El baño de los prefectos. Parte I

Lo que J. K. Rowling no se atrevió a contar. Relato en cuatro partes.

—¡Eh… Harry!

Era Cedric Diggory. Estaban a la salida del baile de Navidad y Harry vio que Cho Chang lo esperaba abajo, en el vestíbulo.

—¿Sí? —dijo Harry con frialdad, envidioso de que Cho hubiese escogido a Cedric antes que a él para asistir al baile. Hacía tiempo que tenía sentimientos por la chica, pero su carácter tímido no había propiciado el acercamiento entre ambos anteriormente. Sin embargo, en las últimas semanas Harry se sentía diferente, y sentía que las personas de su entorno lo percibían y trataban de manera diferente. La victoria frente al colacuerno húngaro en la que había sido la primera prueba del Torneo de los tres magos había impresionado a profesores y alumnos de todo Hogwarts, así como a los de las comitivas de las escuelas Beauxbatons y Durmstrang.

Así, Harry había advertido que, en general, sus compañeros de cuarto curso, e incluso los de cursos superiores, mostraban más interés por él y tendían a acercársele más. Esto no suponía una especial fuente de satisfacción, ya que Harry nunca había estado muy interesado en ser el centro de atención ni en pertenecer a los grupos de los alumnos más «guays». Sin embargo, sí que estaba disfrutando de otro de los efectos que la derrota del dragón había tenido en su futuro inmediato: notaba que las chicas mostraban un mayor interés por él. Si bien, por el momento, le había quedado clavada la espinita del rechazo de Cho, este se veía en gran medida compensado por las miradas furtivas que advertía de sus compañeras desde el otro lado del aula, en el Gran Comedor o por los pasillos del castillo. De hecho, más de una chica le había sonreído o le había saludado pícaramente sin venir muy a cuento, con un tono de admiración o intentando provocar su interés.

Ante esta situación, la autoconfianza de Harry se había fortalecido. Por primera vez en su vida, era popular merecidamente, y no solo por lo que había vivido con la edad de un año. Se sentía todo un galán, el que más ligaba de su curso, y lo estaba disfrutando de lo lindo.

—Escucha… Te debo una por haberme dicho lo de los dragones —Harry había ayudado a Cedric al desvelarle el contenido de la primera prueba del Torneo. Gracias a él, ambos la habían superado con éxito y habían obtenido un huevo de oro que se suponía que debía darles pistas acerca de la segunda prueba—. ¿Tu huevo gime cuando lo abres?

—Sí—contestó Harry.

—Bien… Toma un baño, ¿vale?

—¿Qué?

—Que tomes un baño y… Eh… Te lleves el huevo contigo, y… Eh… Reflexiona sobre las cosas en el agua caliente. Te ayudará a pensar… Hazme caso.

Harry se quedó mirándolo.

—Y otra cosa —añadió Cedric—: usa el baño de los prefectos. Es la cuarta puerta a la izquierda de esa estatua de Boris el Desconcertado del quinto piso. La contraseña es «Frescura de pino». Tengo que irme… Me quiero despedir.

Volvió a sonreír a Harry y bajó la escalera apresuradamente hasta donde estaba Cho.


Harry estuvo dándole vueltas unos días a la información de Cedric. La verdad era que seguía sin tener idea de cómo afrontar el misterio del huevo de oro, pero las palabras de su compañero de séptimo curso no le habían aclarado gran cosa.

—Tienes que ocuparte del tema, Harry —le insistía en más de una ocasión su amiga Hermione—. Piensa que tus rivales en el Torneo te sacan tres cursos de ventaja. Además, todos ellos tienen a un mentor que les habrá ayudado a solucionarlo ya.

Muy a su pesar, Harry sabía que su amiga (como de costumbre) tenía razón. Él prefería en ese momento procrastinar y seguir disfrutando de su popularidad con las chicas. Estaba muy activo socialmente y había empezado a practicar mucho más deporte que de costumbre, entrenando al quidditch todas las mañanas antes de clase y complementándolo con grandes cantidades de ejercicios de musculación (basados en su propio peso, pues, para su decepción, en Hogwarts no había un gimnasio como los del mundo muggle), puesto que estaba harto de estar escuchimizado por su tendencia genética y su insuficiente actividad. Precisamente uno de estos días de intensa actividad deportiva, Harry pensó que no le vendría nada mal un rato de relax en el baño de los prefectos para recuperar sus fatigados músculos, y así aprovecharía para atajar el tema del dichoso huevo dorado de una vez por todas.

Aquella noche, cuando el castillo se encontraba ya en silencio y los alumnos estaban todos en las salas comunes, Harry se equipó con su capa invisible, el mapa del merodeador (que mostraba en tiempo real dónde se encontraban las personas dentro del castillo, por lo que le sería de gran ayuda para sortear a profesores vigilando que los alumnos no salieran de sus camas) y el huevo, y, vestido con pijama y bata, se dirigió a la quinta planta, en busca de la estatua de Boris el Desconcertado.

Al localizar la puerta del baño de los prefectos, susurró la contraseña facilitada por Cedric:

—«Frescura de pino».