El barbero

Un adolescente buscando algún trabajo para ganar dinero, obtiene más de lo que busca.

EL BARBERO

Mi madre y yo pasábamos por un período de gran necesidad económica, cuando yo tenía 18 años, por lo cual acostumbraba realizar cualquier clase de trabajo, con el objetivo de ganar unos pesos. Aquella vez, sin embargo, no había logrado nada. Ya caía la tarde, cuando me acerrqué la barbería del barrio, pensando que tal vez don Lorenzo, el barbero, accedería a pagarme algo a cambio de barrer todo el pelo que quedaba tirado en el suelo.

Don Lorenzo me miró con interés y me dijo que esperara a que se fuera el último cliente, para poder barrer. Contento por poder tener unos centavos, me senté en una silla y esperé a que atendiera dos clientes más. Entonces, noté que don Lorenzo me miraba con mucha insistencia, a través del espejo y, con la experiencia que ya tenía, supe que él buscaba algo más.

Don Lorenzo era un hombre de 67 años, estatura media, semi-calvo, entrecano el poco pelo que le quedaba, algo gordo y un pecho velludo, que exhibía a través de los botones superiores siempre abiertos de su bata de barbero.

Mientras sacudía la manta que quitaba del cuello del último cliente, no me quitaba la mirada de encima. Puse más atención y noté un dejo de lujuria en su mirada. Si hubiera deseado escapar, aquel era el momento justo... pero no lo hice.

Una vez el hombre le hubo pagado y salido con aire indiferente, don Lorenzo cerró la puerta de la barbería y se volvió hacia mí, con ojos ardientes y, avanzando su mano, la puso sobre mi entrepierna.

Me quedé petrificado, pues no esperaba un ataque tan directo. Antes de que yo pudiera reaccionar, empezó a frotarme el pene con su mano a la vez que, mirándome directamente a los ojos, me dijo:

  • Muy bien, muchacho, ahora tú y yo tenemos un negocio pendiente.

En un segundo, mi pene estaba totalmente parado y no podia disimularlo. Una fuerza dentro mío venció la quietud inicial y, alargando mi mano, la puse sobre su pene que se notaba ya erecto.

Don Lorenzo me empezó a besar, a la vez que me acariciaba por encima de la ropa. Mutuamente nos fuimos desnudando y pude ver su carnoso cuerpo, velludo, rollizo y con unos pectorales colgantes, que parecían de mujer.

Con sus manos me agarró fuertemente por debajo de las axilas y, con un movimiento enérgico, me sentó en el sillón de barbero y con rapidez me quitó los pantalones y los calzoncillos, dejando al descubierto mi verga, que ya se mostraba erecta y deseosa.

Terminó de desvestirse y avanzó hacia mí, con el pene cabeceándole, totalmente erecto y de un tamaño impresionante, tanto de largo como de grueso, a la vez que se masturbaba enérgicamente.

Sin esperar más, él se arrodilló ante mí e introdujo mi pene en su boca y comenzó a mamarlo con maestría. Tras unos momentos, sin más demora, sacó mi verga de su boca, fue hasta un anaquel, tomó un tubo de vaselina y se untó el culo. Luego, se subió al sillón de barbero, dándome la espalda y se sentó encima de mí.

Accionó una palanca y el sillón se reclinó, dejándonos en una posición más cómoda. Tomó mi verga con su mano y dirigió con ademán seguro hacia su ano, hasta que sentí la punta de mi pene colocarse a la entrada de su recto.

  • ¡Vamos! -exclamó.

Sin hacerle ascos, empujé y mi glande comenzó a penetrar su culo, por lo cual empecé a cogérmelo con furia, moviendo mi falo hacia adentro y hacia afuera, una y otra vez. Su gemidos se iban acrecentando y yo, sin dudarlo, se la clavé hasta el fondo. Me lo empecé a coger con furia, ya que cada vez, me sentía más y más excitado.

  • ¡Asíiiiiiii! ¡Aaaaaahh! -gritó.

El ritmo se fue haciendo más y más febril hasta que sentí que no me podía contener más y exclamé:

  • ¡Me voy a venir! ¡Yaaa!

De pronto, el viejo se detuvo, me agarró la verga con fuerza y la sacó de su orificio. Me dio vuelta sobre el sillón y él se colocó atrás mío. Acercando su verga a mi culo, me tomó por la cintura y me la metió de un solo golpe.

  • ¡Aaaaahhh! -grité, porque me dolía, pero debo confesar que aquel tipo de penetraciones, me encantaba.

Aquello me puso más y más excitado. Don Lorenzo empezó un movimiento rítmico de mete y saca, mientras yo comencé a moverme como una perra, mientras que él me masturbaba enérgicamente con la mano.

El viejo barbero fue culeándome, como todo un profesional, rompiéndome el culo una y otra vez, moviéndose con furia. Fue entonces don Lorenzo quien no aguantó más y, en medio de un grito salvaje, tuvo un glorioso orgasmo que lo hizo reir y llorar de placer, al tiempo que me inundaba los intestinos con su leche.

El continuó con su manipulación manual en mi verga, haciéndome eyacular dos o tres minutos después. Mi esperma salió disparada, manchando el sillón del barbero.

Don Lorenzo me recompensó con una propina muy generosa y, desde esa ocasión, siempre pasaba a verlo a la barbería dos o tres veces por semana, sabiendo que siempre obtendríamos lo que deseábamos, tanto él, como yo.

Autor: LuizSex luizsex@gmail.com