El arreglador (6)
CONTINUAN LAS AVENTURAS.
EL ARREGLADOR 6
Juan y Ana María vivían en el 2 D del edificio que estaba enfrente al que vivía yo. Me vinieron a ver por la tarde del día anterior, diciéndome, que Don Adalberto, conocido de ellos, me había recomendado. Quedamos en que iría al otro día por la tardecita, porque durante el día tenía algunos asuntos que atender.
Así fue que al otro día, un día de mucho calor y un sol que francamente mataba, tomé mi cajita de herramientas y salí para el edificio en cuestión.
Allí me abrió la puerta Juan, me invitó a pasar y comenzó a explicarme las cosas que tenía que revisar y empecé con mis tareas. Entre destornilladores y cables estaba, cuando apareció Juan con dos vasos de refresco, que la verdad, me vino al pelo. En ese parte me contó que Ana María aún estaba en el trabajo. Además me contó que no tenían hijos, creo que no les había comentado que Juan y Ana María tendrían unos 45 años cada uno.
Después de ese pequeño receso seguí con mis labores y Juan andaba detrás de mí husmeando. Al rato quise sacarme una duda e inventé algo sobre la marcha, algo relacionado con el trabajo para atraerlo hacía mi.
__Aquí vamos a tener que pasar un cable__ dije
__¿Dónde?__ y se acercó a mi
__¡Espera que alumbro con mi linterna__ busqué en mi caja y rocé sus bermudas y sentí una dureza __Aquí está__ y alumbre. El seguía detrás de mí. Lo sentía agitado y cada vez más excitado y caliente, con su pija a punto de reventar.
__Acércate que si no vas a ver poco__ dije
__Ahora veo__ balbuceó, pero su cabeza estaba en otra cosa, porque cuando se apoyo en mis nalgas, lo confirmé. Su pedazo estaba al palo. Lo deje un rato allí haciendo comentarios inútiles y pasajeros, de vez en cuando me movía como al descuido y refregaba mi culo en su verga.
En un momento me enderecé y me aleje un poco para guardar la linterna en la caja. El se quedó apoyado en la mesa rectangular que había en esa especie de comedor. Me miraba caliente. Esperando. Yo lo sabía. Por algo era conocido de Don Adalberto.
Me acerqué tiernamente a Juan rocé su pija con mi mano, fui subiendo y toqué su abdomen, su pecho y acaricié su mejilla. Luego regresé por el mismo camino y me detuve en el cordón del pantalón que explotaba, fui bajando al ritmo de la prenda que cayó al piso. Su tronco quedó a la altura de mi boca. Solo respire un poco a su lado y me erguí nuevamente.
La dura y roja verga estaba rígida y sedosa, la tomé con una mano y comencé a masturbarlo. Él se retorció por primera vez y me tomó de la nuca buscando mis labios. Nos besamos y entrecruzamos las lenguas, jugamos unos instantes con ellas, mientras yo apretaba sus redondos huevos y él ya gemía de placer.
Lentamente fui cayendo de rodillas y alcancé, ahora si, con mi boca aquella preciosidad. Me detuve unos momentos en la cabeza y la rodeé con mi lengua, y la besé y Juan gemía con mayor vigor y su pedazo se volvía más duro. Mordí la cabeza, para luego lamer y volver a morder suave, intercalando besos y chupar golosamente toda la extensión, él hecho una furia se hamacaba sin cesar dentro de mi boca y extremaba en un sin de grititos el placer.
De pronto me detuve y la baba se desprendía de su aparato como un néctar. Me paré frente a él y me quité la remera, luego cayó mi pantalón corto y mi pija erecta apareció ante sus ojos. También Juan se quitó la remera. Lo subí despacio y sin dejar de besarlo a la mesa rectangular donde quedó tendido y allí trepé. Le iba a dar lo que el quería de mi desde que fue a verme a mi departamento.
Me senté sobre su boca y entendiendo a la perfección, su lengua, comenzó a recorrer mi agujero. Lo lamió y acarició, dando un rodeo, lo chupó frenéticamente, lo fue abriendo despacio, con calma y me penetró con su fina lengua lo más profundo que pudo.
Mis gemidos estallaban en el calor del anochecer rojo. Todo era un infierno de lujuria y deseo, donde nadie estaba dispuesto a frenar. Juan en todos los vaivenes de repente metía su lengua sobre mis bolas y eso me hacía sacudir vorazmente, deseando más y más.
Una vez que mi ano estuvo bien abierto me fui sentando sobre aquella pija rocosa, filosa, espada que tienta a los hijos del mal. Me fue enculando sin apuros, pero bien adentro. Mis gemidos estallaron por cientos, subía y bajaba por su palo brilloso y chocaba con deleite en sus huevos a punto de estallar en miles de figuras en forma de cremoso néctar.
Juan se quitó del asedio de mi culo y me atrajo a casi la posición original pero está vez se prendió a mi verga comenzando a adorarla. La trataba con suavidad, le daba besos cortos, la bañaba en saliva, la apretaba y apretaba mis testículos y no dejaba de mamar la pija. Se incorporó, y acostándome con las piernas para arriba volvió a ensartarme hasta lo más profundo. Allí estuvo yendo y viniendo sin piedad, se acercaba a mi boca y nos besábamos pasionalmente. La saliva de nuestras bocas no se agotaba nunca.
Él se bajó de la mesa y sentándome en el borde atrapó la vara con su boca, nuevamente me sacudía y mi palo ardía hasta el infinito. Ahora succionaba los huevos y lamía mi culo y volvía a la verga dura. Me masturbaba y buscaba mi lengua con la suya y los duelos renacían en nuevas constelaciones.
Pasados unos instantes se acostó en el piso alfombrado y levantó sus nalgas. Ataqué sin remedio su culito. Mi lengua comenzó a devorar, a consumir, a deglutir. A abrir aquel canal que estaba deseoso de mi y no podía dejarlo con las ganas. Chupaba su culo con ardiente deseo y placer, Juan pedía y rogaba por más. Mi verga se colocó en la entrada y empujé suave, para darle más violencia según pasaban los embates. Él no se resistía, abría presuroso su túnel y yo deseoso y perverso lo acometía y lo cogía con delicado y supremo éxtasis. Atento a la voz entrecortada de Juan que pedía más y más. Así estuve un tiempo y mi cuerpo necesitaba un cambio de posición. Entonces lo coloqué en cuatro patas y lo ensarté nuevamente, mis huevos pegaban con su trasero duro y sin vello, él levantaba la nuca y se masturbaba. A veces se levantaba y quedaba casi sentado sobre mi, eso daba un placer increíble, Juan pidió que saliera de su estuche. Entonces nos acostamos y cada uno metió la verga del otro en su boca y la mamada fue rápida, feroz, de ultimátum, la leche de ambos comenzó a saltar a borbotones y tratamos de comer todo lo que pudimos, finalmente lamimos hasta la última gota, nos fuimos recogiendo y nos encontramos con las bocas para seguir besándonos.
En la ducha nos restregábamos como demonios perdidos. El agua resbalaba por nuestros cuerpos a la vez que el jabón refrescante se perdía en nuestros agujeros, en nuestros sexos que iban volviendo a la vida lentamente. Así estábamos cuando la puerta del baño se abrió y apareció Ana María. A mi me dio la sensación que no fue sorpresa lo que transmitió su rostro, más bien, dejo ver que esperaba encontrar lo que encontró.
Se sonrió, nos miró un instante __¿Está linda el agua?__ preguntó, a lo que Juan le respondió sin muchos preámbulos que lo comprobará ella misma.
Ana María levantó su vestido, se sentó en el inodoro y se escuchó como caía el agua de su interior, mientras Juan sobaba mi verga y con la lengua me lamía el lóbulo de la oreja.
Ana María otra vez se puso de pie y ahora si se quitó el vestido, apareció un cuerpo fabuloso. Un par de tetas imponentes, se quitó la tanga, que apenas le cubría el sexo y se metió a la ducha con nosotros.
Ella acarició mi verga semi dura y apretó mis huevos como investigando y sonriente dijo __Parece que ya estuvieron jugando__ . Se agachó y beso la pija que crecía y con una de sus manos empezó a masturbarme, con la otra tomó la pija de su marido e hizo lo mismo. Juan se acercó a mi boca y nos dimos un largo beso, mientras ella tragaba, ahora, alternativamente, una verga y otra. Las besaba. Les pasaba la lengua muy despacio, bajaba y volvía a subir. Ya mi pija se había puesto al rojo. Dura y brillosa, ella ahora engullía mis huevos, que iban endureciéndose paulatinamente.
Ana María se dio vuelta y comenzó a refregar su hermoso culo en mi tronco desbocado, seguía con su boca chupando la verga a Juan. Entonces la tomé de las caderas, busqué su conchita y la fui clavando entrecortadamente, de a poco, pero muy profundo. Comencé a ir y venir en su interior que me atrapaba como una flor carnívora y me apretaba y me mordía con la fresa mojada totalmente y depilada a fuego. Después de unos minutos se la saqué y agachándome hundí mis fauces en su cálida cueva y la comí sin reservas, ella se retorcía y mamaba la pija de Juan sin descanso. Mi lengua jugaba con el entorno, con la profundidad, allí navegaba al clítoris y luego a los labios, primero los unos, luego los otros y ella se balanceaba en una cúspide mágica de placer.
Volví a clavar a Ana María, los movimientos iban y venían, mi verga entraba y salía de su vagina púrpura y rosada, suave, un reino en el cual muchos se han perdido.
Cambiamos de posición, Juan se sentó al borde de la bañera y Ana María enfundó la vara de su marido, sacó su culo hacia atrás lo más que pudo y me pidió que la cogiera por atrás. Lamí su orificio claro oscuro. Profundo y temerario. Lo chupé, lo acaricié. Lo penetré con la lengua, lo inundé de saliva y lo masajee con un dedo, luego con dos, hasta que dirigí mi cabeza al centro y empuje una vez, dos veces, la barrera iba cediendo, el dolor daba paso al placer y nadie nos detendría. La atravesé con la verga, la dejé sin respiración por el grito de éxtasis que largo, mezclado con suspiros y palabrotas. Se movía cada vez más como una serpiente herida. Juan no podría sostenerse mucho tiempo, en esa situación porque ella subía y bajaba enloquecida y luego movía sus caderas hacia atrás. Juan empezó a largar su crema líquida y ella lo besaba, sus lenguas se mezclaban y las gotas abundantes de semen caían al piso, dibujando infinitas formas sin sentido.
Juan no queriendo quedar afuera de la fiesta, se colocó detrás de mí y comenzó a chupar mi culo, las venas de mi cuerpo se tensaron al máximo, Ana María salió de su enclavamiento y tomo mi verga, mamó y mamó hasta que estallé y mi líquido iba hasta su boca y salí en hilos finos por la comisura de sus rojos labios. Juan se acercó a mi pija y terminó de limpiar las últimas gotas con su mujer. Nos sentimos más relajados. Ana María me besó largamente en la boca, luego se nos unió Juan y los tres nos derrumbamos en el piso del baño por un buen rato.-