El bañador

No es el bañador o las mallas que me gustan tanto pero no le haría ascos a semejante diosa. ¡Y encima calza unas bailarinas rojas preciosas!

El bañador

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¿Quién será esa mujer, Juan? Se la ve perfecta, así a contraluz, entre el borde de la piscina y las cristaleras. Esas curvas y ese precioso bañador azul eléctrico con bordes blancos, ¡cuánto me gustan las mujeres en bañador! Esta acaba de provocarme una erección que me tiene la polla marcada en el bañador. Es la primera vez que la veo, claro que como llevo poco tiempo por aquí, no habré coincidido aún con ella. A ver si el próximo día está nadando en mi calle .

oo--oo

¡Ya has hecho tus dos kilómetros en la piscina, Isabel!. Mientras hago estiramientos antes de irme a la ducha, me contemplo en el espejo de la sala de clases del otro lado de la piscina. No soy guapa, lo sé, más bien normalita, pero tengo un cuerpo muy bien hecho, para mi metro setenta; aunque use una cuarenta y dos de falda y tenga unas piernas no tan esbeltas como esas modelos canijas, los 70 cm de cintura y los 95C de mi pecho hacen que tenga esa forma de guitarra que todos los hombres miran.

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¡Vaya! ¡Nos encontramos en la salida! Ahí está esa mujer otra vez. No parece demasiado guapa, pero los ojos no se me van a su cara sino a esa falda y el top ajustado que le marcan la figura. No es el bañador o las mallas que me gustan tanto pero no le haría ascos a semejante diosa. ¡Y encima calza unas bailarinas rojas preciosas! ¡Y se le marcan los pezones! Decididamente, tengo que buscar una oportunidad con ella.

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¡El pelo largo! ¡Ese hombre lleva el pelo largo! Cómo me gusta que un pelo largo acaricie mi cuerpo, especialmente mis tetas, hasta se me están poniendo duros los pezones al pensarlo. Desde aquella vez con Irene, y antes con Inés, no he vuelto a sentirlo, pero es que me gustan los hombres ¡y no hay tantos con el pelo más largo que mi corta melena que me llega al hombro! Humm, me mira los pies ¡Y se le marca el paquete! ¡Tendré que seducirle!

o-o-o

Juan entra en el recinto de la piscina, realiza unos cuantos estiramientos, mira las calles de la piscina, en todas hay nadadores, pero se da cuenta de que en una de ellas parece que en una de ellas nada la mujer del otro día. Como en esa calle está ella sola, decide nadar allí. Como marcan las normas: ducha y el gorro. Luego las gafas y se mete en el agua. La mujer va nadando haciendo un largo en su dirección, por eso empieza y rápidamente se coloca a la derecha de la calle, como manda la cortesía entre los nadadores.

Isabel, que le ha visto nada más entrar, observa también que se dirige a su calle. “Empieza el juego” se dice a sí misma, se coloca a la derecha de la calle en su dirección para cruzarse con él. Decide que dará unos cuantos largos más, y luego descansará en uno de los extremos, segura de que el hombre parará también, los hombres son tan predecibles...

¡Hola! —saluda Juan—. Hoy está la piscina concurrida.

¡Y que lo digas!, parece que hoy nos hayamos puesto todo el mundo de acuerdo.

Pues yo he venido un poco más temprano de lo que suelo...

Yo siempre vengo a la misma hora —Isabel decide lanzar un anzuelo leve–. Nunca te había visto ¿vienes desde hace mucho?

No, me apunté el mes pasado, en realidad llevo poco más de dos meses en esta ciudad —añade el hombre—, vine por trabajo, ya sabes. Por cierto, me llamo Juan.

Encantada, yo soy Isabel —se dan los dos besos de rigor—. Discúlpame, pero tengo que seguir, nos vemos luego.

Hasta luego.

E Isabel inicia sus largos, consciente que Juan la mirará tanto por fuera como por dentro del agua. “Hay que abonar el terreno” se dice. Media hora más tarde sale del agua, hace unos pocos estiramientos y se dirige al vestuario. La mirada de Juan la ha seguido en todo momento, como ella ya sabía, y se lo confirma el espejo de la sala de ejercicios dirigidos.

oo--oo

¡Vaya cálculo de tiempo tiene Juan! Ha debido salir de la piscina cuando yo me he ido al vestuario. Y eso que cuidar el pelo largo se lleva su tiempo. ¡Observo que casi no me mira los pies! Claro que hoy me he puesto botas, eso me da qué pensar. Mañana haremos un experimento.

Hasta mañana, Juan.

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¡Qué contrariedad! Isabel no lleva hoy bailarinas, a ver si mañana hay suerte. Y además se ha puesto pantalones, está visto que no todo puede salir bien.

Hasta mañana, Isabel.

o-o-o

Isabel entra al recinto de la piscina y observa el agua. Rápidamente detecta a Juan nadando solo. También se fija en que

la calle de su derecha

está vacía y que el estilo de natación del hombre hace que la salida para respirar la haga indistintamente a derecha e izquierda. “Voy a la calle vacía para que me observe a gusto”. Y después de ducharse, ponerse el gorro y las gafas, se lanza al agua en la calle seleccionada. Inmediatamente descubre que Juan sale a respirar por el lado donde está ella nadando, por lo que constata divertida que los hombres son completamente predecibles. Cuando lleva la mitad de la longitud que suele hacer, se para a descansar en uno de los extremos. Al poco el hombre también se detiene a descansar.

Hola, Isabel —sonríe Juan—. Hoy he venido antes.

Ya veo, Juan —sonríe abiertamente la mujer, casi hubiera apostado a que iba a ser así. Y añade para ser completamente tópica—: hoy nadan menos personas y podemos estar en una calle cada uno.

Sí, a veces es un fastidio compartir calle.

Y otras veces no… —así se las ponían a Felipe II.

No lo decía por ti —se disculpa torpemente Juan.

Ya lo sé —e Isabel sonríe con amplitud.

Oye, después del ejercicio ¿te apetece tomar una cerveza en el bar de la piscina?

Hoy no puedo, pero otro día sí —mejor dar esperanzas—. Voy a seguir. Hasta luego.

Hasta luego.

--oo--

De nuevo la he alcanzado, ¡qué bien!, viene con ese vestido ¡y lleva las bailarinas del primer día! Espero que no se me note la erección que me provoca. Si ya me ponía con su espléndido bañador, que le hace un tipo hermoso, ahora, vestida y con bailarinas, ¡uf!

¿Mañana te veo?

oo—oo

Como esperaba, hoy sí me mira los pies. Se ve que le gustan las mujeres con bailarinas, ¿será fetichista de este tipo de calzado? Además también me da que le gustamos las mujeres cuando llevamos bañador. Mañana haré otra prueba para estar completamente segura, aunque tendré que dejarme llevar un poco, je je je.

No sé, tengo algunos asuntos y no creo que pueda venir.

¡Qué pena!, entonces ¡Hasta luego!

¡Adiós!

o-o-o

Al día siguiente, Isabel entra a la piscina. El bañador azul marca su cuerpo. Inmediatamente localiza a Juan, y como ve que todas las calles están ocupadas pero él nada en solitario por la suya, decide nadar con él. Inmediatamente es saludada.

¡Hola, Isabel! —la voz de Juan suena muy alegre al verla.

¡Hola, Juan! Finalmente pude venir.

Juan deja que Isabel nade delante de él. La verdad es que ella lo ha querido así, porque de esa forma deja que él la vea a placer. El juego continúa. Y hoy avanzará un poco más.

Juan, hoy sí puedo quedarme un rato en el bar de la piscina —comenta Isabel cuando hace una parada para, supuestamente, descansar. En realidad no necesita ese descanso, es parte del juego.

¡Qué bien! —Juan es sincero, porque quiere estar con ella y la ocasión parece única.

Perfecto, pues luego a la salida nos vemos. El que salga antes espera al otro.

De acuerdo.

Los largos se suceden. Al cabo del tiempo, Isabel sale del agua y se dirige a los

vestuarios

, seguida atentamente por los ojos de Juan, que una vez que ella desaparece

en ellos

, sale del agua, realiza unos suaves estiramientos y se dirige

al suyo

para prepararse a conciencia.

oo--oo

Ya está esperándome, se ve que tiene ganas; pero de momento se las va a tener que aguantar. Como esperaba no me mira los pies con insistencia, es porque llevo botines. Acabo de comprobar que es fetichista de las bailarinas; así que ya sé un detalle para llevármelo de calle cuando quiera. Lo que sí noto es que el top ajustado, que llevo puesto debajo de la chaqueta, hace que lo que me mire sea el pecho. Eso me hace pensar que tiene otro fetiche: no sólo los bañadores sino, en general, la ropa ajustada al cuerpo. ¡Hum! Creo que podré controlarlo como quiera.

¡Qué rápido, Juan!

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Ahí está Isabel. ¡Qué pena! Hoy no lleva bailarinas; claro que, a cambio, ese top ajustado le marca sus lindas curvas. ¡Ojalá pudiera estar con ella cuando llevara mallas de ballet y otras ropas ajustadas! Me pone a cien esta mujer, solo con el top, la polla se quiere levantar. ¡Qué curioso que siempre que la veo le noto los pezones erectos! Algo en mí la excita, eso me da esperanzas.

Ya sabes que los hombres nos duchamos rápido y tardamos menos en arreglarnos ¡ja, ja!

o-o-o

¿Y te parecemos mejor en biquini o en bañador? —pregunta Isabel. Llevan un rato charlando en el bar, al principio de cosas intrascendentes, luego la conversación ha derivado a cuestiones más íntimas—. Porque la opinión general es que los biquinis nos hacen más eróticas.

No diré que no, pero a mí me gusta más la sugerencia. El biquini enseña mucha piel, en cambio el bañador realza la figura —responde Juan.

¿Y si se tiene figura fea?

Entonces con más razón. El biquini necesita un cuerpo bonito, pero el bañador no.

¿Y crees que yo estoy mejor en bañador o en biquini? —Isabel lanza un señuelo.

Como no te he visto en biquini no lo sé, pero puedo suponer que también estarás bien.

Entonces ¿te gusto en bañador? —El pez picó el anzuelo y ya está atrapado.

Sí.

¿Mucho?

Claro que sí —y ahora a izarlo al barco.

Uy, qué tarde es, me tengo que ir.

Isabel se levanta, Juan hace lo propio, la mujer se queda mirando al hombre y éste se adelanta para besarla. Un único beso en los labios que ella responde, segura de haberle atrapado.

¡Adiós, Juan! Gracias por todo —y sale un poco precipitadamente dejando al hombre sumido en cierta confusión.

Al día siguiente, Isabel ya tiene decidido cómo será el encuentro con Juan; toda una sorpresa para él, seguro. De momento se han visto en la piscina como todos los días. Esta vez, es Isabel la que está en el agua cuando Juan llega y se mete en la calle por la que nada la mujer. Por supuesto ella le ha visto nada más entrar y deja que nade detrás durante un rato. Luego Isabel se detiene como a descansar e inmediatamente Juan hace lo propio.

Hola Juan —dice ella con voz dulce.

Hola Isabel.

Perdona que ayer te dejara así de improviso.

No hay nada que perdonar por tu parte; soy yo el que te pide perdón, me extralimité.

Lo que pasó, pasó porque quisimos los dos —sonríe ella. Y, aprovechando el ambiente entre los dos, lanza el anzuelo definitivo—: ¿Me quieres acompañar luego? Es que voy a comprarme un bañador y me gustaría tu opinión.

Por supuesto, cuenta conmigo.

--oo--

Qué suerte tengo, no sólo me perdona el atrevimiento de ayer sino que quiere que la acompañe ¡a comprar un bañador! ¡La voy a ver como a mí me gusta! Caray, qué tiesa se me ha puesto, espero que no lo note.

oo—oo

Ya ha caído el corderillo, le voy a tener comiendo de la mano como quiera. ¡Mira, cómo se nota su erección! Seguro que está imaginando que me va a ver en bañador para él solo, pero no sabe lo mejor, ja ja ja.

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Isabel se lanza a nadar y, como sin querer, roza con la mano el bañador de él justo donde se marca la polla, y le gusta lo que palpa. Acabado el tiempo de natación, ella se dirige al vestuario, bajo la mirada excitada de él. Y en el vestuario, se toma su tiempo; hoy es el día.

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¡Hoy es tu día de suerte, Juan! Isabel lleva unas bailarinas rojas preciosas; desde luego esta mujer tiene unos pies muy bonitos, y tanto la blanca falda larga como la roja blusa le sientan perfectamente, está guapísima.

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¿Nos vamos? —dice una sonriente Isabel.

Donde tú digas.

Es ahí al lado, en la tienda del paseo.

Ambos se dirigen al comercio en cuestión, hablando de cosas banales, aunque cada uno piensa en el otro. Entran en la tienda, Isabel elige un bañador rojo, de tirantes normales, con un ribete blanco y de ingle alta, y otro blanco con una especie de volante a la cintura y tirantes tipo cuerda.

¿Me guardas la bolsa de deporte y el bolso?

Claro.

Gracias, tardo poco.

Isabel entra en el probador. Se desviste y se pone el bañador rojo. Sale.

¿Qué tal, Juan?

Perfecto —dice un Juan absolutamente embobado con lo que ve: una mujer de cuerpo perfecto con bailarinas y bañador, todo rojo; ni en sus mayores fantasías se hubiera imaginado lo que ahora ve.

¿Pero no se ve mucha ingle? ¿No me deja mucha pierna al aire?

Para nada, te sienta divinamente —el atribulado Juan, que trata de esconder su imponente erección, no se ha dado cuenta que ni el bañador rojo, ni el blanco, son de natación, sino de playa.

Vale, espera que me pruebo el blanco.

El tiempo de espera se le hace diminuto a un hombre aún conmocionado por lo que ha visto, pero al cabo sale la mujer con el bañador blanco.

¿Y este? —dice Isabel dándose la vuelta.

Fantástico, te queda como si fuera un guante. —

Otra imagen espectacular para él tiene el pobre hombre

, de nuevo una mujer con bailarinas y bañador; demasiado para un fetichista.

De acuerdo, pues me quedaré con los dos.

¿Puedo regalarte uno de ellos? –Isabel sonríe porque esperaba esa propuesta.

Claro, el que tú quieras.

El rojo si me lo permites.

Por supuesto, espera que me cambio.

Isabel vuelve al cambiador y, al rato, sale vestida y con los bañadores en la mano. Se dirigen a la caja, Juan paga el bañador rojo, que es más caro que el blanco. La dependienta los mete en una bolsa y se los da a Isabel.

Ya que estamos, me voy a probar un par de vestidos.

No hay prisa.

Isabel elige tres vestidos de las estanterías, vuelve al probador llevando de la mano las prendas y la bolsa con los bañadores. Al rato sale con un vestido, le pregunta su opinión a Juan, entra al probador y repite lo mismo con los otros vestidos; finalmente no se decide por ninguno. Al salir se despiden de la dependienta.

Juan, ¿te apetece tomar algo en mi casa? Vivo cerca. —El momento se acerca.

Claro, todo lo que tú quieras.

Caminan durante cuatro calles hasta casa de Isabel, que observa divertida las discretas pero insistentes miradas que él dirige a sus pies, durante el camino. Al llegar al edificio, ella abre el portal y sube por las escaleras un par de pisos, delante de él, hasta llegar a su vivienda. Ella abre el portal, y sube, delante de él, un par de pisos por las escaleras hasta llegar a su vivienda.

Entra y deja tu bolsa en la entrada.

Juan hace lo que ella le ha dicho y, cuando se vuelve para mirarla, se encuentra con sus cabezas muy próximas. Isabel le agarra por el cuello y le da un beso en los labios, Juan se lo devuelve. La polla, que ya estaba medio erecta, se levanta del todo. Después, la mujer se separa, anda tres o cuatro pasos hacia atrás y, con un movimiento rápido, baja la cremallera de la falda y la deja caer; agarra la blusa con las dos manos y se la quita por encima de la cabeza. Juan no puede creer lo que ve: Isabel ha dado un paso hacia el lado, dejando la falda y la blusa en el suelo, lleva el bañador rojo y sigue con las bailarinas puestas, con razón Juan había notado algo raro en ella cuando caminaba a su lado, la muy taimada se había cambiado la ropa interior en la tienda.

Juan, fóllame como quieras.

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¡Era la visión más maravillosa que jamás he tenido! Allí estaba Isabel, hermosa; un cuerpo que me excitaba, que había estado jugando conmigo, ahora lo veía claro, que hasta me permitió besarla el día anterior y se permitió el lujo de que la acompañara a comprarse un bañador, ¡ja! Lo que quería era ponerme cachondo, y a fe que lo consiguió. Si ya estaba a cien con solo acompañarla, y ella con esas preciosas bailarinas rojas, ahora que la tenía delante, estaba a mil. Ni en todas mis fantasías hubiera pensado que tenía delante de mí lo que tenía. Un fugaz pensamiento cruzó mi mente: demasiado fácil. Pero lo deseché para centrarme en lo que tenía delante.

No sabía qué hacer, pero por de pronto tomé la iniciativa, que era lo que ella esperaba de mí. Me desnudé. Rápidamente me descalcé, me quité el polo, solté la hebilla del cinturón, el botón del pantalón, descorrí la cremallera y me lo quité, dejando un montoncito de ropa en el suelo. Afortunadamente no llevaba calcetines, y mi polla, con una erección que jamás había tenido, pugnaba por salirse del slip. Me acerqué a Isabel y la besé con pasión, siendo correspondido en un nudo de lenguas recorriendo nuestras bocas. Ella se dejaba hacer, pero yo no me estaba quieto. Creo que recorrí todo su cuerpo por encima del bañador, sin quitárselo para nada, ese era el fetiche: hiciera lo que hiciera, ella tendría el bañador y las bailarinas puestas.

oo—oo

Ya había puesto a Juan al límite, a partir de ese momento, le dejaba el mando. No sabía bien lo que ocurriría, pero tengo que admitirme que nunca hubiera sospechado que el bañador fuera tan erótico. Cierto que se pega al cuerpo como si fuera una segunda piel, transmisora de todo, pero no me imaginaba que las caricias que me hizo Juan, una vez desnudo, fueran como si no llevara la prenda. Él se situó detrás, besándome el cuello, mientras mientras sus manos recorrían todo mi cuerpo. Yo me dejaba hacer, sintiendo cada vez más y más excitación. Me acarició las tetas, el vientre y el coño siempre por encima de la prenda, casi sintiendo cómo quería meterme un dedo. Luego sus manos, ya por dentro del bañador, dieron otra vuelta completa por mi cuerpo. Excitada como estaba, finalmente me corrí, me corrí cuando, ahuecando la entrepierna del bañador, logró meterme un par de dedos mientras acariciaba mi clítoris. .

o-o-o

Isabel se ha corrido en las hábiles manos de Juan. El hombre la ha sujetado para que no se cayera. Delicadamente la alza en brazos y la lleva al salón, donde ha visto una mesa ideal para lo que se propone hacer.

Allí

deposita a la mujer, aún con el gozo saciado, boca arriba. Coloca las piernas de ella sobre los hombros de él y con sus manos aparta a un lado la parte del bañador que oculta el coño.

Hacia él

apunta su verga y, con un suave empujón, la introduce en el húmedo orificio.

Isabel no puede ahogar un largo gemido cuando se siente penetrada, abandona los brazos en sus costados y se dispone a seguir sintiendo a Juan. Este, una vez la polla dentro, agarra los tobillos de ella para dejar bien visibles las preciosas bailarinas rojas y, con lenta cadencia, entra y sale de ella una y otra vez.

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¡Casi me corro! La posición me permite ver cómo se mueve su cuerpo cuando la embisto y con el bañador está bien hermosa... y tener las bailarinas cerca de la boca me permite besarlas... casi juraría que cuando la beso, se excita más... ¿por qué será?

oo--oo

¡Joder con Juan! Cada vez que me besa o chupa los pies y las bailarinas me hace cosquillas en las piernas con su largo pelo y me pone a mil; entre eso y los embates, estoy a punto.

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Después de un largo rato en esa posición, Isabel alcanza de nuevo otro orgasmo; Juan lo ha notado pero se contiene, aunque está a punto también. Tiene pensado cambiar de postura. Por eso, una vez que los espasmos de placer de la mujer van cesando, gracias a que él se ha mantenido quieto sin embestir, saca la polla, levanta a Isabel de la mesa y se tumba en el suelo, boca arriba y con su tieso mástil apuntando al cielo. Ella comprende lo que quiere y se sitúa encima de él, un pie a cada lado, encoje las piernas y se deja caer sobre el miembro, no sin antes echar a un lado la tela del bañador. Ahora ella es la que marca el ritmo.

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¡Qué bien me ha entendido! Desde esta postura la veo erguirse sobre mí, puedo ver y agarrar sus pies y tobillos, al tiempo que veo mejor cómo se mueven sus tetas en cada embestida. Un poco más y ya estoy.

oo--oo

¡Ahora sí que se corre! Mucho ha aguantado, se ve que se controla bien; pese al estímulo de sus fetiches, Juan parece un buen amante.

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El hombre finalmente se vacía en ella. Y como, además, la excitación de sus fetiches es muy fuerte, la erección no decae, por lo que Isabel aprovecha para seguir con el ritmo, segura de que ella misma llegará por tercera vez a lo más alto.

Ha pasado un rato. Juan e Isabel yacen en la alfombra del salón, boca arriba, recuperándose, ella sigue con el bañador y las bailarinas.

¡Joder, Juan! ¿Siempre te dura tanto la erección?

Siempre no, pero esta vez sí; con los estímulos que tenía...

¡Ah, ya! El bañador y mis bailarinas, tus fetiches ¿no?

Justo eso, ¿Cuándo [cuándo] lo supiste?

Te dejaré con la duda —responde Isabel divertida—.Pero te diré que nunca había follado en bañador y me ha gustado, no sabía que esta prenda fuera tan erótica.

Y lo es, casi ninguna mujer está mal en bañador, realza vuestra figura.

Calzada, sí había follado antes, eso no es nuevo; y semi vestida tampoco, pero me ha gustado la experiencia ¿quieres repetirla? —dice, melosa, mientras se yergue con la mano en la polla.

¡Por supuesto! Pero dime ¿qué hay en mí que te excita tanto?

Dejaré que lo adivines —dice con una caricia al rostro, que acaba en el pelo del hombre.

Ana del Alba