El atrapasueños 2. El sueño

Después del encuentro entre Isaac y Ángel, nuevos acontecimientos provocarán que ese día se salga completamente de lo cotidiano.

El atrapasueños 2. El sueño

Nada más subir a mi piso del edificio nº 147 de la calle Palacios, sentí la necesidad de darme una ducha. Estaba bañado en sudor, y el pelo y la ropa se me pegaban a la piel de una manera muy desagradable. Tras quitarme las prendas en mi dormitorio, atravesé desnudo el pasillo hasta llegar al cuarto de baño, ya que estaba solo; siempre me había dado vergüenza permanecer desnudo delante de mi padre, aunque sabía que, a pesar de que Pablo era de mi familia y le conocía de toda la vida, me sentiría incómodo en presencia de cualquier otra persona. Era demasiado pudoroso.

Abrí el grifo de la bañera y, antes de meterme, contemplé mi imagen en el espejo. Me costaba creer que yo le pareciese realmente atractivo a Isaac: nunca me había gustado mi apariencia infantil, de niño bueno. Mi pelo era liso, corto y rubio, con un flequillo cubriéndome la frente. Mis ojos azules quedaban enmarcados por un rostro pálido, ligeramente sonrosado, y de rasgos suaves. Los músculos de mi cuerpo, delgado y esbelto, no estaban nada marcados en comparación con los de Isaac, aunque él era un año mayor que yo. El poco vello corporal que poseía, de un color muy claro, permanecía en las axilas, en el pubis y en los huevos, y en las piernas era prácticamente inexistente. En cuanto a mi polla, apenas había crecido desde que había entrado en la pubertad; medía, aproximadamente, diez centímetros.

En conjunto, era bastante atractivo, pero siempre me decían que aparentaba menos edad de la que tenía. Nunca hubiera imaginado que un hombre hecho y derecho como Isaac (al menos en apariencia) se fuera a fijar en un crío como yo.

Papá me había contado que mamá había elegido mi nombre, Ángel, porque me parecía mucho a un querubín celestial. No guardaba ningún recuerdo de ella: había muerto cuando yo contaba con un año de vida, a causa de un cáncer de mama que padecía desde antes de haberme engendrado. Por supuesto, papá me había enseñado fotos de mi madre, Carolina: tenía el pelo oscuro y la piel clara, y sus ojos, azules, como los míos; además, era muy guapa.

Obviamente, Pablo se había encargado de criarme, aunque últimamente apenas pasábamos tiempo juntos debido a su nuevo empleo de jefe de una fábrica de electrodomésticos, que quedaba en una ciudad a quince kilómetros del pueblo.

Por fin, me metí en la bañera y agradecí el contacto del agua fría en mi piel sudorosa. Me lavé el pelo y el cuerpo rápidamente, y luego estuve un rato debajo de la alcachofa, pensando en mi encuentro con Isaac y su insólita confesión. Me había sorprendido mucho en un principio, pero ahora me sentía halagado. Estaba buenísimo, y además parecía simpático, no un malote chulo y prepotente que quería darme una paliza. Las apariencias engañan.

La verdad es que era genial haber conocido a un tío gay en Las Nieves, un pueblo bonito pero con pocos habitantes. Me pregunté si volveríamos a quedar; entonces me acordé de que no nos habíamos dado los números de móvil para el Whatsapp. No importaba, ya le buscaría en Tuenti.

Cuando salí de la ducha, me sequé con la toalla y me vestí, eran las dos menos cuarto. Me dispuse a preparar la comida de ese día, que serían albóndigas y una ensalada como acompañamiento. Debido a la cantidad de horas laborales de mi padre, era yo el que se encargaba normalmente de realizar las tareas domésticas, lo cual me resultó especialmente agobiante el curso anterior, ya que tenía que repartir el tiempo para los deberes, el instituto, estudiar para los exámenes, limpiar, cocinar… Lo cierto es que no sabía cómo me las había apañado para aprobar todas las asignaturas de tercero de la ESO, el curso más difícil de secundaria, en esas circunstancias. Bueno, por un lado yo siempre había sido buen estudiante, y por otro, estaba acostumbrado a limpiar el apartamento y a prácticamente mantenernos a papá y a mí, ya que él solía cocinar sólo los fines de semana.

Cuando acabé, eran ya las tres, y oí desde la cocina cómo se abría la puerta y entraba Pablo, mi padre.

-¡Hola, Ángel! ¡Mmm, qué bien huele!

-Hola, papá, gracias. Hoy hice albóndigas con ensalada, espero que te guste.

-Seguro que sí-entró en la cocina, quitándose la chaqueta de traje negra que llevaba y aflojándose la corbata. Pablo era un hombre de treinta y ocho años apuesto, de piel ni muy morena ni muy pálida. Su pelo, rubio, del mismo tono que el mío, y los ojos, verdes. Era de constitución normal, nunca practicado deporte, pero a pesar de no tener músculos de gimnasio su atractivo innato atraía a muchas empleadas de la fábrica; las miles de llamadas que recibía a menudo de ellas, invitándole a salir y cosas por el estilo, así lo demostraba. Pablo no se interesaba por ninguna más que por simple amistad y compañerismo, y yo sabía la causa: aún no se había recuperado de la muerte de mamá.

Pablo dejó la chaqueta y la corbata sobre el respaldo de una silla y se sentó en ella mientras yo cogía la cazuela de las albóndigas y la ponía encima de la mesa.

-¡Vaya, tengo un hambre…!-exclamó él sonriendo. Yo le devolví la sonrisa y procedí a servirle la comida a él y después a mí. Comimos tranquilamente, charlando sobre temas intrascendentes, hasta que me preguntó lo que había hecho aquella mañana.

-Bueno, salí a dar una vuelta, escuché música… Luego volví, hice la comida… Estuve bastante aburrido-dije. Todo era cierto. Había desechado rápidamente la idea de mentirle a Pablo, recordando lo mal que se me daba hacerlo y lo rápido que él me pillaba siempre. Lo más fácil era, simplemente, omitir parte de la información.

-Vaya, Ángel, qué pena que todos tus amigos se hayan marchado de vacaciones... De verdad que siento que estés tan solo. Últimamente no podemos pasar mucho tiempo juntos-se lamentó Pablo. De repente, su expresión se había ensombrecido. Miraba fijamente el plato y sus labios fruncidos conferían a su rostro una apariencia tan desconsolada que me entraron ganas de llorar como un crío.

-Papá, no te preocupes. Sé que no es por tu culpa. Quiero decir, el trabajo te tiene muy ocupado y…

-He estado pensando en llevarte a la casa de la abuela, a Galicia-me interrumpió-. Allí podrías ir a la playa y pasar el verano. Te divertirías mucho, estarías con tus primos… Si quieres, vamos este fin de semana, el lunes vuelvo para aquí y te voy a buscar en septiembre.

En cuanto entendí el significado de aquellas palabras apresuradas y atropelladas, me animé enseguida. Me había resignado a la aburrida rutina que llevaba manteniendo desde que se habían acabado las clases, y esa inesperada salida parecía prometedora: playa de día, salir con mis primos por la noche…

Entonces me percaté de algo que interrumpió bruscamente mis pensamientos.

-Me parece una buenísima idea-dije-, pero ¿quién cocinará aquí, papá? Porque estoy seguro de que tú no sabes.

Pablo se rió, pero pude comprobar por el ligero rubor de sus mejillas que estaba avergonzado.

-La vecina del primero, la señora Isabel, puede subir a prepararme algo. Ya sabes lo amable que es, no creo que tenga ningún problema en hacerlo.

En ese caso yo podía marcharme con la conciencia tranquila. Sin embargo, me acordé de Isaac. Él me había dicho que ya nos veríamos, lo que significaba que quería que quedáramos otro día. Tampoco estaba seguro de que hablase de coña o en serio, pero de cualquier modo yo no le podría ver en tres meses si decidía irme a Galicia.

-Bueno, déjame pensarlo un poco, ¿vale?

-Vale, hijo, como quieras.

Después de eso, seguimos hablando de otras cosas sin mucha importancia hasta que acabamos de comer. Recogí la mesa, metí los platos, los vasos y los cubiertos sucios en el lavavajillas y me senté un rato con mi padre en el sofá del salón. Él encendió la tele y yo me conecté al Tuenti desde el ordenador portátil. Me fijé en que tenía una solicitud de amistad; era de Isaac Torres Díaz. Lo reconocí al ver su foto de perfil, en la que salía él con el torso desnudo, con su piel morena y sus músculos marcados en los brazos y en los abdominales. Llevaba el pelo peinado de punta con gomina y sujetaba un móvil, se notaba que le había hecho una foto a su reflejo en un espejo. Sacaba la lengua y guiñaba un ojo; una expresión de malote total, aunque eso sólo provocaba que estuviese más bueno todavía. Me mordí el labio inferior casi inconscientemente mientras aceptaba la solicitud. ``¡Qué rápido se ha puesto a buscarme!, pensé, Le debo interesar realmente… Pero quién sabe, a lo mejor me quiere gastar una broma, hacerme creer que le gusto. ¡Si yo a sus ojos soy un niño…!´´

Sí, yo siempre había tenido una opinión pesimista de mí mismo.

Apenas había comenzado a cotillear en su perfil cuando me habló por el chat.

Isaac: ¡Hola, guapo! J

Yo: Hola, ¿qué tal?

Isaac: Buah, ahora genial :$, ¿y tú?

Yo: Bueno… bien.

¿Para qué porras ponía el ``bueno´´?

Isaac: Hey, ¿y ese ``bueno´´? :S

Suspiré. Decidí contárselo, para ver cómo reaccionaba.

Yo: Es que mi padre me acaba de proponer llevarme a la casa de mi abuela, a Galicia, para pasar el verano.

Isaac: Ah, guay J. Allí hay playita, ¿no?

¿Cómo se lo podía explicar? Traté de descubrir la razón exacta de que no quisiera irme. Sabía que era Isaac, pero, en el fondo, no le conocía lo suficiente; ése era el primer día que hablábamos. Por lo tanto, no me podía gustar… aún así, yo sentía algo. Me atraía mucho, aunque esa atracción estuviese producida en gran parte por su cuerpo de revista y su cara bonita. Al fin y al cabo, yo era un adolescente.

Yo: Sí, pero es que… No estoy seguro de querer ir. Mi padre y yo no pasamos mucho tiempo juntos, ¿sabes? Y él se tiene que quedar aquí por el curro.

No había dicho una mentira. Tímido como era, no estaba dispuesto a contarle la verdad completa.

Isaac: Ya, entiendo. Quieres quedarte aquí para pasar el máximo tiempo posible con él.

Yo: Sí.

Isaac: Oye, ¿tú de todas formas quieres ir a la playa? Yo voy a ir este finde a Alicante con mi primo y con unos colegas suyos. Si quieres, vente. Nos vamos el viernes y volvemos el lunes.

Abrí los ojos como platos. ¡Un fin de semana en la playa! ¡Y con Isaac!

Yo: Tendría que preguntarle a mi padre. ¿Dónde dormiríamos?

Isaac: En un piso alquilado de mi primo. Él tiene veinte años, y coche, así que no hay problema, puedes decirle a tu padre que vamos con alguien responsable XD.

Yo: OK, yo pregunto. Pero no te prometo nada, que mi padre no os conoce.

Isaac: Vale, vale. Te dejo mi número de What, así me avisas si te dejan.

Cogí mi Blackberry y anoté el número en la agenda. Luego, miré a Pablo, que se encontraba absorto en un partido de tenis de la tele.

-Papá, ¿puedo preguntarte algo?-comencé. Me aclaré la garganta, ya que me había salido un hilo de voz.

-Claro.

Dudé, mientras me desconectaba de Tuenti y bajaba la pantalla del portátil lentamente. Dejé el ordenador y el móvil encima de la mesita de madera que había cerca y me giré hacia mi padre.

-Un amigo me acaba de invitar a una… escapada a Alicante este fin de semana. Volveríamos el lunes, y nos acompañaría un primo suyo que tiene coche y un piso alquilado allí. ¿Me dejas ir?

De los nervios, se lo solté todo rápidamente. Pablo me observó durante unos instantes con el ceño fruncido.

-¿Cuántos años tiene el primo de tu amigo?

-Veinte.

-¿Y tu amigo?

-Dieciséis.

-¿Y cuántos van aparte de ti y de tu amigo?

-Pues no sé, él me dijo que iban unos amigos de su primo.

-Amigos de amigos…-suspiró-En principio no te dejaría, porque no los conozco y me parece un poco arriesgado. ¿Tú los conoces?

-Sí, me los presentó el mes pasado. Son muy majos.

Mentí fatal, pero mi padre, cosa rara, no se dio cuenta.

-Te voy a dejar, porque sé que te aburres aquí y yo no te puedo hacer mucho caso. Pero tienes que prometerme que vas a ser responsable. Te voy a dar dinero por si acaso, y lleva el móvil.

No pude reprimir la alegría, y salté a los brazos de Pablo como un niño que abraza a alguien disfrazado de su superhéroe favorito.

-¡Gracias, papá!

-Bueno, bueno. Aún así, piénsate lo de la casa de la abuela, ¿vale?

Cuando me acosté aquella noche y me dormí, tuve un sueño bastante extraño.

Yo estaba con Isaac en la playa. Nos bañábamos en el mar, riendo y salpicándonos el uno al otro. De repente, él vio algo que le asustó y salió corriendo del agua.

Le llamé y le pregunté qué sucedía, pero siguió corriendo sin hacerme caso, hasta adentrarse en un bosque precioso, en el que la luz del sol iluminaba los árboles y sus hojas, volviéndolas de color verde pistacho. Yo corrí detrás de él, pero le perdí de vista y, de repente, me encontré en una encrucijada de dos caminos: uno daba a un claro del bosque oscuro y tenebroso, lleno de lobos que aullaban sin cesar. El otro llevaba a la parte en la que había huido Isaac, soleada y acogedora. Como es lógico, elegí este camino, que me condujo a un campamento de tipis indios, en el que estaba Isaac vestido con una corona de plumas en la cabeza.

-Ángel-me dijo-, para estar conmigo y que seamos felices, debes atrapar esa pesadilla con el atrapasueños-me señaló el bosque de los lobos, a lo lejos, y me tendió una extraña red de la que pendían plumas, iguales a las de su corona.

-Pero ¿cómo voy a atrapar a los lobos con esto?-grité, aterrorizado.

-Puedes hacerlo, Ángel-susurró Isaac. Su voz y su imagen se alejaban mientras los lobos se acercaban a nosotros, dispuestos a matarnos-… Sólo tú puedes…

Mantuve la red en alto, como un talismán, al mismo tiempo que un lobo enorme se abalanzaba sobre mí.