El atrapasueños (6)-Nuevas experiencias
Ángel vive sus primeras experiencias en el sexo, en compañía de Isaac. Los dos muchachos cada vez están más unidos, aunque ambos casi no sean conscientes de ello.
Nos miramos a los ojos, callados, escuchando algún ruido ocasional de algún coche procedente de la calle, tan mundano e irrelevante ahora. Mientras mi mano derecha, cubierta de semen, permanecía sobre la polla mojada y morcillona de Isaac, deslicé la izquierda por su brazo, su hombro, hasta dejarla encima de su pecho. Entonces escuché y noté a través de su piel los rápidos latidos de su corazón. Completamente embelesado, me pregunté por qué unos sonidos tan normales y corrientes como aquellos me parecían los más hermosos, especiales y únicos que había oído nunca.
Además de eso, otro hecho ocupaba mi mente. Le acababa de hacer una paja a Isaac. Y se había corrido en mi mano. Sonreí de oreja a oreja, orgulloso, porque me parecía un privilegio tan grande haberle dado placer… Además, aquella era mi primera experiencia en el mundo del sexo. Me sentía como el típico adolescente enamorado que pierde la virginidad con su novia una romántica noche veraniega, y luego duermen juntos, y…
Una sensación de presión en mi entrepierna interrumpió mis fantasías cursis y empalagosas. Se trataba de mi miembro, cómo no, que seguía erecto y ardiendo en deseos de ser liberado de mis calzoncillos y de mi pantalón de algodón. De hecho, lo notaba como si fuera a reventarlos de un momento a otro.
Bajé de la nube celestial en la que estaba, y miré la camiseta de mi pijama, subida por encima de mi pecho, dejándolo al descubierto, y con los pezones erizados aún por los lametones de Isaac, y mi bulto. Ya transportado al mundo real, me percaté de que, obviamente, yo seguía siendo virgen, y seguía estando muy cachondo.
-¿En qué piensas?-rió Isaac, fijándose en la gama de expresiones que pasaban por mi rostro. Se percató de adónde estaba yo mirando, y me leyó la mente-Ahh, ya, no te preocupes. Ahora mismo me ocupo de ti-. Con una mirada pícara, se incorporó, y se colocó encima de mí. Le observé, expectante.
Lentamente, se acercó a mí, y me besó. Al principio fue un beso tierno, sólo el roce de nuestros labios. Pero enseguida introdujo su lengua húmeda en mi boca, y jugueteó con la mía despacio, tomándose su tiempo. Yo traté de contenerme, pero al final estaba tan desesperado por aquella lentitud tan agradable, pero a la vez tan frustrante, que comencé a restregar mi paquete instintivamente contra su pierna, mientras él me acariciaba el pecho, el rostro y el pelo con las manos. Una nueva y desconocida sensación de gustito ahí abajo , cálida y creciente, se sumó al placer que ya de por sí se extendía por todo mi cuerpo. Con sus movimientos, Isaac había cubierto mi abdomen y mis muslos de restos del semen de su polla, lo que me ponía todavía más.
Al cabo de un rato, la boca de Isaac empezó a descender a besos y a lametones por mi mejilla, mi barbilla, mi mandíbula… Al llegar al cuello, hizo que me incorporara un poco para terminar de quitarme la camiseta y tirarla al suelo. Hasta ese momento, yo apenas lo había tocado, porque tenía una mano pringosa de lefa y me daba reparo acariciarle con ella. Entonces, él la cogió y se la llevó a la boca, chupando su propia leche de cada dedo, del dorso y hasta de la palma. Yo me mordí el labio. Cuando terminó, sonrió, para darme seguridad, hacerme saber que lo tenía todo controlado. Recorrió todo mi pecho y mis axilas, besando y lamiendo cada rincón, mientras yo jadeaba y gemía. Me sentía en el cielo, en el paraíso. Ahora por fin comprobaba lo mucho que se disfrutaba follando, y más con alguien como Isaac, que parecía tener muchísima experiencia.
Como a propósito, se entretuvo mucho rato en la parte baja de mi abdomen y en el ombligo. Entonces agarró el elástico del pantalón y levantó la cabeza para mirarme con expresión interrogante.
-¿Quieres que siga?
Asentí con la cabeza, ruborizado.
Él se puso de rodillas y me bajó el pantalón, hasta quitármelo y arrojarlo al suelo. Luego se volvió a tumbar sobre mis piernas, apoyándose en los codos para no aplastarlas bajo su peso, y comenzó a lamer mi prominente pene por encima de los calzoncillos blancos. Gemí de placer, y acaricié su pelo suave, mientras él deslizaba su lengua por mis huevos, el tronco y el capullo con maestría.
Hasta que llegó el gran momento.
-Vamos a ver lo que tenemos aquí-susurró Isaac sonriendo, y segundos después mi ropa interior estaba en el suelo, con mi pijama, mientras Isaac contemplaba mi durísima polla de catorce centímetros, blanca y fina, con un vello fino y claro a su alrededor, en el pubis y en los huevos.
-¡Aaaahhh!-gemí, cuando él retrajo con cuidado la delicada piel del prepucio, dejando al descubierto el rosado capullo. Elevé ligeramente la pelvis, anhelante, e Isaac tomó ese gesto como una señal. Y se metió el pene en la boca.
Intensas sensaciones de placer se expandieron desde mi miembro por todo mi cuerpo, al mismo tiempo que Isaac subía y bajaba su boca por mi polla, impregnándola de saliva. Se turnó para metérsela entera en la boca, chuparme el capullo mientras me masturbaba con una mano y pasar de vez en cuando a los huevos. Yo sentía que el placer era cada vez más intenso, y al final no fui capaz de seguir más tiempo quieto; introduje mi polla en su boca y realicé un movimiento de bombeo, metiéndola y sacándola, al mismo tiempo que intentaba bajar el volumen de mis gemidos.
Todo iba de maravilla, hasta que sentí como si estuviera a punto de mear. Alarmado, me aparté de Isaac, sacando la polla de su boca e incorporándome.
Isaac me miraba, también alertado, en su caso por mi reacción repentina.
-Oh, ¡lo siento! ¿Te mordí? Te juro que no me di cuenta…
-No, no es eso, no me mordiste. Es que… no sé, siento como si tuviese ganas de mear-le expliqué, muerto de la vergüenza.
Su expresión se carcajeó, y su expresión se volvió risueña y comprensiva.
-¿De qué te ríes?-espeté, humillado. Lo único que quería en ese instante era ir al baño y de paso escapar de aquella situación tan incómoda… Aunque se me había pasado lasensación de repente. Bajé los ojos y clavé los ojos en mis manos, incapaz de mirarle.
-Hey, no te pongas así-susurró dulcemente, y noté cómo se acercaba y me levantaba el mentón con un dedo. Me vi obligado entonces a mirarlo, y supe por su cara que no se estaba burlando de mí. Al mismo tiempo, con la otra mano se dispuso a masturbarme, y la ola de placer volvió, con más intensidad incluso-. Tú nunca te has hecho pajas hasta ahora, ¿no?
Asentí con la cabeza. No tenía pensado reconocerlo delante de él, pero tuve que hacerlo.
-Claro… Por eso tampoco te has corrido nunca-continuó, afirmando, no preguntando-. No te preocupes, todos los tíos pasamos por esto, antes o después. Yo también sentí como si me mease encima cuando me corrí la primera vez-rió, con cara de estar recordándolo.
-Así que… lo que me acaba de pasar es que… estaba a punto de…
-Exacto-me interrumpió-. Tranquilo. Te va a gustar mucho, confía en mí.
Y volvió a agacharse para meterse mi polla en su boca, para chuparla a un ritmo cada vez más rápido. Comencé a retorcer los dedos de los pies, mientras ensortijaba los de las manos en el cabello de Isaac, que hábilmente controlaba y manejaba mi miembro, como un músico experto tocando su instrumento. Cuando yo ya me encontraba a punto de explotar, siguió estimulándome con la mano. Con una cara de vicio que me puso a mil, paso la lengua con parsimonia por mi capullo y escupió en él para lubricarme la polla y sacudirla con más facilidad. Empezó a hacerlo a toda pastilla, a tal velocidad que me sorprendió que no me lastimase. Al contrario: el gustazo era tremendo. Cerré los ojos unos instantes, disfrutando a más no poder del roce de su saliva y de su mano.
-Oooohhh, sííí… Ahhhh, ya, ya… Ahhhhhh.
Abrí los ojos en el preciso instante en el que llegaba al maravilloso clímax. Sentí una explosión de placer mientras dos chorros de semen blanco y espeso salían (prácticamente saltaban ) de mi polla, aunque con muchísima menos intensidad y cantidad que antes, cuando se corrió Isaac. Cayeron sobre mi vientre, sobre su mano y sobre su boca. Jadeé, con el corazón desbocado y sintiéndome cansado y satisfecho. Isaac se relamió los labios, y limpió con su lengua la lefa de mi polla, aunque ahora la notaba sensible y rechazaba el contacto. Hizo lo mismo por mi vientre, y luego nos fundimos en un beso. Su boca sabía raro, como a sal mezclada con clara de huevo. ``Así que así sabe la lefa´´, pensé, arrugando la nariz. Él se rió, percatándose de mi reacción, y se tumbó sobre mí, abrazándome. Noté un poco su peso sobre mí, pero aquella ligera incomodidad me pareció nimia en comparación con lo feliz que me sentía. Todo había sido tan perfecto… y él se portó genial conmigo. No recordaba haber conocido a alguien tan bueno, cariñoso, amable, simpático y sincero como Isaac.
Era mi primer amor.
En algún momento, entre una cavilación y otra, cerré los ojos y perdí la noción del tiempo.
Un brillante rayo de sol, iluminándome el rostro, me despertó. Procedía de la ventana, que permanecía abierta, casi de par en par, y con la persiana subida. Vi un repelente de mosquitos enchufado en la pared, a mi lado, y todas las mochilas tiradas por el suelo. Sólo el equipo de música y mi cuerpo cubierto de pegotes secos me recordó todo lo ocurrido la noche anterior. Me ladeé hasta quedar boca arriba sobre la cama, y giré la cabeza. La escultural espalda desnuda de Isaac ocupó primero mi visión, a continuación su nuca y finalmente su pelo despeinado y alborotado. A juzgar por sus sonoros ronquidos, estaba profundamente dormido.
Sonriendo, comencé a revivirlo todo en mi mente, pero mis pensamientos se vieron interrumpidos por el recuerdo de Rodrigo y los demás. ¿Habrían vuelto? No les había oído entrar… Pero seguramente sí, porque ya era de día. Me horroricé al imaginarme cómo nos habrían encontrado. Desnudos. Y abrazados. En el colchón de matrimonio.
Me despabilé del todo y, presa de los nervios, aparté con cuidado la sábana, para no despertar a Isaac. Genial. Seguía completamente desnudo. A menos que estuviese tapado hasta el cuello por la noche, los amigos de Isaac se dieron cuenta cuando entraron. Me incorporé despacio, me levanté y saqué mi móvil del bolsillo de mi mochila. Eran las doce y cinco del mediodía.
Caminé hasta el lado hacia el que estaba girado Isaac. Por más que escruté el suelo y miré por debajo de la cama, no vi mi pijama. Al final lo hallé hecho una bola dentro de mi mochila, y suspiré de alivio. Con un poco de suerte, Isaac lo habría metido ahí mientras yo dormía.
Tras darme una ducha rápida para limpiarme los molestos pegotes de semen seco, volví a la sala en la toalla y me encontré con Isaac despierto, terminando de vestirse.
-Buenos días-saludé con un poco de timidez.
-¡Hola!-dijo, mirándome sonriente-¿Dormiste bien?
-Sí-contesté, poniéndome colorado-¿Y tú?
-Me alegro. Yo, genial-me guiñó un ojo, con complicidad. No pude evitar devolverle la sonrisa y soltar una risita.
-Los demás aún siguen durmiendo-me informó. Terminó de enfundarse en una camiseta sin mangas y de ponerse las chanclas, y se acercó a mí para susurrarme al oído:
-Ya me encargué anoche de recoger tu ropa, de taparnos y dormir en una punta, lejos de ti. Cuando ellos volvieron, no se dieron cuenta de nada.
-Gracias-musité fervientemente.
El resto de la mañana pasó rápido. Esperamos que Matías y Álvaro se despertasen para salir y encontrarnos con Rodrigo en un restaurante para comer, ya que él había pasado la noche con Paula, la chica con la que se había encontrado en la discoteca. Durante la comida, Rodrigo se puso a contarnos con todo lujo de detalles y sin vergüenza alguna todo lo que habían hecho.
-Primero la invité a tomar algo, y luego la saqué a bailar. Pero qué mamasita… Morena, con un cuerpo impresionante… Isaac, si hubieras visto sus tetas… Deliciosas, aunque se veía a la legua que estaban operadas. Y el culo… ¡De vicio, tío! Y fliparéis cuando os cuente lo que hicimos al llegar a su depa… Pero si queréis que os diga la verdad, empezamos en el ascensor… Joder, qué digo, ya nos metimos mano en el taxi…
La conversación fue volviéndose cada vez más y más verde, y todos hablaban a un volumen normal, a pesar de que en ese momento el restaurante estaba a rebosar de gente. Yo quería que me tragase la tierra y apenas participaba. Isaac me lanzaba miradas significativas, como diciendo ``ya sé que esto es vergonzoso, pero ellos son así siempre´´, y fingía interesarse por la narración de la noche de sexo desenfrenado de Rodrigo, haciendo comentarios y exclamaciones de admiración y asombro cuando era oportuno. Yo al principio trataba de seguir su ejemplo, sin mucho éxito.
Por la tarde fuimos a la playa de nuevo, y asistimos a probar una clase de surf. Yo apenas me mantenía en pie en la tabla, y no hice grandes progresos. Matías era el que mejor surfeaba, ya que presumía de tener práctica de haberlo hecho el verano anterior.
A las ocho, Álvaro propuso que recorriésemos la ciudad en unas bicicletas que tenía Rodrigo guardadas en el trastero del edificio. Como sólo tenía tres, nos apañamos yendo dos personas en cada bmx, y una persona en la Bottechia. Isaac iba delante, yo detrás de pie sobre los pedales fijos y agarrado a sus hombros; en la otra, Álvaro delante y Matías detrás, y en la última Rodrigo solo. Aunque me sentía incómodo e inestable, me acabé acostumbrando mientras sentía el viento en el rostro y una sensación de libertad y rebeldía absolutas. No temía caerme, porque confiaba en Isaac.
El paisaje era muy bonito al atardecer. La luz naranja del sol poniéndose en el horizonte bañaba la superficie del mar, y nos iluminaba tenuemente a nosotros y a los edificios.
Entonces, cuando llegamos a una rotonda, Isaac giró por una dirección diferente a la que tomaron los demás.
-¡Nosotros vamos a la casa de una amiga, que vive por aquí cerca!-gritó Isaac.
-¡Vale! ¿Sabréis volver al piso, no?
-¡Sí, no tardaremos mucho!
-Isaac, ¿a dónde vamos?-pregunté, confundido.
-Ya lo verás-respondió él, acelerando.