El atrapasueños (4)-Alicante Shore
El horrible abuso deja huella en Ángel, como es lógico, pero decide valientemente seguir haciendo vida normal e ir a Alicante con Isaac, que empieza a dejarle bastante claros sus sentimientos...
La puerta de los servicios se abrió y se cerró. Cinco segundos después, se volvió a abrir.
-¡…por eso tardaba tanto!-escuché la voz de Pablo. Cerré los ojos. Todavía no podía creer que me hubiera pasado aquello… ¡con el amigo de mi padre! Lo que me había hecho ese pervertido sin escrúpulos tenía que calificarse como una violación en toda regla. Sin embargo, no estaba seguro que desde fuera se viese así. Yo apenas había intentado defenderme, al menos al principio. Mi reacción no fue normal hasta que ya era demasiado tarde, cuando le mordí. ``No, Diego me violó, pensé, él es adulto y yo no. Se aprovechó de un menor de edad´´. Además, estaba demasiado aturdido en esos momentos.
Sentí la ligera presión de una mano sobre mi espalda. Yo todavía no me atrevía a abrir los ojos, ni tampoco a separarme del váter.
-Ángel, ¿cómo te encuentras? Diego me dijo que acabas de vomitar-preguntó mi padre, preocupado.
-Estoy bien-dije, con un hilo de voz-. Me sentó mal la Coca-cola, no sé por qué. Pero ya me encuentro mejor.
-Bueno, de todas formas, ¿quieres que volvamos a casa?
-Sí, por favor-supliqué, incorporándome lentamente. No tenía ninguna intención de quedarme cerca de ese asqueroso pedófilo por más tiempo.
Cuando todos pagaron la cuenta y salimos del bar, vi la perfecta expresión de preocupación, quizá exagerada, de Diego. ¿Cómo era capaz de comportarse de forma tan falsa, sin ningún atisbo de remordimiento, después de lo que me había hecho? Pensé que seguramente ésa no era su primera vez… A saber si las anteriores habrían sido peores. Prefería no imaginármelo siquiera.
Ya en casa, mi padre no tardó en percatarse de que algo me ocurría, pese a mis esfuerzos por evitarlo.
-Te veo raro. ¿Seguro que estás bien?
-Sí, papá-insistí-. Sólo estoy un poco mareado. No tiene importancia.
-A lo mejor cogiste una gastroenteritis, hijo. En verano, ese virus se propaga más fácilmente.
-Anda, no sabía que habías sido médico antes-bromeé, y me carcajeé, aunque la risa salió muy débil y forzada. Hasta yo me di cuenta.
La mirada de Pablo se volvió más severa, malinterpretando mi estado de ánimo.
-¿Lo ves? Estás enfermo. Ve a recostarte, hazme caso.
Comprobé que estaba confundiendo mi trauma post-violación por una enfermedad, lo cual era lógico. Ni en un millón de años mi padre sospecharía algo así de su mejor amigo.
Decidí hacerle caso, y me dormí enseguida.
A las tres de la mañana, me desperté gritando. No había tenido exactamente una pesadilla, fue simplemente el recuerdo en sueños de la cosa más horrible que me había pasado en toda mi vida hasta ese momento. Sentí como si lo hubiera revivido.
No era capaz de contárselo a mi padre. Sabía que en este tipo de situaciones lo correcto es decírselo a tus padres para que ellos lo denuncien a la policía.
Pero había tantos sentimientos al mismo tiempo en mi interior: vergüenza, indignación, rabia, tristeza, miedo, shock… y también la sensación de estar sucio. Tanto por dentro como por fuera.
Sólo quería olvidarlo. Hacerme creer a mí mismo y a los demás que nada de eso había sucedido.
Estuve el resto de la madrugada en vela. Necesitaba dormir, pero me resultaba imposible. Las imágenes, demasiado nítidas, del falo de Diego entrando y saliendo de mi boca, de su saliva en mi cuello… Me había lavado concienzudamente el cuerpo en la ducha, me había cepillado los dientes dos veces y había usado enjuague bucal, todo en un obsesivo intento de eliminar cualquier fluido, piel muerta o resto de aquel hombre.
A las siete me cansé de dar vueltas en la cama, y decidí levantarme. Aún en pijama, entré en el baño y contemplé mi reflejo en el espejo. No tenía buen aspecto, tal como esperaba. Unas profundas ojeras me marcaban el rostro por debajo de los ojos, y estaba más pálido de lo normal, si es que eso era posible.
Atravesé el pasillo caminando como un zombi y me derrumbé sobre el sofá del salón. Me encontraba a punto de apretar el botón del mando a distancia para encender la tele, cuando entró mi padre, ya vestido de traje y con su maletín en la mano, listo para ir al trabajo.
-¿Cómo te sientes hoy, hijo?
-Mucho mejor-no iba a conseguir engañarle, pero traté de poner un tono de voz alto y claro y una sonrisa aceptable.
Por su expresión, comprobé que no me creía. Sin embargo, lo fingió.
-Estupendo, supongo que entonces no cancelarás tus planes. ¿A qué hora te irás?
Le miré, confuso.
-¿Irme? ¿A dónde?
-¿No te ibas hoy a Alicante con tus amigos?
La imagen de Isaac inundó mi mente de manera automática. Presa de los nervios, miré mi reloj. Tan sólo eran las siete y cuatro minutos.
-¡Oh, sí! Me iré a las nueve y media-contesté, apagando el televisor y levantándome con unas prisas totalmente ilógicas, pues tenía tiempo de sobra.
-¿Te habías olvidado? Pero qué despistado eres, hijo…-se extrañó Pablo, mientras yo salía disparado hacia mi dormitorio.
Abrí mi armario y me puse lo primero que encontré, una camiseta con un estampado de Nueva York, unas bermudas y mis Converse All Star blancas. Agarré la maleta y volví al salón, apurado sin ningún motivo. Terminé por reconocer que estaba ansioso por ver a Isaac. El calor y mi estado de ánimo cubrieron mi frente y mi espalda de sudor y el pulso se me puso por las nubes.
Al pasar por el recibidor, Pablo me vio y se volvió, con la mano en el picaporte de la puerta. Parecía acordarse de que yo ya no estaría en casa cuando él volviese. Me abrazó, dándome unas palmaditas en la espalda.
-Pásatelo bien, Ángel. Lo tienes todo, ¿verdad? Ya sabes, el dinero… Me imagino que te vendrán a buscar en el coche.
-Sí, papá, no te preocupes.
-Dormiréis en el apartamento del primo de tu amigo ¿no?-sin dejarme tiempo para contestar, siguió hablando cada vez más rápido-Y supongo que comeréis fuera… Creo que no te he dado suficiente dinero, aquí tienes más-acto seguido, sacó de su cartera un billete de cincuenta euros-Sé que eres responsable, por lo tanto no harás ninguna locura y usarás bien estos billetes. Sobre todo, no los pierdas, ¿entendido?
-Entendido.
Pablo se carcajeó de mi actitud condescendiente.
-Bueno, no tengo nada más que decirte. Cuídate y llámame si necesitas algo, cualquier cosa.
-Claro. Adiós, papá-nos separamos, y Pablo se marchó.
En cuanto me quedé solo, el recuerdo de la traumática experiencia del día anterior no tardó en volverse demasiado nítido. Encendí la tele de nuevo, lo único que se me ocurrió para dejar de pensar, pero no conseguí concentrarme en nada de lo que se emitía en la pantalla.
Las dos horas y media de espera se me hicieron eternas. Por eso, cuando sonó el timbre del telefonillo, prácticamente salté del sofá, tras apagar el televisor. Corrí a descolgar el auricular con la maleta en la mano.
-¿Sí?
-Hola, Ángel. ¿Bajas?
El sonido de su voz, aunque distorsionado por el telefonillo y mezclado con los ruidos de la calle, provocó que mi corazón latiera enloquecido y que un escalofrío de placer recorriera mi espina dorsal. Me percaté enseguida de lo graciosas y ridículas que eran mis reacciones. Igualitas que las de las heroínas de las telenovelas cuando se encuentran a escondidas con sus amantes clandestinos.
Mis ilusiones debían ser vanas. El apocado, atontado, tímido e insignificante Ángel… ¿podría despertar interés en el guapísimo, popular y extrovertido Isaac?
No, Angelito. No seas iluso. Sólo pretende jugar contigo, replicaba una vocecilla en mi interior.
Probablemente era así. La realidad es dura a veces, pero hay que aceptarla.
Sin embargo, yo en esos momentos sentía mi cuerpo dominado por las hormonas.
-¡Claro! ¡Ahora voy!-gorjeé.
Tres minutos después, me encontraba abriendo la puerta del portal. Isaac me esperaba fuera. Admiré su pelo negro azabache, brillante al sol, y los ojos, tan rasgados que parecían rendijas, observándome fijamente. Su rostro curtido y sudoroso revelaba algunos indicios de vello en la parte del bigote, en la mandíbula y en las patillas. Mi mirada bajó por su cuello, donde destacaba la prominente nuez, por el torso musculoso cubierto por una fina camiseta sin mangas, por sus piernas velludas enfundadas en unas bermudas hawaianas y, finalmente, sus Vans negras y azules.
-Parece que me comes con los ojos. Ya sé que estoy bueno-dijo, echándose a reír. Bajé la mirada, avergonzado, quedando como un bobo. Sólo faltaba que me pusiera a babear.
Mientras caminábamos, intentó darme conversación, percatándose de mi mudez.
-Estoy deseando ver el mar. Cuando vivía en Lima, mi casa estaba justo enfrente de la playa, y podía ir allí todos los días. Era genial.
-Me imagino. Yo siempre viví aquí, y una de las pocas veces que más cerca del mar estuve fue hace seis años, en la casa de mis abuelos en Galicia.
-¿Te gusta el mar?
-Me encanta. ¿Y a ti?
-También. Sabrás nadar, entonces.
-Claro. Cuando lleguemos a Alicante, supongo que dejaremos las cosas en el piso y bajaremos a la playa ¿no?
-Eso ni se pregunta, jeje. Me estoy muriendo de calor-entonces, me miró. Su expresión me desconcertó, y provocó que mi corazón se desbocara. Creí ver deseo en su rostro, y entendí el doble sentido de sus palabras.
Cuando llegamos a la casa, un chalet con garaje, en el cual estaba aparcada una furgoneta, Isaac me presentó a su primo, Rodrigo. Se parecían mucho, aunque, obviamente, Rodrigo parecía mayor. Los amigos de éste se llamaban Álvaro y Matías, ambos de complexión media. El primero tendría unos veinte años, lucía un abundante pelo rizado oscuro y ojos marrones. El segundo contaría con dieciocho años, rubio, de ojos verdes. Todos iban vestidos para ir a la playa.
Rodrigo cogió la ruta más corta, pero aún así las casi cuatro horas de viaje se me hicieron un poco largas. Por otro lado, me sentía muy bien cerca de Isaac, que había querido sentarse en el asiento trasero, el del medio, Matías a su izquierda y yo a su derecha. Álvaro iba de copiloto.
Estuve casi todo el viaje mirando por la ventana, aunque a veces me unía a las conversaciones. Isaac rozaba discretamente su pierna con la mía, y un par de veces su mano con mi dorso. El tacto áspero pero caliente de su palma y la rugosidad del vello de su pierna eran muy agradables, pero me empecé a poner palote . Incómodo, trataba de apartarme en aquel espacio tan reducido, pero él no parecía darse cuenta. Charlaba animado con los demás mientras me tocaba, de tal forma que realmente sus movimientos aparentaban ser casuales. Estuve en ese estado casi todo el viaje, aunque por suerte el tamaño de mi polla, por una vez, ayudaba. El bulto de mi entrepierna era minúsculo.
El paisaje rural al que estaba acostumbrado empezó a cambiar por urbano. Horas después, seguía siendo una ciudad, pero costera. Por fin, vi el mar.
La superficie de un azul perfecto parecía infinita, aunque se perdía en el horizonte. Era inmenso, seguramente más que la enorme extensión de gente que se amontonaba en las playas. Finalmente, Rodrigo detuvo la furgoneta enfrente de un bloque de edificios, y gritó:
-¡Alicante Shore, tíos! ¡Venga, vamos a armarla!-soltó un alarido, exactamente igual al de Tarzán, para ser secundado por Isaac, Álvaro y Matías.
-Es algo que hacemos en nuestro grupo, cuando vamos de fiesta por ahí-me explicó Isaac, sonriendo. Yo le lancé una mirada, en plan ``menudos salvajes´´, y él se desternilló de risa.
El apartamento era bastante pequeño. Contaba con cuatro habitaciones: un salón comedor, una cocina diminuta, un baño aún más pequeño y un dormitorio. Rápidamente, dejamos nuestro equipaje amontonado en el sofá y nos apresuramos a prepararnos. Nos turnamos para usar el baño, y cuando me tocó a mí aproveché para ponerme un bañador estampado, cambiarme de camiseta y calzarme con unas chanclas. Entonces me di cuenta de que se me había olvidado en casa la mochila, para llevar las cosas a la playa, pero Isaac se ofreció a llevarme la toalla, la crema solar y la cartera con el dinero en la suya.
De camino a la playa (sólo tuvimos que cruzar el paso de peatones), me preocupé por que se notase demasiado mi repentina afinidad con Isaac. Recordé que él me había dicho que tampoco había salido del armario, por lo que su primo y sus amigos no debían saber nada. Me pregunté si se darían cuenta de la forma en la que Isaac me miraba. A esas alturas, yo ya tenía claro que le gustaba a Isaac, fuera al nivel que fuera.
Mis pensamientos se interrumpieron por la maravillosa visión del agua, a tan sólo unos metros. Me desinhibí en un instante, mientras colocábamos las mochilas y las toallas de cualquier forma y corrimos hacia la orilla, centrados solamente en divertirnos.
El agua salada estaba fresca, lo que agradecí con creces.
La tarde pasó rapidísimo. Hicimos carreras hasta las boyas que limitaban la zona para bañarse, ahogadillas, jugamos al fútbol en la orilla con un balón que había traído Matías, comimos unos bocadillos en el chiringuito, jugamos a tirarnos al agua unos a otros, yo sentado en los hombros de Isaac y Matías en los de Álvaro, mientras Rodrigo ligaba con una tía en la orilla, hicimos snorkel con gafas y tubos respiradores de Álvaro, alquilamos barcas de pedales…
Hacía muchísimo tiempo que no me lo pasaba tan bien.
Recogimos todo y nos marchamos a las diez y media de la noche. Rodrigo había quedado con la chica que había conocido en una discoteca, y nos propuso a todos que nos duchásemos y nos cambiásemos en el apartamento y que fuéramos para allá. Isaac y yo éramos menores de edad, por lo que no podríamos entrar.
-Yo a ti ya sabes que te puedo colar sin problema-le aseguró Rodrigo a Isaac-. De ti, me temo que no puedo decir lo mismo-me dijo con condescendencia, volviéndose hacia mí.