El barrio y su gente (5: La novia del viejo...)
Esa mujer cuarentona nos poseía sin pausa en las palmas de nuestras manos adolescentes. Pero se casó con don Espinosa, que podía ser su padre. Aunque parece que era cierta su fama de garañón.
El barrio y su gente V
La novia del viejo Espinosa
El viejo Espinosa era un vecino de esos que todo barrio tiene al menos uno. Setentón , viudo y con una hija soltera llamada Filomena que se afeitaba bigote y mentón día sí, día no.
Si existía un anciano desprolijo, ese era Espinosa. El pantalón fundilludo, en el culo chato, la barriga de catador de cerveza volcándose sobre el vientre, el pelo duro y amarillento de poco amor al agua. Las alpargatas desflecadas, usadas como chancletas en toda estación, pero con calcetines rotosos en los inviernos para acompañar una bufanda gris apolillada haciendo las veces de golilla y una faja negra de lana que tuvo mejores días.
Infaltablemente los viernes se bañaba - la cuerda del patio era testigo de aquellas prendas puestas a secar, expuestas a la opinión pública como Jesús en ostensorio y reveladas por el tejido de alambre apenas disimulado por una enredadera de campanillas azules- y cambiaba de atuendo porque era su día de putas.
Tomaba el 161 para ir hacia Goes a desahogar el cuerpo en el kilombo de la calle Libres, donde era habitué. Juana "la pila de agua bendita" el mote es claro, todos le metían mano- había trabajado un tiempo allí hasta que vieja para ejercer el meretricio se colocó con cama en casa de doña Mercedes la de altos y se lo había contado a sus jóvenes patrones, quizá mientras les aliviava los adolescentes ardores con el favor de una rica puñeta.
La hija, con un bolsito del que asomaban las agujas de tejer, se iba a pasar la tarde a casa de su comadre a cuatro cuadras. Salían juntos de la casa del brazo y ella esperaba que el viejo se tomase el ómnibus para seguir con paso cansino a su destino de tejidos y radioteatro.
Juana repartió los detalles del vigor de Espinosa a diestra y siniestra, porque los muchachos no pudieron haber diseminado con tanta rapidez y a tanta gente el chisme. Por otra parte, ellos sólo lo contaban a sus amigos y ya aquello era vox populi.
Lo cierto es que todo el barrio conocía al dedillo el cómo, cuando y donde del viejo Espinosa.
Cuando don Luis quedó con un apartamento vacío y puso en la puerta el consabido cartel de "SE ALQUILA", desfiló por allí una romería hasta que una mujer sola fue la que arregló con el propietario y se mudó a la semana.
Era una cuarentona de buen ver, cabello oxigenado (así se decía entonces de las rubias a la fuerza) y un par de tetas que nos provocaba a todos los adolescentes ríos de leche y concursos de "a ver quien la larga más lejos". Muy pintadita ella "pintarrajeada como una puerta" decía mi madre- ropa colorida y justa "vestida de milonga", seguía mi buena madre- con el tocadiscos a todo lo que da "como si esta fuese dueña de una sala de bailes", insistía mi progenitora y mi padre decía:" ¡Ufa, qué lengua, deja en paz a esa pobre mujer!" lo primero que hizo al mudarse fue iniciar amistad con Juana.
-"Dios las cría y el viento las amontona"...adivinaréis quién lo sentenció. Pues, sí. Mi madre.
La nueva vecina, que se hacía decir Chichita ("doña no, que todavía no llegué a cuarenta" decía sonriendo y entornando los ojos cargados de rimmel) fue puntualmente informada de la vida y milagros del viejo Espinosa por su nueva amiga.
_"Mira, Chichita. Este viejo es todo un partido. Yo no me le tiro porque nos conocemos de mi trabajo, pero tú podrías hincarle diente..."
-"¡Ay, Juani! Es que me da un poco de asco. Siempre tan desaliñado, con esa ropa rotosa...
-"Pero hija, si tú lo conquistas le haces comprar ropa que te guste y le prendes fuego a esa montaña de harapos que usa. Es jubilado de herrero, sacó la grande dos veces, es propietario de tres casas en Malvín y de la que vive. Sí, yo sé que es una tapera, pero ya lo convencerás de hacer arreglos, comprar un auto y darte una buena vida.
-"No sé, Juani. Además se baña una vez por semana. Si los sobacos le hieden no quiero saber cómo le apestará lo otro. Y esa hija viejota ahí, como un guardia de coraceros pronta a defender a ese viejo carcamán...
-"La hija nada. Sé de buena fuente que la pobre no se ha casado por acompañarlo."
-"No, no debe haberse casado por no haber quien le hinque el diente a esa belleza. Ji, ji, ji. ¿Será virgo la Filomena? Seguro que sí con tanto pelo en la cara...
-"Déjate de memeces, Chichita. Es tu oportunidad. Ese viejo tiene mucha plata ahorrada, si no gasta más que lo necesario. Pero allá en el queco bien que deja propinas y lleva regalitos...Nada de gran precio, claro. Pero paga bien las conchitas que se come, y no creas que es demasiado exigente.
-"¡Ah!¿No?
-"No, para nada. La pone tipo "papá y mamá", serrucha un poco porque es de acabar lento...que se le para y cómo, te lo digo yo. Y ya sabes, que "antes" pasa por la palangana para lavarle bien el chingo que de paso, no está para nada mal".
"-¡Ah!¿No?
-"-Pues no. Tamaño extra grande, duro como una guampa. Y no es de eyaculación precoz. Mira que nosotras apuramos, por cuestión de negocios... Es todo un semental. Y plata, Chichita, que hoy en día la hay poca...
-"¡Ah!¿Si?
-"Si tu lo quieres lo puedes tener comiendo de tu mano, te conviertes en la dueña de casa y mandas a Filomena a paseo que busque un hombre y se vaya...
-"¿Te parece, Juani? Ay, a mí me da cosa un viejo así...Yo soy de paladar fino...No te niego que tengo cierta experiencia con los hombres, y mucho menos que necesito una entrada ahora que mi ex se fue del país...Pero Espinosa, nunca lo hubiese puesto en la mira.
-"Pamplinas, Chichita. Los hombres son todos iguales. Todos la tienen cilíndrica. Todos quieren una mujer que los mime, les haga su comidita y les diga a todo que si. Y claro, que griten un poco y hagan teatro cuando ellos acaban, aunque ella se quede mirando la luna.
-"¿Te parece, Juani? No sé...voy a pensarlo.
-"Bien haces en pensarlo. Tú mira por tu porvenir, no seas lo tonta que fui yo que tuve un estanciero loco conmigo y como me gustaba la noche y el ambiente no le di corte. Mírame ahora, vieja y sin un perro que me ladre, trabajando de sirvienta para tener casa y comida. Bueno, me voy que la vieja debe estar ya nerviosa y los nenes a punto de caramelo...
-"Que el de ojos claros está para comérselo, lástima que ni llegue a quince años...
-"Pues vaca vieja requiere pasto tierno. Tu déjamelo a mi que ya le mostré para qué la tiene. Tú dedícate a conquistar a Espinosa que ahí está tu futuro. Hasta mañana, Chichita.
-"Hasta mañana, Juani. Buen provecho. No sabes cómo te envidio esa cena de pichoncitos.
-"Je, je, je deja que los niños vengan a mí... y que sea yo quien les muestre el reino de los cielos...
-"Pero Juani, no seas tan hereje, ji, ji, ji. ¡Mencionando las sogas en casa de la ahorcada!
Juana se retiró a sus quehaceres oficiales y oficiosos mientras Chichita, que de ingenua no tenía un rubio pelo, quedó pensando en como acercarse al viejo Espinosa.
La ocasión se le presentó muy pronto y del modo más simple.
Un aldabonazo seco estremeció la puerta de los Espinosa.
-"Buenos días, vecina. ¿Está por casualidad don Espinosa?
-"Pase, que anda por el galpón- rezongó la ursa; y a los gritos: -"¡Papá, te buscan!-
Desde los fondos apareció el viejo con su consabido pantalón fundilludo sin dar demasiado tiempo a Chichita de inspeccionar a fondo los detalles de la vivienda.
-"Buenas, vecina. ¿En qué puedo ayudarla?
-"En mucho, don Espinosa- respondió muy controlada ya que la hija no se despegaba del zaguán, curiosa y mirando con envidia manifiesta el escote de Chichita- resulta que preciso poner unas cuerdas extras en el patio y como sé que usted es herrero, me preguntaba si podría hacerme unas "úes" para empotrar en el muro y tenderlas de allí.
-"Pero cómo no, vecina. No faltaba más. ¿Y tiene quien se la coloque?
-"¡Ay, don Espinosa, por desgracia, no! Mi hermano vive en el interior y la verdad es que yo no tengo herramientas para agujerear la pared. ¿Usted sería tan amable? Dígame cuánto es todo el trabajo para tener una idea...
-"Pero no se preocupe de eso... recortes de fierro no me faltan en el galpón, de esos que uno guarda por cualquier cosa. Y herramientas tengo a rolete. Mire, hasta mezcla tengo para amurar...Quédese tranquila que yo voy y en un ratito se lo pongo.
Filomena no desviaba sus ojos bovinos de la nueva vecina. ¡Qué desfachatez! Haciéndose la mosquita muerta estaba engatusando a su padre, que se babeaba mirándole las tetas levantadas con un Patty Collins de copa preformada y parecían las astas de un toro dispuesto al combate.
-"¡Que amable, don Espinosa! Vecinos así dan gusto...Pero todavía no me dijo lo que me va a cobrar...
-"¿Cobrar? ¿Pero quién habló de cobrar? Favores entre vecinos, como Dios manda.
-"Favores que se retribuyen, no lo dude- pestañeó Chichita mientras la gorda pensaba: "¡Ya me temía yo que esta es más dedicada que la Dolores, la de Calatayud!"
-"Vaya nomás que en cuanto doble los fierros cruzo, y se los coloco- aseguró el viejo Espinosa.
-"Bueno, me voy entonces. Perdone la molestia, vecina. Hasta luego.
-"No se preocupe, señora. El que se toma la molestia es papá...-espetó la bruja.
"¡Pero qué gorda yegua, cómo me mira con odio la muy infeliz! pensó Chichita mientras corría hacia su apartamento a esperar al herrero. Y ahí fue que tomó su decisión: si la hija no la hubiese provocado con su desprecio, todo hubiese quedado en agua de borrajas. Un favor de vecinos retribuido con una torta casera que le salían muy esponjosas, o una cajita de bombones para la cancerbera. Pero esa mirada que la taladraba sin piedad acicateó su pasión por los desafíos y tomó como meta no ser una simple amante del viejo sino casarse por juez y cura y echar a la hija de la casa para mostrarle quién es que manda.
Puso agua a calentar para preparar un café. Dispuso un mantel sobre una mesita baja y encima un plato con pastas dulces cubiertas con una primorosa servilletita de nansú, una monada de encajes. Retocó sus labios carnosos, verificó el perfume, arregló la onda rebelde del cabello y por si acaso se colocó en el nacimiento de los senos unas gotitas del extracto que guardaba para ocasiones especiales. El viejo se lo merecía. No, el viejo Espinosa no, Filomena. Era una guerra sin cuartel entre ella y Filomena.
Al rato el timbre suena y Chichita con una sonrisa radiante abre para introducir en la santidad de su hogar al viejo herrero, muy peinadito a la gomina y cambiado de ropa, pues no era la misma que tenía un poco antes.
-"Pero, qué rápido, don Espinosa...si no era de tanto apuro!
-"Con permiso, vecina. Pero qué casa linda tiene...y tan solita...
-"Sí, por desgracia...menos mal que hay un vecino como usted, considerado con una mujer solita y sin herramientas...
-"Herramienta a mí no me falta, para lo que necesite. Es cuestión de pedir y Espinosa corre, vuela, herramienta en mano...- cachondeó el viejo.
-"¿Le muestro el patio? Pase por aquí. Pero no se fije del desorden...(La casa era un jaspe, y ordenada, mucho más que una escena de mobiliario de revista)
-"No se preocupe, que yo no puedo mirar otra cosa que no sea a usted, vecina...
-"Ay, don Espinosa, qué cosas dice...mire que me pongo colorada...-le abrió sólo la mitad de la puerta para que él, para poder salir al patio, no tuviese otro remedio que frotarla.
-"Dígame donde le hago el agujero...
-"¿Dónde le parece mejor?- levantó el brazo ella y una oleada de perfume se expandió frente a las narices poco acostumbradas a tales aromas de Espinosa- ¿Le parece bien acá?
Por el rabillo del ojo Chichita vió el bulto que la delantera del pantalón exhibía, y tomó nota del tamaño, que no era ni por asomo una exageración de Juana.
El viejo sacó de su morral de loneta un ramplún y una maceta mientras respiraba agitado, y a ojo calculó el lugar donde horadar la pared. En un abrir y cerrar de ojos agujereó, colocó el hierro en forma de herradura y de una bolsa de plástico tomó una porción de argamasa que diestramente distribuyó con un cucharín. Hecho, tendió un cordel largo hacia la otra pared pidiendo a Chichita que viera si iba derecho.
-"Sí, don Espinosa, a mí me parece que va usted bien derecho. Yo no sabría hacerlo tan bien...¡Lo que es tener un hombre en casa cuando uno se muda y hay tanta cosa que poner!
-"Pero ya le dije, vecina. Cuando precise poner algo donde sea usted me llama, que yo vengo y le pongo todo lo que usted quiera.
-"¡Ay, don Espinosa! ¡Qué amable es usted! Mire, si no fuera porque no nos conocemos y no quisiera que pensase mal de mí o que abuso de su gentileza, le mostraría lo que tengo para poner en mi dormitorio...
-"Pero mujer, ¿para qué está Espinosa? Ya le dije que no tengo problemas. Ni compromisos de ningún tipo. ¿Qué quiere poner en su cuarto?
-"Me compré en un remate un espejo y me gustaría ponerlo a los pies, frente a la cama. Es que estoy tan sola que así me hago la idea que tengo compañía cuando estando acostada me mire.
-"Muy bien, veamos dónde quiere su espejo...
-"Venga, es por aquí. Pero no se vaya a fijar en el desorden. Hoy todavía no doblé la ropa que saqué de la cuerda, porque hasta que usted me hizo la nueva tenía tan poco espacio...
-"Ya quedamos en que no voy a mirar nada...sólo a usted.
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-"Bueno, pase. Después de todo, ¡no va a sustarse al ver mis bombachitas!
-"Faltaba más...verlas debe ser un premio destinado a los santos, y yo no soy un santo, vecina. La respiración del viejo Espinosa se había acelerado al sentir la palabra "bombachitas", pero al entrar al cuarto y ver aquella cama con colcha de satén color salmón y en una silla prolijamente doblado en el respaldo un deshabillé de encaje y en el asiento dos bombachas blanquísimas y un sostén haciendo juego, se disparó.
A los pies de la cama, adosado a la pared en un ángulo de treinta y cinco grados un espejo enorme más fino y grande que los del prostíbulo al que regularmente visitaba- reflejaba seguramente todo lo que podría hacerse con aquella apetecible hembra tan solita, apetecible y desprotegida.
Sin pedir permiso se sentó a los pies de la cama frente al espejo, como imaginando una escena de sus sueños más peregrinos.
-"¿Le gusta, don Espinosa?
-"¿Lo qué, Chichita? ¿Usted? ¡Si me tiene loco!
-"¡Ay, don Espinosa! ¿No le parezco muy feuchita, de verdad? Yo desde que me mudé aquí lo observaba, porque me hace acordar tanto a mi papá...
-"Pero no, Chichita...usted de fea no tiene nada. Yo también la miraba desde lejos porque bien podría ser su padre y no me gusta hacer el ridículo, aunque todavía estoy en buena forma.
-"¡Ay, qué suerte, don Espinosa! No se imagina la paz que me da al saber que no le soy indiferente...Le voy a confesar una cosa...
-"¿Qué no precisaba esa cuerda extra? Ya me lo figuraba... No se haga problema.
-"¡No, no, don Espinosa! No se trata de eso, que sí la precisaba aunque no con urgencia. Es sobre mis fantasías... Yo puse ese espejo allí pensando en usted, en cómo nos veríamos desnuditos haciendo cositas usted y yo frente a él, viéndonos gozar como si se tratase de dos personas extrañas.
-"Chichita, yo estoy a su entera disposición. ¿Quiere probar cómo este viejo todavía es capaz de resistir un buen rato haciendo piruetas sobre una cama?
-"¡Ay, sí, sí quiero, don Espinosa! Pero, ¿no pensará después mal de mí? Porque los hombres siempre después que consiguen de nosotras la entrega incondicional a sus pasiones las abandonan tildándolas de putas...
-"Pero no, Chichita...¿cómo cree que voy a hacer semejante canallada? Soy un hombre mayor y serio. Para mí es un honor que una mujer tan deseable como usted me hubiese tomado en cuenta.
-"Venga, don Espinosa. Déjeme sacarle y doblar la ropita...a mi me gusta servir al hombre como se debe.
Chichita puso manos a la obra, desprendiendo la camisa y doblándola por las costuras, retirando el cinturón y haciendo de él un rollo, desprendiendo el pantalón y creando una raya imaginaria para poder colocarlo encima de la ropa masculina. El bulto que pugnaba enloquecido por liberarse de los calzoncillos de madapolán era asombroso. Lo rozó para comprobar con su tacto de veterana su dureza y tamaño. La inspección de su mano fue mucho más que satisfactoria. Fue deslizándolo hacia abajo por la cintura, muy lentamente, para descubrirlo en toda su gloria surcado por gruesas venas y a medio descapullar, asentado sobre un par de huevos llenos y gordos vestidos apenas por una pelusilla cana que de tan calientes se agolpaban a la base gruesísima del pene. Quitó los calcetines sin dejar de notar una quilla desprolija y también los plegó para unirlos al conjunto sobre la silla.
Sólo entonces se deshizo de sus tacones y subió triunfal a la cama, una pierna a cada lado del cuerpo fuerte del viejo. Con el aire experto de una bailarina de cabaret alzó el vestido que retiró por los brazos, incrementando un clima de deseo. Desprendió el broche del sostén, permitiendo que sus pechos ahora libres y plenos en su dorada tersura oscilaran un poco a escaso metro y medio de los ojos ávidos del herrero. Claro que dobló ambas prendas, pero con un remedo de basquetbolista los encestó sobre la pila en el asiento de la silla. Fue bajando sin prisas la bombacha, levantó primero la pierna izquierda para quedar de pie sobre el viejo como una espléndida garza desnuda a medias. Luego la derecha, y libre, pasó adelante y atrás la bombacha entre sus piernas frotando con ellas la rosada piel húmeda de la vulva que el vecino observaba con delectación. Siempre desde arriba, separó las nalgas con sus manos para darle el espectáculo de su ano pequeñito y oscuro que prometía placeres sin pausa. La respiración de don Espinosa era como un tren roncando sobre las vías. Los ojos eran vidriosos de deseo y la punta de la verga emanaba un minúsculo brote transparente que señalaba sin duda un torrente posterior que ya procuraba su canal para poder volcarse. Se hincó, acarició el cuerpo del hombre con el mentón explorando el aroma, y para su tranquilidad, olía a jabón de lavar, pero a jabón al fin. Él, embelesado y sin costumbres de proemios, la dejaba hacer. Apoyó sus labios en el tronco de la pija y abriéndolos bastante, propinó un débil mordiscón sin dientes. Espinosa se estremeció, de eso no tenía noticias... La lengua de Chichita lamió el glande y repasó los bordes inferiores constatando su limpieza, de modo que sin asco la engulló y aspiró con suaves movimientos de mejillas varias veces para después llevarla hasta su garganta disimulando el ahogo. Espinosa se hacía aguas, chocolate derretido, manteca fundida con su pija tratada por esa boca golosa a cuerpo de rey. Cuando supo que lo tenía embelesado se echó a un costado boca arriba con las piernas hechas una escuadra para solicitar su intervención.
-"¡Ay, don Espinosa, piense de mí lo que quiera, pero mónteme! ¡Hágame dichosa, aunque solo sea por hoy!
Ni perezoso ni descortés Espinosa se introdujo en el manjar tan liberalmente ofrecido y la poseyó asombrándose de la estrechez de esa concha que se había rellenado antes- sin que él lo supiese, claro- con un trozo de esponja, receta de las hetairas pasada por Juana.
Chichita no tenía a mano una piedra de alumbre, que de buena gana se habría frotado en el chochín para darle la justeza de un guante y la atractiva semivirginidad capaces de adquirir maridos.
-"¡Ay, mire, mírenos qué chanchitos en el espejo, don Espinosa!- le acuciaba ella, sabiendo que la escena lo pondría más cachondo si cabe.
-"¡Pero no me digas más don Espinosa, Chichita! Llámame por mi nombre, Ildefonso. Sí, qué cosa linda verse en un espejo...Te aseguro que nunca vi nada igual.
-"Me promete que no va a pensar que soy una degenerada, ¿verdad, Ildefonso? Hace tanto que no tengo relaciones que tengo miedo de no darle mucho placer por falta de práctica...
-"Pero qué va, Chichita, si me siento en la gloria. Y es cierto, tienes muy cerradita la pepita. Vamos a tener que darle y darle con cuidado y cariño para que se ponga bien feliz y rozagante...
-"Sí, Ildefonso. Está muy apretada, pero usted tiene muy grandote el pirulín. Espero que de aquí a unos meses cuando se me haya dilatado no me abandone diciendo que soy una floja...
-"¡Pero Chichita! ¿Cómo puedes pensar eso de mí? Si no fuera que soy tan mayor me atrevería a pedirte que te casaras conmigo.
-"¡Ay, Idefonso! ¿Casarnos? Pero ¿qué pensaría Filomena, pobre, tan dedicada a cuidarlo? Lo más seguro es que pensara que quiero aprovecharme de su soledad...
-"Lo que Filomena piense me tiene sin cuidado. Yo hace tiempo que pensaba en lo agradable que sería tener una compañera cariñosa como tú. No soy hombre de mucho estudio pero tengo un pasar digno y podría si tu quieres ofrecerte un matrimonio honorable y mi fidelidad.
-"¡Ay, Ildefonso, ¿no cree que es prematuro? ¿Y si un día se cansa de mí? ¡Yo me muero! ¿Y si Filomena no me acepta? ¡Yo sería incapaz de meterme como una cuña entre un padre y una hija tan dedicada...
-"De Filomena me encargo yo, Chichita.
Mientras tanto, como buen herrero que era, dale que dale el martillo sobre el yunque de Chichita, viene y va, viene y va. Pum, pum, pam.
( "Qué resistencia tiene mi novio- pensaba la reciente prometida- pero la verdad de las verdades es que Juani no exageró para nada. Coge como los dioses. No tuviera unos años menos...porque ¿cuánto tiempo más puede vivir? Yo tengo cuarenta y tres aunque declare cuarenta, y digamos que a este tren de cogérmelo mañana y noche tal vez en ocho o diez años pueda ser una viuda rica...Pobre Espinosa, qué yegua soy. Pero bueno, una es humana, ¿no? Qué pija fantástica, y cómo demora en acabar...Con cincuenta y tantos y buen pasar hasta puedo darme el lujo de algún viajecito y un amante joven. Ay, que yo ya me vine como dos veces y Espinosa nada...pero mejor no lo apuro que me hace buena falta un polvazo. ¿Qué horas serán? No me vendrá ahora la Juani a interrumpir, por Dios. ¿Y qué pensará la bigotuda?¿Qué le secuestré al padre?Si, que se lo secuestré no cabe duda...pero que se siente a gusto en la cárcel de mi conchita también es cierto. Mmm, ah, un pijazo màs y me vengo en tercera o cuarta...así, así, Ildefonso. Ah, qué bueno...sí, en diez años cogiendo con este ahinco se me queda encima; no encima no, que eso es feo... Que se muera de muerte natural, pobre. Pero que ponga alguna de esas propiedades a mi nombre; y el tiempo que le quede me coja sin piedad. Ya le voy a explicar que a las mujeres nos gusta la fiestita...)
-"Chichita, mi vida, ¿me perdonas si ya me voy a acabar? No aguanto más...
-"¡Ay, Ildefonso, pero claro, mi tesoro! ¿Cómo no voy a disculparlo si me hizo acabar como cuatro veces...usted es un diablito en la cama, Espinosa. Acabe, acabe, está usted en su casa....
-"Mmmmm .ah, ah, ah, Chi chi taquemevengo ah...ah....ssiiii!
Explosiones varias, cohetes, terremotos y tsunamis. Don Espinosa se vació completamente dentro de Chichita que, pese a llevar dentro una esponja que duplicó o triplicó su volumen, se sintió anegada. Una mancha comenzó a extenderse sobre la colcha color salmón ("Qué horror, tengo que ponerme a lavar la colcha, mira que mancha") cuando Espinosa se retiró, con la verga todavía firme y tumefacta. Las paredes de la vagina de Chichita, libres de la opresión, pugnaron por contraerse y al hacerlo estrujaron la escondida esponja produciendo un copioso babeo que puso al viejo herrero muy orondo.
Ella fue al baño a retirar el adminículo y a higienizarse, y cuando hubo tirado dentro del tacho de la ropa a lavar la esponja, lo llamó. Con tierna solicitud lo lavó muy bien, le puso un toque de su desodorante en las axilas ("Atención: debo recortarle un poco ese vello que está muy espeso y descuidado"), lo secó, lo entalcó. Era un bebote grande ese novio recientísimo. Pero claro, un bebote que hacía un verdadero arte del coger. En el dormitorio, de nuevo, lo ayudó a vestirse, con la ternura y solicitud de una madre, de una esposa. En la puerta lo despidió con un largo beso, que vaya si se lo merecía...
Volvió al baño y se sentó en el bidet para refrescarse el coño que tenía hecho un horror. "¡Ay, cuando sepa Juani! Seré la señora de Espinosa en poco tiempo. O la viuda. La desconsolada concha viuda de Ildefonso Espinosa. Ay, Ildefonso...ojalá vivas muchos años. Pero qué fantástico este viejo Espinosa...."
-"¿No te lo decía yo? Mira, Chichita, que sabe el diablo más por puto que por diablo.
-"¡Ay, Juani, que no es así: es por viejo, no por puto...
-"Que lo mismo da, una puta vieja sabe más que el diablo. ¿Así que te lo levantaste? Bien por ti. Ya te veré yo de nariz empinada olvidándote de los pobres...
-"Nada de eso, Juani. No te equivoques. Ya verás que cuando enviude- ojalá sea en mucho tiempo, pobre viejo- nos iremos las dos de viaje a gastar la herencia en trapos y copas.
-"Dios te oiga, hija. Que con dinero, te lo digo yo, nunca pasarás frío ni calor ni necesidad de palos para zurrar tu pepa...
La parroquia era un diamante de luces multiplicando ramos y ramos de rosas color salmón. El padre Ordóñez, que había celebrado la primera boda del viejo Espinosa se empecinó en bendecir la segunda aunque casi no veía el librillo ceremonial. Pero como los curas tienen memoria...Les arrojaron arroz en abundancia, como es debido. La amargada de Filomena pensaba que era un derroche: "Menuda paella para dar a los pobres con todo este arroz tirado sobre esta puta".
El padre Ordóñez que pese a estar casi ciego no era nada tonto, acercándose a saludarla le decía a la sordina:
-"¡Caridad, hija! ¡Caridad!
-"En la caridad pensaba, padre- respondió Filomena- en la que empieza por casa.
Pero que Espinosa andaba limpito y prolijo era un hecho. Su vestuario viejo había sido quemado en un auto de fe estético en el terreno, siendo sustituido por ropa nueva comprada en "Los Cuatro Ases". Comenzó a ir impecable, afeitado Chichita lo enjabonaba con la brocha de pelo de pecarí, le pasaba la navaja bien asentada, le terminaba con unas palmaditas de agua de lavanda. ¿Alpargatas bigotudas? ¡Por Dios! Zapatos cómodos de buen cuero, franciscanas en verano. Dieta de bajo colesterol, comida balanceada, pocas carnes rojas. "A ver, Ildefonso, déme la patita". Y le recortaba con esmero las uñas de los pies. "La otra, mi santo". Y le hacía masajecitos con una crema alcanforada. Espinosa era un rey. Tanto que Filomena tuvo que hocicar y reconocer que Chichita podría ser una puta los ruidos inequívocos del dormitorio de su padre, dos y hasta tres veces al día por lapsos extremadamente dilatados hacían pensarlo- pero lo tenía bien cuidado y lo hacía feliz. Y bien que la vigiló con la persistencia de un lebrel, con la ávida porfía del cochino cuando se huele una minúscula trufa...Nada. Era intachable.
Apenas sonaba el teléfono que "ella" había insistido en conectar Filomena se iba corriendo a su dormitorio tropezándose con todo, cubriéndose de moretones para levantar la horquilla del derivado y escuchar para pescar la traición. Y nada. Oculta como una sombra cuando conversaba con Juana aguzaba sus sentidos más que las Gorgonas para descubrir el complot...pero tampoco.
De modo que comenzó a salir más, a hacer tareas en la parroquia, a ayudar en las tómbolas. Y allí conoció a un viudo de su edad, católico ferviente con un hijo de nueve años necesitado de una madre que lo guiase. Noviazgo corto, casamiento, casa propia, un niño que si bien no era suyo la adoraba y respetaba. Y sobre todo, sexo. Comenzó a destilar normalmente sus hormonas y en poco tiempo su vello facial comenzó a debilitarse. Hasta su padre lo notó, porque un día, a boca de jarro, le espetó:
-"Parece que a mi hija le hace bien la tripa gorda...
-"¡Papá!- gritó entre azorada y divertida, porque es evidente que ella creía lo mismo.
Pasaron diez años, entre sesiones de sexo cada vez más perfecto y completo entre Chichita y el viejo Espinosa. Uno pasaba cerca de la casa a la mañana, y se escuchaba el jaleo. En los silencios de la siesta, espantando a las cigarras, lo mismo. A puesta de sol, puesta de verga. Y a la noche, un poco más, para no perder el ritmo. Una madrugada volviendo de un baile con los muchachos, escuchamos los gritos de Chichita y los bufidos de Espinosa. Los gritos de Espinosa y el bufido de Chichita. Y nos fuimos a dormir, divertidos con el ruidoso despliegue.
A la mañana siguiente al ir por el pan del día me sorprendió ver el servicio fúnebre frente a la casa de Espinosa. La puerta abierta, de par en par. Entraban un féretro de caoba lustroso con manijas de bronce cincelado, una corona y los elementos de la capilla ardiente.
"-No es para menos- supuse- el viejo Espinosa cantó flor después de tanto darle a Chichita." Llegué a casa con la noticia, apenado por la muerte del herrero a quien todo el barrio apreciaba.
-"Estás equivocado- me aseguró mi madre- no fue Espinosa quien murió, sino Chichita. Parece que sufría del corazón sin saberlo, y le dio un síncope esta mañana mientras tomaban el desayuno. Pobre mujer. La verdad que de milonga era solo el aspecto...