El autobús

Uno un poco más largo...

EL AUTOBÚS

La marea de gente que entró en al autobús me empujó hacia la parte de atrás, terminando en una postura de lo más incómoda. Tenía un brazo inmovilizado por la presión de la gente y otro estirado sobre las cabezas para agarrarme a una de las barandas que estaban en el techo. El conductor arrancó bruscamente, lo que le valió varios cariñitos de parte de los pasajeros y continuamos el trayecto.

Al poco empecé a sentir como algo me alzaba la falda. En esos momentos, me arrepentí de haberme puesto una tan corta. No sabía que era, ni siquiera si era accidental o premeditado. Y aunque lo supiese, tampoco había mucho que pudiera hacer al respecto.

Pronto ese algo llegó entre mis piernas. Estaba duro. Hacia presión contra mi vulva, y a cada frenazo que daba el halagado conductor, presionaba aún más. Yo no sabía que hacer. El descaro de quien estaba haciendo eso era increíble. Intenté girar la cabeza para detectar algún rostro alterado pero todo lo que me rodeaban eran nucas.

La cosa hizo más presión y, de alguna manera que aún no me consigo explicar, llegó hasta mi clítoris. Estoy segura de que me sonrojé, pues un escalofrío vergonzosamente placentero recorrió todo mi cuerpo. Esa cosa no se cuanto tiempo se quedó ahí, pero presionaba y se movía ligeramente, casi vibrando. Yo sentí mis piernas flojear. No podía creerlo. Quien fuese se estaba aprovechando de lo lindo y lo peor es que había conseguido que yo diese mi consentimiento. Lo aprisioné apretando mis muslos uno contra el otro, pero seguía presionando hacia arriba. Quería suspirar, gemir, gritar… pero me mordía los labios conteniéndome y rezando porque la gente que me viese, si es que me veía alguna, pensara que estaba sufriendo retortijones.

Cuando alcancé el orgasmo fue lo peor. Cerré los ojos y abrí mucho la boca, dejando escapar un grito mudo que sólo resonó en mi cabeza. Solté el asidero y noté como mis piernas flojeaban. Durante unos segundos estuve sólo sostenida por el abarrotamiento de gente, segundos en los que perdí noción de tiempo y espacio. El frotamiento de los otros cuerpos contra el mío adquirió una intensidad inusitada. Toda parte de mí estaba hipersensible.

Recuperé la noción de donde estaba justo cuando con un frenazo, el bus se detuvo en una parada. La gente comenzó a salir por la puerta como la espuma al abrir una cerveza agitada. Lo que había entre mis piernas cedió su presión y, al notar que algo tiraba de mi falda y por fin salía de ella.

El autobús quedó casi vacío y, al mirar abajo para sorprender a mi violador me encontré con un niño vestido de soldado que sujetaba en su mano el asta de una pequeña bandera. El niño me miraba con los ojos desmesurados, sabiendo donde había estado aquel asta, pero obviamente sin saber lo que había provocado. Le sonreí tiernamente y decidí bajarme en la siguiente parada, aunque todavía faltaba mucho para llegar a mi destino, porque empezaba a tener pensamientos demasiado sucios.