El ascensor

Subidón

Me llamo Irene. Soy jefa del departamento de Recursos Humanos en una empresa de publicidad. Tengo 42 años, estoy casada y mi vida ha sido siempre de lo más ordenada y tranquila, aparte de los avatares de trabajo.

Mi lugar de trabajo está en una de esas enormes torres de Madrid, en el piso 17, un despacho con enormes ventanales a la calle, de casi50 metroscuadrados, con mueble bar, televisión por cable, y todo lo que puedan imaginar.

Aquella tarde, como todas, tras la comida en el restaurante de el lado, entré de nuevo en el edificio para volver a mi despacho, saludé a Ramón, el encargado de la seguridad en su garita circular del vestíbulo, y me dirigí al ascensor. Aunque hay tres, y muy amplios, a esa hora era común tener que esperar un poco la llegada de alguno. Junto a mí había esperando otros dos individuos; uno de unos 45 años, con pinta de ejecutivo, perfectamente trajeado, con corbata azul oscuro y un maletín de ordenador en la mano; el otro no pasaría de los 35, con ropa deportiva y perfectamente musculado, cual producto e gimnasio, su aspecto era el de medio macarra que tienen casi todos los técnicos en mantenimiento informático, eso sí, tenía un culo que atrapaba mi mirada sin querer.

Cuando llegó uno de los elevadores lo tomamos los tres. El ‘ejecutivo’, haciendo gala de su educación, me preguntó mi piso y lo pulsó para hacerlo luego con el 21. El ‘macarra’ apretó el botón del 14. No sé que perverso impulso me hizo pensar que podía haber sido al revés, así podría haberme recreado en la contemplación de aquel culo hasta mi piso.

Andaba el ascensor por el piso 9 cuando ocurrió lo inesperado: se apagaron las luces y el aparato quedó parado entre dos pisos. Apenas si quedó una diminuta luz de emergencia que no daba ni para verse la nariz. El edificio tiene un pequeño generador eléctrico, pero sólo da servicio a los sistemas informáticos para evitar pérdidas irreparables, y funciona lo justo para dar tiempo a que se pongan en marcha los sistemas de autoalimentación de cada empresa, pero claro, no alimenta los ascensores.

Al principio, pensando que sería cosa de pocos minutos, nos lo tomamos los tres con calma, incluso con un cierto humor.

-¡Vaya faena! –Comentó el ‘ejecutivo’.

-¡Ja, ja! Espero que mi jefe se haya quedado atrapado en otro, porque si no, bronca por llegar tarde –Dijo “lindoculo”.

Pero los minutos fueron pasando y aquello no se ponía en marcha. Nos estábamos empezando a poner nerviosos, aunque no decíamos nada, cuando ocurrió algo: sentí que una mano se posaba en una de mis nalgas. Aunque apenas se veía, por la ubicación deduje que era una mano del ‘macarra’ la que me tocaba el culo. Normalmente hubiese puesto el grito en el cielo y montado un expolio. ¡Hacerle eso a una mujer tan decente como yo! Pero no sé que pasó por mi cabeza, pensando en aquel culo, que en lugar de eso me apreté más contra esa mano. Naturalmente aquello le dio alas y al poco eran las dos manos las que ya no tocaban, sino que masajeaban mis nalgas.

Ya sumida de lleno en aquel ‘relajo’, yo también levé mi mano a su entrepierna. Encontré un bulto enorme y duro como una piedra. Sentí que mi sexo se humedecía irreprimiblemente.

Él ya me había levantado la falda y jugaba con mi culo y mi coño con la sola barrera de mi tanga. Yo hice un intento de bajarle la cremallera de la bragueta, pero ante mi torpeza fue él mismo quien lo hizo dejando al aire su enorme verga. La sensación de aquel tremendo pedazo de carne dura y caliente en mi mano hizo que me estremeciese voluptuosamente.

Pero los ojos se habían acostumbrado ya a la oscuridad, e incluso a la tenue luz de la lámpara de emergencia pude ver que el ‘ejecutivo’ se había percatado perfectamente de nuestras ‘maniobras’ y estaba masajeándose el pene por encima del pantalón.

Seguramente fue mi excitación lo que me llevó a la desvergüenza, pero el caso es que le dije:

-Así te vas a arrugar todo el pantalón. Sácatela y te pajeas más a gusto.

No se hizo de rogar, y ahí terminaron todas las inhibiciones que nos pudiesen haber quedado. El ‘macarra’ me quitó; eso sí, cuidadosamente: la falda y el tanga, se arrodilló ante mí y acopló su boca a mi coño recorriéndolo con expertos lametones. Yo, al verme privada de su polla en mi mano, recurrí a la del ‘ejecutivo’ para masturbarle yo en lugar de hacerlo él mismo.

Sentía que oleadas de placer me recorrían el cuerpo bajo la hábil lengua del joven. Mi excitación iba en aumento. ¡Necesitaba ser follada!

-¡Anda guapo! –Dije-, ¡méteme ese rico rabo!

-¡Ahora mismo, zorra viciosa!

El ascensor era amplio, por lo que no necesitábamos hacer números de circo. Me tumbó en el piso, se puso entre mis muslos, me levantó un poco las caderas, y me clavó sin piedad aquella enorme polla. Gemí como una loca al sentirme tan llena de carne dura, y me agarré desesperadamente a aquel hermoso culo, incluso arañándolo.

El otro también se arrodilló junto a mi cara y me puso su miembro en los labios. No tuve reparo alguno en abrir la boca para hacerle una mamada mientras me follaban.

El ‘macarra’ tenía una buena verga, me hacía sentir todo el placer del mundo al sentirme atravesada… pero poco aguante. Al poco me la sacaba para correrse abundantemente sobre mis vientre y mis pechos; también me había quitado la blusa y sujetador no llevo nunca.

Yo, pese al gusto que sentía, no había alcanzado el orgasmo y necesitaba que me follasen más, así que invité al ‘ejecutivo’ a que ocupase su lugar en mi chocho. Su pene no era tan grande, aunque no despreciable, pero sabía manejarlo con maestría. Tan pronto me rozaba el hinchado clítoris con la punta, como volvía a introducírmelo explorando bien todos los rincones de mi vagina. Me agitaba desesperada pensando morir de gusto…

En aquel preciso momento volvió el fluido eléctrico y el ascensor volvió a ponerse en marcha.

-¡Páralo, páralo! -Le grité al ‘macarra’- ¡Yo no me puedo quedar así!

Lo intentó sin éxito, se conoce que había mil personas pulsando los botones de llamada.

-No se para.

-¡Pues yo sigo cachonda perdida! Así que todos al 17 y seguimos en mi despacho.

Nos vestimos apresuradamente…

Pero eso ya no es “El ascensor”, sino otro relato.

FIN