El asesinato

Un muerto muy especial.

EL ASESINATO

Relato de Antonio de Sola

Desde el mismo momento en que los vio entrar a los dos a través de la puerta supo lo que le iban a contar, tantos años en la sección de desaparecidos le había creado un instinto especial frente a estas cosas.

Efectivamente se acercaron a él con los ojos llorosos y temblándoles la voz y le relataron que desde la noche anterior su hijito no había aparecido por casa.

Armándose de paciencia y tratando que no se le notase el hastío en la voz les comenzó a preguntar por cómo habían sido los hechos:

A ver, dijo, vamos por partes; tratemos de calmarnos y así sacaremos las cosas en limpio y podremos establecer los hechos y de esa forma ayudarles, ¿les parece bien?. Ante esto ambos comenzaron a tranquilizarse un poco y aunque ella seguía manteniendo el pañuelo cogido, por lo menos no hipaba cada vez que su marido contestaba a alguna pregunta relacionada con su hijo.

Para comenzar, habló el inspector, díganme: ¿son ustedes de por aquí?. Él moviendo la cabeza asintió.

¿Su hijo conoce la zona?- volvió a preguntar el inspector- y nuevamente el padre volvió a asentir con la cabeza sin ningún otro comentario.

¿Han hablado ya con sus amigos?. El padre cogiendo un poco de aire respondió: Si, señor, hemos hablado con todos ellos y se extrañaron ya que lo último que hicieron fue dar un paseo por la zona, entraron en un par de bares para ver el ambiente y como estaba todo muy apagado decidieron marcharse cada uno para su casa a descansar ya que hoy tenían una competición de vuelos y querían estar preparados para que el entrenador no les fuese a echar la bronca.

Muy bien, contestó el inspector, o sea que el crío es deportista y se dedica al vuelo ¿no es eso?.

Exacto, contestó el padre, mientras la madre se volvía a llevar el pañuelo a los legañosos ojos que no cesaban de derramar lágrimas.

Bueno, vamos con otra cosa, volvió a hablar el inspector, según me comentan es un crío muy formal ¿no?. ¿No se habrá marchado con alguna fémina por ahí?. Bueno, ya saben a dar una vuelta, a conocerse un poco mejor, en fin a estas edades ya saben ustedes lo que es normal.

La madre escandalizada abrió enormemente los ojos y con una voz chillona respondió: Noooo, inspector, mi hijo no es de esos, él mientras no encuentre a su media naranja no hará nada que no esté permitido por la comunidad, ¡ hasta ahí podríamos llegar!. ¡Eso sí que no le permito ni que lo insinúe!

Vale, vale, señora, no se ponga así, es mi obligación preguntarlo, ¿Ud. Sabe la de gente que entra por aquí?. Yo no puedo conocer a toda la comunidad y además también viene gente de otras comunidades y es imposible quedarse con las caras de todos ¿no le parece?.

Ante esta explicación la señora se calmó un poco y entonces aprovechó el inspector para hacer otra de aquellas preguntas que sabia que incomodaba en extremo a los progenitores que pasaban por aquel despacho, pero que era necesaria hacer: ¿Uds. le explicaron bien a su hijo del problema que tenemos en este barrio y de que por el sexto del edificio no se podía acercar?. ¿No es cierto?.

Los padres se miraron como mutuamente como si el inspector estuviese loco y nuevamente ambos clavaron sus los ojos en el inspector y con toda la rabia contenida que podían le contestaron: Inspector, por quien nos toma Ud. Nosotros hemos hecho nuestro trabajo a la perfección; él sabe de sobra que no se puede acercar por el sexto del edificio, y que si lo hace y nosotros nos enteramos quedará castigado en casa sin salir hasta que se gradúe y ya nosotros no podamos impedirle el ir donde quiera.

Ok, contestó el inspector, de todas formas vamos a enviar una patrulla hasta el sexto y a ver que encuentran, no obstante les advierto que la patrulla irá a su costa y que tendrán que pagar los gastos de desplazamiento y búsqueda y que si lo encontramos y ha infringido las normas lo meteremos en el calabozo y no le permitiremos ni la graduación ni por supuesto que siga perteneciendo al equipo de vuelos del colegio. ¿Están Uds. de acuerdo?.

Si, claro, contestó el padre de la criatura. Entonces poniéndoles el inspector un papel delante de los ojos les dijo. Por favor, firmen los dos estos papeles conforme yo les he explicado las normas y ustedes están de acuerdo.

Temblorosamente ambos estamparon sus firmas en los papeles que les habían puesto delante y se echaron a llorar.

El inspector los hizo pasar a una sala de espera en la cual se encontraban algunas parejas más, todas ellas llorosas y compungidas.

Volviendo a su puesto, ladró por el micrófono: "¡Patrulla de servicio, acérquese al sexto nuevamente y comprueben que no hay otra víctima del loco!".

Cuando la patrulla se acercó muy despacio hasta el sexto piso, y después de dar una vuelta por todo él, llegó al dormitorio del loco y allí se volvieron a encontrar el maldito espectáculo: estampado contra el vidrio de la ventana se encontraba lleno de sangre otro mosquito que no se había salvado de la ira ni de la rasqueta que tenia el loco y que usaba con toda diligencia.

A pesar de haberles dicho a todos los jóvenes que no se acercasen por aquella zona nunca, que se fuesen a otras casas, la imprudencia o la temeridad les obligaba a ir una y otra vez y terminaban siempre, indefectiblemente, víctimas del hombre aquel que no dormía nunca, ni de noche ni de día y que se dedicaba con una pasión fuera de lo normal a exterminarlos estampándolos contra las paredes o las ventanas del piso.

La patrulla despacio, para no hacer ruido, se volvió hacia la comisaria a informar de su macabro descubrimiento y volver a hacer llorar a una nueva familia.

(21-08-2001)