El baile en el palacio

Historia bastante conocida, pero tratada en una forma diferente,de una joven pobre y sufrida, quien tuvo que entregar su tesorito, para ganar un reino.

EL BAILE DEL PALACIO

La elegante carroza corría por los polvosos caminos del reino, a todo lo que daban los briosos corceles atados a ella.

El sonido del reloj que se escuchaba en todo el territorio, llegó a oídos de la hermosa dama.

_ ¡Las doce! –exclamó- ¡Apenas a tiempo!

En el preciso momento en que se tañía la décima segunda campanada, un rayo de luz envolvió a la carroza, que instantáneamente desapareció, dejándola a ella a la vera del camino, cerca de la casa en que vivía, si se podía llamar vida a una existencia de esclavitud, disfrazada de compasión hacia una pobre huérfana.

Sintió correr un líquido viscoso que le salía del coño y resbalaba por sus piernas y llevando la mano hacia él descubrió la falta de sus pantaletas.

-Seguramente se quedaron en palacio –pensó- Ojalá el príncipe las encuentre y las guarde, para que me tenga siempre junto a él, para que sienta mi aroma y me recuerde.

Con estos pensamientos, llegó a su casa para enfrentarse con la realidad, aquella realidad que había soportado durante tantos años, desde la muerte de su padre.


En el palacio, el rey reclamaba a su hijo su falta de coraje para correr detrás de aquella hermosa muchacha, que había cautivado al anciano monarca y deseaba que la relación del príncipe con aquella divinidad de hembra prosperara, para pasar su vejez rodeado de hermosos nietos.

-¡No puedo creer, hijo, que hayas dejado escapar a esa mujer! ¡No creo que en todo el reino puedas encontrar algo parecido! Es más, no creo que pertenezca a este reino. ¡Pero qué hermosura! ¡Qué elegancia! ¡Qué porte! Debemos revisar el censo. Quizá ahí podamos encontrar datos acerca de ella.

El príncipe soportaba estoicamente la andanada de reproches de su enojado padre, acariciando la hermosa prenda adornada de brillantes que había encontrado sobre el lecho, después de la partida de la hermosa mujer, con quien había logrado disfrutar de las más intensas horas de placer.

Él, como todo joven despreocupado, mientras su padre organizaba con sus consejeros un plan para localizar a la bella mujer que lo había impresionado tanto, al grado de elegirla como madre de sus nietos, se retiró discretamente a los jardines donde se puso a recordar lo sucedido.


En el amplio salón de recepciones del palacio se encontraba lo más graneado de la sociedad de aquel reino que él, al morir su padre, heredaría.

Las emperifolladas damas lucían sus mejores galas y refrescaban el aire de su alrededor con lujosos abanicos de vistosas plumas, adornadas ellas ostensiblemente con valiosísimas joyas, que solamente eran usadas para lucirlas en ocasiones tan especiales, como aquella fiesta a la que las había convocado el rey.

También la clase media del reino había acudido, pues la invitación abarcaba a todas las muchachas casaderas, entre quienes el príncipe debería elegir a su consorte, que le acompañaría en su reinado.

Aún cuando le habían sido presentadas muchas damitas, a cual más hermosas, el se mostraba exigente y no encontraba a la muchacha de acuerdo a sus preferencias, la mujer que hiciera latir su corazón, alterarle el ritmo cardíaco, o bien, pararle la verga. Porque si alguna constancia tenía el príncipe, era andar de cogelón y así se jodía tanto a las más guapas jóvenes que integraban la servidumbre del palacio, como a las ardientes aldeanas que consideraban un privilegio recibir en su coños el potente miembro del heredero real. Pero en ninguna de ellas encontraba las cualidades necesarias como para llegar a ser su compañera de toda la vida.

Mas cuando la vio aparecer por las puertas del elegante salón, su mirada ya no pudo apartarse de ella, de aquella grácil figura, de aquel hermoso cuerpo, de aquel rostro que irradiaba simpatía y aquellos luminosos ojos azules, que le hacían asomarse a las puertas de la gloria.

Haciendo a un lado el protocolo del palacio, no espero que ella llegara hasta él sino que corrió a recibirla, con la consiguiente molestia de las demás damas pretendientes, que veían esfumarse su oportunidad de oro de convertirse cada una en la soberana del reino, ante la aparición de aquella beldad que, sin lugar a dudas era la ganadora del corazón del príncipe.

-Puedo conocer el nombre de la poseedora de una belleza tan sin igual, preguntó galantemente el príncipe.

-Perdonará su alteza que no se lo diga, pero puede llamarme "Apasionada", y seguramente encontraremos el momento en el que pueda demostrarle la razón por la que he decidido utilizar ese nombre.

La cachondería con la que se dirigía a él, había conseguido alterar la libido del príncipe, quien sentía que la verga empezaba a ponérsele dura.

Llevándola al centro del salón, iniciaron el baile real, y no volvieron a separarse en ningún momento. El príncipe, cada vez más caliente, le propuso que le acompañara a sus reales habitaciones para enseñarle su colección de pinturas familiares, pretexto que ella entendió perfectamente, pues no era ninguna tonta, y como ya venía decidida a todo para no dejar escapar esta oportunidad que le presentaba el destino, accedió inmediatamente a acompañarlo.

El plan urdido en complicidad con su hada madrina, empezaba a dar frutos. Aquella vieja mágica la había aleccionado convenientemente en los misterios de la pasión y la forma de comportarse para tener al príncipe comiendo de su mano.

Ya conscientes de lo que querían, sin hipocresías, entre "¡Uff, qué calor hace!", "Permítame usted" y "Pon tu ropa aquí junto a la mía", se encontraron los dos en un santiamén, listos para saltar sobre el lecho.

No cabía duda, si aquella mujer lucía tan perfecta estando vestida, desnuda no existían palabras para describirla, pues estaba de veras súperarchirrecontrabuenota.

Poniendo en acción toda su experiencia en el arte amatorio, empezó el varón a besar tan espléndidos labios, para luego continuar por las mejillas, dirigiéndose después al cuello, donde aparte de besarlo, le dio unas lamidas que le pusieron la piel chinita a ella, que le dejaba hacer, acariciando enfebrecida la espalda de su real pareja. Después de chupetear golosamente el lóbulo de la oreja izquierda, regreso sus caricias por el camino antes recorrido, para seguir con la oreja derecha.

Cuando ella empezó a respirar agitadamente, llevó su boca hacia los pezones de los blancos, redondos y duros senos de la dama, con lo que ella empezó a soltar los tibios jugos vaginales que empezaban a escurrir entre sus piernas.

_Ya, por favor, métame tu real verga, mi príncipe, que me tiene como agua para chocolate! ¡No me haga sufrir más y métamela hasta el fondo, que ya no aguanto más!

El príncipe seguía chupando aquellas deliciosas fresas de sus pezones, que coronaban los rosados senos, los envolvía con su lengua titilándolos de una manera magistral y luego los succionaba, pasando de uno a otro. Al mismo tiempo que realizaba esta maravillosa mamada, compadeciéndose de ella, llevó su mano derecha hacia el rubio coño escondido entre las dos piernas, encontrando el clítoris duro y retador al que procedió a acariciar y cuando ya veía acercarse la venida de ella, abandonó el cálido rinconcito ante las protestas de ella, que fueron acalladas ante la delicia que le produjo la entrada de la cabeza del regio instrumento de su real amante.

El empujó suavemente y se encontró con un obstáculo.

-¡Cómo!, ¿eres virgen?

-Sí, su alteza, hasta ahora nadie me había cogido, pues esperaba entregarme completa a usted. Solamente me he masturbado ante el retrato de su excelencia.

-Bien, dijo maravillado el príncipe, acepto, pues siento que es un delicioso obsequio. Y sin más preámbulos hundió la gruesa verga en el virginal coño, que la dejó entrar oponiendo la leve resistencia del hímen, que voló en mil pedazos ante el paso del robusto visitante.

-¡Ay!, gritó la bella, ante la pérdida de su tesoro tanto tiempo guardado, pero feliz de que el príncipe estuviera disfrutándolo y ¡vaya que lo estaba haciendo! Arremetía con vigor el caliente túnel del coño recién abierto, sintiendo como las paredes le oprimían deliciosamente su cipote, frotándolo de la manera más excitante.

El príncipe gozaba inmensamente con el frote que producían a su verga los apretones de aquel coño delicioso que acababa de estrenar, e intensificaba sus movimientos de mete y saca, produciendo a la hermosa mujer un hermoso placer que le recorría todo el cuerpo y que le hacía desear una penetración cada vez más profunda en esa ardorosa cueva que envolvía deliciosamente al robusto visitante de su cálido interior.

El frote intenso y los violentos movimientos llegaron a producir el efecto esperado, pues el príncipe, curvando su bajo vientre, ensartó hasta el fondo las profundidades de la ardorosa mujer, que vio llegar la gloria al sentirse inundada del caliente líquido que dejó escapar la verga de su cabalgador, haciendo que ella liberara su energía en una abundante venida, a la que siguieron otros espasmos placenteros, que la hicieron abandonarse, con los ojos en blanco y suspirando entrecortadamente.

El príncipe retiró en forma apresurada su mástil del rubio coño que le había producido tanto placer, y saltando sobre el pecho de ella, dejó la chorreante verga a la altura de su boca.

-¡Chúpamela!, le ordenó ansioso.

Ella, obediente, incitada por el olor a semen que despedía el robusto vergón, le dio primero unos lametones a la cabeza y luego, tomándola delicadamente con sus dos manos se puso a lamer todo lo largo de aquel hermoso lanzón, que le había hecho gozar tanto, chupando al llegar de nuevo a la cabeza y succionando, poniendo en esta labor todas las enseñanzas aprendidas de su hada madrina. El efecto de aquella mamada excitante evitó que la fuerza de la gruesa verga decayera, con lo que el príncipe quedo listo de nuevo para continuar con la agradable tarea de joder a aquella hermosa mujer.

-Ahora quiero probarte por otro lado, ¡quiero metértela por el culo! Pues lo tienes muy atractivo y se me ha antojado para estrenarlo también.

-Los deseos de su alteza son los míos también y recibir en mi culito su hermosa verga será un honor. Tómelo su majestad y utilícelo como le plazca, que yo lo gozaré tanto como lo he sentido en mi coño.

Arrodillada y con la cara sobre la almohada, puso sus nalgas en pompa dejando ver abierta la hendidura que separaba las dos nalgas, mostrando en toda su magnificencia

los pliegues que circundaban la perfecta circunferencia del ano.

El soberano, maravillado ante tanta perfección, acercó sus labios a aquel culo magnífico y procedió a besar aquellas carnosas nalgas para después introducir la lengua entre ellas, buscando el esfínter que fue lamido hasta dejarlo completamente cubierto de saliva.

Escupiendo una de sus manos, embadurnó la cabeza de la verga dejándola lo suficiente lubricada para la labor que pretendía iniciar.

Colocando la cabeza de la verga en el ano que se abría y cerraba en espera del empuje de aquel mástil que ya había sido introducido en el coño, empujó suavemente primero deteniéndose un momento al notar cierta incomodidad por parte de ella, pero fue un dolor pasajero, por lo que nuevamente siguió avanzando lentamente, hasta que todo lo largo del miembro quedó sepultado en el interior de aquel cálido refugio, que iba ensanchándose a medida que iba efectuándose el avance.

Después siguió un lento mete y saca, procurando que ella se sintiera cómoda, aumentando poco a poco el ritmo de la jodienda, hasta que los dos se acoplaron perfectamente, avanzando él cuando sentía que la verga solamente tenía la cabeza dentro de aquel culo magistral, para luego retirarse nuevamente.

El ir y venir del culo y el movimiento rotario que imprimía ella a su divino nalgatorio, no tardaron en proporcionar a los dos la sensación de que el momento del placer supremo se encontraba cerca, con lo que arreciaron sus movimientos hasta que él, al sentir el espasmo de la venida le enterró de un violento envite todo lo largo de su lanzón, para dejar escapar en el fondo del conducto anal toda su carga de leche, que no teniendo espacio dentro de los intestinos, se desbordó empezando a salir por el esfínter, que no pudo contener aquel río de lava.

Aún tuvo el príncipe energía suficiente para seguir jodiendo un buen rato con aquella mujer que lo excitaba a tal grado de exprimirle los cojones al máximo, hasta que ya exhausto se quedó dormido profundamente.

Ella intentó dormir también, pero en aquel momento oyó el sonido de la primera campanada del reloj, que le indicaba que el tiempo del que disponía se había terminado, así que, apresuradamente se vistió y salió corriendo del palacio ante la mirada atónita de los guardias, que no sabían como proceder ante la insólita aparición de aquella mujer, que semivestida, pasaba como una exhalación delante de ellos.

El carruaje la esperaba a la salida del palacio y abordándolo apresuradamente pidió al cochero alejarse de ahí lo más rápido posible.


Al despertar el príncipe de su profundo sueño, no encontró a su lado a la mujer a la que había entregado sus energías la noche anterior, se vistió en un santiamén, y al revolver las sábanas, se encontró con la hermosa prenda que había estado antes en contacto con aquel coño delicioso que el recién había desvirgado.

Corrió tratando de encontrarla entre la multitud que aún se encontraba en palacio, pero no tuvo éxito, pues al indagar entre los guardianes, solo le pudieron hacer partícipe de su extrañeza al verla salir semidesnuda.

Después se lo comunicó a su padre, quien procedió a iniciar las gestiones para localizarla.

Al terminar de recordar, el príncipe acercó a su cara la lujosa prenda que acariciaba con sus manos y aspiro el delicado aroma de hembra cachonda que se despedía de ella.

En ese momento se le iluminó el rostro cuando una idea por demás atrevida que cruzó por su mente.

-¡Padre! ¡Padre!, -llamó al autor de sus días. -Se me ha ocurrido una idea que quizá pueda llevarnos a ella. Escucha.

Se trataba de dar a conocer un bando entre la población, manifestando la voluntad del príncipe de unirse en matrimonio con aquella mujer cuyas medidas fueran las que llenaran perfectamente las pantaletas que habían sido dejadas en su lecho. Los enviados del príncipe recorrerían casa por casa para medir la prenda en el cuerpo de cada una de las chicas casaderas.

Después de haber sido informada la población, el grupo real que se encargaría de la grata labor inició el proceso en compañía del príncipe, cuya ansiedad no le había permitido quedarse en palacio a esperar el informe.

Cuando ya habían recorrido casi todo el reino sin que se obtuviera el resultado esperado, llegaron a la casa donde había entrado la mujer, después de desaparecer el carruaje que la recogió en palacio.

-¡En nombre de su majestad el príncipe, aquí presente, venimos a llevar a cabo una tarea de la cual ya debe estar enterada a través del bando real! –anunció con voz engolada el primer ministro de la corte.

Una mujer madura de gesto adusto los recibió con frialdad, pero al reconocer en el grupo al heredero del trono, de deshizo en zalamerías.

-Adelante su excelsa majestad, tome posesión de su humilde casa. Es un honor para nosotros tener la visita de la persona más amada de este reino.

-Confío que usted conoce el objeto de nuestra visita –dijo el primer ministro. ¿Hay muchachas casaderas en esta casa?

Sí, señor ministro, tengo dos hijas preciosas, y aunque las dos merecen ser las elegidas, acepto que solamente una de ellas lo será.

Entró una muchacha flacucha, que con una risa nerviosa tomó las pantaletas que le mostraron, mismas que al probarlas, le quedaron totalmente holgadas.

-No, ella tampoco es –dijo con desánimo el real enviado.

La segunda joven, regordeta y caderona hizo acto de presencia e hizo varios intentos para meter su voluminoso cuerpo en la diamantina prenda, pero forzándola de tal manera que se rompió.

-¡Me queda! ¡Me queda! ¡Ajustadita, pero me queda!

-Ningún me queda -exclamo el ministro, bastante molesto- lo que ha hecho es destruir una prenda única y ya sin ella será imposible dar con la mujer por la que suspira nuestro príncipe.

Dirigiéndose al príncipe, quien un tanto aburrido había observado lo sucedido, el primer ministro se deshizo en excusas.

-Lo siento mucho, su majestad, pero con la prenda destruida ya no podremos dar con la identidad de su amada.

-A pesar de todo, tengo el presentimiento de que ella está aquí, lo siento en el aire, siento su olor.

Dirigiéndose a la señora de la casa, esperanzado la interrogó. ¿No hay ni una joven más en esta casa?

-No, majestad, puedo jurarlo, ninguna más.

Pero un ruido de platos que provenía de la cocina les hizo correr hacia allá, encontrándose con el espectáculo de una joven con la cara cubierta de ceniza y a su alrededor un montón de platos rotos.

-Muchacha, exclamó el príncipe, sólo faltas tú de pasar la prueba, pero por desgracia, la prenda que usábamos para ello se ha roto y así no será posible.

-Quizá con esa no, querido príncipe, pero yo tengo el complemento del atuendo. Y bajándose la blusa le dio a contemplar un hermoso par de senos, enfundados en un sostén de las mismas características de las pantaletas.

-¡Sí, tú eres! ¡Me lo decía el corazón que aquí te encontraría! ¿Pero, porqué estás vestida así y tan desarreglada? En el baile del palacio lucías despampanante.

-Cosas de mi madrastra, mi amor, al morir mi padre ella me tuvo como su esclava en esta casa, pero creo que ya es hora de abandonarla.

-¡Sí, el lugar que te corresponde es en el palacio! Ahí se te tratará como lo que eres, ¡una princesa!

Ya en el palacio real, atendida por sus damas de compañía, se bañó, la maquillaron y la vistieron lujosamente, ¡como un verdadero regalo para el príncipe!

Después vinieron los preparativos para la boda, que se realizó en unos cuantos días, para que los dos pudieran vivir una interminable luna de miel de lo más cachonda, cogiendo a todas horas, en la recámara y en todos los rincones del palacio, ya que si ella era caliente, él era infatigable, pues se trataba de darle gusto al rey, dándole los nietos que anhelaba lo antes posible.

Y colorín colorado, este larguísimo relato al fin se ha terminado.