El ascensor

Esa persistente fantasía que todos alguna vez hemos tenido...

El ascensor

Recuerdo un día que tuve que hacer un trabajito para un colega. Dicho trabajito consistía en llevar un paquete a las oficinas de una céntrica empresa de la ciudad. Como de bueno que soy, llego a ser tonto, acepté hacerle aquel favor a cambio de la módica cifra de cero euros. Así que a primera hora de la mañana, estacionaba en el aparcamiento de aquel gran edificio de veinte plantas.

Me metí en el ascensor en la planta del garaje y marqué el piso número diecisiete, al cual tenía que dirigirme. Ya en el piso cero, se detuvo el ascensor para recoger a unos cuantos trabajadores, entre quienes se contaban unas mujeres ciertamente impresionantes, vestidas de traje ejecutivo, con el consiguiente morbo que desprendían, enacerbado quizá por algún que otro sugerente escote mostrado con orgullo femenino.

Es en momentos como aquel cuando más se acuerda uno de la clásica y típica fantasía del ascensor, probablemente la fantasía más extendida entre todos y todas. Fantasía que, por cierto, al menos a mí me ha resultado siempre difícil de cumplir. Siempre hay algún vecino tocando los cojones...

Conforme el ascensor iba ascendiendo, la gente se iba apeando en uno u otro piso, hasta que por fin en el séptimo piso, quedamos sólos una mujer de pelo rubio rizado y yo. Ella me daba la espalda, de tal forma que podía admirar su culo prieto, probablemente ganado a base de gimnasio. Llevaba un traje de falda y chaqueta grises, medias negras y zapatos con un ligero tacón, el suficiente para no torturar los pies durante la jornada de trabajo al tiempo que insinuaba su feminidad y moldeaba su ya de por sí lindo trasero.

Ante tal espectáculo, yo no podía más que limitarme a babear y tener una estupenda erección. Cerca ya de mi destino, el ascensor se detuvo bruscamente, yéndose la luz en el acto y quedando momentáneamente a oscuros. Aun con gran pesar, debo admitir que en aquel preciso instante grité como una niña asustada, dejando caer en el proceso el paquete al suelo, causando un pequeño estruendo y, como más tarde podría declarar el destinatario, un gran estropicio.

A los dos o tres segundos, se encendió la luz de emergencia. La imponente ejecutiva se giró con tranquilidad al tiempo que juraba y comentaba casi en un susurro inaudible "Joder, ya estamos otra vez". Me explicó a continuación que esto era una constante casi en aquel edificio, que en el último mes prácticamente a diario había algún incidente con los ascensores, y que teníamos para unos quince minutos. Yo le dije que los pronósticos meteorológicos indicaban chubascos para el día siguiente, pero que la lluvia era buena para el campo.

Al girarse, pude ver que bajo la chaqueta gris llevaba una blusa blanca, muy fina y casi transparente, bajo la cual además se intuía un sujetador del mismo color. Por si fuera poco, los botones superiores no iban abrochados y se mostraba ante mis ojos un escote ciertamente muy seductor. Tenía dos tetas muy interesantes, la verdad, y yo una erección imposible de disimular para ese entonces.

Yo no sé si fue al ver mi erección o si ya estaba acostumbrada a hacer cosas parecidas durante los continuos parones de ascensor, pero el caso es que se acercó a mí, se agachó para coger el paquete y me lo tendió en cuclillas. Adrede o no, una de sus manos rozó con mi otro paquete, más alargado (que no largo) y más duro. Dirigiéndome una mirada fogosa, sacó mi verga de entre mis pantalones y se la metió en la boca, sin mediar palabra alguna.

A mí aquello me sacó de quicio por completo. Con tres lametones, un apretón de huevos y dos chupadas hasta la úvula, me puso peligrosamente al filo del orgasmo, donde me debatí por un par de segundos intentando recuperar la compostura. En el momento en que creía controlar la eyaculación, volvió la luz general y el ascensor reanudó su marcha de forma brusca. El sobresalto mandó a la mierda todo mi autocontrol y comencé a correrme como un burro en celo, coincidiendo por si fuera poco que la ejecutiva cachonda acababa de sacarse mi verga de la boca para tomar aire.

Gruesos lecherazos impactaron sobre el pelo y la frente, disminuyendo en potencia poco a poco, regando también el resto de su cara y goteando finalmente parte sobre su chaqueta, parte sobre su falda, oscureciendo rápidamente las zonas de dichas prendas donde cayeron gotas de esperma.

El colmo de la mala suerte llegó exactamente cuatro segundos después acompañado del timbre del ascensor al llegar al piso diecisiete. Al abrirse las compuertas, seis personas, dos mujeres y cuatro hombres, esperaban para entrar en el ascensor, y lo que vieron fue a una compañera en cuclillas, con la cara embadurnada de semen y a un mensajero con la verga colgando ya flácida, aunque aún húmeda.

Por eso, a causa de estos sucesos, cada vez que sale el tema de las fantasías y alguien comenta la del ascensor, me entra un ataque de risa que no puedo detener durante unos veinte o más segundos.