El Aula De Celeste

Roberto y su hijo Sergio son castigados por Celeste, la madre de Alba.

Saludos, lictores de TR. Y hola 2022 (2020 bis o el de vuestro gusto). Como ya había comentado en la reflexión anterior; este relato será mi debut en USR¹². De antemano agradecer a rosameler12 por creer que pueda ser capaz de realizar este pequeño proyecto, al igual que dejo expresamente aclarado que todos los personajes que aparezcan en el relato, así como sus características e historia de fondo; son enteramente creados por rosameler12 y recibí su consentimiento expreso para hacer uso de ellos y publicar este relato. Ahora, sin nada más que decir…

Después de haber hablado con su hija, Celeste la dejó en su aula mientras ella recorría los pasillos del lugar. Ese instituto le traía muchos recuerdos, mayormente gratificantes a medida que echaba un vistazo y revisaba todo. Desde joven fue muy ingeniosa y buscaba algo que usar con aquel par que le había dado dolores de cabeza a su hija.

Sus ojos claros se fijaron en un objeto que no había visto con anterioridad. Asintiendo levemente, sus labios se curvaron en una fina sonrisa y tomó el objeto en cuestión y lo guardó. Estaba segura de que lo iba a usar muy pronto…

Media hora más tarde, Roberto y su hijo Sergio se encontraban caminando junto a Alba. Cuando ella llamó al padre de su alumno, le comentó que debían charlar acerca de las bajas calificaciones de Sergio, ya que le dejó claro que su hijo necesitaba reforzar algunas lecciones. Pero no sería junto a ella… el hombre fornido si notaba que la profesora no parecía exultante como en otras ocasiones, pero estaba reacio a saber el porqué.

Cuando se acercaron hasta un aula diferente de la suya, el nerviosismo aumentó en padre e hijo.

“Que estamos haciendo aquí? A que juega?” preguntó bruscamente Roberto.

“Ya le dije, tenemos que discutir el tema de vuestro hijo,” insistió Alba y abrió la puerta.

A pesar de sus recelos, Roberto cruzó el umbral seguido de Sergio. En ese momento alguien a un lado de la puerta golpeó con un bate a Roberto, en tanto otra persona se encimaba sobre Sergio con un trozo de tela y le tapaba la boca y nariz.

“Bueno… ya no son mi problema,” murmuró Alba y, girando sobre sí misma, se alejó del aula.

La profesora escuchó la puerta cerrarse y fue a por sus cosas para ir a casa, necesitaba relajarse un poco después de un largo día de trabajo.

Roberto se fue recuperando gradualmente. La cabeza le dolía a horrores y los objetos y formas eran borrosos a sus ojos. Cuando pudo observar con nitidez su alrededor, trató de ponerse de pie pero un doloroso tirón proveniente de algún punto entre sus piernas le arrancó un gemido ahogado y oleadas de dolor recorrieron su cuerpo. Además, su hijo Sergio estaba sentado a su lado, con las manos atadas a su espalda y desnudo, al igual que él.

“Ya era tiempo de que despertaras, cerdo,” una voz dijo a su espalda.

Escuchó pasos, y pronto pudo ver a la persona que había hablado. Por una fracción de segundo pensó que se trataba de Alba y alguna mala jugada de su parte. Pero aunque se veía idéntica a ella, también notó que era mayor por las líneas de expresión en su cara, que reflejaba un rostro hermoso, tranquilo pero también frío.

“Pero que coño… auxilio!!!” chilló el hombre por ayuda.

“Al fin nos conocemos. No me impresionas. No se porqué mi hija no te ha arrancado los huevos en cuanto tuvo la oportunidad,” dijo Celeste.

Saber eso no le hizo ninguna gracia. Si Alba le había dejado los huevos a su hijo en una condición lamentable, y a él le humilló por completo… no quería imaginar de que era capaz su madre y el hecho de estar desnudo y atado a una silla no era tranquilizador.

“Suélteme o se va a arrepentir,” insistió Roberto.

“No estás aquí en contra de tu voluntad. Puedes irte si quieres,” le indicó ella.

Roberto no perdió un instante y se trató de levantar pero le fue imposible, algo le tenía atado a la silla y le causó dolor. Pero tal era su desesperación que se armó de valor y respirando hondo; se puso de pie, ligeramente encorvado hacia delante y caminó lejos de Celeste. El dolor proveniente de sus huevos se hizo más intenso y un gritó desgarrador le frenó.

Su hijo, que había permanecido inconsciente por el momento, se despertó aullando de dolor y llorando. Estaba a unos pocos pasos de distancia y no en el sitio exacto en el que estaba, Roberto intuyó lo que estaba sucediendo pero Celeste no le iba a dejar con la duda.

“Olvide deciros que, no solo están atados de manos. También de huevos,” aclaró.

El hombre confirmó, para su horror; que no solo ambos tenían las manos a la espalda. Las sillas tenían un pequeño agujero por el cual ella había introducido sus huevos bajo el asiento y luego, usando otra cuerda, ató sus huevos de tal manera que ninguno podría moverse sin causarle gran dolor al otro.

“Brillante, no crees?” repuso Celeste. “Me llamo Celeste, y soy la madre de Alba. Considérame como la encargada de los casos más problemáticos en el instituto,” terció ella con una fina sonrisa.

“Ya basta de tonterías, suéltanos!” exigió Roberto, Sergio aún seguía gimoteando y lloriqueando, sus huevos se estaban hinchando rápido y eran muy sensibles después de todas las lecciones de Alba.

“Eso no se va a poder. No hasta que uno de los dos sacrifique sus huevos por los del otro,” sonrió Celeste.

Esperó diez minutos, para que ambos estuviesen plenamente conscientes de lo que estaba en juego y poder comenzar la diversión. Para ella, claro está…

Sergio estaba abatido, sus testículos estaban más dañados que los de su padre y ya se estaba haciendo a la idea de que iba a quedar eunuco. Pero solo Celeste tenía la última palabra.

“Muy bien. Esto es lo que va a suceder. Como ya saben, solo uno de los dos saldrá con ambos huevos colgando entre las piernas… pero primero, hay que ablandarlos un poco…” dijo ella.

Agachándose al lado de Roberto, el hombretón se movía en la silla, desesperado al sentir el roce de sus manos en sus pelotas atrapadas. Celeste colocó un pedal bajo la silla, el cual tenía un tubo metálico delgado y en el extremo opuesto, una pelota de acero brillante y solida.

“Creo que esto es lo más cerca que estaré de estar en una banda de rock,” dijo Celeste tranquilamente y comenzó a pisar el pedal.

El tubo se movió con inusitada rapidez y la bola metálica se estrelló de lleno en los testículos de Roberto, que gritó de dolor y tensó todo su cuerpo atlético al mismo tiempo que trataba de romper en vano sus ataduras. El instrumento bajó y con la misma velocidad de impulso volvió a golpear con fuerza, Roberto aulló pero la bola siguió golpeando repetidamente y sin pausa sus testículos.

Celeste continuó hundiendo el pie en el pedal, la bola seguía yendo y viniendo a los huevos de Roberto, que se estremecía y no paraba de retorcerse desesperado y presa de un intenso y creciente dolor en su hombría. La mujer golpeó varias veces más antes de darle un respiro a Roberto.

“Jodeeerr… mis huevos!” lloriqueó Roberto con lágrimas en los ojos, y los huevos hinchándose con alarmante rapidez, además le dolían mucho.

“Silencio perro, que aún necesito dejarlos iguales que los de vuestro hijo,” indicó Celeste.

Usando una vara de madera, la mujer azotó las pelotas de aquel hombre sin vacilación. No le importaba si chillaba más que un lobo herido, pues a excepción del conserje y Carmen, no había otras almas que se preocupasen de su castigo. Al terminar de azotarle las pelotas con la vara, estaban más hinchadas y en algunos puntos tenía pequeños moratones por causa de la bola de metal. Roberto resopló, buscando soportar el intenso dolor y la hinchazón. Su hijo Sergio estaba acojonado por lo que Celeste pudiese hacerle a sus jóvenes y magulladas joyas.

“Ahora es tu turno chaval…” indicó Celeste acercándose a Sergio.

Haciendo caso omiso a sus amenazas y suplicas, la mujer tarareaba fingiendo estar distraída pero concentrada. Apuntando la vara a los huevos de Sergio, con la punta jugueteó con los testículos y el chico gimió nervioso y suplicó piedad. Por respuesta Celeste asestó un rápido golpe seco, el muchacho aulló de dolor y trató nuevamente de escapar de su tormento pero estaba firmemente asegurado a la silla. La dama fatal siguió golpeando repetidamente, sin importarle mucho los ruegos del chico o los pedidos de clemencia, nadie le daba problemas a su hija sin pagar las consecuencias.

Deteniéndose por prudencia más que misericordia, Celeste acarició los maltratados cojones del alumno, que se retorcía en protesta y dolor al contacto más suave de la mano de la mujer. Introduciendo sus propios calzoncillos en su boca, la mujer se agachó y con ambas manos tiraba del escroto del joven con todas sus fuerzas, Sergio abrió los ojos de par en par, lanzando un alarido ahogado por la tela de su ropa interior; aquello no tenía comparación en todo lo padecido y también podía sentir las uñas de Celeste clavarse al tiempo que estiraba sus conductos espermáticos al límite.

Al borde del desmayo y creyendo que los testículos tocarían el suelo, la mujer detuvo el suplicio y el chaval pudo respirar aliviado y entrecortadamente. Gotas de sudor brillaban en su frente y se veía pálido y temeroso de lo que podría seguir. A continuación Celeste se acercó a su padre, que intentó por todo medio posible aunque en vano, de alejarse de las manos de esa mujer, más parecidas a tenazas y capaces de romper huevos con solo apretar. Roberto aulló como nena mientras la madre de Alba estiraba su escroto, retorciéndolo en ocasiones y exprimiendo sus huevos, como si desease hacer papilla con ellos.

“Solo un poco más…” murmuró ella regodeándose y gozando el retorcer y exprimir esos huevos.

Terminado el peculiar tratamiento de ablandamiento, como Celeste lo llamaba; era el momento de seguir con la fase de agrandamiento, que para su deleite podía servirse de cualquier método para hincharles los huevos y que fuese el azar y no ella la que dictase su sentencia. Aunque un poco de trampa no era delito, pensó ella mientras se ajustaba las pesadas botas del conserje, un poco grandes pero nada que le impidiese disfrutar lo que iba a hacer.

Viendo que intenciones tenía la mujer para con sus huevos, Roberto trató por última vez de parar a Celeste. Incluso llegó a ofrecerle pasta o hacer cualquier cosa por ella, pero Celeste no era de esas, y solo tenía en mente los cojones de ambos siendo vapuleados y aplastados por sus botas. De pie frente a la silla del padre, el pie de Celeste recorrió con escalofriante precisión el corto trecho hasta donde sus colgantes y golpeados amigos estaban, aplastándolos y deformándolos entre el empeine de la bota y la silla.

Roberto gritó de dolor y se puso pálido. Solo deseaba agarrarse los huevos y retorcerse en el suelo pero ese simple gesto era imposible y la mujer tampoco estaba por la labor. Arqueó bien el pie hacia atrás y PUM! Se pudo oír el estrepitoso patadón de Celeste y el aullido del hasta entonces macho alfa, completamente vencido. Una tras otra las patadas se fueron sucediendo, llegando los testículos de Roberto al doble de su tamaño y rojos como tomate. Solo en ese momento Celeste dejó de patear y se colocó delante de Sergio.

El chaval, después de semejante castigo, estaba totalmente acojonado de sentir el duro correctivo pero no iba a ser posible suplicar. Con una mordaza en la boca para enmudecer sus gritos, Celeste se acomodó para dar la primera patada. Apenas y pudo ver el movimiento ascendente de la bota, pero solo fue capaz de cerrar los ojos y apretar los dientes ante el terrible dolor de sentir sus jóvenes testículos golpeados y aplastados contra la madera de la silla. La mujer no varió su expresión y tampoco disminuyó la fuerza de las patadas, cada una de las cuales devastaban al hijo, tal como había ocurrido con su padre, pero ya no tenía más fuerzas para quejarse o dudaba en sentir más dolor.

Cuando acabó, Celeste desató sus manos y con mucho esfuerzo les hizo ponerse a cuatro patas en el suelo, mirando en la dirección contraria y aún unidos por los huevos. Era el momento del acto final, lo que ella le llamó un sacrificio y así se los hizo saber.

“Bien, como os he dicho, solo uno de vosotros saldrá con sus huevos unidos al cuerpo, y esto es lo que haréis. Iréis a cuatro patas, como buenos perros, y conservara los huevos aquel que logre mover al otro… simple y sencillo,” dijo Celeste a ambos, que no parecían dispuestos a obedecer y solo la amenaza de la mujer de castrarlos a ambos convenció a Roberto de que era “el menor de los males".

Decidiendo sacrificarse por su hijo, creyendo que le libraría del suplicio; no obstante, Celeste acarició la frente de ambos y no cambió su punto de vista.

“Aún si deseas salvarle, debe moveros… así funciona esto,” acotó ella.

“Por favor… él no aguantará…” insistió Roberto.

“Entonces vuestros testículos se salvaran.”

Al final, cedió y aceptó la voluntad de Celeste. Padre e hijo respiraban agitados y extenuados, en tanto Roberto daba ánimos a Sergio para moverse, ya que él haría poca resistencia. Pero Sergio bufaba y resoplaba tratando de usar la fuerza necesaria para mover a su padre un poco sin lastimarse mucho más los enormes huevos enrojecidos, que comenzaron a exprimirse en el nudo alrededor del escroto, debido a la fuerza que hacia el chaval al tirar de su padre, Sergio abrió los ojos y siguió esforzándose, logrando que sucediesen dos cosas al unísono.

Primero, logró mover de manera apenas perceptible a su padre. Aquello, como había prometido Celeste, le garantizaba conservar los huevos. Pero al momento de mover a su progenitor, Sergio sintió como su testículo izquierdo se exprimió limpiamente al estrangularse en el apretado nudo que lo mantenía unido a los cojones de su padre. El lamento del chaval llenó la habitación y como pudo se dejó caer en el suelo, tratando de no tocarse sus joyas o la que conservaba con sus muslos.

Celeste sonrió con pesar y cortó la cuerda que los unía, tirando de ella para arrastrar a Roberto a su suplicio final. El hombre gritó de nuevo al sentir como jalaban sus testículos sin ninguna delicadeza. Cuando el dolor remitió levemente, el hombre pudo ver el instrumento de su suplicio… una pesada tabla de madera, la cual apoyó Celeste en su entrepierna, obligándolo a separar las piernas.

“Una buena frase quedaría bien para este momento, pero no te la has ganado,” repuso sin más la mujer y apoyó un pie sobre la tabla, luego el otro.

Cantando mejor de lo que ningún soprano pudiese haberlo hecho, Roberto babeó y tembló al sentir todo el peso de Celeste sobre la tabla y como sus cojones se volvían papilla bajo su peso. No pasó mucho para que el dolor fuese insoportable y se desmayase, para descansar por un corto tiempo. Moviéndose sobre la tabla como quien aplasta a un insecto hasta asegurarse que nada parecido a unos huevos quedase bajo la madera, Celeste admiró su obra de arte con satisfacción para ir a donde yacía el jovencito.

Este aún seguía llorando en el lugar donde había caído, cuando sintió una suave mano palpando y apretando la zona sensible.

“Aargh, suelte!” se quejó Sergio.

“Creo que no. Para mi, un macho debe tener los dos huevos… o ninguno,” comentó Celeste sobre su fracasado intento de conservar sus joyas y apretó el testículo sobreviviente.

Sergio enmudeció al sentir el letal y fuerte apretón de Celeste en su gónada derecha, y bastaron un par de minutos de lento sufrimiento, su testículo comenzó a ceder.

“Nooo, por favor noooo…!!! No es justo…” rogó desesperado.

“Al contrario, flaco favor te hago chaval. Estos solo traen dolor y problemas,” le contestó Celeste mientras machacaba lo que quedaba de su hombría.

El alumno de su hija se desmayó al igual que su padre. La mujer suspiró complacida, pues aquello era lo que había planeado desde el comienzo. Sacó unas fotos para entregarlas a Alba… y dar un mensaje a cualquiera de su clase o del instituto que quisiese pasarse de listo. Y siempre había alguno que quería hacerlo…