El arquero

Un sueño algo extraño.

  • ¿Te conté la del arquero?

Me lo pregunta cuando el camarero ya nos ha dejado los cafés en la mesa. Estamos algo alejados de la barra, pero sé que lo contrario no le preocuparía. Aunque reservada para otros temas, es extrañamente abierta a la hora de compartir sus “historietas”, como ella las llama. En ocasiones – pocas - son experiencias reales. En la mayor parte de los casos, son ideas extrañas, que por algún motivo decide contarme.

  • No, esa no me la sé, ¿te has liado con un arquero?

  • No, no, ésta no es real, es de las otras

  • Ah, pues no

  • Bueno, ésta en parte la soñé. Como una pesadilla. De hecho, es que es una pesadilla. Pero me desperté, acojonada, angustiada, le fui dando vueltas… le dí más vueltas…

  • … una cosa llevó a la otra… - apunto con ironía

  • …eso es… y en fin. La historieta se quedó

  • Para el archivo

  • Y tanto

  • Bueno, ¿qué pasa con el arquero?

  • La escena viene, supongo, de esos espectáculos de magia, en los que el mago lanza cuchillos a la chica atada en el tablón, ya sabes

  • Sí – respondo - No me gustan esos espectáculos, siempre pienso que algo puede fallar, y que le va a saltar un ojo a la chica

  • A mí tampoco me gustan. Como atenuante… vuelvo a decir que todo esto partió de una pesadilla, así que…

  • Ya, excusas

Le gusta plantear todas estas ideas como cosas que “le pasan” o que aparecen de repente por su cabeza. Como si fuera una espectadora más. Yo siempre intento hacerle sentirse responsable de ellas.

  • No seas malo, o no te lo cuento

  • Te encanta contarme estas cosas, así que me puedo permitir ser malo

  • Eso es verdad, pero calla, que sigo.

  • Vale

  • Pues… es básicamente esa escena, la del mago y la chica. Pero no es en público. Yo estoy atada a un tablón, brazos en cruz, piernas abiertas, en una especie de sótano. O una mazmorra. Y no son cuchillos, son flechas.

  • Más elegante, dónde va a parar…

  • No te creas, son flechas, pero enormes. Es que todo es enorme. El arquero es una especie de gigantón. Podría hasta no ser humano

  • ¿No humano?

  • Sí, no sé, una especie de monstruo. De más de dos metros, musculoso, sin rostro

  • ¿Cómo que sin rostro?

  • Rostro tendrá, claro, pero lleva una máscara, o una capucha de verdugo, algo así, yo no le veo nunca la cara. Sólo los ojos. De mala bestia.

  • Ya, como un orco

  • No sé qué es un orco exactamente, pero bueno, si son grandes, fuertes y feos, probablemente sí

  • Sí, algo así

  • Pues él es muy grande. Y las flechas son también grandes, gruesas. El arco es como yo de alta. Hace falta mucha fuerza para poder tensar ese arco y lanzar esas pedazo de flechas.

  • Una mala bestia

  • Lo que te he dicho. Yo estoy ahí, muerta de miedo. Se me acerca, me rompe la ropa. Parte se cae, hecha jirones, parte se queda atrapada entre mi cuerpo y el tablón. Pero estoy, básicamente desnuda. Me toquetea, con curiosidad, más que con deseo. Noto sus guantes de cuero por mi piel. Luego me pasea la punta de la flecha por el cuerpo.

  • ¿Te dice algo?

  • No dice nada en toda la escena. Puede que ni siquiera hable mi idioma. Gruñe a veces

  • Un encanto

  • ¿A que sí?…- remueve el café con desgana y continúa- Tras hacer eso un rato, apoya la punta de flecha en la curva del cuello con el hombro. Insiste. No sé qué quiere decirme, pero da igual. Se aleja de mí unos metros y apunta

  • Oh-oh…

  • Sí. Si antes ya tenía miedo, ahora estoy temblando directamente. Pienso que no va a ser capaz, que no lo va a hacer, ¿qué sentido tiene? No puedo articular palabra, oigo cómo tensa el arco, porque es enorme y se oye, como si fuese un barco viejo. Y lanza la flecha. Entonces entiendo lo que me quería decir antes: estaba señalando el punto. La flecha me roza el cuello, y queda clavada en el tablón, en la curva del cuello con el hombro

  • Uf

  • Uf no, megauf. Esto pasaba ya en el sueño, en la pesadilla – corrige – Así que sí, uf, uf. Tengo tanto miedo que al clavarse la flecha me hago pis. En el sueño sólo, afortunadamente, no me hice pis en la cama…

  • Vaya

  • Sí. Él se ríe, o gruñe de modo parecido a una risa. Y se vuelve a acercar a mí. Quiero decirle que le suelte, pero las palabras se me mueren en la garganta al tenerlo cerca de nuevo. Me acaricia la cara con su mano, me mira y no puedo decir palabra. Con otra flecha, vuelve a hacer lo de antes: señalar, ahora al lado contrario del cuello

  • Eso por si te pensabas que se iba a conformar con un tiro

  • Ya, no, no se conforma, no se conforma con nada. Va a jugar todo lo que quiera

  • Y se repite

  • Se repite, vuelve a apuntar, vuelvo a apretar los dientes, cierro los ojos y ¡clank!, una flecha al otro lado del cuello. Muy muy justa, me ha rozado, ahora el cuello lo tengo encajonado entre las dos flechas, las rozo constantemente

  • Mejor no moverse mucho

  • Eso pienso yo. Me digo “no te muevas, no te muevas ni un milímetro, si quisiera matarte ya lo habría hecho, se está divirtiendo, es buen tirador” Pero me da rabia, muchísima, tener que cooperar. – Sonrío al oirle decir que le da rabia. Me encantan los detalles que le dan rabia, porque sé que, al tiempo, le excitan – No te sonrías, cabrón

  • A mí que me registren, eres tú la que fantasea con…

  • Calla. Sigo. Va marcando más puntos, y va tirando. Pese a que veo que acierta siempre, que a lo sumo me hace un rasguño, estoy aterrorizada. Pero me empiezo a excitar. Los hombros, los brazos… los va marcando y… atrapando con flechazos.

  • Bueno, al menos te puedes apoyar en las flechas

  • Sí, me puedo apoyar, están bien clavadas. Y sigue hacia abajo, por los costados, cinco, diez flechas más… Cuando me atrevo a decirle débilmente “no” me acaricia la cara, casi con ternura. Como diciendo “pobrecita, no sabes lo que te queda”. El gesto ese me pone muchísimo. Me dan ganas de agradecele el mimo. Y de matarlo, al tiempo

  • Agradecer la ternura de tu verdugo – digo yo…

  • Eres un retorcido cabronazo

  • Ya – le sonrío - y te gusta

  • Sí me gusta, sí – Se queda unos segundos pensativa – Pero te odio igualmente… El caso es que… sigue bajando, me aprisiona el cuerpo. Y siempre se acerca antes y señala. No sé para qué lo hace, para que me esté quieta, o para que tenga miedo del golpe exacto. Pero funciona, siento pánico cada vez, con cada puta flecha. Y me excito, aunque eso parece darle igual.

  • Ya

  • Las caderas… los muslos… sigue haciendo mi silueta a flechazos. Pasa al interior de las piernas, empezando por los tobillos. Y va subiendo. Alguna me hace un pequeño corte en el muslo, aunque abro las piernas todo lo que me permiten las flechas que están al otro lado. Clava una más rozando cada ingle. Y me acuerdo de la herida de los toreros, cuando el toro les corta la femoral

  • Uf, de ahí sale a chorro

  • Sí, pero no pienso en morir… es sólo que sabes que esa zona es frágil, instintivamente la intentas proteger. Y claro, también esta cerca de… ya sabes

Me hace gracia. Me cuenta una fantasía en que una especie de monstruo la castiga, desnuda, a base de flechazos. Y le da pudor decir coño.

  • Sí, ya sé – Digo con intención

  • Y entonces… ya me tiene, rodeada del todo. Han sido, no sé, veinte, treinta flechas. Admira su obra desde lejos, se vuelve a acercar. Me toca las mejillas de nuevo. Gruñe con satisfacción. Yo estoy algo aliviada, ahora sí que… aprecio su mano, ahora sí que le daría las gracias. Y entonces…

  • Te besa con su fea boca de orco

  • No. Ni hablar, coge una última flecha… y con la punta, como ha hecho con todas las anteriores, me toca en una parte. Pero esta vez no es en el exterior, me la pone en el corazón

  • Vaya…

  • Niego con la cabeza, otra vez, lo poco que me permiten las flechas que me hacen la silueta. Hasta, débilmente, me atrevo a decirle otra vez “no”. Pero me acaricia de nuevo, como de despedida. Y se aleja. Me muero de miedo, pero sigue la excitación, más aún, me da la impresión de haberme vuelto loca por estar cachonda. Pero lo estoy y me va a matar, me va a ensartar después de haber jugado conmigo. Si estuviera libre me arrodillaría, le diría que puede hacer lo que quiera conmigo, pero que no me lance esa última flecha.

  • Lógico

  • No… nada es lógico ya. No es lógico desde que ha pasado de ser una pesadilla a una situación que me está excitando. Me aterra que lance la flecha y, al tiempo, sé que es lo que corresponde, lo que toca. El reconocer eso me cabrea, pero me excita aún más. En realidad, da igual, porque no puedo hacer nada, estoy a su merced…

  • Expuesta al sacrificio

  • Eso es, ésa es la palabra. Me mira… apunta… vuelvo a oír el arco tensándose… me gustaría desmayarme, no tener que verlo, pero no ocurre, uno no se desmaya a voluntad. Ni siquiera puedo cerrar los ojos, tengo que verlo delante de mí, con esa flecha apuntando. Cuando estoy a punto de gritar, que no lo haga, o que lo haga, o que haga lo que sea… la lanza…

  • … ¿y?

  • Y… la flecha se clava justo entre las dos que me ha clavado antes junto a las ingles. Me roza. Yo tomo aire como si me hubieran sumergido en el agua cinco minutos… y me dejo caer sobre la flecha, necesito notarla entre mis piernas…

  • Vaya. ¿Y… entonces..?

Ella me sonríe, remata el café y deja la taza en el platillo. Me mira como si estuviese mirando a un extraño, sorprendida de mi pregunta.

  • Entonces me corro, claro. A lo bestia. Nunca mejor dicho.

FIN