El beso de Judas

¿Quién mejor que yo para traicionar a un inocente?

El beso de Judas

1 – Conjeturas

De estatura normal, ropa sencilla pero muy bien elegida, hombros anchos, manos estilizadas, tez brillante y sin vello, ojos grandes y oscuros de mirada melancólica, acaso, demasiado serena, elusiva; largas pestañas, nariz fina y pequeña, pómulos redondeados y rosados, labios carnosos y sensuales, pelo oscuro algo largo. Todo un personaje desconocido para nosotros al que también eludíamos porque alguien había dicho que era maricón.

  • Esconde sus verdaderos sentimientos – dijo López -; a la vista está. Pretende hacernos creer que es uno más y, en cuanto menos lo esperes, ¡zas!, te mete mano.

  • Lo que de verdad le gusta a esos – dijo Casas -, es que les den por el culo. Yo prefiero un buen coño y dos tetas, como Dios manda. Si le pones la mano un poco más allá, te encuentras con que está empalmado y deseando de follarte.

  • ¡Vamos, tíos! – razoné - ¡Es un chico cualquiera! ¡No entiendo por qué le teméis! ¿Os ha dicho algo? ¿Os ha hecho algo? ¡Haced lo que yo hago! Como no lo conozco, no hago por conocerlo. Nunca se me ha insinuado.

  • Velázquez – me miró Casas con paciencia -, tú es que todo lo ves siempre así de fácil. No es necesario que lo busques; como le gustes, te meterá mano.

  • Pues yo pienso que es repugnante – opinó Maqueda -; nosotros nos sentamos aquí como lo que somos: ¡Tíos! Pero si ese estuviese en nuestro grupo ya estaría mirando para elegir a su víctima y, en cuanto se descuidara, la metería en su saco.

  • Yo siempre he oído decir que eso es contagioso – apuntó Granados -; si se te acerca, con mucha astucia, te lleva a su terreno y acabas follando con él y convirtiéndote en un maricón más.

  • ¡Joder, tíos! – me molestaba la conversación - ¡Es normal! ¡Es un tío normal! ¿No lo veis? ¿A quién de vosotros le ha dicho algo o le ha cogido la polla? ¿A quién le ha metido mano?

  • De momento – rió Maqueda – a nadie. Espera a que tome confianza

  • Yo le daba un buen escarmiento – propuso López -; le hacía algo para dejarlo en evidencia y demostrarle que a un tío en condiciones no debe acercarse ¡Yo lo quiero lejitos, lejitos!

  • ¿Y qué escarmiento le darías? – preguntó Casas con interés -; tendría que ser algo que le dejase bien claro que con nosotros debe tener cuidado.

  • ¡No sé! – exclamó Maqueda - ¡Lo mejor sería que uno se acercase a él y usara su propia técnica; alguien que se lo ligara! ¡Bastaría con pedirle un libro! ¡Tiene muchos! Cuando ya le hubiera sacado el libro y dado bien por el culo, no tendría nada más que darle una buena paliza y ponerlo en evidencia para que hiciera el ridículo.

  • ¿Darle por culo? – dijo con asco López - ¿Sería imprescindible? ¿No bastaría pillarlo por sorpresa entre todos cuando trajese el libro?

  • Pues decidid entre vosotros quién va a hacer eso – les dije -; a mí no me ha hecho nada y me parece un tío normal. En vez de invitarlo a nuestras charlas y dejarle las cosas claras de buena manera, ¿pensáis hacerle esa putada?

  • ¡Lo echaremos a suertes!

  • ¡Ah, no, no, tíos! – me levanté - ¡No participo en ese juego!

  • ¿Cómo que no? – se me encaró López - ¡Lo estás defendiendo! Tendremos que averiguar si tú eres uno de ellos ¿Te gusta, amorcito? – dijo sarcásticamente -.

  • ¡Hijos de puta! – volví a sentarme - ¿Sabéis lo que estáis pensando hacer? ¡Dejadlo en paz! Si un día nos dice algo, le paramos todos los pies ¡No veo peligro por ningún lado!

  • ¡Que levante la mano quien se ofrezca a ligárselo y a desenmascararlo! – gritó Casas -.

Todos agachamos la vista y nadie se movió ni dijo nada. Comencé a darme cuenta de que lo planteaban muy en serio y, aunque me parecía un ser tan inocente y tan poco peligroso, nunca se me hubiera ocurrido ligármelo ¡Y mucho menos para hacerle esa putada! Pero en cuestión de un segundo, hice un razonamiento de peso. Si alguno se ofrecía o lo echaban a suertes, aquel chico iba a ser torturado primero y el hazmerreír de toda la facultad después. No es que me hiciera mucha ilusión acercarme a él a pedirle un libro como si me lo fuese a ligar, pero podía hacerme su amigo y advertirle del peligro que corría. Bastaba con decirle luego al grupo que no había forma de intimidar con él. Levanté la mano.

  • ¿Qué haces, gilipollas? – preguntó Granados - ¿Pides ahora la palabra como en clase?

  • ¡No, imbécil! – le grité - ¡Cierra tu apestosa boca, que huele peor que tu culo! ¡Me estoy ofreciendo para desenmascarar a ese tío! Pero hay una condición.

  • ¿Desde cuándo se ponen aquí condiciones? – preguntó Casas -; si te ofreces voluntario, te ofreces voluntario.

  • Es que no me ofrezco voluntario – les dije - ¡Os apuesto a todos 100 pavos a que no es posible acercarse a ese tío y a que no es un maricón tonto!

  • ¿Cómo que 100? – se extrañó López - ¿Piensas que te demos cada uno 20 si demuestras eso? ¡Estás de remate, Velázquez!

  • ¡No! – contesté muy serio -, voy a ir a por él y os voy a demostrar lo que queréis saber, pero cuando digo 100 pavos, digo 100 de cada uno ¿Se me entiende o tengo que aclararlo en griego?

  • ¡Eh, eh, eh, chaval! – me golpeó Maqueda en el pecho - ¿Nos tomas por ricos? ¿Qué quieres 500 a costa nuestra sólo por averiguar eso? ¡Yo no estoy de cuerdo!

  • ¿Tienes miedo a perder la apuesta? Me importa un carajo que estés de acuerdo o no – le clavé el bolígrafo en el brazo - ¡He dicho que lo voy a descubrir! Si lo descubro, le daré por el culo, como decís, le reventaré la cara y os traeré el libro. Os habré ahorrado esos problemas de que habláis, pero no gratis capullos. El que quiera saber si es peligroso, me tiene que dar los 100, si no, me callo lo que descubra ¡Expongo mucho!

Hubo tal silencio y tanto tiempo, que con total desprecio me levanté y me fui.

2 – Camino al peligro

Corrí hasta alcanzar a Lucas y miró atrás al oír mis pasos. Puso cara de espanto y se echó hacia atrás.

  • ¡Ay, ay! – le dije - ¡Hace frío y casi no puedo respirar! ¡Perdona tío, pensaba que te perdías! Quiero consultarte una cosa.

Primero, me miró desconfiado de arriba abajo y después pareció prestar atención.

  • Ese… ese que estaba contigo me ha dicho que tienes un libro que me interesa – le dije - ¡Sé que pensarás que soy un cara, pero es que no está en la biblioteca! Se llama «La magia de los cristales».

  • ¡Ah, el de la magia! – respondió inexpresivo - ¡Es un libro muy nuevo… y demasiado caro! ¡Imposible que esté en la biblio todavía! Yo lo tengo, si quieres, mañana te lo traigo.

  • Sé que te pongo en un compromiso, chico – le sonreí -; es un libro caro, es verdad, y dicen que los libros y los discos que se prestan, se pierden.

  • ¡Lo sé! – dijo -, pero no me importa ¡Ya lo he leído!

Entonces, mirándome fijamente, esbozó una sonrisa tan suya, que pensé que me estaba desarmando ¿Qué era eso? ¡Aquel tío hablaba con la mirada!

  • Mañana – dijo -, a primera hora, pásate por aquí y te lo doy pero, por lo menos déjame saber cómo te llamas; yo soy Lucas.

  • ¡Sí, ya lo sé! – le sonreí - ¡Yo soy Judas! ¡Siento tener un nombre que asusta a muchos! Soy Judas Tadeo, no Iscariote.

Contuvo la risa y me miró tímidamente agachando la cabeza.

  • ¡No soy un traidor! – le dije - ¡Te lo aseguro! ¡Te invito a una cerveza!

  • Ammmm… - pensó - ¡Bueno, Judas, pero no me lleves a la cafetería de la facul! – bajó la voz - ¡Huele a cerrada y a mierda!

Nos reímos a carcajadas ¡Era un tío divertidísimo! Se comportó conmigo normalmente en todo momento hasta llegar al bar más cercano y mientras nos tomábamos unas cañas.

  • El libro que quieres leer – dijo – tiene poco que te interese, creo, pero es ameno.

  • ¡Pues chico, te lo has bebido en pocos días! – exclamé - ¡Salió hace poco!

  • Hmmm, ¡sí! – bebió -; salió hace poco, pero yo me leo los libros rápidamente. Aunque corra el riesgo de no verlo más, te lo voy a dejar.

  • Verás, Lucas… - pensé – Preferiría que me lo dieses… en otro lugar. No quiero ponerte en un compromiso. Como esta gentuza vea que me prestas un libro, te veo prestando libros a todo el mundo.

  • ¡Ah, vale! – pidió otra cerveza - ¡Ven a casa y te lo doy! ¡A lo mejor hay alguno más que te interese! Mi padre tiene una buena biblioteca. Habla con él y te aconsejará lo mejor.

  • ¿Vives con tus padres?

  • ¡Claro! – se encogió de hombros - ¡Todavía no tengo dinero para tener mi propia casa! Pero tengo una buhardilla grande para mí – se rió - ¡Ahora sólo me falta tener amigos a quien enseñársela!

  • ¿No tienes amigos? – me extrañó - ¡La verdad es que siempre te veo muy solo! ¡No me pareces un tío antipático ni nada de eso!

  • ¡Es igual, Judas! – volvió a pedir más cerveza - ¡Como vivo, vivo bien!

  • ¿Te importaría…? – no supe continuar -.

  • ¡Vamos, dime! – sonrió - ¿No traes dinero?

  • ¡Sí, sí, no es eso! – dije asustadísimo - ¡Yo podría ser tu amigo! Por ahí dicen que nadie puede ser amigo de quien no quiere ser tu amigo

  • Pues yo no niego mi amistad a nadie - tendió su mano - ¡Tu amigo Lucas!

3 – Una trampa para Lucas

Quedamos en la esquina de Correos. Allí cerca se tomaba un autobús que nos dejaría casi en la puerta de su casa.

  • ¡Cuidado, Judas! – me dijo - ¡Agárrate bien a la barra que un día ese tío dio tal frenazo que casi me lo como!

Miré al joven conductor y me sentí raro. Durante unos instantes, hubiese deseado que frenase y caer sobre él, como en una película romántica, apoyarme en sus piernas y que mis labios chocasen contra los suyos; a cámara lenta

Cuando salía con mis compañeros (no eran mis amigos), siempre me emparejaban con alguna chica. No me parecía mal. Todos iban acompañados, pero me veía obligado a besar unos labios pintados, a mirar unos ojos artificiales y a tocar un pecho abultado que me daba cierto asco ¡No me había planteado eso nunca! En realidad, nunca había metido mi polla en un hueco caliente, sino que me hartaba de tocar un cuerpo más o menos atractivo y, cuando acercaba mi mano a la pierna, una mano la quitaba de allí y la colocaba en la mía. Aquel extraño flash del conductor, me hizo volver a mirarlo disimuladamente ¿Por qué me estaba mintiendo a mí mismo? Aquel joven de uniforme que conducía era bello ¿Cómo que no? ¡Era un tío, sí, pero no me hubiera importado nada poner mis manos sobre sus piernas y rozar mi boca con la suya!

Poco después, miré a Lucas a mi lado. Me observaba con curiosidad y sonreía. Su mirada me desatornillaba como si fuese un robot ¿Qué coño estaba pensando en hacer? Cambié mis planes durante el viaje. Lucas me miraba y casi no hablaba nada; me sonreía y me desarmaba como a un mecano ¿No estaría yo aprovechándome de una información falsa? ¡No, no quería traicionar a Lucas! ¡Era la primera vez que alguien me tendía su mano sonriente y me decía «amigo»! Aquella amistad reciente podría llevarme a una situación que me era desconocida. Pensaba que Lucas iba a respetarme por completo ¡Me llevaba a casa de sus padres a darme un libro! Era yo el que veía todas mis piezas desencajarse y derramarse sobre su cuerpo ¡Iba a ponerlo en un compromiso! Pensé en decirle que me encontraba mal y en volverme a casa.

  • Te daré el libro – dijo -, tomaremos una cerveza y te acompañaré otra vez hasta Correos. Si te pierdes en mi barrio no sabrás salir de allí.

  • ¡Sí, Lucas! – dije - ¡Lo que tú digas!

Lo miraba espantado. Desde que lo conocí, no había visto ni en un solo instante una mirada insinuante ni había oído una palabra con segundas ¡Yo sí estaba mirándolo pasmado! ¡Tenía que notármelo! No decía nada.

  • ¡Vamos, es aquí! – me tomó de la mano - ¡Corre, que nos cierran la puerta!

Bajamos corriendo, el autobús se retiró rápidamente y yo seguía petrificado delante de Lucas mirando sus ojos… ¡y empalmado!

  • ¡Vamos a casa! ¿No?

  • ¡Vamos, vamos! – balbuceé - ¡No me hagas caso! ¡Creo haber visto a un conocido en el autobús! ¡No logro poner en pie de qué lo conozco!

  • ¡Eso pasa muchas veces! – me sonrió -; suele ser que, en realidad, se te parece a alguien ¡Esta es mi casa! ¡Y la tuya!

Atravesamos un pequeño jardín y llamó al timbre.

  • ¡Mamá, abre! – gritó - ¡Vengo con el amigo que va a ver nuestros libros!

  • ¡Hola, hijo! – me abrazó la madre cariñosamente - ¡Los amigos de mi hijo, son mis hijos! ¡Llévalo al salón, Lucas! Ahora estoy con vosotros.

Estaba metido en la boca del lobo.

4 – El beso

La buhardilla era grande. Él decía que no. Allí tenía apartados unos cuantos libros y se acercó a mí con el que le pedí en la mano. Me puse en pie.

  • ¡No, Lucas, no! – dije sinceramente - ¡Soy un pelele que no estoy aquí para que me prestes un libro; nada más que para traicionarte!

Me miró confuso y muy asustado. Le dije los malvados planes de aquellos compañeros de estudio y cómo intenté evitar todo el plan. Dejé bien claro que jamás iba a decir ni una sola palabra de lo que estaba haciendo. Pensaba desenmascararlos a ellos; poner su mala fe en evidencia.

Lucas no podía creer lo que estaba oyendo y yo no podía apartar mis ojos de los suyos ¿Me había contagiado? Pensé que un simple gesto suavizaría aquel momento tan tenso, pero me volví a mirar por la pequeña ventana. En la calle no había nadie. No sabía cómo decirle que me perdonase, que olvidase todo aquello que habían urdido unos cuantos locos… pero sus manos se posaron con suavidad sobre mis caderas y me volví feliz sonriéndole.

Nos mirábamos de cerca y sin hablar ¿Para qué? Me lo decía todo con sus ojos. Mis manos también se colocaron en sus caderas y no se movió, pero yo me incliné un poco y acerqué mi boca a su mejilla besándolo con toda suavidad. Sonó un suave chasquido.

  • ¿Con un beso me traicionas, Judas?

  • ¡No! – dije muy seguro - ¡Necesito una prueba! ¡Vamos, pégame fuerte! ¡Pégame! ¡Señálame la cara! Me lo merezco.

Se asustó, pero dio un paso atrás y, levantando su brazo fuerte, me dio tal puñetazo que me partió el labio. Comencé a sangrar pero no le dije nada ¡Me lo merecía!

  • ¡Oh, no, lo siento! – se acercó a mí temblando - ¡Déjame curarte!

Lo miré sonriente para quitarle importancia a la escena, pero mi labio no dejaba de sangrar. Su rostro se fue acercando al mío muy despacio. Me hubiese dado tiempo a retirar la cara, pero no hice nada. Sus labios cálidos se posaron sobre mi herida y absorbieron mi sangre.

  • ¡Lo siento, Judas! – dijo muy lentamente - ¡No has podido cumplir tu misión! ¡No has querido! ¡Pero vas a demostrar lo que querías! Voy a curarte.

  • ¡Espera! – lo cogí por la camisa - ¡No me dejes ahora! Puedes quedarte el libro; era una excusa. Ya no hace falta. El plan traidor lo he cambiado en el autobús. Ahora, además de seguir considerándote mi amigo… ¡te deseo!

  • Sé que no me mientes.

  • ¡No, no, no te miento! – llevé mi mano a mi labio sangrante

  • ¡Por favor! ¡Sigue siendo mi amigo! ¡Con eso me basta! Cuando vayamos a las clases, les diré a todos lo que les puede pasar por acercarse a ti: les enseñaré mi labio.

  • ¡Esto no era necesario! ¡Lo sabes! – hubo un momento de silencio -. Mis padres no suben a mi buhardilla; respetan mi intimidad ¿Estás seguro de lo que dices o sólo es algo de curiosidad?

  • ¿Curiosidad? – exclamé - ¡No soy un niño que quiera jugar contigo! ¡No me preguntes ni cómo ni por qué, pero necesito tenerte!

  • ¡De acuerdo! – se volvió otra vez -, pero llévate el libro.

  • Es muy caro y seguro que ni lo leo – le dije -; era la puta excusa para conocerte. Ahora me alegro de haberte conocido; ya no necesito ese libro.

  • ¡Sí, Judas! – sonrió -; ¡yo les diría que me lo pediste y te lo dejé… te lo dejé todo bien claro! ¡Habrás ganado la apuesta y yo un amigo! Tengo otro libro igual. Este lo he comprado para ti ¡Déjalo en tu casa!

  • ¡Oh, no! – me eché en sus brazos - ¡Me merezco más que un labio roto! ¡Me merezco el que me llames Judas traidor!

  • Judas amaba a Jesús – dijo – y Jesús amaba a Judas. Pero alguien tenía que traicionarlo. El mismo Jesús le pidió a su mejor amigo que lo hiciese.

  • ¡Enséñame, Lucas! Dime lo que tengo que hacer para hacerte feliz. Mi vida no importa.

  • ¡Me gustas, Judas! – balbuceó - ¡No eres un traidor de tus propias ideas! ¿Cómo vas a traicionar a alguien? Por ser hoy el primer día que estamos en contacto voy a dejar que me ames tú como quieras, pero no olvides que no voy a dejar de amarte por esto que has hecho ¡Ven al sofá!

No podía creerlo. Lo tenía en mis brazos ¡Era mío! ¡Sólo mío! Nos tocamos y acariciamos con todas nuestras ganas y nos fuimos quitando nuestras ropas hasta quedar abrazados desnudos y hasta ponernos empapados de sangre y sudor y, ya desnudos, vi su cuerpo perfecto. Comprendí por qué lo defendía. Me senté sobre su pecho y lo besé hasta el hastío. Luego, agarrando su polla dura y caliente, la fui metiendo por mi culo despacio ¡Dolía! Nunca había metido mi polla en un sitio caliente, pero mucho menos me la había metido nadie. Aguanté el dolor hasta llenarme de su leche.

5 – El escupitajo

La llegada a la facultad del día siguiente la intuía. Todos estaban disimuladamente esperándome a la entrada y no pudieron ver ningún libro en mi mano, sino mi cara destrozada e inflamada.

  • ¡Ehhhh, maricón! – me gritaron intrigados - ¿Has perdido tus 500, no?

Me volví despacio y los miré con lástima.

  • ¿No decía López que había que tener cuidado con él? – les dije - ¿No decía que en cualquier momento podía meterte mano? ¡Dadme mis quinientos! ¡Os estoy demostrando que lo que yo pensaba es cierto! ¡Subestimáis a Lucas! Lo único que os carcome el interior es que sois inferiores a él ¡Somos inferiores a él! ¡Mis quinientos!

Nadie se movió; se quedaron estupefactos. Lucas pasó por mi lado fingiendo; como si no me conociese de nada; con total desprecio. Escupí a los pies de todos ellos. Sólo uno me entregó 50 a cuenta. Los demás me prometieron los 100 pavos otro día ¡Había ganado! ¡Habíamos ganado!

Aquella tarde había quedado en casa de Lucas para darle otro beso; ¡muchos más besos!