El atrapasueños 1. Aceptación

Ángel es un adolescente confundido que no quiere aceptar su verdadera identidad sexual. Pero su vida dará un giro inesperado, y además sus ideas se aclararán en su mente...

El atrapasueños 1: Aceptación

El sol brillaba en el cielo azul, sin rastro de nubes. Hacía un calor tremendo; acababan de empezar las vacaciones de verano. Yo sudaba la gota gorda, literalmente. Me pasé la mano por la frente pegajosa mientras caminaba por la acera en dirección al solitario parque que había en mi barrio. Me gustaba estar allí el máximo tiempo posible, ya que mi casa era un horno al no tener aire acondicionado ni ventiladores, y al menos en el parque había muchos árboles que daban sombra.

El sitio era bastante pequeño: sólo contaba con dos columpios oxidados y dos bancos. Me senté en uno de ellos y conecté los auriculares a mi mp4. Lo encendí y escogí la primera canción que vi en la pantalla.

Parecía que iba a ser un día parecido o igual a los dos anteriores, después de que acabara el curso, con notas bastante buenas y enterándome de que todos mis amigos pasarían las vacaciones lejos del pueblo. La verdad es que esto me fastidió bastante, porque en Las Nieves, la localidad de Toledo donde vivo, está precisamente situada en el centro de España, por lo que no se encuentra cerca de la costa. Así que ese verano me tocaba aburrirme y sudar como un cerdo en mi casa, con mi padre, mientras mis colegas se tostaban al sol en la playa y, aún por encima, disfrutaban de las vistas de chicas en bikini.

Digo esto último porque se supone que yo, si estuviera en esa situación (la de ver chicas ligeras de ropa  y ponerme… ¿cachondo?), debería sentirme afortunado. Pero lo cierto es que realmente no me lo podía imaginar de esa forma. Quiero decir que no me entraba en la cabeza que a la mayoría de los chicos, adolescentes como yo, se les revolucionaran las hormonas y les excitara la visión de unas tetas, un culo femenino… y se liaran con la chica portadora de las mejores partes de la anatomía femenina.

A mí nunca me había ocurrido todo eso. Hasta ese momento, no había tenido novia ni me había gustado ninguna chica. Era capaz de reconocer que algunas eran guapas, muy majas y demás, pero sólo podía verlas como amigas. Al principio pensaba que simplemente, en lo que se refiere al desarrollo, yo iba un poco más lento que el resto y aún no había experimentado esas sensaciones.

Sin embargo, poco a poco, me empecé a dar cuenta de que sí las experimentaba. Pero no eran las chicas y las mujeres las que me las producían.

Los chicos y los hombres. Ellos, las personas de mi mismo sexo, me gustaban. Sobre todo, los que poseían las mejores partes de la anatomía masculina: Pecho, abdomen y brazos musculosos, rostro bonito, culo redondeado y paquete apetecible.

Eso, fundamentalmente eso último era lo que más asco me daba de mis propios gustos.

Horrible. Repugnante.

Era gay.

Cuando por fin me di cuenta, no quise aceptarlo bajo ningún concepto. Me refugiaba en los estudios para no pensar en el tema, por eso empecé a estudiar el doble que antes, y mis notas aumentaron considerablemente; incluso decidí alejarme de mis amigos durante un tiempo, temiendo que me llegase a atraer alguno de ellos, y como consecuencia que se me notara la pluma y que todos me humillaran y se rieran de mí. Esas semanas estuve tratando de olvidarme, de luchar contra esa atracción asquerosa que sentía.

Sin embargo, fue totalmente inútil. Mis colegas se extrañaron de mi súbito alejamiento y me preguntaron qué era lo que me ocurría. Yo les mentí, diciendo que estaba algo depre y que se me pasaría.

Por suerte, hasta ese momento no me había gustado de esa manera nadie que yo no conociera, sólo amores platónicos de la tele o gente que veía por la calle o por el instituto, pero con la cual nunca me había relacionado. Acabé reconociendo que me tocaría vivir con mi homosexualidad, aunque jamás lo aceptase, ni en mi fuero interno ni delante de nadie.

No obstante, ese día cambiarían muchas cosas, estuviera preparado o no, seguramente por ese rollo que cuentan las videntes gitanas de que el destino está escrito.

Transcurrió una media hora, mientras escuchaba una canción tras otra. Entonces, de repente, y de forma casual, miré hacia la esquina de la calle por la que había pasado yo para entrar en el parque.

Justo por allí apareció un chico. Era moreno. Mediría un metro ochenta, y sus músculos se marcaban por debajo de su camiseta.

Isaac.

Iba al mismo instituto que yo, en cuarto de la ESO. Siempre se le veía en el grupo de los malotes, los que fumaban porros en la fachada trasera del centro, según los rumores. Sin embargo, no tenía pinta de drogadicto para nada. Sus ojos nunca estaban rojos, como tendría en el caso de haber fumado marihuana, y jamás había ido ``colocado´´ al instituto. Siempre había tenido un aspecto sanísimo.

Mi grupo y el suyo se habían encontrado varias veces, y habíamos estado varias tardes con ellos con la excusa de andar en bici o en monopatín por las rampas de un sitio que frecuentábamos. Yo, personalmente, no es que me sintiera muy cómodo en su compañía, pero me aguantaba, porque últimamente mis amigos estaban mucho con los de Isaac y no quería quedarme marginado. Por supuesto, no me había quedado más remedio que intercambiar algunas palabras con aquellos chicos, mayores que nosotros, aunque nunca había hablado con Isaac. Era ridículo, pero, en secreto, le tenía miedo. Me inquietaba su mirada persistente sobre mí cuando quedábamos, que no apartaba ni siquiera cuando yo se la devolvía, esperando, como es lógico, que se sintiese al menos un poco incómodo.

Isaac empezó a caminar hacia donde yo estaba, sin darse cuenta aún de mi presencia. Sacó su móvil del bolsillo de sus vaqueros y tecleó algo en él mientras se acercaba más y más. Presa de un pánico totalmente estúpido, pensé en huir de allí discretamente e intentar que no me viera, pero era inútil. Ya estaba demasiado cerca.

Finalmente, volvió a meterse el móvil en el bolsillo y me miró. Una sonrisa de dientes blancos y perfectos iluminó su rostro bronceado, y una mirada pícara asomó a sus ojos castaños.

Sentí como un sudor frío se pegaba a mi cara, y como se me aceleraban la respiración y el corazón. No fui capaz de reprimir un escalofrío cuando me saludó con un ``hola´´ y fue a sentarse a mi lado. Paré la música rápidamente y me quité los auriculares con manos temblorosas. Isaac se rió.

-¡Tranquilo, tío, que no te voy a comer!-dijo entre risas. Tenía una voz grave y profunda-Sólo quiero hablar contigo un rato.

Intenté sonreír, o al menos decir algo, pero no me salía la voz, y tenía el rostro paralizado. ``No seas idiota, me recriminé a mí mismo en mi interior, hasta ahora no te ha pegado ni nada por el estilo. No te tienes que poner como si él fuera Jack el Destripador´´.

-¿Estás bien?-me preguntó Isaac, interrumpiendo mis pensamientos. Se le empezó a borrar la sonrisa, y me escrutó con preocupación-Te veo muy pálido… ¿Estás enfermo o algo así?

Decidí armarme de valor y contestarle, como haría una persona normal.

-No… no es nada… es que… creo que me sentó un poco… mal el desayuno-balbuceé penosamente.

-Vaya, si quieres te acompaño a tu casa…

-No, no te preocupes, puedo ir yo solo…

Justo después de que salieran esas palabras de mi boca me di cuenta de que la había cagado. De repente, Isaac entrecerró los ojos, suspicaz.

-Tú a mí no me engañas, Ángel… Estás cagado de miedo por mí, ¿verdad?

¿Cómo era posible que supiese mi nombre? Nunca se lo había dicho.

Tras percatarme de esa trivialidad, pensé en sus últimas palabras. Sin duda, me había pillado. Enrojecí de una manera ridícula, y miré al suelo, sin poder responderle.

-Lo sabía. Joder, la verdad es que tienes motivos para tenerme miedo. Seguramente te debo mirar de una forma muy rara-se volvió a reír, pero más débilmente. Seguí sin mirarle.

-En serio, nunca quise meterme contigo, ni darte de hostias ni nada así, como supongo que estarás pensando-continuó.

-Entonces, ¿por qué…?-me atreví a preguntar, enrollando los cables de los auriculares alrededor de mi mp4.

Oí como Isaac suspiraba. Entonces se hizo un silencio, y me animé a levantar la cabeza y mirarle a la cara. Isaac me devolvió la mirada, y en ese momento, por algo que no comprendí, fue él quien se ruborizó. Fruncí el ceño, confuso.

-Creo que tengo que confesártelo, aunque luego… en fin. A lo mejor no eres como yo, y por eso me insultarás o algo así.

Lo cierto es que en esos instantes mi mente estaba muy embotada por el aturdimiento, y no fui capaz de adivinar por dónde iba. Me sentí aún más confuso, y esperé.

Sus ojos se clavaron en los míos con intensidad, aunque yo ya estaba acostumbrado. Se mordió el labio inferior, y desvió la mirada hacia el suelo, restregándose las manos con nerviosismo. Por primera vez, Isaac me pareció muy guapo. Mi corazón se aceleró aún más que antes por la expectación.

-Ángel… me gustas.

Dios mío bendito.

Virgen santísima.

Madre del amor hermoso.

Los nombres de cada uno de los santos y santas que conocía se agolparon en un instante en mi mente mientras abría los ojos como platos y se me abría la boca.

-Oh.

No quise decir eso, pero fue el único sonido que pude producir. Se hizo otro silencio mortal.

Isaac suspiró de nuevo, esta vez de alivio, supongo que por haberse quitado un peso de encima. Se pasó las manos por el pelo y se las dejó entrelazadas encima del cuello, con los codos apoyados en las piernas. Continuaba con la mirada en el suelo.

Tras un minuto interminable, rompió el silencio.

-Físicamente, eres mi tipo: rubito, blanquito y de ojos azules. Me han hablado mucho de ti, y además, no sé, tienes una… actitud, que me encanta. Siempre te observé desde lejos, porque hasta ahora no pude estar a solas contigo y… bueno, que si eres hetero , no pasa nada, lo entiendo. Al menos me gustaría conocerte mejor, si tú quieres, claro está.

Lo soltó todo a toda pastilla, con las palabras atropellándose tanto unas con otras que tuve que estar muy atento para entender todo lo que me decía. Se notaba que estaba muy nervioso. Le observé con simpatía y, para mi gran asombro, se dibujó una sonrisa en mi careto. Entonces me envalentoné sin ser completamente consciente, y el secreto que llevaba guardando desde hacía casi dos años salió por voluntad propia por mi boca.

-Isaac, yo también soy gay. Pero no estoy seguro de corresponderte… yo siempre te vi como un matón que quería meterse conmigo y que estaba esperando la oportunidad para hacerlo. Además hace poco que me di cuenta de que me gustan los tíos, y no acabo de aceptarlo. No he salido aún… digamos… del armario, ¿sabes? ¿se dice así?

Isaac me miró por fin, e hizo una mueca.

-Sí, se dice así, pero a mí eso me parece innecesario y sin sentido. ¿Tú alguna vez viste a alguien anunciando en público que es heterosexual?

-No-contesté.

-Pues con nosotros pasa lo mismo. Estamos en el siglo XXI, ya no es raro que alguien sea gay o lesbiana. Yo creo que nadie debería sentirse obligado a anunciar en público su orientación sexual; lo comentas en situaciones como ésta, no sé si me explico…

-Sí, ya sé lo que quieres decir-le interrumpí. La verdad, estaba de acuerdo con la manera de pensar de Isaac, aunque nunca había contemplado aquello desde su punto de vista.

Isaac asintió con la cabeza para sí.

-Pues eso, que yo aún no he salido del armario, ni pienso hacerlo, al menos de momento. Además, algunos tipos, cuando se enteran, te compadecen. Como si fueras un puto enfermo- dijo, con desprecio.

-Ya. Supongo que siempre habrá homófobos, y eso que los enfermos son ellos.

-Tienes toda la razón.

Se hizo otro silencio, pero más corto. Isaac bajó la mirada de nuevo mientras yo le echaba un vistazo a mi reloj de pulsera. Eran las doce y media. Bueno, aún era temprano. Mi padre estaba trabajando, y no volvería hasta las tres de la tarde.

-¿Sabes? Me gusta esto-comentó Isaac, de repente. Volvía a sonreír, amistosamente. Sentí que se me volvía a acelerar el corazón otra vez. Estaba tan bueno…

-¿A…a qué te refieres?-balbuceé.

-A poder hablar con alguien como yo, sobre estos temas sobre todo. Hace tiempo que no puedo... y creo que nunca tuve la suerte de conocer a un chico tan mono-me guiñó el ojo. Con las orejas y las mejillas ardiendo, desvié los ojos.

-Gracias, pero no es para tanto…

-Discrepo.

-Vale, vale-me reí, y cambié de tema rápidamente-… Bueno, a mí también me gusta hablar de esto. Es como si me quitase un peso de encima… Ahora me siento genial, la verdad.

-Te entiendo, a mí antes me pasaba lo mismo.

Nos observamos mutuamente durante unos segundos. Los ojos rasgados de color chocolate de Isaac brillaban y su boca parecía congelada en una sonrisa imborrable. Realmente, tenía un rostro muy bonito: su tez marrón rojiza, su corto, liso y negro y sus ojos rasgados constituían los rasgos típicos de un indio americano, o por lo menos de un peruano. Los reconocía debido a las pocas películas del Oeste que había visto; además, Isaac poseía un ligero acento sudamericano que hacía que su voz fuera, a mis oídos, más sexy.

Aquel momento parecía no acabarse nunca, hasta que Isaac me preguntó la hora.

-Vaya, me tengo que ir-se levantó, y yo le imité-. Encantado de conocerte, Ángel. Ya nos veremos.

Su sonrisa era tan radiante que se me cortó la respiración. Parpadeé, completamente deslumbrado.

-Igualmente-susurré.

Nos despedimos, y nos marchamos por lados diferentes.