El autobús
La vuelta a casa tras una noche de fiesta, iba a ser muy diferente a lo que esperaba.
El Autobús
Dejé enfermería a los veinte años; fue una época complicada, tenía otras prioridades y preferí vivir la vida a ser la chica sensata que mis padres querían. Por suerte, llegó la crisis económica y le vi “las orejas al lobo”. A veces, las situaciones difíciles nos abren los ojos, los momentos complicados nos guían a tomar la decisión correcta. Fue eso; una situación complicada, algo que en un principio podría ser una piedra en el camino, lo que me empujó a retomar mis estudios y a terminar la carrera con veintisiete años.
Mi vida amorosa durante estos años ha tenido un poco de todo; se puede decir que ha sido como una montaña rusa: encuentros, amores, infidelidades y alguna que otra relación tóxica. En estos momentos, no tengo pareja y disfruto como nunca de mi faceta de mujer independiente que no necesita a un tío para sentirse completa.
Llevo tres años trabajando en urgencias de uno de los mayores hospitales de Madrid. Los comienzos fueron difíciles; todo era nuevo y hubo momentos que me sentí desbordada. He trabajado con compañeras que solo buscaban lo suyo y no dudan en pisarte para conseguirlo, pero también lo he hecho con otras que me han ayudado y en las que he podido apoyarme; una de ellas es la enfermera jefe de urgencias, su nombre es Miriam.
Por el motivo que sea, desde el primer instante le caí bien, Miriam me recogió en su regazo como una gallina a sus polluelos. Estuvo conmigo los primeros días y no dejó que me “comiera” los peores turnos que por lo general están reservados a las nuevas. Ella se convirtió en mi compañera, y después de tres años, se puede decir que también mi amiga y la hermana mayor que nunca tuve.
A pesar de tener cuarenta y cinco años (quince más que yo) Mirian no los aparenta; es una mujer sexi y sensual, con un cuerpo que muchas de mi edad quisieran, la típica madurita “follable” con la que los chicos jóvenes fantasean.
Hoy es el día de las cenas de empresa típicas de Navidad; en principio, tenía turno de noche y no tenía pensado ir, pero Miriam, se las ha arreglado para que pudiera cambiar el turno y, ahora me encuentro junto al resto, en el vestuario del hospital poniéndome guapa para la cena. Al ser algo de última hora, no tenía preparado nada elegante y Miriam me ha dejado uno de sus vestidos de fiesta. Estoy frente al espejo terminando de pintarme y tras de mí se encuentra mi compañera; solo tenemos un par de espejos para todas y hay que compartirlos.
El vestido es muy elegante y sexi; es cortito negro con pedrería y tirantes. Tenemos una talla similar y aunque ella tenga un poco más de pecho que yo, no hay nada que no se solucione acortando un poquito los tirantes..
Al final del turno, todas estamos contentas, excitadas y con ganas de fiesta.
—Bueno Mara, no me has dicho nada del vestido… ¿te ha gustado mi elección?
—Me encanta, me veo súper guapa con él, es ideal.
—Yo ya me lo he puesto un par de veces, así que si lo quieres, te lo regalo…
— ¡Gracias! Eres un sol.
—De nada. Además, creo que te queda a ti mejor… tú culo está más duro —mientras habla sus dos manos se posan en mi trasero y me lo estruja.
Miriam lleva otro vestido corto y negro con mangas de encaje del mismo color, tiene la espalda al aire y va atado al cuello con una cinta también negra. Hace frio, así que el abrigo es imprescindible.
En el hospital somos muchísimos y las cenas de empresa se organizan por plantas o especialidades. En nuestra cena, somos más de cuarenta, ya que también se apuntan los técnicos de trasporte sanitario con los que tenemos una relación muy cercana.
Estas cenas siempre son divertidas; tienes la ocasión de conocer a tus compañeros fuera de la seriedad del ámbito laboral y eso es algo que crea grupo y se agradece. Te ríes un montón escuchando las “batallitas” de los que ya no están acostumbrados al alcohol. También están a los que les sienta como un tiro beber y tienen que llevarlos a casa y, para finalizar; los que siempre han tenido feeling, pero nunca se han atrevido a decir nada, y esa noche, ayudados por el inestimable efecto del alcohol, terminan enrollándose.
Después de la cena hemos ido a uno de los locales de moda de la ciudad. Aunque por unos motivos u otros ya han desaparecido unas cuantas, lo estamos pasando genial y la mayoría hemos sobrepasado los límites de tolerancia con el alcohol. Es la tercera vez que voy al baño, soy una meona y cuando bebo más; una vez dentro, me cruzo con Asier, él es uno de los técnicos de ambulancia de unos veintitrés años con el que he hablado en alguna ocasión. Al verlo a él ahí, pienso que me he equivocado y me dispongo a salir.
—Tranquila Mara, no te has equivocado —se dibuja una sonrisa pícara en su rostro.
—Pensaba que era el baño de los tíos… ¿Qué haces tú aquí? —el guaperas se queda frete a mí con su sonrisa de suficiencia.
—Sabía que ibas a venir y era el lugar ideal para hacerme el encontradizo…
—Sí, seguro… ¿no habrás venido a mirar por debajo de las puertas?
—Solo si tú me dejas… —la verdad es que el chaval tiene más cara que espalda y no se corta.
—Tenías que estar diciéndole estas cosas a alguna chavalita de tu edad… aquí estás jugando en las ligas mayores —no me iba a dejar intimidar, así que le seguí el juego.
—Me encantan las ligas mayores. Me ponen más caliente que una chocolatera.
—En el hospital no eres tan valiente…
No se podía decir que el chaval no era directo… aunque estaba segura que cuando me lo encuentre el lunes en el hospital, bajara la cabeza al verme.
—Tienes que aprovechar ahora que no me da vergüenza…
—Lo siento, tengo dos normas respecto a los chicos: La primera no liarme con compañeros, y la segunda, no meterme con críos en la cama… ya sabes lo que se dice: “quien se acuesta con críos, meado se levanta”.
—En realidad yo no trabajo para el hospital, y hace un año que no me meo en la cama…
En ese momento, Asier acorta el espacio que nos separa, posa sus manos en mi cintura y me besa. Sorprendida y sin saber qué hacer, siento sus labios pegarse sobre los míos. Noto su lengua que de forma sorpresiva se cuela en mi boca. Al principio no reacciono, me quedo inmóvil, sin saber qué hacer, después mi lengua despierta y se funde con la suya en un baile ritual.
Enseguida siento su respiración acelerarse. Sin despegar sus labios de mi boca, me guía hasta dentro de uno de los wc y cierra la puerta tras nosotros. Atrapa mi cuerpo contra la pared del diminuto habitáculo. Sus labios ansiosos comienzan a besar mi cuello. Mi piel se eriza y la respiración se vuelve azarosa. Noto la dulce presión de sus manos explorándome, magreando de forma ansiosa y desesperada cada rincón de mi cuerpo
Desabrocha el sujetador, cierro los ojos y me dejo hacer medio atontada por el efecto narcótico del alcohol. Ahora es su mano la que se cuela bajo mi vestido y acaricia mis muslos, los soba de forma posesiva y enseguida siento el contacto de sus dedos alcanzar mi rincón más íntimo. Me estremezco, siento su embriagador roce y jadeo de gusto.
Su mano sujeta mis bragas y tira de ellas. De repente, cuando parece que me ha derrotado y estoy entregada por completo, mi yo racional toma el mando y un terrible sentimiento de culpa me invade. Poso las manos en las suyas y detengo la inminente bajada de bragas.
— ¿Qué pasa? —su mirada contrariada no alcanza a comprender que sucede.
—Para. No quiero seguir… —me avergonzaba mirarlo y me centro en adecentarme la ropa para salir cuanto antes.
— ¿He hecho algo mal? —ahora su cara denotaba fastidio.
—Déjame. Sal de aquí —antes de que el fastidio se convierta en enfado, lo hago salir del pequeño habitáculo.
— ¡Que sepas que eres una calientapollas!
Sé que es la típica reacción de niñato inmaduro, pero sus palabras me hacen sentir mal, cuando cierra la puerta, no puedo evitar derramar unas lágrimas de rabia. Cuando salgo del excusado, me acerco al espejo para volver a pintarme el rímel. En ese instante entra en el baño Miriam que estaba buscándome...
— ¿Pero dónde te habías metido? —parece preocupada.
—Nada, estaba un poco mareada y he venido al baño.
Le cuento lo primero que me viene a la mente, teniendo en cuenta el estado de semi embriaguez en el que estoy.
—De eso nada, a ti te ha pasado algo… cuéntame .
Sé que Miriam no se va a rendir, así que le cuento un poco por encima, obviando algún que otro detalle escabroso.
— ¡Que pedazo de gilipollas!
—Venga, no le des más vueltas, no ha pasado nada, solo es un niñato —tampoco quería que la tomara con él.
Es tarde y me ha entrado el bajón. Miriam decide acompañarme y ambas nos despedimos del grupo. Nos hemos desplazado al centro con su coche, pero al no estar en condiciones de conducir ninguna de las dos, ambas volvemos a casa en el autobús urbano.
Regresamos en la misma línea, aunque Miriam se baja dos parada antes. Me siento en ventanilla del último asiento y ella se sienta a mi lado. En un primer momento no hablamos, me limito a ver pasar la amalgama de luces por la ventanilla. Los viajeros suben y bajan; es la hora bruja en la que se mezclan el borracho y el madrugador
Es entonces cuando me pregunta…
— ¿Estás bien?
—Sí, tranquila, de verdad que estoy bien.
—Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea… —percibo sinceridad en sus palabras.
—Lo sé Miriam, siempre lo he sabido…
Las dos nos miramos. Siempre he podido contar con su apoyo y ayuda. Siempre ha estado ahí, y me siento muy agradecida.
—Sabes Mara… estas preciosa esta noche.
—Gracias… será el vestido nuevo, ja, ja, ja.
—No, no solo es el vestido… —mientras me habla, retira uno de los mechones de mi rostro y me regala una cautivadora sonrisa.
Miriam me mira y siento que el corazón comienza a acelerarse, mientras sus dedos juguetean con uno de los mechones, sus ojos azul celeste no pierden detalle de la expresión de mi rostro. Estoy nerviosa; conozco ese tipo de mirada y no me lo esperaba.
—Me gustas muchísimo Mara…
Suelta la bomba pero yo no alcanzo a decir nada. Permanezco frente a ella; extasiada por la caricia de sus dedos en mi rostro, inmóvil ante sus intenciones, embrujada por el hechizo de su mirada.
Con insegura cautela Miriam acerca sus labios a los míos, se detiene a escasos milímetros, tan cerca que siento la calidez de su cálido aliento resbalar en mi cara. Cierro los ojos y espero su contacto. Posa sus manos en mi rostro. Sus labios me alcanzan y se funden con los míos; al principio es un sutil roce, una leve caricia que se vuelve ansiosa al notar la respuesta.
Su lengua inquieta entra en mi boca y ambas se funden en un húmedo y sensual baile. La respiración se acelera por momentos. Separa las manos de mi rostro para acariciar los pechos sobre el vestido y, siento su embriagador tacto. Me estremezco, mi cuerpo tiembla al sentir por vez primera la suave caricia de mujer; sus besos, su sabor, su ternura; todo es tan diferente…como una delicada pluma resbalando por mi miel y erizando todo a su paso.
Por un momento parezco despertar, miro alrededor en busca de curiosos; he olvidado donde estamos, a la vista de cualquiera, en el asiento trasero de un autobús. Escudriño inquieta alguna mirada inquisitiva, pero hay pocos viajeros y los pocos que hay, permanecen ajenos en sus asientos a nuestro momento.
Ahora es mi cuello quien recibe las atenciones. Sus labios lo recorren, besan, mordisquean… la piel de gallina hace su aparición y cientos de escalofríos se expanden como un incendio descontrolado.
Miriam me observa; contempla con detalle la esencia del deseo en el rostro congestionado. Me sujeta las manos y las guía hasta sus pechos; por primera vez noto el tacto de los senos de otra mujer. Es una sensación extraña, diferente, excitante… Las yemas de mis dedos temblorosos los presionan con una leve caricia y ahora es ella quien jadea.
El deseo se apodera de Miriam que cierra los ojos. Guía mis manos sobre sus pechos y se estremece al notar el contacto. Siento el tacto de sus senos bajo el fino vestido. No lleva sujetador y la dureza de sus pezones se adivina bajo la tela.
—Te deseo, no sabes cuánto lo he deseado…
Miriam es ahora un incendio sin control. Ha dejado de importarle el aquí y el ahora. Ahora solo soy una presa a la que se dispone a devorar. Su mano guía la mía bajo su falda hasta alcanzar su cálida rajita. La encaja entre las piernas, presiona y después gime, lo hace de forma ahogada al sentir mis dedos acariciar su rincón más íntimo. Sus bragas están empapadas y no tardo en notar esa misma humedad impregnándose en mis dedos. Me excita sentir como palpita su cuerpo, como un leve roce de mis dedos es capaz de desarmarla y hacer que se estremezca de gusto.
Miro a todos los lados y pienso: — ¡Dios mío! ¿Qué estoy haciendo? — Observo a mi alrededor nerviosa y excitada en busca de alguna mirada que nos delate; pero no veo nada, el resto de viajeros parece permanecer ajeno al juego de manos en la parte de atrás.
Sonrió excitada cuando se levanta para colocarse bajo mis piernas. Se encaja en el escueto hueco que queda entre el asiento de delante y el mío. Intento que no siga, le hago gestos de negación entre risas nerviosas con la cabeza, pero no me hace caso. Sus manos se cuelan bajo el vestido y retira mis bragas. Hay un yo racional que quiere pararla, y otro, mucho más poderoso, que se abre de piernas.
De nuevo, el mismo pensamiento me asalta: — ¡Dios mío! ¿Qué estoy haciendo? — Una vez más, miro con ansiedad en todas las direcciones, lo hago mientras recuesto hacia delante las caderas y ella se mete entre mis piernas. Enseguida percibo la calidez de su lengua hundirse y juguetear ahí; en el centro de mi deseo, en el lugar en el que jamás pensé que otra mujer estaría.
—Mmmmmm —gimo al sentirla por vez primera.
Abro las piernas y las apoyo en el asiento de delante. Mis manos se posan en su cabeza que bucea bajo el vestido. Me estremezco como nunca lo había hecho; el primer contacto de su lengua en mi sexo, hace que todo mi cuerpo se contraiga. Mi estómago se encoge y tengo que introducir el dedo índice en la boca para no gritar.
Su lengua traviesa, se abre paso entre los pliegues de mi vagina para terminar jugando con mi puntito de placer; siento su roce, su caricia, su presión… Mi respiración se descontrola y mi cuerpo se mueve inquieto sobre el sillón.
De repente, una señora de mediana edad que se encuentra más adelante, percibe que algo está pasando… mira hacia atrás a través del pasillo. Intento disimular cuando me cruzo con su mirada, pero la lengua de mi amiga no me da tregua y todo mi cuerpo se arquea al notar ahora también sus dedos penetrarme.
La señora se voltea hacia delante con cara de indignada cuando parece comprender lo que sucede.
Siempre había oído que nadie lo hace como otra mujer; es algo que en ciertos ambientes se dice; pero eso, es algo a lo que nunca había prestado atención. Ahora, dentro de ese autobús, recostada en el sillón y con el rostro de Miriam entre mis piernas, lo estaba comprobando, estaba siendo testigo de primera mano de que los rumores son ciertos: “como lo come una mujer, no lo come nadie”.
Sin tan siquiera pretenderlo, sin ordenar a mi cuerpo movimiento alguno; comienzo a mover la ingle a la misma velocidad y cadencia que su lengua. Las caderas responden por instinto a su roce, buscando la íntima intensidad del contacto, deseando que las oleadas de placer que me invaden continúen y me lleven a tocar el cielo con la mano.
Un poco más delante de nuestros asientos la señora vuelve a darse la vuelta, observa con disimulo a través del pasillo, comprueba lo que sin duda ya imaginaba, y de nuevo, su mirada indignada me fulmina.
Me recuesto un poco más sobre mi asiento para intentar perderme bajo el reposacabezas delantero. Ahora Mirian absorbe y hace el vacío con sus labios sobre el hinchado clítoris y yo me quiero morir de gusto. Su legua lo castiga con sus caricias. Lo chupa. Lo absorbe. Lo lame, y vuelve a jugar con él.
Muevo las caderas arriba y abajo acompasando los movimientos al ritmo de sus caricias. Los jadeos aumentan en ritmo e intensidad y apenas puedo disimularlos. Por un instante me detengo; como la calma que precede a la tormenta, mi cuerpo suspende su actividad y se tensa, se tensa entre pequeñas sacudidas nerviosas para después explotar; como un pantano que se derrama cuando el caudal del agua lo sobrepasa, todo mi ser es atenazado por decenas de espasmos que se inician en mi sexo y se expanden por el resto del cuerpo. A pesar de morderme el dedo, se escuchan varios gemidos ahogados con toda claridad. Me retuerzo y tiemblo sobre el asiento mientras mis manos presionan su cabeza que sigue entre mis piernas. Me corro… lo hago como nunca lo he hecho, me derramo con sus dedos dentro de mí y tras unos instantes de locura, mi cuerpo vuelve con dificultad al mundo de los vivos.
En el mismo instante que el rostro de Mirian regresa de su ruta exploratoria entre las piernas, el autobús se detiene en su parada. Se escucha el ruido de apertura neumática de la puerta trasera, las puertas se abren y las dos nos afanamos entre risas nerviosas en adecentarnos. Ella se incorpora como puede y yo intento recoger las bragas que han quedado en el suelo; las subo con ansiosa torpeza y enseguida aparecen varios viajeros hablando de sus cosas, ajenos a lo que allí ha pasado.
Las dos reímos nerviosas y acaloradas a escondidas. Noto el corazón palpitar a toda velocidad y la humedad que ha dejado Miriam ahí debajo no es para nada normal.
La siguiente parada es la mía y las dos bajamos. Ella tenía que haber bajado dos paradas antes, pero estaba demasiado ocupada comiéndole el coño a una chica” hetero”…
—Me he pasado dos paradas… ¿me invitas a tu casa?
De verdad que estoy tentada a decirle que sí, pero después de lo que ha pasado, mi yo racional ha tomado el control.
—Otro día Miriam… han pasado demasiadas cosas y necesito asimilarlo.
—Vale, lo entiendo —en ese momento posa su mano en mi rostro y me da un pico muy suave y tierno; uno de esos besos capaces de decir más que mis palabras.
Durante unos minutos esperamos el próximo autobús sentadas en la parada; cuando llega, Miriam sujeta mis manos durante unos segundos, apenas dura unos instantes, pero parece que han estado unidas una eternidad. Nos despedimos y, al verlo desaparecer en la madrugada de Madrid, intento recordar si todo ha sido un sueño o ha sido real.
Gracias por vuestros comentarios y valoraciones.