El Autobús (Relato Corto)

Chaval cachondo viaja junto a una sensual mujer y su atrayente escote.

Saludos, lectores. Mientras sigo haciendo un castillo con arena seca, he escrito estas líneas para divertirme un poco. Los viajes a veces son estresantes para muchos.

Mario abordó el autobús, cargando un bolso pesado en sus hombros. Era momento de viajar a ningún lado en particular. El joven era alto, no más de 23 años, cabello castaño corto y ojos grises. Era un tio promedio en cuanto a lo físico y apenas destacaba. El bus estaba casi lleno, a excepción de un par de asientos. Uno de ellos era junto a un tipo que podría ser su padre y el otro asiento libre era junto a una mujer pelirroja, piel pálida y de ojos café. Era unos cuantos años mayor que él y al avanzar por el corredor observó que vestía una blusa escotada que dejaba ver un par de senos grandes y una estupenda canal entre ellos, en la que tus ojos podían perderse con facilidad.

Naturalmente Mario avanzó y se sentó a su lado. Sin importar a dónde ella bajase, la compañía sería muy agradable. La mujer apenas se inmutó al sentarse él y siguió mirando en la dirección contraria, admirando el paisaje. El chico carraspeó un poco pero la mujer ni se enteraba, así que mirando el móvil, Mario revisaba diversas apps sin hacer nada, no esperaba hablar con alguien ni pensaba hacerlo.

El tiempo fue transcurriendo y el autobús seguía viajando a velocidad constante por numerosos caminos, dejando atrás lugares pintorescos. Más allá de un suspiro ocasional o una mirada casual, la mujer no dejaba de observar la ventana y Mario a cada tanto le echaba una mirada, fijándose en sus sensuales piernas bajo el pantalón y, por supuesto; en sus tetas. El chico no podía dejar de pensar que esa tia era una belleza perfecta para una buena cubana.

En par de oportunidades le pilló mirando a sus atributos y nervioso, desviaba la mirada o volvía a mirar el móvil. No quería quedar como un sucio mirón y así seguía la travesía. Una hora más tarde, cansado de ojear sus redes sociales, Mario volvió a mirarla y para su sorpresa, la pelirroja estaba profundamente dormida. Con la frente apoyada contra el cristal, las manos de ella estaban en su regazo y Mario, con mucho temor y cautela se inclinó sobre ella para comprobar que estaba dormida, y así era.

Mario no se definía a si mismo como un mirón, pero esa oportunidad era perfecta. Respirando hondo, miró de reojo a su alrededor antes de sacarle un par de fotos y mirarlas con satisfacción. El corazón le latía a mil por hora y trató de calmarse. Jamás había estado en una situación similar pero estaba cachondísimo y podía sentir su polla dura bajo el chándal.

Inclinándose un poco, logró observar el escote de la mujer, que respiraba apaciblemente; ignorando lo que sucedía. O al menos eso era lo que parecía, pues sin apenas abrir los ojos, veía lo que aquel pervertido hacía. Mario seguía atento a cualquier pequeño movimiento de la mujer pero nada sucedía, así que continuó mirando el escote de esa desconocida.

Una duda ahora invadía su mente. Tocar o no tocar. Hasta entonces todo eso era nuevo para él y no sabía si dar el próximo paso. Por un lado, el lado sensato de su mente le decía que ya era suficiente y podía considerarse afortunado, por otra parte ella no lo sabría.

Y en segundos, Mario deslizaba sigilosamente su mano como si nada, rozando el abdomen de aquella dama, que sintió el leve contacto. El muchacho podía escuchar su respiración y cada tanto miraba alrededor y a la mujer a su lado en busca de señales de peligro. Al no suceder nada, continuó moviendo su mano un poco más arriba, alcanzando el antebrazo de ella, justo unos centímetros de distancia de su seno izquierdo.

En ese punto, el chico vaciló por una fracción de segundo antes de rozar el seno con los nudillos. Conteniendo la respiración y alejando la mano un poco, esperó unos segundos pero la mujer seguía durmiendo. Con mayor determinación Mario extendió la mano y sus dedos presionaron ligeramente el seno de la dama, teniendo que reprimir un suspiro de satisfacción al sentir el contacto.

La mujer no se daba por enterada mientras el chico acercaba un poco la cara a ese par de tetas. Ya no importaba nada más, solo disfrutar el momento. Pero no todo podía ser perfecto y ella abrió un poco los ojos, cabreada e indignada. El chico ya agarraba su seno sin ninguna duda o temor, sin saber que su víctima había despertado.

La ira contenida de la mujer amenazaba con estallar, de reojo observó la erección de Mario bajo el chándal, el chico tenía los muslos un poco separados y tuvo una idea. Con disimulo, extendió la mano y cerró el puño; para a continuación propinarle un puñetazo en los huevos con todas sus fuerzas.

Mario, distraído por el tacto de esa teta, sintió un feroz golpe en su zona noble y ahogó un quejido de dolor. Miró su regazo y vió un puño en su entrepierna expuesta, y la mirada asesina de la mujer clavada en él con un gesto de triunfo. El dolor subía lentamente por su vientre e incluso se sentía mareado y débil, la erección desapareció casi al instante y ella aprovechó para apretar su pequeño rabo y huevos con una mano, Mario abrió los ojos en una mueca de agonía.

“Creías que no me había dado cuenta?” repuso la mujer con voz calmada y baja, regodeándose en el dolor de ese chico. “Dad gracias que no estamos solos, porque no te dejaría impune,” añadió y apretó con mayor fuerza.

“Por favor… lo… siento…” balbuceó Mario sin voz.

“Eres un cerdo patético,” le dijo ella y con un último apretón que le hizo creer al chaval que se los iba a exprimir, lo liberó de su letal agarre.

Mario se llevó las manos a su entrepierna, mientras trataba de recuperar la sensibilidad y el aliento. Un par de kilómetros después, la mujer se puso de pie y le restregó el culo por la cara, lista para bajar. Con su mochila le golpeó la cabeza por “accidente” y sonriendo le dijo.

“Buena suerte para la próxima.”

El chico la vió alejarse y bajar, cerró los ojos y abrió las piernas. Definitivamente, no había sido el final que esperaba.