El baño de los prefectos. Parte II
Lo que J. K. Rowling no se atrevió a contar. Relato en cuatro partes.
La puerta se abrió con un leve chirrido. Harry se adentró en la estancia, echó el cerrojo y, mirando a su alrededor, se quitó la capa invisible.
Aquella debía de ser una de las estancias más lujosas de Hogwarts, reservada para unos pocos privilegiados de los últimos cursos. Toda ella era de mármol blanco con vetas doradas. Una lámpara de araña daba una luz intensa y proporcionaba una sensación aún más amplia del entorno, si cabe. Una de las paredes estaba repleta de multitud de espejos, cada uno de diferente forma y tamaño. Harry tardó unos momentos en darse cuenta de que cada uno de los espejos reflejaba una imagen ligeramente distinta de la de los demás: algunos reflejaban la imagen de ese mismo momento; otros, los más grandes, debían reflejar la de unos segundos atrás, puesto que Harry no se pudo ver en ellos hasta pasado medio minuto; unos pocos, los más pequeños, tenían que estar reflejando los acontecimientos que iban a suceder unos segundos después, puesto que Harry se vio a sí mismo desprendiéndose de su ropa (y, pese a la excepcionalidad de aquellos espejos, no pudo pasar por alto la evolución que su cuerpo había sufrido últimamente, estando claramente más tonificado).
Si bien los espejos llamaban mucho la atención en aquella estancia, el elemento principal era claramente la gran bañera que se encontraba justo en el centro. De forma rectangular, tenía más bien el tamaño de una pequeña piscina. A lo largo de dos de sus lados, se podían ver a través del agua dos bancos; en la otra parte, la piscina era más honda para poder sumergir el cuerpo completo sin tener que encogerse. Lo más llamativo era que, alrededor de toda ella, había una interminable hilera de grifos de oro que completaban la vuelta a todo su perímetro. Cada uno tenía una forma distinta y una joya incrustada de diferente color. En una esquina apartada de la piscina, había un montón con varias toallas de un color blanco inmaculado y que parecían muy mullidas.
Por último, en la pared que daba al exterior del castillo, había una serie de vidrieras que ilustraban diferentes motivos, algunos más abstractos que otros. Dos de ellas ocupaban un lugar central en la composición: contenían, respectivamente, una sirena desnuda de silueta estilizada, situada sobre una roca rodeada de agua y con una larga cabellera rubia que se ondeaba de vez en cuando (imagen que provocó un leve despertar en la entrepierna de Harry) y un tritón (el espécimen macho de la especie de las sirenas, menos conocido en la mitología muggle, pero acerca del cuál Harry ya había leído en sus libros de la asignatura de Cuidado de Criaturas Mágicas). Por su mitad superior de hombre se veía que era un ejemplar joven, de en torno a una edad humana de 20 años. Al igual que su contraparte hembra, tenía el cabello rubio, y sobre su frente reposaban algunos mechones. Su rostro tenía unos rasgos angelicales, con unos ojos grandes y de color verde acuoso, unos labios suaves de color intenso y una mandíbula fina y marcada. La tez tanto de su rostro como de su cuerpo era clara y suave, sin rastro alguno de vello o imperfecciones, y dejaba entrever bastante marcado el cuerpo del joven que, sin ser algo exagerado, estaba relativamente musculado, con unos pectorales que se hacían notar y unos abdominales cincelados, claramente curtidos por la práctica natatoria. Allá donde terminaban sus abdominales, la cintura daba paso a la mitad de pez del cuerpo del tritón, que estaba recubierta de escamas de color azul eléctrico y terminaba en una cola algo más grande que la de la sirena.
Harry quedó unos segundos observando ambos retratos, absorto ante la perfección de sus mitades humanas, pero reaccionó cuando se dio cuenta de que les podía estar incomodando.
Volvió a centrar su atención en la piscina y se dispuso a llenarla. Antes de nada, se deshizo de su bata y su pijama, tal y como había visto en los espejos que mostraban el futuro inmediato. Al hacerlo, se regodeó observando su propio cuerpo, del que comenzaba a estar orgulloso por primera vez en su vida. Sus abdominales comenzaban a intuirse, los pectorales se habían afirmado, sus brazos se habían tonificado y habían ganado bastante grosor; por debajo de su cintura, partían unos glúteos muy bien torneados (era la parte de su cuerpo de la que más orgulloso estaba Harry) y unas piernas largas y tonificadas. Tanto sus glúteos como sus piernas relucían carentes de vello, ya que, desde hacía unos días, Harry había leído acerca de un conjuro para deshacerse de él hasta que quisiera contrarrestarlo, y había decidido realizárselo, ya que consideraba que ayudaba a realzar las recientes ganancias musculares. Entre sus dos piernas, colgaba un pene bonito, con apenas vello en la base y un prepucio que terminaba dejando entrever tan solo la punta del glande. Era de un tamaño un poco por encima de la media y de un grosor estándar, acompañado de unos huevos más bien gordos y colgantes, por lo que Harry no tenía queja alguna de su dotación.
Una vez estaba completamente desnudo, notó las furtivas miradas del tritón y la sirena durante unos segundos, interesados por la presencia de alguien nuevo en aquel baño. Su interés no duró mucho, ya que ciertamente tenían que haber visto a un gran número de personas pasar por allí a lo largo de todos los años que Hogwarts llevaba en pie. Una vez relajado sin la presión de sentirse observado, Harry se dirigió a la piscina para experimentar con los grifos que la rodeaban.
Abrió un primer grifo del que salía agua con unas grandes burbujas de color blanco y rosa. El segundo que escogió echaba una espuma extremadamente espesa que quedaba flotando sobre la superficie del agua. De otro de ellos salía un chorro que rebotaba en forma de arco sin cesar a lo largo de la superficie. Algunos no desprendían agua, sino neblinas de distintos colores y de aromas diversos. Tras un rato jugando con los grifos, la piscina quedó completamente llena de una apetecible agua caliente, espumosa y que desprendía un agradable aroma. Harry se dirigió a la parte de los bancos para introducirse lentamente, no sin antes acercar el huevo de oro al borde para tenerlo a mano.
Metió los pies en el agua y siguió bajando del banco a la parte del suelo menos profundo de la piscina. Lentamente, fue adentrando su cuerpo músculo a músculo y notando como estos se relajaban merecidamente tras el estrés al que llevaban tiempo sometidos. Además, a Harry le gustó la sensación de libertad provocada por introducirse desnudo en una piscina. No recordaba haber nadado nunca sin nada de ropa, ya que las pocas veces que había ido a la piscina había sido en verano, junto a sus horribles tíos y su primo.
Se recostó en el banco, disfrutando la caliente temperatura del agua, y, en esa posición, se quedó observando el erótico retrato de la sirena. Este, junto con la situación de disponer a solas de aquel magnífico baño, hizo que empezara a excitarse, y su pene se hinchó hasta alcanzar sus espléndidos dieciocho centímetros. Comenzó a sentirse muy cachondo mientras observaba a la sirena removerse en su roca, mientras su pelo dejaba entrever en ocasiones sus perfectos pechos. Llevó la mano a su pene y se comenzó a masturbar intermitentemente, sin la intención de correrse, sino simplemente disfrutando de la situación, de la vista, de los olores y de la temperatura.
Permaneció un largo rato de ese modo. El aroma, por mucho que pasaba el tiempo, seguía siendo muy intenso (incluso más, si cabe) y Harry se sentía un poco embriagado. Lo mismo ocurría con la temperatura del agua: le daba la sensación de que se había ido incrementando lentamente. Estaba en la gloria, acomodando su cuerpo a una temperatura cada vez más alta y extremadamente excitado, quizás inducido por los aromas que flotaban sobre la superficie. Había llegado a un punto en el que su mano ya no soltaba su miembro; su brazo se movía frenético bajo el agua, entusiasmado por el placer que se estaba produciendo; mantenía un ritmo cada vez más rápido, incrementándolo a la par que el placer que sentía, si bien, de una manera algo inconsciente, estaba advirtiendo que no conseguía llegar al clímax, por mucho que lo intentaba. Se dio cuenta también de que era totalmente incapaz de abrir su mano y soltar su pene, o de parar el movimiento del brazo, su placer iba en aumento sin cesar, pero este no culminaba en un orgasmo.
Tampoco sabía cuánto tiempo podía llevar ya en esa situación, si un cuarto de hora o tres horas sentado dentro del agradable agua. Las olas de placer se expandían desde su entrepierna hasta su cabeza y hasta la punta de los dedos de los pies. En un determinado momento, su mirada se cruzó con la del tritón, que había advertido la tarea de Harry. Era una mirada limpia, inocente, que sacó a Harry de su ensimismamiento, al advertir que se estaba masturbando sin disimulo alguno ante observadores. Cesó la masturbación y abrió su mano, quedándose asombrado y sin explicación alguna de lo que le acababa de ocurrir.
Medio asustado, decidió que mejor llevaba a cabo el cometido que le había llevado a esos baños y volvía al dormitorio lo antes posible. Nadó hacia el bordillo contrario, donde reposaba el huevo, y lo abrió. La estancia se vio irrumpida por unos chillidos estridentes que rebotaron por todas las paredes. Era el mismo resultado que llevaba obteniendo durante semanas. Harry no entendía qué estaba haciendo allí y empezó a pensar que Cedric solo había querido engañarle y desviarle de la solución a la tarea.
—Yo que tú lo metería en el agua.
Asustado, Harry levantó la mirada hacia la fuente de la voz que le había hablado. Era la sirena, que, inclinada hacia delante en su roca, y con los pechos totalmente descubiertos del cabello y colgando al aire, se estaba dirigiendo a él.
—Eso es lo que hizo el otro chico —dijo, ante el paralizado Harry.
—Eh… Sí… «Vabe»… «Gradias» —balbuceó Harry, abrumado. Pese al reciente incremento en su confianza ante las chicas, la belleza de aquella sirena era realmente imponente, y Harry estaba seguro de que se había dado cuenta de que había estado masturbándose mientras la miraba.
Sin dilación, procedió a huir de la incómoda situación sumergiendo la cabeza en el agua junto al huevo. Una vez bajo la superficie, volvió a abrir el huevo, preparado para volver a aguantar los insufribles gemidos, y le sorprendió una voz dulce y angelical:
Harry, joven mago,
tu vida ha dado un cambio.
¿Capaz de mantenerlo?
¿Quién eres en verdad por dentro?
No hay respuesta correcta
en esta segunda prueba.
Definitiva será
muy a tu pesar.
¿Con cuál aceptas contienda,
el tritón o la sirena?