El atrapasueños (7)-Salto de acantilado

Un salto de acantilado que desemboca en un salto en la relación de Isaac y Ángel.

Isaac y yo no cruzamos palabra durante el tiempo que le llevó pedalear por la carretera en pendiente que ascendía justo al lado del mar. Éste ya estaba bañado por tonos cada vez más oscuros del rojo, y podía ver cómo el sol, del mismo color, se ponía en el horizonte a una velocidad asombrosa. Yo, qué no estaba acostumbrado a contemplar el crepúsculo en el horizonte, me pareció deslumbrante… casi mágico. En Toledo, esto no se vislumbraba ni de lejos.

Poco después llegamos a un pequeño acantilado, situado en las afueras de Alicante. Se trataba de una formación de roca enorme, de una altura de cuatro metros respecto de las olas, que rompían en la parte baja. Nosotros nos apeamos y dejamos la bici tumbada en el suelo.

Isaac caminó lentamente hacia el borde, y miró hacia abajo unos segundos. Luego cogió un cajetín de tabaco y un mechero del bolsillo de su pantalón, sacó un cigarrillo y lo encendió. Le observé mientras fumaba; cómo se llevaba el pitillo a la boca y exhalaba el humo. De alguna manera, le daba un aire tan interesante… y muy sexy.

-¿Quieres uno?-me ofreció.

-No, gracias, yo no fumo.

Sonrió, y dirigió la mirada hacia el oleaje. Allí soplaba una ligera brisa, que despeinaba nuestros cabellos. Me quedé embobado de una forma tan estúpida que tardé en recordar que no tenía ni idea de por qué estábamos en aquel sitio.

-¿Qué estamos haciendo aquí? ¿No íbamos a la casa de una amiga tuya?-pregunté.

-No-rió-, en realidad te traje aquí para que hiciéramos algo que llevo deseando mucho tiempo.

Mi corazón se aceleró y me sonrojé. A aquellas alturas (dicho figuradamente, claro está), me imaginaba tantas cosas que querría hacer él conmigo… no precisamente castas y puras. Sin embargo, todas esos pensamientos eran tan sólo una recreación de la noche anterior, pues mi inexperiencia seguía siendo mucha.

-¿Y qué es?

Isaac dudó unos instantes, con la cabeza baja. Finalmente, alzó el mentón y me miró.

-A ver, pensarás que se me ha ido la olla, pero… Quiero hacer salto de acantilado. Y este sitio es perfecto. En Perú lo hacía con mis colegas cuando éramos críos, nos lo pasábamos guay-de pronto, sus ojos se perdieron en la lejanía, recordando-. El dinero siempre escaseó en mi familia, Ángel. Por eso nunca me pude permitir tener más de un juguete en toda mi infancia. Otros niños como yo estaban en la misma situación, y nos inventábamos juegos y pasatiempos para divertirnos, como todos, supongo, sólo que nosotros nos las apañábamos sin juguetes… Claro que el salto de acantilado siempre lo practicábamos en secreto. ¡Si nuestras madres supiesen..! ¡Buah!-Su mirada adquirió un brillo descarado, pícaro y juguetón, y esbozó la sonrisa torcida que tanto me gustaba, y que me dejaba sin respiración. Me imaginé a Isaac de pequeño, corriendo y saltando junto a otros niños, en una playa tropical. Sonreí. Seguro que había sido tan hermoso como ahora. Supuse que la pobreza había ocasionado la emigración de su familia a España. Eso era bueno y malo al mismo tiempo. Malo, porque seguramente Isaac abandonó a algunos de sus seres queridos y su país, y allí debió pasar muchas necesidades. Al pensar en ello, sentí una enorme compasión por Isaac, y cómo aumentaba el cariño que sentía por él.

Bueno, porque si no hubieran venido quizá no conseguirían salir adelante, y yo nunca lo hubiese conocido. Mi vida hubiese estado tan vacía sin Isaac… algo parecido al dolor me invadió de sólo imaginarlo.

Mi fantasía se cambió por otra, en la que el niño moreno y de pelo negro saltaba desde cuatro metros de altura, seguido de los otros chavales, desde un acantilado como éste, y todos caían en picado a las rompientes y traicioneras olas del mar.

Desde luego, Isaac estaba loco. Y si creía que yo me iba a tirar con él, estaba completamente senil.

-Isaac, tío, ¡¿no te das cuenta de lo peligroso que es?! ¡Podemos espachurrarnos contra una roca del fondo o…! ¡Yo que sé! ¿Son cuatro metros, sabes?

Él se limitó a bufar, echando el humo, tirar el cigarrillo al suelo y apagarlo aplastándolo con la punta del zapato, con frustración.

-No sé en qué estaba pensando cuando te propuse esto…

-¡Pues no, yo tampoco tengo ni idea!

-¡No hay tanta altura!

-¡No, qué va!

-Si vieses a cuántos metros saltaban los quinceañeros de Lima, seguro que te daba un patatús-se carcajeó. ¡Pero qué insensato! ¡Y temerario! Realmente, Isaac no parecía ser consciente del peligro en absoluto.

-Además, ni tú ni yo sabemos lo que nos encontraremos cuando lleguemos al agua-continué-. Y, no es por nada, pero si en la caída chocamos contra un escollo grande…

-Hay técnicas de salto para que no pase eso-me interrumpió-. Esta zona es segura, porque es mar abierto, y por eso no puede haber rocas cerca de la superficie.

-Ya-mascullé.

Isaac sonrió, todo tranquilo, y recorrió los pocos pasos que nos separaban para abrazarme. Yo estaba tan enfadado y horrorizado por su insensatez que intenté empujarle en el pecho para apartarme, pero claro, él era muchísimo más fuerte.

-Tienes miedo-afirmó, rodeando cariñosamente mi cintura con los brazos. Aquel gesto resultaba tan dulce que mi pequeño ataque de nervios se esfumó con la misma rapidez con la que había aparecido. Sin importarme si algún transeúnte de la calle nos veía, a pesar de que nos encontrábamos lo suficiente alejados para que nadie nos divisase desde allí, deslicé las manos por sus anchos hombros y hundí los dedos en su cabello, mientras su cabeza permanecía agachada y sus labios, pegados a mi cuello.

-Vale, sí, lo reconozco-susurré-. Pero, ¡para no tenerlo! Sé razonable. Lo que quieres que hagamos es demasiado arriesgado.

-Por favor, lo he hecho millones de veces, estoy seguro…

-No. No pienso saltar desde el acantilado, Isaac.

-Serás miedica-espetó, haciendo ademán de deshacer nuestro abrazo. Sin embargo, cuando se percató de mis intentos de retenerlo cerca de mí, se detuvo-… Tú te lo pierdes, cagao. No tienes ni idea de lo emocionante que es. No existe comparación con una sensación así… Excepto el orgasmo, quizás.

Observé fijamente su ceja alzada, impasible.

-Venga. ¡Anímate!

-¡Que no!

-Pues me tiro yo solo.

-¡Ni se te ocurra!-exclamé, presa del pánico-Si te llega a pasar algo, yo...-me aferré a él, con todas mis fuerzas, con la cabeza debajo de su mentón.

Permaneció unos instantes quieto, aturdido, y luego me acarició el pelo.

-Oh-musitó-. Shhh, tranquilo, cariño. No me va a pasar nada, sé lo que hago. Confía en mí.

¡ Cariño ! ¡Me había llamado cariño !

-Esta vez no, Isaac-repuse, pasado el shock momentáneo por el diminutivo-. No lo hagas. Te lo suplico.

-Bueno, bueno, está bien. No saltaré. Me perderé la diversión, pero en fin…

Diversión.

Arriesgar la vida saltando al vacío como un loco suicida produce diversión.

Isaac se apartó de mí para ver mi expresión, que era irónica, obviamente. Por eso, me leyó el pensamiento y se rió con ganas.

-No quiero que estés preocupado y lo pases mal mientras salto. Haremos otra cosa, ¿vale?

Nos pasamos el resto de la tarde hablando, sentados en el borde del acantilado con las piernas colgando. Me preguntó cuál era mi color favorito, mi comida preferida, lo que me gustaba hacer y lo que no; mi vida hasta ahora, en general. Cuando llegué a la parte de la muerte de mi madre, se sorprendió de que no me costase contárselo ni me pusiese dramático.

-Es que no me acuerdo de ella-le expliqué-. Murió cuando yo era un bebé.

-Joder. Lo siento mucho, tío.

-No pasa nada.

-¿Sabes qué? Te entiendo. Yo estoy viviendo con mi madre, con mi abuela y con mi hermana pequeña. Mis viejos se divorciaron cuando yo era pequeño. Mi padre está en Perú, y nos envía una manutención mensual. Pero para mí es como si estuviese muerto.

Le miré fijamente, horrorizado.

-¿Por qué? Isaac, hay parejas que se separan, porque no se llevan bien o algo así… Tú no tienes la culpa. Tampoco le puedes culpar a él por dejar a tu madre. Tal vez era lo mejor para todos. Yo entiendo que la separación sea jodida, sobre todo para ti y para tu hermana. Además, se preocupa por vosotros ¿no? Os manda dinero…

La mirada que me lanzó me desarmó. Era la de alguien consumido, alguien que ha sufrido muchísimo. Que le han infligido una herida incurable.

-Ya lo sé, Ángel. Pero tú no conoces a ese monstruo. No has presenciado cada una de las ostias que le daba a tu vieja cuando tan sólo eras un crío. Ni las bofetadas a tu hermana, una inocente niña de tres años. Ni los insultos a mi abuela…

No pudo seguir hablando. Un llanto incontrolable brotó de lo más profundo del alma de Isaac; su dolor se veía perfectamente, lo supuraba por cada poro de su cuerpo. Lo abracé, aún sabiendo que nada ni nadie, ni siquiera yo, podría borrar todo ese sufrimiento. Esas heridas quedan para siempre en tu interior, nunca cicatrizarán. Es cierto que el tiempo lo cura todo, pero en este caso yo creo que sólo lo alivia, porque el recuerdo permanecerá en algún rincón de la mente. Dormido.

Y yo estaba dispuesto a aliviarle.

Le acaricié la coronilla, intentado consolarlo de alguna manera, mientras el cuerpo de Isaac se sacudía junto al mío entre hipidos y sollozos, y sus lágrimas empapaban mi camiseta. Sentí un repentino déja-vu : esta misma escena se había repetido la noche anterior, aunque con los papeles intercambiados. Ahora era yo el que consolaba, y él, el consolado.

-¿Ahora lo entiendes, no?-susurró.

-Sí, claro-contesté-. Mira, tú me prometiste que me ayudarías con mi problema. Ahora, yo te voy a devolver el favor de antemano.

Isaac se apartó, y pude ver la pequeña sonrisa que empezaba a asomar en su rostro.

-Gracias-dijo, cubriéndome una mano entre las suyas, cálidas y rugosas. La situación no tenía por qué tener siquiera un matiz romántico necesariamente, pero me sonrojé sin poder evitarlo-. Pero, ¿cómo?

-Te apoyaré. Siempre. En todo. Quizá eso no solucione nada…

-Shhh-Isaac me silenció poniendo el dedo índice de la mano derecha sobre mis labios. Mi rubor aumentó, pero ya no me importó. Dios, me gustaba tanto… ya no me creía capaz de separarme de él-. Lo que vas a hacer ya es mucho. Necesito a alguien que me apoye, que esté siempre ahí… y tú también. Todos lo necesitamos. Lo que pasa es que lo de mi padre no se lo he contado a nadie aparte de ti, pero algo me dice que en ti podré confiar siempre. Ya te digo que estaré aquí para lo que quieras, porque creo que, si nos ayudamos, todo será más llevadero. ¿No crees?

-Sí, tienes razón… Pero no acabo de entender por qué piensas eso de mí. Si apenas nos conocemos…

-Llámalo sexto sentido-dijo, con los ojos chispeantes-. Es que nunca he conocido a nadie como tú, Ángel… A nadie tan bueno, tan sensible, tan… dulce.

Bajé la mirada, sintiendo vergüenza y halago al mismo tiempo. Estaba describiendo mi personalidad perfectamente, modestia aparte. Siempre había sido demasiado buena persona… Tanto, que algunos opinaban que resultaba un inocentón, un tonto. ``Tienes que tener más picardía, Angelito, me decían, con condescendencia. Si no, todo el mundo te va a tomar el pelo siempre´´.

Yo lo intentaba. De verdad. Pero acabé por reconocer que la picardía no se encontraba precisamente en el abanico de mis facultades.

-Desde luego, haces honor a tu nombre-afirmó, riéndose.

-No eres el primero que me lo dice-repuse, también entre risas.

Inconscientemente, nuestros rostros se habían ido aproximando poco a poco a lo largo de la conversación. Percibí el nítido brillo del marrón chocolate de sus ojos, el ángulo de las cejas pobladas, la curva de su nariz, el vello facial de su mandíbula, casi convertido en barba, el cartílago de las orejas, una de ellas con piercing … la abertura de sus labios carnosos entreabiertos. Por primera vez vi su rostro como realmente era, objetivamente, fuera ya de la nube rosa, cursi y pasional. Así llamaría a lo que sentía hacía tan poco tiempo por él, porque el sentimiento había madurado y cambiado, como una fruta al sol. Descubrí que Isaac no era tan perfecto como yo creía. Era hermoso, de eso estaba seguro, pero muy malhablado, y algo impetuoso y temerario. De hecho, me lo podía imaginar perfectamente en una pelea, o saltando de aquel acantilado, como un gavilán volando en picado hacia su presa. Sus orejas no tenían una forma regular, y por la aspereza de sus manos intuía que estaba relacionado con algún tipo de trabajo físico. También me percaté de que era un poco bruto, porque a veces me cogía una mano o me agarraba con demasiada fuerza, dejándome literalmente sin respiración.

Ésos eran sus defectos, que pude ver en ese momento con toda claridad. Obviamente, también contaba con virtudes. Era bueno, generoso, simpático, gracioso, cariñoso, le gustaba ayudar a los demás… y poseía un espíritu pasional que yo había vislumbrado en seguida, tanto en la forma de besarme, como en la forma de hablar… que me atraía poderosamente hacia él.

Ese día no había saltado desde el acantilado, pero estaba seguro de que el salto se había producido en nuestra relación, a pesar de que hasta ahora ninguno de los dos había dado por sentado que éramos pareja. Teníamos algo. Eso estaba claro.

Supe que le quería. Que le amaba desinteresadamente, siendo consciente de sus defectos y de sus virtudes.

Suspiré, mientras los labios de Isaac se aproximaban lentamente hacia los míos.

Entonces, la inseguridad y la timidez se interpusieron de nuevo.

-No-farfullé, apartándome-. Aquí no.

Isaac sonrió, como si ya se esperase mi reacción. Me pareció que se ruborizó, aunque no podía estar seguro a causa de la piel oscura. Todo daba a entender que éste había estado a punto de tratarse de nuestro primer beso, en vez del segundo.

-¿Por?

-Tío, nos puede ver alguien.

-Estamos solos. Y si viene un tipo, ¿qué más da? No nos conoce nadie-replicó, con tono jocoso.

-¿Y si vienen tus colegas?

Bufó, frustrado, y miró hacia otro lado.

-Ya, tienes razón. Aunque a veces… me gustaría gritarle al mundo entero lo que soy. Si les gusta, bien, y si no, también. Me la suda.

Me quedé callado unos segundos, impresionado. Yo jamás me había planteado salir del armario. Me imaginaba que no podría aguantar las miradas de compasión, los insultos y las humillaciones públicas.

-Pero si tan sólo hace unos días decías que no te lo habías planteado…

-Ya lo sé. Lo que pasa es que a veces me harto de esta mierda. De que ser bisexual no sea algo totalmente normal ni aceptado todavía. Sigue habiendo gente que te mira raro… y esas cosas.

-Te entiendo.

Isaac me miró de nuevo.

-Menos mal que te tengo a ti-tomó una de mis manos, y se puso a trazar círculos con el pulgar sobre ella, observándola fijamente-. Hay muy pocos como tú.

-No exageres-me quejé.

-No exagero. Ya te dije que yo tengo un sexto sentido para esto. Y además… me mola mucho estar contigo. ¿A ti no?

Mi corazón dio un brinco de placer al oír aquello. Había sonado muy parecido a ``Me molas mucho´´.

-A mí también-reconocí en voz baja, mirando nuestras manos.


Horas después, Isaac y yo estábamos de vuelta en el departamento, recién salidos de la ducha, yo en pijama e Isaac, vestido únicamente con un pantalón corto de chándal, lo que me permitía disfrutar de unas excelentes vistas, y él lo sabía. De repente, se oyó el ruido de la cerradura de la puerta de entrada al introducir la llave y aparecieron Rodrigo, Álvaro y Matías.

-¡Hola, tíos! ¡Adivinad lo que hemos comprado!-exclamó Matías, dando golpecitos con los dedos en lo que parecía ser un pack de vídeo metido dentro de una bolsa de plástico.

-¿Qué?-preguntó Isaac enarcando una ceja, impasible.

Porn movie !-contestó Álvaro desde la cocina, a la que había ido como una bala nada más entrar.

Yo no hice ningún comentario. ¿En serio habían comprado…? No me lo podía creer. En fin, por lo visto, para ellos ver pelis porno era algo tan cotidiano como ir al supermercado.

Rodrigo ya estaba encendiendo el equipo de sonido de debajo del televisor e introduciendo el DVD que había sacado del pack, cuyas portada y contraportada estaban decoradas con voluptuosas imágenes de mujeres con tetas enormes, vestidas con breves tangas y con expresiones de lo más viciosas.

Yo no quería saber nada, y ya me disponía a marcharme con cualquier excusa, pero Isaac me agarró del brazo. Nos encontrábamos los dos sentados en el sofá. Isaac me miró, y articuló con los labios ``Quédate, confía en mí´´. Yo le dirigí una mirada de súplica, y él, una sonrisa alentadora.

-Isaac, ve al baño a por el rollo de papel higiénico, que si no nos vamos a poner perdidos-dijo Rodrigo, encendiendo el televisor y dándole al play del mando a distancia-. ¡Venid, que ya empieza!

Mi pulso se disparó, y empecé a sudar incluso antes de que apareciesen los créditos del principio y apareciese una, tuve que reconocer que muy guapa, chica rubia, con tetas y culo operados aprisionados en una camisa ceñida y en una falda de colegiala, apareciese en la pantalla.

Rodrigo se despatarró a mi lado, y ya se empezó a tocar el paquete. Yo desvié la vista de él en seguida, y la dirigí hacia la pantalla, intentando tranquilizarme.

-¿Es la primera que ves, chaval? No te preocupes, que te va a gustar, jeje-dijo Rodrigo.

Dos minutos más tarde, estábamos todos reunidos en el salón, con la mirada fija en la tele. Rodrigo, Isaac y yo permanecíamos sentados en el pequeño sofá, mientras que Álvaro y Matías estaban en el suelo, a nuestros pies. Todos, menos yo, se acariciaban repentinamente la entrepierna, aún oculta debajo de sus respectivas braguetas. La chica de la peli se encontraba en esos momentos chupando la enorme polla de un tío, deleitándose y gimiendo exageradamente, como si degustase un exquisito manjar. Yo me sentía muy incómodo y no era capaz de imitarlos, por más que lo intentaba.

-¿Qué, Ángel? ¿Aún no te has empalmado?-preguntó Álvaro de improviso, mirándome.

-Eh… sí, claro-mascullé.

-Pues tócate un poco, ¿no? Digo yo.

-Demuéstranos que eres un macho ya, venga, jaja-se carcajeó Matías-. Joder, yo ya me la voy a sacar, si no os importa-sin reparo ninguno, se bajó la cremallera y empezó a cascarse el miembro, muy parecido al mío, blanco, fino y con la punta rosada, pero era mucho más larga-… Menuda puta viciada es ésa…

-Yo creo que a Ángel le da corte enseñárnosla. La debe tener tan peque el pobre…-espetó Álvaro, observando mi entrepierna con detenimiento. A esas alturas, yo estaba deseando que me tragase la tierra.

-¡No te metas con él, Álvaro!-repuso Isaac, lanzándome una mirada significativa que no entendí-Todos la tuvimos así alguna vez, ¿o no?

-Sí, eso es verdad-acordó Rodrigo-. Ángel, puedes pajearte delante de nosotros. Somos tíos todos, no pasa nada. No nos reiremos.

Entonces, empecé a quitarme el pantalón del pijama, lo más despacio posible.