El arte de manipular (3)
Todo cuanto sucede en este relato es puro producto de mi imaginación, de mis fantasías, y no tiene más visos de realidad. Al contrario, soy de la opinión que cualquier mujer debe ser respetada y considerada, y que cualquier acto degenerado y punible debe ser denunciado (nota de la autora).
Los meses pasaron, Navidad estaba cerca. Ágata miró la nieve acumulada en la entrada de su casa a través de la ventana. Pensaba en sus relaciones con Frank y en cómo le gustaría pasar la Noche Vieja con él, pero eso no era posible. Ambos tenían compromisos ineludibles con sus respectivas familias. Pero le echaba de menos. Durabte esas blancas vacaciones, no tenía apenas excusas para pasar las tardes con él y no se veían tan frecuentemente. Ágata no era tonta, reconocía que se había convertido en un mero juguete sexual para Frank, pero le quería tanto, dependía tanto de él, que estaba dispuesta a acatarlo todo con tal de seguir juntos.
Ya era toda una experta en penetraciones anales, vaginales, en felaciones y en otras lindezas parecidas. Frank no cesaba de enseñarle cosas nuevas y, la verdad, es que le gustaban, aunque se sintiera, a veces, demasiado utilizada. Ni siquiera le reprochaba no salir ya a pasear, ni que la tratara brutalmente en ocasiones. Cuando Ágata se plantaba en la casa de su amante, llevaba el coño encharcado y sólo pensaba en disfrutar.
Cualquier psicólogo de tres al cuarto, podría haberle dicho, sin dudar un instante, que ese hombre la había acondicionado mentalmente y moralmente para ser su esclava. Sin embargo, en esta ocasión, se había rebelado. La última proposición de Frank la tomó por sorpresa. Unos días atrás, le insinuó que le encantaría verla jugar con otra mujer y compartirla con ella.
— ¿Has pensado alguna vez en la tremenda sexualidad de las mujeres? Según las encuestas, más del sesenta por ciento de las féminas se declaran bisexuales o han tenido alguna experiencia sáfica en su juventud. ¿Y tú? – esas fueron sus palabras.
Ágata le respondió que no había tenido ninguna relación con otra mujer y que no le interesaban. Sólo le quería a él.
— Bueno, es solo una fantasía común en los hombres, pero, dime la verdad, ¿no has imaginado nunca hacer un trío? ¿Sentir las suaves manos de otra mujer mientras tu amante te colma?
La verdad era que no y así se lo dijo. Poco después, se encontró discutiendo con Frank y éste la cortó de mala manera. La empujó sobre el sofá y se puso en pie, furioso.
— ¡Ya te avisé que no estarías preparada para esta relación! ¡No tengo por qué aguantar el sermón de una adolescente celosa y enamorada! ¡Compórtate como una mujer o bien márchate!
Ágata se marchó, llorando. No pudo dormir en toda la noche, era la primera discusión que mantenían y el miedo de perderle se apoderó de ella. Al día siguiente, le llamó, dolida pero asustada. Le encontró frío y distante en su conversación telefónica. Oh, sí, Frank se excusó por aquellas duras palabras, pero ella supo que no estaba arrepentido. Sin embargo, cuando fue a verle aquella tarde, Frank se comportó de forma exquisita y la sacó a pasear y a merendar, como hacían antes. Pero no cesó en su idea. Cuatro días más tarde, retomó el tema, en su casa.
— ¿Has pensado en lo que te dije? – le preguntó mientras le acariciaba los senos, ambos recostados en el amplio sofá y mirando la televisión.
— ¿Sobre qué?
— Sobre mantener relaciones con otra mujer.
— ¡Frank! Creía que...
— Lo digo en serio, Ágata. Soy mayor que tú y tengo otras aspiraciones, otros gustos. Te quiero, Ágata, no lo dudes, y he disfrutado mucho enseñándote, pero no me llena lo suficiente. Debes estar dispuesta a dar todo lo que tienes dentro de ti, como yo lo hago por ti. Pongo en peligro mi trabajo, mi reputación y todo cuanto me rodea, sólo por estar contigo. ¿Qué me ofreces tú?
Ágata se quedó callada. En eso tenía razón; ella no perdía nada.
— Compréndeme, chiquilla. No es mi intención engañarte; no quiero a otra persona. Solo que me desvivo con la simple idea de verte retozar con otra mujer. Mira, compruébalo tú misma. Solo mencionarlo me ha puesto a cien – le dijo, tomándola de la mano y conduciéndola hasta su entrepierna. El miembro estaba duro y rígido.
— Frank, no sé. Nunca he pensado en ello. No creo que me vayan las mujeres.
— ¿Cómo lo sabes? Tú misma me has dicho que reconoces a una mujer bonita cuando la ves. Eso es que te fijas en ella. Sólo tienes que probarlo. Podemos invitar a quien desees o a una profesional, si quieres. Nos tomaríamos el tiempo necesario antes de dar ese paso. Charlaríamos, nos veríamos varias veces, cenas, cine o lo que sea, hasta tomar confianza. Si no te gusta por entonces, pues lo dejamos. Pero, en esta vida, hay que probarlo todo, pequeña.
— ¿Y si te gusta ella más? – se atrevió finalmente a confesar su miedo.
— Así que era eso, ¿no? – sonrió él. – Chiquilla, he tenido muchas mujeres en mi vida. De hecho, sabes que he estado casado, pero ninguna, y repito ninguna, me ha llenado como tú lo haces. Eres muy especial para mi, si no, no habría estado tonteando contigo todos estos meses, arriesgándome a todo. No te preocupes, no voy a saltar sobre otra chica por que me atraiga más, no soy de esos. Además, haremos una cosa. Sólo me limitaré a mirar si quieres, sin intervenir hasta que tú misma me lo propongas, ¿de acuerdo?
— No sé, no sé. Esto es demasiado gordo para mí.
— Mira, piénsalo bien. Hay tiempo de sobra. Cuando estés segura, me lo dices. No volveremos a hablar del tema hasta entonces, te lo prometo, pero quiero que pienses en ello, ¿me lo prometes?
— Sí.
Y en eso estaba, pensándolo mientras miraba por la ventana de su dormitorio. Al final había llegado a una conclusión. Si se negaba, sabía que le perdería. Si aceptaba, se hundía un poco más en su dominación. En realidad, no llegó a sopesar nunca la balanza. La simple idea de perderle la volvía enferma, físicamente. No tenía elección.
Era la víspera de Noche Buena y nevaba. Ágata consiguió que sus padres la dejaran salir de noche, gracias a una excusa en donde intervino su buena amiga Alma. Les dijo que pasaría la noche en su casa. Alma, por su parte, estaba bastante intrigada con los asuntos de su amiga, a la que no veía ya tanto como antes. Suponía que había encontrado un chico, quizá algo mayor que ella y por eso mismo, no quería decirle nada a sus padres por el momento, pero ella era su amiga y no comprendía porqué no se sinceraba con ella. De todas formas, decidió ayudarla para, más adelante, presionarla y saber de qué iba la cosa.
Cuando el taxi la dejó delante de la casa de Frank, se sorprendió de ver todas las luces de la casa encendidas. Varias guirnaldas de luces adornaban el porche.
— Hola, Ágata. Estás preciosa – le dijo él, abriendo la puerta antes de que ella llegara al porche.
La chiquilla vestía un elegante vestido de noche, largo y oscuro, que resaltaba aún más su pálida piel y el fulgor de sus cabellos. Bajo el chaquetón de piel, que Alma le había prestado, llevaba toda la espalda al descubierto. Bajo el vestido, no llevaba ropa interior alguna pues se notaba debido a lo ceñida que quedaba la prenda.
— Veo que has decorado tu casa.
— Suelo hacerlo todos los años, aunque no creo realmente en la Navidad. Es una costumbre, una tradición. Vamos, pasa, te presentaré a nuestra invitada.
Ágata se tensó al escuchar aquellas palabras. Sabía que ella estaría allí, pero, en ese momento, al tener que verla en persona, estuvo a punto de echarse atrás. Finalmente, inspiró profundamente y entró en la casa. Los dos habían quedado de acuerdo para contratar a una profesional. Una chica limpia, bonita y adecuada, que ninguno de los dos conociera o pudiera encontrarse después. Frank se encargó de todo.
Nada más entrar, en el amplio vestíbulo, la vio. Se trataba de una joven morena, de unos veintidós años quizá. Su cabello era largo y lacio, de un negro muy intenso que no parecía teñido. Seguramente no lo era porque la chica parecía tener mezclas de sangre, quizá una cuarterona. Era bastante atractiva y con un cuerpo que se adivinaba – mejor dicho se entreveía – bajo la estrecha y corta falda que dejaba todas sus espléndidas piernas al descubierto. Un top ceñido y de fantasía remataba su indumentaria. Sus ojos eran oscuros y rasgados, con las largas pestañas bien arregladas y el contorno pintado de oscuro.
— Ágata, te presento a Jezabel – dijo Frank.
— Hola – respondió la prostituta.
— Encantada – susurró Ágata.
— Antes de que entremos más en materia, quiero advertirte que Jezabel es universitaria y estudia Empresariales. Solo se dedica a esto temporalmente, para reunir dinero para sus estudios. Así que podemos hablar con ella de cualquier tema – dijo Frank. – Y ahora, ¿salimos?
Frank las llevó a cenar a Indor’s, un exclusivo restaurante del centro de la ciudad. Muchos de los clientes giraron sus cuellos para seguir el paso de aquellas dos despampanantes hembras. Por un momento, Ágata se sintió orgullosa de su porte y, aunque sonara a locura, orgullosa de que Frank llevase del brazo a dos bellezas como ellas. Empezaron a divertirse cuando el camarero dejó caer su bandeja llena de copas al entrever los deliciosos senos de Jezabel desde su posición ventajosa. A pesar de sus dudas, Ágata reconoció que Jezabel era una chica inteligente y divertida.
— No quiero entrometerme en lo que no es asunto mío, pero me pregunto cómo os conocisteis – les dijo Jezabel.
— Bueno, es una historia un tanto peculiar – respondió Frank. – Soy profesor de arte dramático y trabajo en una academia. Ágata era alumna mía y bastante buena. Le di el papel protagonista de una obra y nos quedamos varias veces a solas, cotejando datos y esas cosas. Nos enamoramos sin darnos cuenta.
— Suena romántico, pero ella es un poco joven para ti, ¿no?
— El amor no tiene edad, Jezabel.
— Pero el sexo sí – dijo con una sonrisa encantadora.
— No te preocupes, no tendrás ningún problema con la ley. Es mayor de edad, aunque parece más joven.
— ¿Y tú? ¿Cómo te metiste en este mundo? – preguntó Ágata, negándose a ser ignorada.
— Bueno, fue toda una tribulación. Provengo de un pueblecito de Alicante y estaba más que harta de ver los mismos rostros siempre. Aproveché una beca para venir a esta universidad, aún a costa de enfurecer a mi padre. Pero no soportaba más a aquellos palurdos. Pequé de ingenua y me enrollé con quien no debía. Me hizo perder la beca al bajar mis notas. Claro que Samuel me enseñó todo lo que sé y disfruté durante esos meses, pero me di cuenta de que estaba echando mi vida por alto, así que le dejé. Decidí seguir estudiando y me matriculé por libre. Conseguí un piso y me encontré sin dinero. Los conocidos de Samuel me sacaron del apuro y me indicaron cómo ganar dinero rápidamente. No soy una puta callejera. Escojo a mis clientes y no tengo a nadie que me controle. Cuando Frank solicitó a la agencia una chica de mis características, me reuní con él y me gustó lo que me propuso. De hecho, me resultó intrigante, así que acepté. Ya que nos estamos sincerando, debo deciros que no hay ningún compromiso por parte alguna. Si en algún momento de la noche, decido echarme atrás, me marcharé. Yo funciono así.
Jezabel parecía saber lo que quería y aquello le gustó a Ágata. Se sintió más cercana a ella, debido, quizá, a la similitud de sus relaciones.
— Me parece perfecto – respondió Frank. -- ¿Qué os parece si cenamos?
La charla continuó durante la cena, pero sobre temas más intrascendentes. Jezabel les confesó qué tipo de cine le gustaba y cuales eran sus obras preferidas. Ellos hablaron de su trabajo y estudios. Se contaron anécdotas divertidas y Ágata y Jezabel compitieron por ver quienes de las dos ponía más nervioso al camarero, insinuándose. En un momento determinado de la cena, Ágata respingó al sentir un pie descalzó ascender por sus piernas, bajo la mesa. Miró a Frank, pero éste estaba ocupado en relatarle a Jezabel cuando Leonardo DiCaprio asistió a sus clases. Jezabel parecía muy interesada en el tema, pero la miraba a ella de reojo; era su pie el que la tocaba. Tragó saliva, nerviosa, y juntó las rodillas. El pie de Jezabel, al encontrar tal resistencia, se retiró.
— Siempre me he preguntado si es tan difícil interpretar un papel – le preguntó Jezabel directamente a Ágata. Ésta, tomada por sorpresa, no supo qué contestar. – Vamos, vamos, no te quedes ahí aislada. Ven, acércate más a mi, participa en la conversación – le dijo la morena, de forma desenfadada y tirando de su silla hacia ella.
— Sí, vamos, Ágata. Te has quedado muy callada de repente.
Quiso decirle a Frank lo que estaba sucediendo, pero comprendió que era eso lo que él buscaba. No se atrevió a defraudarle y se acercó a Jezabel.
— Bueno, depende el papel que te den. Por ahora, creo que es cierto lo que dicen que un papel cómico es mucho más difícil que uno dramático. No se me da muy bien hacer reír a la gente – dijo, tomando un sorbo de su copa de vino.
— Bueno, yo creo que lo difícil tiene que ser llorar. No puedo derramar unas lágrimas sin motivo, es imposible para mí, y eso que me vendrían muy bien en algunas ocasiones.
— Todo tiene sus trucos – respondió Frank – pero me gano la vida enseñándolos, así que te tendrás que matricular para saberlos.
Los tres se rieron y fue, en ese momento, cuando la mano de Jezabel se posó sobre el muslo de Ágata. A pesar de sus palabras, Frank se lanzó a explicar algunos de esos trucos que utilizan los actores. Jezabel seguía, muy atenta, sus explicaciones. Pero, bajo la mesa, su mano acariciaba apasionadamente el esbelto muslo de la pelirroja. Ágata bajó sus manos y las posó sobre la mano de la morena, impidiendo el avance. Ésta la miró de reojo y la sonrió. Ágata supo qué quería decirle, sin palabras. Retiró las manos y las colocó sobre la mesa, sin saber qué hacer con ellas.
Notó como la mano de Jezabel hurgaba entre su vestido, buscando la apertura de la falda, aquella raja que dejaba al descubierto buena parte de sus piernas. Finalmente, la encontró. Sus dedos se deslizaron sobre la pierna, ahora solo las medias la separaban del tacto de la piel, pero no pareció importarle. Con una lentitud desesperante, aquellos dedos subieron entre los muslos, obligando a Ágata a separar las piernas, no tanto para disimular como por su propio placer. Esa caricia la estaba poniendo nerviosa y no sabía si era excitación o temor lo que sentía. Los pantys cubrían su sexo, pues no llevaba bragas. Notó como la mano se detenía un momento, quizá sorprendida de encontrarla desnuda, pero siguió inmediatamente su avance. De esa forma era mejor, no existían apenas obstáculos. Acarició el pubis y deslizó un dedo sobre la vulva cubierta.
Ágata se estremeció involuntariamente y se abrió más, lanzando sus caderas hacia delante. Ahora sabía, estaba segura, de que era verdadera excitación lo que sentía. Quería que Jezabel la tocara y eso era lo que Frank también quería. La contempló de reojo, observando aquellos golosos labios que sonreían a su hombre mientras la acariciaba a ella. Era hermosa y la deseaba; no sabía cómo actuar con una mujer, pero la deseaba. El dedo de Jezabel siguió frotándola, cada vez con más presión, haciéndola vibrar. En un instante, tuvo que cerrar los ojos, incapaz de aguantar el placer. Estuvo tentada de bajar sus manos y apretar aún más el dedo contra su clítoris, pero se contuvo. Se dejó ir y gozó lentamente, en silencio. Sus piernas se cerraron, avisando a Jezabel que se había corrido. Ésta retiró la mano y siguió charlando. Tomó su copa de vino y movió el líquido con un dedo para después, llevárselo a la boca y chuparlo. Un acto inocente, pero Ágata se dio cuenta de que el dedo que se había llevado a la boca no era aquel que había mojado en vino, sino con el que la había acariciado. Estaba catando sus humores y, al parecer, le gustaron. Jezabel la miró y sonrió; se entendieron de nuevo.
— ¿Pedimos el postre? – preguntó unos minutos después Frank.
Los tres entraron en la casa, abrazados y riéndose. Frank encendió la luz y tiró las llaves sobre la mesita del recibidor.
— No creo que ese chaval olvide esta noche en la vida – dijo aún riéndose. – Eres una buena actriz, Jezabel. Tu imitación del anuncio Lewi’s ha sido muy buena.
— ¡No podía creer que estuvieras haciéndolo de verdad! – exclamó Ágata. – Deberías haberle visto la cara cuando te bajaste los tirantes y le enseñaste los pechos.
— Se la vi, le estaba mirando. “¿Puedes inflármelos un poco? Están algo alicaídos”. ¿Quién sería el que inventó esa frase? Me parece algo estúpida.
— Lo que creo es que hemos bebido demasiado vino – dijo Frank. “Mezclado con un poco de Loto Azul, por supuesto”, pensó para sí. -- ¿Qué tal si lo rebajamos con un poco de champán?
— Me parece perfecto – respondió Jezabel.
— Está bien, voy a por una botella a la cocina y por las copas. Ágata, pon un poco de música, por favor.
La pelirroja encendió el equipo y empezó a sonar el último CD de Elthon John, lento, empalagoso y romántico. Las dos chicas se sentaron en el sofá.
— Me lo he pasado estupendamente esta noche – dijo Jezabel.
— Sí, yo también – no quería mirarla por el momento. Estaban a solas y temía la situación.
— Creo que tú lo has pasado mejor que ninguno, ¿no?
— Bueno...
La llegada de Frank, con la botella y las copas, las interrumpió.
— Brindemos por una nueva amistad – dijo, descorchando la botella y llenando las copas.
— ¡Por una nueva amistad! – corearon los tres cuando tuvieron los vidrios en la mano.
— Oh, me encanta esta canción. Es una de mis preferidas – exclamó Jezabel, soltando su copa sobre la baja mesa. – Me gustaría bailarla – dijo mirando a Frank.
— Oh, no cuentes conmigo. Tengo los pies planos para eso. Por eso mismo, no triunfé en Broadway. Nunca he sabido bailar.
— Vaya, ¡qué fastidio! – rezongó Jezabel, colocando sus brazos en jarra. – Pero no pienso quedarme sin bailar esta noche. ¿Qué tal si lo hacemos tú y yo? – preguntó volviéndose hacia Ágata.
— ¿Yo?
— Sí, así como aprenden a bailar las chicas, con una amiga. Vamos, no me dirás que nunca lo has hecho, ¿no?
— Bueno, sí, pero...
— Pues, no se hable más. Arriba – dijo, tirando de ella.
Frank sonrió y se arrellanó mejor en su sillón, contemplando a las dos chicas abrazarse. Ágata parecía un poco forzada y tensa, pero asumió su papel de chica en el baile. Jezabel la llevaba. Su polla se alzó al verlas abrazadas, sobre todo cuando la morena bajó sus manos hasta posarlas en lo más bajo de la espalda de Ágata, con toda confianza. Giraban lentamente, al ritmo de la música.
— Vamos, relájate. Apoya tu cabeza en mi hombro – le dijo Jezabel.
Ágata, como siempre, obedeció. Se recostó contra el cuerpo de la morena, subiendo más sus brazos y colgándose de su cuello. Cerró los ojos y se abandonó. Notó como las manos de Jezabel se introducían por la amplia apertura del traje de noche, a su espalda. Las sintió descender por sus nalgas, introducirse bajo el elástico de los pantys y sobar a placer sus cachetes. La verdad es que lo estaba deseando. Estaba de nuevo cachonda, muy cachonda. Jezabel estuvo mucho tiempo acariciando su trasero, tanto que la canción acabó y empezó otra. Entonces, se inclinó hacia delante y mordisqueó la oreja de Ágata suavemente y, a continuación, descendió por su cuello, deslizando su cálida lengua por él. Ágata se estremeció toda entera y se pegó aún más, enterrando su rostro en el hombro de la morena. Las manos de Jezabel abandonaron sus glúteos y subieron hasta apoderarse, fugazmente, de sus senos. La morena, con una sonrisa, notó los pezones endurecidos bajo la tela. Siguió besando el cuello y acariciando todo el cuerpo de Ágata. Ésta empezó a jadear y a moverse lánguidamente, frotándose. Había llegado el momento de pasar a mayores.
Jezabel echó su rostro hacia atrás y levantó el de Ágata. La miró a los ojos, contemplando sus atractivos rasgos, luego, lentamente, volvió a inclinarse, buscando aquellos labios. Ágata abrió los suyos, dispuesta a recibirlos. Cualquier duda desapareció de su mente. No existía el asco, nunca había existido, ahora lo sabía. Atrapó con sus labios aquella lengua movediza y ronroneó en la boca de Jezabel. El beso se hizo aún más profundo. Ágata se atrevió a bajar sus manos de la nuca de la morena y acariciar toda su espalda hasta llegar a las nalgas, que apretó con compulsión. Eran prietas y redondas, perfectas. Encendida por un deseo que nunca creyó sentir, bajó más aún una de sus manos, acariciando el moreno muslo. Jezabel también llevaba medias, pero de color natural.
— Oh, vamos, ya no puedo más. Cómeme el coño, niña. Llevo toda la noche deseándolo... – le dijo Jezabel apartándose y conduciéndola hasta el sofá de nuevo.
Jezabel se sentó, abierta de piernas, y se remangó la falda, revelando que sus medias no eran pantys, sino auténticas medias con liguero. Se apartó las bragas con un dedo, enseñando un pubis totalmente rasurado y un sexo oscuro y apetitoso. Ágata impulsada por la mano de Jezabel y por su propia curiosidad, cayó de rodillas entre sus piernas. Sus ojos no se apartaban de aquel sexo; la atraía poderosamente.
— Cómetelo ya, no puedo más...
Ágata se inclinó sobre la entrepierna de la morena y aplicó su lengua donde más placer sentía ella, sobre el clítoris. Jezabel botó sobre el sofá y aferró la cabeza de Ágata con las dos manos, frotándose contra ella.
— Sí, así, mi niña. Méteme la... lengua adentro... – susurró.
Frank se frotó las manos mentalmente. Todo estaba saliendo a pedir de boca. Ágata no había puesto ninguna pega y parecía solícita y deseosa. Disfrutó, con los ojos bien abiertos, de la escena. Jezabel era toda una hembra.
— Uuuuhh... uunm... aaaah...aaaa... – se corrió Jezabel, retorciéndose. Entre sus piernas, Ágata se quedó jadeante, saboreando la miel de su nueva amiga. Era deliciosa.
— Lo has hecho muy bien para ser tu primera vez – le dijo Jezabel acariciándole la cara y metiéndole un dedo en la boca, que succionó con placer. – Ahora, te toca a ti. Ven, que te quite toda esa ropa.
Ambas se pusieron en pie y Jezabel la fue desnudando.
— Oh, Dios, ¡qué hermosa eres! – se quedó la morena impresionada al ver el cuerpo desnudo.
Jezabel la tumbó en el sofá y se acurrucó entre sus piernas. También ella se había desnudado. Le abrió las piernas y paseó una mano por su entrepierna, entreteniéndose con los rizos pelirrojos de su pubis.
— Eres preciosa – murmuró y se inclinó sobre el coño, devorándolo.
Ágata estuvo a punto de aullar. Gozaba mucho cuando Frank se lo hacía, pero no era apenas comparable a la sensación que la recorría en ese momento. Los labios de Jezabel eran suaves y calientes; sabía cómo y dónde lamer. Se contorsionó y acarició, a la misma vez, la larga cabellera oscura. Jezabel se apartó un momento y la miró, aupándose.
— Ágata... necesito una polla ahora mismo en mi coño. La necesito. ¿Dejarás que Frank me la meta, por favor? – la estaba suplicando y era cierto; no era ninguna comedia.
Ágata no pudo contestar, no tenía voz, pero asintió. No le importaba en ese momento. Jezabel era parte de ella. La morena alzó su grupa y miró a Frank con toda intención, antes de seguir con su lamida. El hombre se levantó del sillón y se desnudó. Después, con la polla tiesa se acercó a la puta. Le dolían los huevos de lo excitado que estaba. Tanteó el coño con la mano, comprobando lo lubricado que estaba y, cuando intentó penetrarla, Jezabel se retiró.
— Un momento, un momento, esto hay que hacerlo bien – dijo tomando su bolso del suelo. De él, sacó un spray de Diotoxin con el cual roció la polla de Frank. Eso se la puso aún más dura. Era la primera vez que veía el producto, pero había escuchado hablar de él. Cien por cien eficaz contra cualquier enfermedad contagiosa y venérea. Antes de meterla, se dijo que tendría que agenciarse un aerosol de ese tipo.
Jezabel suspiró al sentir la penetración. Cerró los ojos y dejó de lamer el coño de Ágata para atender su propio placer. Eran contadas las ocasiones en que perdía la cabeza con un cliente y se dijo que debía ser a causa de aquella chiquilla que la excitaba tanto. En ese momento, lo hubiera hecho gratis. No tenía forma alguna de saber que la habían drogado con el Loto Azul. Estuvo a punto de gozar de nuevo y no quiso hacerlo tan rápido. Se contorsionó, obligando a Frank a sacársela.
— Ahora le toca a ella, no quiero acapararte – dijo con una sonrisa.
— Pon el culo, Ágata. A ti por el culo – gruñó Frank, molesto por no poder seguir follando con Jezabel.
La prostituta se quedó impresionada al ver cómo la chiquilla se daba la vuelta y sin más preparación, le metía el cipote por el trasero. Ni ella misma podía hacer eso. Sin duda estaba bien educada.
— Por favor, Jezabel... ven – murmuró Ágata, inundada por el calor de la polla. – Quiero lamerte de nuevo...
La puta se sentó en el sofá, la espalda apoyada contra el brazo del mueble y las piernas abiertas. De esta forma, Ágata le comió el coño divinamente, haciéndola gozar de una manera sublime, que no recordaba haber sentido nunca. Ágata se derrumbó sobre su vientre al correrse, pero Frank no parecía dar muestras de fatiga.
— Límpiamela, quiero follarme a Jezabel de nuevo – le dijo a su amante.
De nuevo, Jezabel quedó atónita cuando la chiquilla le lamió la polla, tragándose sus propios excrementos. En ese momento, se apenó un poco por ella. No tenía edad para hacer todas esas cosas. estuvo a punto de impedirle a Frank que la penetrara, pero necesitaba aquel dinero. Frank la tomó en la posición del misionero, mientras que Ágata, recuperándose, le acariciaba la espalda y los testículos desde atrás.
— Es guapa, ¿verdad? – le susurró Ágata al oído mientras bombeaba en su interior. – Quiero que te la folles, que la hagas gozar como me haces gozar a mí. Lo desea y lo merece.
Frank, enardecido por aquellas palabras, gruñó y culeó salvajemente, orquestando otro orgasmo para Jezabel.
— ¡Ahora, las dos! ¡Chupádme la polla las dos! ¡Quiero correrme sobre vuestras caras! – aulló Frank, saliéndose de Jezabel.
Las dos chicas se pusieron a cuatro patas y se pelearon por tomar la polla con la boca. Densos borbotones surgieron y salpicaron sus bocas y narices mientras Frank les tiraba fuertemente del pelo.
— Oh, Dios, ¿qué locura! – susurró Ágata mientras Jezabel le lamía el semen de la cara. Frank se había derrumbado a su lado, en el sofá.
— Tienes razón. Es una locura muy excitante – respondió Jezabel. Ágata le devolvió la limpieza, riéndose.
— ¿Te quedarás a dormir? – le preguntó la pelirroja.
— Si no os importa. Es demasiado tarde para regresar
— Hay habitaciones de sobra – replicó Frank, encendiendo un cigarrillo.
— Vamos, te enseñaré tu habitación – le dijo Ágata, poniéndose en pie y cogiéndola de la mano, ambas aún desnudas. -- ¿Vienes, Frank?
— Ahora no, voy a quedarme un ratito aquí – dijo, expulsando el humo hacia el techo.
Las contempló correr desnudas escaleras arriba, riéndose. Sabía lo que iban a hacer a continuación, pero él no podía más. Quizá se había pasado con la droga. Bueno, de todas formas, quedaba noche por delante.
— ¿Te arrepientes de haberlo hecho? – le preguntó Jezabel, abrazando por detrás a Ágata y besándole la espalda. Las dos estaban bajo el chorro caliente de la ducha.
— No. En un principio, creí que sería algo traumático, pero no lo ha sido. Me gustas mucho, Jezabel.
— Y tú a mi, cariño.
— No, lo digo de verdad.
— Y yo. Podemos ser buenas amigas y vernos en horas no laborables, ya sabes.
— ¿De verdad? – se giró Ágata, abrazándola.
— De verdad. Te daré mi dirección. Vivo sola. Y no estoy hablando como una profesional. Sólo te pongo una condición.
— ¿Cuál?
— Que vengas sola y que no le digas nada a Frank.
— ¿Por qué?
— Solo te quiero a ti, no a él. Con él, son negocios. ¿Lo entiendes?
— Sí.
— Entonces, bésame.
Las dos juguetearon un rato con las lenguas hasta que Jezabel cerró el grifo y se secaron mutuamente.
-- Ahora, veamos si esa cama es tan confortable para los tres. Quiero comerte el coño toda la noche... – le dijo Jezabel tirando de ella.