El Bardo y la Lechera
Albany, TPManchego y yo os traemos un relato continuación de Muérdago Blanco y Tres Hermanos. Seguimos tras la ajetreada llegada de Cristian a la casa de Marcus. Aventuras y sexo con pizcas de fantasía.
Llegado ha el momento de que Cristian el Bardo les cuente a sus hermanos Eugene y Marcus y a Roberto porque ha estado a punto de convertirlos en una pira humana. Cristian dejó el tazón de barro, ya vacío, a un lado, carraspeó y comenzó a hablar, muy serio.
★★★
Miré durante unos segundos como mis hermanos Marcus y Eugene se peleaban por los últimos dos bollos que quedaban dentro de la cesta con Roberto el rudo y fornido leñador. Era increíble que estuviéramos desayunando como si tal cosa, después de una larga noche en la que una riada de sexo se había desbordado sobre nuestros cuerpos haciendo que todos necesitaramos con urgencia un baño.
Los restos de lefa esparcidos y enredados en nuestros fornidos y velludos cuerpos, estaban algo resecos haciendo que la piel se nos notara tirante, pero en ese momento mis acompañantes solo querían que les contara mi historia.
Para mi todo aquello era nuevo, no por el hecho de haber estado toda la noche follando hasta caer rendido, sino porque esta vez en lugar de haberlo hecho con hembras había terminado desatando una locura en la que el incesto y el sexo gay en todas sus variantes. Recordaba con fervor como mi culo había terminado siendo asaltado a traición en una penetración múltiple que había logrado que todavía lo notara algo abierto, y sobre todo andaba algo avergonzado por notar lo mucho que me había gustado el ser rellenado con blanco y espeso merengue de macho, hasta acabar pareciéndome a un bollo preñado como el que devoraban en esos momentos mis hambrientos hermanos.
Pero mi vergüenza no venía por el hecho de que hubiera cruzado la línea pasando de ser un macho heterosexual para convertirme en una vulgar puta viciosa a la que le gustaba tragar rabos. Con mi torpeza por poco acabó logrando que mi hermanos Marcus y Eugene murieran siendo devorados por unas llamas prendidas por una muchedumbre enfurecida que nada tenía que ver con ellos pero que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa si a cambio de ello lograba una buena bolsa llena de Orgasmos. Esa gente movida por la ignorancia reinante en esas tierras y por los muchos prejuicios que tenían hacia lo que no conocían hubieran sido capaces de matar para después preguntarse porqué lo había hecho. Fue toda una suerte que Roberto hubiera aparecido esa noche para poner algo de cordura en todo ese desenfreno.
Terminé mi café y volví a mirarlos a los tres. La esposa de Roberto acababa de salir hacía el mercado con la cesta de mimbre bajo el brazo, no sin antes darle un fuerte morreo a su marido que logró erizar en el un empalme brutal bajo el pantalón. el hombre se levantó para recolocarse el pollón delante de nuestras narices. Lo tenía duro a reventar, pero mi mente no quería volver a pensar en ello. No deseaba terminar tumbándome en esa mesa para pedirle que me volviera a follar de nuevo.
Bueno, si lo deseaba, pero esos deseos homosexuales los había llevado hasta ahora en secreto y no quería que se manifestaran ante los demás de forma tan contundente y rápida. Ahora que había abierto la caja de Pandora no podía permitir que la esperanza de seguir siendo como era antes de esa noche se escapará para siempre de esa prisión.
-Todo comenzó casi un año atrás, un día que yo llevaba leche a Dorina, la esposa del alcalde, el Señor Shulz. Comencé a hablarles viendo como su atención se centraba en mi olvidándose por unos instantes al sobeteo que Roberto le estaba dando a su dura herramienta
-Ella parecía estar enfadada, por lo visto mi retraso en la vaquería de la familia Zelenac, donde tres amables muchachitas se ofrecieron a enseñarme como se debe ordeñar “leche fresca” de un macho como yo, le había supuesto un retraso en su labor.
Me dijo que dejara las ánforas de leche en una sala adyacente, como de costumbre. En esta hacía mucho mas calor, pero Dorina me prohibió taxativamente quedarme con el torso al aire, tal como era mi intención.
Ella me miraba de reojo, mientras hacía sus tareas, mezclaba el cuajo con hierbas silvestres y las metía en cinchas de esparto. No pude evitar quedar embobado viendo como salaba una de estas y, con sus gráciles manos, lo metía dentro de un cajón de madera y cerraba, para dar cierta presión. El suero comenzó a salir por todos lados derramándose hasta llegar a la punta de mis pies. Tenía la consistencia y el aspecto que suelta el presemen de mi polla y que tanto les gusta lamer a algunas mujeres.
La visión me calentó y al ver como su canalillo se veía presionado haciendo que sus tetas se abrieran ante la presión lograron de nuevo lo imposible. De nuevo volví a notar una presión en mi entrepierna. La ejercía mi polla, tiesa y pugnando por escapar del pantalón. Ya sabéis que yo nunca uso ropa interior, pues es la mejor forma de enseñar a las mozas lo que les traigo para que “coman”, pero Dorina me hizo el mismo caso que se le hace a un eunuco.
Me acerque a ella y me ofrecí a levantar yo mismo esas dos pesadas cinchas de esparto haciendo que el suero mojara mi ropa dejando que se notara todavía más el empalme brutal que calzaba pero ella nada parecía no darse cuenta de que no quería salir de allí sin calzarmela.
Había llegado hasta allí molesto pensando en porqué me tenía que tocar ser yo quien llevara la leche a esa frígida, a la que no quería ni ver. Pero al verle el escote se me paso el cabreo. En el fondo, sabía que solo me haría caso si me la sacaba para meneármela hasta terminar corriéndome en uno de los cántaros.
Si, si, ya veo vuestras caras de desconcierto. No os sorprendais tanto, en multitud de ocasiones han llegado los cántaros de leche de vaca mezclados con mi leche de macho. Pero nunca habéis dejado de comer sus quesos, ¿no?
Volviendo al tema, Dorina me miraba de una forma que cualquiera diría que anisara acabar con mi vida, y yo traté de ignorarla, mientras hacía mi trabajo en silencio. Pero ella fue quien empezó, como hacía siempre.
-¿Esperas se te pague por llegar tarde? ¿O por andar teniendo sexo con media aldea? ¿O prefieres que lo haga por acabar malogrando la exquisita leche de vaca que portan esas cántaras?
Traté de hacerme el loco, pues no traía nada bueno el entrar en las provocaciones de esta mujer y seguí cascándomela.
-¿Acaso no crees que mis cantaras producen tambien buena leche?. Le contesté al ver como ella no le quitaba el ojo a mis bamboleantes huevos.
-No te hagas el loco, sé lo que pretendes perfectamente. Me recriminó mientras apartaba la cantara hacía un lado para evitar que se la malograra
Había salido ella misma a por la segunda cantara. Mi mano seguía agitándose notando como ella poco a poco se iba centrando cada vez en el violento balanceo que le estaba imprimiendo a mi rabo. Ella se me puso delante, cortándome el paso. Su mano se acerco temblorosa hasta mi polla. Sabía que esa cuarentona de mierda caería en mi trampa. ¡Todas las hembras lo hacían!
De pronto el gesto le cambió por completo, tornándose en uno de placer. El atractivo de la familia Detrei, empezaba a hacer mella en ella, como ya sabéis, todo el mundo termina cayendo víctima del deseo cuando se acerca a nosotros.
-Cristian, ¿no empieza a hacer calor?
Me pregunto mientras se insinuaba de forma notoria.
Se abrió el cordón de su blusón blanco, dejándome ver sus pechos, bastante firmes para su edad, y cubiertos de pecas. No es que me pareciera particularmente excitante, pero era una hembra y a mi lo que me gusta es eso, … ¡Las hembras!, la cosa es que hasta ese día en particular nunca había prestado atención a Dorina, pues solo era una amargada de coño estrecho. Y sin embargo… comprobé sin quererlo como mi magia al final hacía efecto en ella.
Ella estaba poniéndose cachonda. Llevaba sus castaños cabellos recogidos en una coleta, que no dudó en soltarse. Puso una sonrisa pícara en su rostro. Había pecas en sus regordetas mejillas, las cuales estaban un poco coloradas por el calor del fuego sobre el que cocinaba su cuajo. Como ya dije podía ver sus generosos pechos, bajo su camisola blanca, pero lo más espectacular me aguardaba bajo esa falda verde de lana que llevaba, aunque tardaría unos minutos en poder verlo.
Se acerca y me abrazó, juguetona. Me desata el pantalón y tira de él hacía abajo haciendo que mis piernas queden desnudas y mi verga salte juguetona de una lado a otro. Los dos nos reimos, dispuestos a seguir jugando
-Por favor Dorina, no sabes lo que haces. Cuando empiezo algo no me gusta dejarlo a medias. Le recalco para hacerle saber que no pienso consolarme solo con una paja. Quiero que sepa que no pienso salir de alli sin follármela.
Dorina estaba totalmente desatada, comiéndome la boca, metiendo su lengua tan adentro de mi boca como podía y arañandome la espalda. En condiciones normales no hubiera tenido que pensármelo mucho, pero en esta ocasión estaba Shulz, el único hombre al realmente hay que temer.
-¿Qué haces, hijo de puta? ¡¡Fóllame!!
Me dice al ver como empiezo a pensar en que aquello que estamos a punto de hacer puede ser una locura.
-¡¡Aléjate de mi!!
Le contesto después de empujarla tratando de alejarla de mi lado. Ella se me abalanzó, me lamió el cuello. Estaba fuera de sus cabales. Sus manos llenas de cuajo, agarran mi dura verga. Me masturba. Yo estaba a la vez excitado y molesto. Dorina se despojó de su blusa, me abrazó y pude sentir el calor de sus maduros pechos. Me siento tomado por un deseo incontrolable, se que dentro de poco no podré parar.
Volvemos a besarnos, con locura, pero esta vez no me siento forzado. Todos los tabús cayeron en un solo instante. Despejé la mesa, tirando los quesos aún a medio elaborar por el suelo. Le remangué las faldas a la quesera, viendo que la muy puta no llevaba ninguna prenda de ropa interior. La puse encima de la mesa y, sin más preámbulos o cariños, se la clavé en ese húmedo y caliente coño.
Dorina reía y gemía, poseída por la más obscena de las pasiones. Yo tomé sus pechos entre mis manos, estrujándolos.
-¡¡Sigue, cabrón!! ¡¡Clávamela hasta el fondo!! ¡¡Destrozame!!
Yo seguí, sintiendo mis cojones chocando contra su cuerpo, el sonido de nuestras pieles aplaudiendo y la melodía del sexo retumbando en mi corazón y mi cerebro. Casi fue tan desbocado como cuando me atravesasteis por todos mis orificios con vuestras pollas, pero en esta ocasión yo era el que follaba. Y tenía el mismo control de mi cuerpo que con vosotros tres, que es ninguno.
Como era previsible me derramé en su interior, exhausto. Ella quería más. Notaba un brillo despiadado en su mirada, sabía que era peligroso seguir allí, pero Dorina quería más sexo. Sexo desenfrenado y sin límites. Yo estaba al límite de mi cuerpo, así que solo hice lo que debí haber hecho desde un primer momento. Me subí los pantalones, cogí mi camisa, que se hallaba rasgada, y salí corriendo. Dorina gritó, fuera de sí.
-¡¡Vuelve, hijo de puta!!
Pero no volví ni tan siquiera la mirada, simplemente corrí. Y corrí. No paré hasta llegar a la seguridad de mi casa.
★★★
Roberto se había excitado notoriamente escuchando esa primera parte de la historia, aunque no llegaba a entender porque unos sucesos ocurridos hace ya un año fueran la razón por la que Shultz quería ver muerto a Cristian. Marcus se planteaba la misma pregunta. Sin embargo Eugene solo se estaba preguntando a sí mismo si en ese momento sería adecuado bajarle los pantalones al rudo leñador, tomarle su gruesa y dura verga, y tragarla hasta sentir sus chorros de semen desbordando en su garganta.
-Bien, hace un año, según lo que cuentas, Dorina te… violó.
-O ... tu la violaste a ella.
Exteriorizó Marcus, con un tono que mostraba sus dudas.
Roberto también se dispuso a expresar sus dudas a Cristian.
-Bien, ¿esto que tiene que ver con lo de anoche?
-Si me dejáis os terminaré de contar.
Exclamó Cristian, frustrado por ver como no parecían tener interés alguno en su historia.
Eugene no contestó tenía la boca llena de polla. Se había deslizado discretamente y metiéndose debajo de la mesa se había puesto a mamar el duro rabo del leñador. Roberto soltó un suspiro notando como sus pantalones eran deslizados hasta sus tobillos mientras el mas mamon de los tres hermanos se esmeraba en sacar de esas pelotas su duro y apetitoso cuajo.
-Vale, hermano, te escucharemos. Te violó y… ¿qué más?
Terció Marcus, dándole a entender a Eugene que a pesar de estar trincándose a su amante delante de sus narices podía permitirse tal licencia.
-Bueno, la cosa continúa unos meses más tarde...
★★★
Fue durante las Fiestas de la cosecha, en el mes de mayo. Había buscado mil una excusas para no volver a encontrarme con Dorina. Pero Baton Dur no es una aldea grande, y en las fiestas al final acabamos encontrándonos todos.
Era un día soleado. Hacía calor, demasiado para ser hasta soportable el llevar ropa encima. Yo al menos desperté sin ninguna, en la cama de Belle, la hija del librero. A todo esto, ¿vosotros alguna vez habéis comprado algún libro? ¡¡No sé si alguien lo habrá hecho alguna vez!! ¡¡Leer!! ¡¡Que absurdez!!.
Bueno, lo dicho, desperté al lado de esa belleza de cabellos morenos, ojos azules y labios carnosos. Me miraba con una picardía juguetona en el rostro.
-Bueno, mon petit, ¿y que haguemos hoy?
Me dijo, con su cerrado acento campesino. Como acostumbro a hacer con todas las damas le mentí.
-Podemos caminar bajo el tibio sol, dejar que nos bañe con su calor.
-¡¿Al fin mostrgaguemos nuestgro amog al mundo, cherry?!
Yo tuve un segundo de duda, pero opté por besarle en los labios. Quería acallarla antes que dijera algo realmente inconveniente.
La tomé entre mis brazos. Los rayos del sol iluminaban su cabellera. La sostenía del talle, tan fino y delicado como el tallo de una rosa. Su espalda terminaba en unas nalgas hermosas, que desde mi punto de vista se veían como un corazón. Le agarré las nalgas. Propiné unos buenos azotes. Escuché sus gemidos de placer, disfrutando con ello.
Pero escuché otra cosa, algo que me hizo tomar la decisión de vestirme a toda velocidad, salir por la ventana e irme, aunque antes me asomé a la ventana para lanzar un beso a la hermosa Bella. ¡¡No imagináis las cosas que me hubiera dicho Maurice, el padre de Belle, de haberme pillado en su casa follandome a su hija!!
Ya estaba en la calle, había fiesta y pensé que era el momento de pasarlo bien. Primero pasé por mi casa, a por algo de dinero. Sabía que en estas fiestas era muy posible encontrarte con varias mujeres a las que me he follado, por lo que opté por hacer lo que mucha gente en esta festividad. Me puse una máscara, mi favorita, la de Baco. Asi es como sali de casa
Claro está me puse ropa a juego con la máscara. Un chaleco de cuero verde, como mis ojos, pantalones marrones y sin botas, pues me gusta mantener cuidados mis pies y mostrarlos cuando puedo. No me quedaba perfume por lo que no me puse ninguno, pues suele ser muy difícil conseguirlo y además es muy caro en estas tierras.
Y… ¡¡Vale ya de lanzarme esas miradas!! ¡¡Os juro que todos esos detalles importan!!
Bueno sigo con mi historia, ... de camino hacía la fiesta me crucé con vosotros. Roberto y Marcus. estabaís entre la multitud, junto a Caroline, bebiendo y riendo despreocupadamente. Y sé que las carantoñas del rudo leñador no eran para su querida esposa, ¿verdad, hermanito?.
Lo malo es que hubo alguien que si me reconoció, en la plaza, mientras una banda de la capital interpretaba la danza Guillaume et le Dragon. Se me acercó, me invito a bailar y estuvimos hablando. ¿Quién diríais que fue?
¡¡Dorina!! Llevaba una máscara de afrodita y un precioso vestido rosa con brocados naranjas y bermellón. Parecía hecho de sedas y satén. A su lado mi ropa eran poco más que harapos, claro.
-Crist, por favor, no te vayas.
-Yo no…
-Ambos sabemos que lo que te hice estuvo mal. Lo siento.
-Lo pasado… pasado está.
Dije a una evidentemente compungida Dorina. Ella no tenía ni idea de lo culpable que me había sentido yo de todo, ni nunca llegaría a saberlo.
-Creo deberíamos hablar en un lugar menos… concurrido.
-Como deseéis.
Murmuré, sin mucha confianza. Pero entonces vi llegar a Belle a lo lejos, con su hermoso vestido azul y blanco. Iba leyendo un libro, parecía muy concentrada en ello. Y yo no pensaba desconcentrarla, dejandome ver en una fiesta con otra. No estaba con ánimos ni fuerzas para darle explicaciones. Asi que agarré a Dorina de la mano y nos fuimos a gran velocidad, lejos de la plaza y de las alegres multitudes.
Al cruzar el puente Amerouges, junto al molino de Tama, ví al capullo de Eugene, quien no está escuchando ni una sola palabra porque está comiéndose el endurecido pollón de Roberto… ¿no has tenido bastante con los bollos que aun asi te has quedado con hambre?¡¡ejem!!
Bien, tengo tu atención. Si, te ví. Estabas disfrutando de los besos y los magreos de un hombre al que no conocía de nada, y aún no conozco, porque después de esa fiesta no le he visto en Baton Dur, ni en los alrededores.
Bueno… ¡¡sería un forastero!! Hermano, sé que tienes facilidad de llevar a la cama a todo hombre con quien te cruzas, a pesar de los miedos y los tabues impuestos por el Credo. No te preocupes, no creo seas capaz de recordar con quien podrías haber follado ese día. Los días de las fiesta de las cosechas sueles disfrutar con pasión de todas las gentes venidas al pueblo, en busca de algo más que un ligero baile y una conversación. Pero mientras piensas en ello, sin dejar de masturbar a nuestro querido vecino, escucha.
-Si tu siempre disfrutas mucho con los extranjeros. Lo único malo de eso es que este te terminó enculando mientras nosotros pasábamos a tu lado.
Dorina se quiso pasar, pero yo tire de ella. No quería que viera a mi hermano en esas condiciones y tampoco quería acabar compartiéndola en una orgía con ese extraño tipo de mirada triste.
Llegamos a la vereda del río Wasser, ocultándonos de las miradas en un recodo tranquilo del mismo donde crecían juncos. Las veredas estaban cubiertas de hierba verde de aspecto mullido. Dorina se sentó en un tronco caído, pero yo me dejé caer al suelo, relajándome y perdiendo la mirada en el infinito azul del cielo.
-El otro día perdí el control.
-No tienes que disculparte por ello, solo…
-No, juro que hacía años que esto no me pasaba. Pensé que nunca jamás volvería a ver a un hombre que me pudiera hacer sentir algo.
Dijo ella, con melancolía. Giré la cabeza y ví una lágrima deslizarse por sus mejillas. Estaba entristecida por algo, pero temí preguntarle que podía ser. No quería escuchar que por mí causa estaba embarazada o algo del estilo. Habló, aún más melancólica.
-Uno de los jóvenes con los que nos hemos cruzado me recordó a alguien.
-Espero no fuera el cabeza hueca de mi hermano.
-Una vez yo tuve un amor tan puro que no supe apreciarlo… ahora…
Rompió a llorar, a lo que me incorporé y le ofrecí mi hombro para que enjugara sus lágrimas. La atraje hacía mi, con mis ojos fijos en los suyos. Respiraba entrecortadamente, afectada por una tragedia pasada.
-Hace mucho tiempo cometí un error. Estaba enamorada de un hombre, pero acabé junto a otro diferente.
-¿De quien?
-Alguien que murió, ya no importa… lo que quiero decir es… es… ¡¡lo del otro día fue un error!!
Exclamó, apartándose de mi lado. Me acerqué, acaricié su mejilla y le agarré las manos. Besé su frente, con suavidad. Trató de resistirse, pero se rindió a mis encantos. Me acarició el pecho desnudo, a través de mi chaleco de cuero, bajo el cual no llevaba nada. Nos besamos en los labios. Era un error, pero no nos importaba. Y era prácticamente imposible que nadie nos viera. No tan lejos de la aldea.
El suave beso se convirtió en locura y pasión. Me despojé de mis pantalones, con lo que mi sexo quedó expuesto. Tieso y oscilando. Dorina se arrodilló frente a mi, introduciéndose mi carajo en la boca. Lamiendo. Chupando. Su respiración era entrecortada.
Sabía que volveríamos a hablar de cómo había errado, pero en ese momento volvíamos a encender los fuegos de nuestro cálido infierno particular, como si un demonio de la lujuria nos atrapara entre sus garras y doblegara nuestras voluntades.
Acaricié sus barbilla, con cariño, agarré su cara con ambas manos y comencé a follarme su boca, dándome igual si podía o no respirar. Podía notar como su garganta se convulsionaba, fruto de las arcadas que le producía mi vergajo entrando y saliendo a fondo en su garganta. Estaba con la cara enrojecida. Se la saqué. Tosió, pero sonreía. Parecía feliz, aunque sus remordimiento empezaron a aflorar.
-No creo debamos…
La tomé entre mis brazos. No sé en qué momento fue, pero los pechos de ella estaban al descubierto. Notaba un calor en mi pecho, que irradiaba desde mi amuleto. Al abrazar a Dorina todos mis recuerdos se volvieron confusos, probablemente algún hada debió pasar por la zona y sus hálitos alteraron mi percepción de los hechos.
La tomé entre mis brazos. Me tomó entre sus brazos. Juntamos nuestros cuerpos, con un calor creciente. Algo me abrazó por la espalda, húmedo y caliente. Con una evidente dureza entre sus piernas. No me importaba que pudiera ser, me sentía excitado. Al igual que Dorina, la quesera.
Yo besé sus labios, los mordí e introduje mi lengua en su boca. Ella mordió mi lengua, de forma sensual. Ese ser me besó en la nuca. Unas manos se posaron en mi cintura, manos claramente masculinas. Cuando quise darme cuenta Dorina estaba desnuda, con sus ropas esparcidas sobre el árbol caído.
Nos arrojamos al suelo. Metí la cara entre sus muslos, aspirando su dulce aroma. Lamí sus labios vaginales, acaricié su clítoris con dos dedos y disfruté escuchándole gemir de placer.
Unas manos separaron mis nalgas y una lengua, sobrenaturalmente larga, se introdujo en mi ano. El placer era indescriptible, aunque sabía que estábamos solos. Y no lo estábamos. Me incorporé, subí con mis labios por la piel de Dorina, lamiendo. Quería hacerle gozar de placer. Con nuestros cuerpos en paralelo me dejé caer, introduciéndome poco a poco en su ser.
Tomé sus pechos entre mis manos. Los apreté, los amasé y me moví dentro de su coño, húmedo y caliente. Nuestro misterioso acompañante, esa entidad que no existía más allá de los efectos narcóticos de la exhalación de las hadas, rió. Sonaba como un riachuelo. Noté una polla entre mis nalgas.
Ahora que soy consciente de lo que es ser follado puedo deciros que era al menos tan grueso como un brazo, aunque mi culo se abrió como una flor.
Yo me follaba con muchas ganas el chocho de la hermosa Dorina, pero quien fuera que estaba detrás mío me follaba el culo con más ganas todavía.
Los tres gemiamos, sollozando y disfrutando de nuestros cuerpos. Yo me derramé dentro de la quesera. Lo que me estaba sodomizando, cuyo falo era como sentir una serpiente en mi intestino, me inundó, llenándome por dentro.
Quedamos inconscientes, tendidos en la hierba, ambos desnudos. Cuando desperté era noche cerrada, había Luna nueva y Dorina se había marchado.
A lo lejos, en medio del río, me pareció ver una silueta masculina vigorosa, pero desapareció con un parpadeo. Me vestí y regresé a casa.
★★★
Roberto se quitó a Eugene de encima, molesto. Se acababa de dar cuenta que los tres hermanos tenían un extraño amuleto al cuello, y Cristian había dejado caer ciertos comentarios que no encajaban en las experiencias que él mismo había tenido.
-Bien, que me habéis ocultado. ¿Qué extraña magia portais?
Los tres hermanos se miraron, sin saber a qué se refería el rudo leñador, que parecía aterrorizado. Marcus sabía que no tenía sentido ocultarle todo aquello, veía en los ojos de su amigo las preguntas que no formulaba. Su mirada iba a los medallones de los tres hermanos, como si por fin relacionaba el contacto con el metal y las posteriores oleadas de placer que recorrían su cuerpo. Aunque ambos hombres, cuando se habían reunido a solas, nunca habían hecho uso de ello.
Se quitó el medallón, miró a Cristian y a Eugene y les dijo, hablando con cariño.
-Al final vamos a compartir nuestro secreto.
Roberto parecía confuso, aunque confiaba en Marcus. Dejaría que hablara, luego ya tomaría una decisión. Cristian y Eugene se quitaron también sus medallones y se lo dieron al más jóven. Marcus los colocó sobre la mesa de madera. Las tres piezas eran fragmentos de un orgasmo de oro, pero más grandes que los actuales. Esas monedas habían estado en circulación algunos siglos atrás, lo que indicaba que debía tratarse de una vieja reliquia familiar. Había un extraño centelleo saliendo de ella y cuando mas se aproximaban los fragmentos más brillaba, era como si chisporroteara en los puntos de encuentro de unos medallones con otros. Desprendían calor y un olor a sexo inundó el ambiente.
-Creemos que quien toca estos medallones acaba inundado por un placer inimaginable.
-Marcus, ¿eso quiere decir que cada vez que tú y yo hemos follado yo solo… lo he hecho siendo víctima de un juguete?
Logró decir el leñador, visiblemente afectado, pensando horrorizado que hubieran utilizado su cuerpo contra su voluntad y sin que se diera cuenta. Marcus le miró a los ojos y sentenció, seguro de sí mismo.
-Cada noche que me has visto desnudo, desde que tú y yo nos conocemos, ¿cuantas veces me has visto con algo al cuello?
Roberto repasó sus recuerdos y, salvo durante la noche anterior, en que acabó teniendo sexo desenfrenado con los tres hermanos, nunca antes había recordado ver a Marcus desnudo con el colgante al cuello.
Cristian por contra… Roberto elevó el puño, echó el brazo atrás y lo estampó contra la cara del bardo.
-¡¡Te he follado no porque tú o yo hayamos querido hacerlo!! ¡¡Te he follado porque tu raro colgante me ha forzado a ello!!
Cristian cayó al suelo, cubriéndose la cara. Eugene lo abrazó, interponiéndose entre el leñador y él. Marcus se abrazó a Roberto, susurrándole al oido, con mucha calma, mientras le acariciaba la nuca.
-Tranquilo… tranquilo. No creo que Cristian nunca haya buscado hacerte esto.
-Júrame que no me ocultarás nada más.
Roberto parecía al borde de las lágrimas, Marcus le besó en la frente.
-Te juro tres cosas, nunca he abusado de tí, nunca te he mentido y jamás te ocultaré nada.
-En cuanto al hijo de puta de tu hermano…
Roberto se acercó a Cristian, con ganas de molerlo a palos. Eugene no se apartó de enmedio. Marcus agarró al leñador, aunque era demasiado fuerte para poderlo controlar.
-Apartaros o váis a recibir los tres.
-Roberto, mi hermano nunca había usado el amuleto contigo o con tu esposa, si es lo que temes.
-¿Y lo de anoche? ¡¡¿Qué?!!
-Lo de anoche responde a tus preguntas… ¿antes habías llegado a follarte su culo?
-No… solo…
El leñador, avergonzado por su comportamiento, y al saber que la verdad no era la que se había temido, se volvió a sentar, abrumado. Cristian, acariciándose la dolorida mandíbula, se acercó a Roberto. Le tendió la mano, en señal de buena voluntad.
-Tio… yo… nunca pretendí esto.
-No, déjalo estar.
Cristian, entristecido por haber salido toda la mierda de esta forma, se sentó en el extremo opuesto a Roberto. Marcus se apoyó sobre los hombros del leñador, el cual aún estaba enfurruñado, pero no lo rechazó. Eugene, con su nulo tacto que lo caracterizaba, cortó el tenso ambiente.
-Bien, pero todo esto no aclara una puta mierda de porque esos gilipollas anoche te querían muerto.
★★★
¡¡La hostia!! ¡¡Como duele!!
Dijo Cristian mientras se incorporaba para humedecer y seguir limpiándose con un trozo de tela la sangre que brotaba en el labio recien partido por el leñador.
Bueno, no voy a… al tema. Dorina y yo seguimos con nuestros encuentros amorosos. Y no, no fue a causa del colgante, Roberto, que sé que es lo que dices con tu mirada. A cada ocasión que nos veíamos me sentía más unido a ella, y cada vez nos veíamos con más frecuencia. Llegó un punto en que nuestros encuentros eran diarios.
Dorina y yo estábamos como chiquillos descocados. Habíamos encontrado una multitud de escondites donde dar rienda suelta a nuestra pasión. Y hablo de sexo entre ella y yo, sin más emociones adicionales ni “trampas” mágicas. Aunque la rivera del río seguía siendo nuestro lugar preferido.
Bueno, todo trascurrió felizmente de esa forma hasta ayer al mediodía. Dorina estaba tensa, un poco distante, desde el mismo momento en que la recogí, a las afueras del pueblo. No, Roberto, no me lanzaba miradas furibundas ni sospechaba que le tuviera “embrujada con malas artes” como me estás haciendo tú ahora mismo. La cosa es que habíamos planeado ir el oeste, a las colinas Echelle, a una tarde de pic-nic.
-Dorina, preciosa, ¿estás molesta conmigo?
No dijo nada, pero tampoco hacía falta. Sus miradas, sus suspiros, andaba molesta. Insistí. Me contestó, tratando de rehuir mi mirada. Pero parecía triste. No sé, aún hay algo que no comprendo de todo esto. En fin, sus palabras fueron las siguientes.
-Lo nuestro se ha acabado, yo no te amo.
Por pura inercia íbamos a seguir con nuestro plan del día juntos, aunque en vez de disfrutar de buena comida, mejor vino y un sexo inolvidable en las colinas escalonadas del oeste lo que tendríamos serían palabras amargas y caras agrias. De ambos, pues en esto uno empieza escupiendo veneno, pera la otra parte aprende rápido a seguir el ejemplo.
-¡¡Soy una mujer casada!!
Me recalcó más de una vez.
-¡No pareció importarte eso hasta ahora!
Respondí yo, gritándole con igual fiereza.
-No, no me importaba, pero Shultz lo sabe todo y me ha dicho que si no te dejo me dejará en la calle sin nada. Y tú, ricura, colo me has importado por una cosa…
Se me acercó y me agarró de la entrepierna, aunque no fue en absoluto agradable. Si hubiera apretado solo un ápice más fijo me hubiera dejado eunuco, como a nuestro buen amigo Caronte.
Ella quería marcharse, pero la discusión no había terminado, o yo no lo veía así. Caminé tras ella hasta su casa, mientras seguimos discutiendo. Tomó un camino por los lindes de la aldea solo para evitar que nos vieran los ojos indiscretos de los vecinos, aunque eso a mi, en esos momentos de odio mutuo, me la pelara. Al llegar a la casa, esa bonita mansión de Shultz junto a su tienda de quesos y el acceso por el Camino Real a Baton Dur, vio que no había nadie y me sorprendió.
-Entra, pero tendrá que ser la última vez.
Llegamos al momento crucial. Dorina me arrinconó contra la puerta, se colgó de mi cuello y besó con locura mi boca. Me desgarró la ropa, como si fuera una fiera. Me tiró al suelo, juntó sus labios a los míos y retozamos, como animales en celo. Pero esta vez mi amante no se despojó de sus ropas, sino que apoyó una daga contra mi garganta.
-Ya te dije que te quería lejos de mí.
Se puso en pie. Sentí el suelo retumbar, como si los pasos de algo bastante grande se aproximaran. Así era. Dos inmensos orcos de pieles verdes, largos colmillos, pelos en cresta y mirada furibunda entraron en la estancia. Vestían unos chalecos de cuero y taparrabos a juego. Tenían sus buenos tres metros de altura, por lo que caminaban encorvados.
Mi excitación se bajó casi tan rápido como Dorina se marchó. Uno de los orcos me agarró con sus enormes manazas, me puso boca abajo en el suelo y pude notar como se inclinaba hacia mí, apoyándome su gigante vergajo entre mis nalgas. El otro permaneció a la espera. Estaba empezando a sentir un capullo enorme abriéndose paso de manera dolorosa en mis entrañas cuando una voz autoritaria bramó.
-¡¡Gross!! ¡¡Dikiy!! ¡¡Dejad de intentar violar al tributo!!
Molestos, se pusieron a refunfuñar, pero mantuvieron mi culo virgen e intacto para que me lo profanaras tu por la noche. Después me agarraron por piernas y brazos, como si fuera un muñeco de trapo, levantándome del suelo. Me llevaron al exterior, tras la casa, a un cobertizo de buen tamaño. Me depositaron sobre un escalón, apoyando mi cabeza en una losa más elevada. Estaba claro que era una especie de zona de sacrificios, lo que me aterró. Ataron mis pies y manos con sogas.
Dorina estaba presente. Había sido testigo de toda la escena y no había dicho nada. Una flecha surcó el aire, silbando. Se clavó en la mano de uno de los Orcos y el otro por suerte acudió en su ayuda en lugar de dejar caer el hacha sobre mi cuello. Alguien ataviado con ropajes ridículos irrumpió, en la estancia, me desató y me dijo, antes de ponerse a luchar contra los dos orcos.
-¡¡Corre y salvate!!
El hijo de puta de Shultz dió un grito y una docena de hombres irrumpieron en la estancia. Simples mercenarios vestidos de pueblerinos. Salí, de aquel lugar lleno de chillidos y espadas blandiéndose de un lado a otro, aunque todavía no sé muy bien como.
Me lancé a la carrera, por las calles de la aldea, desnudo sin un rumbo fijo. Escuchando como a medida que me alejaba Shulz pedía a esos hombres que me capturaran, pero por suerte para mi me quería vivo. al parecer debía matarme siguiendo ese extraño ritual y no de otra forma. Pude ver las luces de algunas casas encenderse, delimitando la trayectoria seguida por mis pasos en mi desesperada huida y escuché mas ladridos de perros. Traté de esconderme en el patio trasero de Jack, el vendedor de habichuelas. Cogí unos pantalones que colgaban de una cuerda y me vestí.
Me recosté, detrás de un muro de piedra, pensándome a salvo y tratando de recuperar el aliento. Los ladridos, estaban cada vez más cerca. Habían dado con un rastro. Tuve que correr a toda velocidad y el único lugar donde me imaginé podría llegar a estar a salvo era en tu casa, mi querido hermano.