El autobus

Una pequeña aventura entre un chico recién separado de su novia, y una viajera acompañada de su pareja.

EL AUTOBUS

Eran las 9 de la mañana y el autobús marchaba en hora punta por la gran avenida de la ciudad. Yo había roto con mi novia hacia tres meses, y me encontraba en esa etapa en la que se mezcla la decepción con la ilusión por encontrar una nueva pareja que te haga olvidar la anterior. Y ahora que las noches se hacían más largas, echando de menos el cuerpo de una mujer, la fantasía siempre viajaba conmigo, igual que lo hizo aquella mañana de primavera en el autobús.

Al principio no me di cuenta, pero fue al girarme bruscamente tras sortear un bache el vehículo, cuando la vi. Tendría unos 45 años, pelo castaño claro, unos ojos muy grandes, labios gruesos, y ligeramente más baja que yo. Miraba distraida por la ventana mas cercana, mientras se agarraba firmemente a una de las asas que colgaban del techo del autobús, mientras la otra mano se entrelazaba con quien debía ser su marido.

Llevaba un vestido ligero, de tono verde claro, floreado, muy apropiado para la estación, y con un escote apreciable que mostraba dos pechos apretados y turgentes que recalcaba la belleza de aquella dama que mantenía a su edad una apariencia inmejorable.

Más abajo, el vestido se curvaba bastante dejando adivinar un culo sobresaliente, respingón, y se ajustaba tanto que dibujaba perfectamente los límites de lo que debía ser un tanga bastante ligero. Finalizaba algo por encima de las rodillas, mostrando unas piernas no excesivamente delgadas, pero bien formadas y primorosamente depiladas.

Pensé que aquella mujer era justo lo que yo necesitaría para aquellas noches. Comencé a imaginar todo lo que haría con aquella boquita, aquel culo, aquellas tetas tan relucientes, y pronto mi hombría comenzó a despertarse. La presencia de su pareja no me incomodaba; al revés, le añadía un morbo a la situación que alimentaba mi capacidad de fantasear, y también mi poder de convicción. No era tan difícil, un simple giro por mi parte, me situaría justo por detrás de ella, mientras el rostro de su acompañante quedaría tapado por su propia señora, por lo que ese riesgo quedaría descartado. Se trataba solo de comprobar si ella se daría cuenta antes o después, y si pensaría que debía reaccionar o dejarse hacer. El resto del autobús iba a tope, y todos los cuerpos agarrados, concentrados en no perder el equilibrio, hacían de parapeto para la escena que yo estaba dispuesto a protagonizar.

Aproveché una de las paradas para soltarme, simular un relajamiento del brazo, y agarrar de nuevo la barra que andaba cerca de mi objetivo. Pero esta vez me giré, agarré con firmeza la barra, y dejé la mano izquierda suelta junto a mi pierna y a 15 cm escasos del culo de aquella madura maravillosa. Al arrancar el autobús, hice la primera aproximación. El movimiento de todos los que íbamos allí, brusco aunque corto, me decidió a alargar mi mano bruscamente, con la palma abierta, palpando el culo en toda su apertura de aquella dama, un culo que me resultó suave, turgente, con una redondez firme y poderosa conseguida probablemente gracias a ejercicio diario. Ella ni se movió. La posición de los viajeros era la justa para que nadie viese nada. Mi mano habia tocado, casi como en un azote, el culo de mi pasajera favorita, y ella no había hecho ningún gesto. Había que atacar de nuevo.

Lentamente volví a aproximar mi mano. La punta de mis dedos llegaban justo al límite de su vestido por abajo. Agarré aquella tela extrafina y pasé mis dedos por debajo. La elevé un poquito, levantando inevitablemente parte de aquella prenda, mientras comencé a notar que mi chica favorita comenzaba a mirar de reojo. No hizo nada más, no dijo nada. Yo seguí ascendiendo, aún sin acercarme a su piel. Cuando calculé que estaba a la altura de la intersección de sus piernas con su tesoro, me eché para adelante. Alargué uno de mis dedos, y alcancé justo el pliegue de un tanga forzado a duras penas para tapa lo más bajo de la rajita del culo de mi amor. Allí noté el primer suspiro de ella. Fue breve pero apreciable. Seguido de una quietud por su parte que me dio definitivamente la bandera blanca para seguir con mis maniobras. Mi poya comenzaba a palpitar bajo mi pantalón, y mi dedo comenzó a tirar de ese tanga, hasta separarlo un poquito, lo justo para alcanzar aquel culito que, sorprendentemente, se inclinó levemente hacia mí.

Si bien confiaba en que aquella hembra no querría montar la escena para seguir con mi sobeteo, lo que no esperaba es que colaborara. Aquello me puso mas cachondo aún, y no dudé en aprovechar el momento rápidamente, pues no sabía lo que duraría el viaje. Mi dedo comenzó a trabajar duro, recorriendo su culo arriba y abajo, jugueteando con su tanga, buscando su ojete para sondearlo e intentar lentamente una aproximación que se me antojaba celestial. Pero ella decidió otra cosa. Dio un pasito hacia atrás, y abrió su entrepierna lo justo, para que su coño comenzara a asomar en el campo de acción de mi dedo, que pronto comenzó a ser de mi mano entera. De reojo miré un momento por si su cabrón podría percatarse, pero estaba mirando absorto por la ventana en otra dirección, mientras yo me trabajaba a su mujer con el consentimiento colaboracionista de ella. No desaproveché, y comencé a palpar aquellos labios, que surgían gruesos, carnosos, albergando un clítoris que estaba tremendamente duro y sobresalía como una pequeña poya de aquel coño madurito. Fui más allá, y comprobé como por delante apenas llevaba una hilera de pelitos, por lo que se trataba de una hembra que coqueteaba también con su conejito.

Mis dedos mas gruesos no necesitaron trabajar mucho para comenzara pringarse del jugo de aquella putita que ya giraba sus ojos hacia mi, entrecerrados, con una mirada de vicio y lujuria que clamaba por mucho más. Mis dedos anular y corazón iniciaron la penetración en su cueva, que se abría mas aun cuando separó aun mas sus pies, mientras se mordía los labios, mientras dejaba escapar un leve gritito que no fue apercibido por su cornudo, pero sí por mí, que decidí acercar mas mi bulto hacia ella. Mi mano se movía lenta pero firme, follando aquel coño que se expandía como el universo en el big bang, mientras me seguía inclinando hacia ella, mi boca cerca de su oído, lo justo para que me pudiese oír en voz muy baja: Te gusta, puta?.

Su mirada fue la respuesta. Expresaba no solo lujuria y placer, sino también asentimiento, consentimiento y sumisión. Aquella zorra estaba dispuesta a lo que sea, y decidí que debía hacer algo más: Suéltate del cornudo de tu marido, y magreame la poya, pedazo de guarra!!!

Al momento, ella soltó a su marido, que no pareció darle importancia y siguió viajando plácidamente. Su mano izquierda siguió sujeta arriba, pero su mano derecha se dirigió detrás suya, tanteando primero mi pierna y luego mi paquete. Mi mano izquierda seguía clavando mis dedos hasta el tope en aquel coño que chorreaba tanto que por mi mano bajaba su humedad, pringando la tela de su vestido que estaba en contacto con ella. Por su parte, sus dedos comenzaron a bajar hábilmente mi cremallera, se introdujo en su interior, y no tuvo problemas en alcanzar una poya que estaba fuera del boxer por fuerza de erección, y comenzó a agarrarla con fuerza, masajeándola a duras penas por lo apretado del pantalón, pero con ganas como jamás me lo había hecho mi novia en los dos años que estuvimos juntos. En un movimiento brusco del autobús, su cercanía a mi cara le permitió un giro decidido que le permitió decirme: Voy a correrme cariño, no pares por favor.

Aquello fue demasiado. Noté sus convulsiones a los pocos segundos. Al soltarse de su marido, pudo ejercitar sus espasmos y temblores orgásmicos mucho mas libremente, y aunque estoy seguro que alguien debió percibir algo raro, ese no fue aquel cornudo feliz. Al momento, mi cipote dejaba en la tersura de aquella mano cuidada y bien trabajada por la manicura unos chorreones de leche abundante, espesa, a gran temperatura, que me hizo ver el cielo, y más aún cuando ví a mi dulce amante retirar lentamente la mano, y dirigirla hacia arriba, girar la cara para evitar ser vista por su marido, y en rápidos lametones limpiar aquel puré espeso y pringoso que desapareció en un visto y no visto dentro de su garganta. Su delicadeza le permitió hacerlo con el cuidado preciso para mantener mi poya dentro del pantalón, mientras mi mano se había retirado dulcemente de su coño, no sin antes mojar su ojete un poquito para probar la temperatura de su ano, que me recibió con igual diligencia que su otro agujerito mientras ella se corría.

Lo demás fue todo muy rápido. El autobús se paró de nuevo, y ella se separó bruscamente de mí, acompañando a su pareja fuera del autobús, caminando con dificultad, sonriendo y, en el último momento, mirando por el encima del hombro para regalarme una sonrisa que esta vez no fue de lujuria. Fue de agradecimiento.