El barrio y su gente (7: El hijo de doña Fela)

Un joven judío hace su debut con una bella mulata, empleada en la mercería de su madre. Su primer mujer, su primer virgo, su primer capricho a espaldas de la buena y vigilante yiddische mame...

El barrio y su gente VII

El hijo de doña Fela

Cuando desembarcó con sus padres huyendo de la posibilidad de ser enviados a un campo de exterminio, Fela Goldberg era una niña flaquita y rubia de mirada acuosa. Ninguno de los tres refugiados hablaba una palabra de castellano, pero ya había parientes lejanos y ex vecinos de la remota aldea polaca para recibirlos, ayudarlos y enseñarles los códigos de su nuevo país.

Cuando Fela cumplió diecisiete años ya tenían una mercería que marchaba viento en popa, hablaban un castellano bastante correcto con algunas consonantes muy marcadas, y un prometido en vista: Esdras Sapolinski, cuya familia era del mismo pueblo de los Goldberg. Se casaron poco después y las dos familias les regalaron una casita de altos sin demasiadas pretensiones en la cuadra siguiente a mi casa, pegada a la mercería. Allí nació Chiche, el único vástago de la rubia Fela y su marido Esdras, que llevaba los libros en el negocio de unos primos en la calle Colón. Con tan mala suerte que para no responsabilizarles de un mal manejo de los negocios familiares que podría costarles la cárcel, Esdras redactó unas líneas de despedida y se pegó un tiro en la sien.

Fela y los abuelos se ocuparon de la crianza y educación de Chiche, y aunque todos le presentaran varones disponibles de la colectividad, la viuda dio calabazas a todos dedicándose a hacer crecer y prosperar su negocio de mercería. En aquellas épocas las medias femeninas se remallaban, nada de use y tire. Tres máquinas de remallar fueron adquiridas para afrontar la demanda y sendas chicas del barrio contratadas para manejarlas.

Chiche hizo su bar mitzvah con un gran festejo familiar y fue un acontecimiento en el barrio. Todo el mundo fue invitado y allí seguramente el vecindario probó por vez primera las especialidades de la gastronomía tradicional centroeuropea.

Cuando cumplió diecisiete años, por ser el único varón de la casa –su padre había muerto y sus suegros se radicaron en Israel- doña Fela lo puso a trabajar en la mercería en los horarios en que no concurría a clase o estudiaba. Chiche, cuyo verdadero nombre era Mauricio como su bisabuelo, era además de buen estudiante un excelente violinista. Muchas veces cuando la madre atendía su venta de cintas, galones y puntillas y él vigilaba a las empleadas de remallado en la trastienda se ejercitaba con el violín, arrancándole una verdadera gama de expresiones que inundaban el negocio y la calle. Y las empleadas adoraban al muchacho, blanco y pecoso como la madre, de gruesos anteojos como el padre, y sumamente simpático como todo dueño de negocio.

Una de ellas, la cuarta y reclutada por doña Fela ante el trabajo doble de las fiestas navideñas, se mostraba especialmente entusiasmada con el joven violinista. Claro que tenía una contra: no sólo era criolla (así llamaba doña Fela a todo el que no formara parte de su colectividad) sino que era café con leche, es decir, mulata. Buena empleada, bien dispuesta, servicial y limpia, puntual para llegar y demorada para irse...pero "swartze". No era precisamente negra; era algo menos: un blanco seguramente se asomó al delicioso pozo de los milagros de su madre, doña Estebana, y le blanqueó un poco el cutis terso y brillante a la muchacha que se llamaba Aurora. "Aurorita" la llamaba doña Fela antes que se diese cuenta de los ojos de carnero degollado con los que miraba a Chiche.

Aurora tenía un cuerpo espectacular, habiendo sacado de la madre ese andar errático como de ánade que hace que las carnes aun no demasiado abundantes dancen en un ritmo ancestral. Un rostro de ojos grandes y húmedos, una nariz poco achatada heredada quizá del padre y una boca diseñada por un escultor perfeccionista, carnosa y suculenta repleta de dientes blanquísimos y bellos.

Si me preguntáis a mí que me parece Aurora, os confieso que era demasiado para Chiche. Pero la niña se había encaprichado del muchacho, se derretía por el trinar de su violín y vamos, que era un partido de no desdeñar.

Ni bien doña Fela se enteró de las familiaridades entre la ex Aurorita y ahora "la schwartze" y su niño de casi dieciocho y carrera comenzada, se puso más pálida de lo que era comunmente.

Claro que echarla sin más, no podía. Acusarla de algún desmán, tampoco porque la schwartze era la corrección personificada y tampoco Fela era una mala mujer: no la quería de nuera y basta, pero de ahí a hacerle daño o acusarla en falso, jamás.

Doña Estebana, la madre de la muchacha, ni hacía proyectos ni hablaba del tema. Su hija trabajaba en un negocio del barrio, estaba bien cuidada y considerada por la patrona, aprendía el oficio de remalladora...Si en algún momento hizo cálculos acerca de esa incipiente relación nadie lo supo. Cada vez que alguna marujilla curiosa le sonsacaba al respecto decía: "Pero no, si Aurorita es muy joven. Y Chiche es judío. Nosotras somos católicas, así que eso no será nunca una pareja." Y sonriendo con su dentadura también fuerte y bella, daba por zanjada la cuestión.

Pero una cosa piensa el marrano y otra el amo.

Es posible que Aurora no reparase en esos detalles. Ella era una chica bonita y basta. Chiche un mocito con mucha preparación y talento, y vaya si la miraba con interés. ¿Cuántas veces no le había sorprendido los minúsculos ojillos celestes detrás de aquellos culos de botella lanzarse en picada para bañarse en su escote? ¿Cuántas veces no le había preguntado qué le gustaría escuchar minutos antes de que doña Fela le interrumpiera el concierto llamándolo al salón de ventas? Por otra parte, Aurora sabía el poder de la imagen que los espejos del probador le devolvían; era bella en su tipo, y podía seguramente aspirar a cualquier hombre por rico, instruído o talentoso que fuese...

Un día escribió una notita breve cuya receta de esquela sacara de un manual del buen decir. Se la colocó entre los turgentes pechos de cobre tibio para que adquirieran su aroma y sus vibraciones esperando la oportunidad de entregársela al hijo de su empleadora.

Mientras las otras chicas estaban afanadas en el remallado de sus medias, apenas Chiche apareció se sacó el papelito y en un santiamén lo depositó dentro del estuche del violín haciendo una seña casi imperceptible con los ojos, como para indicarle reserva.

Chiche, que ni era lerdo, ni perezoso ni de hierro, asintió y volvió al salón de ventas a ayudar a su madre con un proveedor disimulando la ansiedad de saber qué era aquel papelito entibiado de carne morena que dormía ahora junto a su preciado violín.

Al cabo de una hora, más o menos, se despidió de doña Fela con el pretexto de un atraso en el trabajo que debía presentar a su profesor de matemáticas. La mercera, complacida, le alentó a subir sin demora a la casa y ponerse a estudiar "para progresar en la vida, no como esos chicos que desprecian los sacrificios de sus padres".

Los escalones quedaron estupefactos de la carrera emprendida por el muchacho, de común tan modosito. Se metió en su cuarto que ceró con llave por si acaso le diera a la schikse por espiarlo y contarle a la mame, abrió el estuche y leyó la esquela no sin catar su aroma con aire de conocedor aunque seamos sinceros: era totalmente virgen. Rabba Feldskiel decía siempre a los varones de la clase de Talmud que el pecado de Onán no era visto con buenos ojos por el Eterno, porque la simiente de Abraham y de Isaac no debe volcarse en la tierra... Sus narinas se conmovieron aleteando como una rosada mariposa para sentir el fondo de ese misterioso perfume a hembra que olía por primera vez. Era la gloria, el paraíso prometido, la promesa de otros placeres aún más completos y perfectos. La leyó y releyó cien veces:

"si tienes por mí el mismo interés que esta peregrina del amor por ti guarda, házmelo saber sin demora. Espera tu señal impaciente y loca, Aurora."

Claro que había despertado tantas veces con esa sensación que ahora se descubría...pero ahora, ante la proximidad de saciarse, notó cómo bullía su pene revolviéndose en latidos. Fue corriendo al baño, lo trancó desde adentro y se quitó la ropa para percibir el estado real en que se encontraba, la lectura tan solo le había provocado una descarga que amenazaba con dejar duro y acartonado su calzoncillo de interlock. Se desnudó y metió bajo la ducha lavándose con cuidado para comprobar que cuando más lavaba y quería hacerlo recuperar su normalidad, más duro se le ponía llenándolo de deliciosas cosquillas. Un chorro violento y espeso como un latigazo de flema se lanzó sin que pudiera controlar, yéndose a pegar en un azulejo a más de metro y medio. Y otros subsiguientes, subsidiarios, acólitos del primero y capitán, desbordaron la inocente mano que sólo intentaba lavar con cuidadosa parsimonia.

"Claro- pensó- debe ser cierto lo que Chaim nos dijo el otro día, que estamos en edad de debutar. Y yo quiero hacerlo con Aurorita, quiero que ella sea mi primera mujer."

Una vez seco y vestido nuevamente, buscó un block de hojas en su escritorio y redactó una nota:

"Claro que sí, mi vida. Estoy loco por ti. Encontrémonos hoy a las ocho en la parada del 164"

O sea a una distancia muy peligrosa, pues la parada del ómnibus de la cita se podía ver claramente desde la ventana del comedor de su casa. Rectificó: "de la esquina de Monte Caseros".

¿Cómo se la haría llegar? Tuvo una idea: pidió a la doméstica, Carmela –a quien su madre y él normalmente la designaran en yiddish, schikse- que le prepara cuatro sandwiches de pollo, para llevarle a las muchachas del taller. Cuando tuvo el plato preparado puso el papel dentro del de la izquierda, debajo, que podría controlar fuese el destinado a Aurorita.

Ante el asombro de su madre, que si bien no era egoista para nada no acostumbraba a dar merienda a sus empleadas, repartió los sándwiches:

-"Elena, sírvete. Graciela, Emita, Aurora..." - el de Aurora lo entregó por último y trató, pese a su nerviosismo, de hacer una señal que fue captada en el aire por la morenita.

Así preparada, cuando descubrió un objeto extraño mezclado con el pollo, la niña lo puso a un lado de la mejilla y salió al baño para recuperarlo y leer.

Regresó con una sonrisa de oreja a oreja y preguntó a Emita, que era quien la recomendara a doña Fela:

-"Emi, sabes qué dan hoy en el cine Astral?

-"Me parece que una de Rock Hudson y Doris Day, ¿vas al cine?

-"Sí, tengo ganas de hacer algo distinto hoy...

La excusa de salir estaba armada, bastaba avisar a doña Estebana que irían con Emita al cine Astral, lo que implicaba tomar un ómnibus que la dejara en el cruce de General Flores y Lorenzo Fernandez, para lo que era indispensable desde allí subirse en el 164. Chiche entendió.

Ahora, ¿qué excusa podría dar a doña Fela?

-"Mamele, ¿llamó Chaim por teléfono? –era uno de los pocos teléfonos del barrio, ese que negro y lustroso presidía el mostrador de los botones finos- quedó de llamarme para preparar el tema del

Midrash...

-"No, Chichele, no llamó. Pero puedes ir hasta lo de Castro, que te lleva en el taxi. Y combinas con el peón para que te traiga antes de las doce –respondió doña Fela, orgullosa de su hijo tan cumplidor con los deberes espirituales de su fe.

A las ocho, en la parada del 164, Chiche sentado en el asiento de atrás del taxi que manejaba Pololo el esposo de doña Charo que era un veterano piola, pasaba por Aurorita a la que hizo subir junto a sí.

Demás está decir que venciendo su timidez, el muchacho se había sincerado con el chofer.

-"¿Así que vas a debutar, Chiche? Puedes contar conmigo. ¿Tienes plata para el mueble? Te puedo llevar a una buena casa de citas y te espero para que estén tranquilos en la vuelta...

Pololo era un tipo experiente, y le encantaba "apadrinar" debutantes. Cuántas veces comprometía a sus conocidas de la noche, para que estrenaran muchachitos que tenían vergüenza de ir con sus padres a aprender el sabroso oficio de coger. Y le caía bien Chiche, un judiíto gente como pocos según su experiencia personal. Y cuando supo que el manjar sería Aurorita...le felicitó sinceramente.

-"Pibe, que te vas a comer lo mejor del barrio. Tienes que ponerle toda tu dedicación y empeño a esa concha, mira que está a punto de caramelo.¡ No te imaginas que envidia sana!... pero claro, yo soy muy viejo para esa novillita...

Aurorita subió, arrellenándose en el asiento sin reconocer al chofer.

-"¡Adónde vamos, Chiche? –preguntó entre tímida y bien decidida.

-"Vamos a La Quinta de Bartolo que es un hotel de parejas tranquilo- respondió Chiche.

El corazón de la muchacha le daba golpes en el pecho, al fin se le daba...Y una cálida humedad se deshacía en oleajes como una marea de deseos encontrados en su entrepierna.

Llegados al tradicional lugar de encuentros de la Avenida Burgues, el taxi se introdujo en uno de los garages que permanecía con la cortina levantada para que la parejita apease discretamente. Pololo le había dado un sobre conteniendo condones, porque tenía la sospecha que Chiche en su prisa había olvidado el detalle. Y era así, por supuesto.

-"Otra cosa, pibe- le había aleccionado antes- no se la vayas a poner de primera. Con un dedo fíjate que esté bien mojadita antes, así le duele menos. Tengo la seguridad que sea virgen, porque es una piba seria. Espera a que ella esté dispuesta, toma el tiempo que precises. Si no te alcanza la guita, acá estoy yo. Pero este momento es especial en tu vida y en la de ella, disfrútenlo.

Abrazados e impacientes, se metieron puertas adentro mientras el chofer iba a conversar con el encargado, al que conocía de años por razones de su oficio de taximetrista.

Las ropas de ambos volaron en menos de lo que canta un gallo. Las gafas de gruesos cristales de Chiche se apoyaron sin más en una mesilla baja, a la izquierda de la cama amplia y mullida. Sus bocas se exploraron con goloso desespero y sus lenguas se adentraron sondeando sin pausas las gargantas. Él lamió apenas un pezón durito de color ciruela y entusiasmado por los grititos de Aurorita lo chupó y chupó hasta hacerle sentir a la muchacha un minúsculo dolor. Le besó el vientre, le mojó el ombligo, le subió una pierna y exploró la vulva calentita ya abierta de deseo. Tomó el olor que recordaba a fruta con un leve dejo a blinis de caviar, y engolosinado con el delicado descubrimiento introdujo la lengua moviéndola con esa destreza que nadie aprende pero está inscripta en el mapa de los cromosomas. Se aferró al clítoris, curioseando con la lengua en su entorno, lo besó, lo mordisqueó levemente, como si fuese experto en cunnilingus él, que hasta desconocía la palabra...!

Ella le asió el miembro cuya cabeza arrebolada y brillosa perlaba de humedad, lo rodeó con su manita descubriendo complacida su dureza, su tamaño respetable,el calor que emanaba, los corcovos que pegaba complacido por el apretón. Le sobó los huevos, era también su primera vez y se descubrió deseosa y feliz de este acto tan antiguo y natural de calibrar con sus manitas el tamaño del arma del macho que va a poseerla.

Después de dos intentos fallidos, Chiche consiguió deslizar el condón por todo lo largo de su verga, entre los suspiros y ansiedad de Aurorita que quería ser penetrada sin demora.

Recordando los consejos del experto, metió un dedo todo lo que la situación virginal le permitía, constatando que la vagina de la mulatita se estaba deshaciendo en perfumadas mieles. Ella puso los ojos en blanco, y ordenó:

-"Dale, Chiche, no aguanto más. Rómpeme de una vez el virgo, hazme tuya!

Acicateado por la urgencia de la muchacha, se ubicó en la entrada, dando un breve empujoncito tentativo. Entonces ella proyectó hacia delante su pelvis, haciendo que se hundiera un poco más la verga inexperiente. Él cuidadoso, preguntó:

-"La empujo un poco, Aurorita?

Y ella, mordiéndose los labios y yendo de nuevo en busca del chingo:

-"Dale, ahí, con todo...

El dio un nuevo envión y sintió un rumor como de celofán mojado rasgándose, un calor súbito que bajaba mientras su verga circuncisa y triunfante se abría paso como sus ancestros en la toma de Jericó.

No escuchó trompetas, claro. Sólo escuchó la voz emocionada de su chica que decía medio en llanto, medio risueña:

-"¡Mi Dios, la metiste toda bien adentro!...ahora ve sacudiéndola de adentro a afuera, de afuera a adentro, ya casi no me duele nada, ¡dale con fe que eres todo un hombre!

Orgulloso Chiche - no, mejor dicho el adulto Mauricio Sapolinski- comenzó el balanceo ya seguro y firme en busca del placer común.

Fue una noche intensa para los dos, que dio comienzo a escapadas que se convirtieron en costumbre y duraron unos años.

Cuando Chiche se casó con Sarita Weitzman, una chica deslucida de buena y conocida familia judía, doña Fela tras tratarla un mes en la intimidad familiar escribió a su madre y a su suegra que vivían en un kibbutz en Israel:

"Les aseguro después de conocer y tratar más de cerca a Sarita, que hubiese preferido que el nene se hubiera ennoviado con la schwartzele de Aurorita. Sería negra la pobre, pero sin duda mucho más trabajadora y dispuesta, y muy servicial y buena conmigo. No como esta "kurwele" que quiere disfrutar de lo que yo me maté trabajando sin merecerlo y hasta me parece que le pone los cuernos a Chiche con David el de los Hassan. Chiche nunca me contó que se veían con la negrita, pero a una madre nunca se le escapa nada. Y hoy me arrepiento de haberles prohibido que se vieran, convencida que era una buena mujer para mi hijo".

Aurora está hoy felizmente casada con un emprendedor técnico sanitario del que tiene tres hijos y su mejor amiga y consejera comercial es doña Fela, la polaca mercera ya jubilada...