El aviso

El aviso clasificado no era demasiado explícito, apenas si pedía empleada para tareas generales, dedicación a tiempo completo, con cama...

El aviso clasificado no era demasiado explícito, apenas si pedía empleada para tareas generales, dedicación a tiempo completo, con cama. Llamó mi atención porque para esos días yo estaba prácticamente en la calle, sola, sin dinero y sin un lugar adonde hospedarme, pasando las noches en diferentes camas con compañeros ocasionales, no tanto por gusto o placer sino por necesidad, me encontraba en un país que no era el mío, al que había llegado con lo puesto huyendo de un pasado complicado.

–Te van a querer coger, me dijo Hugo en cuanto se lo comenté, –más que vos no creo–, le respondí. Se rió mientras me atraía con fuerza hacia él sobándome el culo con una mano, una teta con la otra, violando mi boca sin ningún consentimiento que se vio de pronto invadida por su lengua ágil, caliente, poderosa. Lo dejé hacer porque me gustaba esa manera prepotente que tenía de tenerme y porque no creía tener otra alternativa.

Me quitó la ropa sin contemplación, a esta altura ya se notaba en su mirada que no era el mismo de unos minutos atrás, ahora era un animal dominado por su instinto, a punto de poseer a su hembra, dispuesto a defender su conquista con la vida si fuera necesario, el gesto de su cara no me dejaba dudas, me daba cuenta de que, por mi bien, era mejor dejarlo hacer. Me dio vuelta dejándome indefensa boca abajo y mientras sujetaba mi cabeza contra la almohada, tironeando mi cabello, lamió mis axilas y brazos y mi espalda completa hasta que llegó con su lengua impulsada por su necesidad y por la abundante saliva secretada a mis nalgas. Recién en ese momento soltó mi cabeza para poner sus manos una en cada glúteo y los separó abriéndolos con fuerza hasta hacerme doler, y continuó descendiendo con la lengua y con una cantidad de saliva que se podría definir en término de litros hasta detenerse en el orificio de mi ano. Parecía que para este hombre yo no tenía vagina, todo lo que quería de mi era mi culo. Hacía una semana que dormíamos juntos y todavía no la había probado y a mi ya me estaba costando sentarme, después de tantos días de sexo anal ya me preocupaba pensando si continuaría manteniendo el control de mis esfínteres, sobre todo por el grosor de su miembro que metía miedo. Me penetró sin encontrar resistencia, ni de mi parte ni de mi culo que ya estaba acostumbrado y entró y salió un millón de veces gozando como un pervertido y haciéndome gozar, no por su pija que ya casi ni la sentía sino por sus dedos que se movían con maestría contra mi inflamado clítoris. Cuando acabó me dejó el culo inundado de su leche bien caliente y sin decir agua va se dio vuelta y se durmió, pero no me molestó su actitud porque en el fondo me gustaba sentirme usada y estaba agradecida por los dos estupendos orgasmos que había logrado.

A la mañana siguiente me presenté en el domicilio del aviso. Fui muy bien vestida, falda gris apenas sobre las rodillas, camisa blanca con los tres primeros botones desprendidos lo que dejaba apreciar mi generoso y bien formado busto y un sacón rojo que me sentaba muy bien, medias, portaligas y zapatos de tacones bien altos, el maquillaje necesario, sin exagerar, que era de día, labios rojos como más me gusta y los ojos apenas delineados. Me miré al espejo un buen rato y me gusté, estaba muy elegante, como para no pasar desapercibida, las palabras de Hugo de la noche anterior me resonaban en la cabeza –te van a querer coger– y pensé que si eso fuera todo no tenía entonces de qué preocuparme, ese no era un problema para mí.

En la sala donde me dijeron que esperara a que me llamaran no había menos de ocho mujeres como yo, todas jóvenes, bien vestidas y ansiosas. Ligeros temblores de manos, demasiados movimientos de piernas cruzándose, alguna que otra uña mordida denunciaban sus nervios. Ninguna de ellas llamó especialmente mi atención y pensé que si de presencia se trataba entonces yo tenía buenas chances de conseguir el trabajo.

Luego de una hora de espera me recibió una señora tan hermosa y tan bien vestida, por gusto y calidad, que me hizo perder toda la confianza y seguridad que había logrado acumular, frente a ella me sentí insignificante. Fue muy amable, extendió su mano hacia mí y yo la tomé apretando lo suficiente como para parecer sincera sin por ello dejar de ser femenina, me sonrió e invitó a sentarme tras lo cual me comenzó a interrogar. Nombres, documento, domicilio, estudios, experiencia, referencias, en fin todo lo que concierne a una entrevista normal hasta que llegó a una pregunta que me sorprendió, –de qué crees que se trata este trabajo, preguntó, y me descolocó porque la verdad es que ni lo había pensado, tal era mi necesidad. –No sé, respondí con ingenua sinceridad, necesito un trabajo con urgencia, estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario. Lo dije sin maldad ni segundas intenciones, aunque no podría asegurar hasta que punto las palabras de Hugo impulsaban mis palabras. –Bien, dijo, levántate y camina para que pueda verte, y yo me levanté y caminé, quítate el sacón, sigue caminando, saquemos la camisa, por un instante me paralicé y la interrogué con la mirada pero ella continuó como si no me hubiera visto, no dejes de caminar, insistió, y yo reinicié la marcha y me saqué la camisa, obedeciendo su orden, quedando con el torso desnudo ya que no llevaba sostén, ahora la falda, muy bien, así, sigue moviéndote, quítate todo menos los zapatos, una vez más la miré, una vez más continuó como si nada, agáchate, de espalda, de frente, de perfil, abre las piernas, muéstrame todo. –Muy bien dijo cuando se sintió satisfecha, puedes vestirte, sin apuro, quédate aquí y espera unos minutos que ya regreso.

No puedo negar que estaba muy confundida, me había desnudado frente a una hermosa mujer a la que le terminaba de asegurar que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa sin saber si buscaba modelos para desfiles de moda, prostitutas para algún burdel clandestino o si estaba frente a una lesbiana que, aunque de otro tipo, tenía tantas necesidades como yo. Al calzarme la tanguita me toqué y estaba muy mojada y no entendí, porque venía de muchas noches de buen sexo, mi cuerpo no padecía urgencias por falta de atención, y sin embargo resultaba evidente que esta situación me había excitado sobre manera. En un primer momento pensé que fue la mujer la que me encendió pero pronto dejé esa idea porque las mujeres nunca estuvieron en mis ansias, la posibilidad de prostituirme estaba más cerca de mis fantasías pero tampoco lo tuve en cuenta porque ya lo dije, por esos días no me faltaban buenas pijas, entonces qué fue lo que me hizo mojar, me pregunté, y llegué a la conclusión de que me había calentado exhibirme y someterme sumisamente a las ordenes de esa mujer.

Al rato regresó, se sentó, sonrió, encendió un cigarrillo, me miró fijamente a los ojos y dijo que si realmente estaba dispuesta a satisfacer sus necesidades el puesto podría ser mío. No dijo cuales eran esas necesidades ni qué tareas debería cumplir; haberme hecho desnudar me impedía pensar en nada santo y obedecer sus órdenes, además de mojarme, me hacía desconfiar de mi misma. –No sé, dije, tengo algunas dudas…, pero no me dejó continuar, una vez más habló ella para decir que mi paga sería de tres mil euros mensuales. Al escuchar esa cifra que para mi era enorme, con el agregado de que al tener casa y comida la recibiría libre de gastos, no dudé más. –Esto implica que yo debería…, comencé a decir, pero otra vez me interrumpió, –esto no implica nada, nadie te pondrá un dedo encima, dijo, si es que esa es tu preocupación, nadie te tocará, a no ser que tu misma lo pidas, pero aún así, pidiéndolo, tampoco creo que logres que nadie te toque, digamos, como para satisfacer un poco tu curiosidad, que en algunos momentos serás un especie de adorno viviente, un hermoso y costoso objeto de observación. Me sentí muy halagada, me estaba diciendo hermosa la mujer más bella e interesante que había conocido en mi vida, y se disiparon todos mis temores.

De regreso a casa de Hugo recreé en mi mente todo lo sucedido deteniéndome especialmente en mi caminata desnuda frente a María Eugenia, que así se llamaba la mujer, y estimulé mi imaginación tratando de adivinar como sería mi vida a partir del día siguiente teniendo en cuenta las últimas palabras de nuestra conversación. Imaginé mil cosas que no vienen al caso contar porque este relato se trata de hechos concretos y no de fantasías pero todo lo recordado y lo imaginado me provocó una calentura tan intensa que al llegar al baño encontré que una gota de mis líquidos mas secretos se desplazaba por la cara interna de uno de mis muslos dejando en evidencia el grado de excitación en que me había dejado toda esta situación, y claro, quien si no Hugo sería el que aprovecharía mi estado pero esta vez, a diferencia de todas las anteriores, lo haría de otra manera.

–Así que te ha gustado exhibirte, me dijo luego de escuchar mi pormenorizado relato; pues a mi también tu historia me ha encendido y si no lo crees mira y sacó su verga más hinchada que nunca, colorada, con las venas tan marcadas que parecían reventar, goteando, igual que yo, esos líquidos imposibles de detener cuando la excitación es brutal. –Esta vez la quiero por adelante, imploré, la necesito en la concha porque siento que está hirviendo, quiero que roce mis paredes, que me rasque, que me frote, que me abra, que me destroce. Y Hugo cumplió. Como si de mi culo se tratase me la metió de un solo golpe y bombeó sin detenerse hasta un segundo antes de acabar, cuando la pasó a mi boca derramando toda su leche que bebí con deleite sintiendo que su sabor agridulce me suavizaba la garganta, llenaba mi estómago y serenaba mis nervios. Después de verme tragar todo me dijo que si tanto me calentaba exhibirme esa noche saldríamos para que pudiera mostrarme y experimentar lo que tanto disfrutaba.

Me llevó a la ducha y me bañó con sus manos enjabonadas, no usó esponjas ni lienzos, solo sus dedos que resbalaron por todo mi cuerpo metiéndose en cada agujero, en cada pliegue, en todas las superficies. Luego me rasuró completamente logrando que mi piel se erizara al contacto de sus manos, de la navaja y de su mirada clavada en mi orifico mayor mientras mi mente enloquecía presintiendo nuevas sensaciones jamás antes vividas, con él y con extraños, con hombres, con mujeres y con todos los desconocidos que quisieran admirarme mientras me dejaba ver. Luego me secó con toallas tibias, besó suavemente mis pezones y mi clítoris y humectó cada centímetro de mi piel con suaves cremas y me vistió con una diminuta tanga hilo dental que apenas si cubría mi hendidura. Sobre mi anatomía desnuda deslizó un breve vestido que más parecía un camisón levemente ceñido, lo suficientemente justo como para marcar mis curvas y bien suelto como para dejar ver con absoluta libertad. Así salimos a la calle y fuimos caminando hasta una concurrida avenida, deslizándome sobre mis altos tacones que hacían ver mis piernas bien largas, con el escote tan suelto que casi dejaba escapar mis pechos que desde los primeros pasos mostraban los pezones tan erectos que se distinguían claramente debajo de la tenue tela.

Al principio me sentía cohibida pero con el correr de los minutos las miradas escandalizadas de otras mujeres y lascivas de los hombres me fueron entusiasmando hasta hacerme reconocer que estaba disfrutando. –Te gusta, preguntó Hugo, – Siento las miradas de hombres y mujeres deseándome, más que gustarme me calienta, respondí, ya había usado esta ropa antes pero para ir a bailar, de noche, en penumbras, entre cientos de mujeres vestidas de la misma manera, nunca en la calle frente a tanta gente. Los hombros y la espalda desnudos, las tetas cubiertas apenas por la delgada seda, la falda que marcaba perfectamente mis nalgas metiéndose en el medio, mostrando a quien quisiera ver que ese culo estaba bien abierto, bien hecho y que pedía más y por adelante el triangulo de mi entrepierna estaba punto de mojarse lo que hubiera demostrado crudamente el supremo palpitar de mi hueco más preciado. Giramos en la primera esquina para pasar por el frente de una escuela nocturna. Hugo sabía muy bien que a esa hora salían los estudiantes por lo que me hizo caminar muy lentamente. Cuando empezaron a salir los jóvenes no necesité que Hugo me dijera nada, los miré desafiante, provocativa y ellos respondieron con ese ímpetu tan difícil de reprimir que ostenta la juventud diciéndome de todo, desde lo buena que estaba hasta una explicación pormenorizada de cómo me lo harían, sin importarles que estuviera acompañada. – Te gusta, volvió a preguntar Hugo, – Sí, mucho. Caminamos entonces hasta un callejón seguidos por los pequeños admiradores que estaban desenfrenados, babeantes, sedientos de sexo feroz y al llegar Hugo les preguntó, – quieren ver y el grito de ¡siii! no se hizo esperar. Bueno dijo, pero se mira y no se toca y no griten que no queremos que venga la poli, – muéstrales nena.

Eran unos diez chicos que obedecieron de inmediato a este hombre que imponía autoridad. Refugiada en la seguridad que me daba su compañía comencé a caminar de un lado a otro, primero lentamente pero con cada paso mi calentura me llevaba a mover más el culo y las caderas, apuré el paso y me moví más y más hasta que los movimientos se hicieron groseros, entonces me detuve parada de perfil frente a ellos, separé bien las piernas, levanté bien los brazos provocando que el vestido subiera hasta dejar expuestas mis nalgas e inmediatamente después los bajé cruzados tomando un bretel con cada mano forzándolos a bajar hasta que el vestido se soltó y cayó dejándome solo con la tanga provocando una ovación de los chicos que entre gritos y aplausos demostraban su gran excitación. Como Hugo me hizo señas de que hasta ahí habíamos llegado me vestí y me coloqué a su lado impidiendo de esa manera cualquier intención de los más desaforados mientras él pasaba la gorra para recaudar unas mugrosas monedas que solo servirían para dar por terminada la función. –Si te ha gustado todavía te falta el plato principal, me dijo, a lo que respondí, –me ha gustado y prepárate porque esta noche no te dejaré dormir, cabrón.

Jamás me hubiera imaginado que el plato fuerte que me tenía reservado sería servido en la seccional de policía. Hasta allí me llevó y en cuanto ingresamos habló con un suboficial amigo suyo a quien conocía por haber estado él mismo detenido muchas veces, de donde venía su afición por coger culos, en voz muy baja y aunque apenas pude oír, escuché claramente las palabras exhibicionista, calentona, zorra, puta, tras lo cual nos dejaron pasar para ubicarnos delante de una celda en la que había cinco hombres, todos mayores menos uno que no superaría los veinticinco años, recios, mal entrazados, que al verme parecieron volverse locos, se agarraron de los barrotes queriendo salir para agarrarme y darme lo que me merecía. – Aquí tienen hijos de puta, este es su nuevo castigo que ha ideado el ayuntamiento, sufran, deseen, vuélvanse locos, vean lo que se pierden por no estar en libertad. Hugo me miró y ordenó –muéstrales. No tardé nada en desnudarme, cada vez me gustaba más mostrarme y escuchar las maldiciones y los insultos de degenerados como esos, la idea de lo que me harían si no estuvieran esos barrotes frenándolos me hacía enloquecer, entonces, delante de ellos, mirándolos de frente, con mi mejor cara de puta, abrí bien las piernas corrí la tanga hacia un costado y me masturbé frenéticamente hasta llegar a un polvo como muy pocas veces había llegado. Recién cuando me vio acabar Hugo me pidió que me vistiera y que fuéramos a su casa, y cuando el suboficial quiso impedirlo porque me quería a solas por cinco minutos Hugo le dijo – Como quieras, pero cuídate porque está infectada y eso solo bastó para que perdiera el interés y nos dejara ir. Si bien me encantó exhibirme ante los reos les diré que lo que realmente me volvió loca fue escuchar cuando el más recio le decía al joven – prepárate que en cuanto la puta se vaya me harás una mamada hasta tragar toda mi leche; imaginarlos mientras caminábamos, el mayor con una pija enorme, de esas que solo existen en la imaginación, metida en la boca de su colega a quien veía, por mi culpa o gracias a mí, arrodillado sujetando con una mano la verga, seguramente sucia y mal oliente, y con la otra los huevos me provocó tal temblor en las piernas que si Hugo no me apuntala me hubiera resultado imposible continuar caminando.

Cuando llegamos a casa subí las escaleras delante de él para ofrecerle el espectáculo de mi culo bamboleándose; con cada escalón que subía sentía su mirada clavada en el roce de mis nalgas, segura de que después de tanta excitación la tanga se encontraría empapada y metida bien adentro de mi raja, dando la sensación de desnudez total y dejándole saber que esa noche le volvería a entregar mi culo como lo había entregado toda la semana pero con la diferencia de que esta vez lo deseaba intensamente, que se lo pediría para que me lo hiciera brutalmente, con más fuerza y con menos contemplaciones. En cuanto abrió la puerta me desnudé y mirándolo fijamente metí mis dedos en mi vagina que parecía un plato de sopa, junté los jugos con mis dedos colocados en forma de cuchara, los llevé a la boca y bebí el néctar recogido lamiéndolos uno por uno, ofreciéndoselos luego a Hugo, que estaba loco, para que hiciera lo mismo antes de penetrarme.

No temo equivocarme si afirmo que esa fue una de mis mejores noches de sexo porque al deseo, materializado en acción, se sumó una desesperación tan difícil de controlar que nos convirtió a ambos en dos bestias tan desbocadas que literalmente nos matamos; al chupársela no pude contener un impulso y lo mordí tan fuerte que la única manera que tuvo para separarme fue pegándome una cachetada, lo que me encendió aún más todavía haciéndome poner en cuatro patas para que él me montara a horcajadas, con sus piernas abrazando mi cintura y se estirara hacia atrás y me la metiera bien profundo en el culo, más que nunca porque en esa posición parecía que su pija se agrandaba y se estiraba un par de centímetros para que pudiera bombear sin parar, más adentro que nunca, hasta llenar otra vez mi culo y sacarla sucia, embadurnada ya saben de qué y caer pesadamente sobre mi, quedando inmóvil, extenuado, desfallecido. Me dormí inquieta, preguntándome qué me pasaba porque las últimas cuarenta y ocho horas habían sido diferentes al resto de mi vida, nunca antes había estado tan excitada, nunca había necesitado tanto ser cogida y jamás se me había ocurrido incluir al dolor, el mal trato y la humillación en mis prácticas sexuales y sin embargo en estos dos días todo esto había sucedido pero lo más grave era que intuía que lo que había pasado era poco si lo relacionaba con lo que vendría. Al despertar, a la mañana siguiente, ya no tenía dudas, ninguna de las situaciones vividas habían sido las causantes de mi tremenda calentura, con la lucidez del despertar y las horas de reflexión ya no me quedaban dudas de que María Eugenia y sus palabras era la causante de mi nueva actitud, ella me había transformado despertando en mí un deseo insaciable que me costaría mucho poder controlar. Ese mismo día me presenté a trabajar y fui recibida por ella misma en su fastuosa mansión

Hay personas que irradian una energía que las hace irresistibles, María Eugenia era una de ellas, su cara angulosa de pómulos bien marcados encerraban una nariz preciosa y unos ojos de un gris tan intenso que iluminaban. Rubia, alta, delgada, de curvas perfectas, con pechos apenas un poco más chicos que los míos pero tan armoniosos que parecían salidos del cincel de Miguel Ángel, gloriosas caderas y piernas sin igual, sin embargo toda su imponente figura no alcanzaba a distraer el halo emergente de su impresionante personalidad; segura de si misma, dueña de un magnetismo irresistible, elegante, femenina, delicada y a la vez enérgica y dominante, era muy difícil no tenerla en cuenta y no fantasear con someterse o poseerla. Pero ella era mi empleadora, mi jefa por decirlo de alguna manera y no me metería con ella porque mi móvil era el buen dinero que me pagaría y porque a pesar de admirarla por ese entonces seguía sosteniendo que las mujeres no eran lo mío. Ese día María Eugenia estaba vestida de entrecasa con una bata de seda completamente abierta por los costados y apenas cerrada por adelante de manera que sin mostrar nada dejaba ver todo, como por ejemplo que no llevaba ropa interior y que su piel era tan tentadora que invitaba a las caricias. Me mostró la casa que era enorme y decorada con muy buen gusto y me guió a lo que sería mi habitación donde me dejó luego de darme unas pocas indicaciones. En esta habitación no se puede apagar la luz así que no lo intentes, si te molesta para dormir ahí tienes algunos antifaces ciegos, tampoco podrás cubrir la ventana porque, como verás, no hay cortinas, si estás pensando que desde afuera podrán verte la respuesta es sí, desde afuera estarán mirándote, usaras la ropa que hay en el armario y no otra, usarás todos los artículos de tocador y cosmética que encuentres y nada más, por lo demás harás tu vida como quieras, eres libre y espero que seas muy feliz. Antes de dejarme sola me dijo que más tarde me diría que era lo que tendría que hacer y me advirtió acerca de dos únicas condiciones que debería cumplir sin hesitar, cada vez que ella llevara puesta una prenda color rosa yo debería desnudarme sin importarme en donde o con quien estuviera y no podría vestirme hasta verla con alguna prenda negra, esas eran las señales que yo debería obedecer y nunca más se hablaría del asunto porque no lo volvería a repetir. No habló de castigos ni sanciones para el caso de que no cumpliera, dio por sentado que había entendido y aceptado sus reglas, me sonrió y se fue.

Al quedar sola sentí que diez mil ojos me miraban, inquieta me dirigí a la ventana y vi que daba a un edificio de menor calidad, muy prolijo, ubicado en el fondo del terreno, que contaba con seis ventanas, tres como mi habitación en el primer piso y tres en el segundo piso. Pensé que desde ellas cualquiera tendría una vista fantástica de todo lo que hiciera y me estremecí, me asomé tratando de ver si había alguien pero como no vi a nadie me dediqué a recorrer la habitación, que era muy grande, más que un cuarto parecía un salón, y el baño que para mi sorpresa tenía paredes de vidrio por los tres costados que no lindaban con la pared, hiciera lo que hiciera resultaba imposible ocultarse. La decoración era exquisita, colores claros, alfombra blanca, cuadros de pinturas eróticas y una cama de no menos de dos metros de ancho, sin frazadas ya que la climatización las hacía innecesarias. También había una gran pantalla de plasma, un reproductor de DVD y un equipo de música fenomenal.

Durante la primera semana no sucedió nada que se pudiera destacar especialmente. María Eugenia me presentó a su marido, un hombre muy agradable y lindo, muy deseable, me explicó el manejo de la casa dándome una jerarquía que ponía a todo el personal bajo mis órdenes. También me incluyó, casi como una secretaria personal, en el mundo de sus negocios, no sin antes tranquilizarme diciéndome que no me asustara ya que muy pronto me pondría al tanto de todo y que ella estaba segura de que respondería con solvencia. Quedaba claro que mi salario estaría en concordancia con mis tareas y que todo lo que sucediese fuera de los horarios de trabajo sería una especie de adicional con lo que ambas partes se beneficiarían. Lentamente me fui acostumbrando a la rutina del trabajo y toda la excitación que traía por la experiencia de la primera entrevista y por mis agitadas noches con Hugo se fue apaciguando y si bien adentro de mi habitación sentía que desde afuera cualquiera me podría estar observando, lo que me causaba alguna excitación, al no haber visto a nadie nunca me olvidé del asunto e hice mi vida normal como si estuviese en la mas absoluta privacidad. Para el séptimo día me desvestía y vestía, me bañaba, hacía mis necesidades como si realmente estuviera sola, yo no veía a nadie y nadie me veía a mí lo que me empezaba a aburrir un poco y cada vez con más frecuencia recordaba las palabras de María Eugenia, nadie te tocará aunque lo pidas, por lo demás me incorporé rápidamente a sus vidas, los acompañaba en las cenas, me presentaron amigos, fuimos de compras y a reuniones de trabajo, todo muy normal.

El octavo día la situación cambió, María Eugenia se presentó a cenar con un hermoso vestido Mao, cerrado hasta el cuello, muy entallado y con dos tajos a los costados que nacían desde la cintura exponiendo claramente debajo de la fina tela su desnudez. Era un hermoso vestido de color rojo intenso con detalles negros y aunque me esforcé buscando alguna parte en color rosa no la pude encontrar, me pareció que era una buena ocasión para quitarme la ropa ya que era eso lo que se esperaba de mí y yo estaba ansiosa por hacerlo, pero no vi que se me diera ninguna señal. Al terminar la cena nos sentamos en unos sillones, ellos en uno doble yo en uno individual, se desnudaron y me tuvieron como privilegiada espectadora de una amorosa relación sexual, él sentado cómodamente en el sillón ostentando entre sus piernas bien abiertas una pija y un par de huevos de considerable tamaño y apreciable belleza, ella sentada encima de esa apetecible lanza exhibiendo una espalda perfecta y movimientos altamente sensuales. Habrán estado unos diez minutos disfrutando y jadeando con la clara intención de mostrarme cuanto y de qué manera gozaban, cuando terminaron me saludaron con un beso y nos retiramos, ellos a su habitación y yo a la mía.

Llegué a mi habitación pensando que eran unos tarados pero como me pagaban tan bien me dije que todo estaba bien, cada loco con su tema. Me vestí con un pijama y como no me podía acostar por no tener la suficiente serenidad como para quedarme quieta empecé a dar vueltas buscando alguna revista o libro cuando noté que en la habitación del extremo derecho del primer piso del edificio de enfrente se encendía una tenue luz que permitía ver la figura de dos hombres jóvenes parados frente a la ventana mirando en mi dirección. Por fin, pensé, por fin sucederá algo interesante y haciendo como si no los viera me empecé a exhibir. Saqué de unos cajones varios camisones y pijamas, me paré frente al espejo y me fui cambiando de modelo como si estuviera eligiendo uno, quedando desnuda entre prenda y prenda mientras fantaseaba con la idea de lo bien que la pasaría con esos dos mirones. Luego de un rato no resistí la tentación y les dirigí la mirada con la clara intención de provocarlos y casi me caigo al ver que se estaban besando con un beso tan apasionado que desde lejos se veían sus lenguas entrando y saliendo de sus bocas al mismo tiempo que cada uno de ellos sujetaba la verga del otro en su mano con movimientos masturbatorios. Nunca había visto a dos hombres en acción, ni besándose ni pajeándose, me calenté de inmediato y no pude dejar de mirar cada detalle de su acción olvidándome de mis cambios de atuendo y de la exhibición de mi cuerpo. Fascinada por lo que veía me fui mojando, la piel se me erizó y sentí una fuerte sensación entre las piernas que me llevó a cerrarlas muy fuerte para lograr algún placer. Al rato se fueron a la cama, uno de ellos se acostó boca arriba, abrió muy bien las piernas, levantó el culo y el otro lo penetró de un solo golpe, completo hasta los huevos y en ese, el mejor momento, se apagó la tenue luz que los iluminaba al mismo tiempo que se encendía de la misma manera la habitación opuesta, primer piso lado izquierdo, viéndose a un hombre que en soledad se masturbaba frente a un televisor. Luego de unos minutos de estar viendo como se masajeaba los pechos, el culo, los muslos y el cuello mientras su otra mano se deslizaba sobre su pija sin detenerse ni por un instante dirigió su mirada hacia mí y me hizo señas para que encendiera el televisor, obedecí y pude ver un programa sensacional en el que los primeros actores eran María Eugenia, su marido y un joven negro al que no se le enfocaba el rostro.

La escena era muy caliente, tanto que pude justificar la soberana paja que mi vecino se hacía frente al televisor. Se podía ver al negro acostado boca arriba con las piernas bien separadas y los brazos abiertos en cruz, manso, entregado, dejándose hacer mientras a su lado María Eugenia, arrodillada, luciendo su perfil en una pose que hacía resaltar aún más la perfección de las formas de sus pechos que caían pesados obedeciendo a la ley de gravedad, la redondez de su cola y el maravilloso torneado de sus piernas, engullía completa su verga y le quedaba resto para lamerle los testículos al mismo tiempo, lo que me hizo pensar que a pesar de que era evidente que el negro estaba muy bueno su pija debería ser relativamente chica. En ningún momento de la acción, que ya llevaba varios minutos, María Eugenia la retiró de su boca, parecía que la muy egoísta no quería que nadie la viera, chupaba y lamía sin detenerse, muy lentamente, disfrutando cada lamida, dando la sensación por momentos de que la iba a soltar pero la tragaba nuevamente hasta el fondo y un poco más. Cuando el negro comenzó a estremecerse, dando una clara señal de que estaba por llegar a su clímax me acerqué a la pantalla porque no quería perderme ningún detalle de cuando por fin la soltara, ni de la pija ni de su acabada, pero ni en ese momento M E nos dejó ver nada, apenas pude ver cómo este muchacho comenzó a derramar compulsivamente su leche en la boca de mi jefa de manera que quienes mirábamos solo pudimos darnos cuenta de que estaba acabando por la gran cantidad de líquido lechoso excedente que caía por sus comisuras y porque fue en el único momento que se pudo observar que apenas se atragantaba con lo que tragaba. Al retirarla de su boca, tan lentamente como la misma mamada, se pudo ver por fin que el aparato del negro, al contrario de lo que aparentaba, era enorme, no podía medir menos de veinte centímetros, quedando en evidencia que esta mujer la había alojado en su garganta todo el tiempo, que estimo en más de quince minutos, sin atragantarse ni conmoverse. Recién cuando el negro se hizo a un lado el marido se ubicó sobre ella y la penetró, moviéndose rudamente hasta acabar en su interior mientras, más que besarla le lamía la boca, recogiendo con su lengua cada gota que el negro había dejado. Así quedaron los tres tendidos sobre la cama muy quietos, tanto que parecían dormidos. Volví a mirar por la ventana para ver si mi vecino había acabado al mismo tiempo que el negro pero la luz ya se había apagado, en su reemplazo se podía apreciar tenuemente que desde las otras ventanas me estaban mirando, lo que me motivó para comenzar a masturbarme, para darles lo que seguramente querían ver y para desahogarme porque no soportaba más tanta calentura. Lo hice sentada sobre un borde de la cama, de frente a la ventana con las piernas abiertas a más no poder y metiéndome varios dedos a la vez para poder sentir algo que calmara aunque fuera a medias tanta excitación.

En eso estaba cuando sonó el teléfono. Era M E que requería mi presencia en la sala de masajes. Interrumpí de inmediato mi sesión de autosatisfacción y me dirigí al encuentro de mi jefa y al llegar los encontré, a ella y a su marido, tendidos sobre una camilla cada uno, desnudos, serenos, esperándome. – ¿Te animas a darnos unos masajes? –Si, aunque no soy masajista, pero me parece que podré aprender practicando. Muy bien, así se habla, dijo ella con voz cansina, adormilada. –Comenzaré por ti. –Sí, claro, fue la única respuesta.

Si sumamos a mi creciente e insatisfecha calentura la visualización de esos cuerpos perfectos, sudados, luego de los dos polvos que yo misma había presenciado, visiblemente cansados, la posibilidad de tocarlos con la yema de mis dedos en toda su extensión, en cada una de sus partes, podría decir que mi mente acarició el delirio. Me estaba volviendo loca, lo sabía, me daba cuenta y no quería regresar a la cordura, quería meterme definitivamente en ese juego que me proponían y que no sabía en qué punto se iba a detener. Me ubiqué por delante de su cabeza y con una tibia agua aromatizada, ligeramente enjabonada que hacía que mis manos resbalaran con total facilidad comencé a acariciar su espalda desde los hombros hasta las nalgas notando que el roce de mis manos y el delicado rasguño de mis uñas la hacían estremecer erizando su piel que pasaba de la extrema suavidad a una rugosidad agresiva. Sentía la necesidad de desnudarme frente a ellos, para que me vieran y para igualarme, pero por más que busqué no encontré nada color rosado. Lentamente me fui ubicando a su lado hasta llegar a sus piernas que abracé con firmeza con mis dedos palpando cada centímetro. Bajé lentamente hasta los dedos de sus pies que estiré uno por uno y regresé lentamente por la cara interna de piernas y muslos hasta casi llegar a tocar sus labios que se ofrecían palpitantes. Ni se dejó tocar esa zona ni yo lo hice sin su permiso, en ese momento giró para quedar boca arriba permitiéndome continuar con el masaje que por varios minutos en que nadie emitió sonido fue solo visual. La acaricié con mí mirada tan intensamente que luego de unos minutos abrió los ojos, sonrió y dijo a modo de pregunta, –me parece que estoy un poco sucia ya sabes donde. Efectivamente su vagina se veía impregnada de semen, –quisieras que la limpie, pregunté, –si no te molesta…, respondió, y al tomar una pequeña toalla caliente y húmeda con la que pensaba retirar los restos de la acción me pidió que no lo hiciera así porque podría irritarse, que lo hiciera con mis manos que eran mucho más delicadas. Lo hice muy lentamente, disfrutando cada segundo, ubicando un pequeño recipiente entre sus piernas del que extraía un agua limpia muy caliente y jabonosa que extendía por cada milímetro de su cueva con las yemas de mis dedos que aprendían a desear a esa mujer y morían por continuar tocándola. Tanto la limpié y con tanto esmero y delicadeza que luego de un rato ya no supe si lo que brillaba en su interior eran los restos del semen o si eran sus jugos los que aparecían como consecuencia de mi atención y entonces me rebelé porque me pareció injusto que solo ella gozara y porque yo estaba sufriendo, no daba más, necesitaba que me tocaran a mí, que me cogieran, ella lo sabía y no dijo nada cuando me aparté de su lado dejándola en la mitad de algo que le comenzaba a suceder para dirigirme al encuentro de su marido que me esperaba paciente mientras observaba mi sesión con su mujer. –Con él usa guantes, me dijo ella como única indicación y, aunque yo esperaba alguna queja por haberla abandonado, sin darle importancia al asunto se dispuso a mirar.

Mientras me calzaba los guantes de látex y preparaba las lociones para desparramar en el cuerpo de su esposo reflexioné acerca de lo que estaba sucediendo y de lo que sentía después de lo que había pasado y me di cuenta que esta mujer se estaba metiendo adentro de mi cerebro y lentamente lo estaba dominando porque si bien yo había disfrutado muchísimo tocándola, acariciándola y lavando sus partes más íntimas, cosa que jamás se me habría ocurrido que podría hacer con alguien alguna vez, lo que me estaba calentando hasta la locura era la sumisión a la que me sometía voluntariamente porque me generaba un placer hasta entonces desconocido. Ahora que me ordenaba masajear al marido con esos guantes estaba por hacerlo por el placer que obtendría al manosear a un hombre tan atractivo pero más que nada para complacerla obedeciéndola y para que ella me viera mientras lo hacía, logrando una nueva manera de exhibición que antes no se me hubiera ocurrido, respondiendo solamente a su mirada, porque de esa manera me dominaba, con la fuerza de sus ojos y con pequeños frunces de su entrecejo. Manoseé cada centímetro del hombre, que se dejó hacer mansamente, sin apartar mis ojos de los de ella y cuando llegué al extremo superior de los muslos me detuve un buen rato con movimientos circulares que abarcaron completamente sus glúteos y lentamente fui hundiendo la punta de mis dedos profundo entre las nalgas cada vez un poco más hasta llegar a rozar el orificio anal y en ese momento él levantó la cola hasta arrodillarse y ella me autorizó con un ligero guiño de ambos ojos y un movimiento afirmativo de la cabeza a continuar lo que había empezado, entonces los dedos fueron entrando uno por uno primero y luego de a dos y de a tres o cuatro hasta perderse adentro del túnel rectal mientras su polla se erguía y mi otra mano la sacudía hasta hacerla vomitar.

Me retiré a mi dormitorio confundida y enojada por una terrible excitación que permanecía cada vez más insatisfecha. La confusión provenía de no poder entender. Me preguntaba para qué me había hecho desnudar en la primera entrevista si ahora que me tenía a su disposición no me pedía nada. Me enojaba porque estaba muy caliente y no soportaba la falta de acción a que me tenían sometida. La gente que supuestamente me observaba hacía más cosas para que yo los viera que para verme ellos y yo, por obra y gracia de la excitación y de todo lo que me venía sucediendo desde esa primera entrevista, pasando por las experiencias con Hugo, a quien cada día extrañaba más, tenía mucha necesidad de mostrarme descaradamente, con morbo, con desfachatez, como una perra en celo para despertar pasiones y entregarme ciegamente y dejarme someter. En cambio nada de eso ocurría, veía yo a los demás que por otra parte gozaban como energúmenos. Así fue, con estos pensamientos, que decidí vengarme y mi venganza consistiría en exhibirme sin que nadie me lo pidiera, no dejaría de respetar las órdenes de mi jefa, ya que ella no vestía nada color rosado no me desnudaría pero en cambio insinuaría por demás y mostraría todo lo que pudiera utilizando las ropas que encontrase en el lugar.

Así pasaron más de diez días en los que acompañé a María Eugenia a reuniones de trabajo en el centro de la ciudad en bancos, empresas privadas y organismos oficiales, apenas cubierta con lo imprescindible, sin ropa interior, cruzando las piernas de manera que quedaran completamente a la vista, agachándome cada vez que podía para que se vieran bien mis tetas, subiendo escaleras en lugar de tomar ascensores para que quienes venían detrás pudieran observar cada una de mis partes, apelando a todos los recursos posibles para mostrarme sin tapujos pero lo único que conseguí fue calentarme más y más. María Eugenia en cambio, y seguramente con toda intensión, se mostraba a mi lado de lo más recatada, con esos trajes que solo lucen las ejecutivas, logrando de esa manera marcar muy bien las diferencias. En la casa estuve usando menos ropa todavía y cuando en los ratos libres me tendía al sol lo hacía sin sostén, dando por entendido que para mi era normal el top less, disfrutando a pleno de las miradas furtivas de todo el personal masculino.

Un día antes de cumplirse el primer mes de trabajo, cuando ya me había acostumbrado a ese tipo de exhibicionismo que ya empezaba a aburrirme y que a esta altura, al no haber logrado ningún resultado, me excitaba muy poco, María Eugenia se apareció vestida con un amoroso solero color rosado diciéndome que me ocupara de todo ya que esa noche habría una reunión y cenaríamos en casa con amigos. Luego de las indicaciones se dio vuelta, me miró con esa mirada que yo ya conocía tan bien e intentó irse pero antes de que lo lograra le gané de mano y con un rápido movimiento aflojé los breteles del ligero camisón que llevaba puesto y quedé desnuda en un santiamén, desnuda y emocionada, porque luego de tanta espera por fin llegaba el momento que me había inquietado tanto. Al principio me sentí confundida, me ruboricé y no supe como proceder, me llené de dudas y temores, tanto lo había esperado y ahora no sabía qué hacer. Tampoco podía intuir que sería lo que iba a pasar; un mar de preguntas vino a mi mente, tendría que estar desnuda todo el tiempo? Sabía que la respuesta era positiva, María Eugenia me había dicho que no debería volver a vestirme hasta que no la viera lucir alguna prenda negra, Debería estar así, sin nada, delante de todas las personas? La respuesta también era que sí, todo el tiempo sin importar en dónde o delante de quién.

No voy a extenderme demasiado acerca de lo que pasó en las siguientes horas, baste decir que como tenía que organizar una importante cena vinieron proveedores, personal auxiliar, tanto masculino como femenino, un decorador con su asistente y un electricista que debía revisar todas las lámparas del salón principal, todas estas personas además de las mucamas, jardinero y chofer que formaban parte del plantel permanente. Frente a toda esta gente que fue apareciendo a lo largo de la mañana y de la tarde estuve como dios me trajo al mundo, en cuanto a la vestimenta y como María Eugenia me había alterado en cuanto a mis emociones. En todo el día no pude lograr que el rubor desapareciera de mis mejillas pero tampoco pude apaciguar el fuego que me quemaba entre las piernas, tuve deseos de hacerme penetrar por cada uno de los hombres que me vieron, que no salían de su asombro y que a duras penas podían hacer su trabajo, y de dejarme lamer por las deliciosas lenguas de las mujeres que me miraban y me sonreían sin dejarme saber con claridad si me admiraban o me despreciaban. En lo personal fue una de las mejores experiencias de mi vida, sobre todo por el hecho de mostrarme desnuda delante de tanta gente vestida, de exhibirme excitada frente a trabajadores que tenían puesta la mente en su trabajo y no en el sexo pero principalmente por sentirme muy deseada, porque yo sabía que cada uno de ellos se moría por tener algo conmigo.

A las seis de la tarde regresó María Eugenia vestida de negro. Pude ver en su rostro una expresión de satisfacción al verme rodeada de tanta gente, vestida solamente con mis sandalias blancas de altos tacones, anudada a mis piernas con largas tiras de cuero del mismo color, cruzadas. Al verla de negro inmediatamente me cubrí con una bata y seguí con mis actividades como si nada hubiera sucedido aunque la verdad era que habían ocurrido muchas cosas, no solo a mi sino a todas las personas que me estuvieron dando vueltas alrededor todo el tiempo, preguntándome las cosa mas insólitas, requiriendo mi presencia en cada detalle, haciéndome estirar para que alcanzara algo o agachar para recoger algo más. A más de uno le había notado una erección debajo de la cremallera y a todos sin excepción les detecté en las miradas el deseo de la pasión. Me dio un paquete que contenía un vestido y me dijo que estuviera lista a las nueve de la noche para recibir a la gente vestida con la prenda del paquete, maquillada para la ocasión y que tratara de estar de buen ánimo ya que se trataría de una larga jornada que me sorprendería.

Me bañe, maquillé y vestí sabiendo que era observada más que antes, más personas con mayor intensidad, el ambiente entre mi habitación y el edificio de enfrente se había cargado de sensaciones y yo había contribuido con creces a que eso sucediera. A las ocho y treinta me cubrí con el vestido color negro que María Eugenia me trajo más temprano y salí a su encuentro esperando encontrarla en el gran salón. Al verla una vez más me impacté, estaba espléndida, muy sexy, con un vestido rojo largo que remataba en la base con una pequeña cola que arrastraba graciosamente por el piso. Mi vestido negro, en cambio, llegaba a cubrir mis rodillas, no mostraba nada pero caía tan bien sobre mi cuerpo que marcaba mi figura de manera espectacular. Me dijo que estaba hermosa y le retribuí el piropo; un rato después comenzaron a llegar los invitados, seis hombres y tres mujeres a quienes nos uniríamos María Eugenia, su marido y yo.

Fue una cena muy amena en la que se sirvieron platos muy livianos, fáciles de digerir, se bebió copiosamente mientras se hablaba de todo un poco y se bromeaba acerca de todo. Dos camareros atendían con eficacia a cada uno de los comensales y la dueña de casa estaba en todo, demostrando que no se le escapaba un solo detalle. En un momento María Eugenia se retiró disculpándose ante todos y les pidió que esperaran unos minutos ya que pronto regresaría con una sorpresa. Al regresar, vestida con un vestido idéntico al anterior pero de color rosa, un cúmulo de sensaciones me dominó pero no dudé ni por un instante, me levanté y sin decir una sola palabra, delante de todos comencé a desnudarme, no lo hice como a la tarde que había tardado un par de segundos sino que ahora me tomé mi tiempo permitiendo que todos disfrutaran con el espectáculo, disfrutando yo misma al intuir que algo excitante estaba por suceder. A la orden de mi jefa entraron al salón los dos camareros y dos mucamas de la cocina y rápidamente desocuparon la mesa y la cubrieron con un fino acolchado al tiempo que María Eugenia me pidió que me subiera y me acostara lo más cómoda posible. Mientras los invitados me rodeaban formando un círculo los camareros volvieron a ingresar portando diferentes bandejas, una de las cuales estaba en llamas por tratarse de un postre que requería ser quemado. Comenzaron las mucamas distribuyendo rodajas de frutas por mis pies, piernas, muslos, y brazos, uno de los camareros edificó sobre mi abdomen una torre utilizando deliciosas cremas de fuertes colores y delicioso aroma. Comenzaron los comentarios en forma de murmullos y todos, tal vez inconscientemente, se acercaron más a mí para poder ver mejor.

Cuando ya estaba casi toda decorada, todavía faltaba lo mejor, uno de los camareros comenzó a derramar el postre de crema contenido en el recipiente que hasta ese momento se estuvo calentando y que recién agotaba su llama, sobre mis pechos, lo que me provocó un dolor muy sutil arrancándome un quejido que más pareció una expresión de placer que de dolor y apenas un segundo después, estaban muy bien sincronizados, el otro asistente rellenó mi entrepierna con helado de crema y chocolate, metiéndolo adentro de mi concha que se contrajo violentamente al mismo tiempo que mis pechos se dilataban poniéndose sensibles y colorados; entonces María Eugenia dijo con voz fuerte como para que todos escucharan, –Señores, comienza la subasta, ¿Cuánto ofrecen por las frutas depositadas en los pies de esta hermosa mujer? Uno dijo veinte, otro cuarenta, una de las mujeres ofreció doscientos euros y se ganó la posibilidad de saborear las deliciosas rodajas tomándolas con su lengua directamente de mis pies. Todos la miraron y esperaron a que terminara al tiempo que se hacían ilusiones pensando en qué partes de mi cuerpo podrían conseguir, mientras yo creía desfallecer por la intensidad de las sensaciones provocadas por las diferentes temperaturas, por sentirme un objeto de deseo y porque después de un mes de no coger y de haber estado sometida a una incitación permanente no daba más. Por quinientos euros cada uno cuatro hombres ganaron el privilegio de lamer de mis brazos y mis piernas los jugos dejados por otras porciones de frutas y otros dos tuvieron que pagar dos mil euros por cabeza para llevarse de mis tetas la deliciosa crema de frambuesas y sabayón que unos segundos atrás ardía. Por cinco mil euros otra mujer, más joven que yo, casi una niña se podría decir, se quedó con mi cara haciéndome debutar en el delicioso arte de besar a otra mujer, me lamió detenidamente y metió su lengua en mi boca buscando mi lengua, chupándola como si de una pija se tratara, llenándome de su saliva, recibiendo la mía, diciéndome cuanto le gustaba y que esperaba poder estar conmigo cuando la fiesta terminara. Faltaba lo mejor, alguien debería comer helado esa noche y pagó por ese derecho diez mil euros un millonario excéntrico muy apuesto, con un cuerpo muy bien trabajado en el gimnasio, dueño de una cara y una sonrisa capaz de hacer derretir a cualquier mujer, mucho más a una que tuviera un helado entre sus piernas abiertas delante de tanta gente, con tanto fuego interior que antes de que este hombre comenzara ya había convertido al helado en una taza de crema. El hombre lamió y comió demostrando tanto placer que nadie podía quitar la vista de su acción y yo que ya venía de soportar todo lo soportado no pude más y me fui derritiendo junto con el helado, suplicando en un sollozo que terminara porque mi orgasmo resultaba imposible de controlar y no podía más. Cuando lo creyó conveniente María Eugenia apartó al hombre, se ubico delante de mí, entre mis piernas y me preguntó, – ¿qué necesitas mujer, por qué suplicas? –Necesito coger, por favor, necesito que un hombre me coja, cualquiera que tu elijas, no me importa, no doy más, denme una pija. Lo pedí casi a los gritos porque estaba desesperada. Mi dueña, ¿dije mi dueña?, no lo puedo creer, ¿tanto se metió esta mujer en mi interior como para que la considere mi dueña?, apoyó sus manos sobre mis muslos y dijo, – Veré que puedo hacer.

Como si no quisiera que esperara más ni que siguiera suplicando fue directamente con sus maravillosas manos al encuentro de mi vagina apoyando con firmeza sus dos pulgares sobre mi clítoris lo que provocó la inmediata reacción de mi cuerpo que se arqueó violentamente tensando los músculos de mis piernas y muslos que hicieron que mi pubis se elevara, quedara más vulnerable, a su alcance, a su entera disposición, mis codos se apoyaran sobre la mesa y mi cabeza cayera pesadamente hacia atrás. En esta posición María Eugenia, que por lo visto tenía muchísima fuerza, sostuvo mi cadera elevada con una de sus manos y con la otra comenzó a meterse dentro de mi desesperado coño, primero un dedo que me hizo estremecer, luego dos, tres cuatro y cuando juntó los cinco, embadurnados con la mezcla de mis jugos, el helado hecho crema y la abundante saliva del generoso, por lo económico y por lo sexual, caballero triunfador máximo de la subasta, empujó con fuerza, retorciendo en medio giros para facilitar la penetración, sin claudicar ni por un segundo, mientras los concurrentes ubicados en circulo gritaban eufóricos, más, más, mas, más…, arremetió sin parar hasta que logró que su mano entera se alojara en mi interior provocándome tanto placer que me hizo llorar y tanto dolor que me llevó al delirio. No sé cuantos orgasmos tuve, pero estoy segura de que fueron muchos, el último cuando al final ella retiró su mano y se volcó sobre mí buscando mi boca con la delicadeza propia de una diosa y me besó haciéndome morir de pasión.

A la mañana siguiente, en cuanto llegué a la cocina, desnuda, ya que no había visto que María Eugenia se hubiera vestido con algo negro, me pidió que me presentara en su oficina. Me esperaba cubierta con una bata negra y me ofreció una blanca para que me cubriese. –Hoy es tu día de paga, me dijo entregándome un sobre con dinero. Había cinco mil euros. La miré extrañada y como de costumbre no me dejó decir nada, antes habló ella para decir, –es tuyo, lo mereces, eres la mejor empleada que jamás haya tenido. Guardé silencio por unos segundos midiendo cada una de las palabras que iba a pronunciar hasta que por fin me animé y dije mirándola a los ojos, –María Eugenia, yo no quisiera seguir siendo tu empleada, y vi por primera vez la angustia reflejada en su cara, – ¿no?, y esta vez fui yo quien no la dejara continuar, – si pudieras aceptarme, si me lo permitieras, si fuese posible, – Qué, casi me gritó, dilo de una vez, – está bien, lo diré, si fueras tan generosa como para tenerme en cuenta yo quisiera ser tu…, esclava. Lo dije y ya no la miré a la cara, bajé la vista y esperé sumisa y humildemente su respuesta dispuesta a aceptar sin condiciones de ninguna naturaleza lo que ella decidiera.

Se hizo un silencio que habrá durado menos de un minuto pero que para mí pareció eterno hasta que por fin me habló para decirme gracias, y lo dijo con su cara iluminada por la felicidad, acepto, no te arrepentirás, conmigo te irá muy bien. Ve a tu cuarto y espérame en el jacuzzi, hoy pasaremos el día juntas, solas tu y yo y no olvides tener a mano una botella de champán, tenemos mucho que festejar.

La hora que demoró la ocupé preparándome para ella, dejé el cuarto impecable, el agua en su punto justo, me vestí con la ropa más sensual que pude encontrar y me maquillé como para una fiesta. Estaba tranquila, sin depender de la mirada de quienes no sabía si estaban en el edificio de enfrente, en realidad ya no me importaba, si María Eugenia lo deseaba estarían y si no lo deseaba no habría nadie. De ahí en más siempre dependería exclusivamente de su voluntad.

Mientras esperaba, sentada en el borde de la cama me llamó la atención ver que un hombre se retiraba de la casa caminando en dirección a un auto que había quedado estacionado a unos veinte metros. Se paró, miró hacia mi ventana y me saludó elevando su brazo por encima de su cabeza, moviendo su mano, que portaba muchos billetes, de un lado a otro. Me fijé bien y era Hugo y por fin comprendí todo. Hugo no solo me había vendido sino que me había preparado para lo que vendría, María Eugenia me había comprado para enriquecer su negocio que consistía en alquilar las habitaciones del edificio de enfrente, dar fiestas y exhibiciones siempre relacionadas con el sexo y yo, consciente o inconscientemente me había prestado al juego sin saber como terminaría