rincón sin inspeccionar. Al separarnos, me di cuenta que su mirada estaba perdida. No sé qué coño tendrían esas pastillas, pero seguro que muy pocas sustancias legales.
Al retornar a nuestros asientos, Eliana trastabilló y estuvo a punto de caer al piso. Pablo, que estaba a su lado, la sujetó por la cintura.
- No me encuentro demasiado bien. Creo que voy a devolver -murmuró.
Rauda, se precipitó al baño acompañada por su novio y la oímos como vomitaba hasta la última y más escondida de sus entrañas. Yo estaba algo preocupado porque, en ocasiones anteriores, algunas mujeres que habían ingerido las “píldoras”, tras el clímax, experimentaban un abatimiento agudo que se traducía en una penosa postración durante horas. Pero cada persona es un mundo y lo que yo menos deseaba es que Eliana no se recuperase y fuese objeto de análisis clínicos donde se descubriese la ingesta de sustancias prohibidas.
Después de devolver hasta su primera papilla, Pablo la condujo hasta su dormitorio donde, más relajada, quedó plácidamente dormida. Me quedé más tranquilo porque ya había visto las mismas reacciones con anterioridad en otras chicas. Al día siguiente, se despertaban con una fenomenal jaqueca que se disipaba a lo largo de la jornada.
- No está acostumbrada a beber y esta noche se ha excedido un tanto -comentó Pablo.
- ¿Tomamos una última copa para brindar por un próximo reencuentro? -sugirió Catherine.
Pasado el susto, regresamos al salón. Pablo, con su polla bamboleante entre las piernas y yo con mi tranquilo badajo al aire, nos sentamos en un sofá mientras Catherine nos preparaba sendos rones con cola. Al acomodarse entre nosotros, brindamos y de un trago nos lo bebimos.
Me empecé a reír sin poder remediarlo. Esa risa ebria y estúpida que es imposible de sofocar:
- Lo siento, pero es que acabo de darme cuenta que Pablo y yo vamos como nuestras madres nos trajeron al mundo y la única mujer que permanece con nosotros está castamente vestida.
- Sí, es cierto, pero sin ropa interior, que conste – aclaró ella socarronamente.
- Eso es verdad. Pablo lo podrá corroborar. Antes te ha echado una ojeada por detrás, cuando besabas a Eliana, que habrá visto hasta tu hígado.
- Nooooooo… - negó él.
- ¡Serás cochino! -dijo su hermana estallando en risas. – Ningún hombre se salva. De todas formas, os quiero.
Nos propinó a cada uno unos púdicos besos en nuestras mejillas. Aquellos besos, que en otras circunstancias nada hubieran significado, salvo una manifestación espontánea de cariño, desencadenaron sensaciones más libidinosas y lúbricas. Yo la respondí con unos suaves piquitos en su cuello y recorrí con mi lengua toda la extensión que mediaba entre su garganta y su oreja izquierda. Percibí como una de sus manos se dirigía discretamente hacia mi entrepierna y empezó a maniobrar sobre ella, con suma delicadeza al principio y con más tesón después. Yo cerré los ojos, acomodando mi cabeza sobre la parte superior del sofá. Estaba en la gloria. Los labios de Catherine se centraron en jugar con mi pezón diestro que se irguió presa del placer. Sin remitir en ningún momento sus movimientos sobre mi falo, Catherine abandonó su idea de seguir comiéndome los pezones. Supuse que otra idea malévola habría cruzado su mente nacida para pecar. Escuché un leve gemido y abrí los ojos para descubrir la escena más perversa que yo creo que voy a contemplar en toda mi existencia. Catherine, sentada entre su hermano y yo, nos estaba pajeando al mismo tiempo. Nunca había estado en un trío HMH, pero lo que jamás se me podía pasar por la imaginación es que uno de los participantes fuese familiar de otro. ¡Un trío incestuoso! Mi rabo se encendió como una antorcha cuando los gemidos de Pablo se hicieron más perceptibles. La zorra de su hermana se la estaba cascando a conciencia. Me incliné sobre Catherine y deslicé su vestido hacia abajo, descubriendo sus pechos desnudos y blancos que contrastaban sobre el resto de su piel tostada. Me lancé a chupar sus pezones rosados y apetecibles. A los pocos instantes, Pablo seguía mi ejemplo y cada uno mamaba de la teta más cercana. Mi mano, cauta y lentamente, ascendía por su pierna hasta alcanzar su intimidad que rezumaba humedad y despedía un calor inusitado. Mi dedo índice se introdujo en su exquisito sexo y accedió a él, anegado en sus humores. Catherine se estremeció involuntariamente. Jamás la había sentido tan excitada en los diez años que la conocía. Me levanté y de mi bolsillo saqué unos preservativos. Uno me lo enfundé y el otro se lo arrojé a Pablo. Incorporé a Catherine y la puse a cuatro patas sobre el sofá. Tiré hacia arriba su minúsculo y desordenado vestido que se enrolló sobre su talle y descubrí su culo rotundo, pálido, que marcaba claramente la marca de su tanga. Excitadísimo le metí mi tranca congestionada y gorda en su chocho. Catherine le estaba comiendo la verga a su hermano con verdadera fruición y deseo, sopesando con sus manos los huevos inflamados del joven. Lo que estaba viviendo superaba tan ampliamente mi más sucia fantasía que debo reconocer (y eso que ya había eyaculado abundantemente con anterioridad), que me corrí en un santiamén. Me aparté del lujurioso cuerpo de Catherine y me senté en una silla. Observaba fascinado como devoraba con avidez el tremendo sable de su hermano. Pero ella quería más. Yo la había dejado sin orgasmo alguno y ansiaba saciar el fuego que consumía sus entrañas. Por ello empezó a ascender por el cuerpo de Pablo. Cuando estaba muy cerca del rostro de su hermano, me buscó con la mirada. Nuestros ojos se encontraron y lo que contemplé me intimidó. Divisé a la misma perversión personificada, la misma lascivia desatada…y, entonces, sucedió. Fundieron sus labios en un tórrido beso y sus lenguas se rastrearon hasta hallarse. Ese hecho me despertó de mi sueño.
- ¡La muy hija de puta besaba a todo el mundo! ¡A todos menos a mí! – este pensamiento restallaba en mi mente con lacerante insistencia sin abandonar ya mi cerebro.
Me incorporé y tomé mi móvil y lo coloqué encima de la mesa donde se columbraba sin obstáculo alguno el asombroso coito. Ajenos a lo que yo hacía, poseídos por la más pervertida pasión, grabé con el aparato cómo Pablo taladraba sin compasión el sexo de su querida hermana que galopaba encima de él como experta amazona que era. Tras unos instantes de lucha incesante, sus cuerpos, sudorosos, se tensaron y alcanzaron el clímax que tanto anhelaban. Ella cayó sobre él y se besaron con ternura y delicadeza. Aquel beso jamás lo recibiría yo. Aquel beso que había perseguido con denuedo y sin desmayo. Por aquel beso yo habría perdido mi libertad gustosamente y, quizás, por él hubiese creado una familia.
Con este pensamiento mi vista se nubló, creí flotar y convertirme en aire, trascender la realidad, huir a otro mundo…
Me despabilé cuando el alba despuntaba en el cielo y los primeros rayos herían el salón. En el sofá permanecían los cuerpos de los hermanos, abrazados y desnudos. Con sigilo recogí el móvil, me vestí y con extrema discreción me marché del apartamento. Desde la calle, llamé a un servicio de taxis y me dirigí al hotel. Al llegar a la habitación, visioné la grabación (se veía todo con meridiana claridad) y me duché. Mi vuelo despegaba a las 13 horas y me recogerían sobre las 11:00.
Me vestí y desde la terraza de la habitación oteé la inmensa ciudad de Medellín que se abría a mis pies. Estaba interiormente devastado. No quería pensar en nada. Había depositado tantas ilusiones en este viaje y experimentado, en pocos días, tantas sensaciones y sentimientos…¿Qué haría con la grabación? ¿Se la enviaría a Eliana? Supuse que esas imágenes provocarían un escándalo mayúsculo entre el círculo de familiares y amigos de los hermanos. Ya tenía en mis manos mi venganza por la que había suspirado desde Cartagena. Pero, ¿la ejecutaría, finalmente?
Oí un bip del móvil. Era un mensaje del WhatsApp:
- “Te has ido sin decir adiós. Si quieres te llevo al aeropuerto” – escribió Catherine.
Consulté mi reloj. Eran las 11:15. Tiempo de bajar al lobby y esperar a que viniese el taxi.
Esperar. Era lo que había hecho toda mi vida.