El Arrepentimiento

Antuán no era un mal amante. Su fortaleza no paraba en un miembro inmenso o un cuerpo de prodigo. Su fuerte eran sus dos ojos azules Mar Egeo que jamás cerraba, incluso cuando retorcía su vientre sobre mi clítoris enfebrecido, retando a un duelo de miradas sucias para ver quien los cerraba antes para entregarse a la enajenación del sexo.

El arrepentimiento

¿Han estado ustedes alguna vez profundamente enamorados?

¿Han sentido alguna vez que desde el momento en que topas con una persona, vas a pasar el resto de tu vida junto a ella?

¿Han gozado de la seguridad que da saber que ante las dudas, antes los quiebros y caídas de la existencia, nunca te faltara su apoyo, su moral, su fortaleza y compañía?

¿Has deseado más que nunca que pase el día rápido para regresar a su abrazo?

Yo sí.

Lo llevo sintiendo los últimos treinta y un años.

Desde que, el mismo día de mi diecinueve cumpleaños topara con Esteban, ayudándome a la entrada del metro cuando el empujón de un desconsiderado, desparramó mis libros por el suelo.

Nunca pude agradecer a semejante bruto, el que me regalara la oportunidad de conocer al amor de mi vida.

Desde que nuestros dedos se entrelazaran involuntariamente cogiendo el mismo libro de Biología molecular, sentí, sentimos, un irrefrenable impulso de prolongar el momento con una café, con una conversación, con mil risas cómplices y un aparentemente insustancial intercambio de teléfonos.

Una cita, una buena película que ni tan siquiera miramos, una cena que se enfrió, una noche apasionada….treinta y un años.

Por eso no me comprendo.

Por eso no sé qué hago en este preciso instante, ausente de toda coherencia, apretando los dientes de puro placer mientras cabalgo a este hombre, a otro hombre en un hotel de la sierra de Antequera.

A cuatrocientos ochenta y nueve kilómetros de Esteban, en el preciso instante en que el, acostados los niños, cumplida la jornada abrirá un libro para leer los diez minutos que le concede el cansancio, yo me corro histéricamente sintiendo en mi coño los disparos lácteos de otro.

Otro.

Uno más.

Ya casi perdí la cuenta.

Por la mañana lloro contenidamente en el tren de regreso.

El me recibirá con la sonrisa abierta, seguramente con algún regalillo barato y la cena lista.

Algo ligero como más me gusta, para que el estómago no me moleste a la hora de descansar.

Entre sábanas, en cuanto perciba que los chicos duerman, me buscará con idéntica devoción que cuando comenzamos y yo cederé pues la insistencia y fervor que Esteban demuestra, reactivan toda lívido.

Lo amo, lo deseo, lo necesito.

Su semen limpiará cualquiera de mis pecados.

Me montará, le montaré y juntos nos vendremos para descansar luego abrazados.

Él se dormirá dichoso, como un niño sin mácula.

Yo, en cambio, tardaré en poder cerrar los ojos, acosada por la desdicha de nacer con mala conciencia.

¿Por qué?

¿Por qué razón pongo en riesgo todo lo que poseo, todo lo que amo por lo que no pasan de ser unas horas, a veces minutos dichosos de devoción al falo?

Dentro de quince días debo partir a otro congreso sobre conservación de bosques centenarios.

No es mi especialidad pero mi compañero pidió el favor por tener a su mujer a punto de salir de cuentas.

Tengo dos semanas para regenerarme, para enterrar en sepulcro acorazado, mi lado más demencial y oscuro.

Me he propuesto no poner en peligro a Esteban, a mi hogar, a mis niños.

Pero los quince días pasan y, sin sentirme segura, Esteban me mira apenado la mañana que parto

Ojitos tiernos tras una noche de adorable sexo oral.

Lo adoro.

Lo adora.

Y el muy jodido sabe muy bien cómo usar la lengua.

Seguro que durante el traqueteo del viaje encontraré alguna notita pegada en la carpeta de procesos.

Un arrumaco con forma de frase cariñosa, tal vez poema.

Sufro cinco horas de interminable viaje.

El hotel resulta ser pequeño, familiar, pero de ambiente cálido, coqueto, muy procurado.

Casi soy la última en llegar.

Un privilegio que los más machistas, y en todas las profesiones los hay, consienten por el hecho de nacer fémina.

En el aperitivo previo a la reunión, observo que apenas somos una veintena.

Quedan pocos bosques vetustos y no hacen falta demasiados expertos para conservarlos.

Trato de esquivar la vista, el detenimiento, la catadura de cada uno….el primer paso.

Contemplo sus pectorales, no sus caras.

La cara de un hombre, sea guapa o fea, siempre resulta irresistible a poco que estés dispuesta.

Una nariz aguileña, una cicatriz mal recompuesta, una alopecia temprana pueden ocultar tanto carisma como una faz inmaculada y cinematográfica.

Simón me conquistó con aquella vieja herida que le sajaba la nariz de derecha a izquierda.

Había sido boxeador semiprofesional y en un combate, un golpe mal encajado se la reventó de mala manera.

Me lo imaginaba peleando a lo Toro Salvaje, con el rostro inflado y ensangrentado, hasta la última fuerza, dando y recibiendo puñetazos….y me humedecía ensoñando con lo que luego fue de veras.

Aquel ser violento resultaba aterradoramente salvaje en los tratos de cama.

Simón era inagotable, hiperactivo un peligroso terremoto cuyas arremetidas acogías con cierto dolor, atenuado cuando, tras quince minutos, contabas el tercer y exultante orgasmo.

La faz que llama mi atención, ya en plena reunión, es una faz dulce, de rasgos muy suaves, labios finos, humedecidos y nariz algo achatada e infantiloide.

Vuelvo a intentar centrarme en el censo de robledales, trato de regresar a la biodiversidad estacionaria y su promesa de no volver a buscar otro nido.

Pero el rostro dulce devuelve la mirada, revelando sus ojos acaramelados.

La mesa no es muy larga.

El juego de miradas se sostiene demasiado descaradamente.

Un hombre rara vez se muestra tan poco cohibido a no ser que lo tenga descaradamente claro.

La mayor parte de los que gocé tenían el iris oscuro.

Rara avis fue Antuán.

Tan francés, tan zalamero, tan esnobista y obsesionado en demostrar que era capaz de sumarme a sus conquistas.

Y lo hizo.

Antuán no era un mal amante.

Su fortaleza no paraba en un miembro inmenso o un cuerpo de prodigo.

Su fuerte eran sus dos ojos azules Mar Egeo que jamás cerraba, incluso cuando retorcía su vientre sobre mi clítoris enfebrecido, retando a un duelo de miradas sucias para ver quien los cerraba antes para entregarse a la enajenación del sexo.

Termina el primer acto con un monologo del Secretario de Medio Ambiente.

Un discurso escrito de estereotipos y palabras huecas que, en cuanto finiquita, provoca que salgamos a escape para formar diferentes corrillos y conclusiones.

Para evitar tentaciones he procurado unirme al que se formó al otro lado de la sala, discutiendo sobre la reforma de nuestra política antiincendios.

Pero el rostro dulce de ojos acaramelados cambia de grupo, introduciéndose en el mío con un afable y sonoro saludo.

Un saludo directo, de voz sincera y expresiva que absorbe de inmediato la atención de los cinco.

Cuando habla, su voz fortalece su punto de vista con mayor firmeza que sus argumentos.

La voz dice tanto.

No me placen las excesivamente hombrunas.

Las afeminadas ni olerlas.

Un hombre debe exhibir un tono equilibrado, que transmita seguridad y sosiego, capaz incluso de convencerte de la existencia de un ser tan inculto, injusto y misógino como Dios.

¿Un predicador hablando con voz de pito?

En cambio Rafa sabía muy bien compensar aquel tamaño que no llegaba al metro setenta, con tono templado y convincente.

Rafa era biólogo especialista en pequeños felinos.

Y en la cama felino era, desde luego.

Su pasión saltaba a la categoría de paranoica, pretendiendo gozar de todas las posturas del catálogo para sacarle al instante, cada gota de jugo.

Y me lo sacó, por supuesto.

Con el no solo gozaba por su gran aguante y cuerpo fibroso.

Con él se derretían las defensas cuando comentaba cada jugada usando sus enérgicas cuerdas vocales.

Incluso cuando nos corrimos, perfectamente sincronizados, sofoqué intencionadamente mis gritos para poder humedecerme de más escuchando los suyos.

Deliciosos suyos.

No se cómo ha ocurrido.

El corrillo deshecho y, encarando la siguiente reunión, el rostro dulce de ojos acaramelados y voz tenue, se ha apoderado del sitio de mi compañero previo.

Trato de ignorar tan sospechosa casualidad.

Trato de no enzarzarme en una pelea visual y dialéctica que sin duda perdería.

Trato de mirar al frente a una estadística de evolución de hectáreas protegidas y bien gestionadas.

Y entonces me sacude su aroma.

El aroma de un hombre avisa de su condición de infantiloide, procurado, dejado, afeminado o macho.

El aroma refleja con perfección dando la alarma respecto a lo que una posteriormente se encuentra.

Max olía sucio.

Guarro, muy guarro.

Su higiene se gobernaba bajo la premisa de que tocaba ducha cuando podía conversar con su sudor.

Y cuando le conocí, hacía mucho que conversaba con él.

Por alguna razón ignota de la psique femenina, Max sabía bien que alguna de nosotras, encontramos apasionadamente irresistible el que algunos varones exhiban su suciedad

A Max le agarraba los glúteos despiadadamente hasta clavarle las uñas, con mi barbilla hundida entre su hombro y cuello, tratando de acompasar sus acometidas contrarias a cualquier dulzura a mi respiración.

Cada vez que inspiraba, que recibía el aroma de su sudor, mi humedad batía records.

Él lo sabía y mis gritos delataban la perversión ya no oculta.

En cambio la tentación huele a procurado, a persona que conoce la importancia de los cinco sentidos a la hora de juzgar a un desconocido.

La cena es en mesas separadas.

Y por suerte el rostro dulce de ojos acaramelados, voz segura y olor procurado, lo hace en la de enfrente.

Suerte o desgracia pues en este juego, la gestualidad, esa capacidad de escribir libros enteros sin trazar una sola palabra, adquiere mucha importancia.

Lorenzo me conquistó casi en silencio.

Aquella cena apartada, sutil, discreta en la que con sus manos, con su expresividad facial implicaba en compenetrarse, en entregarse, en disfrutar y saber estar junto a él.

Porque Lorenzo sabía estar e intuir con quien le permitía tocar bajo las bragas.

No tenía que pedirle que aceleraba….lo hacía.

No tenía que rogarle que abofeteara mis nalgas mientras las poseía…lo hacía.

No tenía que darle permiso para correrse en mi boca…la regaba.

Paraba cuando lo mentaba, retrasaba voluntariamente el orgasmo.

Encendía la ducha para colocar su chorro directamente enfocado sobre mi coñito….tal y como mis ojos le indicaban que deseaba.

En este caso, el rostro dulce comía delicadamente masticando su entrecot con aire procurado, sin dejar jamás de lanzarme miradas falsamente tímidas, descaradamente cómplices.

Hasta guiñar un ojo y terminar de destrozar todos mis propósitos.

En este tipo de convenciones, el café y licor se prolonga hasta lo indecoroso.

El tema, la sostenibilidad del aprovechamiento forestal es tan apasionante que todos tienen una opinión y desean manifestarla.

Al final, uno tras otro, van excusándose para terminar en la cama.

Yo me quedo.

Y conmigo, sobrevive el rostro dulce de ojos acaramelados, voz segura, olor procurado y gestos intuitivos.

Sin hablar apenas, se coloca a mi lado.

Gira el cuello.

Sonríe.

Salva un centímetro.

Yo salvo otro.

Unidos salvamos el último y nos besamos.

¡Qué importante es el primer beso!

Aunque al primero le sigan luego muchos.

Tomás era una hecatombe.

Tomas poseía un indiscutible y estereotipado atractivo corporal.

Físico musculado, mandíbula carismática, manos de labriego vasco, morenazo vigoroso, camiseta cuello pico avanzado que dejaba intuir sus pectorales magníficamente esculpidos.

Casi tuve que cruzar las piernas al conocerlo para que no se descubriera como, involuntariamente, mis caderas se mecían absorbidas por su poder sugestivo.

Sin embargo, fue besarme, con precipitación, abriendo bestialmente la boca, esquivando los instintos delicados, y saber que esa noche estaría mal invertida.

Tomás me fornicó con egoísmo, sin mucho empeño, pensando que me correría tan solo contemplando sus abdominales.

Cuando eyaculó, agradecí que su costumbre de dormir le impidiera compartir cama y marchara a la suya de donde no debió salir nunca.

Solo el condón repleto de semen que encontré indecorosamente abandonado en la almohada cuando desperté, me recordó aquel intento erróneo.

Pero esta cara dulce de ojos acaramelados, voz segura, olor procurado y gesto intuitivo, besa con absoluta devoción, con mayor entrega al labio que lo recibe que a los suyos propios.

Y me voy lentamente humedeciendo.

El roce va dando paso al toqueteo, el toqueteo a la descarada fusión de nuestras lenguas, de la descarada fusión al abrazo por debajo de unas ropas bajo las cuales aún permanecemos ocultos.

  • Vamos – acierta a decir, señalando con la barbilla la escalera que conduce a nuestros cuartos.

Mis pechos, pequeños pero aun firmes, se airean cuando aún nos encontramos en mitad del pasillo.

A los lados, cualquier puerta, en cualquier momento, puede abrirse para sorprender nuestra aventura.

El morbo y sus situaciones peligrosas, rocambolescas, son otro acicate más de los que consiguen que pierda la sesera.

La sola idea de ser descubierta allí, arrinconada, con la camisa abierta de par en par mientras soban y besan mis cincuentonas tetas, mecidas, aplastadas, consigue que mis gemidos sean cada vez más indisimulados.

  • Tienes los pezones duros como el mármol.

Morbo y lívido son como agua y una pastilla efervescente….una y otra no pueden funcionar por separado.

Morbo como el que exhalan seres como Sergio y su playa secreta.

La que encontramos en aquella ruta en barco organizada para recontar ballenatos.

Tras confesarle al oído lo hermosa que me resultaba aquella cala, no paró hasta encontrar un mapa y la forma de acceder a ella.

El me penetraba enérgicamente conmigo mirando el sol, sintiendo en el trasero el calor de la arena, los zumbidos de su miembro, su mano en la boca, tapando mis gritos para que una pareja, tan nudista como nosotros, no se percibiera que en ese instante, toda mi testosterona se desfogaba en un tercer orgasmo.

El rostro dulce de ojos acaramelados, voz segura, olor procurado, gesto intuitivo, beso devoto y morboso abre la puerta invitándome a entrar dentro.

¿Qué le voy a decir?

Estoy en un pasillo de un hotel con las tetas al aire y no tengo otro remedio.

Avanzamos prácticamente a oscuras, con la poca luz lunar que se cuela por la persiana mal bajada.

En un torrente de besos llegamos al borde del lecho donde el rostro dulce se deshace y arroja.

Quedo de pie, delante, cara a cara, con evidente dominio.

Me voy desnudando…chaqueta, camisa a la que le falta un botón, falda.

Y más abajo, descubro que no llevo bragas.

Me las enseña pícaramente colgando de uno de sus dedos.

La habilidad es otro lujo que consigue confirmar la elección adecuada.

David era un despropósito al respecto.

Sus previos eran la llave del paraíso.

Tierno, lanzado, sin miedos…

Pero cuando llegó el momento de desabrochar el sujetador, la cosa se torció de tal manera que se vio obligado a retomar la faena desde el principio.

Cierto que volvió a conseguir que liberara flujos.

Cierto que supo ponerme cachonda y disfrutar de un buen tipo, inteligente, sagaz y entregado.

Pero aquel gesto de deslucirse ante el cierre de mi lencería íntima, lo condenó a estar, para siempre, un paso por detrás que otros que supieran apretar el código correcto.

El rostro dulce, encima habilidoso, sabe compaginar cama y caricia.

Una cama con los muelles recién estrenados y las sábanas limpias, donde podemos dar tres o cuatro vueltas sin riesgo de terminar con nuestros traseros empotrados en la tarima.

Marcelo follaba con un aprobado raso.

Pero el gigantesco colchón donde nos dimos aquel eficiente arrumaco, compensó de sobras sus ineptitudes.

Allá dabas vueltas para que el estuviera encima y otra para ponernos de lado, para girar y probar algo nuevo y te parecía que todavía quedaba mucho rincón sin brújula.

Marcelo sigue siendo un buen amigo….pero nunca repetiría.

Con el rostro dulce de ojos acaramelados, voz segura, olor procurado, gesto intuitivo, beso devoto, viciosamente morboso, de dedos ágiles y bien dirigidos, lo haría.

A este paso desde luego que lo haría.

No es el primer squirting que recibo.

Pero este, lanzando con sus dedos puestos en el lugar exacto, parece conocer perfectamente mi más íntima anatomía.

En apenas dos minutos de faena…

  • Me corro…Dios me corro.

….consigue llevarme a la gloria.

Culmino con su rostro besándome lascivamente, consiguiendo atesorar el gesto propio de enarcar las cejas y abrir la boca cuando me domina un buen orgasmo.

¡Qué importante es saber usar el gesto adecuado cuando el éxtasis te domina!

Nada resultaba menos atractivo que un -…..”¿te gusta zorra?”…justo cuando notas que te domina el cosquilleo.

Andrés me atrajo por su barriga.

Me complacen los hombres con defectos.

Una calva, un culo poco firme, un producto estomacal de la mucha cerveza…Andrés calzaba los tres en uno.

Si añadíamos a ellos sus frases poco procuradas, pornografía barata….”Chúpamela hasta el fondo puta….te voy a llenar de lechita ¿quieres?”….ya me resultaba inexplicable averiguar por qué razón le dejé acceder al secreto de mi entrepierna y por qué me corrí tan intensamente.

Tengo los ojos cerrados, apresando tras ellos el placer cuando extrae de mi coñito sus dedos pringosos.

Y los sigo teniendo cerrados al sentir su cara, besando con increíble porosidad mi vagina.

  • Esta aun empapada – huele – me gusta – añade, lanzando un delicadísimo y lento lametón de abajo hacia arriba.

Lo recibo sorprendida, gustosa, hundida en aquella locura.

Mi amante comprende como ninguno la anatomía de mis pliegues vaginales.

Su lengua sabe adoptar forma de punta allá donde se tensan los nervios y liberar saliva donde resta mayor espacio.

Saberme conocida me resulta seductor y confiado.

Lo comprende y gira sobre sí mismo para permitirme que compartamos el flujo.

En estas posturas no tengo tanta presteza.

Dudo.

Dudo y lo nota.

Por un instante, creo que voy a fastidiarla.

  • Calma cielo – consuela y anima – Déjate llevar y seguro disfrutaremos.

Y actúa.

Y me decido.

Unidos nos regalamos un placer sacrílego que hasta el día de hoy, parecía inalcanzable o incomprendido.

Sobre todo cuando, inesperadamente, sorpresa agradecida, comienza a dar señales, en mi boca, de su temprana venida.

No me retiro.

No lo hago porque en ese instante llega la segunda mía.

Y nos llega.

Y gritamos como posesos con el miembro ajeno en la boca.

Y caemos.

Sueño.

La comodidad favorece el sopor.

La confianza permite que relaje hasta fundir la sábana con el cansancio.

Es entonces cuando siento que saca un buen aparato que muestra de manera sacrílega, obscena, propio de la persona y el instante sacrílego.

No voy a oponer resistencia.

Estoy entregada.

Por ello, mansamente, abro las piernas para consentir que me penetre.

  • Date la vuelta – ordena con voz convincente y el gesto hecho con la mano para que gire – No mires. Imagina. Disfruta.

Sugerente.

En una cama nada satisface más que la sembrar curiosidad entre amantes.

Amantes como Saul, siempre abierto a proponer o acatar juegos sugerentes….pañuelos en los ojos, nata en los pezones, manos atadas, espejos empotrados, persianas alzadas con vistas a calles navideñas, besos negros, mordiscos en momentos muy inesperados….

Aguardo nerviosamente con la cabeza hundida en la almohada y el culo indecorosamente en pompa.

Un culo que besa devotamente al tiempo que, con una pausa desesperante, va poco a poco entrando dentro.

Noto su grosor, algo mayor, noto su textura, totalmente diferente, noto su tamaño, algo menor al esperado, noto que no llega hasta el fondo, que no termina de arrancar, generando en mi la duda.

Con cara placentera, trato de mirar hacia atrás para comprobar que todo marcha correctamente.

Y solo entonces, en ese curioso segundo, introduce todo de una taxativa tacada que genera un grito gigantesco, audible, sorprendente, delatador a cualquier foráneo de lo que allí dentro pasa.

  • Que bueeenoooo….

La sorpresa….el lazo definitivo que ata definitivamente a dos amantes destinados a serlo.

Ese arranque de ritmo bien calculado con que Alberto experimentaba su penetración, ese calzoncillo de Luis que al bajarlo reveló que su tamaño modesto ocultaba la polla más inmensa y temible que jamás me halla desafiado, ese jefe de personal que con setenta años ocultaba una virilidad difícilmente superable que me obligaba a pedir una tregua cuando contábamos tres arremetidas en dos escasas horas.

Acelera.

Y con cada tacada mis gritos se desbocan más y más, mi cadera coge impulso, lamentando que aquel aparato chispeante no tuviera dos, tres, veinte centímetros más que de seguras, tan cachonda y húmeda cabrían holgadamente.

Oooo si sus caricias sobre la espalda, mano extendida, acompasadas al beso en un lóbulo, cualquiera de los dos mientras con la otra mano, se posa sutilmente entre los vellos públicos.

  • Eres una delicia….regálame todo amor. Todo.
  • Si, siiii, siiiiiii

Caigo con su miembro aun dentro que procura extraer con sumo cuidado.

Antes de dormirme recibo su beso, recibo su abrazo, escucho su “Mañana seguiremos” y me entrego al agotamiento y a algo novedoso que no sé muy bien lo que es pero que no temo.

Al despertarme no siento culpa alguna.

No hay conciencia, no hay dolor, no regresan ni los niños ni Esteban.

Algo que nunca ocurrió con Simón, Antuán, Rafa, Alberto o Max.

Con ellos, incluso debía buscar una ducha rápida como excusa para llorar a gusto.

Con ellos, incluso si deseaba el polvo matinal, debía ahogar el recuerdo amargo de lo que tenía, amaba y peligraba.

Extiendo la mano.

No está pero topo con algo.

Lo extraigo del oscuro de la manta.

El vibrador es más brillante y largo que como lo recordaba.

  • Estas muy hermosa con eso en la mano.

Debo parecer muy perra tumbada en una cama, desnuda y con ese artilugio aferrado, pringoso aun con el olor y tacto de mi placer pasado.

Elena me contempla joven y humana, con sus pechos rosáceos desde la puerta del cuarto de baño.

Ella no tiene marido, ni canas, ni partos.

Abandono la verga plástica donde estaba.

Ella se acerca.

Se acerca y me besa.

  • Veo que quieres desayuno – posa su mano en mi pubis de vellos largos y rizados.

Vuelve a besarme.

Vuelve a ser correspondida.

No, definitivamente, esta vez, no habrá arrepentimientos.