El Bar
La vida de A. dio un vuelco esa noche. Solo había ido a buscar una cerveza pero en el cubículo de aquel baño mugriento, había encontrado algo mucho mejor.
La tarde había caído sobre Madrid, A., un jóven de recién cumplidos dieciocho años había llegado a la ciudad desde México hacía apenas un par de días, ¿La razón? había ganado una beca muy importante en su Universidad y ésta incluía un semestre en España; había sido muy duro para él, pues tuvo que dejar a su familia. a sus amigos, todo lo que conocía, pero en especial, porque la había dejado a "Ella", la que había sido su novia desde los quince años y con quien había perdido su virginidad, y aunque se habían prometido seguir a distancia, hablar todos los días por teléfono y escribirse de vez en cuando, ambos sabían que esa relación estaba condenada al fracaso, no podía ser de otra manera.
A. recorría las calles buscando un lugar donde refugiarse de la leve llovizna que empezaba a acariciar las calles de la hermosa ciudad que recién comenzaba a conocer; dio de frente con un bar "Una cerveza" pensó y se adentró, sacudiéndose en la puerta el abrigo y los pies, para deshacerse de las gotas de agua que habían conseguido alcanzarlo. Se quitó el abrigo y se dirigió a la barra con él colgado del brazo.
-Disculpe- Pronunció, con timidez, y voltearon a verle al mismo tiempo el bartender y un hombre que estaba sentado, también ante la barra, bebiendo whisey.
- ¿Qué le sirvo?- Preguntó el cantinero.
-¿Qué marcas de cerveza manejas? ¿Tienes Indio? ¿Dos equis? -El hombre tras la barra lo miró confundido, y balbuceó las marcas que se conocían en España.
-No eres de aquí, ¿Verdad? -Interrogó el otro, mientras le sonreía.
-Pues... No...- Respondió A.
-Se te nota. ¿Argentina? -Preguntó, entre risas.
-¿Argentina? -A. repitió, con una mezcla de voz entre asombro e indignación- ¡México!- Orgulloso.
El misterioso hombre le pidió al cantinero una buena cerveza, local y muy buena, éste se la sirvió a A., quien se la bebió como si fuera agua, y después otra, y otra, y otra. Para cuando llegó a la mitad de la quinta cerveza, A. ya sabía que su nuevo amigo se llamaba O., que era escritor, cinco años mayor que él y que estaba ahí pues acababa de comprometerse en matrimonio con su novia, A. en cambio le contó que acababa de llegar y que no conocía a nadie, y como pasa en cualquier amistad nacida en una borrachera, se prometieron seguir frecuentándose para siempre; cuando la cerveza número siete llegó a su fin, A. se puso de pie y se dirigió al baño, daba tumbos al andar y apenas podía poner un pie delante del otro. Orinó en el migitorio y cuando se disponía a lavarse las manos, vio a O. entrar.
-Te pegué las ganas de hacer pis -Dijo A., entre risas.
O. no respondió, caminó directo hacia él y lo tomó de la cintura, le plantó un beso pasional, con su lengua recorría la cabidad completa de la boca de A. y éste, estupefacto, correspondía con ambas manos alzadas, como quien acaba de ser víctima de un asalto; en camio, las de O. acariciaban su cadera, su espalda baja y poco a poco, se fueron apoderando del trasero firme y trabajado de A. Se lo apretó y restregó su cuerpo contra el de él.
-Te has empalmado... -Murmuró, y no lo decía como una adivinanza, apoyado vaquero contra vaquero, podía sentir el miembro de A. erguirse contra la mezclilla de su pantalón, casi tanto como la de él mismo. A. no podía hablar, tenía la boca entreabierta y el pulso acelerado, le daba vergüenza adimitirlo pero nunca lo habían besado de esa manera. O. no perdió el tiempo, le zafó el cinto, le desabrochó el botón, bajó el zipper y metió la mano entre el bóxer de A. Sonrió con su pene en la mano, si bien no estaba completamente erecto, estaba muy bien encaminado.
-No. -Masculló A. -Yo no soy... Eso...
-No eres, ¿Qué? -Preguntó O. -¿Homosexual? Yo tampoco. Pero no por eso no puedo comerme un buen rabo de vez en cuando, ¿No crees?- Probablemente era el alcohol quien llevaba el proceso de razonamiento de A. en ese momento, pues no encotró falla en su lógica.
-Aquí no, es lo único que te pido -Solicitó, y se metieron en el cubículo más amplio, el que está pensado para personas con discapacidad motriz.
O. se hincó en el suelo, tomó con firmeza el pene medio erecto de A y lo observó un momento; lo tenía bonito, era delgado y largo, calculó, mediría algunos 19 centpimetros de largo; se lo metió a la boca con una maestría tal, que A. pensó seriamente que era mentira eso de que se comía rabos "de vez en cuando" esa experiencia se adquiere con frecuencias más repetitivas. O. apretaba los labios al metersela a la boca, jugaba con los dientes, acariciaba los testículos y succionaba en el momento exacto; tan exacto que A. empezó a gemir un tanto audible; aunque rápidamente se llevó una mano a la boca. La forma en la que le estaba efectuando ese oral era tal, que A. no tardó en llegar directamente en su boca, O. succionó todo, le lamía el tronco del pene y lo veía a los ojos, podía encender un fósforo con esa mirada.
A. se disponía a arreglarse la ropa, avergonzado y excitado con lo que acababa de pasar, pero O. no pensaba dejar las cosas así; chasqueó la lengua y negó con un pícaro gesto en el rostro; lo tomó de los hombros, le dio la vuelta y lo inclinó un poco, A. sabía lo que venía, pero no sabía si le iba a agradar el resultado. O. le bajó la ropa interior un poco, dejando al descubierto ese rico trasero que minutos antes había estado palpando sobre el pantalón. A. tenía un culo de envidia debido a que era deportista y a que tenía una genética que le ayudaba mucho; O. se mordió el labio contemplando la maravilla que tenía delante y, antes de otra cosa, bajó una vez más pero ahora para darle placer a ese trasero redondo y firme que lo invitaba a perderse en él, le lamió, mordió y pellizcó las nalgas, después pasó la lengua por su ano y la introdujo un poco, con una mano le apretó los testúculos y la otra la bajó a su propio miembro, para poder masturbarse a la par que le daba un delicioso beso negro a su nuevo amigo. A. volvió a gemir, nunca había sentido un placer así, a Ella, su novia, le costaba hacerle un simple oral, no la veía mucho metiendole la lengua en la raja de esa manera. O. se puso de pie, no iba a permitir que A. llegara sin habersela metido hasta el fondo.
A. giró la cabeza en su dirección, sin enderezarse, y cuando vio ese pene de veinticuatro centímetros de largo y considerablemente ancho ondeando cerca de su trasero, carraspeó; definitivamente no le iba a gustar lo que vendría a continuación pero, una vez más, el alcohol que corría por sus venas había tomado el mando de la cabina central y su cuerpo no le respondía como la situación le ameritaba. O. fue considerado, introdujo poco a poco su miembro en la cavidad de A. En la primer embestida solo pudo meter una tercera parte, en la segunda, la mitad, en la tercera, tres cuartas partes, a partir de la cuarta entró toda.
Comenzó lento, disfrutando la profundidad de A. y éste, ni se movía ni hablaba, de no ser porque un sudor frío y salado le recorría la nuca y los brazos a la par que los músculos de sus brazos se tensaban, O. habría pensado que se había desmayado, y en el fondo, A. se preguntaba si seguía vivo.
Poco a poco fue aumentando el ritmo, la metía y sacaba cada vez ejerciendo más presión hasta que, cuando A. se hubo acostumbrado a las dimensiones de O., aquel mete y saca se volvió pasional, rudo, fuerte, sin compasión por su compañero. O. sujetó fuerte de la cadera a A. y lo empezó a balancear hacia adelante y hacia atrás, en sentido contrario de los movimientos de su propia cadera; A. sentía que el pene de O. le saldría de repente por la boca pero, pese a lo que había creído al inicio, aquella sensación no le estaba desagradando, sino todo lo contrario, le daría vergüenza en futuras sesiones admitirlo, pero aquellas embestidas representaban el sexo más delicioso que había tenido en su corta vida sexual. Siguieron así unos cuantos minutos más cuando, inevitablemente O. llegó inundando su interior de una leche espesa y caliente; A. estaba completamente erecto una vez más.
-Déjame metértela ahora mi- Pidió, agitado, cansado y muy excitado.
-No. Si quieres que esto se repita, vas a tener que buscarme- Sentenció, le dio un beso pasional en los labios, y con la mano le apretó el miembro con fuerza, hasta que sintió que llegó sobre su palma, se rió, llevándose la mano llena de semen a la boca, la lamió y salió del cubículo, dejando a A. ardiendo de deseo por repetir esa experiencia furtiva, prohibida y muy apasionante. “Buscarlo” repitió, bajito, mientras se arreglaba la ropa.
No conocía la ciudad, no sabía de él más que uno que otro dato al azar que le había dicho durante la velada, ¿Cómo podía encontrarlo?