El Autobús...
Mi vida se ha vuelto monótona en mi matrimonio, hasta que conozco a pequeña en el autobús.
Voy a subir al autobús, es verano y el calor es asfixiante.
No suelo ir en transporte público pero mi coche está en el mecánico y necesito ir al centro a comprar un regalo para Miguel. Es nuestro aniversario, quince años de casados.
Rememoro cómo nos conocimos, quien nos ha visto y quién nos ve.
Él era stripper y yo trabajaba de camarera.
La primera vez que quedamos me comió el coño en la habitación de una de mis amigas, encharqué la cama.
Follábamos a todas horas, en todas partes, todo nos excitaba y ahora... La rutina.
No te das cuenta de cuando aparece, pero sí de cuando la tienes encima. Dejas de follar porque te apetece, para hacerlo cuando toca. Y de golpe te descubres deseando cosas que ni siquiera pensabas o imaginabas.
El autobús se pone en marcha y busco un asiento. Veo un lugar libre, frente a una chica que no llega a los treinta.
Le doy los buenos días y ocupo la silla. Me sonríe, tiene los ojos oscuros igual que el pelo. Pienso que tiene algo que me llama, no sé si su mirada, su cuerpo o su boca. Es un brillo que yo creo haber perdido. No estoy segura.
Viste una camisa blanca y una faldita corta, de vuelo. Pienso que está muy guapa y que le favorece el atuendo.
Saco el libro que llevo en el bolso y me pongo a leerlo. Por la portada nadie diría que estoy leyendo una novela erótica, pero la leo y me entretengo en cada línea del relato imaginando que soy yo a quien le ocurren esas cosas. Me estoy humedeciendo, lo siento entre las piernas, mi coño se encharca y anhela.
Siento que me miran y levanto lo justo la mirada para ver que la chica de delante ha separado las piernas y me mira.
Me sorprende ver que va sin bragas, depilada y que el coño le brilla. Me observa con las mejillas encendidas y sonríe. Le devuelvo la sonrisa. Los pezones se le marcan bajo la camisa. Está excitada. ¿Por mí? ¿Soy yo quien la excita?
Nunca he estado con una mujer, sin embargo sí que he fantaseado con ello. La miro, me mira, muerde su labio inferior y yo vuelvo a mirarle el coño. Separa un poco más las piernas. ¿La estarán viendo los pasajeros de las otras filas?
Si lo están haciendo no parece importarle. Lleva una mano a su muslo y lo acaricia. Miro la piel expuesta y leo una invitación cuando sube un poco más la falda y lleva los dedos al asiento vacío que queda a su lado. Lo golpea. ¿En serio me está invitando?
Morbo, humedad, sexo. Aprieto mis piernas y siento ganas, deseo, emoción. Cierro el libro y lo guardo en el bolso sin dejar de contemplarla. ¿He dicho ya que me parece preciosa? Le saco por lo menos quince años. No parece importarle que mi piel no esté tan tersa como la suya. ¿Y a mí? ¿Me importa?
Vuelve a golpear el asiento y yo trago con fuerza. ¿Lo hago? ¿No? ¿Me siento? Pienso en mi vida, en todo lo que ya no es y tomo una decisión. Me levanto y ocupo el asiento que se me ofrece.
—Hola —le susurro.
—Hola —contesta melosa. Miro hacia delante y veo un hombre que nos mira, es mayor diría que jubilado, sé que está viendo lo mismo que yo—. Tranquila —me murmura cerca del oído—. Disfruto dejándolo mirar, igual que he disfrutado de que tú me mires y hayas aceptado sentarte a mi lado. Yo también he leído ese libro —me dice suave—. Estuve una semana masturbándome con él.
—Sí, es genial —afirmo. Me acaricia la mano con la suya y siento electricidad.
—¿Quieres tocarme? —me invita—. A mí me gustaría que me tocaras mientras nos mira.
La petición tensa mi coño y me moja todavía más. ¿Puedo hacerlo? ¿Puedo tocarla? ¿Cómo se sentirá su tacto húmedo en mis dedos?
Curiosidad, una emoción que también está bastante descartada de mi vida.
Dejo que levante mis dedos y los ponga en su muslo. Con ese pequeño roce jadea y yo me excito al oírla. Deja libre mi mano y me mira directa, deseosa, mientras mis dedos avanzan cálidos por su piel hasta su entrepierna. Separa más los muslos cuando las yemas de mis dedos dan con su coñito encharcado.
—Me gusta, sigue.
La acaricio, como me gustaría que hicieran conmigo, sin dejar de mirar sus increíbles ojos oscuros. Se relame cuando tanteo la abertura, me suplica con los ojos y accedo colándole un dedo. Suspira con fuerza. Su aliento huele a chicle de fresa.
—¿Cuántos años tienes? —le pregunto.
—Los suficientes, igual que tú. Méteme otro suplica —lo hago. Hasta el fondo. Gime y a mí se me hace la boca agua—. ¿Quieres verme las tetas? —asiento.
—Me encantaría, pequeña. —Parpadea, le brillan los ojos.
—¿Cómo me has llamado?
—Pequeña —repito. Y ella gime más fuerte.
—Me gusta, me pone cachonda que me llames así. —Su coño constriñe mis dedos y el mío palpita en respuesta.
Sus manos vuelan a la blusa, desabrocha varios botones y me deja ver un bonito sujetador de encaje blanco.
—Son tuyas, haz con ellas lo que quieras. —La sigo masturbando.
—¿Lo que quiera? —asiente.
Sin dejar de penetrarla saco uno de sus pechos y después el otro, pellizco sus pezones que se ponen duros de inmediato y bajo la cabeza para lamerlos, morderlos y succionarlos.
—Más fuerte exige. —Y lo hago, mamo enloquecida, con tanta fuerza que creo que se le van a poner morados.
Su pelvis se vuelve enfermiza. La mueve para encajarse en mi mano. Y yo enloquezco. Le meto otro dedo y la siento resollar. Quiero meterle toda la mano. Muchas veces he fantaseado con eso. ¿Le cabrá?
Levanto la cabeza y la miro. Está abandonada al placer. Poco le importan los demás. Giro la cabeza para mirar al hombre mayor. Ahí está, acariciando la bragueta cubierta de tela. Miro los pechos cubiertos de baba y como intuía le he hecho más de un chupetón.
Ella me sonríe. Me siento osada, capaz, sexy. Ella me hace sentir así.
—Sube los pies al asiento sin las sandalias. —Lo hace, obedece. Poder.
Quito mi mano humedecida y se la ofrezco, lame con devoción casa uno de los dedos cubiertos de flujo. Mi coño protesta.
—Me gusta que me insulten —murmura una vez tengo la mano limpia.
—Eso es porque eres muy puta, una zorra. —Los labios se le separan y tiembla—. Sujétate las rodillas.
Las coge y golpeo su coño con la palma de la mano, lo suficientemente fuerte como para que pique y suene. Jadea con fuerza.
—¿Esto te gusta pequeña puta?
—Sí, sí, sí. —Golpe, golpe, golpe.
El asiento se está encharcando, y mi pantalón de lino se está calando.
Golpeo y le meto un dedo, golpeo y le meto dos, golpeo y va el tercero, y el cuarto, ay el cuarto... Lo encajo sin miramientos y bombeo. Su culo se alza para salir al encuentro de mi mano. La retuerzo, la giro la saco y golpeo con virulencia.
Se muerde la boca para no chillar. Y comienzo a azotarla sin descanso viéndola temblar de necesidad.
—Quiero mi mano en tu coño, puta.
—Hazlo, te lo suplico, hazlo.
Meto los cuatro dedos y añado el quinto. Me cuesta. Su coño se resiste. Quiero que ceda.
Con la mano libre me pongo a retorcerle los pezones, su vagina se expande y meto un poco más dentro. Gruñe. Sigo torturando sus pezones y empujando. Saca la lengua y me mira suplicante. La beso. Su lengua, la mía, nuestras babas, su coño en mis dedos y sus gemidos muriendo en mi garganta.
Empujo, encajo. Muñeca dentro. Muerdo su labio inferior y siento el triunfo. Me parto para mirarla. Está preciosa.
—Eso es, pequeña. —Lanza un grito ahogado cuando meto, saco y giro la mano. Calor, hoguera, me quemo.
Miro al viejo quien me hace un gesto obsceno que interpreto a la primera. Quiere que le coma el coño, quiere que pruebe su sabor.
Palpito, anhelo, me arrodillo, aparto la mano y devoro. Sus ganas, las mías, su coño palpitante lleno de vida de provocación de oscuros secretos. La como como si pudiera nutrirme de sus pecados, de sus vivencias, como si cada temblor fuera mío, gozando de aquel clítoris incendiado por mis atenciones.
—Me corro, ne-necesito correrme —suplica. Levanto la mirada con su jugo cayendo por mi barbilla.
—Hazlo, puta, córrete en mi boca.
La follo con la lengua y aprovecho la humedad para meterle un dedo en el culo. Noto como se fragua su orgasmo, como tiembla y se despedaza, como se rompe entre mis labios.
Sonrío, me siento soberana de mi reino y ella mi zorra, mi puta, mi pequeña.
El autobús frena en seco y abro los ojos de golpe. No estoy de rodillas en el suelo, sino sentada en mi asiento con el libro entre las manos y la chica de enfrente dedicándome una sonrisa.
—Te has dormido.
—¿En serio? —pregunto desorientada—. Qué apuro. —Ella vuelve a sonreírme.
—No pasa nada, es muy normal que la gente se duerma en el bus y tú estabas muy guapa. —me sonrojo ante el cumplido—. Por cierto ese libro es buenísimo me lo leí la semana pasada –apunta descolocándome.
—¿Cómo te llamas? —le pregunto curiosa.
—Cande, aunque en casa me llaman baby, porque soy la pequeña de mis hermanas. —«Y también eres mi pequeña», murmuro para mis adentros.
—¿Quieres sentarte a mi lado? —me pregunta.
—Claro. —Me cambio de asiento y al alzar la mirada veo al viejo del sueño que me hace un gesto obsceno.
Espero que disfrutéis del relato tanto como yo y pequeña.
Miau