El ayudante de catedra
Tenía que aprobar si o si el parcial... lo aprabará?
Era la hora de la siesta. Estábamos acostados en la misma cama. Habíamos decidido hacerlo así para no armar la otra. Hacía calor. La cama era estrecha. Marcelo estaba acostado de espaldas, con los ojos cerrados. Yo estaba de costado mirándolo. Los dos teníamos puestos solamente el short de baño. Lo miraba. Estaba seguro que lo amaba. Miraba su pecho peludo, su cintura fina, sus brazos musculosos, sus abdominales marcados... su miembro, que aunque dormido llenaba toda la parte delantera del short. Su pecho subía y bajaba al unísono, estaba dormido. Yo no podía. Lentamente, sin darme cuenta lo fui abrazando y apoyé mi rodilla sobre la suya. Estaba feliz. Me dormí.
Cuando nos despertamos, Marcelo me encontró así. Yo le pedí disculpas, sería seguramente que estando dormido. Dejé de abrazarlo. Empezamos a charlar de tonterías, de esa noche ir a pescar al muelle, de que me enseñaría una carnada nueva... En eso inocentemente le empecé a tocar el pecho con sus pectorales marcados y diciéndole palabras de admiración. Seguí tocándole y llegué a las tetillas. Me gustó la sensación de ellas sobre mis dedos. Noté que se iban poniendo duras, se lo dije. Me contestó que no dijera pavadas, que no era cierto, que no podía pasar... entonces le dije que se las tocara y que se cerciorara por sí mismo. Lo hizo. Se puso nervioso y me dijo que seguramente era por la fricción que le estaba haciendo. Me reí. Le dije que era porque se estaba poniendo caliente. Se rió con mi ocurrencia... En eso mi hermana abrió la puerta de par en par. No le gustó demasiado la escena que vió. Marcelo se levantó y se fue con ella. Era su novio. Yo tenía 15 años, él tenía 18. Esto pasó hace cinco años. Cinco largos años...
La relación entre mi hermana y él duró tres años más. Nunca más había pasado nada entre nosotros dos. Y yo lo amaba en silencio.
Marcelo y yo, nos seguimos viendo. Yo a él lo siento como un hermano mayor. Es todo lo que yo deseo ser. Tener su físico, su seguridad sobre sí mismo. Su simpatía...
Era su cumpleaños. Lo llamé por teléfono y me invitó a ir a su casa. Me dijo que si por favor no lo ayudaba, porque él estaba medio engripado. Le dije que sí, que no había problemas, que lo ayudaría.
Llegué a su casa temprano. Serían las 3 de la tarde. Escuché una voz a lo lejos que me dijo que entrara, que estaba abierto. Fui siguiendo la voz. Estaba en la habitación de sus padres. Estos estaban de viaje. Así que estaba acostado en su cama. Estaba vestido con un pijama. Tenía todas las estufas de la casa encendidas. Hacía bastante frío afuera. Así que como estaba enfermo, quería quedarse la mayor parte del tiempo en cama. Tenía barba de dos o tres días. Cuando nos besamos me pinchó. Hacía un tiempito que no lo veía. Y me alegré mucho. Empezamos a recordar cuando íbamos a pescar juntos, que a decir verdad, yo mucho no entendía, ni me gustaba mucho, pero lo hacía. Recordamos cuando me enseñó a andar con los esquís en el río, todas las veces que me había caído, hasta que por fin, después de tantas magulladuras, aprendí. Cuando me enseñó a manejar y la independencia que me había traído eso. Hacía mucho tiempo que no estábamos solos. Era como antes, como cuando podíamos hablar como hermanos...
Entre toda la charla, no nos dimos cuenta que se fueron pasando las horas. Serían las cinco y media de la tarde, sus amigos y novia llegarían entre las ocho o nueve, había que ir a comprar cosas, se tendría que bañar y afeitar...
Se levantó de la cama muy rápido y le dio un pequeño mareo. Se volvió a sentar, lo ayudé. Le puse las almohadas en los pies, para que le subiera la sangre a la cabeza. Se recuperó. Lo ayudé, aunque no quería, a llegar al baño. Abrí la ducha al máximo. Le quise ayudar y me dijo que nó con una sonrisa. Cerró la puerta. Yo mientras tanto me volví a la habitación y me puse a ver la tele. Busqué un canal de cable y me puse a ver una película vieja. En mi cabeza se sucedían muchas imágenes. Tenía miedo de que se enojara conmigo. Cierra la ducha y me grita desde el baño que se va a afeitar que lo esperara un rato. Yo le dije que por mí no había problemas que tardara todo el tiempo que le fuera necesario. En eso sale y viene a la habitación con una toalla anudada a la cintura. Sin querer se mi hizo agua la boca. Su cuerpo seguía tan bueno como siempre, si no es que estaba mejor. Se acostó en la cama de espaldas y me pidió si no le podía hacer masajes en los hombros porque estaba bastante contracturado.