El balón de playa
Ahora que el frío ha llegado es bueno recordar esas experiencias tan especiales que nos deja el verano.
Parecía un verano como todos, porque todos habían sido iguales: yo, mi marido y los niños, en alguna playa del Este o Sur de España. Mi marido leía el periódico mientras los niños jugaban y yo ojeaba alguna revista. Siempre el mismo aburrimiento porque jamás he podido yo elegir dónde me gustaría viajar. Hubiera querido algo distinto. Y luego estaba la primavera, que hay que prepararse antes del verano para lucirse bien en la playa con las condenadas dietas y ejercicios. Tampoco es que sirva esto de mucho porque mi marido no tiene ojos para mí sino que los reserva para las jovencitas, algunas unas verdaderas crías. Observa sin pudor sus bikinis y sus tangas creyendo que no me doy cuenta porque lleve las gafas de Sol. ¡Como si no supiera que ésa es su distracción favorita del verano! Lo peor es que advierto que el resto de los hombres de la playa sí saben que existo y me ven. Aunque esté a punto de llegar a los cuarenta noto sus miradas y eso me halaga pero no compensa la indiferencia de mi marido.
No es de extrañar así que aquel verano no estuviera muy ilusionada con las típicas vacaciones de siempre. Veraneábamos en Málaga y yo observaba sentada bajo la sombrilla las olas del mar avanzando y retrocediendo en la orilla cuando recibí un golpe en la cabeza. Miré atrás y vi a algunos chicos haciéndome señas para que mirase a mi derecha. Me giré y entonces vi el balón que debía haberme golpeado. Me levanté para cogerlo y se lo devolví con una sonrisa, notando las miradas interesadas de unos chicos a los que doblaba a todos en edad. Me dieron las gracias y siguieron jugando al boleibol. El caso es que me aburría un poco y viendo que jugaban decidí acercarme y distraerme un poco observando el partido. Le dije a mi marido que volvería enseguida y apenas soltó un gruñido como respuesta, sin dejar de saltar de una columna del periódico a otra con los ojos.
Era un buen entretenimiento ver a unos chicos jóvenes y atléticos en bañador saltando y moviéndose para pasar y rematar la pelota. En especial me agradaba uno de ellos que parecía destacar en el juego, pero no precisamente por eso sino por sus abdominales... De todas formas era pura fantasía y me hacía gracia por lo joven que era .
Cuando terminaron iba a regresar con mi marido, que no había dejado de leer el periódico a unos cuantos metros bajo la sombrilla, pero el chico moreno que había llamado mi atención se acercó para hablarme.
- ¿Qué? ¿Le gusta el juego? me preguntó, dejándome un poco sorprendida. Aquel chico parecía tratar de ligar conmigo. No podía dejar de pensar que era un jovencito impulsivo pero me halagaba. Le dije que sí y hablamos unas palabras. Llegó a invitarme a un helado. Yo me sonreí por lo ridículo de la situación pero sin que dejara de gustarme. Respondí que mi marido me esperaba, creyendo que esto le disuadiría pero no, insistió. Pensé que era un poco atrevido pero acepté. En el chiringuito se quitó las gafas de Sol que llevaba y pude ver sus ojos marrones tirando a verde aceituna; era tan guapo... Me dijo que se llamaba Víctor.
En esto quedó la cosa y regresé con mi marido. Los días siguientes continué haciendo de público y distrayéndome con su juego, sobre todo con él, e intercambiamos algunas palabras cordiales. La verdad es que era bastante simpático y me agradaba mucho. Sin que me diese cuenta se convirtió en una fantasía en la que me dejaba llevar cuando, a la noche, volvíamos al apartamento y mi marido y yo nos echábamos en la cama sin que a él se le ocurriera otra cosa que quedarse frito después de todo un día de playa, helados y paella de chiringuito. Entonces imaginaba un poco cómo sería si estuviese Víctor a mi lado y no mi marido...
Pero las fantasías no nos preparan en absoluto para el momento en que puedan hacerse realidad. Un día Víctor llegó a preguntarme si quería salir por la noche. Me negué educada pero rotundamente y un poco asustada y también indignada por su oferta. Yo era una mujer de mi casa y no podía salir con un chico que tenía menos de la mitad de mis años. Esto no se lo dije explícitamente pero él lo entendió.
Fin de la fantasía. Pero eso no evitó que me sintiera realmente deprimida durante el resto del día. Me decía que había hecho lo correcto pero tenía la duda de cómo sería escapar de la rutina playera del soso de mi marido, que, por supuesto, no notó mi cambio de humor, tan observador él como de costumbre. Esa noche en el apartamento y después de intentar dormir en vano durante una hora, le dije a mi marido que me iba a dar un paseo por el muelle. Me dijo que muy bien pero que no le despertase más, y salí a buscarle en los chiringuitos y locales de la playa... y allí estaba en uno de ellos, con unos cuantos amigos y tomándose una cerveza.
Se sorprendió mucho de verme pero le encantó la sorpresa. El resto de la noche fue genial: yo ya no estaba casada y bailamos, bebimos y reímos mucho. Serían las tres o cuatro de la mañana cuando me propuso un paseo por la playa antes de volver a mi apartamento. Lo habíamos pasado muy bien y noté en su mirada qué era lo que quería. Estaba excitada y el alcohol que había tomado no era poco. Acepté encantada...
Fuimos a la playa, ahora casi vacía, y digo casi porque había alguna otra pareja en la arena, y caminamos por la orilla del mar. La playa formaba una bahía y me dijo que había un sitio precioso pasando las rocas que rodeaban la bahía por la derecha. Pasamos, yo sujetándome a su cuerpo porque había mucha oscuridad, y encontramos una pequeña playa entre las rocas; y ahora sí que no había nadie más. Entonces él se metió en el agua y yo también, dejando nuestra ropa sobre una roca. Que estuviera muy fría no importaba, reíamos mientras él me perseguía en el agua. Me sentía eufórica con aquel juego, como si fuese de nuevo una chiquilla. Hasta que me alcanzó. Le miré y supe que los dos teníamos un mismo y urgente deseo. Me abrazó dentro de aquel mar tan oscuro y no dejamos de besarnos mientras salíamos del agua; me tumbó en la arena y se colocó sobre mí.
- Eres preciosa - me dijo con esa voz sensual suya y que acabó de derretirme bajo sus abdominales.
Se quitó el bañador... La noche no era lo suficientemente oscura para que no me diese cuenta del pene tan derecho que tenía... y era todo para mí. Luego sentí su cuerpo musculoso sobre el mío. Nos besamos de nuevo pero yo busqué su pene con mi mano, tan impaciente como él por sentirlo dentro de mí, y lo acaricié con deseo. No dejaba de decirme mientras que era suya, que le pertenecía y que me quería, cosas que hacía demasiado tiempo que no había oído. Cuando entró fue maravilloso. Se movía despacio pero sin pausa sobre mí y notaba su órgano viril moviéndose por mi sexo. Debajo tenía la espalda húmeda y fría por la arena empapada por el agua, mis pechos se calentaban rozando su cuerpo, mi boca estaba tibia por el contacto de nuestros labios y lenguas... Le abracé contra mí apretando su cara contra mis senos, para que los besase y acariciase.
¡Qué sensación tan maravillosa sus manos en mis pezones y su elngua en mi boca! Yo sólo podía jadear y abandonarme a los gemidos porque había perdido el control de mi cuerpo: de ombligo para abajo estaba como paralizado y era completamente suyo mientras movía mis caderas tratando de empujar y hacerme el amor. Todavía conservaba el control sobre los brazos y le abrazaba con ansia y cada vez más fuerte como si algo pudiera desengancharnos de ese frenesí. Cuando terminó dejé caer mi cabeza hacia atrás y vi las estrellas brillantes mientras se corría. Nos besamos antes de que me diera la mano para levantarme de la arena. Me vestí y caminamos por la orilla del mar, sin añadir palabra porque era absurdo pensar que hubiera un nuevo día.
Cuando regresé al apartamento me acosté y me dormí de inmediato para no pensar en mi marido, ni oír sus ronquidos, y retener la fantasía que se había hecho realidad...
Amaneció y yo me sentía genial y con ganas de volver a la playa. Mi humor debía haber cambiado porque hasta mi marido, que en absoluto se había interesado por mi ausencia la noche anterior si es que había llegado a darse cuenta, lo notó:
- Si yo sé que disfrutas mucho siempre en la playa me dijo; a saber cómo hubiera reaccionado si supiera por qué estaba realmente tan alegre.
Me sentía impaciente por hablar con Víctor de nuevo y en cuanto pude me excusé para ir a verles jugar al boleibol. Luego nos saludamos pero yo le noté extraño enseguida. No me equivocaba porque cuando le propuse que tomáramos algo él se negó diciendo que estaría muy ocupado. Se despidió como evitándome y yo me sentí realmente herida.
Esa noche tampoco podía dormir pensando en Víctor. Dejé a mi marido para ir a la playa sola y recordar el sitio donde habíamos estado. Fui a las rocas y entonces oí el sonido de alguna pareja que seguramente habría encontrado el sitio. Iba a volverme pero debió ser la intuición la que me hizo echar un vistazo... y allí estaba.
Él estaba como la noche anterior, sobre ella y acariciándola con sus manos y su pecho mientras subía y bajaba; pero ella no era yo sino que debía ser una chica más joven y gemía de genuino placer como había hecho también yo. Seguramente era otro ligue suyo y me sentí furiosa. Sentía cómo me herían los celos y quise interrumpirlos y avergonzarle, fastidiarle la noche, pero luego pensé en que también era la noche de ella y cómo gozaba y cómo recordaría después aquel momento. Yo no tenía derecho a quitarle esa experiencia y me alejé resignada. Esos momentos son demasiado especiales para romperlos.
De cualquier forma no me arrepentí sino que, a medida que ha pasado el tiempo, se ha convertido en un recuerdo que quiero guardar en mi memoria y del que no me arrepiento.