El arreglador (4)
El arreglador prueba en su culo una pija por vez primera...
EL ARREGLADOR 4
Un sábado a la noche me fui para la casa de don Adalberto. Me había llamado para que fuera a comer algo. Hacía mucho calor y me vestí de forma liviana con una remera y unas bermudas. Llevaba conmigo dos botellas de vino tinto exquisito.
Cuando llegué a la casa, don Adalberto me atendió en bata, como era su costumbre. Me saludó efusivamente con un sonoro beso en los labios. Una vez adentro me abrazó y me volvió a besar, está vez metiendo su lengua lo más profundo que pudo en mi boca. Yo no me resistí y lo deje hacer.
Dejamos las botellas en la heladera y el me dijo __ ¡Te extrañe tanto todo este tiempo__ mientras me acariciaba la verga por sobre la ropa. __ ¿Y vos?__ me preguntó
__Yo también__ le respondí
__ Es que anduve ocupado __ volvió a decir como excusándose__ Vení conmigo__ y me tomo de la mano. Nos dirigimos al baño. Entramos y se quito la bata de color bordó, quedando completamente desnudo. Luego tomando mi mano la llevó a su pija que comenzaba a tomar vida. La sentí latir y me aferré a ella con gusto. La acaricié y la apreté suavemente, mientras la verga se iba endureciendo. Don Adalberto suspiraba y decía entre dientes __¡Así querido! ¡Así ponela dura!__
En ese preámbulo acaricié sus huevos y apreté sus nalgas. El hombre volvió a besarme apasionadamente. Me estrechó en sus poderosos brazos y me quitó en segundos la ropa. La poca ropa que tenía. Ahora, los dos estabamos desnudos y frotábamos nuestros cuerpos con delicia, ardor y calentura. El me mordía el cuello y las orejas. Abajo nuestras vergas producían un soberbio roce, chocaban, se encontraban y el fuego en ese baño iba creciendo. Don Adalberto metía su lengua en mi oído y me hacía bramar de deseo yo estaba caliente como nunca y deseaba intensamente que ese hombre me cogiera.
Pasado un tiempo, don Adalberto abrió la ducha. Nos metimos bajo el agua. Él tomó el jabón y comenzó a recorrer mi cuerpo de chico. La espuma iba cubriendo cada rincón de mi piel. Pasó el jabón por mi cuello, por los hombros, acarició mi tórax sin vello y se detuvo en mis tetillas, que se habían erguido lujuriosamente. Luego continuo con su plan y bajo hasta mi abdomen. Allí jugó un tiempo en mi ombligo, para luego pasar a mi pija que estaba al rojo vivo. Me pasó el jabón, con las dos manos lavó bien la cabeza, el tronco, las bolas. Volvió a tomar toda la pija y fue y vino con su mano pajeándome locamente. Mis gemidos retumbaban sin piedad en el baño.
Momentos después me hizo girar. Quedé de espaldas a él. Mi cabeza giraba. Había sido transportado a otro mundo. Don Adalberto me besó en la espalda. Luego la frotó son sus manos grandes y el jabón llegó a mis nalgas y él las amasó golosamente, pellizcándolas de vez en cuando. Por fin el jabón resbaló hacia mi ano, que ya estaba en llamas y dilatado. Cuando llegaron sus dedos me incliné todavía un poco más atrás, ofreciéndole mi cola sin pudores. Metió un dedo, jugaba con mi agujero y luego lo volvía a sacar. Don Adalberto dejó el jabón y con sus manos enjuagó mis profundidades.
En esos momentos yo volaba de lo caliente que estaba. Cuando pasó su lengua por mi anillo tuve que agarrarme de los grifos para no caer derrotado por el placer. La lengua del hombre giró por toda la zona y se movía estratégicamente. Dio un rodeo y finalmente se hundió en mi culito virgen. En ese momento el hombre dijo__ ¡Ah! Es sabroso. ¡Tenes un culo de miel!. Para en entonces don Adalberto babeaba. Como al pasar jugaba con mis bolas gordas y con mi pene. Lo friccionaba. Pero su lengua penetraba sin resistencia mi cola ardiente, que pedía más y más.
__ ¿Te gusta?__ preguntó en un momento.
__ ¡Sí! ¡Sí! ¡Más! ¡Don Adalberto! ¡Más!__ decía yo.
__ ¡Vení, Vení, vamos al cuarto! __ salimos abrazados del baño, con las pijas duras, limpias y a punto de estallar.
Entramos en el cuarto y allí nomás me puso en cuatro patas sobre el borde de la cama. Volvió a meter su lengua en mi culo que ya no soportaba más caricias. Al rato sentí algo frío. Era una crema que don Adalberto frotaba en mi culo. Hundió un dedo y al momento dos y hasta tres. Mis gemidos se escuchaban altos y fuertes. Él me susurró al oído __¡No te va a doler! ¡Voy a hacértelo suave y rico!__ acto seguido comenzó a rozar en mi zanja su barra ardiente. Yo sacaba aún más mi culo hacia atrás, pidiendo que me ensartara de una buena vez. En un instante apoyó la cabeza de la pija en mi ano y empujó suavemente hasta que entró. Emití un breve quejido. El avanzó un poco más. Sentí una oleada de dolor mixturado con placer. Ahí me penetró totalmente y ya no hubo dudas de que un enorme placer me arrastraba sin remedio hacia querer más verga.
Don Adalberto comenzó a ir y venir dentro de mi. Mi anillo explotaba de lujuria. Los gemidos y las respiraciones entrecortadas de ambos se mezclaban con los sudores y los fluidos de nuestros cuerpos, que se aliaban rítmicamente en una danza feroz de pasión y locura.
Me acomodó de costado y el hombre seguía dentro de mi. De repente sacaba su verga de mi culo y me volvía a encular enloquecido. En toda la refriega, don Adalberto masajeaba mi pija y mis huevos y la mantenía dura y a punto. El hombre me besaba el cuello y me decía cosas al oído que me alzaban cada vez más __¡Pareces una nenita! ¡Goza! ¡Me encanta tu culito cerrado! ¡Quiero que goces como nunca!__ y cosas por el estilo.
Su respiración se fue acelerando igual que su ritmo. Se hizo cada vez más frenético. Fue aumentando la velocidad segundo a segundo. Mi ano era atravesado sin compasión. Sus bolas me golpeaban las nalgas a un ritmo salvaje y en unos alaridos fatales comenzó a llenarme el culo de su sabrosa leche. Acabó y acabó y su semen comenzó a resbalar y a inundar mi anillo.
Don Adalberto se derrumbó sobre mi espalda. Acariciándola dulcemente con su lengua. Sin soltar mi verga, fue bajando lentamente hasta atraparla con su boca. La comió a la brevedad. La mordía suavemente. Lamía todo el largo de la poronga y llegaba hasta mis huevas y volvía a subir. En tanto yo sentía su esperma que caía a torrentes en las sábanas indefensas.
Sacó mi verga de la boca y se acomodó a horcajadas, cayendo tranquilamente y enterrándose el aparato en su culo. Una vez clavado comenzó a subir y bajar de mi vara dura y loca. Don Adalberto gemía, se frotaba su miembro caído, para luego tirarse sobre mi y buscar mi boca. Nos besábamos con pasión, chupando nuestras lenguas y mordiéndonos salvajemente.
Momentos después salió de la verga y se acomodó de tal manera que sus piernas quedaron sobre mis hombros y lo clavé sin dudar. Quedé arriba y lo bombeaba, sacando y metiendo mi pija en su lubricado anillo. El hombre gemía y seguía pronunciando frases y palabrotas de todo calibre. Mi verga inflamada, comenzó a arrojar semen sin parar. Don Adalberto sacó la verga de su culo y volvió a meterla en su boca y tragó hasta la última gota que le ofrecí. Me vació, yo caí de espaldas sobre las sábanas. El, cayó sobre mi, sonreía satisfecho. Gozoso. Me besaba en la boca, en el cuello. Besaba mis tetillas y seguía jugando con mi pija semi muerta.
__¿La pasaste bien?__ preguntó don Adalberto
__¡Como nunca!__ dije yo.
__No sabes lo bien que la seguirás pasando conmigo__ volvió a decir entre caricias y lamidas y besos.
En esos momentos sonó el timbre de calle. Don Adalberto no dijo nada. Espero que insistieran. Se levantó de la cama. Se colocó su bata y me dejó una a mi arriba de un sillón que había en el cuarto. Y salió del mismo para ver quien era.