El autobús de las 8:24

Beth jamás pensó que su vida cambiaría tanto por subirse, como otro día cualquiera, al autobús de las 8:24

El frío viento azota las pocas partes de su cuerpo dejadas a la intemperie.

¿Quién habría supuesto que las temperaturas iban a bajar tanto de un día para otro? Si lo hubiese sabido, se hubiese puesto más capas que una cebolla.

No le gusta el frío.

Mira el reloj, son las 8:22, faltan dos minutos para ver aparecer el autobús de las 8:24 por la esquina de esa calle.

Decidiendo que la canción que suena en su mp3 no es adecuado para ese momento, se arriesga a sacar sus manos enguantadas en mitones negros de sus bolsillos al frío exterior y cambia de canción a una más apropiada.

Le gusta "I wish a was a punkrocker" de Sandi Thom, que no recuerda quién le pasó. Por el estilo sería Mamen, compañera de trabajo y apasionada de la música, al igual que ella.

El autobús aparece por la esquina y sus manos acuden al bolsillo trasero de su pantalón, donde guarda su abono transporte normalmente. Con suavidad, lo saca antes de subir al autobús.

¡Vaya, conductor nuevo! Bueno, no es nada del otro mundo, puesto que el otro tenía pinta de necesitar la jubilación desde hacía décadas.

Tras saludar al conductor, pasa el billete por la maquinita y dirige sus pasos hacia su asiento de siempre, cerca de la mitad, donde se sienta todos los días de diario a las 8:24. Entonces, y como siempre, fija su vista en el paisaje tras la ventana, aunque sin mirar a nada en particular, y apoyando su frente en el cristal.

El autobús sigue su recorrido, parando en cada una de las paradas de la línea, cogiendo a los pocos que prefieren autobús en vez del rápido y eficiente metro que la presidencia de la comunidad decidió era necesario en aquellas áreas.

Doce paradas después, se levanta de su asiento, dándole al botón de parada, por el camino y sacando de nuevo el mp3. De nuevo una canción que, tal vez en otro momento quiera escuchar; sin embargo, este no es.

Buscando el nombre de alguno que le termine de despertar con su ritmo, pero que no sea demasiado rápido y agobiante para esas horas de la mañana cuando encuentra uno que le parece perfecto "Wake me up when september ends" de Green Day.

Recorre parte de la calle, y metiéndose en la segunda bocacalle, dirige sus pasos hasta la tienda de música donde trabaja desde que dejó los estudios, hace dos años.

Al entrar, descubre que Mamen y Rick, o Ricardo para los poco amigos, ya han llegado y tienen una discusión por la canción que suena por los altavoces y que resulta ser "SOS" de Rihanna.

  • ¡Gracias a dios, Beth! –exclama Rick al verme – ¿Te importaría convencer a tu amiga de que quite esta horterada?

  • ¡Eh! –se queja Mamen – ¡No es una horterada!

  • Por favor, ¡es una mala versión de "Tainted Love", destrozada por una tía pija que no tiene ni idea de cantar!

  • Beth, di algo –implora Mamen, cuyos gustos están siendo cuestionados por un amante del rock, y nada más que el rock.

  • Bueno, la tía pija está buena –responde ella, y dirige sus pasos al vestuario femenino, donde deja sus cosas en su taquilla, poniéndose su chaqueta con chapas y logo de la tienda de música.

  • ¿Qué te cuentas? –pregunta Mamen.

  • Nada del otro mundo, ¿y tú? ¿Qué tal?

  • Bueno, el imbécil de mi novio ha decidido que le estoy poniendo los cuernos y está todo el día dando la brasa. ¿Con las mujeres es igual?

  • ¿Y me lo preguntas a mí, que llevo toda mi vida sin pareja?

  • Pero, ¿no decías que te gustaban las tías?

  • Y me gustan –responde Beth –, pero no he salido con ninguna.

  • ¿Y eso?

  • Bueno, me enamoré de mi mejor amiga, quien me rechazó cuando conseguí el valor suficiente para declararme, antes de que me llamara depravada y consiguiera que mis padres se enteraran y me echaran de casa, así que… ¿te parece buena explicación?

Mamen me abraza.

  • Ay, mi niña. Si cojo a esa imbécil que dijo ser tu amiga y te hizo eso, es que la mato.

  • Esa es mi hermana mayor –bromea Beth.

Y es que no le importa lo que pasó hace dos años. Es decir, sí, le duele la traición de aquellos que pensaba que la querían, y le dolía aún más tener que recordarlo cada vez que se despertaba en esa mini habitación donde apenas cabían una cama y un escritorio al mismo tiempo.

  • Va, venga –la anima Mamen, frotándole los brazos –, vayamos a hacer que curramos un poco. JJ está a punto de llegar y "dividir el territorio".

Beth sonríe, aunque no de corazón, y Mamen lo sabe, y le duele saber que a esa chiquilla, siete años menor que ella, le han hecho tanto daño. No es justo.

Cuando salen del vestuario, su jefe ya está allí, revisando las cajas recién llegadas desde una de las productoras musicales.

  • ¿Ya estáis todos? –pregunta JJ al verlas – Bien, el territorio se divide esta semana de la siguiente forma: Rick a la caja de la zona DJ, revisa los vinilos y cuidado con que haya agujas de sobra, la última vez se agotaron.

  • Ya te dije que la última vez tuvo que haber una convención de DJ’s en la zona, entraron cuarenta a la vez y me pillaron desprevenido –se quejó Rick.

  • Sí, bueno. Beth y Mamen, os toca la caja de aquí abajo. Me ponéis también en orden lo que haya en estas cajas, que será publicidad en su mayoría, ¿vale? Yo estaré en mi despacho con las cuentas de fin de mes. Ah, y Beth

  • ¿Sí?

  • Te toca elegir música hoy, ¿de acuerdo?

  • Sí, jefe.

  • Muy bien, pues, ¡a trabajar!

Y JJ desaparece en su despacho.

El día pasa como todos los días en la tienda de música de JJ. La gente pasa a comprar lo suficiente como para que Beth sólo tenga que preocuparse en el siguiente disco que poner en el hilo musical.

Al final del día, como siempre, recoge sus cosas y se despide de Mamen, que la ha acompañado andando hasta la marquesina del autobús que la lleva de vuelta a su pequeño refugio de la vida. Tirada en la cama, con su música lo suficientemente alta como para no pensar, Beth mira el techo, deseando estar en otro lugar, con otra vida que no supusiese vivir en ese "apartamento" minúsculo que le hacía envidiar a los que tenían un piso de 30 metros cuadrados.

Cuando despierta, al día siguiente, se ducha con agua fría, el casero se niega a arreglarle la caldera hasta que pague lo que debe. Y no podrá hasta el mes que viene, así que

Abre como puede el armario y saca, de entre alguna que otra lata de comida, ropa interior, una camisa de manga larga y una camiseta de manga corta que ponerse sobre la camisa. Se pone los pantalones vaqueros, los segundos que tiene, coge el abrigo, su mochila y su mp3, y sale de casa al son de "Why does my heart feel so bad" de Moby; aunque ella sabe el motivo de que su corazón se encuentre tan mal.

En la parada del autobús, espera el de las 8:24, como siempre. Entonces este aparece y Beth saca su abono transporte del bolsillo trasero de su pantalón. Dentro del autobús, saluda al nuevo conductor, pasa por la máquina su billete y se dirige a su asiento de siempre.

Sin embargo, algo es diferente esta vez. Sobre su sitio de siempre hay un sobre en el que, escrito a mano, está su nombre.

Frunce el ceño y, sin saber qué hacer, mira a su alrededor, a los que siempre están cuando ella llega al autobús, a los que siempre ignora. Un chico delante, dos mujeres y un hombre más o menos en medio y, detrás de ella, tres chicos y dos chicas hablando entre ellos; sin olvidar de otra chica que está medio dormida, apoyada en la ventana, como lo estaría ella en ese instante, de no ser por la carta.

Entonces coge el sobre y lo mira, girándolo, y, finalmente, se sienta. No abre el sobre, aún está flipando y no se atreve.

Con una rápida mirada por la ventana, descubre que su parada es la siguiente y se levanta rápidamente, metiendo la carta en uno de sus bolsillos y bajando del autobús. Pero no se dirige inmediatamente hasta su trabajo, si no que observa como el autobús se aleja y, tras esperar unos segundos, corre hasta la tienda de música.

  • ¡Vaya! Qué prisas llevas hoy, ¿pasa algo? –pregunta Mamen.

Beth la mira, aún incrédula.

  • Me… me han dejado una carta en el autobús –responde.

  • ¿Te han dejado una carta en el autobús? –repite Mamen.

Beth asiente, al tiempo que saca el arrugado sobre de su bolsillo y se lo da a su compañera. Esta gira el sobre y lo observa detenidamente.

  • ¿Qué crees que debo hacer? –pregunta Beth, insegura.

  • Yo creo que deberías abrirla –contesta Rick, tras ellas, y dejando su mochila en el mostrador.

  • No deberías escuchar conversaciones ajenas –dice Mamen –, aunque tiene razón. Toma, ábrela.

Y le devuelve el sobre, que Beth coge de nuevo y vuelve a observar. Mira a Mamen, a Rick y de nuevo al sobre.

Reuniendo valor, consigue abrirlo y sacar la carta, escrita a máquina.

Mí querida Beth:

Sé que esto es una locura, y debes saber que este es el decimoctavo intento de carta que escribo. "Intento" porque no sé si te voy a dar esta que estoy escribiendo. Temo asustarte y alejar las pocas posibilidades que tengo de llegar a hablar contigo; porque no espero más que eso.

Seguramente te preguntarás como es posible que sepa tu nombre. Verás, cada mañana te veo subir al autobús en la misma parada, sentándote en tu sitio de siempre y apoyando tu cabeza en el cristal de la ventana, absorta como estás en tus pensamientos. Luego, doce paradas después, te bajas.

Una vez me atreví a seguirte, espero que perdones mi atrevimiento, y te ví llegar a la tienda de música donde trabajas. Esperé hasta que abristeis y entré, descubriéndote con ese chaleco con chapas, hablando con un compañero tuyo que te llamó por tu nombre: Beth.

Me pareció precioso, y aún más increíble que te acercaras a mí a preguntarme si buscaba algo en particular. No recuerdo qué respondí; pero salí de esa tienda con la certeza de que me gustas y con un disco más en mi discografía, que tengo puesto ahora mismo para que me dé fuerzas para escribirte todo esto.

Y es que, pese a que me he atrevido a dejarte esta carta sobre tu asiento, si es que lo he hecho al final, no sé si ha sido buena idea. Por eso, me gustaría que me dejases una señal de si me dejarías que te sigua escribiendo, de si quieres que te sigua escribiendo.

Mañana, cuando te bajes del autobús, iré a tu asiento y buscaré esa señal que me dejes, diciéndome si sí o si no. Sé que existe la posibilidad de que no me dejes ningún mensaje pero, no sé por qué, algo me dice que tú nunca lo harías.

Atentamente,

Los ojos que te admiran de lejos.

Beth sigue mirando la carta, sin saber qué decir o pensar.

Mamen, que le ha quitado la carta en cuanto esta terminó de leerla, la relee en voz alta mientras Rick asiente.

  • Bueno, ¿qué pensáis? –pregunta Beth.

  • Que es muy atrevida –dice Rick.

  • ¿Atrevida? –repite Beth, frunciendo el ceño.

Rick coge el sobre y señala el nombre de ella escrito en él.

  • ¿Ves esto? Se llama escritura de chica. Es demasiado redondeada como para ser de tío.

  • Por una vez, Rick tiene razón –apoya Mamen.

  • ¡Qué! ¿De cháchara? –exclama JJ al entrar en la tienda – Vamos a trabajar, Mamen, te toca elegir el hilo musical hoy. ¡Venga, venga!

Y Rick asiente, al tiempo que Beth va al vestuario a guardar sus cosas y coger su chaleco.

Cuando sale al mostrador, Mamen le pone delante papel y lápiz y le dice:

  • Te conozco, y si no lo haces ahora, no lo vas a hacer nunca así que… escribe una respuesta a esa admiradora tuya, ¿quieres?

Beth la miró.

  • ¿Tú crees? –preguntó.

  • Sí, y luego me dejas leerla.

  • Ya veremos –sonrió tímidamente Beth.

Al entrar esa mañana en el autobús de las 8:24, estaba nerviosa.

Intentó con todas sus fuerzas no mirar a nadie, intentando no buscar algún detalle que le dijese quién era esa admiradora que buscaba.

Se sentó en su sitio tras saludar al conductor y pasar su billete por la máquina. Entonces, y sólo entonces, sacó el sobre de su bolsillo, en cuyo interior estaba la carta que le escribió el día anterior.

Me pasa como a ti, no sé cómo escribir lo quiero decirte. No sabía cómo empezar esta carta así que he decidido no empezarla de ninguna manera.

A ver, me preguntas si puedes seguir escribiéndome y, la verdad, no lo sé. No te conozco lo suficiente como para decirte que no porque puedes ser desde un neurótico psicópata que me acosa hasta una persona simplemente tímida y agradable. Y es que lo único que sé de ti es que eres una chica, por el tipo de letra en el sobre, por lo que, si sólo quieres hablar, no me importa que me sigas escribiendo, al menos de momento.

Atentamente,

Beth.

No sabe si dejarlo o no pero, doce paradas después, deja el sobre en el asiento y se baja del autobús, con una extraña sensación en el cuerpo.

Como el día anterior, observa el autobús alejándose y cree percibir a alguien en su asiento, pero no sabría decir si es cierto o no; por lo que decide ir a su trabajo.

  • ¡Bueno! ¿Qué tal ha ido todo? –pregunta Mamen.

Beth ríe, nerviosa, y se dirige al vestuario, dejando su mochila y abrigo en su taquilla y cogiendo el chaleco.

  • ¿Eso es un sí? –sigue preguntando Mamen.

  • He estado a punto de no hacerlo –susurró Beth.

  • Entonces lo has hecho, ¿no?

  • Sí, ¿podemos ir a trabajar?

Mamen la mira volver a la tienda, tras el mostrador, donde se dedica a pensar lo que estará haciendo esa misteriosa chica en ese momento.

Tal vez le esté escribiendo otra carta, tal vez no. Quién sabe, tal vez se haya arrepentido y no vuelva a recibir ninguna carta suya y, pese a haber recibido sólo una carta de ella, se asusta al pensar que no volverá a tener noticias suyas. Le ha gustado saber que alguien se ha fijado en ella, que alguien pueda tener sentimientos de ese tipo por ella.

El tiempo pasa lentamente hasta las 8:24 del día siguiente, momento en que descubre otra carta en su asiento, y no puede evitar que una sonrisa aflore en su cara, ni observar de nuevo a su alrededor, buscándola. Sin embargo, nada ha cambiado, no hay ningún detalle que le indique quién es. El mismo chico sentado delante, las dos mujeres y el hombre, el grupo de chicos y chicas y la chica medio dormida sobre el cristal.

Coge el sobre y lo guarda en el bolsillo, nerviosa. Intentando olvidarse de lo ocurrido, saca su mp3 del bolsillo y quita la canción que suena por sus auriculares, cambiándola por una de Nena Daconte, "En que estrella estará", que le parece apropiada para ese momento.

Con una nota de alegría, se baja en su parada y se dirige a su trabajo, saludando a Mamen y a Rick, que vuelven a discutir sobre el hilo musical, por el que suena "Human Behaviour" de Björk. Pasando de ellos, va a su taquilla, deja sus cosas y, antes de salir, se apoya en la pared y saca el sobre con su nombre, que abre rápidamente; aunque sin romperlo.

Saca la carta, escrita a máquina también, y la lee.

Mí querida Beth:

Jamás imaginé que me responderías con una carta. La verdad, me sorprendió. Estaba nerviosa cuando te ví subiendo al autobús en tu parada y dirigirte a tu asiento tras saludar a ese conductor, que lleva dos días en la línea, como si lo conocieras de toda la vida. Luego, te ví sentarte donde siempre; sin embargo, me preocupó que no te apoyaras en el cristal, como haces siempre, ni que sacaras tu mp3 cada cierto tiempo, pasando una canción que no es de tu agrado.

Pensé por un momento que, con mi carta, había trastocado tu rutina, la misma que me había llamado la atención, y me odié a mi misma por ello. Sin embargo, cuando te bajaste y miré en tu asiento, cuando ví el sobre que habías dejado, supe que, al igual que yo el día anterior, estabas nerviosa y tu rutina se había visto afectada por ello.

Es por ello que me permito otro atrevimiento que es el siguiente: si no tienes inconveniente, podríamos continuar con este intercambio de cartas por un medio más tecnológico como es internet. Si estás de acuerdo, envíame un e-mail a la dirección que te pondré abajo.

Atentamente,

Los ojos que te admiran de lejos.

Mira la dirección y se pregunta como va mandarle un e-mail a esa chica si ni tiene dinero suficiente como para pagarse una conexión, menos para tener ordenador en casa.

Hombre, podría ir a un cyber-café y enviarle desde allí el e-mail; pero si tuviese que ir cada día al cyber, se quedaría rápidamente sin dinero, por lo que

Mamen le arranca la carta de las manos y Beth la mira mientras esta la lee, esperando a que esta le dé alguna idea de cómo solucionar su problema.

  • Vaya, así que ahora quiere comunicarse por e-mail –dice Mamen –, ¿y tú que piensas hacer? ¿Vas a enviarle ese e-mail?

  • No sé como hacerlo, no tengo internet en casa –responde Beth.

Mamen sonríe.

  • En casa no, pero aquí sí –declara Mamen.

Y la coge del brazo, llevándola ante el ordenador que usan como caja registradora y para verificar precios de discos por internet.

  • Pero, ¿y JJ? –pregunta Beth.

  • Vamos, como si JJ no utilizase el internet de aquí para uso privado. Además, si te dice algo, mándamelo a mí, ¿de acuerdo? Y ahora venga, envíale un e-mail.

Ha pasado casi un mes desde que recibió esa primera carta y Beth está muchísimo más animada, va al trabajo doblemente motivada. Por un lado está el dinero, que necesita para mantenerse, y por otro están los e-mails de su amiga anónima, cuyo nombre aún desconoce, al igual que su apariencia. Pero estas dos cosas son las únicas que desconoce de esa chica ya que, sin saber como, Beth y ella se han vuelto de lo más confidente. Ha llegado a tal extremo que se envían varios correos al día, a veces con apenas unos minutos de diferencia.

Y ese día no es distinto en cuanto a eso. Beth está pegada al ordenador, sin dejar de atender a los clientes ni de hablar con Mamen.

  • Vaya, pues sí que estáis inseparables tú y esa chica –dice, en ese instante, Mamen.

Beth sonríe y termina de escribir un mensaje, que envía rápidamente.

  • ¿Te molesta? –pregunta a su amiga.

  • Al contrario, me parece estupendo, salvo por el hecho de que no sabes su nombre –opina Mamen – ¿No te parece raro que no te lo diga?

  • No, ¿debería?

Mamen sonríe.

  • Mi inocente Beth, si yo fuese tú, hubiese exigido conocerla antes de seguir con los mensajitos hace ya tiempo.

  • Si tú fueses yo, te hubieses negado a cartearte con ella en cuanto supiste que era mujer.

  • Mira, eso es cierto.

  • Perdonad, ¿tenéis el disco de Lauren Hoffman? –pregunta una chica que se ha acercado al mostrador.

Mamen se gira a la chica, cliente habitual de la tienda, y le pregunta:

  • ¿Tú te cartearías con alguien sin conocer su nombre o cómo es?

La chica mira a Beth y, después, de nuevo a Mamen antes de responder:

  • Pues no sé, depende. Además, ¿no es eso lo que hacen millones de personas en los chats?

  • Tiene razón –ríe Beth, antes de indicarle a la chica la ubicación del disco que está buscando.

Mamen, por su parte, observa la pantalla del ordenador.

  • Sigo pensando que es hora de que conozcas su nombre –declara Mamen, antes de ir a ver qué quiere JJ, quien les está haciendo señas desde el otro lado de la tienda.

Beth la observa alejarse, al tiempo que cobra el disco, a la chica de antes. Entonces, y mientras espera le respuesta a su mensaje, piensa que Mamen tiene parte de razón y que tiene derecho a saber cómo se llama esa chica, puesto que ella sabe como se llama Beth.

Y entonces recibe un mensaje corto de su amiga, que apenas tiene que ver con lo que le mencionaba Beth en su anterior correo.

Ha pasado un mes y sigo escribiéndote. No solo eso, si no que tú también me escribes, cosa que no tenía pensado.

Hemos llegado a un punto en que pienso que podríamos decir que somos amigas y, sin embargo, me gustaría llegar a un nivel ligeramente más alto como es el de amigas íntimas. Y digo amigas íntimas y nada más, no quiero que te asustes, no te estoy pidiendo nada extraño. De hecho, no tienes que hacer nada más que seguir escribiéndome, si tú así lo deseas.

Lo único es que, quisiera que sepas mi nombre de una vez por todas, Beth. Es mi regalo por este mes de contacto contigo.

Me llamo Raquel.

  • ¿Ocurre algo? –pregunta Mamen al ver a una sorprendida Beth frente al ordenador.

  • Se llama Raquel –contesta.

  • ¿Quién?

  • Ella, se llama Raquel.

Mamen deja los discos que había cogido para ordenarlos en el mostrador y mira a Beth.

  • ¿Se lo has preguntado ya?

  • No, me lo ha dicho ella, como muestra de confianza –responde Beth.

Mamen vuelve a coger los discos antes de declarar:

  • Bueno, al menos ya sabes como se llama.

  • Sí, pero –continúa Beth, siguiendo a Mamen por la tienda – ¿no te parece extraño que me diga su nombre justo después de que tú y yo mantengamos una conversación sobre ello?

Mamen le da varios discos.

  • Me parece una coincidencia –le responde.

Sin embargo, a Beth no se lo parece y, cuando vuelve al ordenador, le envía un mensaje a Raquel.

Todos los días salgo de trabajar a las ocho y media, cojo el autobús y voy a casa. Algunas veces, cuando el dinero me lo permite, voy a cenar a un pequeño restaurante italiano que hay frente a la parada del autobús.

Si realmente quieres que seamos más que dos chicas que se cartean por internet, te espero mañana allí. Si no vienes, seguiremos con los correos electrónicos; pero si vienes, me alegrarías el día.

En cuanto el ordenador le indica que el mensaje ha sido enviado, Beth se pregunta si ha hecho bien.

No recibe ningún mensaje de Raquel en lo que queda de día y, nerviosa, se descubre pensando en si habrá recibido el correo, en si lo habrá leído a tiempo y en si irá.

Esa noche, apenas duerme. Se dedica a dar vueltas en su pequeño colchón tirado en el suelo y, al día siguiente, casi se adelanta de media hora a su autobús. Pero lo espera, diciendo que, pese a todo, esa chica no tiene la culpa de que ella esté así de nerviosa.

Bueno, sí, tiene la culpa; pero realmente ha sido Beth la que envió el mensaje para la cita de esa noche. Y ahora se arrepentía de haberlo hecho.

¿En qué estaba pensando?

En el trabajo, se desanima al ver que el silencio, por parte de la otra chica, sigue presente.

  • Se había vuelto insoportable; así que, he roto con él. A veces pienso si no haría bien en volverme lesbiana, ¿tú que piensas? –preguntó Mamen.

Sin embargo, Beth está en otro mundo y no parece estar pendiente de la conversación, ordenando, como está, los discos recién llegados.

  • Tierra llamando a Beth, ¿hola? ¿Estás ahí?

  • ¿Eh? Sí, sí. Perdona. Tu novio es gilipollas –responde Beth, volviendo al mundo real.

  • Eso no es nada nuevo. Lo que sí que es nuevo es que U2 esté clasificado como Jazz –se ríe Mamen –. ¿Se puede saber qué te pasa? Estás rarísima hoy. ¿Es por esa chica? Como se llamaba… ¿Raquel? ¿Es por Raquel?

  • Sí –contesta Beth, apresurándose a catalogar bien los discos de U2.

  • ¿Qué te ha hecho? ¿Ha dejado de escribirte? Bueno, me parece bien. Nunca me fié de ella y

  • He quedado con ella.

  • no debiste escribir… espera, ¿qué?

  • Que he quedado con ella hoy.

Mamen se la queda mirando como se aleja en dirección a la pequeña trastienda y, tras unos segundos, la sigue.

  • Pero, ¿dónde?

  • Hoy, en el italiano.

Mamen, por primera vez en su vida, se queda sin palabras.

  • ¿Pasa algo? –pregunta Rick, al pasar por enfrente del vestuario.

  • Nada –responde Beth, cogiendo sus cosas, fichando y marchándose tras despedirse de JJ.

Y se sienta en la parada del autobús, esperando a que llegue, suspirando cuando lo ve llegar y pensando el extraño motivo oculto que hace que, ese día, vaya más lento de lo normal.

Dentro, saluda al conductor y se va a su sitio, notando por el camino que el autobús recoge a alguien que ha estado apunto de perderlo, y oye un gracias de fondo.

Ya sentada, ve, sin cierta mínima sorpresa, que es la chica que siempre está medio dormida sobre el cristal. Y esa sorpresa aumenta cuando ve como esta se sienta a su lado y, mirando al frente, le dice:

  • Hola.

  • Hola –responde Beth, sin saber quién

Entonces cae.

  • ¿Eres…Raquel?

La chica sonríe tímidamente y asiente.

  • Creí que perdía el autobús –comenta.

  • Podías haber cogido el siguiente.

  • Tal vez hubiese sido demasiado tarde –le dice, girándose y mirándola directamente a la cara.

  • ¿Y eso?

  • Creí que no debías ser tú quién invitase la primea vez. Dejemos el italiano para otro día, ¿vale?

  • Entonces, ¿hoy donde vamos?

Raquel sonríe.

  • ¿Te gusta la comida china?

  • ¡Y era ella! –narra, a toda velocidad, una nerviosa Beth – Al final fuimos a cenar juntas a un chino, nunca había estado en un chino.

  • Y, ¿qué tal?

  • Los rollitos de primavera están de muerte, aunque el arroz tres deli

  • No, el chino no. Ella, ¿qué tal?

Beth sonríe al recordar la noche anterior.

  • Es… simpática, tal y como me la imaginaba.

Mamen la mira y ríe.

  • Creo que te gusta –concluye.

  • ¿Qué? ¡No! –exclama Beth.

  • Ya, claro. ¿Es guapa?

Una imagen de Raquel sonriendo parpadea en la mente de Beth.

  • Tiene una sonrisa preciosa.

  • ¿Ves? Esa chica te gusta. Si no, me la hubieses descrito físicamente, en vez de decirme simplemente que tiene una sonrisa preciosa. Y no pongo en duda que su sonrisa sea de muerte.

Beth mira a su amiga, con el ceño fruncido.

  • ¿Tú crees? –pregunta.

  • No lo creo, lo sé. Lo sé desde que te ví no despegarte del ordenador, atenta a sus correos electrónicos –ríe Mamen.

Beth sonríe y su amiga la abraza.

  • Anda que… ahora me lo vas a contar todo, ¿eh? –exige Mamen.

Y, con ese cotilleo, esperan la llegada de algún cliente que amenice ese día de entre semana, demasiado vacío. Sin embargo, es normal, si se tiene en cuenta la "mega tienda" de música abierta por una multinacional en los alrededores.

El día pasa, poniendo nerviosa a Beth que, aunque no se lo ha dicho a Mamen, no ha olvidado su cita con Raquel esa noche. Por eso, cuando llega al italiano, diez minutos antes de la hora, pide una mesa y va al servicio, a arreglarse un poco, mojándose las manos y peinando sus cortos cabellos con ellas. Mira su reflejo y, una vez satisfecha, sale en busca de su mesa.

Raquel ya está allí.

  • Hola, estaba en los servicios –saluda Beth.

  • No, tranquila. Soy yo quien debe disculparse por la tardanza.

Sonríen, dispuestas a comenzar una velada agradable acompañada de comida italiana.

Ríen, comparten, se sonríen, se miran, callan.

En un momento dado, Beth se sorprende observando las carnosos labios de Raquel e imaginándose como sería besarlos.

  • Quiero preguntarte algo –dice Raquel, de repente, cortando los pensamientos de Beth.

  • Lo que quieras –responde esta, frunciendo ligeramente el ceño.

  • ¿No te importó que fuese mujer?

Beth sonríe, sabiendo a qué se refiere Raquel exactamente.

  • Quieres saber si soy lesbiana.

Raquel enrojece, pero asiente.

  • Si me permites, te responderé con otra pregunta –sigue Beth, acercándose a Raquel, como si fuese a contarle el mayor secreto guardado del mundo –. ¿Estaría aquí si no lo fuera?

El corazón de Raquel comienza a latir con fuerza, con mucha fuerza, mientras ve como Beth bebe un trago de su copa de vino.

  • ¿Y cuando…? –se atreve a preguntar Raquel.

La tristeza invade momentáneamente a Beth, mientras los recuerdos de hace dos años se agolpan en su cabeza.

  • Hace dos años cometí el error de decirle a mi mejor amiga que me había enamorado de ella. Sabía que iba a decirme que no, esperaba que me dijese algo del tipo: "Oye, lo siento, pero no puede ser." Sin embargo, no me esperaba su reacción.

Ella me… me abofeteó. Me cruzó la cara, enfadada. Me insultó, me llamó enferma y me escupió. Mi mejor amiga me miró con cara de asco y se fue corriendo. No es agradable, ¿sabes?

Pero no quedó así. Ella llamó a mis padres y se lo contó todo.

Raquel escucha, atenta a sus palabras, incrédula ante la idea de que le hiciesen tanto daño a esa chica.

  • Cuando llegué a casa –sigue Beth–, no me dejaron pasar. Habían sacado fuera una maleta con algunas cosas mías, no mucho. Llamé a todos mis amigos y conocidos, pero todos se negaron a darme refugio, así que pasé la noche en un parque. Allí me encontró JJ, el dueño de la tienda de música, mi tío. Coincidió que esa noche había llamado a casa de mi padres para saber no se que detalle de una cena familiar y se enteró de todo. Al contrario que ellos, no me rechazó por ser quien soy y salió en mi busca.

Me dio trabajo y un lugar donde dormir, aunque decidí independizarme a la mínima oportunidad. Tenía la sensación de que era una carga para él. Al fin y al cabo, el resto de mi familia no le ve con muy buenos ojos por acogerme.

  • Eso es muy triste –murmura Raquel.

Beth, que en algún momento dado de su discurso, ha bajado la mirada a su plato, la levanta y observa a la mujer frente a ella.

No, no es como esa chica que decía ser su mejor amiga. Raquel la entiende, y no solo eso, si no que corresponde sus sentimientos. Al fin y al cabo, eso decía su primera carta, y por eso había respondido.

  • No tienes por qué sentirte mal –continuó Beth –, no me arrepiento de nada.

  • ¿De nada?

  • De nada. Si tuviese que volver a vivir mi vida, no cambiaría ni un solo detalle.

Raquel la observa atónita.

  • ¿Y eso? –pregunta.

  • Porque si no, tendría que ocultarme ante mis amigos y familia, y de esta manera, me siento bien. Sí, es cierto, podría tener una mejor economía que no incluyese una habitación con cuarto de baño, cocina y lavandería, todo en uno; pero, de no ser así, no cogería el autobús de las 8:24 todas las mañanas, ni me hubieses dejado la carta. Por lo que no estaríamos aquí, hablando, sentadas en este restaurante italiano del que tengo vales descuento.

Raquel sonrió ante el comentario de los vales descuento.

Después de que el camarero les traiga la cuenta y Beth pague, usando los ya mencionados vales, ambas se levantan y salen del restaurante.

  • ¿Te acompaño a algún lado? –pregunta Beth.

  • Pensaba acompañarte yo a tu casa y luego ir en busca de un taxi.

  • No se por qué, pero esa idea no termina de convencerme.

  • Ni a mí.

Se paran frente al portal de la casa de Beth, sin saber qué hacer. Hasta que Beth decide arriesgarse y besarla, saboreando esos dulces y cálidos labios que lleva toda la noche observando.

Raquel, al principio sorprendida, responde rápidamente a ese beso, acorralándola en un rincón del portal.

  • Espera –corta Beth, jadeando de deseo.

Raquel se separa, desconcertada, viendo como Beth busca en sus bolsillos y saca unas llaves.

  • ¿Qué haces? –pregunta Raquel.

  • Invitarte a pasar la noche en mi mini apartamento, sabiendo que mañana es domingo y no trabajo. Y espero que tú tampoco.

  • No, yo tampoco –sonríe Raquel, cogiendo a Beth de la cintura y besándola en el cuello.

  • Si haces eso, no conseguiré atinar con la cerradura –se queja la dueña de esa cintura y ese cuello.

Cuando ya consiguen llegar arriba, terminan rápidamente sobre la cama, dejando su ropa desperdigada por toda la habitación. Cosa para nada difícil, si se tiene en cuenta el tamaño.

Tiradas sobre la cama, no dejan de acariciarse la cara, las manos, los pechos, la cintura, el abdomen… En fin, toda su anatomía.

Sin orden, una de ellas comienza a frotarse sobre la pierna de la otra, calentando a ambas y, la otra, que no quiere que esta termine demasiado pronto y sola, la aparta y la obliga a quedar tumbada sobre la cama, con los brazos por encima de su cabeza.

Y Raquel la mira desde las alturas, sujetando las manos de Beth para que esta no se mueva. Y la besa, profundamente, calmándolas ligeramente antes de volver a encenderse en cuanto Raquel pasa de boca a cuello, y luego a pecho y, finalmente, a abdomen, donde se queda un tiempo.

Suelta los brazos de Beth, que suspira, gime y se arquea, agarrándose a las sábanas desesperadamente, sintiendo como esos brazos la recorren y bajan. Como una mano juguetea con su ombligo y termina en el epicentro de su ser.

Y se arquea más.

Apenas oye a Raquel reír, sólo siente esa mano acariciando su inflamado clítoris, que agradece los mimos recibidos enviando oleadas de placer al cerebro de Beth quien consigue articular un:

  • ¡Oh, Dios!

Y las caricias siguen, y un dedo, inocente y travieso, se atreve a penetrar ligeramente a la eufórica chica, al borde del orgasmo.

Sin embargo, pese a todas las sensaciones que la abordan sin tregua. Beth nota como Raquel, al igual que ella antes, se intenta frotar contra su pierna para calmar su calentura. Por eso, y sin previo aviso, levanta la pierna y baja una de sus manos, que se hace hueco en la empapada entrepierna de la otra chica, ayudándola a quedar también al borde de ese maravilloso orgasmo que apenas se hace esperar.

Y estallan, convulsionándose la una sobre la otra, llegando a ese punto de relajación tras lo acontecido que las deja abrazadas y desnudas sobre esa cama.

Beth, en un último momento, consigue pensar en cómo le contará a Mamen todo lo acontecido esa noche.

Pero tampoco es que le importe mucho.

En ese momento, lo que más quiere, es repetirlo.

Y la mano traviesa, baja de nuevo, al tiempo que susurra un dulce:

  • Te quiero.