El autobus

Mientras tanto, aquel ser emergido entre la amenazante tormenta y la densa oscuridad, me arrastró suavemente hasta el último rincón del camión, sin un solo intento de resistencia por parte mía. En dicho rincón, distante de los ojos y oídos de los pasajeros, y al cobijo de la inmensa oscuridad, continuó con las caricias mas atrevidas.

EL AUTOBUS.

(PARTE I)

Esa fatídica tarde, antes del ataque de la tormenta a bordo del autobús; yo estuve en una pequeña fiesta de fin de cursos, organizada entre todas mis compañeras de la universidad. Bailé feliz, comiendo y platicando mil cosas de jóvenes.

Durante la fiesta, yo portaba una minifalda con soltura y gracia natural. Ahora recuerdo, como se me veía la faldita mezclada con inocencia juvenil y mi gran deseo de ser mujer.

Esa fue la primera vez que caminé con una minifalda en la calle, los hombres me lanzaban piropos; yo estaba sorprendida, pues siempre me consideré una joven poco atractiva y sin chiste, según las burlas de mis hermanos.

Al subir al autobús, deslumbré al chofer, así como a unos pasajeros; ignoré sus miradas, pero sintiendo interiormente, el natural cosquilleo de satisfacción que se enciende en toda mujer cuando es admirada. Recuerdo que al caminar por la calle rumbo a tomar el autobús, una brisa leve levantó mi falda, dejando fugazmente al descubierto mis soberbias nalgas con mis lindas pantaletas de señorita.

Al abandonar aquella sencilla y alegre fiesta, en esa tarde lluviosa que presagiaba tormenta, me encontraba probando la dulzura de haber dejado en libertad, por breves instantes, a mis hermosas piernas y a mi juventud encadenada durante toda una vida.

Mientras la naturaleza nos azotaba inclemente, yo sollozaba indefensa en el autobús; con la dignidad destrozada por el miedo, no me interesaba si me escuchaban o veían sollozar; presentía el final de mi joven vida.

La tormenta no parecía terminar jamás, el agua ahora estaba en los primeros dos escalones del autobús. En medio de todo aquel terror, súbitamente sentí un cuerpo pegándose al mío firme pero de manera delicada, por detrás, en mi trasero.

El acercamiento fue sorpresivo, mas no sentí el menor impulso de ahuyentarlo, a pesar de haber sufrido incontables veces, el acercamiento abusivo, utilizado por los agresores sexuales, en los viajes en autobuses y calles de la gran ciudad; estos depredadores, se aprovechaban de lo apretujado para cometer alevosamente sus ataques.

Pero en esta ocasión yo sentí algo diferente, quizá la delicadeza de la persona aquella. Sentir el sexo en aquellos instantes de muerte, quizá disparó un instinto primitivo en ambos, derramando un bálsamo de esperanza.

El rodeó mi talle suavemente, besándome el cuello, mientras un feroz escalofrió reptaba sin cesar; y mis impolutos pezones se alertaban como dos vigías erectos.

Instintivamente voltee entre la oscuridad, a ver a los otros pasajeros, los rostros llenos de miedo se difuminaban en la oscuridad; todos estaban, inclinados tratando de apreciar en forma angustiosa, los estragos del agua a través de las ventanas cerradas.

Mientras tanto, aquel ser emergido entre la amenazante tormenta y la densa oscuridad, me arrastró suavemente hasta el último rincón del camión, sin un solo intento de resistencia por parte mía. En dicho rincón, distante de los ojos y oídos de los pasajeros, y al cobijo de la inmensa oscuridad, continuó con las caricias mas atrevidas.

Me atrajo suavemente, y entonces lloré; voltee mi rostro de lado, para ver a mi joven y fortuito amante, y me besó suavemente en los labios. Detuve su mano en mi talle, como asida a un salvavidas. Me besó el cuello de nuevo, conmoviéndome toda. Explotando excitada, empujé instintivamente mi trasero hacia el; mis nalgas percibieron su erección, e inicié un jubiloso vaivén de ellas, llena de pujante voluptuosidad sobre su masculinidad endurecida. El introdujo su mano hacia mis pechos y jugueteó con mis pezones.

Esa noche en medio del terror y la tormenta, al cobijo de la penumbra en el autobús, la falda corta que yo llevaba, no ofreció obstáculo para el avance sexual de aquel joven. Deslizando su mano tibia recorrió mis muslos, tocándolos suavemente. Trémula mi carne, ante sus suaves dedos dominadores; la piel erizada, mientras avanzaba, hasta los linderos de la ultima fortaleza resguardando mi pubescente castidad: el borde endeble del elástico de mis pantaletas; nada podía detener su invasión erótica. Mis grandes nalgas brincaban involuntariamente, como reflejo de pasión de esas caricias, humedeciendo y sacudiendo la intimidad recóndita.

Quise resistirme, mas algo me lo impidió. En medio de la tempestad, experimenté unos orgasmos muy intensos, aun sin ser penetrada; amé a aquel extraño en ese mismo instante. El me levanto suavemente mi pierna, y espoleando mi trasero hacia el, sentí como separaba mis pantaletas con sus dedos, y colocaba la gruesa cabeza de su pene pugnando por penetrar mi cerrada y núbil vagina.

La ansiedad me obligaba a impulsar mis nalgas hacia el, con el intento fogoso de ayudarle a penetrarme; hasta que su gruesa cabeza horadó fuertemente mi vagina, entre ardores. El vaivén inició, aguijoneando su pene cada vez mas profundo, mientras afuera el mundo se caía entre rayos y lluvia. El me acariciaba intensamente el inflamado clítoris, y una explosión de semen anegó mi vagina. Pero no lo contuvo, continuó su fuerte acometida; yo me mantenía de pie difícilmente ante la enorme pujanza viril, asiéndome de donde podía, y sintiendo mis repetidas descargas orgásmicas, junto a los truenos afuera.

Entonces me sentó arriba de el, sobre un asiento. Involuntariamente flexioné mi cintura hacia adelante, y separadas las piernas, escurrían los fluidos ofreciendo el generoso trasero a el. Gruesas explosiones ruidosas emanaban de mi interior, cual gases intestinales; provocándome enorme pena, e intentaba contenerlos sin éxito, mientras el parecía gozar con ellos.

En eso, entre la penumbra, percibí la presencia de otro hombre parado frente a nosotros, observándonos asombrado. Increíblemente, no sentí temor alguno; por el contrario me excitó más, y apoyando mis manos en el suelo, me ensartaba toda remolineando el gran trasero para exhibirme. El hombre balbuceó algo cerca al oído de mi amante ocasional, y el le dijo entrecortadamente: "pregúntale a ella". En respuesta tomé el erecto pene del observador para acariciarlo, y el suspiró. Casi simultáneamente, vino la segunda eyaculación del primer joven.

No recuerdo el aspecto del segundo; porque me tiró sobre el asiento, y fogoso se montó, lamiéndome el cuello y las tetas, ahora libres sin sostén y la blusa abierta. Las pantaletas ahora casi en jirones, eran una mezcolanza de semen y secreciones, mientras mis piernas yacían muy abiertas, apoltronadas en los respaldos de los asientos, recibiendo la hambrienta acometida, y berreando de placer. Sentí sus gruesos testículos estrellarse placenteramente contra mi culo.

Aquel primer hombre que penetrara mi sexualidad, produciéndome agudos dolores y orgasmos, y grandes lloriqueos pasionales, me veía extasiado; mientras yo no comprendía del todo mí desvergonzada conducta. Es increíble como se desmorona el mundo fabricado durante toda una vida, en un pequeño instante.

El segundo hombre se recostó, y me subió ahora sobre el, cabalgándolo emocionada; tuve otras descargas intensas. Bruscamente, ante la fuerza de su eyaculación, fui impulsada hacia arriba en mi propia tormenta interna de semen emanando de su tronco incrustado tan profundo; y siguió asaltándome sin parar.

Para entonces, los aterrados pasajeros estaban abandonado el autobús; mientras el primer amante ocasional, desgarraba mis empapadas pantaletas, y trataba de forzar su pene dentro de mi ano. Yo intentaba retirarlo asustada, ensartada mientras en el otro hombre, pero lubricando su enorme cabeza con todo el semen escurriéndome a hervores, penetro el estrecho culo a pequeñas metidas, mientras me tranquilizaba cariñosamente a besos. ¡Mi trasero ardía! El halaba mi cabello sin lastimarme, era como montar a una yegua salvaje, mientras me sorprendían mis propios e increíbles gritos de deleite, matizados de dolor; en movimientos circulares de mis grandes nalgas, escuchaba los pujidos de los tres. ¡Era un sándwich humano!

El esperma inundó mi calido recto, entre orgasmos intensos y sensación de defecar. Mis gritos sofocados por la lluvia y el terror se desmoronaron como suspiros de una suave brisa.

La tormenta cesó; una lluvia pertinaz golpeaba al autobús casi inundado, como mis profanadas entrañas... Aquellos hombres tomaron parte de sus propias ropas y ansiaban limpiarme tiernos y arrepentidos. Me sentía sucia y mancillada…llorando… y una enorme vergüenza me mantenía sentada con las entrañas doloridas y el hermoso cabello sobre la cara. Aquel que rasgara mis nalgas por primera vez, y por ambos lados, me besaba y me consolaba con palabras de amor. Yo me pregunto ahora: ¿acaso sabría de mi virginidad? El semen de ambos manó por días enteros de mis profundidades.

Me ayudaron a descender delicadamente del autobús, y me llevaron a casa. Suplicas de volver a verme, palabras de arrepentimiento, lo besé tierna y sin explicárselo, en ese momento lo despedí para siempre de mi vida. Al otro señor nunca le puse atención, a pesar de haber sido poseída tan intensamente por el, y haberme hecho terminar a raudales.

Ese encuentro agudo y fortuito, me trae recuerdos en las tardes lluviosas, y me impulsa a besar tiernamente a mi compañero; a amarlo con la misma ternura y loca intensidad con que fui amada por el joven aquel. Ahora transformada en una soberbia mujer muy atractiva y madura, el rostro de el, a veces se me pierde en la distancia del tiempo inexorable...entre las gotas de amor y de lluvia de una bella tarde.