El bar

Una nueva situación escatológica sigue a la que ya tuvieron Claudia y Javier en el salón de su casa. De nuevo Claudia se excita y no puede evitar cagarse encima.

Hacía algo más de un mes que sucedió aquel episodio escatológico con Claudia. Aquel dichoso día de aventuras que empezó en el salón, siguió en el supermercado y terminó de nuevo en el salón parecía haberla dejado tranquila. Desde entonces mi vida con Claudia había sido normal. Éramos una pareja normal en todos los aspectos excepto cuando le cogía aquella vena loca que la ponía fuera de sí y porque no decirlo, también a mí. Aquel mes transcurrió como supongo que transcurre para la mayoría de los jóvenes que viven juntos. Trabajábamos los dos, a veces cocinábamos y a veces salíamos a comer fuera, teníamos amigos con quien compartir las noches de los viernes yendo a bailar o a cenar, y no follabamos cada día pero cuando lo hacíamos salía bastante redondito.

Una de las cosas que más me atraía de Claudia era su espontaneidad a la hora de hacer el amor. Bueno eso creo que ya lo habréis percibido con lo que os he contado de ella hasta el momento, pero no me refiero a esas situaciones que denominaría extremas. Me refiero a la cotidianeidad.

Cuando estaba caliente era fácil notarlo. No era una chica de esas que te abrazan y comienzan a hacer tonterías, a ponerse melosas, a acariciarte sin ser capaces de decir lo que desean. Claudia en eso era diferente. Aparecía su animalidad. Su forma de vestir cambiaba, se volvía provocativa. Uno llegaba a casa, y si ella andaba con ganas, bastaba mirarla. Sabía que me gustaban los tacones, pues tacones se ponía, que me gustaban las falditas cortas, pues faldita corta, que me gustaban las braguitas blancas de algodón en lugar del tanga, aparecían las braguitas de algodón, en fin, era como si desplegara un letrero diciendo: "A ver si hoy me follas". Y lo cojonudo era que lo decía. Solía preparar una buena cena o una buena comida, según fuera al medio día o por la noche, y cuando menos te lo esperabas te decía:

¿Has visto que guapa me he puesto? Mira que braguitas más monas, y al decirlo se subía un pelín la minifalda para que las viera.

¿Te gustan mis sandalias de tiritas? Y levantaba la pierna para enseñarte las sandalias hasta que te dabas cuenta que iba sin bragas.

Como no dejes el plato de lentejas y me folles ahora mismo, me ha dicho el coño que le saldrán hongos de no usarlo.

De postre te he preparado pelos de coño usado. A ver si te comes alguno que ya me estorban.

Era una maestra provocando situaciones y soltando frases como las anteriores. Naturalmente el efecto sobre mí era inmediato.

Cuando me daba cuenta ya estaba comiendo el pelo de coño usado, quitando los hongos imaginarios con mi hermosa polla, y disfrutando aquel cuerpo rellenito, que no gordo, que quitaba el hipo, sobre todo cuando mirándote con aquellos ojos verdes dejaba aparecer aquella deliciosa sonrisa suya. Tenía una habilidad especial para, de forma casi inadvertida, encontrarse ella pelando mi plátano, o frotando con furia mi verga con su coño para ver si de verdad se iban los hongos imaginarios y sacaba lustre a mi polla por fuera y a su coño por dentro.

Era un sexo apasionado, nada convencional, en el que cabía todo.

Follame el culo joder, que esta celoso del otro agujero y no sea cosa que se enfade.

Frases como esta o las que siguen eran habituales cuando quería que le apagaran el fuego que ardía en su interior.

¿Has visto que voy sin braguitas? Es para airear un poco el culete. Últimamente anda muy caliente.

¿Crees que las tetas están engordando? Masajéalas un poco, no quiero que ganen peso y se vuelvan tan grandes que te ahogues en ellas.

Total que si no te enterabas que quería que la pusieran a caldo es que eras tonto.

Como podéis ver no se parecía en nada a la Claudia marranita que se destapaba de tarde en tarde, muy de tarde en tarde, pero que cuando lo hacía era imparable, solo lo había hecho dos veces: la primera en el semáforo cuando nos conocimos y a la segunda ya me he referido al inicio del relato.

Comenzaba el otoño, las primeras lluvias y brisas frescas habían hecho acto de presencia. Estábamos paseando por el paseo marítimo disfrutando del cambio de tiempo y diciendo un adiós casi definitivo a los calores veraniegos cuando me vino a la cabeza preguntarle:

Claudia... ¿Eso de los pipis y las caquitas cuando arrancó en ti?

Comprendo que fui un poco brusco, pero era algo que rondaba mi cabeza casi desde el principio que nos conocimos.

Me miró, aquellos ojos verdes con la sonrisa como aliada desarmaban.

¿De veras quieres saberlo Javier?

¡Sí! Necesito saberlo. Es una parte de ti que me es completamente desconocida. Sin ella es como si solo te conociera a medias.

¿Te gusta cuando sucede? Me preguntó.

¡Te quiero Claudia! ¡Te quiero mucho! Necesito saberlo. Y... referente a si me gusta... ya sabes la respuesta. Cuando ha sucedido me has tenido. ¡Tu sabes que me has tenido!

De acuerdo, te lo contaré. Sentémonos en aquel bar, parece tranquilo.

Era un bar no muy grande, tampoco había mucha gente y sonaba una música tranquila que invitaba a pasar un rato charlando. Nos sentamos en un rincón. El sitio estaba poco iluminado, algo alejado de las demás mesas y la penumbra le proporcionaba una cierta intimidad que casi nos ocultaba del resto del salón. Yo pedí mi café y ella su refresco de siempre.

Claudia vestía un pantalón vaquero, una camisa y unas botas, nada fuera de lo común, pero cuando la veía a mí me parecía una chica preciosa.

De pequeña – empezó – me hacía pis en la cama.

Eso es muy corriente. Interrumpí.

Te rogaría que no interrumpieras – Dijo – Era una situación engorrosa. No podía ir a dormir a casa de las amigas y llegó un momento que ya no tenía excusas que poner. Aquello me hacía diferente. Al crecer aquello no disminuyó. Tuve mi primera regla. Eso fue como un pistoletazo de salida. Una salida de una carrera de la que yo misma me veía excluida. Sólo pensar que algún día pudiera dormir con algún chico y me sucediera me desquiciaba.

Además siempre me había resultado difícil aguantar las ganas de hacer de cuerpo. Claro que eso no sucedía por las noches y de día siempre tenía ocasión de llegar a un retrete.

A los dieciocho años, en el club parroquial, lo frecuentaba bastante, conocí a otra chica que acababa de llegar de la península.

Mientras estaba hablando se le notaba que se ponía nerviosa.

En poco tiempo intimamos bastante y un día que íbamos de excursión, sentadas una al lado de otra, surgió el tema de la sexualidad y la incontinencia nocturna. Yo le dije lo mucho que me avergonzaba que pudiera sucederme estando con un chico.

"A mí me pasa lo mismo – me contó – solo que yo he aprendido a sacarle partido. He aprendido a obtener placer de nuestro problema"

Claudia estaba con las piernas juntas y apretadas y las manos en el asiento de la silla. Se la veía bastante tensa.

¿A sacarle placer? Pregunté.

Javier, te dije que no me interrumpieras. Bastante nerviosa estoy ya. Me están entrando ganas de hacer pipi.

Solo hace falta ver lo tensa que estás en la silla para darse cuenta de ello Claudia. Ve al baño y continuamos.

¡No! Prefiero continuar. La misma pregunta que has hecho tú le hice yo. Ella se limitó a contestar: "Me lo hago encima" "en cualquier lugar y cualquier parte" "No te imaginas lo delicioso que es cuando te libras de la vergüenza y la conviertes en placer".

Aquellas tres frases me dejaron asombrada. ¿Cómo podía causarle placer, a aquella chica, aquellas marranadas?

Claudia estaba cruzando y descruzando las piernas. Su nerviosismo crecía.

"¿Quieres probarlo?" Me dijo. Yo no sabía que contestar. "¿Tienes ganas de mear?" Me preguntó. Le contesté que sí, que hacía rato que íbamos en el autocar y que a la primera parada pensaba ir al baño. "No vayas, aguántate hasta que yo te lo diga, yo también tengo ganas". Mercedes – que así se llamaba mi amiga – eso en mi caso es peligroso, cuando me aguanto mucho siempre acabo con ganas de hacer caca, y como no corra también se me escapa. "Ya somos dos, encanto, y te aseguro que es cuando mejor se pasa".

La demoníaca sonrisa se estaba dibujando en la dulce carita de Claudia. Mirarle la cara junto con el relato que escuchaba me provocó una fuerte erección.

Quedamos calladas hasta que el autocar llegó a su destino. Paró en una explanada forrada de hierba verde, en la que estaba previsto merendar. Rodeando la explanada había un bosquecillo con matorrales y detrás de los mismos se oía correr un torrente que, cosa rara, debía llevar agua.

"Ven conmigo" me dijo Mercedes. Tengo ganas de hacer pis, muchas ganas, contesté yo. "¿Y adonde crees que vamos tonta?". Me cogió de la mano y me hizo correr hasta detrás de los matorrales donde vimos el torrente y quedamos ocultas de los compañeros y compañeras de la excursión. "¿Has traído braguitas de repuesto?" Si, conteste tímidamente, siempre las llevo por si acaso. "Vamos a jugar" dijo Mercedes. No tengo ganas de jugar, solo ganas de mear y de cagar. Tanto aguantar ya me han venido ganas. "No seas tonta, haz lo que yo te diga y déjate llevar, verás como disfrutamos". Las dos llevábamos una faldita y una blusa. "Agáchate a mi lado y ponte de cuclillas, pon las braguitas de recambio en el suelo para tenerlas a mano". Mercedes, me estoy cagando y tengo las braguitas en la mochila en el autocar. "Ve a buscarlas". No sé si voy a llegar, me estoy cagando en serio. "Si que vas a llegar, corre, rápido ve a buscarlas". Como pude fui corriendo hasta el autocar, procurando que nadie se diera cuenta cogí las bragas auxiliares y regresé lo más rápido que pude junto a Mercedes. Ella ya estaba agachada y se estaba acariciando por el interior de su prenda intima, pero sin quitársela. A su lado tenía unas braguitas limpias de algodón. Mercedes era un poco más rolliza que yo, no demasiado, su cara era hermosa. Verla en cuclillas con una mano aguantándose la faldita arremangada, enseñando sus muslos de carne generosa y apretada que terminaban en unas abundantes nalgas y su otra mano dedicada a los quehaceres ya mencionados hizo que me sonrojara y un fuerte calor fuera invadiéndome desde mi coñito hacia mi más profundo interior. Mis apretones se me estaban haciendo insoportables. "Agáchate a mi lado, pon las braguitas nuevas a salvo y acaríciate como yo, sigue aguantando todo lo que puedas mientras te acaricias".

¿Qué te pasa Claudia? Le dije. Su cara era inconfundible. Era la cara de la Claudia marranita. La tensión se adivinaba en todo su cuerpo. Estaba sentada con las piernas muy juntas y los brazos a los lados de su cuerpo con las manos asiendo firmemente el borde el asiento de su silla.

Me están entrando ganas de cagar y como sigas interrumpiendo no sé si voy a llegar al final.

Callé y seguí mirándola a los ojos. Mi erección no cesaba. Claudia me había puesto la polla como un palo.

Las dos estábamos acuclilladas acariciándonos el coño por el interior de las bragas. Yo estaba caliente como no había estado nunca. El coño se estaba mojando por momentos. No podía dejar de mirar como Mercedes se estaba tocando. Como se pasaba la mano por el culo, como se acariciaba las nalgas, el interior de las mismas y llegaba hasta su ojete para volver al coño y hacerse un dedito todo ello tapado por sus braguitas. "¿Te gusta mirarme Claudia?". Mucho – respondí –. Yo también estaba acariciándome con descaro. "Te gustaría cagarte en las bragas Claudia?" No solo me gustaría es que necesito cagar y mear Mercedes. "No lo hagas aun", "Sigue acariciándote, poniéndote caliente como una burra" "Mirándonos" "Yo tengo la mierda justo en el ojete" "Me gusta sentir la tensión, hacerlo a tu lado pero no lo quiero hacer antes que tu". Mis ojos estaban clavados en ella. Mercedes me parecía un putón, pero me había puesto como una cerda en celo.

De pronto Claudia calló, un escalofrió recorrió su cuerpo.

No sé si podré llegar al final del relato Javier, tengo unos apretones enormes.

Si que podrás – contesté – Me la has puesto muy dura.

¿En serio?

Muy en serio. Cámbiame el sitio.

Yo me encontraba en el rincón, y ella frente a mí me tapaba de la vista de los demás. Si cambiábamos de lugar la que se hallaría tapada de las miradas sería ella. Vi como le costaba trabajo levantarse y cambiar su lugar por el mío.

Sigue Claudia, lo necesito.

Ahora además de taparla de miradas extrañas yo me encontraba de espaldas al resto del local.

Voy a desabrocharme la bragueta, le dije.

No seas burro, no me pongas más nerviosa de lo que estoy.

La mesa que nos separaba era pequeña, una lámpara de pantalla adosada a la pared nos iluminaba débilmente y la música seguía siendo suave. Yo me había sacado la polla. Su mirada me tenía frenético.

Cógeme la picha por debajo de la mesa y acaríciamela.

¡No seas loco Javier!

¡Vamos hazlo! – Mi voz sonó imperativa – ¡Sigue con lo que me contabas!

¡Tengo que ir al baño Javier!

¡Ni lo sueñes!. ¡Sigue!

Su mano se deslizó por debajo de la mesa y comenzó a sobarme la verga, estaba dura y gorda.

Estábamos las dos mirándonos y acariciándonos – Siguió – Mercedes era la que hablaba, yo de momento solo escuchaba. "Me encanta soltarme un pedo mientras me toco el culo, y tener que luchar para no cagarme mientras lo hago, ¿lo has hecho nunca Claudia? Inténtalo, tócate la peladilla mientras lo intentas... o el ojete... lo que prefieras... siente como el ojete se abre lo justo para dejar salir la ventosidad, huélela, disfrútala..." "Mójate la mano con un poco de pis cuando lo hagas, solo un poco... De pronto lo hizo. Vi como se mojaban de orín sus braguitas y un sonoro pedo le seguía. Yo estaba al borde de la histeria Javier. Era todo nuevo para mí, nunca me había visto en una situación parecida y mi vientre estaba a punto de estallar.

¿Te gustaría cagarte aquí Claudia, en el bar?

Su mano no cesaba de tocarme la herramienta.

Es una locura... pero me gustaría... me encantaría... estoy muy caliente Javier.

¡Bájate un poco los pantalones y las braguitas! Lo justo para sentarte con el culo directamente sobre la silla.

¡Van a vernos! Y se darán cuenta cuando nos marchemos – Se le escapó el primer pedo, no fue muy ruidoso, pero creó ambiente – Me estoy cagando Javier, no podré aguantar mucho más.

Sus manos estaban desabrochando la cinturilla de sus pantalones. Estos eran ajustados. Al fin logró bajárselos junto con las bragas. Sus nalgas descansaron directamente sobre el asiento.

¿Lo ves tonta? Nadie te ha visto. Sigue acariciándome y contándome la escena con Mercedes.

Su carita ya no era dulce, era pura lascivia. Unos preciosos ojos verdes me miraban con deseo y volvía a tener la sonrisa de la Claudia marranita. Un fuerte olor me hizo saber que se le había escapado otra ventosidad, silenciosa esta vez, pero densa.

Vi como Mercedes – Siguió – rodeaba su vientre con sus brazos y daba un fuerte empujón.

Saqué el dinero para dejar pagada la consumición y lo puse sobre la mesa. Listo para poder salir corriendo. Estaba seguro de lo que se avecinaba. En su mano estaba mi verga a punto de estallar. La movía haciendo subir y bajar la piel del prepucio y la punta del glande era eco de los fuertes latidos de mi corazón.

Vi como un bulto teñía de marrón las bragas de Mercedes y las llenaba. Un chorro de meado las atravesaba y caía entre sus piernas. Entonces sucedió. Un calor provocado por la mierda que salía de mi culo y el pipi de mi coño, junto con mis caricias, hizo que me corriera. Fue maravilloso y nuevo.

Estoy a punto de correrme Claudia. ¡Sigue!

No puedo seguir Javier, ¡me voy a cagar!

Mi leche invadió su mano, la llenó. La polla escupía con fuerza. Y mis ojos seguían fijos en los suyos. Sus ojos entornados y el ruido que siguió la delataron. Tartamudeo.

Me cago Javier, me estoy cagando encima, me estoy meando, soy una marrana caliente. Has logrado que me corra. Eres un hijo de puta.

Otra nueva andanada de mierda se depositó entre sus nalgas y la silla. Esta vez sí. Su cabecita bajo y dio un leve suspiro. Se había corrido de verdad.

Vámonos rápido. Súbete los pantalones y vámonos.

Voy toda sucia.

No importa le dije. Yo me había recogido la polla. Te lavaré al llegar a casa.

Miré alrededor para asegurarnos que nadie miraba.

¡Rápido Claudia!

Al subirse los pantalones los ensució. Daba igual. Lo importante era salir cuanto antes de allí.

Valió la pena. Estábamos sucios y satisfechos. ¡Muy satisfechos!

Corrimos para alejarnos cuanto antes del bar. Una risa de felicidad nos acompañaba.

PD: Agradeceré cualquier comentario referente a mis relatos, y sobre todo si os gustan más las aventuras de Javier y Claudia o las de Marta y Miguel. Gracias por leerme.