El atrapasueños (5)-El dios y el ángel

``Sentí que todo mi ser se venía abajo, pero Isaac me sujetó´´. ``Lo pensé unos instantes, comprobando si sería capaz de hablar, de contarle lo más horrible que me había pasado en toda mi vida´´. Recuerdos, un baile, un dios seduciendo a un ángel.

Sabía perfectamente la razón principal por la que no podría acceder a la discoteca, sin embargo se encargaron de restregármela por la cara.

-Ángel, no te ofendas, pero es que no aparentas precisamente más edad de la que tienes-insinuó Álvaro, conteniendo la risa.

Suspiré. No era la primera vez que tenía que pasar por esto, en absoluto.

-Lo sentimos, pero no habrá forma de que te dejen entrar-dijo Matías, palmeándome la espalda-. Supongo que no te importará quedarte en el apartamento, ¿verdad?

-No te preocupes, Ángel, me quedo yo contigo-intervino Isaac, antes de que pudiese contestar. Lo miré, sorprendido-. Si no, el pobre chaval se quedará solo. Id vosotros y pasáoslo bien-continuó, dirigiéndose ahora a los demás.

Rodrigo se encogió de hombros, y le dio las llaves a Isaac.

-Como quieras, Isaac. Bueno, volveremos tarde, así que, ¡no nos esperéis! ¡Chao!-gritó, alejándose con Matías y con Álvaro calle abajo.

Permanecí parado en la acera, como un pasmarote, observándolos hasta que desaparecieron de mi vista. Luego, titubeante, me volví hacia Isaac, que me sonrió amistosamente. La calidez de su gesto me tranquilizó un poco. Todavía quedaban en mí restos de ese miedo que sentía hacia él, provocado por su fama de matón, pero poco a poco la sensación cálida en mi pecho iba venciendo el miedo.

-¿Vamos?

-Claro.

Recorrimos la poca distancia que nos separaba del portal, y luego subimos al apartamento.

Isaac cerró la puerta tras él.

Estábamos solos. Él y yo. En un apartamento. Y de noche.

Mi pulso se aceleró mientras Isaac se acercaba a mí, hasta que casi nos tocábamos. Me llevaba una cabeza de altura, lo cual no me obligaba a estirar el cuello demasiado, pero aún así me pareció altísimo. Imponente. Además, podía notar su aliento en mi rostro, que olía ligeramente a tabaco. No sabía que fumaba. No obstante, me gustó, y tuve que hacer verdaderos esfuerzos para aguantar las ganas de acercarme más para olerlo mejor.

-Bueno, estamos solos-susurró. Sonreía, pero su expresión cambió al ver la mía. Alzó una ceja, de una manera muy sexy-Joder, estás cagadito de miedo, tío. Tranquilo. Lo último que quiero es hacerte daño.

```Tranquilo´´.

``No quiero hacerte daño´´

Jadeé, alarmado ante las nítidas imágenes que aparecieron en mi mente de repente. Unas manos sobándome el cuerpo, una boca exhalando olor a tabaco, una voz ronca que me ronroneaba y me animaba a que no parase, a que siguiese chupándole su monstruoso pene…

Sentí que todo mi ser se venía abajo, pero las manos de Isaac me agarraron por los brazos antes de que me desplomase en el suelo.

-¡Ángel! ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? ¿Qué he dicho?-oí la voz asustada de Isaac, pero los sollozos sordos que se abrieron paso en mi garganta me impidieron responderle.

Apenas fui consciente de que él me ayudó a ir hasta el sofá, en el cual me derrumbé, haciéndome un sitio entre las mochilas, sin parar de llorar. Él se sentó a mi lado, mirándome como si me hubiera vuelto loco.

-Oh, Ángel… Ven aquí-musitó, abrazándome con suavidad. Yo me aferré a su musculosa espalda como si de un salvavidas se tratase y hundí el rostro en su hombro para ahogar los sollozos.

Me acarició la cabeza y la espalda, intentando consolarme, mientras las lágrimas seguían derramándose por mi cara sin que yo consiguiera evitarlo. Descubrí que el dolor acababa de aflorar. El día anterior tan sólo estaba dormido, pero se había conservado intacto. Era un dolor tan agudo…

-Ángel, dime que pasó, por favor. ¿Fue algo que yo hice que te molestó? Si es eso, por favor, discúlpame…

-No-balbuceé-, no… No es por ti, Isaac…

-¿Entonces? ¿Me lo quieres contar?

Lo pensé unos instantes, comprobando si sería capaz de hablar, de contarle lo más horrible que me había pasado en toda mi vida.

Decidí hacerlo. Lo cierto es que seguía sin conocer apenas a Isaac, pero necesitaba desahogarme desesperadamente.

-Isaac… sé que lo que te voy a contar ahora es un tanto irrelevante, pero…

-Da igual, cuéntamelo, si crees que así te vas a sentir mejor.

Él era tan bueno… Sacudí ligeramente la cabeza, asombrado de mis propias reacciones. Mis miedos estaban más que injustificados. Me apreté aún más contra él, empezando a encontrarme reconfortado.

-Es ridículo, soy un puto nenazas que no se sabe defender-sollocé. Ni siquiera había gritado ni había pegado a Diego cuando empezó a propasarse conmigo. Era verdad que había estado indefenso… pero no había intentado defenderme. Eso era lo mínimo que podía haber hecho.

-Shhh, a ver-Isaac se apartó de mí con cuidado y me escrutó con la mirada. Yo bajé los ojos. No recordaba haber sentido nunca tanta vergüenza-. ¿Te ha lastimado alguien? Porque sea quien sea, le voy a partir la cara.

-¡No!-grité. Acto seguido me acordé de que habría vecinos, y bajé la voz-Prométeme que no harás nada de eso, por favor.

-Vale, vale, pero dime al menos quién te dio esa paliza. O quiénes.

-No me pegaron… me violaron.

Silencio.

El rostro de Isaac comenzó a contraerse de rabia. Se inclinó hacia delante, y puso la cabeza entre las manos.

-¡Me cago en ese puto miserable, ostia puta!-masculló, y yo dejé de llorar. Hipando, me recosté contra el respaldo del sofá y cerré los ojos.

Pasaron diez minutos, aproximadamente, de silencio absoluto. Entonces, Isaac habló.

-Dime quién es.

-Isaac…

-Vale-susurró. Inspiró profundamente, y luego se incorporó y se volvió hacia mí, con expresión de culpabilidad.

-Perdóname, Ángel. Me imagino que no querrás hablar de eso, y yo estoy aquí recordándotelo. Porque me pareció que algo que yo te dije te recordó todo.

-No, no puedo hablar de eso-musité-. Me lo recordaste porque él también me dijo lo que me dijiste antes… Pero no es tu culpa.

El rostro de Isaac se volvió sombrío y amenazador.

-No sabes las ganas que tengo de darle una… Pero pagará por lo que ha hecho. Si quieres, yo lo denuncio a la poli por ti, si no tienes valor.

-No-espeté, con firmeza-. Tú no tienes nada que ver con esto, y no quiero que te veas involucrado. Además, mi padre todavía no lo sabe.

Isaac suavizó la expresión.

-Tienes razón. Lo que te pasó es algo muy jodido. Necesitas tiempo. Cuando estés listo, deberías contárselo a tu padre y a la policía.

-Lo sé.

Permanecimos otro rato callados, y de repente él se acercó a mí, y recostó la cabeza contra el respaldo, como estaba yo, y me acarició la mejilla con ternura. Pensé en apartarme. Sin embargo, no sentía repulsión ni incomodidad por su contacto, como cuando Diego me sobaba de forma tan lasciva. Esto era distinto… Isaac me acariciaba de forma cariñosa, aunque en sus ojos percibí también deseo, algo que había aprendido a reconocer, porque Diego también me había mirado así en el baño. Pero Isaac parecía no poder evitarlo. Entendí con estupor que yo le ponía cachondo.

No obstante, no me molestó. Todo lo contrario. Y mi pulso se desbocó, lo que mi corazón había tomado como una costumbre cada vez que estaba cerca de él.

-Que sepas que tienes todo mi apoyo. Cualquier cosa que necesites, un hombro en el que llorar, alguien que te escuche… pídemela. Lo vas a superar, y no estarás solo. Yo te ayudaré.

Me miró con tal intensidad que tuve que bajar la mirada.

-Te lo agradezco muchísimo. No sabes cuánto. Aunque no sé por qué haces esto...-murmuré.

Puso los ojos en blanco, y dejó caer la mano.

-Cualquier persona en su sano juicio te diría esto-replicó. Luego, en un intento de cambiar de tema, dijo-. Pero bueno, ya basta. No podemos estar tristes una noche como esta. Vamos a animarnos, ¿vale?

Me palmeó la espalda, y sonrió de esa forma que a mí me encantaba. No creía que pudiese estar aún más bueno haciéndolo, pero lo estaba.

-De acuerdo-me incorporé, y decidí dejar el tema. Ya me ocuparía de eso más tarde. Ahora estaba con Isaac, solos, y teníamos toda la noche por delante-. ¿Qué quieres hacer?

Se lo pensó un momento, y un destello de picardía pasó por sus ojos.

-¿Bailamos?

-¿Qué?-espeté, alzando las cejas.

-¿No te gusta bailar?-preguntó, levantándose. Yo lo imité.

-No es que no me guste, en realidad, no sé bailar-le expliqué.

-OK, yo te enseño. Dame un segundo-y se puso a rebuscar en su mochila, hasta sacar un cable USB. Después se aproximó hasta un equipo de música, situado en una mesa auxiliar al lado de la tele, se sacó el móvil del bolsillo, lo conectó, eligió la música y encendió el equipo. Comenzó a sonar Señorita, de Abraham Mateo.

-¿Cómo se baila eso? ¿En plan ``discoteca´´?-pregunté, inhibido.

-Claro, tú lo único que tienes que hacer es sentir la música-dijo, haciendo un movimiento de ondulación con el pecho. Lo observé, sin tener ni idea de mi expresión-. Muévete como te salga en este momento, simplemente.

Como yo no salía de mi posición al lado del sofá, tieso como un palo, él me cogió de la mano y, sin reparo alguno, restregó su pecho contra el mío. Entonces supe lo que pretendía. No tenía ni idea de cómo lo sabía, pero estaba seguro de que así bailaban los gays para ligar en los lugares de ambiente.

Intenté moverme torpemente al ritmo de la música, mientras Isaac se pegaba más a mí, abriendo las piernas, de modo que nuestros paquetes y nuestras bocas estaban peligrosamente cerca. Yo me dejé llevar. Entonces él se deslizó ágilmente, colocándose detrás de mí y agarrándome por las caderas. Sentí su aliento en mi cuello, al mismo tiempo que su duro y prominente paquete en mis nalgas a través de las finas telas de nuestros bañadores. Me agarró de la mano y me dio una vuelta. Nos descalzamos, ya que era difícil moverse con las chanclas, y entonces sentí la misma sensación de la playa. Desinhibición. Completa y absoluta. Nunca me había comportado así, pero tampoco jamás me había estado tan excitado.

A partir de ahí, Isaac me estuvo enseñando pasos, cada vez más sugerentes, aunque también mezclaba algunos de hip-hop, los cuales hacía cuando las cosas se ponían demasiado calientes. Yo me sentía drogado, o borracho, pero eso era imposible porque no había tomado ni una gota de alcohol, ni él tampoco. Bailamos y nos reímos hasta la una y media de la madrugada, momento en el cual apagamos el estéreo y fuimos a la cocina a por algo de beber. Ya habíamos cenado en el chiringuito antes, por lo que no teníamos hambre.

Nos bebimos unas Coca-colas que había en la nevera, los dos muy sudorosos. Observé disimuladamente su entrepierna, la cual seguía abultada. Igual que la mía. Isaac no se había atrevido aún a dar un paso más, probablemente pensando que lo rechazaría por culpa del trauma de la violación, pero continuábamos tan cachondos… Por mi parte, yo nunca había estado tanto tiempo palote, y no se me ocurría ninguna forma de aliviar aquello.

Entonces, mientras permanecíamos apoyados en la encimera en silencio, me acordé de una forma.

Por supuesto, conocía el significado de ``masturbación´´, pero yo nunca había sentido necesidad de practicarla. Además, era de los que opinaban que era asqueroso hacerse pajas, como los viejos verdes.

Sin embargo, en esos momentos me moría de ganas. Algo me decía que, si me tocaba y me frotaba la polla, desaparecería la apremiante excitación. Se me pasó por la cabeza escabullirme al baño para intentarlo, pasando por alto que seguramente Isaac no tendría ningún problema en que me pajease delante de él, y que a lo mejor hasta se unía a mí y me enseñaba. Mi corazón latió con fuerza cuando lo pensé, sin poder evitar mi preferencia por esa opción.

Pero no, era incapaz de pedírselo. Me moriría de la vergüenza.

Miré a Isaac, que por su cara parecía querer decirme algo, pero que no se atrevía. Nos acabamos las botellas de Coca-cola y las dejamos sobre la encimera.

-Bueno, ¿te importa que me duche yo primero?-preguntó. Juraría que no era eso precisamente lo que quería decirme.

-No, tranquilo, yo espero-contesté, sonriendo. Él me devolvió la sonrisa, pero con una sospechosa picardía, y salió de la cocina.

Oí cómo se dirigía al salón, cogía su mochila, la llevaba al dormitorio y cerraba la puerta, supongo que para desnudarse. Deliberadamente, cogí las botellas y las tiré al cubo de basura de debajo del fregadero, buscando desesperadamente algo en lo que ocuparme mientras Isaac se duchaba. Entonces, justo después de que él se metiese en el baño, cerrase la puerta y se empezase a escuchar el ruido del agua de la ducha, sonó mi móvil. Caminé hasta la sala, lo busqué en mi mochila y lo cogí.

Era mi padre.

-¿Qué tal, hijo? ¿Llegasteis bien a Alicante?

-Sí, papá. Pero, ¿por qué me llamas a estas horas? Son las dos de la mañana.

-Supuse que estarías de fiesta por ahí. Oye, ni se te ocurra beber alcohol, ¿eh?

-Descuida. Ahora estoy en el apartamento, con uno de mis amigos. Los demás se fueron a la disco, y nosotros dos somos menores, así que…

-Ah, me parece bien. ¿Te lo estás pasando bien? ¿Fuisteis a la playa?

-Sí, sí, de hecho fue lo primero que hicimos. Se está genial aquí, la verdad es que no quiero volver.

-Jajaja, ya. No te preocupes, que acabáis de llegar. Bueno, te dejo, que estoy cansadísimo. Te llamo el domingo. Cuídate.

Nos despedimos, y colgué. Me senté en el sofá, sintiéndome ansioso. Isaac me gustaba tanto… y me ponía a cien. Me mordí el labio, y me levanté. Seguía oyendo el agua, y me acerqué a la puerta, poniendo la mano en el picaporte, repentinamente tentado por entrar y meterme con él en la ducha.

Sin embargo, seguí allí, dividido, hasta que se cerró el grifo e Isaac salió, con el pelo azabache húmedo, una toalla enrollada a la cintura y con el pecho al descubierto. Ya había tenido el placer de contemplar sus brazos gruesos, sus abdominales perfectos y su pecho musculoso, pero aún así me quedé alelado unos segundos, mirándolo.

Él me sonrió divertido.

-Te iba a proponer antes que nos ducháramos juntos, pero es que la ducha es de esas enanas, cuadrada y con mampara.

Me ruboricé. No había duda, Isaac quería tema.

Entonces se aproximó tanto que pensé que me besaría, pero en el último segundo desvió sus labios intencionadamente hacia mi oreja, donde susurró:

-Te espero en el sofá-cama. Allí hay un colchón de matrimonio, y estaremos más cómodos.

Quince minutos después, salía limpio de la ducha, envuelto en la toalla que había usado Isaac. La olisqueé. Oh, Dios, olía a él. El agua a presión de la alcachofa me había relajado y calmado, pero aquel olor volvió a disparar mis hormonas y sentí cómo mi polla se ponía dura otra vez. Cogí mi neceser, me puse desodorante en las axilas y me cepillé los dientes, todo a la máxima velocidad. Estaba tan nervioso… ¡Íbamos a dormir juntos ! Pensé en Matías, Rodrigo y Álvaro. Cuando llegasen nos encontrarían a los dos en la misma cama, y adivinaba perfectamente lo que pensarían… Traté de ahuyentar esos pensamientos, puesto que en el dormitorio sólo había una litera y un colchón en el suelo, y que de todas formas a dos de los cinco que éramos no les quedaría más remedio que dormir en el sofá-cama.

No sabía si estaba preparado. Isaac no me podía dar más indirectas para que a mí me cupiese en la sesera que se moría de ganas de follar.

Pero estaba tan cachondo que no me lo pensé dos veces, y tras farfullar ``No seas cobarde´´ entre dientes, abrí la puerta y entré en el dormitorio. Me puse el pijama, sólo por si acaso, y me encaminé descalzo hacia el salón.

Todas las mochilas estaban ahora en el armario del dormitorio, y el sofá se hallaba desmontado. El amplio colchón plegable sobresalía de éste, e Isaac lo había cubierto con un cubrecama, una sábana y dos almohadones cuadrados.

Él estaba allí tumbado, con el torso desnudo y mirándome fijamente, pasándose la lengua por los labios carnosos y mordiéndose el inferior de vez en cuando, con picardía. Le contemplé unos instantes, embelesado, y entonces vi el sospechoso bulto que destacaba por debajo de la sábana blanca, y que Isaac tocaba deliberadamente con una mano, también bajo la tela, mientras que con la otra comenzaba a acariciarse el pecho moreno.

Me quedé allí clavado, como un poste, indeciso. Mis mejillas ardían, y un hormigueo extraño recorrió mi espina dorsal ante la visión de aquella escena tan tremendamente sexy. Mi primer instinto fue correr a su lado y arrancarle la sábana para descubrir lo que escondía ese paquete tan prometedor.

Me sentía… salvaje. A más no poder. Jamás en mi vida había sentido algo tan poderoso y tan fuerte. La débil barrera de la acostumbrada timidez se rompería de un momento a otro.

Y entonces, Isaac sonrió y me guiñó un ojo. Lentamente, sin decir una palabra, apartó la mano de su pecho y la extendió hacia mí, haciéndome gestos para que me acercase a él.

La barrera se rompió. Y caminé, paso a paso, hasta coger su mano. Mis dedos, indecisos, casi no tuvieron tiempo de apreciar la aspereza de su piel, pues los suyos me agarraron y tiraron de mí ligeramente. Yo me senté a su lado, e Isaac pasó un brazo por mi cintura, aproximando al mismo tiempo su boca a mi oreja y guiando mi mano hacia su bulto.

Cuando toqué la superficie suave y venosa de su polla por debajo de la sábana, casi me pareció estar viviendo un sueño. Sabía perfectamente lo que Isaac quería que hiciera, y cumplí sus deseos con mucho gusto. Con tanta torpeza como inexperiencia, acaricié con delicadeza el tronco, en movimiento ascendente, hasta llegar al glande, que chorreaba un líquido pegajoso (¿semen?).

-Agárrala-susurró en mi oído, cerrando mis dedos alrededor de su polla con la otra mano-. Cáscamela.

Nunca me había masturbado, pero sí conocía por rumores y por comentarios entre mi grupo de amigos la forma de hacerlo. Con un movimiento de bombeo, deslizando mi mano hacia arriba y hacia abajo, empecé a pajearle. Su polla aún seguía oculta debajo de la sábana, ahora húmeda y pringosa por el líquido, pero notaba su grosor y su longitud, que, por lo menos, triplicaban los de la mía.

Isaac gimió de placer, y su cabeza descendió a besos por mi oreja, mi mejilla, mi cuello, mi pecho y uno de mis pezones, en el cual se detuvo para chuparlo y mordisquearlo. Suspiré de gusto, y ensortijé los dedos de mi mano izquierda en su pelo, mientras que con la derecha seguía cascándosela, cada vez más rápido. Él gemía y gruñía sin dejar de excitarme y endurecerme el pezón, y yo jadeaba, creando unos sonidos que parecían hasta musicales. Aproveché para recorrer con la mano libre su cabeza, su espalda encorvada, sus anchos y amplios hombros… Realmente era un dios. Y yo tenía la gran suerte de, al menos en ese momento, tenerlo todo para mí.

De repente dejó mi pezón y se incorporó, bañado en sudor, y alejó su mano de mi espalda para apartar la sábana y descubrir su polla.

La contemplé, maravillado. Era enorme. Grandiosa. Mediría unos diecisiete centímetros, era morena, con el capullo rojo y chorreante, con el prepucio retrayéndose a cada instante gracias al meneo que yo le estaba dando. Era bastante más gruesa que la mía, y algunas venas surcaban el tronco. Una abundante mata de vello oscuro cubría su pubis y sus huevos, también grandes.

-¡Me corro!-jadeó Isaac, con los ojos cerrados-¡No pares! ¡Asíííí….Aaaaaaaahhh!

Uno no, sino tres chorros de semen blanco y espeso expulsó su polla, que aterrizaron sobre su pecho, el mío, la sábana y mi mano, que se detuvo. Entonces Isaac abrió los ojos, y una sonrisa radiante se dibujó en su hermoso rostro.