El báculo y la mitra

Dos hombres sin escrúpulos y una tranny de talentos infalibles. ¿Cuál será el desenlace de tal duelo?

EL BÁCULO Y LA MITRA

El lubricado pene, enorme como una morcilla embutida en una depilada, brillante y rosada piel, se deslizaba rítmicamente entre las dos montañas de silicona que constituían las esféricas tetas de la oxigenada rubia, quien aguardaba con los colagenados labios entreabiertos el glande que retador embestía desde el sudoroso valle. La susodicha elevó el sonriente rostro y lanzó una presuntamente lasciva mirada a la cara del hombre, que quedaba fuera de plano, cuando éste liberó el miembro de su sintético apresamiento para masturbarse hasta eyacular sobre la faz de su partenaire

Tumbado de espaldas sobre la moqueta Benigno apartó la mirada de la película porno que desde el televisor lanzaba los tópicos e impostados jadeos y gritos, envueltos en una repetitiva banda sonora de escaso gusto, para observar como Iliana se situaba de pie sobre él, colocando una pierna a cada lado de sus caderas. Alta, estilizada y voluptuosa a un tiempo, el hombre admiró sus bellos rasgos rodeados por una cascada de rizado y negro cabello, acariciando con su mirada la brillante y morena piel que contenía los hermosos senos y descendía por el plano abdomen hasta desembocar en el imberbe, cobrizo y venoso pene que colgaba entre sus poderosos muslos, delante de unos testículos arropados en el oscuro y rugoso escroto.

Iliana se agachó, hasta quedar de cuclillas sobre el velludo pubis de Benigno, coronado por un erguido y palpitante miembro que delataba la excitación que embargaba a su dueño. Con su mano de largos dedos adornados por unas cuidadas uñas color burdeos agarró con delicadeza pero experimentada decisión el miembro del hombre, cual agricultor recolectando el bulboso fruto de su carnal cosecha, untándolo con parsimonioso deleite de un aceitoso lubricante, hasta dotar al venoso mástil del brillo de un parafinado cirio en proceso de fusión.

Finalizada la excitante preparación, con delicadeza Iliana situó el falo entre sus glúteos, hasta rozar con el dilatado glande el carnal aro de su lubricado esfínter. Un anhelante gemido escapó de la salivada boca de Benigno cuando ella comenzó a descender sus caderas, permitiendo al henchido pene penetrar en su interior, hasta quedar virtualmente sentada sobre los testículos del hombre.

Culminada con éxito la lubrificada infiltración Iliana inició un lento y acompasado movimiento de ascenso y descenso sincronizado con ligeros balanceos circulares, masajeando con su empapado esfínter toda la longitud del constreñido fuste, desde su base hasta la raíz del frenillo, al tiempo que sus propios testículos golpeaban con suavidad el mullido pubis de su sofocado amante.

-¡Oh, sí! –Recurrió excitado él al tópico- Lo haces muy bien. Sigue así, no pares. -A lo que ella respondió con un socorrido, susurrante, poco sincero pero siempre eficaz "tu también, papito, me haces gozar".

Antonio se aproximó entonces a la pareja, situándose a la espalda de Iliana, desnudo y con el vaso de Whisky con hielo en la mano. Desde su posición el culo de la transexual se mostraba en toda su plenitud, con los morenos glúteos balanceándose en su obscena convexidad, y el pálido y minúsculo triángulo de la marca del tanga perdiéndose en el apetitoso valle que, entreabierto, mostraba el enrojecido pene de Benigno sumergido dentro del dilatado ano de Iliana, al rítmico balanceo que imprimían sus caderas.

Apuró el dorado líquido y depositó el vaso encima de la pequeña cómoda, con el característico tintineo de los semifundidos hielos golpeando el vidrio, para embadurnarse de aceite con ambas manos y evidente delectación el miembro ya erguido, acercarlo a continuación a la carnal trinchera que basculaba delante suyo y situar su glande húmedo de óleo y semen en la saturada entrada del recto.

-¡Vamos! -conminó con lasciva ironía el sudoroso Benigno-. Esta zorrita puede tragar todo lo que le echemos. ¡Ataca! Vamos a reventarle el culito.

Decidido, y susurrando apenas un escueto pero excitado "sí", Antonio inició lenta y controladamente la penetración, sorprendido de la facilidad con que su pene invadía el angosto orificio, sin que ello pareciera siquiera incomodar a la empalada Iliana. Al contrario, desafiando alguna que otra ley física ella redobló sus movimientos, basculando en lo humanamente posible su trasero para exprimir los emparedados penes, entrechocando las cuatro peludas y bullentes bolas entre sí, mientras su propia verga quedaba atrapada entre su pubis y el abdomen de Benigno.

-Joder –exclamó desatado Antonio, lanzando un autoritario y despectivo azote contra una de las nalgas que temblaban cadenciosamente delante suyo-. Tenías razón. Esta puta maricona es la ostia. Parece que me vaya a arrancar la polla.

Respondiendo quizás a los poco sutiles halagos que le lanzaban sus sobreexcitados jinetes, Iliana arqueó su perfecta espalda al tiempo que contraía con estudiada fuerza los músculos del esfínter, presionando ambos penes hasta casi fusionarlos, arrancándoles un simultáneo y virulento orgasmo que sacudió a los dos ocasionales amantes como alcanzados por un rayo, sucumbiendo exhaustos tras sentir succionada de raíz toda su energía.

Ella, imperturbable, aguardó a que los agitados pechos de ambos hombres recuperaran cierto resuello para, con cuidadosa experiencia, desenclavarse de ambos miembros en declinante reblandecimiento y erguirse, victoriosa, sobre sus dos agotadas pero satisfechas "víctimas". Sin prestar atención a la brillante pantalla donde una masa informe de actores ejercían una orgiástica sucesión de atléticas posturas, se apartó la oscura melena de la cara y con media sonrisa preguntó divertida:

-¿Una copa, chicos?

El alba descubrió en la habitación del hotel a ambos hombres, Antonio, eminentísimo obispo, y Benigno, ilustre presidente de la fundación para la defensa de los valores familiares, desnudos, esposados a la cama, con sus ropas y carteras desaparecidas, y sendos y abundantes rastros de semen en sus amodorrados y sorprendidos rostros.