El barco

En todos lados se puede ser sometido.

EL BARCO

Aquel fin de semana mi Ama me había alquilado a una pareja; eran unos amigos suyos, amantes de la navegación y no habiendo mucho mercado de sumisos navegantes, tenía todas las papeletas para servirles durante toda aquella semana de agosto. Además mi Ama tenía sus planes, ya que un amante suyo iba a pasar el fin de semana con ella, y de esa manera ella se desembarazaba de mí.

Cuando llegué el viernes a la estación de tren de Alicante, José me estaba esperando, me dio la bienvenida muy cordialmente y nos dirigimos al coche; era un hombre de unos cuarenta años, moreno, de fuerte constitución y con un tupido bigote que le cubría el labio superior. Iba vestido con unas bermudas de colores y unas chanclas. En el trayecto hacia el puerto mi dueño me estuvo haciendo preguntas sobre mis conocimientos en la navegación a vela, y quedó muy complacido con mis respuestas. Me hizo enseñarle la polla mientras nos acercábamos a la marina, pero no mostró especial interés.

Cuando llegamos al puerto donde ellos tenían amarrado su barco, un precioso yate de vela de unos quince metros, Laura nos estaba esperando; era una magnífica mujer rubia, de la misma edad, más o menos, que su marido, con un cuerpo nada escuálido, de poderosas curvas, grandes pechos y un culo que mareaba por su volumen y perfección. Su melena rubia, no muy larga, descansaba sobre sus hombros e iba ataviada con un bikini bajo un pañuelo anudado sobre sus pechos.

Me enseñaron el barco, sus camarotes, la cocina, el aseo, pero ya me dijeron que yo no tendría una cama para dormir, ya que estaría siempre donde ellos me necesitaran; no llevaba equipaje, solo la ropa que llevaba puesta, y tras salir del puerto, maniobrando yo el barco bajo la atenta mirada de José Era pronto, sobre las diez de la mañana, y el viento no había hecho aún acto de aparición, por lo que surcamos las aguas, en dirección hacia el sur, impulsados por el motor de la embarcación. Yo ya estaba totalmente desnudo nada más salir por la bocana del puerto de Alicante, y me mantenía firme al timón, con el sol de frente, y a pesar de lo temprano que era, el astro rey ya calentaba lo suficiente como para empezar a sudar.

Pasaron un par de horas y el viento apareció suave, del sur, por lo que favorecía nuestro rumbo; puse el piloto automático y me dirigí a la proa para preparar una vela que nos empujaría más rápido. Lo hice metódicamente, para no cometer ningún fallo; coloqué en su sitio todos los artilugios imprescindibles e icé la vela. El barco se escoró hacia su banda de babor, no de manera brusca o peligrosa, pero sí de forma perceptible. Cuando ya estaba todo en su sitio y regresé al timón, José salió del camarote, con el rostro un tanto crispado.

Me dijo, sin gritar ni hacer aspavientos, que las maniobras debía consultarlas con él, y que un sobresalto así me costaba un castigo; me enseñó un librito de bitácora en el que iba a apuntar todos los pormenores de aquel fin de semana, como había hecho otras veces. Me enseñó las referencias a otros viajes de similares características, y remarcó que los castigos, administrados por los dos, se discutirían durante la cena.

Para que no volviera a abandonar mi puesto al timón sacó una especie de argolla a presión que colocó en la base de mis genitales; por medio de una cadena, quedé atado a la rueda del timón, de manera que cuando tuviese que girar más de 180 grados el rumbo, mi polla sufriría un estirón, o no podría maniobrar.

Cuando ya estaba asegurado, y José iba a meterse de nuevo, salió Laura, únicamente con un tanga de color blanco, con sus poderosos senos al aire, y se acercó a mi. Me depositó un fugaz beso en los labios, mientras asía la punta de mi polla entre sus dedos y la pellizcaba, susurrándome que lo pasaríamos muy bien aquellos días. Luego ambos se tumbaron a disfrutar del sol y el viento en la cubierta delantera, mientras nuestro barco seguía surcando las verdes aguas del Mediterráneo.

Entre besos y caricias, refrescos y chapuzones, pasaron toda la mañana, acariciados por el incesante sol que bronceaba sus pieles; sobre las tres de la tarde se acercaron a la cubierta de popa y se sentaron a la mesa que ya estaba preparada bajo un gran toldo. José me soltó de mi cautiverio y me mandaron abajo para preparar unos sandwiches y una ensalada, mientras él mismo se ocupaba del gobierno del yate por unos instantes; cuando regresé a cubierta, les serví los manjares, y mientras ellos degustaban un vino muy fresquito, a mi se me hacía la boca agua, ya que no había probado una sola gota en toda la mañana al sol.

Mientras José me trataba con cierta deferencia, no ensañándose conmigo, haciéndome llevadera la estancia con ellos, Laura desprendía una morbosidad y un dominio de sí misma que me golpeaba de lleno; por eso sabía que todas las penalidades y todas las vejaciones que iba a sufrir vendrían de parte de ella. No me extrañó cuando, una vez servida la comida, ella me llamara a su lado y me ordenara tumbarme en el suelo, para que sus pies no se posaran en el abrasador suelo de teca del yate. José no había puesto sus pies sobre mí, pero cuando su esposa se dio cuenta de ello, lo apremió para que la imitase. Yo estaba de bruces contra el suelo, con los pies de mi dueña en la cabeza y los de su marido en mis nalgas. Ella, de vez en cuando, ante algún chiste o cualquier comentario, restregaba sus pies en mi nuca, presionaba mi cara contra el suelo y en un par de ocasiones se puso casi de pie sobre mi cabeza, aplastándome la nariz en el suelo.

Cuando volví a recoger la mesa y todos los utensilios usados, me encaminé a mi puesto en el timón, pero Laura vio que necesitaba llevarme alguna sustancia líquida al gaznate; ahí fue cuando afloró su vena más sádica, y tumbándome en el suelo, se colocó sobre mi cabeza. Llamó a su marido y le instó a que le imitara; él se bajó el bañador y ella se apartó la tela del tanga, y cuando abrí la boca me regalaron sendas meadas. No era precisamente lo que yo necesitaba, pero aun así traté de tragar el mayor líquido posible; no pude con todo, y el resto se escurrió por la cubierta. Laura, nada satisfecha, se enfadó, y me dijo que me iba a enseñar a agradecer sus detalles conmigo. José trajo el salero que estaba en la pequeña cocina mientras Laura se sentaba en mi cara, con su coño, de labios abultados, llenándome la boca. Cogió un puñado de sal y me lo metió en la boca, sellándomela de nuevo con su coño.

Estuvo un ratito imprecándome por mi mala educación, haciéndome ver que tendría que esforzarme en complacerlos, y que ya era el segundo castigo que tenían anotado para la noche. Además, una de las cosas en que mejor debía servirlos era de retrete, por lo que esperaba que me aplicara. Se levantó y me volvieron a amarrar a la rueda del timón. Yo tenía la boca reseca, llena de sal, pero no la expulsaba por miedo a sus represalias. Fue un término de jornada muy desagradable, con mi lengua picante y mi boca tan reseca que parecía que se me iba a cuartear.

Al anochecer llegamos a una cala apartada y en la que estábamos solos y fondeamos; tras la maniobra de fondeo, en la que tuve que tirarme al agua desnudo para asegurar el ancla, les preparé la cena en la cubierta de popa, les serví la comida y les escancié el vino. Esta vez les iba a servir de asiento en vez de alfombra; me tumbé en el asiento de cubierta, boca arriba y Laura se sentó sobre mi pecho, mientras su marido lo hacía sobre mis muslos. Pero claro, Laura no se iba a quedar quieta, y se fue trasladando hasta quedar sentada firmemente en mi cara, con su enorme culo ocultándome la cabeza; también hizo que José probase mi cara, y le prestó el sitio para que disfrutase del roce de sus nalgas en mi cara.

Recogí y les serví el café, y entonces me tuve que poner de rodillas entre sus piernas y mientras tomaban el café, usaron mi boca de cenicero, llegando a fumarse tres cigarros cada uno y depositando la ceniza y las colillas encendidas en mi boca.

Ya en su camarote llegó el momento de impartirme los castigos; me pusieron sobre la cama, boca abajo y con el culo ligeramente en pompa, y fueron cien azotes de cada uno, con la mano, con cuerdas, con una cuchara de madera, los que me dejaron las nalgas rojas como un tomate. José se encontraba detrás mío, encargado de la nalga derecha, mientras Laura, sentada sobre mi espalda, se encargaba de la izquierda. Mientras él golpeaba con moderación, ella se empeñaba en golpear más fuerte que el azote anterior, e incluso ayudaba a su marido en ambas nalgas. Yo trataba de no gritar, a pesar que mi culo iba a reventar de un momento a otro, pero cuando más apurado me vi, cesaron los golpes.

Excitados como estaban, se dispusieron a follar; para ello me tumbaron boca arriba y José fue guiado por Laura para que se sentase en mi cara. Sus nalgas quedaron asentadas en mis mofletes, mi lengua se apoyó en su ano, sus huevos caían por ambos lados de mis narices y su polla se mostraba inhiesta sobre mis ojos; Laura se acercó a nosotros, se dio la vuelta, dando la espalda a su marido, mostrándole su hermoso culo y yo vi cómo iba bajando sobre la polla, acercándose poco a poco, mirándome a los ojos mientras lo hacía, hasta que el miembro palpitante se alojó en su coño. Noté cómo José se echaba un poco hacia atrás, para facilitar la cabalgada de su mujer, y de verdad lo hizo, ya que yo podía notar los pelillos de su sexo rozando mi frene cada vez que se la clavaba hasta el fondo. Luego se dio la vuelta, golpeando con sus bellas nalgas en mis ojos, y cuando estuvo cerca de tres minutos con la polla clavada hasta el fondo, sin moverse, saboreando su orgasmo, la falta de aire me hizo temer por su vida.

Pero no, se levantó, agarró la polla de José con la mano y lo estuvo ordeñando hasta que se corrió en mi faz; la leche me recorrió las mejillas, los labios, los ojos, y Laura la restregó bien para que me acostumbrara a su tacto y peculiaridad. Dormí esa primera noche a sus pies.

2º Cuando desperté, ellos estaban durmiendo todavía, y tenía órdenes expresas de no despertarles hasta que el sueño los abandonara voluntariamente; de esta manera salí a cubierta. El sol acababa de salir, y aunque no hacía frío, mi piel, aun dolorida tanto por las horas del día anterior expuesta al sol como por las caricias de mis amos, agradeció el relente mañanero que erizó su superficie.

Totalmente desnudo me dediqué a baldear la cubierta, limpiar de sal toda la instrumentación, adujar los cabos y recoger bien las velas; no pude impedir que, haciendo estas tareas, un recuerdo fugaz, un pensamiento sobre la noche anterior hiciera que mi miembro tomara vida y se estirara como si acabase de levantarse de la cama. Si te parabas a pensar, uno podía poner en entredicho la aceptación de mi sumisión, pero el bienestar interior por el "trabajo" cumplido y la obediencia ciega a una persona me llenaban de gozo y felicidad.

Justo terminaba con mis quehaceres cuando escuché voces abajo; ya se había despertado, y corrí a llevarles el desayuno a la cama. No tenía órdenes al respecto, pero trataba de agradar a la pareja; todavía estaban desperazándose cuando llamé a la puerta del camarote. Pasé y estaban uno en brazos del otro, y mi detalle les agradó; me sentí bien, y me acerqué a la cama, poniéndome de rodillas y depositando la bandeja sobre el colchón. Se incorporaron un poco y comenzaron a degustar la primera vianda del día; yo me encontraba justo al borde del camastro, teniendo en primera persona a José, que mientras tomaba uno de los bollos calientes separó la sabana de su cuerpo. Estaba desnudo, y su polla tenía una gran erección, propia de las mañanas; no hizo falta que me dijera nada, sólo con la mirada ya sabía que quería amenizar su desayuno con algo más.

Con mis manos colocadas a mi espalda me puse de pie, me incliné sobre su miembro, sin tocar siquiera la cama y abriendo la boca introduje su miembro hasta la campanilla. Cuando cerré los labios entorno a su base, succioné y puse a trabajar la lengua, acariciando su capullo desde la punta hasta el final del glande, apretando y aliviando la presión de mis labios, haciendo que el placer lo envolviera. Laura, a su lado, alternaba besos y trocitos de los bollos que le había traído, y con una mano puesta en mi nuca marcaba el ritmo de mi lamida. José no tardó mucho en demostrar lo complacido que estaba con ese desayuno, y hundiendo su cara entre los senos de su esposa, descargó abundantemente en mi garganta, llenándome la boca de semen caliente y espeso; seguí succionando hasta que el último resto de su corrida desapareció de su sexo.

Laura fue más condescendiente conmigo aquella mañana, a pesar de no querer quedarse sin su porción de placer; mientras su marido se echaba al agua para nadar un ratito; ella me agarró por el pene y me sacó del camarote a cubierta, me tendió en el suelo y se colocó una vez más a horcajadas sobre mi cara. Abrí la labios para recoger su primera orina, y quedó complacida al ver que muy pocas gotas escapaban fuera. Se dejó caer sobre mi boca y le prodigué una lamida de coño que la llevó a altas cotas de placer.

Pero lo que nunca pensé es que ocurriría lo que pasó a continuación; Laura se fue escurriendo por mi cuerpo hasta que su coño tomó contacto con mi polla, que estaba en un estado de erección permanente. Restregó su estómago por mi cara y luego ésta quedó enterrada entre sus voluminosas tetas. Ella agarró mi polla con una mano y se la hundió en sus entrañas, cabalgándome mientras aplastaba mi faz contra sus pechos; me estuvo cabalgando un buen rato, y yo tuve que hacer grandes esfuerzos por mantener la erección sin correrme, porque sabía que eso me llevaría a un disgusto.

Pero es que un rato después José subía al barco, y nada más vernos se dirigió a nosotros; yo pensé que aquello me traería complicaciones en mi relación con él, pero nada más lejos de la realidad. Dando un beso a su mujer, me agarró por la frente y me tumbó en el suelo, se arrodilló sobre mi cabeza, se retiró el minúsculo bañador que llevaba y me presentó la polla en mis labios. La engullí de inmediato, temeroso aún y no del todo convencido de la tranquilidad que le envolvía; lamí a conciencia, y pasados unos minutos se incorporó, se colocó detrás de su mujer y la enculó.

Laura estaba en la gloria, doblemente penetrada y con mi cara enterrada de nuevo entre sus tetas, mientras que con una mano apretaba mis testículos para que no eyaculara; José se salió del culo de Laura y se la metió en el coño, teniendo así las dos pollas alojadas en el mismo lugar, lo que la llevó definitivamente al orgasmo, al igual que su marido. Noté el cálido manar del semen regando mi propia polla, y seguí un buen rato metiendole la polla, chapotenado en el encharcado de coño lleno de semen y aunque yo aún no me había corrido, Laura se apartó de mí; José se tumbó en el suelo, boca arriba, y su esposa lo hizo sobre él, dejando la polla entre sus piernas, apoyada sobre su monte de venus. Yo tuve que arrodillarme, casi tumbarme en el suelo y dedicarme a lamer los dos sexos a la vez para dejarlos limpios e impolutos. José tenía un vigor fuera de lo común, y cuando yo estaba terminando de limpiar el coño de su mujer, su polla ya estaba de nuevo en pie de guerra. Fue la misma Laura la que, agarrándola con una mano, se la enchufó por el culo; las embestidas y la cabalgada de la propia mujer dificultaron mucho mi labor, y mi lengua entraba y salía del coño a la misma velocidad con la que lo hacía la polla de mi amo. Cuando finalmente se corrió, toda su leche fue a para a mi garganta.

Una hora más tarde zarpábamos de nuevo en busca de un nuevo destino donde pasar el día; yo, una vez más, me puse a los mandos de la embarcación, totalmente desnudo, impregnado en mermelada de fresa, un nuevo capricho de mi ama, y durante unas horas estuvimos navegando en mar abierto, con ellos, también desnudos, tomando el sol, gozando del paseo, mientras yo me moría de calor. Se acentuó más mi suplicio cuando Laura se acercó a mí con una bolsa de plástico en la mano y con un rollo de papel de celofán, y tras enrollar mi cuerpo con aquel elemento, lo que me dejó como una momia, me puso la bolsa en la cabeza. El calor y la transpiración hicieron que el calor fuera insoportable, sudando yo a chorros, mientras ellos tomaban un refresco en mis narices.

Al mediodía, cuando más apretaba el sol, José se acercó a mí, se colocó detrás, y tras hacer un agujero en el celofán a la altura de mi culo, me la enchufó hasta las amigdalas, bobeando mi ano sin parar, mientras su mujer, delante de mí, se tomaba una coca cola, bajo una pamela, totalmente desnuda. Estaba excitada con la visión de su marido jodiendo mi culo, así que comenzó a acariciarse, me puso las tetas delante de la cara y me ordenó que se las comiese. Como tenía la cabeza cubierta con la bolsa, no pude sacar mi lengua, y en un sádico juego de "hazlo/no puedo", comenzó a abofetearme las mejillas, primero suave, luego con ardor, mientras el culo me quemaba.

Cuando José se corrió en mi interior, corrió a envolverme de nuevo el ano para que toda la leche se quedara en mi interior. Y todo ello sin poder yo variar un ápice nuestro rumbo, orden expresa que me dio José.

Después de comer en una cala apartada, y tras recoger la comida, vinieron unos juegos que me hicieron sufrir un rato; primero me colgaron del palo boca abajo y estuvieron azotándome un buen rato con una gruesa maroma que laceró mi piel. Tras dejarme atado así, pero con la cabeza a poca distancia del suelo, Laura se arrodilló delante de mí, con su coño a escasos centímetros de mi boca y meó mi cara. José lo repitió, pero el se arrodilló y me enchufó la polla en la boca, teniendo que tragármelo todo, ya que no tenía via de escape. Me tiraron al agua atado, viendo lo que era capaz de aguantar la respiración, y antes de cenar follaron de nuevo sobre mi cara.

Luego nos fuimos a desembarcar a la playa, pues ellos se iban de fiesta a un pueblo cercano; los acompañé hasta un chiringito de la playa, donde me hicieron algo especial. Tras una palmera, no muy lejos del sitio, me hicieron cavar un hoyo y meterme en él; me cubrieron con una bolsa de plástico la cabeza y me metieron un embudo en la boca, que salía fuera de la arena. A mí no se me veía nada. Luego pusieron una taza de water sobre mi cabeza, con en el embudo justo en el agujero del sanitario. Me dejaron allí y se fueron a tomar copitas; al rato noté un cálido y conocido líquido penetrando en mi garganta, y es que alguien estaba meando en la taza que estaba sobre mi cabeza.

La infinidad de coños y pollas que mearon sobre mi cara, mi boca, mi nariz dejaron mi piel reseca, ácida, y mi garganta quemaba como si hubieran metido fuego en ella; a pesar de que el embudo penetraba directamente en mi boca, el gran flujo de líquido me impedía tragarlo todo, como mis amos m ehabían ordenado, y era por ello que los meados rebosaban mi boca y se escurrían por mis mejillas, mis ojos, se me metían por la nariz, a pesar de que yo hacía infructuosos intentos por no derramar una sola gota; también tuve que soportar tres cagadas, eso sí, espaciadas en el tiempo, cosa que fue peor por una parte y mejor por otra.

La peor parte era que el sólido elemento se quedaba obstruído en la parte más estrecha del embudo, pero a medida que se iba descomponiendo y se diluía, fluía por el propio embudo y llegaba a mi paladar. Esto se prolongaba durante un rato, gota a gota, prlongando mi "cena". Pero por otra parte, si las tres hubieran sido más seguidas, hubieran obstruído fatalmente el conducto, de manera que mi respiración se hubiera vuelto ardua y dificil.

No sé cuanto tiempo estuve metido en aquel agujero; tenía el estómago hinchado, y la inmovilidad de mi cuerpo me estaba entumeciendo los miembros; bien es cierto que podría haber salido de allí con un pequeño esfuerzo, pero sabía cual era mi condición y que debía aguantar. No obstante a punto estuve de escapar, ya que en un determinado momento noté unos pellizcos en la base de mi pene. No sabía que podía estar pasando, pero cada vez más frecuentes los pellizcos, aquella pequeña tortura me estaba desesperando. Luego supe que un pequeño cangrejo había encontrado un suculento en mi miembro, y cuando me liberaron tenía toda la zona roja y arañada, lo que hizo mucha gracia a mis amos. Yo atrapé al cangrejito antes de irnos, o si no era él, me daba igual, pero cuando estaba a punto de aplastarlo por el suplicio a que me había sometido, Laura me descubrió, y tanta gracia le hizo que me ordenó que lo guardara para futuros jueguecitos.

Finalmente, y entrada ya la madrugada, noté cómo la arena que me cubría era apartada. El embudo me fue sacado de la boca de un solo golpe, y unas manos fuertes me agarraron por el cuello y me sacaron del agujero. Al no estar habituado a la claridad, a pesar de que no había mucho a aquella hora de la mañana, quedé cegado y arrodillado en la arena; cuando abrí los ojos me encontré con dos personas que no eran mis amos. Uno de ellos era un enorme hombre de color, con la cabeza totalmente pelada, musculoso, y con un gran bulto que se insinuaba bajo su minúsculo slip; su compañera era una mulata impresionante, con un culo inmenso pero bien proporcionado, unos pechos que parecían de ciencia ficción, y con unos labios que podrían haber albergado la polla más gruesa del mundo.

Yo me quedé bastante sorprendido, humillado como estaba a sus pies; se me quedaron mirando, y sin terciar palabra, el moreno se sacó la polla. Ya se adivinaba grande, pero cuando la tuvo en la mano, dirigiéndola hacia mis labios, se me antojo similar a la trompa de un elefante. La mulata se puso detrás de mí y me sostuvo la cabeza fija en aquella posición, cuando él comenzaba a orinar sobre mis labios. Instintivamente abrí la boca y traté de no atragantarme con la inverosímil meada de aquel personaje que parecía sacado de una película de Stallone. Cuando terminó, se guardo su monstruoso instrumento y la mulata, estirándo de mi cabello, metió mi cabeza entre sus muslos, dejando mi boca pegada a su entrepierna. Se apartó la telilla de su tanga, apareciendo ante mí un coño propio del cuerpo que lo acompañaba, y también soltó su meada en mi boca. ¿Qué podía hacer sino tragar todo lo que me ofrecían?. Cuando terminaron, antes de que pasaran algunos segundos que para mí se hubieran hecho muy embarazosos, aparecieron mis amos tras una palmera sonrientes, obviamente habían presenciado toda la escena, es más, la habían organizado ellos, y cuando se acercaron a nosotros elogiaron mi capacidad de sufrimiento y mi habilidad para "llenar mi panza"; estaban muy satisfechos por la labor. José se agarró a la mulata mientras Laura hacía lo propio del moreno, y nos fuimos hacia el bote que nos esperaba en la orilla. Fue cuando Laura vio el cangrejito y lo llevó a bordo.

Mientras remaba, llevándolos a los cuatro al barco, la mulata, que se llamaba Luna, (Stan era el nombre del moreno) estuvo investigando mis bajos, riéndose del tamaño de mi polla (¡claro, estaba habituada a la de Stan!!), examinando mi culo y sopesando mis testículos, mientras José se daba un banquete con sus tetas. Para Laura y Stan ya no existía nada más que no fuese su placer, ya que la lengua del moreno, semejante a su polla, se perdía entre los labios vaginales de mi ama.

Cuando llegamos al barco, me utilizaron de escabel humano para llegar a la borda del barco, pisándome la espalda, y mientras los hombres no ejercían mucha fuerza, ya que los músculos de sus brazos facilitaban la labor, las mujeres descansaron todo su peso en mí antes de impulsarse dentro. Se fueron los cuatro al camarote principal, y Laura me dijo que tras asegurar el bote y revisar el fondeo del barco, apareciera ante ellos totalmente desnudos. Así lo hice, y varios minutos después me encontré a los dos hombres hablando animadamente mientras se tomaban una copa más.

Las mujeres, tras verme entrar en el camarote, me cogieron y me llevaron a otro camarote; no tenía ni idea de lo que pretendían, pero pronto lo supe. Me tumbaron en la cama, desnudo como estaba, y mi ama Laura se sentó sobre mi pecho, dejando mi cabeza a la altura de sus rodillas, mientras Luna se sentaba frente a ella, fuera de mi cabeza pero con sus piernas dentro de las rodillas de Laura. Con todo lo necesario en un neceser que tenían al lado, me estuvieron maquillando como si de una muñeca se tratara, profusamente, casi como a una Drag Queen; los ojos con rimel y sombras, colorete en las mejillas y los labios de un rojo pasión que deslumbraba. Ya tenía todo mi cuerpo afeitado, pues es una de mis tareas diarias que mi verdadera Diosa me obliga a cumplir religiosamente; quedaron satisfechas con el resultado, y se dispusieron a vestirme en consonancia. Un sujetador de Laura relleno con algodones, unas braguitas de encaje y un liguero que sostenía unas medias que embutían mis piernas, todo ellos de un color fucsia que me hacía sentirme como una auténtica mujercita.

Pero cuando todo lo tuvieron dispuesto, se fijaron en el bulto que estropeaba la estética del conjunto, con el que algo había que hacer; llegué a pensar que me la iban a cortar, puesto que junto a su excitación, la borrachera que llevaban era monumental. Pero no, no estaban tan mal como para cometer un acto así; me volvieron a tumbar en la cama, me quitaron las braguitas y comenzaron a manipular todos aquellos elementos que les molestaban. Para que no les molestara ni un ápice, me ataron las manos a la espalda y mis pies al techo del camarote, dejando la zona despejada para que pudieran trabajar.

Con un testículo para cada una, empujaron de ellos hacia dentro, ocultándolos dentro de mi cuerpo, haciéndolos desaparecer, provocándome un dolor tan intenso que a punto estuve de desmayarme. Cuando esto tuvieron realizado, mi polla fue cruelmente girada hacia dentro y la pegaron a lo que era mi escroto; en aquella posición la pegaron con cinta adhesiva, pero no pegaba bien, soltándose a los pocos instantes. Yo no quería ni mirar, me mordía la lengua, pero la cara de las mujeres, que elucubraban alguna solución, me aterró.

Entonces a Laura se le ocurrió la solución perfecta; salió del camarote. Me quedé solo con Luna, que me acariciaba el pecho y me decía lo "bonita" que estaba, con uno de sus pechos, que debía ser el doble del tamaño de los dos juntos de Laura, a escasos centímetros de mi cara. Laura volvió, y lo que vi no me gustó nada. Antes de que pudiera pensar más en lo que podía pasar (y de hecho pasó) con la caja de herramientas de pesca de a bordo, Laura recomendó a Luna que me sujetara bien. ¿Y cómo lo hizo la maciza mulata? Exacto, depositó su enorme trasero sobre mi cabeza, inundando mi cara con sus dos globos, sumiéndome en la oscuridad completa, sujetando mi torso con sus manos. Laura colocó dos cojines debajo de mis riñones, levantando más mis caderas, y pasando repetidamente una cuerda por encima de mi estómago para fijarme de un modo contundente a la cama.

Y entonces comenzó el tormento más doloroso que tuve que soportar durante aquel fin de semana; mi ama, arrodillada entre mis piernas, fijó el extremo de un trozo de sedal de pesca, cuyo material es de nilón reforzado, bajo el prepucio de mi polla, haciendo un nudo de lazo que estiró para fijarlo. Cuando se cercioró de que estaba bien sujeto enebró el otro extremo a un anzuelo del doce y, apuntándolo hacia la carne que delimitaba mi entrepierna, lo introdujo un centímetro por lo menos bajo la piel, saliendo naturalmente, debido a la curvatura del anzuelo.

Si antes estuve a punto de desmayarme, ahora estuve a punto de hacer saltar a Luna por los aires del nervio que me entró por el dolor provocado por mi ama; Luna, sin embargo, que estaba preparada para tal evento, me sujetó bien, presionando mi cuerpo aplastándome la cara bajo su culo, sujetándome como lo haría un cowboy marcando una res. El dolor y la falta de respiración se convirtieron en una vorágine de ansia, desesperación y dolor que me transportó al limbo como la peor de las drogas. Yo sentía mi entrepierna arde, hubiera jurado que toda mi cara estaba dentro del coño de Luna; mi nariz estaba enterrada entre sus nalgas y mis labios dentro del los vaginales de Luna, los cuales, al notar el puntazo de dolor, soplaron y resoplaron, llenando de aire aquella cavidad maravillosa, lo que le debió hacer cosquillas a mi captora, que se removió aún más sobre mi cara.

Laura siguió con su labor, realizando un cosido de más de cuatro puntadas a cada lado, sujetando mi polla de manera que no se moviera ni un poco; cuando terminó su labor me roció la zona con alcohol, para evitar una posible infección. Fue la última de las peores pesadillas que pasé en aquel rato que no olvidaría en mi vida; la verdad es que ya no me preocupaba en respirar, en soportar la forma de mi cabeza, en notar mis testículos.... solo quería que aquel tormento terminara de una maldita vez. Yo estaba completamente bañado en sudor, temblando del sufrimiento, pero sin forma d epoder escapar de aquellas dos diablesas.

Ambas mujeres se quedaron mirando la obra, una vez que Luna se bajó de mi cabeza; la mulata alabó la habilidad de su amiga como costurera, rieron y constataron la fiabilidad del pintalabios permanente que decoraban mis morritos. La piel que alguna vez albergó mis testículos se desbordaba enrededor de mi torcido pene a modo de dos labios vaginales; me soltaron las piernas del techo, que cayeron inertes, incapaz yo de articularlas. Cerraron mis muslos y ante ellas apareció lo más parecido a un coño que se podía conseguir en un hombre sin cortarle su miembro.

Me colocaron boca abajo en la cama, con mis manos aún atadas a la espalda, y con el culito en pompa; me habían vuelto a poner las braguitas, y desde atrás parecía la grupa de una hembra. Mientras Luna se colocaba en la cabecera de la cama, con sus piernas abiertas y mi cara entre sus muslos, Laura se ajustaba un dildo a la cintura. Pegué mis labios a su coño, lamiendo esta vez sin ninguna presión, haciéndola llegar a una par de orgasmos, mientras mi ama comprobaba la eficacia de la operación, penetrando mi ano con su consolador. La verdad es que el plástico rozaba la punta de mi capullo, lo que hacía que se me irritase, pero todo me pareció banal en comparación con lo que había pasado.

Fue cuando entraron los dos hombres, y José, nada más verme en aquella posición, con el culo en pompa y de aspecto de mujer, apartó delicadamente a su mujer de aquella posición y me la ensartó de un solo golpe. Me folló a conciencia, mientras mi cara era una y otra vez aplastada contra el coño de Luna, pero de una forma muy diferente a la de hacía unos minutos. Mientras ellos do abusaban de mi cuerpo sin ningún tapujo, Laura y Stan se emplearon a fondo en una cabalgada que llenaba totalmente a Laura.

Fue una madrugada y mañana larga, entre folladas y lamidas, y tengo que agradecer que la monstruosa polla de Stan no penetrara en mí, porque a buen seguro me hubiera desgarrado o partido por la mitad. Lamí, limpié todos los sexos, y la extraña pareja se despedía de mis amos; los llevé a la playa de nuevo, y tuve que ver las estrellas cuando me senté a horcajadas sobre el banquito del bote cuando me puse a remar, ya que mi polla, cosida como estaba, era aplastada por mi propio peso. Luna me depositó un dulce beso en los labios cuando se despidió, mientras Stan pasaba su mano delicadamente por mi entrepierna, susurrándome que la próxima vez me tomaría por detrás.

Al regresar al barco rogué por no volver a encontrarme nunca a aquel hombre, aunque no estaba seguro de volver a ser prestado a aquella pareja y pasar por la misma situación. Cuando subí a bordo mis amos ya estaban durmiendo, y como era ya tarde hice todo lo necesario para poner rumbo hacia Alicante, donde tendríamos que llegar sobre las seis de la tarde de aquel domingo.

Disfruté de la navegación, a pesar que un rato después salía Laura a cubierta con un botecito, donde albergaba a mi amigo el cangrejo, para hacerme una última gracia; me separó los calzoncillos que llevaba y me metió el animalito bajo la prenda, justo a la altura de mi cosida polla. Ella se fue a dormir, advirtiéndome que lo mantuviese vivo hasta que saliese de nuevo. A pesar de los pellizquitos de las pinzas del animal, el viento y el sol me hacía revivir, después del duro fin de semana.

A poco de llegar a Alicante salieron mis amos, y Laura me permitió sentarme para acabar con la agonía del cangrejo, al igual que la mía. Me vestí al llegar al puerto y nos despedimos cuando tuve todo el barco recogido. Me pagaron el taxi y llegué justo a tiempo de coger el tren a las ocho, que me llevaría de vuelta a Madrid, al regazo de mi Diosa.

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