El baile de máscaras

En carnaval todo es posible, hasta que un religioso se vea tentado por una diablita muy... traviesa!

BAILE DE MÁSCARAS

Por Ana Karen Blanco y Amadeo Pellegrini

Los uruguayos u orientales decimos que nuestro carnaval es el más largo del mundo. Bueno, no creo que en muchos países esta festividad se alargue durante más de cuarenta días. ¡Sí, es así! En Uruguay, mi querido país, el carnaval se extiende por un mes y medio aproximadamente. Es un festejo popular de los más fuertes y arraigados, y también uno de los más antiguos dado que se viene celebrando desde la época colonial con, lógicamente, algunas transformaciones.

Nuestro carnaval, a diferencia de muchos otros, se vive en los tablados donde actúan los conjuntos todas las noches, no en el desfile. El desfile puede parecer extremadamente modesto y quizás, para algunos, hasta soso. Pero el que vaya a un tablado o presencie la “Competencia Oficial de Agrupaciones Carnavalescas” en el anfiteatro al aire libre del Teatro de Verano “Ramón Collazo”, frente al mar… no lo olvidará jamás. Son más de 60 agrupaciones que se dividen en seis categorías, y año a año compiten con una obra totalmente inédita en letras, música y texto, además de vestuario, maquillaje, coreografía, etc. Algunas de las personas que actúan o bailan dentro de la agrupación, son profesionales, pero muchos de ellos son gente común que cumplen su función dentro del grupo por el solo placer de vivir esta experiencia desde el escenario. Antiguamente todos eran amateurs.

Desde el día del desfile inaugural por la principal avenida de Montevideo, 18 de Julio, hasta el día de la entrega de premios, para nosotros es carnaval. Por ejemplo este año 2006, nuestro carnaval comienza el 26 de enero y termina… bueno, cuando le entreguen el último premio al concursante correspondiente, que seguramente será a mediados de marzo. Durante todo ese tiempo, (y en realidad desde antes, debido a los ensayos que comienzan en diciembre) por las nochecitas en todos los barrios, se escucha el repique de tambores y lonjas rememorando los ritmos de los esclavos de la época colonial: las comparsas de negros tocando el candombe. Y a las murgas con sus cantos criticando la política y los acontecimientos nacionales y mundiales. O los parodistas con sus historias conocidas pero vistas desde otra óptica. Y las revistas y los humoristas y… los niños y grandes con la cara pintada para recibir al Dios Momo y honrarlo durante todo el tiempo de carnaval.

Y en este ambiente caliente, por el verano, por las fogatas encendidas para calentar las lonjas de los tambores, las plumas, las lentejuelas y purpurina… también se arman los bailes de máscaras y disfraces y se liberan los pierrots y colombinas que todos llevamos dentro. ¡Y más cuando estamos escondidos tras una máscara! El anonimato nos permite ser como somos, ser nosotros mismos, nos libera de esa opresión que a veces sentimos ante lo que la sociedad nos dice que debemos ser.

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Mónica, mi prima de Buenos Aires y Sergio su novio, habían decidido venir a conocer el carnaval del Uruguay. Después de oír con santa paciencia mis interminables monólogos acerca de esta típica fiesta popular oriental, se terminaron entusiasmando y decidieron venir. Así que una tibia tarde de febrero aparecieron con sus bolsos y la ilusión de conocer, finalmente, los dichosos tablados y los bailes.


“Para nosotros, pasar unos días en Uruguay resultaba una magnífica perspectiva, a Mónica porque le permitiría estar con su prima del alma, en cuanto a mí, en Montevideo me siento muy  a gusto, porque es una ciudad hecha para disfrutar de la naturaleza con ese enorme balcón al Río de la Plata que es su Costanera, tan distinta a la superpoblada Buenos Aires, donde la gran mayoría de los habitantes vivimos de espaldas al río más ancho del mundo.”


Después del recibimiento nos sentamos a matear un rato. El agua a punto de ebullición para que los “porteños” no protesten porque está muy caliente, pero de todos modos lo harán porque encuentran nuestra yerba muy fuerte.


Mate de por medio, se pusieron a charlar entre ellas, apenas si se acordaban de mi existencia. No sé de qué hablan  cuando se juntan, pero ellas siempre encuentran tema. Son un caso, viven chateando o llamándose por teléfono y cuando se ven todavía les queda hilo en el carretel. A veces conversan en clave, empleando gestos y sobreentendidos, entonces se ríen como criaturas, lanzando exclamaciones y grititos. De forma que el que está con ellas termina por sentirse ignorado, así que les dije:       - ¡Hasta luego chicas! Y me largué a estirar las piernas.


Sergio decidió salir un rato a caminar y dejar que las primas conversaran animadamente y no enloquecer con tanta cháchara como teníamos las dos. Antes que Sergio se marchara, los había invitado a un baile de máscaras y les di todos los datos que tenía: ubicación, tipo de baile, detalles… pero ambos se negaron. ¡Lástima! Son tan divertidos estos bailes.


Yo sé que Patricia hará todo lo posible por agasajarnos. Pretendía que esta misma noche fuéramos al baile de máscaras. A mí el carnaval me agrada presenciarlo en calidad de espectador, más que mezclarme en la vorágine de los bailes de disfraz. Por otra parte mis deseos eran disfrutar de un poco más de intimidad con Mónica ya que en Buenos Aires el ritmo de vida que llevamos nos mantiene alejados algunos días de la semana.


Una vez que él nos dejó solas, traté de convencer a mi prima para que fuéramos ella y yo.

-Dale Mónica, no seas boba. Si Sergio no quiere ir, que se jorobe, pero vamos vos y yo. No sabés lo que te divertís, y además nadie nos reconocerá porque es con antifaz. Y el antifaz recién te lo sacás cuando está por terminar el baile. Y antes de eso nosotras nos vamos y chau!

-No… me gustaría pero no. ¿Y qué hacemos con Sergio? Ya viste que no quiere ir.

-Mirá… ¿vos te acordás de la tía Josefina, no?

-Sí. Murió el año pasado.

-¡Exacto! Así que si se murió no le va a hacer nada si la enfermamos y la vamos a cuidar. Pero la casa es chica, viste? Y además a la tía Fina no le gustan las visitas de extraños. Por lo tanto iremos vos y yo solas a cuidarla –le dije haciéndole un guiño cómplice.

-Jejejejeeeee… Brillante idea primi. Además, si hay algo a lo que Sergio le huye de forma despavorida es a todo lo que tenga que ver con enfermos, hospitales, médicos y todo eso. Pero, ¿y los disfraces? -Por eso no te preocupes. Vos y yo somos más o menos parecidas de físico, una rubia y la otra morocha, pero… de talla somos similares. Ahhhhh!! Tengo una idea fantástica: me acordé que un año me disfracé de diablita y al año siguiente de angelito, así que tengo los dos disfraces. Yo seré la diablita porque después de todo soy la que te está tentando, no? Y vos, pura, inocente y angelical, caíste bajo mis malas influencias.

Las dos estallamos en una risotada que resonó por toda la casa.


“Muchas veces uno sale a caminar por una ciudad poco frecuentada con la ilusión de tener una aventura galante a la vuelta de cualquier esquina. No era ese mi propósito precisamente, lo que en realidad me apetecía en esos momentos era una cerveza helada, bien tirada, para apagar la sed. Para mí gusto y para el de  muchas personas la cerveza uruguaya es de paladar muy superior a la argentina. Pero lo inesperado sucedió, se me acercó una jovencita muy agradable a preguntarme la hora. Con ese pretexto iniciamos una interesante conversación. Por mi manera de expresarme advirtió enseguida que era argentino. Hablamos de muchas cosas y aceptó mi invitación a  compartir unas cervezas.

Con Cecilia, -así se llama esa graciosa muchacha-, abordamos el tema del carnaval, ella tuvo también palabras encomiásticas para los bailes de disfraz y del alma se le escapó la queja que no iría a ninguno porque estaba sola, no tenía quien la acompañara, sus dos mejores amigas habían conseguido un trabajo de temporada en una heladería de Punta del Este y el hombre con el que salía me confesó que era casado, aunque estaba por comenzar la separación. Terminó por preguntarme si yo tenía compañera.

La ocasión se presentó así al alcance de la mano, estaba frente al arco tenía la pelota picando y al arquero solo, si no metía el gol

  • Bueno. Le dije que había venido con unos amigos de Buenos Aires y que tenía que deshacerme de ellos, que me dejara un teléfono para llamarla después Pagué la consumición, la despedí con un fraternal besito y salí silbando bajito con el número en el bolsillo…”

Al regresar Sergio le contamos la historia de nuestra querida tía Fina que justo había llamado para pedirme que la acompañara, y cuando se enteró que Mónica estaba aquí, nos invitó a las dos a pasar la tarde y la noche con ella y de paso, hacerle compañía.


“¡Era mi día! ¡Estaba escrito que todo me saldría bárbaro! Tuve que fingir un poco de bronca. Eso me salió bien: Mónica y Patricia se tragaron la píldora. Yo les dije que iba a buscar algo para leer y disparé a llamarla a Cecilia.”


Debo reconocer que a Sergio no le gustó mucho la idea, pero… aceptó.


“La piba se puso loca de contento cuando le dije que tenía todo bajo control. El único problema era el disfraz. ¿De dónde saco ahora un disfraz? Pregunté. -Por eso no te preocupés, - me dijo-, de eso me encargo yo. Si no te importa ir disfrazado de cura, claro -Mirá querida: de cura, colchonero, rey de bastos o polizón, de cualquier cosa me da lo mismo con tal de ir con vos… -le contesté.”


A la noche, nos fuimos a preparar a la casa de mi vecina y amiga Isabel. Cuando nos terminamos de vestir, parecíamos gemelas.

El vestido de Mónica, cortito, amplio, tipo túnica romana, blanco y con una correa dorada como cinto. Una aureola de flores sobre la cabeza, sus alitas que salían de su espalda y las sandalias blancas trenzadas por sus largas y bellas piernas hacían juego perfecto con su carita de niña buena. Y para complementar… una lira en la mano. Un enorme antifaz dejaba cubierta la zona de su frente y sus ojos, del que solo se veían dos focos color miel.

Mi disfraz era con el mismo tipo de vestido y sandalias, pero de tacón alto que realzaban mucho mis bien torneadas piernas. Estaba casi igual a ella, pero en rojo. En vez de la aureola, dos cuernitos muy bien colocados entre los rizos del cabello rubio, el antifaz rojo era tan grande como el de Mónica, y dejaba entrever mis ojos verdes. ¿En la mano? Un tridente ¡por supuesto!


“Me probé la sotana que me dio Cecilia, de largo me andaba bien pero el fraile era el doble que yo de ancho. Ella me contó que eran los hábitos de un tío suyo hermano de su madre, que había muerto hacía un tiempo, resulta que le había dejado la sotana para que ella que es modista se la arreglara, había enflaquecido mucho el último tiempo. La cuestión es que se murió antes que la hermana costurera se la arreglara y ahí quedó esperándome. El bombín no sé de dónde lo sacó, pero con la sotana achicada con alfileres de gancho por dentro y el sombrerito negro quedé hecho un cura de verdad. Cecilia apareció convertida en “arrabalera”: faldita negra con tajo al costado, blusa roja bien escotada, medias de red, zapatos de taco alto negros, cinta negra con camafeo al cuello y un clavel colorado de papel en el pelo suelto. Mucho rojo en los labios y cachetes un lunar de fantasía cerca de la boca.”


Desde que pusimos un pie en la calle hasta que llegamos al baile que estaba a solo dos cuadras de la casa, recibimos cuanto piropo, grito, silbido, alabanza y bocinazo nos decían todos los hombres que nos veían.


“Por más carnaval que fuera, un cura llevando del brazo a una percanta de aquellas que se sacudía como un lavarropas, era todo un espectáculo…”


Por supuesto que llamábamos la atención. Y al entrar al baile todas las miradas fueron para nosotras. En menos de un segundo nos vimos rodeadas de Batman, el Zorro, Drácula, el hombre Araña, un doctor y no sé cuántos personajes más. Y como la consigna era divertirnos sin parar… ¡no le dijimos que no a ninguno! Comenzamos a bailar y el calor era terrible a pesar de que el aire acondicionado del local estaba al máximo. Así que… alguna cervecita bien fría fuimos tomando a lo largo de la noche.


“Cuando aparecimos con Cecilia, el baile estaba en todo su esplendor, la pista repleta de parejas de máscaras bailando, la cantina llena también y por los pasillos apenas si se podía caminar, todas las mesas ocupadas. Más que un éxito era un loquero…”


Al rato de llegar nosotras apareció él: me llamó la atención su disfraz de sacerdote. Una larga sotana con más o menos 89 botones! Uff, qué manera de prender y desprender botones. Debía de ser su penitencia diaria, jajajaja!! Un libro pequeño en la mano hacía la función de libro de oraciones. Zapatos negros acordonados y un sombrero tipo bombín, negro, completaban su atuendo. El curita venía acompañado de una sugestiva morocha con atuendo tanguero y se pusieron a bailar inmediatamente.


“No bien alcanzamos el borde de la pista la orquesta arrancó con los tangos. Salimos con los compases de “Amor de Marinero” y terminamos con “La Última Curda”. Bailando Cecilia era flexible como un suncho y yo la llevaba como una pluma…”


Al rato de estar bailando me di cuenta que el cura me miraba sin cesar y no me quitaba los ojos de encima.


“En uno de los giros que dimos, viché a una diabla que llamó mi atención, había algo familiar en ella (¿Será que los diablos andan siempre atrás de los curas?) No sabía qué era, pero me atraía. Me las arreglé para llevar a mi compañera de forma que no se me perdiera de vista esa diabla de piernas tan lindas… Porque de verdad ese par de  piernas llamaban la atención.”


Me molestó un poco, pero no puedo negar que el curita me gustó. Era alto, no muy delgado, es más: como buen cura tenía un poco de pancita. Pero su mirada clavada en mí me perturbaba un poco. No sabía definir si era deseo o… intriga.


“Y la ví después ponerse al lado de otra máscara disfrazada de angelito, (¡Linda yunta: Ángel y Demonio!) La que hacía de ángel era morocha y tenía lindas piernas también, pero más llamativas eran las de la diabla. No podía sacarle los ojos de encima. Entonces descubrí el detalle revelador:  ¡la cadenita que llevaba alrededor del tobillo derecho! Esa cadenita yo la había visto otras veces.  Yo conocía por Mónica la historia de esa cadenita… y por supuesto conocía también a la dueña… ¡Patricia! y como dos y dos son cuatro, la otra tenía que ser  Mónica mi novia.

A Patricia la cadenita se la había regalado el novio, en lugar de anillo le había puesto ese adorno en el tobillo para que todos supieran que estaba encadenada a él. Seguí bailando sin perderlas de vista, las dos estaban tomando cerveza con otras máscaras.

Supongo que el diablo se mezcló en esto, porque cosa más endiablada que esa no me podía ocurrir… Estábamos bailando los últimos compases cuando Cecilia me dijo: -“¡Huy ahí está Diego! (Diego era el hombre casado con el que tenía amores) “¿No te enojás si te dejo un ratito?” Y antes que pudiera decir algo, se soltó de mí para ir con el tipo que estaba esperándola en el ángulo de la pista. Resulta que yo, el pícaro, estaba allí doblemente jodido: por mi novia y su primita y por el “levante” que había hecho esa tarde. Aquellas dos me habían hecho el cuento de la tía (no el del tío) y la otra me había usado para encontrarse con el candidato. Creo que con la bronca que me agarré podía masticar baldosas como si fueran chicles. Enfilé derechito para donde estaban las dos tramposas muertas de risa…”


No sé cómo hizo para deshacerse de su pareja, pero cuando quise acordar lo tenía a mi lado. Me quedé muda y congelada, y sin entender porqué un frío me corrió por la espalda, como si me hubieran agarrado en falta.

Esperé que se acercara y no tardó en hacerlo.

-Hola –me dijo con una voz que me sonó familiar.

Lo miré y le contesté:

-Buenas noches Padre. ¿Bendición? Jajajajajaaaaa

-Que Dios te bendiga hija mía –me dijo haciendo en el aire con su mano, la señal de la cruz- ¿Hace mucho que no te confiesas?

La pregunta me extrañó y la voz… Pero era tanto el ruido y las cervezas que había tomado que decidí seguirle la broma.

-Uhhhh, hace años. Pero… soy una diablita muy buena y no necesito confesarme. Mis pecadillos son angelicales Padre.

-¿Sí? ¿Y los de la chica que te acompaña?

-Ah, no! Ella es muy diablita, ¿sabe? Pero no se preocupe Padre, que yo me encargo de llevarla por el buen camino.

-Me imagino hija, me imagino.

Mónica estaba bailando desaforadamente con Batman y el Zorro. Cuando nos vió conversar, se acercó.

-¡Wow! Esto sí que esta bueno. Vaya forma de divertirnos. Hola Padrecito… jajajajaaaaa –el efecto de la cerveza se notaba en Mónica.

-Hola bello angelito… ¿quieres venir conmigo al Paraíso?

Noté algo raro en Mónica. Comenzó a mirar al cura de una forma particular. La sonrisa se le borró de su cara y el rostro se le desencajó de golpe.

-¡Sergio! ¿qué hacés acá?

-Ah! ¿vos me preguntás qué hago yo acá? Son unas descaradas las dos. ¿Con que la tía Josefina, no? –Y nos miró como para matarnos- Caminen, nos vamos para la casa.

Nos sacó ligerito del baile. Todo el mundo nos miraba con una sonrisa en la cara. Imagínense la escena: un cura arrastrando del brazo a una angelita y a una diablita. Un espectáculo completo, no?


“Si en el baile el cura y la arrabalera formaban una pareja incongruente, más extraordinario resultaba ver por la calle al mismo cura llevándose por un brazo a un “ángel” y por el otro a un “diablo”…"


En la calle, el fresco de las noches de febrero nos hizo despabilar un poco y sacudirnos los vapores de la cerveza. Sergio es alto y sus pasos largos, lo que nos dificultaba a Mónica y a mí seguirlo. Entre el alcohol, las sandalias de taco alto, la confusión, la vergüenza de ser descubiertas… ¿Qué pasaría ahora? A mí nada, quizás un rezongo o que Sergio decidiera irse o no sé. Sabía que con Mónica estaba todo bien, porque después de todo lo único que habíamos hecho era bailar.

Llegamos a la casa, y entre los nervios, la oscuridad y la cerveza, me vi incapaz de meter la llave en el cerrojo. Al tercer intento Mónica y yo estallamos en una risotada que debió de despertar medio barrio. Sergio estaba cada segundo más furioso. Me arrancó el llavero de la mano y abrió la puerta para meternos casi a empellones a las dos. Nos sentamos en el sofá grande Mónica y yo. Mejor dicho: nos desparramamos en él, lanzando risitas tontas, pero muertas de la risa en realidad.


“Las mujeres tienen reacciones completamente inesperadas, yo no sé si era por efectos del alcohol, de la sorpresa, de aprensión o  qué, la cuestión es que las dos primas, en lugar de mostrarse avergonzadas por la “hazaña” estaban ahí en el sofá a las carcajadas. Ni siquiera me prestaban atención, se miraban las dos y tentadas volvían a estallar en risas tontas…”


El novio de mi prima comenzó a caminar delante de nosotras, ya sin antifaz ni bombín, con las manos en su espalda y de aquí para allá, como un soldado haciendo guardia. De repente se paró en seco, nos enfrentó y nos espetó:

-Bien, quiero una explicación sensata para esta mentira. Y la quiero ya. Mónica, hablá, ¿qué tenés que decir?

-Nada… es que teníamos ganas de ir a bailar. Patricia me habló tanto del baile que me entusiasmó la idea y… me dejé llevar.

-¿Te olvidaste que tenías novio, que viniste conmigo?

-No, no me olvidé. ¡Y tampoco me olvidé que vos te negaste a ir al baile! ¡Y yo quería ir!

-Claro, la señorita caprichitos tenía que salirse con la suya a como diera lugar, no?

-Ah, ya! No seas pesado ¿querés? Ella vino porque yo la entusiasmé, yo la invité, yo le di la idea y la ropa. La única responsable de esto soy yo, tá?

-No creo que seas la única responsable, ella también tiene que ver.


“Las dos, por instinto, saben que la mejor defensa es un ataque. En lugar de culparse una a la otra o intentar justificarse, trataban que el viento se pusiera de su lado…La dueña de casa, más segura de si misma, de su condición de local y más gallita también, me enfrentó”:

-Quizás… pero, ya que estamos en la sala de interrogatorios ¿porqué no nos explicás qué hacías vos en el baile con la arrabalera?

-“Yo no tengo inconveniente en explicarles nada, porque no tengo nada que ocultar, a diferencia de otras.

Después que ustedes salieron de aquí un vecino las vió cómo iban vestidas, y al encontrarse conmigo me lo comentó. Se ve que puse una cara muy particular, y ante la insistencia de él le comenté mis dudas. Se hizo mi cómplice y me prestó el disfraz.

Al llegar a la puerta del baile, la arrabalera me abordó y me pidió que la acompañara a entrar mientras llegaba su novio, y así lo hice. Patricia vió que fueron solo unos momentos los que estuvimos juntos.”

-Sí, es verdad –afirmé.

-“Bueno, lo único que les digo ahora –continuó Sergio- es que esto no puede quedar así.”


“Mi argumentación resultaba irrefutable y contundente, además de la seguridad con que me expresé, el inusual tono de resolución de mi voz las desarmó por completo. Se terminaron las risas. Ahora las tenía contritas y cabizbajas. Para entonces ya había tomado la determinación de propinarles una paliza memorable. Así que aprovechando el factor sorpresa me planté delante del sofá. Patricia, más astuta y con mejores reflejos,  lo intuyó, porque de un envión se incorporó para situarse de espaldas a una de las paredes y cerca de la puerta del comedor.

No hizo otra cosa que favorecer mis propósitos porque en el sofá, acurrucada y temblorosa quedó Mónica. (Otra que también la veía venir). Incapaz de reaccionar, mi novia permitió que la tomara por las muñecas para izarla de un tirón. Recién atinó a protestar en el momento en que, una vez sentado la atraía para tumbarla boca abajo sobre mis rodillas

-¡Soltame Sergio! ¡Soltame! ¿Qué querés hacer?...

-Lo mismo que te hice en el camping de San Pedro, en la carpa… ¿te acordás, no?  -respondí mientras terminaba de acomodarla y le asestaba las primeras palmadas en rápida seguidilla

Hice oídos sordos a sus protestas. Debido a la transpiración, la delgada seda de la faldita se adhería a mi mano, la recogí. Tenía el vuelo suficiente para llevarla hasta más arriba de la cintura. Los morenos muslos de mi dama quedaron a la vista y con ellos el breve calzoncito de encaje, sobre el que continué descargando mi justiciera mano

A esta altura Mónica lloraba como una criatura, pedía perdón, me rogaba que terminara… Pero, con la arrogancia del ganador, resolví extremar la lección y al mismo tiempo enviar un mensaje a la azorada Patricia que no nos sacaba los ojos de encima. Me encarnicé con la bombacha y, a pesar de las súplicas de mi novia, a tirones la hice retroceder casi hasta las rodillas.

Las nalgas de Mónica agitándose y removiéndose al compás de mis azotes parecían palpitar con vida propia a despecho de su dueña y habían adquirido una tonalidad escarlata que contrastaba vivamente con el resto de su piel.”


No teníamos nada para decirle. Su argumento no aceptaba ninguna réplica y nosotras no teníamos nada que comentar a nuestro favor. Cuando Sergio se plantó frente a nosotras con los brazos en jarra, me levanté como un resorte y me puse contra la pared y cerca de la puerta del comedor, cosa de “salir de raje” si Sergio venía por mí. Esperaba que Mónica hiciera lo mismo, pero la muy tonta se quedó quietecita.

Sergio aprovechó para tomar mi lugar en el sillón, y sin importarle mi presencia tomó a mi primita de las muñecas y de un tirón la colocó sobre sus rodillas.

La escena que vino a continuación fue increíble: un cura de sotana con la angelita de su novia sobre sus rodillas, azotándola con la falda levantada y el culo al aire, poniéndoselo más rojo y caliente que el infierno!

Vaya paradoja: el cura azotando al ángel. El espectáculo hubiese sido para reírse, pero no me animé. El novio de mi prima estaba muy enojado y no quería enfurecerlo más.

Ahora ¡que el tipo este ni soñara que me iba a hacer lo mismo a mí! Yo era la dueña de casa, estaba en MI casa y me tenía que respetar. Pero… ¿porqué me gustaba tanto verlos así? No lo iba a admitir ni lo iba a permitir, pero me gustaba ver aquello. Además, tenía morbo

¿Y cómo quedaría el curita zurrando a la diablita? Mmmmmmmmm… ¡Mejor pensar en otra cosa: “Sergio es un bruto, un insensible, y un atrevido por hacer eso en mi casa…  ¡Por Dios que termine de una veeeez! ¡Vaya que le está dejando colorada la colita a mi prima! Creo que Mónica mañana no se sienta.”


“Por el momento me declaré satisfecho con el escarmiento. En realidad el inconfesable deseo de dar el mismo tratamiento a Patricia me indujo a liberar a Mónica que cabizbaja salió en dirección al cuarto de baño aullando lastimeramente como un falderito apaleado.

Me incorporé. Patricia, que por algo vestía de diabla, adivinó mis intenciones y fue corriéndose en dirección a la puerta. No pude atraparla, fue más rápida que yo, ganó la salida y en el comedor se parapetó en el extremo opuesto de la mesa.

-¡Sergio!-chilló- No pensarás tocarme a mi ¿No?...

Asentí con la cabeza mientras avanzaba hacia ella.

-¡No señor, eso sí que no! –gritó desplazándose en sentido contrario. -¡Vos no tenés ningún derecho sobre mí!

Di un salto, la maldita sotana me quitaba libertad de movimientos y la diablita resultó ágil como una gacela…Se me escapó y otra vez se puso fuera de mi alcance.

La persecución, lejos de desalentarme incentivó mis ansias de nalguearla. La perspectiva de darle sus azotes me acuciaba. Así que resoplando estábamos nuevamente enfrentados los dos estudiándonos con fiereza…”


Cuando el muy bestia de Sergio la soltó, mi pobre prima salió disparada para el baño sobándose la colita y gritando cosas que no entendí.

Ví que Sergio se paró del sillón e imaginé sus intenciones, por lo que me acerqué a la puerta del comedor todo lo que pude, para tener por donde huir, cosa que hice rápidamente. En el comedor me fui al otro extremo de la mesa y desde allí estudié mi panorama, mientras le gritaba para ganar tiempo, pues sabía que sería en vano hablarle: -Sergio, no pensarás tocarme a mí ¿no?

Asintiendo con la cabeza vino hacia mí.

-¡Por supuesto que no! Vos no tenés ningún derecho sobre mí –le dije mientras huía aprovechando que él se enredaba con su sotana y que yo parecía ser algo más ágil que él a pesar de las sandalias de tacón.

Me puse lejos de su alcance nuevamente, pero no sabía por cuánto tiempo. Me parecía que esta persecución, lejos de desalentarlo lo había incentivado y no pararía hasta atraparme. Pero no se la haría fácil, le iba a costar agarrarme

Pero ni el diablo ni Dios parecían estar de mi lado. En mi carrera de huída mi tacón se enganchó en la alfombra y me hizo trastabillar, segundo que Sergio aprovechó para tomar mi muñeca y torcérmela para poder dominarme. Y gracias a eso lo logró, sino me iba a agarrar “el día del arquero” como decimos por acá.

¡Es un bruto, bestia y mononeural! No tuvo ningún problema en retorcer mi muñeca, doblar mi brazo y llevarme a empujones hasta el dichoso sofá.

Pero no se la iba a hacer fácil. Tuvo que emplear más de una estrategia y llave de judo, karate y lucha libre para poder doblegarme y ponerme boca abajo sobre sus rodillas.

Él sabía que en el menor descuido me escaparía nuevamente, así que no soltaba mi muñeca por ningún motivo. Creo que le hice transpirar bastante, además de darle puñetazos por todos lados, pero… salí yo más lastimada que él.


“El propio Diablo vino en mi ayuda, aquel traspié fue oportuno. Patricia tuvo que apoyarse en la pared para no caer y no le di tiempo a zafar, la agarré de la muñeca y sin lástima se la retorcí, su brazo entonces se plegó sobre su espalda y con suaves empujones y oportunas presiones la conduje hasta el sofá. Allí tampoco me dio tregua.

Colocarla boca abajo no resultó nada sencillo, ofreció una resistencia firme y continuada. En el momento que creía tenerla dominada desbarataba todos mis esfuerzos puesto que yo podía utilizar solamente una mano porque si soltaba su muñeca volvería a escapar.

Al final lo conseguí, no sin antes recibir el fuerte puñetazo que con la mano libre me dio en las costillas. Y por poco consigue soltarse, pero el golpe me enardeció. Logré hacer que se desplomara como una bolsa de papas sobre mi regazo y entonces le afirmé el codo en la espina dorsal. Pero no dejó de debatirse, continuó pugnando por volverse y plantarme cara. El último y estéril esfuerzo que hizo fue martillarme con el puño mi pantorrilla izquierda, pero con más daño para su mano que para mi pierna de ex jugador de fútbol.”


Estaba perdida en aquella posición. Perdida, humillada y… enojada! Detestaba la idea de que este tipo me hubiera ganado y me tuviera a su disposición!

Sobre sus rodillas, con el culo en pompa ofrecido a él como un trofeo, el brazo derecho doblado sobre la espalda y mi muñeca amarrada por su mano y su codo en mi espalda.  Solo podía patalear y eso hice! Hasta que el hombre de las cavernas me hizo un candado con sus piernas atrapando las mías en el medio y así me dejó casi inmovilizada.

Recién allí se tomó unos segundos y lo sentí respirar aliviado, pero sólo unos pocos segundos. Yo también estaba cansada… Y en esa posición no pude ver que esta vez era Mónica quién nos observaba:  el cura castigando a la diablita!


“En esa posición podía Patricia corcovear y menearse cuanto quisiera, pero de la paliza no la libraba nadie, ni siquiera Mónica que se quedó estupefacta en la puerta viendo como mi mano caía de plano sobre las generosas redondeces de su primita preferida.

La diabla demostró ser más estoica y aguerrida que mi novia: en lugar de quejarse y suplicar, no paró un minuto de insultarme. Descargó sobre mi persona y mis ascendientes directos el rosario más completo de improperios y palabrotas que existen en el diccionario de la lengua y en el del lunfardo también.

Como me impuse darles un tratamiento igualitario a las dos, recogí la faldita roja para dejar al descubierto la minúscula bombachita del mismo color cuyo sutil tejido salvaguardaba sólo en parte el recato, porque no brindaba ninguna protección a las nalgas.

La bombacha no representaba un obstáculo a los azotes, -es verdad-, pero el morboso deseo de descubrirle los glúteos y al mismo tiempo añadirle un plus de humillación a esa intrigante tramposa, me indujo a bajarle la prenda. Lo que conseguí apenas y no sin esfuerzo...  aumentando mi propia excitación, claro, porque esa diabla ejercía sobre mi un atractivo fatal

La piel de Patricia es más blanca y de textura más delicada que la de Mónica así que el enrojecimiento provocado por la azotaina contrastaba más aun con la superficie lechosa de sus muslos…”


Nunca me habían nalgueado, la verdad. Y el haber visto la azotaína de Mónica me había hecho… ¿excitar? ¡No lo podía creer! Y la pose en la que estaba también me hacía sentir cosquillitas en ciertas partes… ejem… de mi cuerpo.

Quería que no se detuviera, y la única forma que encontré de hacerlo era soltándole todos los improperios y groserías que fui capaz de recordar.

Sentí los primeros azotes y, si debo confesar la verdad, diré que me gustaron. Picaba pero se sentía rico. Claro que fueron solo los primeros, eh?

Cuando sentí que me levantó la falda… me quería morir de la vergüenza. Las siguientes palmadas cayeron con más fuerza y más seguidas. Ya picaban y dolían bastante.

No creí que se atreviera a tanto, pero se atrevió aún a más: bajarme también las braguitas. Eso ya era el colmo, se estaba pasando de la raya aunque… me gustaba y me divertía sentir su dominio sobre mí (¡perdón Mónica, pero es la verdad!) . Y por lo que yo podía sentir, tampoco le era indiferente a Sergio, porque aquello que sentía estoy segura que no era el misal

El ardor de mis nalgas me quemaban, pero era una sensación diferente a lo que había sentido hasta ese momento. Diferente por lo… ¡indescriptible y fabulosa!


“La excitación me dominaba… El enojo había quedado atrás como las densas nubes negras de una tormenta de verano aventadas por el Pampero.  Ahora me poseía un encendido e inocultable deseo sexual que la sotana apenas podía esconder. Liberé a Patricia que corrió a abrazarse a su prima

Mientras me desembarazaba del disfraz de cura, el espectáculo de esas dos temblorosas muchachas prodigándose mutuos consuelos inspiraron en mí la idea de reforzar la lección. Es que el abuso constituye la mayor tentación de toda posición de dominio.

Me acerqué a ellas, las tomé por el brazo, de la misma manera como las había sacado el baile. Para mi sorpresa se dejaron conducir dócilmente. Las llevé hasta el dormitorio, las empujé a la cama. No preguntaron nada, no protestaron cuando desprendí el correaje dorado que sujetaba las alitas del ángel y retiré estas. Tampoco lo hicieron cuando les descubrí los maltratados traseros.

Doblé en dos la delgada tira de cuero dorado y les apliqué sendos correazos conminándolas a pedir perdón por la travesura y repetí los azotes.

Remarqué la palabra travesura para demostrarles que había dejado de darle importancia a la mala pasada que me habían hecho, dos azotes más después que pidieron perdón dio por saldada las cuentas… Quedamos en paz

¿Quedamos en paz?”


Cuando el cavernícola de Sergio me soltó, fui a abrazarme de Mónica. Mirando por el rabillo del ojo pude ver cómo se quitaba la sotana y luego se dirigía a nosotras. Nos tomó del brazo y nos dejamos conducir hasta el dormitorio. Una vez allí nos arrojó encima de la cama. Estuve a punto de escaparme, pero sólo empeoraría las cosas para las dos. Así que me mantuve quietecita mientras él quitaba la correa del disfraz de Mónica, lo doblaba en dos y se aproximaba a nosotras

Los primeros correazos se hicieron sentir sobre nuestras nalgas. Uy ¡cómo ardían!

-Las señoritas estarán conformes ahora, no? ¿Quizás quieran pedir perdón por esta travesura? –nos decía mientras descargaba el cinto en nuestras rojas colitas.

-Sí Sergio, sí. Lo sentimos mucho, perdonanos por favor! Buuaaaaaaaaaa… -decía mi primita entre sollozos.

-Auchisss! Sí, te pedimos perdón –le dije yo sin demasiadas ganas.

Pero mis disculpas solo eran de la boca para afuera. ¿Quién se creía este tipo que era para tratarme así?

-Bien –dijo guardando el cinto- entonces quedamos todos en paz

-Demos gracias a Dios –dije yo en el tono más burlón que pude, y desafiándolo con la mirada.

¿Quedarme en paz?...

¿Después de lo que me había hecho? ¡Jamás! Mientras que los golpes caían en mi trasero, mi mente iba urdiendo una dulce venganza… jejejejeeee! Le daría a Sergio una pelea que no se imaginaba.

¿Quieren que les cuente qué hice? Pues al día siguiente dejé a Mónica en la peluquería con un tratamiento que le llevaría algunas horas. Luego fui por mi venganza: agarré a Sergio del cuello de su camisa, lo arrastré para dentro de la casa y tuvimos un combate cuerpo a cuerpo en el que quedó fuera de combate por KO técnico.

Y al final, con la ayuda de Dios Momo y el ambiente del carnaval… ¡la diablita ganó esta vez!