El Atardecer

Segunda parte de "el rey madura": las ralaciones entre los prometidos se van tornando cada vez mas pasionales.

El Atardecer:

Los rayos del Sol se reflejaban en la hierba húmeda, dejando un rastro luminoso en el jardín mientras el trino de las aves se alejaba ya en la tarde, tomando el relevo los búhos y los cuervos en el canto de las golondrinas. Mientras el disco dorado se ponía, el joven miró con aire soñador el cielo anaranjado y las formas incognoscibles que las nubes trazaban a medida que el viento las transportaba. Yuh inspiró profundamente, llenándose con el aire del crepúsculo los pulmones, sintiendo el fresco olor del verano y de las plantas.

Estaba apoyado en una de las vigas que mantenían el balcón de la mansión, tenía los brazos cruzados detrás de la cabeza, en su típica postura de despreocupación y serenidad. Ana lo miró con cara crítica desde el otro extremo del patio, en el umbral de una puerta de forma que el contraste entre las sombras que tapaban su rostro y la luz que iluminaba el resto de su figura creasen de lejos una curiosa ilusión en la que parecía no tener cabeza.

"No ha cambiado nada-se dijo la chica- sigue con la misma actitud de no importarle lo que pasa a su alrededor ni a sí mismo"

La sacerdotisa había sentido el amor de aquel muchacho invadiendo su cuerpo, había besado su piel con infinita pasión, ahora él descansaba disfrutando de un atardecer con toda la tranquilidad que siempre le había caracterizado. Ana había esperado algún cambio en la forma de ver la vida del shaman tras la noche anterior pero él continuaba siendo el Yuh de siempre. Así era mejor, tenía que confesarse a sí misma que lo amaba tal como era, si el joven hubiese dejado de tomarse la existencia como una experiencia gratificante también habría perdido gran parte del encanto que tenía.

"Todo se solucionará" Aquella frase que se había convertido en la consigna de Yuh podía resumir de forma drástica su filosofía: ningún peligro puede arrebatar toda la esperanza. Ana recordó con cierta vergüenza la bofetada que le había dado, anoche había estado aterrorizada, le golpeó por miedo. Y él no había perdido en un solo segundo la mirada cálida y llena de humanidad que dedicaba a todos los seres de la creación. Era sin duda un ser adorable, lleno de afecto y, aún más importante, de fuerza de voluntad. Ella había escondido sus emociones siempre hasta esa noche pero él no tenía nada que esconder.

No sintió cómo sus ojos se humedecían, sólo se dio cuenta de lo que pasaba cuando notó el cosquilleo de una lágrima resbalando por su mejilla. Sorprendida, se llevó la mano al rostro y tomó la gota salada con un dedo, se quedó mirándola como si fuese culpable de todas sus dudas. Yuh ni se dio cuenta, su mirada seguía perdida en el cielo. Se retiró al interior de la puerta y se secó la otra lágrima que empezaba a emerger.

"¿Por qué?"

Caminó por el pasillo y fue dando un rodeo alrededor del patio dirigiéndose a la puerta que quedaba tras Yuh. Ya sabía por qué había derramado esas lágrimas: había descubierto que no solo lo amaba, lo adoraba.

El joven no había percibido el examen de la sacerdotisa, no había visto el corto llanto que había desencadenado sólo con su presencia. Aún miraba la silenciosa pero evidente gloria del cielo al anochecer cuando sintió que dos delicadas manos se cruzaban sobre su pecho desde atrás y lo abrazaban. También pudo notar que una cabeza con una melena corta se apoyaba en su hombro. Mostró una pronunciada sonrisa y giró la cabeza para recibir un beso de la joven. Bajó uno de sus brazos y lo pasó por la cintura de Ana para atraerla hacia sí. La beso otra vez sin dejar en ningún momento de sonreír.

-Te echaba de menos-dijo.

-Yo a ti también- respondió ella sin usar su voz fría sino un tono cargado de afecto.

Ana acarició su mejilla, la misma que había abofeteado la noche anterior, y le quitó un mechón de pelo de delante de la cara, colocándolo detrás de una oreja de forma afectuosa. Clavó sus ojos azules en los castaños de él, susurrándole con esa mirada una infinitud de sentimientos. Se dedicó a derramar su mente en aquellos pozos marrones y Yuh comprendió. Se abrazaron mutuamente y se besaron hasta que los labios de Ana descendieron por su barbilla y su cuello, siguiendo por su pecho descubierto (el shaman siempre llevaba una camisa abierta por delante) acabando arrodillada frente a él. Yuh cerró los ojos mientras la sacerdotisa desabrochaba con lentitud el pantalón y suspiró cuando ella dejó su virilidad al descubierto, ya erguida por las caricias propiciadas. Ana miró hacia arriba y vio el rostro de Yuh marcado por el éxtasis y la puesta de Sol detrás, como mudo símbolo de su amor.

El joven sintió una humedad cálida y atrayente que rodeó su miembro. El placer que sintió se tornó algo que casi lo controló y sus manos descendieron para situarse a ambos lados de la cabeza de Ana, guiando pero no forzando el movimiento de sus labios. Ella lo atrajo hacia sí empujándolo con las manos por las nalgas y él se rindió a la labor de la chica, que usaba su boca como exquisita herramienta de pasión.

Antes de alcanzar el final, Yuh se retiró, apoyándose en la columna. Ana se levantó y le tomó la cabeza, empujándola, en una maniobra que empezaba a ser de sus favoritas, contra su pecho. Él no moderó la cantidad de besos con los que cubrió la piel que alcanzaba en el escote de ella y la ayudó a librarse del vestido negro. Mordió con suavidad su carne, llevándola hacia la oscuridad de la puerta lentamente. Entraron en el cuarto ya totalmente desnudos, cayeron al suelo acolchado y se deshicieron cada uno en la boca del otro.

Los suspiros se sucedieron como un susurro continuo en la habitación mientras se entregaban a la apasionada y casi altruista competición de dar mayor placer al otro. Rozaron sus bocas y luego cada uno atacó el centro del deseo del otro en busca de completar un círculo que se cerró cuando el balanceo de sus cuerpos era lo único que se oyó pues los gemidos de ambos se veían ahogados en la labor de sus bocas.

Así derramaron su esencia en sus labios y paladearon la materialización del amor mutuo. Se levantaron y se abrazaron, aún en busca de más. Ana se puso a cuatro patas, ofreciéndole una postura de dominación, pero Yuh se negó a tal posición degradante para ella y la acostó en el piso con ternura. Se entrelazaron y comenzaron el movimiento que llevó sus mente a la ya habitual confusión del deseo, hasta que el fuego de la lujuria estalló con numerosos gemidos de ambos.

By:Leandro