El bautismo del sumiso

Cuando se empieza.

EL BAUTIZO DE SUMISO

Tras un tiempo de contacto con mi Dueña, más de tres años, en los que nos habíamos ido conociendo, lentamente, a través de chat y teléfono, en los cuales habíamos llegado a un entendimiento total, conociéndonos perfectamente, me había atrevido a dar el paso definitivo, ponerme frente a ella, bajar los ojos al suelo y entregarme.

Teníamos todo un fin de semana por delante, Ella se quedaba sola en su casa así que me animé a ir corriendo a sus pies; lo tenía muy claro, así que el viernes por la tarde me lo cogí libre, para pasar dos días enteros a sus pies. Salí del trabajo, en casa cogí lo justo para el fin de semana y me puse en marcha. Ella vivía en otra ciudad a casi 200 kilómetros de mi casa, así que me hice un bocadillo, dispuesto a comerlo por el camino.

La carretera estaba bastante despejada, lo que me permitió concentrarme en mis pensamientos, imágenes de lo que podía ser, de lo que me iba a encontrar; realmente poco había visto a mi Dueña, solo poseía una foto, pero su expresión me lo confería todo. Mientras iba de camino me sonó el teléfono; era Ella dándome la localización exacta a la que tenía que llegar. La ayuda del GPS del coche me llevó justo debajo de su casa. Aparqué el coche en un pequeño parque y me encaminé hacia el portal, nervioso ante aquel primer encuentro.

A medida que subía las escaleras hasta su puerta mi habitual sentimiento de seguridad en mí mismo iba desapareciendo, suplido por un estado de sumisión y entrega, cada escalón que subía me iba poniendo más en mi sitio, atrayéndome hacia su puerta como un imán. La pequeña mochila que llevaba a la espalda se hacía más liviana, como desarraigándome del mundo que conocía, y mis pies parecían levitar sobre el suelo llevándome por su propia cuenta hacia aquel Edén.

Llamé al timbre, me pareció que sonaba estridente, que en toda la ciudad se hubiera escuchado; nada. Pasaron unos segundos, mi nerviosismo iba en aumento; volví a pulsar el timbre, más estridente que la anterior vez; nada. Ya no sabía que hacer, no sabía si darme media vuelta y volver a mi casa o pulsar una tercera vez; lo que no sabía es que Ella me estaba observando por la mirilla desde el otro lado de la puerta.

Cuando mi dedo avanzaba hasta el último intento, la puerta se abrió de golpe; el impactó de aquella visión me dejó paralizado, mi Dueña se encontraba delante de mí, totalmente desnuda, solamente adornada con sus pequeñas gafas redondas. En cuestión de un segundo me agarró por las solapas de mi camisa y me metió en la casa, cerrando la puerta de un solo golpe. La difusa visión de su cuerpo no reveló nada, ya que casi mis ojos no pudieron posarse sobre Ella; me vi impelido hacia adentro, Ella se colocó detrás mío, sin poder verla.

Mi mochila cayó al suelo y mis brazos quedaron atrapados a mi espalda, entre su cuerpo y el mío; me daba mucho miedo siquiera rozarla, pero Ella se pegaba como una lapa, obligando al dorso de mis manos a estar en contacto con sus muslos. Me susurró al oído: " Cierra los ojos ", cosa que hice.

A partir de ese momento me vi transportado a otra dimensión, flotando sobre el suelo, dejándome hacer sin temor; Ella fue poco a poco separándose de mi cuerpo, noté que el calor de su contacto me abandonaba. Me quedé allí plantado, sin abrir los ojos, esperando. El frío filo del metal me sobresaltó, hice ademán de apartarme, de abrir los ojos, pero en el último instante me mantuve firme; las tijeras que manejaba con destreza iban desgarrando poco a poco mi camisa, cortando aquí y allá, dejándola inservible. Igual suerte corrió mi pantalón, que cayó hecho trizas al suelo, junto con mi calzoncillo; los cordones de mis zapatos y mis calcetines me liberaron de todo elemento sobre el cuerpo, estaba desnudo.

Otro susurro me invitó a arrodillarme en el suelo como estaba, sin abrir los ojos todavía; lo hice, arrodillándome sobre los trozos de tela que cubrían aquella zona. Tras unos segundos de quieto silencio un aroma inconfundible de mujer se apoderó de mi ser, me liberó de toda tensión y nerviosismo y me proyectó hacia mi verdadera condición de sumiso: era el aroma de mi Dueña.

" Abre los ojos ", volvió a susurrarme; así lo hice y me encontré a escasos centímetros de mi cara con su sexo palpitante, bien cuidado, precioso, invitándome a acercarme. Mi Dueña me cogió por la barbilla y me obligó a levantar la mirada hacia ella; observé su rostro enmarcado entre sus dos grandes pechos, sonriendo, feliz. Pero en un súbito movimiento, agarrándome por la nuca, aplastó mi cara contra su sexo, apretando con sus dos manos sobre mi cabeza, enterrando mi cara en su pubis, entre sus dos muslos. La primera sensación fue de agobio, de falta de aire, debía ser como si te ponen una almohada en la cara que te impide respirar. A pesar de ello, estaba tranquilo, con mis brazos inertes a mis costados, arrodillado, aspirando su aroma, tratando de encontrar un resquicio para poder respirar.

" En fin ", dijo poco después, separándome de aquella agradable sensación, " tengo planes ineludibles para ti ", me dijo.

Me agarró por el cabello y tiró con decisión de él, obligándome a seguirla de rodillas, a duras penas, por un estrecho pasillo hasta una puerta; entonces pude observar la magnificencia de su cuerpo, sus grandes muslos, sus nalgas poderosas, el aire indomable de una Dómina que sabía lo que quería. Abrió la puerta y entramos en un pequeño cuarto de baño.

La estancia era pequeña, sin ventanas, con solo un extractor de olores, con un retrete y un lavabo pequeño, nada más; se trataba de un baño secundario, destinado al servicio o a invitados con prisas. " Tu iniciación requiere unos pasos que has de cumplir, y este va a ser uno de ellos ", me dijo sonriendo. Yo pensé que me regalaría una lluvia dorada de la que tanto habíamos hablado, que yo tanto deseaba, aunque no sabía aún si estaba preparado para ello; en cualquier caso estaba dispuesto a someterme a todo lo que Ella deseara.

Sin embargo me colocó de una especial manera que me desorientó; me hizo poner arrodillado de espaldas al retrete, un poco separado de ella. Mis pies quedaban justo a ambos lados de la taza y Ella los unió por detrás de la misma, con unas esposas de metal que arqueaban mis piernas, forzándolas a mantenerse unidas para que las esposas dieran de sí. Acto seguido se puso frente a mí y fue inclinando mi cuerpo hasta que mi nuca quedó apoyada sobre el borde de la loza, tensó mis brazos hacia atrás, pasándolos por detrás de la taza y los amarró fuertemente entre sí, arqueándose mi cuerpo por completo en una posición muy incómoda, obligándome a mantener las piernas abiertas, mientras mi cabeza quedaba suspendida sobre el húmedo agujero. No podía mover ni un solo músculo de mi cuerpo.

Cuando quedó satisfecha con mi posición, giró sobre sus talones y salió, pagando la luz y cerrando la puerta. Yo quedé allí solo, incómodo, con la sangre bullendo dentro de mí, desplazándose hacia mi cabeza a toda velocidad; no podía pensar con claridad, solo limitarme a permanecer así, callado, a oscuras, esperando.

No se cuanto tiempo pasó hasta que se abrió la puerta de nuevo, pero solo fueron unos minutos, estar allí a oscuras hacía que perdiese la noción del tiempo; apareció mi Dueña completamente vestida y parecía que estaba dispuesta a salir, pues se había arreglado. Acercando un taburete al lado de la taza, a escasa distancia de mi cabeza, se sentó a mi lado, dejando sobre su regazo un caja. Una a una fue repasando mis pertenencias, mis efectos personales; el teléfono móvil lo usaría ella para sus necesidades, sacó de mi cartera todo el dinero que tenía y se lo guardó en su bolso, así como una de las tarjetas de crédito. " La clave ", me preguntó, y yo se la di. Fue sacando fotos de mi propia cartera y las fue tirando en la taza, por encima de mi cabeza, así como papeles personales que allí tenía, para terminar cogiendo las llaves de mi coche, que también Ella utilizaría esos días. Antes de irse se agachó hasta mi oreja y me susurró: " Estoy reservándome para tu bautizo, cerdito ". Dicho esto se levantó apagó la luz y cerró la puerta, y se fue.

Esta vez si perdí el sentido de todo, del tiempo, del espacio, de mi vida; a solas, sin un solo ruido que me distrajera, y en una posición muy forzada pero a la que me iba acostumbrando, repasé qué es lo que me había llevado a esa situación. Era sumiso, lo sabía, me estaba poniendo yo mismo a prueba, y estaba seguro que había dado con la persona que me podía guiar por este delicado camino. En innumerables ocasiones habíamos hablado sobre ataduras, encierros y demás lindezas, pero hasta que no estuve en esa situación no pude comprobar lo feliz que me hacía. Me adormilé imaginando, pensando situaciones, excitándome a medida que pasaban los minutos.

Es increíble lo que se agudizan los sentidos en situaciones como aquella; me despertó, me puso alerta el repiqueteo de sus tacones, la leve luz que se filtró por debajo dela puerta, me puse en tensión más de lo que podía permitirme en mi estado. A medida que se acercaba la oí hablar, por un momento me entró el pánico al pensar que podía no estar sola, pero me alivió cuando se abrió la puerta y al vi entrar hablando por teléfono. Se colocó justo frente a mí, charlando alegremente, sin prestarme atención, hasta que terminó la conversación y colgó, depositando de nuevo mi móvil en su bolso. Me miró y sonrió.

Se sentó en el taburete que se había quedado al lado de mi cabeza y la intuí quitándose los zapatos, se puso de pie y se deshizo rápidamente de sus pantalones y su ropa interior, quedando desnuda de cintura para abajo; me miró y me dijo que se había estado reservando todo el día para esto, que esperaba que lo supiese apreciar. Pasó una de sus piernas por encima de mi pecho, colocándose justo encima de mi cabeza. Yo ya sabía lo que iba a pasar, así que traté de prepararme para mi "bautizo".

Lentamente, recreándose de la situación, fue bajando su cuerpo sobre mi rostro; a medida que se iba acercando la oscuridad iba cercando mi reducido habitáculo, y todo mi campo visual lo abarcaban sus grandes nalgas, separándose a medida que el inevitable contacto con mi nariz llegaba cabo. Primero sentí el roce de la parte posterior de sus muslos sobre mi pecho, una ligera presión que iba creciendo a medida que se iba extendiendo por el resto del pecho y mi cuello, aunque para entonces aún la luz me permitía observar aquella deliciosa situación. Mi cuello fue rodeado por sus muslos, casi embutiéndolo en aquellas poderosas carnes que lo apretaban hasta al estrangulación, y de repente todo se hizo oscuridad, pero una negrura deliciosa al ser mi boca aplastada por aquel dulce tesoro que era su sexo.

Pareció detenerse el tiempo, ahogado, estrangulado, con su sexo sobre mis labios, con mi nariz apretada contra sus nalgas, con mi piel tan estirada como la de un tambor; lo inevitable es algo que se puede esperar con resignación pero en mi caso lo anhelaba como algo vital. Sobre mi boca noté como sus labios vaginales se separan casi imperceptiblemente, se abrían como una rosa negra, y antes de saborearlo, un ambiente enrarecido, acre y dulce a la vez me invadió por completo. El primer chorrito de orina me mojó los labios, resbaló por mis comisuras, lo paladeé y saboreé, feliz y contento.....

Y en fracciones de segundo un torrente me llenó la cara, fue como una explosión, un éxtasis de fragancia y humedad, no pude evitar que el corrosivo líquido dorado se filtrase por mis fosas nasales, entre mis labios, empapara mis párpados e incluso se alojara en mis orejas; la acidez me llenó los pulmones, quería respirar, pero lo único que entraba en ellos era su orina, que no paraba de manar de entre sus labios.

Tras toda una vida de meada, en la que mi piel se fundió de amarillo, la divina lluvia comenzó a remitir, limitándose finalmente a unas pocas gotas que quedaron sobre mis labios. La sensación de ahogo había sido indescriptible, entre el reducido espacio, mi nariz atrapada entre sus nalgas y el ácido baño de su orina, la tensión de mi cuerpo había llegado a un extremo que pensé que mi piel se desharía en tiras.

Tras otro breve espacio de tiempo por fin se levantó, aunque esta vez no pude mirarla, ya que mis ojos estaban cerrados bañados de amarillo, pero sentí que recogía las cosas, y a pesar de estar cegado, supe que sonreía llena de satisfacción. " Hasta mañana "me me dijo saliendo y cerrando la puerta.

Fin