El atrapasueños (3)-Rompiendo el hielo

Isaac y Ángel se van conociendo, y éste último, aunque no se de cuenta todavía, va perdiendo la timidez con él. Sin embargo,sucede un imprevisto...

Me desperté jadeando, bañado en sudor. Escruté en la oscuridad y poco a poco comencé a distinguir los familiares contornos y muebles de mi dormitorio. Me encontraba en mi cama, y las sábanas estaban mojadas. Las aparté a un lado y me volví a tumbar, suspirando de alivio. Qué sueño tan raro… No estaba seguro de poder catalogarlo como pesadilla.

Miré el reloj despertador de la mesilla de noche. Los números digitales fluorescentes marcaban las cinco y veintitrés minutos de la madrugada. Ya faltaba poco para que amaneciera, y consideré que no me valía la pena intentar conciliar el sueño de nuevo. Tampoco creía que fuera a ser capaz.

Hacía un calor realmente agobiante, y eso que la ventana permanecía abierta de par en par. Me levanté y caminé descalzo hasta el alféizar. Esa noche no se veían las estrellas en el cielo nocturno, por eso estaba negro como boca de lobo. Esta última palabra provocó el recuerdo de las, ahora difusas, imágenes de mi sueño. En ese momento no se me ocurrió de dónde podía haber sacado mi cerebro el material para montar una película como aquella mientras yo dormía.

El aire de la calle estaba casi a la misma temperatura que el de mi cuarto, y decidí que lo mejor que podía hacer era ir a la cocina a por un vaso de agua y luego hacer algo para matar el tiempo mientras amanecía. Salí al pasillo, tratando de hacer el menor ruido posible para no despertar a mi padre.

Pablo se levantó a las siete, y, como era lógico, se sorprendió bastante de verme despierto a esas horas. Yo le expliqué que había tenido un sueño muy raro y que me había desvelado.

Por fin, mientras desayunábamos en la cocina, me acordé de que todos los veranos, desde que la familia de Isaac se había mudado a Las Nieves, dos mujeres instalaban un pequeño puesto en las ferias que se organizaban. Por su edad, suponía que eran la madre y la abuela de Isaac. Ambas tenían marcados rasgos peruanos, y algunas veces él estaba allí, ayudándolas. Nunca les había comprado nada, pero siempre me fascinaron sus productos artesanales: paisajes campestres bordados, muñecas... y atrapasueños. Consistían en aros de madera, con una red floja en su interior y decorados con plumas. Todo parecía hecho a mano. Por alguna razón, los atrapasueños eran los objetos que más me gustaban del puesto. A causa de mi timidez, nunca me había animado a comprar uno. Mi lectura en Internet de la leyenda nativa sobre esos aros seguramente había producido el sueño.

Le estuve dando vueltas toda la mañana a aquello. ¿Por qué me importaba tanto? Quizá Isaac era el causante. El hecho de que hubiese soñado con él dificultaba más mis intentos de sacármelo de la cabeza.

Mi padre se fue a trabajar, y yo decidí ir a andar un rato en bici. No me podía quedar en casa con el buen tiempo que hacía fuera. Después de vestirme, fui al trastero a sacar mi bicicleta amarilla y negra, de la marca Botecchia , y me puse a dar vueltas por el barrio. A las once y media, oí el timbre en mi bolsillo que me avisaba de que me habían enviado un mensaje de Whatsapp. Ya estaba cerca del parque donde había estado con Isaac el día anterior; paré allí y saqué mi móvil. `` ¡Hablando del rey de Roma!´´, pensé.

Isaac: ¿Te dejan venir con nosotros?

Yo: Sí (: ¿A qué hora quedamos mañana, entonces?

Había comprobado con satisfacción la fecha de ese día, jueves.

Isaac: ¡Es verdad, ya nos vamos mañana! Joder, en verano es que no sé en qué día vivo, jajaja (: Quedamos todos en la casa de mi primo a las diez. Si quieres, yo te voy a buscar un poco antes.

Yo: OK. ¿A las nueve y media?

Isaac: Vale, pero espero que no se te peguen las sábanas, jeje (: ¿Ya has hecho la maleta?

Yo: No, la prepararé más tarde. ¿Tú?

Isaac: Sí. Acuérdate de llevar cremita para el sol, que con lo blanquito que eres… XDD

Yo: Qué remedio, yo nunca me he podido tostar y quedarme como tú  ):  Me das una envidia...

Isaac: Pues haces mal en envidiarme, porque tienes una piel tan perfecta… Parece de porcelana. Me encantaría tocarla, seguro que es más suave... :$

¿Estaba intentando ligar conmigo? ¿O me tomaba el pelo? Me carcajeé, pensando que seguramente Isaac pretendía lo segundo.

Yo: Pues en la playa te dejaré que me eches crema (;

¿ Yo acababa de escribir eso ? ¿En serio? Estaba completamente seguro de que si estuviéramos hablando cara a cara no sería capaz de decir semejante cosa. ``Tampoco es para tanto´´, me dije, tratando de convencerme de ello en vano.

Isaac: Jajajaja, lo haré encantado (;

Me sonrojé, cómo no. Menudo pringado estaba hecho.

Isaac: Bueno, tío, que me tengo que pirar. ¿Tu casa está en el edificio nº 147 de la calle Palacios, verdad?

Yo: Sí. Nos vemos ahí mañana, ¿ok?

Isaac: Ok, ¡chao!

Me metí el móvil en el bolsillo, me subí a la bici y seguí dando vueltas y vueltas por el pueblo. Reconocía que me moría de ganas de ir a Alicante con Isaac y con sus amigos. Con un poco de suerte, hasta dormíamos en la misma habitación y todo. Se me aceleró el pulso de la expectación.

Poco después, volví a casa, me duché y vi la tele hasta que llegó mi padre, y comí con él lo que había sobrado del día anterior. Luego me dispuse a hacer la maleta: metí tres camisetas, unas bermudas que me llegaban hasta las rodillas, dos bañadores de la misma longitud con estampados, crema solar, la cartera con los veinte euros que me había dado Pablo, ropa interior, calcetines, mis chanclas, una toalla, mi pijama y una sudadera con capucha por si acaso.

Cuando acabé, eran las cinco menos cuarto. Tenía libre una larguísima tarde antes del viaje. Me devané los sesos para que se me ocurriese algo para aprovechar el tiempo mientras chateaba distraídamente con unos amigos. Minutos después, Pablo entró en mi dormitorio, en el que yo estaba espatarrado encima de la cama.

-¡Arriba, Ángel! ¡Hace un día demasiado bueno para que estemos aquí encerrados! ¿Ya lo tienes todo listo para mañana?

-Sí, sí, no te preocupes. Pero, ¿qué podemos hacer, papá? Me aburro como una ostra.

-He quedado con unos amigos del trabajo para echar unos partidillos en el descampado. Allí hay bastante sombra, si nos achicharramos mucho al sol nos pondremos en la zona de los árboles. ¿Te animas a venir?

Una de mis grandes aficiones era el fútbol. Jugaba como cadete en el Ramos F.C., el equipo juvenil de Las Nieves. El nombre no resultaba muy original, constituía el apellido de nuestro entrenador, aunque claro, él no tenía parentesco alguno con el famoso jugador de la selección. En verano nos daban vacaciones en el club, igual que en el instituto, por lo que no había partidos ni entrenamientos y yo poseía aún más tiempo libre, lo que significaba más aburrimiento.

-¿Unos… partidos? ¿De fútbol?-balbuceé, atónito. Siempre había dado por hecho que a mi padre no le gustaban los deportes, o al menos, que se le daban mal.

-¡Claro! ¿Por qué te sorprendes tanto?

-Es que… papá, no tenía ni idea de que jugabas al fútbol. Es la primera vez que me pides esto, y nunca te vi en un partido ni nada parecido.

-Eso es cierto. Para serte sincero, hace bastante tiempo que no practico, pero cuando era más joven solía jugar con mis amigos. No te lo conté porque últimamente tengo mucho trabajo en la fábrica, y ahora te veo tan aburrido… Además, así pasaremos aunque sea un rato juntos-me sonrió.

-Bueno, pues no se hable más. Espérame, que ahora me cambio y vamos-le dije, devolviéndole la sonrisa.

Pablo llevaba una camiseta de manga corta, unos pantalones también cortos y unos tenis de fútbol, con tacos en las suelas, que no había visto nunca en su armario. No era la ropa que solía usar, y la verdad es que le favorecía.

Me apresuré a ponerme un atuendo parecido, y Pablo y yo nos fuimos en su Dacia azul oscuro hasta el descampado que quedaba detrás de una casa abandonada en las afueras del pueblo. Allí nos esperaban dos hombres, de unos cuarenta años. Uno estaba en muy buena forma física, ya que se le marcaban grandes músculos en el pecho por debajo de su camiseta, y sus enormes bíceps eran impresionantes. Su cabeza permanecía completamente rapada, y sus pobladas cejas se fruncían mientras sus penetrantes ojos castaños me observaban fijamente, de una forma que me hizo sentir incómodo al instante. Me enteré de que se llamaba Diego. El otro hombre se llamaba José, su complexión era similar a la de Pablo. Los ojos verdes y el pelo negro le daban una apariencia muy atractiva.

Comenzamos a jugar un partido con mi balón, mi padre y yo contra Diego y José. Comprobé, realmente impresionado, que Pablo era muy bueno: los años que llevaba sin practicar no le habían borrado de la memoria todos los ingeniosos trucos que sabía; ya había visto jugadores muy experimentados usarlos. Pablo les arrebataba la pelota a nuestros contrincantes con agilidad y corría como un gamo hasta marcar un gol en la portería, formada en este caso por dos árboles.

Mi padre y yo ganamos, cinco-cuatro, con el último punto ganado por Pablo. Por supuesto, había sido un partido amistoso, y decidimos invitar a Diego y a José a tomar algo a un bar cercano para celebrarlo. Además, todos estábamos sedientos.

Mientras Pablo y yo nos desplazábamos en su coche al lugar de encuentro, recordé la extraña y penetrante mirada de Diego, que se mantuvo durante casi todo el partido. Como es natural, me dio bastante mala espina, pero decidí convencerme de que eran imaginaciones mías y dejarlo estar. Al fin y al cabo, yo no había hecho nada que le molestase…

Cuando llegamos, los tres hombres pidieron unas cervezas, y yo, una Coca-Cola. Charlamos animadamente mientras bebíamos, y yo olvidé el tema de la mirada. Poco después me excusé para ir al servicio, y me dispuse a mear en un urinario tranquilamente.

Entonces, entró Diego. Observé por el rabillo del ojo cómo caminaba lentamente hasta el urinario que se encontraba justo a mi lado. Se bajó la cremallera de la bragueta de los vaqueros, y yo desvié rápidamente la vista. Aún así, sentí sus ojos clavados en mí mientras se oían resonar los dos chorros en las superficies lisas de los urinarios.

-¿Qué? ¿Crees que no me di cuenta de que me querías mirar la polla?-espetó de repente. Su voz ronca me sobresaltó, y di un respingo.

Durante cinco largos segundos, me quedé lívido. En ese instante, uno de mis muchos instantes de ingenuidad, no adiviné ni por asomo las intenciones de aquel hombre, pero el instinto me avisaba de que corría peligro si no me marchaba de allí. Sin contestarle, me subí la cremallera con manos temblorosas y me dirigí hacia la puerta prácticamente corriendo.

Pero Diego fue más rápido, y se plantó delante de mí, taladrándome con esa mirada que me helaba la sangre. No logré identificar en sus ojos lo que pretendía, nunca nadie me había mirado de esa manera.

-¿Adónde te crees que vas, niño?-masculló. Horrorizado, comprobé que en ese momento estábamos solos en el baño público. Sin embargo, Diego mantenía su voz lo bastante baja para que nadie de fuera le escuchara.

-Merezco al menos un premio de consolación por haber perdido, ¿no te parece?-continuó, acercándose a mí. Se dibujó en su cara una espantosa sonrisa, y me acabó acorralando contra la pared. Yo ni siquiera me atreví a forcejear contra su cuerpo para huir. Viendo sus músculos, y la consiguiente fuerza, sabía que sería inútil. No tenía escapatoria.

Colocó un brazo a cada lado, junto a mis hombros.

-Tranquilo, Ángel, no te voy a hacer daño. Sólo quiero divertirme un poco, y sé que tú también-acercó su rostro al mío, y yo traté de pegarme aún más contra la pared. Al contrario que su cabeza afeitada, sus mejillas, la zona del bigote, su mentón y su mandíbula estaban cubiertos de una barba oscura de tres días-. Te acabará gustando esto, ya verás.

Su aliento a tabaco mezclado con olor a cerveza me produjo una mueca de asco. Cerré los ojos cuando aproximó su boca a mi cuello y lo besó, pinchándome con la barba, y agarrándome el pelo con una mano, para luego bajarla hasta mis nalgas. Comencé a sentir que me devoraba la delicada piel del cuello, mientras que con la otra mano me aferraba por la nuca. Diego era bastante más alto que yo, mediría uno noventa, por lo que mi cabeza le llegaría al pecho si él no se agachase. Jadeé, e intenté empujarlo poniendo las manos en su pecho musculoso. Fue en vano. Proferí un grito ahogado cuando me mordisqueó, y me tapó la boca a toda pastilla con una mano. Resultaba totalmente innecesario, porque no era capaz de pedir auxilio. No me salía la voz.

-Ni se te ocurra-susurró-, o te arrepentirás de haber nacido.

Mientras seguía besando y lamiendo mi cuello, que ya se encontraba cubierto de su asquerosa saliva, me percaté de los repetidos e insistidos movimientos de restriego de su polla, dura y situada fuera de su bragueta, contra mi entrepierna. Me levantó en peso con las dos manos por mis nalgas para facilitarse a él mismo la tarea. Entonces sentí algo que nunca había sentido antes: un gustito en la zona que Diego restregaba con tanto ahínco, que provocó el endurecimiento de mi polla. Comprobé con repulsión que sus movimientos me estaban excitando.

De repente, Diego se rió y me levantó del todo, colocando mis piernas alrededor de su cintura, de manera que yo tuve que agarrarme a él para no caerme. Me llevó en esa postura hasta una de las cabinas, le pasó el pestillo a la puerta y me sentó en la tapa del váter. Yo temblaba como una hoja, y tenía ganas de llorar, pero sentía los ojos secos.

-Ahora conocerás el sabor de un macho de verdad-dijo, mientras se desabrochaba los pantalones y se bajaba el bóxer, dejándome ver un grueso pene de veinte centímetros, circuncidado, en medio de una mata de oscuro y abundante vello que le cubría el pubis y los testículos, también grandes. Cubrió en dos zancadas el reducido espacio que había entre nosotros, y colocó su polla delante de mi cara. Olí asqueado la esencia a orina que despedía su glande rosado.

-Venga, abre la boca. Imagínate que es un chupa-chups -me animó en tono amistoso. Traté de apartarme, pero él me agarró la cabeza y me la metió a la fuerza. Me impactó un ligero sabor a orina, y la sensación de estar con un dedo dentro de la boca, pero grueso y surcado de venas. Diego comenzó a hacer un movimiento de bombeo con la pelvis, hacia delante y hacia atrás, metiendo y sacando su polla de mi boca. También hacía lo mismo con mi cabeza, intentando que me cupiera todo su pene en la boca, lo cual era imposible. Pero él seguía, jadeando cada vez más fuerte, y gruñendo de satisfacción.

-Mmm, qué boquita tienes, Angelito… así, así, aaaah…

Su glande empezó a tocar la campanilla de mi garganta y a provocarme arcadas. Empleé toda mi fuerza para sacarme aquella cosa gigante de la boca, golpeándole a Diego en los brazos y en las piernas con los puños. Él me sujetaba la cabeza con mucha fuerza, y yo no conseguía liberarme. Entonces, le mordí, aún sabiendo que eso me acarrearía una bofetada como mínimo.

-¡Hijo de puta! ¡Ay!-exclamó en voz baja, conteniéndose para no gritar. Extrajo inmediatamente su polla de mi boca, y tuve suerte de que no me pegara. Se apartó y dejó de sujetarme, y yo aproveché para levantarme, subir la tapa y vomitar violentamente en el váter. Escuché cómo Diego se vestía y salía de la cabina a toda pastilla. Yo estaba tan mareado en ese momento que no pude preguntarme qué estaba ocurriendo.