El azote
No demoréis más, miseñor, vuestro placer y el mío.
Frágil la rosa se muestra, abierta y postrada ante el rey. Sobre el regazo espera, suplica ser atendida. Tiemblan los pétalos blancos, tiemblan por ser encarnados y, de tanto que tiemblan, el néctar la rosa va derramando. No demoréis más, miseñor, vuestro placer y el mío. Y así calla la rosa y sigue esperando, el ansia en el pecho, en la vulva, el latido.
Es la mano real como ancha vela. Fuerte ondea en el viento, veloz como látigo de carne. Olor a mar, chasquido, el crepitar de las olas. El golpe certero, la rosa que gime. Más, más, que uno es sólo la promesa y diez el verdadero castigo. Que es felicidad pobre la que llega sin sufrimiento, barco extraviado, deseo roto. Más, más...
Y van cayendo los azotes, uno a uno, más intenso el segundo, ardiente el que sigue. Quema la piel y quema la razón. La mente que una vez pensó, ahora solamente siente. Siente dolor, siente placer, siente la sangre caliente que tras la piel se agita. Más, más...
El hambre que muerde. El orgasmo a las puertas. Mata está pasión con la mano, los dedos, o con todo lo que te apetezca.