El baile de Máscaras

Una madre relata la aventura incestuosa que vivió en un intenso Baile de Máscaras

El Baile de Mascaras

Estoy terriblemente confundida con respecto a lo que sucedió hace unas horas. Me miro en el espejo y me pongo a temblar, siento ganas de llorar pero las lágrimas no me salen de los ojos, se me revuelve el estómago recordando lo sucedido. No me puedo quedar en paz, en cuanto dejo que mi mente se relaje vienen a mi mente las imágenes de lo que pasó anoche, acompañadas de la culpa y de algo mucho peor, el deseo de repetirlo, la lujuria incontenible, inefable.

Me meto a mi recamara y me recuesto tratando de relajarme, respiro profundamente, inhalando por la nariz y exhalando por la boca. Pero en unos minutos siento como entre mis piernas corre una leve corriente eléctrica que termina por convertirse en una descarga potente que me pone la piel de gallina. Sin darme cuenta mi mano se desliza entre mis piernas y empiezo a masturbarme recordando lo que sucedió. Abro mis piernas y me dedeo cada vez con más fuerza, entro en frenesí hasta que minutos después alcanzo el orgasmo. Termino jadeante, sudorosa, empapada y más confundida que antes. De nada sirve darme placer yo sola, no logro superar lo que sentí anoche cuando un joven miembro, enorme y duro como granito me hacía suya. Lo único que me dará satisfacción será recibir dentro de mí al mismo hombre que anoche me folló como si fuera yo una yegua y él un semental.

Pero mejor les cuento mi historia desde el comienzo, pues por ahora mi única forma de desahogarme es relatándole a ustedes, unos perfectos desconocidos, lo que ocurrió, pues de otra forma creo que enloqueceré, así pues esta es la confesión de una mujer al borde de la locura. Por favor no me juzguen hasta haber conocido a detalle lo ocurrido.

Yo nunca me he considerado una mujer recatada, al contrario, si me conocieran usarían muchos adjetivos para describirme, pero recatada no, ni decente, ni pudorosa ni nada que se le parezca. Más bien me dirían que soy una disoluta, una libertina, tal vez degenerada y depravada, definitivamente no me molesta que me digan que soy una puta. Aunque no cobro por tener sexo, pero ustedes me entienden. Desde pequeña he sido de mente abierta, bastante precoz y muy sexual, y si algo no me gusta es cohibir mis deseos. A final de cuentas mi naturaleza es esa y no pienso reprimirme.

Mi amiga Paola es lo más cercano que tengo a una hermana, nos conocemos desde la primaria y no nos hemos distanciado nunca, no tenemos secretos entre nosotras y hemos compartido a más de un hombre sin sentir el más mínimo rastro de celos. Ella fue mi madrina de lazo en mi boda y es la madrina de bautizo de mi único hijo. Ella me consoló cuando mi marido me abandonó para irse con una mujerzuela varios años menor que yo y de hecho ayudó a criar a mi hijo más de lo que alguna vez lo hizo su padre. Pero también fue ella la que desde niña me incitó a vivir esta vida loca en la que estoy envuelta. Siendo de una familia muy adinerada, Paola estaba acostumbrada a siempre conseguir lo que deseaba, y desde la pubertad lo que más deseaba mi amiga eran hombres, y siendo yo su principal confidente me vi envuelta en esta montaña rusa que anoche llegó al límite.

La única vez que mi amistad con Paola estuvo en riesgo fue cuando ella me reveló hace un par de meses, sin ningún rastro de culpa, que había tenido relaciones sexuales con mi hijo. Una fracción de segundo pensé en arrojarle la taza de té caliente a la cara, pero me contuve y la deje contarme como había sucedido aquello que me decía.

Mi hijo siempre ha sido todo un “rebelde sin causa”, supongo que eso se debe a la falta de figura paterna y a lo mucho que yo lo he consentido. Nunca tuve problemas con su actitud, una cosa es ser rebelde y otra muy distinta es ser un cretino y mi hijo jamás ha sido lo segundo. Por lo menos jamás me faltó al respeto ni recibí quejas de él de los vecinos o en la escuela. Aunque eso no evitaba que yo lo recibiera borracho a altas horas de la noche desde que tenía 15 años de edad o tuviera que irlo a recoger a la estación de policía por manejar con exceso de velocidad. El último de sus arranques de rebeldía involucró la complicidad de su “tía” Paola, pues mi angelito sintió deseos de hacerse un tatuaje, y como Paola tiene un par de “tatoos” recurrió a ella para que le recomendara un buen artista.

Sin consultarme mi hijo se hizo un erótico tatuaje en el pectoral izquierdo de una mujer desnuda montando una motocicleta y con cara de estar al borde del orgasmo, lo más perturbador era que la mujer se parecía un poco a mí. Según él era su forma de homenajearme. Lo que yo no supe en ese momento fue que después de la última sesión de tatuado, mi hijo y su madrina se fueron a festejar a su casa de ella. Las copas se fueron acumulando, una cosa llevo a otra y mi hijo terminó poniendo a mi amiga en cuatro. Así fue como me lo contó ella un par de meses después de que todo había ocurrido.

Estaba furiosa al principio, pero una vez que lo pensé con calma no me pareció tan terrible que eso ocurriera. Mi hijo había tenido las novias más nefastas que pudiera imaginarme. Chicas sin ningún rastro de elegancia que no le dejaban nada bueno. Vivía con el miedo de que alguna de esas perras terminara embarazada de mi hijo y le arruinaran la vida. Así que si Paola lograba enamorar a mi hijo y lo controlaba yo podría estar mucho más tranquila. Con decirles que no me sorprendí cuando encontré a mi hijo y a su madrina en mi recamara teniendo relaciones sexuales. Cuando los vi pedí disculpas y cerré la puerta. Me recordé que era yo una mujer de mente abierta y que mi hijo estaba en buenas manos. Las mejores.

Lo que siguió fue que el tiro se me salió por la culata. Un buen día iba yo entrando a la casa cuando encontré a mi hijo empacando una maleta con su ropa. Iba a pasar una temporada en casa de Paola para probar nuevos aires y empezar a considerar irse a vivir él solo, además de irse motivado por su necesidad de privacidad. No era algo permanente me decía, que no tenía que preocuparme me decía, obviamente me preocupé demasiado. Pero decidí no hacer nada, mi hijo y mi amiga eran las dos personas más voluntariosas que conocía, oponerme a ellos implicaba probablemente terminar peleando con todos y arruinar nuestras vidas. Ahora desearía haber tomado ese riesgo.

Mi situación no era tan mala, mi hijo y Paola se mantenían en contacto conmigo como siempre, mi hijo me visitaba con frecuencia y me invitaba a comer para que pudiéramos platicar y ponernos al día. En unos meses lo veía más maduro y tranquilo que cuando vivía conmigo y eso me tranquilizaba. En poco tiempo yo sentía que mi vida mejoraba como nunca. Hasta que anoche sucedió lo impensable.

Paola organiza las orgías más increíbles de toda la ciudad, en todos los círculos swingers ella es conocida como “La Reina”. De todas sus fiestas la más famosa y a la que más gente ansiaba ser invitados era la del Carnaval justo antes de la cuaresma. Una fiesta elegante, en su mansión en el barrio más lujoso de la ciudad, donde los hombres visten de esmoquin y las mujeres de vestidos largos, pero todos con máscaras como en Venecia. La fiesta empieza como cualquier fiesta decente pero al sonar las campanas de la media noche comienza una orgía masiva que no termina hasta ya bien entrada la mañana. No hace falta decirles que desde que Paola comenzó con esa tradición no ha habido un año en el que yo no haya estado presente y haya gozado como loca.

Este año las cosas serían diferentes. Pero nada en este mundo me podía preparar para las cosas que ocurrirían. La fiesta prometía, habría unos 50 invitados, todo un record. Normalmente unos pocos más hombres que mujeres, y como ya era mi costumbre yo siempre llegaba lo más tarde posible, procurando ser la última en llegar para evitarme las aburridas pláticas de los hombres que me abordaban de inmediato apenas entraba por la puerta principal. Me resulta tedioso que quieran jugar a las adivinanzas conmigo en la fiesta de máscaras tratando de adivinar quién soy yo o dándome pistas de sus identidades tratando de picar mi curiosidad. Así que como siempre llegué pasadas las once y media de la noche, con un entallado vestido rojo y una abertura del lado de la pierna izquierda que me llegaba hasta la cadera. Modestia aparte me veía espectacular, pero más espectacular estaba Paola que me reconoció al instante en cuanto entré. Ella traía un delicioso vestido plateado con un escote que no dejaba nada a la imaginación. Después de los abrazos obligados me dijo que no me le acercara a ningún hombre porque ya me había conseguido un joven semental certificado por ella misma. Eso era garantía de que la noche sería muy placentera.

Sin embargo no pasó un segundo de que Paola fue a atender a otros invitados cuando dos hombres se acercaron a mí a hacerme la plática. Faltaban apenas unos veinte minutos para que empezara la verdadera fiesta y salieran volando las máscaras y el resto de la ropa, así que definitivamente estos hombres tenían la intención de ser los primeros en mi “tarjeta de baile”. Mi amiga llegó al rescate cinco minutos después, escoltada por dos jovencitas delgadas y de piel blanca como la nieve, logrando hacer que los tipos cayeran en la trampa y se concentraran en las dos chicas que seguramente eran modelos o algo por el estilo y me dejaran en paz. Una vez que se apartaron yo me fui a la mesa de bebidas y me serví un vaso de ponche preparado. La mesa tenía dos tipos de ponche, uno para hombres y otro para mujeres. Se preguntaran el porqué de esta situación y esto es debido a que el ponche de los hombres es ponche regular que usan para tragarse las píldoras azules que se les da cuando llegan a la fiesta, para ayudarles a su desempeño y en cambio el ponche de las mujeres en lugar de alcohol tiene un ligero “piquete” de yohimbina. Garantizando que la fiesta duré hasta el amanecer.

Yo me senté sola en un sofá en la esquina del salón a tomar mi bebida, preparada para una noche inolvidable cuando un hombre con una máscara negra que le cubría por completo el rostro y guantes bancos me estiró la mano invitándome a bailar con él la pieza que apenas comenzaba, yo volteé de inmediato a buscar a Paola y ella que no estaba lejos, lo único que hizo fue pintar una enorme sonrisa en su rostro y levantar ambos pulgares en señal de aprobación. Así que viendo que este misterioso extraño era el hombre que mi amiga me había apartado me tomé mi vaso de un solo golpe y me dispuse a bailar con mi macho misterioso.

La pieza era tranquila y romántica, lo que mi acompañante aprovechó para bailar pegadito a mí. Con su mano izquierda tomando mi mano derecha y su otra mano jugando con mi trasero, la bebida comenzaba a surtir efecto en mí, de inmediato me dejé llevar y me le pegué aún más a mi pareja sintiendo su enorme verga erecta a través de su pantalón. Volteé a ver el reloj y faltaban menos de cinco minutos para la media noche, estaba como en trance hasta que sentí una gota de líquido bajándome por la rodilla izquierda, estaba tan excitada que mis jugos ya me escurrían hasta las rodillas. La canción terminó y el extraño me tomó de la mano y me llevó a un pasillo en la parte de atrás de la casa. Yo conocía bien la casa y sabía a donde llevaba ese pasillo, pero al parecer el desconocido conocía la casa tan bien como yo. Al final del pasillo hay un baño enorme, uno de tantos en toda la mansión, pocos saben que está ahí pero allá fue donde el extraño me condujo sin titubear. Apenas cerramos la puerta del baño tras de nosotros sonaron las campanadas que daban inició a la orgía, pero eso ya no importaba, el extraño me levantó en vilo y me sentó sobre el lavamanos de mármol y me abrió las piernas, yo quise besarlo y de paso aprovechar para quitarle la máscara, pero él me detuvo al instante, sin decir una sola palabra agitó su dedo dándome a entender que no podía saber su identidad todavía. Acto seguido prosiguió a quitarme las bragas y yo logré sacar su verga del pantalón. Nunca en todos los años de mi vida sexual había tenido una de ese tamaño.

¡Era enorme!

Mínimo cien hombres me han hecho suya, y ninguno había estado tan bien dotado como este y no solo eso, además estaba duro como piedra, era como si de entre sus piernas saliera una terrible lanza de carne y por un momento me espanté al ver las dimensiones de esa verga e imaginármela dentro de mí. Pero el ponche ya había surtido efecto y nada iba a evitar que ese hombre me hiciera suya. Cerré los ojos mientras sentí como me penetraba sin condón este misterioso semental, si Paola lo recomendaba era un chico sano así que eso no me preocupo tanto como el tamaño pero me sorprendió lo fácil que fue para mí recibir toda esa carne y lo mucho que lo disfrutaba. Era una verga larga, gorda y venosa, se sentía increíble cuando me penetraba suavemente y no tardé en venirme con un tremendo chorro de jugos vaginales que le empaparon el esmoquin a mi pareja, sin embargo eso no pareció importarle en lo más mínimo pues de inmediato volvió a cogerme sobre el lavabo.

Me hizo venir una segunda vez con mayor intensidad que la primera, pero él todavía tenía cuerda para un buen rato. Me tomó del cabello y me puso de pie dándole la espalda y mirando el espejo enfrente de mí mientras él me cogía por detrás. Me empezó a coger tan duro que mi antifaz se me cayó directo en el lavamanos, era un potro salvaje y no un hombre el que me follaba, yo gemía y aullaba de placer, y sin embargo él apenas si jadeaba un poco. Parecía un robot y no un hombre, me hizo venir dos veces más mientras me lo hacía de esta forma, entonces sentí como mis piernas me fallaban, de repente se hicieron como de chicle y me empezaron a fallar. Pero el extraño me tomó con una mano de la cintura y con la otra me tomó del cabello. Si antes las cosas eran intensas ahora escalaban a niveles exagerados. Yo le pedía casi llorando que parara, que ya no podía más, pero entre más suplicaba más duro me cogía el semental, creía que me iba a desmayar en ese momento pero justo antes de perder el conocimiento me vine con más intensidad que nunca en mi vida. Un enorme chorro de jugos vaginales cayó al piso y por fin él me soltó para ponerme de rodillas frente a él. Yo sabía bien lo que tenía que hacer y no perdí tiempo,  metiéndome esa tremenda verga a la boca y dejándola penetrar hasta lo más profundo de mi garganta. Era deliciosa y ya se me había olvidado que hacía unos momentos le había pedido que parara, pensándolo bien quería tenerlo para mi toda la noche.

Pude sentir adentro de mi boca las pulsaciones de su verga segundos antes de venirse, él me tomó del cabello con rudeza y me hizo voltear la cara para ver la suya mientras se quitaba la máscara y yo lo seguía masturbando para hacerlo venir sobre mí. Por fin iba a conocer la identidad de mi macho, de mi semental, de mi máquina de follar. Tenía la boca abierta con la lengua de fuera, emocionada y excitada, pero en una fracción de segundo mi excitación se convirtió en terror al ver la cara de mi hijo en el justo momento en el que él se venía sobre mi boca. Uno, dos, cinco chorros de semen me bañaron la cara y el vestido. Yo no me podía mover, no entendía lo que pasaba y hasta ahora conectaba los puntos, pues en ningún momento en toda la noche me pregunté dónde estaría mi hijo, y aunque se me hizo extraño que él supuesto extraño conociera tan bien la casa y que se resistiera en todo momento a que le viera el rostro, nada me preparó para este momento.

Cuando derramó la última gota mi hijo me dio la mano y me ayudó a levantarme, de inmediato me abrazo y me comenzó a besar el rostro cubierto con su propia leche, yo quería resistirme pero el alma me había abandonado el cuerpo y era como una marioneta sometida a la voluntad del hombre que me trataba con tanta pasión y amor salvaje. Cuando me besó la boca no me resistí tampoco, pasaron varios minutos en que ambos estuvimos besándonos y aunque en mi mente algo me gritaba que me detuviera mi cuerpo seguía su propia voluntad. Al final mi hijo me soltó, yo casi me caigo en ese momento pero me logré sostener del lavamanos. Él se puso su máscara y salió sin decirme nada, yo me quedé sola en el baño y como si despertara de una pesadilla me dieron ganas de llorar y creí que me desmayaría en cualquier momento.

Lo primero que hice fue lavarme la cara para despabilarme y hacer gárgaras aprovechando que estaba en el baño. Después me acomodé lo mejor que pude el vestido, lo traté de limpiar con papel de baño y comencé a buscar mi tanga que no estaba por ninguna parte, seguramente él se la había llevado como recuerdo. Eso me incomodaba y al mismo tiempo me excitaba. Salí al salón de baile como una autómata, sin fijarme en la gente pensando en salir de ahí, pero no lo logré, dos hombres se me acercaron sonrientes y me tomaron uno de cada brazo llevándome al sofá más cercano.

Nuevamente había perdido el control sobre mi cuerpo, la  yohimbina seguía surtiendo efecto en mí y cuando me di cuenta los dos hombres me arrebataban el vestido y me comenzaban a manosear todo el cuerpo, ni siquiera supe en que momento empecé a chupar una de sus vergas y cuando me empezó a penetrar el otro hombre, era como si todo lo que estaba pasando le estuviera pasando a alguien más y yo lo viera todo desde lejos. De repente no solo mi cara sino mi cuerpo desnudo estaba otra vez bañado en leche de hombre, cuando me di cuenta no eran los dos hombres de antes sino tres hombres diferentes los que me cogían, por la boca, por el ano y por mi concha. Supongo que gemía mientras me cogían, supongo que me volví a venir un sinnúmero de veces, supongo que hasta sentía placer, pero sinceramente no lo recuerdo. Debieron de usarme por lo menos otros dos grupos de tres hombres durante la noche cuando el zumbido de mis oídos se detuvo y de repente comencé a recuperar la razón. Lo primero que pensé fue en buscar a mi hijo o a Paola entre la multitud, pero no tenía mucho espacio para voltear mientras tenía una verga en la boca. Solo alcanzaba a ver unos cuantos invitados ya agotados la mayoría sentados en los muchos sofás. Por fin el hombre que estaba usando mi boca se vino en mi rostro y aproveché para observar con mayor detenimiento. Primero vi que el reloj ya marcaba las seis de la mañana, después vi que yo y otras dos mujeres éramos las únicas que seguían atendiendo a los pocos hombres que aún tenían fuerzas para follarnos y estos no tardaban en rendirse entre jadeos. Al final vi en el balcón a mi hijo y a mi amiga, sonrientes y sin máscaras, mirándome ambos fijamente a los ojos mientras a mí me penetraban dos hombres. Satisfechos de su cruel broma. Los últimos dos hombres que estaban conmigo me pusieron de rodillas para venirse en mi cara, y una vez que terminaron prácticamente significó el final de la fiesta. Todos estaban rendidos, así que volví a buscar a los bromistas en el balcón pero no los vi por ninguna parte.

Primero pensé en enfrentarlos, reclamarles esta cruel picardía, pero al momento recapacité y supe que no sería capaz de hacerlo, así que opté por vestirme y llamar a un taxi desde mi celular. Lo que en realidad quería era llegar a mi casa y tratar de olvidar todo.

Había planeado llegar directamente a bañarme pero estaba tan cansada y mis piernas y mi cintura me dolían como si me hubiera atropellado una manada de elefantes, que caí directo en mi cama y me quedé profundamente dormida sin quitarme el vestido ni los zapatos siquiera.

Desperté hoy a medio día entre pesadillas en las que mi hijo me violaba de mil formas diferentes. Temblando me preparé un café bien cargado y me alisté para bañarme. Me urgía lavar mi cuerpo y quitarme de encima los rastros de semen de anoche y de paso relajarme en el agua caliente para así por lo menos recuperar un poco de mi tranquilidad. En la ducha me pasaban mil pensamientos por la mente, sobre todo quería saber por qué mi hijo y mi mejor amiga habían hecho esto, qué estarían pensando al engañarme de esta forma y obligarme a cometer el pecado del incesto. Pero mientras pensaba esto mi mano se pasaba entre mis piernas y me empezaba a masturbar, lo único en lo que pensaba era mi hijo, no recordaba ninguno de los otros hombres que me habían usado en la fiesta, solo lo recordaba a él y su cara de satisfacción mientras llenaba la cara de su propia madre con su semen, solo pensaba en mi hijo que había sido capaz de fornicar con su madre y no sentir el más mínimo remordimiento. No me lo lograba explicar por más que intentaba.

Salí de la ducha más confundida que antes, llena de reproches pero excitada aún, no sabía qué hacer ni que pensar, estaba dividida en dos. Sin vestirme siquiera, lo único que me vino a la mente fue escribir esta confesión de mi pecado para desahogarme y subirla a internet, buscando que alguien me aconseje y me diga que es lo mejor que puedo hacer. Si me preguntan, no me arrepiento de lo que pasó. Siempre he sido una mujer pervertida y esto es la consecuencia justa de mi estilo de vida.

Mientras releo este relato escucho que alguien abre la puerta, me alarmo pues solo dos personas tiene llave de la casa: Paola y mi hijo. Y yo estoy aquí totalmente desnuda, escribiendo mi confesión frente al monitor. Las pisadas pesadas me dicen que es mi hijo, me imagino que viene con mi tanga en mano, con su trofeo de anoche. Cierro los ojos y me preparo mentalmente para enfrentarme a él. Justo cuando oigo que se abre la puerta noto que mi entrepierna esta empapada con mis jugos vaginales que pareciera salen a recibir a mi hijo amado.