El aroma del placer ( versión corregida)
Juan lleva años sisándole las bragas a su madre, hasta que un día...
Juan se despertó, como de costumbre, con la polla dura. Se la agarró debajo de las sábanas y se empezó a hacer la habitual paja mañanera.
No llevaba calzoncillos. La noche anterior, ya domingo de madrugada, antes de acostarse los había lanzado al cesto de la ropa sucia desde la puerta de la solana, acertando de pleno como casi siempre. Sus padres ya dormían, por lo que se fue a su cuarto medio desnudo.
Al pasar por delante de la puerta del dormitorio de sus padres agudizó el oído, a ver si los oía follar. Pero solo había silencio. Hacía mucho tiempo que no los oía como antes.
Más de una vez, en su pubertad, se masturbó con la oreja pegada a la pared (dormía en la habitación contigua a la de sus padres), oyendo a su madre gemir de placer y a su padre resoplar mientras se la follaba. A veces solo lo oía a él gemir y se imaginaba que su madre le estaría chupando la polla a su padre. Eso lo ponía aún más cachondo.
A ella sola no recordaba nunca haberla oído, por lo que pensaba que su padre no se lo comía.
Le gustaba acompasar su orgasmo con el de ellos. Bueno, más bien con el de ella. Cuando su madre daba un gemido más fuerte, más gutural, Juan se corría a borbotones en su mano o en el papel higiénico que llevaba para recoger la profusa riada.
Pero poco a poco parecía que la calentura de sus padres fue enfriándose y ya casi no los oía, salvo algún esporádico domingo por la noche.
Cuando esa madrugada fue a su cuarto a dormir estaba un poco bebido. Había sido un largo sábado de juerga con sus amigotes, así que se metió en la cama directamente y se durmió en el acto. Sin embargo se despertó cachondo y la paja que se estaba haciendo le estaba dando mucho placer. Se imaginaba follándose a algunas de las chicas de la disco. Haciendo cositas con alguna de sus profesoras, y se imaginó incluso tirándose a la vecina del 7ºA, vecina a la que había dedicado muchas pajas a lo largo de los años desde que se habían mudado a ese edificio. Era una mujer madura, delgada y de voz suave y aterciopelada que lo ponía como una moto.
Casi siempre que la veía era cuando coincidían en el ascensor. Por eso su fantasía recurrente con ella era follársela allí. Darle bien duro y al final arrodillarla delante de él y llenarle la cara con una buena ración de leche. Ella, con su linda sonrisa y su sensual voz le decía: Ummm, mira lo linda que me has dejado, cariño.
La polla ya le babeaba, signo inequívoco de que la corrida era inminente. Entonces recordó que, tras describir una perfecta parábola, sus calzoncillos habían caído sobre lo que parecían unas bragas negras de su madre. Y hacía días que no olía unas bragas de su madre.
Tras una noche en la que los había oído echar un polvo, descubrió al día siguiente en el cesto de la ropa sucia unas bragas. Por curiosidad, con el corazón latiéndole por si lo descubrían, las cogió y las olió. La polla se le puso dura en el acto. Le embriagó el suave aroma que aquella prenda emanaba, más al saber que el coño de su madre había estado en contacto con esa tela. Las dejó y salió corriendo a su cuarto a hacerse una furiosa paja.
Durante varios días repitió lo mismo. Buscaba bragas de su madre en el cesto, las olía y luego iba a su cuarto o al baño a pajearse. Hasta que una noche empezó a llevárselas a escondidas a su dormitorio. Allí, en la intimidad de su cuarto, sin miedo a ser descubierto, ya no solo podía olerlas a placer. Las estudiaba. Miraba las marcas dejadas por el coño. Llegó incluso a ponérselas alguna vez. Pero lo que más le gustaba era hacerse una paja envolviendo su polla en las bragas, aunque procurando no mancharlas con su corrida. Las veces que algo de semen caía sobre la prenda, las lavaba bien antes de devolverlas a la cesta.
Miró el reloj. Eran las 9:30 de la mañana. Su padre estaría en el bar de abajo, leyendo el periódico como hacía cada domingo y su madre seguramente estaría aún dormida, así que con la polla tiesa se levantó sin hacer ruido, se puso unos pantalones cortos, por si las moscas, y se dispuso a ir a la solana a por aquellas bragas negras que vio la noche anterior. Las cogería, se las llevaría de vuelta a su cuarto y se cascaría un buen pajote oliéndolas.
Andando despacito por el pasillo, vio que la puerta del dormitorio de sus padres estaba cerrada, señal de que aún dormía. Sigiloso, dobló el largo pasillo, pasó el salón, luego la cocina y cuando entró en la solana, se llevó una enorme sorpresa.
-¡Mamá! ¿Pero qué haces?
Allí, al lado de la cesta de la ropa sucia, estaba su madre, que lo miraba con los ojos desorbitados. Su mano derecha estaba entre sus piernas, bajo el pantalón del pijama. Su mano derecha sostenía los calzoncillos que Juan había lanzado la noche anterior pegados contra su cara.
Su madre se estaba haciendo una paja oliendo sus gayumbos.
A Luisa casi se le para el corazón cuando vio a su hijo aparecer de repente. ¿Qué hacía tan temprano levantado? Cuando salía los sábados por la noche siempre se quedaba en la cama hasta el medio día y tenía que casi echarlo de la cama para comer. Y ahora estaba allí, mirándola asombrado mientras ella olía sus calzoncillos.
Fueron largos segundos en los que no se movieron ninguno de los dos. Solo se miraban. Solo cuando Luisa vio como los ojos de su hijo bajaron y miraron hacia sus piernas sacó con rapidez la mano de su empapado coño y se quitó los calzoncillos de la cara, soltándolos en el cesto.
-¡Joder mamá! exclamó Juan, entre divertido y sorprendido.
-Juan... yo... balbuceó su madre, visiblemente ruborizada.
-¡Te estabas haciendo una paja oliendo mis gayumbos!
Luisa no podía negar la evidencia. Había sido pillada in fraganti.
-Yo... lo siento Juan. Lo siento.
-No pasa nada, mamá. Además dijo Juan, riendo yo venía a lo mismo. A coger tus bragas para hacerme una paja.
Se miraron a los ojos. Luisa no sabía lo que decir, que hacer. De repente, sintió miedo.
-Por favor, Juan. No le digas nada de esto a tu padre.
-¿Que no le diga a mi padre que su mujer se decida a hacerse pajas oliendo los calzoncillos de su hijo?
Luisa estaba a punto de echarse a llorar. Juan se dio cuenta.
-Tranquila, mamá. Que no se lo voy a contar a él ni nadie. Será nuestro secreto.
Ella respiró, aliviada, aunque aún muerta de vergüenza al ser descubierta. Sin embargo, se quedó petrificada otra vez cuando Juan se acercó a ella, apartó los calzoncillos y cogió las bragas que estaban debajo.
-¿No te importa que me las lleve un ratito a mi alcoba, no? le dijo mirándola a los ojos y acercándolas a su nariz y aspirando profundamente Ummm, aún huelen rico, mamá.
¿Cómo iba a decirle nada? ¿Cómo iba a reprenderle por hacer eso si ella misma lo estaba haciendo hacía unos momentos? Se quedó quieta, mirando como su hijo se daba la vuelta y se marchaba.
Se apoyó contra la lavadora, relajando la tensión que tenía en todo el cuerpo desde que Juan la pilló. Su hijo, su querido hijo, se había marchado a su cuarto, con sus bragas, para masturbarse oliéndolas.
Eso no era algo nuevo para ella. Sabía desde hacía años que Juan le cogía sus bragas.
Primero habían sido solo sospechas. Pequeños cambios en la ropa sucia que generalmente pasaban desapercibidos. A veces sus bragas aparecían en posiciones diferentes a como recordaba haberlas dejado.
Se dijo que quizás eran imaginaciones suyas. Juan probablemente simplemente removía la ropa al dejar la suya para lavar. Pero el día que no encontró entre la colada unas bragas que recordaba perfectamente haber dejado allí, confirmó sus sospechas. Juan le estaba robando las bragas. No podía ser otro. Su marido se iba a trabajar temprano. El que a la mañana siguiente aparecieran mezcladas con el resto de la ropa sucia solo fue la reafirmación.
No sabía qué hacer. ¿Decírselo a su marido? ¿Hablar con su hijo? Era un buen chico. Sabía que durante la pubertad los jóvenes tenían las hormonas por las nubes, que empezaban a descubrir su sexualidad. No entendía muy bien que placer podía encontrar Juan el coger su ropa interior usada. ¿Qué haría con ella? Bueno, estaba claro para qué las usaba. Para masturbarse. ¿Pero cómo? ¿Por qué?
Decidió no hacer nada. En seguir como si aquello no hubiese pasado. Pero luego cada vez que dejaba las bragas en el cesto de la ropa sentía un extraño cosquilleo.
Desde ese momento siempre se fijaba en como las dejaba y así saber si Juan las había o no cogido. Un día las encontró escondidas entre la ropa, enterradas entre el resto de las prendas. Estaban húmedas, como si las hubiesen lavado. Eso significaba que Juan las había manchado con algo. Quizás...
Se llevó la mano a la boca al comprender que Juan se había hecho una paja y se había corrido en sus bragas. Las había llenado con su semen y luego las lavó para eliminar las evidencias.
Se sintió extraña. Saber que su hijo le quitaba las bragas era una cosa. Pero ahora sabía que llegaba incluso a correrse sobre ellas. Se lo imaginó, tocándose, acariciando su polla. A lo mejor hasta lo hacía con las bragas. Y luego... las llenaba de semen.
En ese momento lo notó. La humedad en su coño. La dureza de sus pezones. Estaba cachonda. Hacía tiempo que el sexo con su marido estaba de capa caída, en retroceso. Sin embargo en ese momento estaba muy excitada, como hacía tiempo que no lo estaba. Su hijo se hacía pajas y se corría en sus bragas. ¿Pensaría en ella cuando lo hacía? ¿Se imaginaría, al correrse, que se corría dentro de ella?
Con sus bragas húmedas en la mano vio sobre el montón de ropa para lavar unos calzoncillos de Juan. Dejó las bragas y los cogió.
¿Qué placer obtenía Juan con sus bragas? Miró los calzoncillos de su hijo. Eran tipo slip. Los recorrió con los ojos. Imaginó que aquella tela había estado en contacto con la polla se Juan, con sus huevos. Sin saber por qué, sin pensar, los acercó a su cara y los olió.
No sabía lo que se sentía al aspirar una bocanada de marihuana, ya que nunca se había fumado un porro. Pero cuando sus pulmones se llenaron de aquel sutil aroma supo que estaba enganchada. Era un mezcla de sudor y de olor a hombre. De olor a... polla. Del olor de la polla se su hijo.
Aspiró varias veces aquel aroma. Mordiéndose el labio inferior no fue consciente de que su mano izquierda se había metido entre sus bragas. El roce de los dedos sobre su inflamado clítoris la hizo consciente de lo que estaba haciendo. Se estaba haciendo una paja oliendo los calzoncillos de su hijo.
Pero no paró. Siguió aspirando, tragando a bocanadas aquel embriagador olor hasta que estalló en uno de los mayores orgasmos que recordaba. Tan intenso fue que sus piernas flaquearon y terminó sentada en el suelo, jadeando. La mano que sujetaba los calzoncillos contra su cara seguía presionando.
Fue ese día en el que nació su fetiche. Fue ese día en el que comenzó a masturbarse oliendo los calzoncillos de su hijo.
Y ahora él la había descubierto. La había sorprendido en plena faena. Delante de ella había cogido sus bragas y se había marchado a su cuarto a tocarse. Estaría ahora mismo pajeándose y se iba a correr sobre ellas.
Los pezones se le marcaban de lo duros que los tenía en la fina tela del pijama. Su coño palpitaba entre sus piernas. Casi sin darse cuenta, cogió de nuevo los calzoncillos de Juan, los olió y su mano recorrió su encharcado coño. No tardó ni 10 segundos en correrse, tapándose la boca con la aromática prenda para que no se oyesen sus gemidos se placer.
Volvió a su dormitorio. Miró la puerta de la habitación de Juan, que estaba cerrada. Sabía lo que estaba pasando tras esa puerta. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Entró en su habitación y se tumbó en la cama.
Juan sobre su cama, olía con ansias las bragas de su madre. No se podía quitar de la cabeza la imagen de ella de pie, en la solana, con sus calzoncillos en la cara y una mano tocándose el coño. Su mano, envuelta por las bragas negras, subía y bajaba con furia a lo largo de su polla.
Tampoco tardó mucho en correrse. Fue una corrida intensa. Los dos o primeros chorros salieron disparados y cayeron sobre su barriga. El resto, con menos fuerza, caía lentamente por entre sus manos, llenado las bragas de su madre con su esencia de hombre.
-¡Joder! exclamó cuando abrió los ojos y vio como la prenda estaba llena de su enorme corrida. Ahora me toca lavarlas.
Limpió el semen de su barriga con papel y se disponía a ir al baño a lavar las bragas cuando pensó que para qué iba a hacerlo. Le había dicho a su madre lo que iba a hacer cuando cogió las bragas del cesto y ella no dijo nada. ¿Qué iba a decir si la había pillado con sus gayumbos en la nariz? Además, no creía que le fuese a decir nada. Siempre podía amenazarla con contárselo todo a su padre. Cosa que jamás, por otra parte, haría.
Por lo tanto, simplemente volvió a la solana y dejó las manchadas bragas sobre la ropa. Regresó a su dormitorio y al pasar por la puerta del de su madre, tocó.
-¿Sí? respondió su madre, con voz queda.
-Ya terminé, mamá. Las bragas se mancharon un poco, me temo. Tendrás que darles un buen lavado.
Luisa se quedó sin habla. Bastante avergonzada estaba ya como para encima esto. Se levantó para encararse con su hijo, pero a medio camino, se arrepintió. ¿Qué decirle? ¿Qué aquello estaba mal? Si ella misma se había masturbado con sus calzoncillos.
-Está bien fue todo lo que dijo.
-Olían muy ricas, mami. Me encanta el olor de tu coño dijo Juan tras la puerta.
-¡Ya está bien, Juan! le reprochó, sin mucha convicción.
Juan no estaba dispuesto a dejar aquello. Le divertía. Le excitaba.
-Mamá... ¿Aún llevas las bragas que tenías cuando te pillé haciéndote la paja antes?
-Juan, por dios.
-Ummm, seguro que están mojadas... bien olorosas. Déjamelas.
-No. Déjame ya... o... o se lo cuento a tu padre.
-¡JA! Cuéntaselo. Yo le contaré lo que haces con los gayumbos de tu hijo.
-Eres un cabrón.
-Venga mamá. Si los dos hacemos lo mismo. ¿Qué más da? Déjamelas, porfi. Nadie tiene por qué saber nuestro secreto. Sigo caliente.
Esperó unos segundos. Vio como el picaporte se movía. La puerta se abrió un poquito y una de las manos de su madre asomó por la rendija. Agarraba unas bragas celestes. En cuanto Juan las cogió, la puerta se cerró.
Detrás, Luisa, que se había quitado los pantalones para poder darle las bragas a su hijo, escuchaba con atención, pegada a la puerta. Al otro lado, Juan, que había salido sin pantalones a dejar las anteriores bragas en la cesta, lucía una enorme erección.
-Ummm mamá. Están calentitas... y muy mojadas. Y joder, que bien huelen. Son las mejores que he olido. Gracias.
Ello oyó como su hijo entraba en su dormitorio y cerraba la puerta. Se quedó de pie, apoyada contra la puerta. Se mordía el labio inferior. Tenía los ojos cerrados. Y los dedos de su mano derecha, mojados... recorriendo la rajita de su coño, otra vez excitado.
¿Se volvería a correr Juan sobre sus nuevas bragas? ¿Las llenaría con su leche de joven calenturiento?
Los dos, madre e hijo se corrieron prácticamente al unísono. Juan gozó como nunca de unas bragas de su madre. Estas estaban aun calientes. Mojadas. Seguro que ella se había corrido con las bragas puestas. Seguro que se había corrido oliendo sus calzoncillos.
Su eyaculación no fue tan abundante como la primera, pero dejó las bragas bien pringosas. Se vistió, las dejo al lado de las otras y antes de salir, pues había quedado con sus amigos, se acercó a la puerta de su madre y le habló a través de ésta.
-Bueno, mamá. Uf, ya son dos bragas a lavar. Lo repito. Me encanta como huele tu coñito. Me pone muy caliente. Me voy un rato con los compis. Vuelvo a la hora de comer. Chao
Luisa no dijo nada. Se quedó esperando a que su hijo se fuera. Entonces, sabiéndose sola en la casa, fue directa a la solana. Allí vio sus bragas.
Se acercó al barreño. Las negras estaban brillantes de la copiosa corrida de su hijo. Las celestes tenían menos semen, pero parecía más fresco. Las cogió las dos. Pesaban de lo cargadas que iban. No se pudo resistir a acercarlas a su cara. A olerlas. El olor predominante era a semen. Al semen de su hijo mezclado con el olor de sus propios jugos.
Las negras estaban frías, pero las celestes aún tibias. Se las pasó por la cara, suavemente, cerrando los ojos. Cerró las piernas, sintiendo escalofríos de placer.
Pero todo se cortó en seco cuando oyó la puerta principal y luego el grito de su marido anunciando que estaba en casa y de que traía pan calentito. Eso significaba que lo llevaría a la cocina, por lo que rápidamente metió las dos bragas en la lavadora y empezó a meter el resto de la ropa sucia.
-Ah, estás ahí, cariño. Pensé que aún estarías en la cama dijo su marido al entrar en la cocina y verla.
-No, estoy poniendo la lavadora.
-Voy a ver a ese tonto de los perros. ¡A ver si se lo comen ya! jajaja
-Vale. Ahora preparo el desayuno.
Añadió jabón y suavizante y puso en marcha la lavadora. El agua lo limpiaría todo, toda aquella locura. No podía seguir. Esa agua purificadora lo dejaría todo como antes.
Supo que se equivocaba, que ya nada sería como antes cuando Juan volvió a la hora de comer. Lo supo por como la miró. Lo supo por como su coño se mojó ante esa mirada.
Esa noche de domingo Juan volvió a pajearse oyendo a sus padres follar. Lo que no supo es que fue su madre la que empezó a acariciarle la polla a su padre, la que le susurró al oído que estaba caliente y que se la follara. No supo en quien pensaba ella cuando notó como su coño se llenaba del marital semen. Pero se corrió al mismo tiempo que ella gemía en pleno orgasmo.
Juan empezó a hacer planes para el día siguiente. Su calenturienta mente no dejó de maquinar. Su madre... sus bragas, sus calzoncillos... El aroma.
Luisa se despertó nerviosa. Su marido se estaba afeitando, por lo que en poco tiempo se iría a trabajar y se quedaría sola con Juan. Se levantó, se quitó el pijama y se puso un camisón que le llegaba hasta por encima de la rodilla, yendo después a la cocina, como todos los días, a prepararle un café bien cargado a su esposo. Ella se tomó uno también.
-Bueno, cariño dijo su marido dejando la taza en el fregadero Hasta la tarde.
-Que pases un buen día.
Hacía mucho tiempo que él no la besaba antes de irse, pero ese día se acercó y le dio un suave beso en los labios.
-Anoche estabas calentorra. Estuvo rico, ¿No?
-Sí, muy rico respondió la mujer, con una leve sonrisa.
Su marido se marchó. Cuando oyó la puerta cerrarse, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Ahora estaban solos Juan y ella.
-Buenos días, mamá oyó detrás de ella, aumentando la intensidad de la sensación.
-Buenos días contestó, apenas audible, sin darse la vuelta.
Juan comenzó su ataque.
-Anoche oí como papá te follaba.
-¡Joder Juan! Ya está bien de todo esto le recriminó Luisa dándose la vuelta y encarándose con su hijo.
-¿Qué? Ni que fuera la primera vez que los oigo. Las paredes son demasiado finas.
La mujer se quedó sin palabras. ¿No era la primera vez? Sabía que los tabiques de la casa no eran especialmente gruesos. Pero nunca se imaginó que él los escuchara.
-¿Sabes? Tampoco es la primera vez que me corro justo cuando tú te corres. Me encanta como gimes en esos momentos.
Luisa no dijo palabra. Pero todo su cuerpo estaba reaccionando. Saber que su hijo la oía cuando follaba con su marido le daba vergüenza, pero al mismo tiempo la excitaba.
-¿Te folló bien? preguntó Juan, con desparpajo.
-¿Qué?
-Que si papá te echó un buen polvo.
Se quedó callada, con el corazón a mil y el coño empapado. Sabía que sus pezones se marcarían claramente en el pijama. Sabía que él lo vería.
-Supongo que sí. Al menos te corriste. A no ser que... fingieras.
-No fingí respondió, al fin.
-Ah bien. Es que últimamente os oigo follar poco. Y me extraña. Si fueses mi mujer...
Luisa miró directamente a los ojos de su hijo.
-Te follaba todos los días.
Ella tuvo que sentarse. Le flaqueaban las piernas. Las juntó y una ola de placer subió por su cuerpo. Juan también se sentó frente a su madre.
-¿Desde cuándo coges mis gayumbos, mami?
-No lo sé. No recuerdo.
-¿Y por qué lo haces?
-Yo... no lo sé. ¿Y tú? ¿Por qué hueles mis bragas? contraatacó la mujer.
-¡Pues tampoco lo sé, la verdad! Pasó sin buscarlo. Un día las vi, las olí y el aroma de tu coño me encantó. Fue el primer coño que olí.
-¿El primero? preguntó Luisa.
-Sí, el primero. Luego he olido alguno más... Pero el primero siempre es especial.
Una leve sonrisa apareció en los labios de Luisa, lo que dio pie a Juan a segir.
-¿Te gusta como huelen los míos? ¿Te excita?
Luisa asintió levemente.
-Te pone caliente saber que una polla ha estado en contacto con la tela...
Mordiéndose los labios, bajando la mirada, Luisa volvió a asentir.
-¿Haces lo mismo con los de papá? ¿Hueles sus gayumbos y te masturbas oliéndolos?
-No.
-O sea, que solo con los míos.
-Sí dijo muy bajito
-Solo te pone cachonda oler los calzoncillos de tu hijo. Solo te calienta oler mi... polla.
¿Qué decir? ¿Qué responder a eso? No podía confesarle que sí, que tenía razón. Que la volvía loca oler sus calzoncillos, tocarse sabiendo que ese olor era de la polla de él. De la polla de su hijo. Que a veces, cuando se la chupaba a su marido para ponérsela dura antes de que se la follara se preguntaba si la de Juan sabría igual. ¿Cómo decirle que sus orgasmos eran más intensos cuando pensaba en él? Optó por no contestar.
Juan se quedó mirándola. Vio como los pezones se marcaban claramente en el camisón. Su polla también estaba dura, a tope, encerrada en los calzoncillos bajo el pijama, que no podían esconder el bulto que formaba su duro rabo.
-Veo que estás... cachonda le dijo.
Ella siguió en silencio, frotando con nerviosismo sus manos... juntando sus piernas. Él esperó unos segundos. Ella no le miraba. Miraba la mesa.
-¿Te gustaría oler los que llevo ahora puestos? A mí me volvió loquito oler ayer tus bragas recién quitadas.
Como ella seguía sin responder, él siguió.
-Venga mamá. No pasa nada. Todo esto va a quedar entre nosotros. ¿Qué importa darse un gustito con las cosas que nos excitan? No le hacemos daño a nadie. Y sé que lo estás deseando. Tanto como yo oler tus braguitas otra vez.
Claro que lo deseaba. Estaba loquita por aspirar ese embriagador aroma y tocarse furiosamente hasta correrse varias veces. Él ya sabía lo que ella hacía. Y ella lo que él hacía. Venciendo sus últimas barreras, al fin habló.
-Sí susurró.
-¿Sí qué?
-Que quiero... oler.
-¿Mis calzoncillos?
-Si asintió.
-Mi... polla.
Luisa solo movió la cabeza, asintiendo otra vez. Se tensó cuando su hijo se levantó y se acercó a ella. Sus ojos se clavaron en la entrepierna de Juan. La zona estaba muy abultada. Durante largos segundos ninguno dijo nada. Ella mirando el paquete. Él mirándola a ella.
-¿Me los quistas tú? preguntó el joven.
-¿Eh?
-Que si me quitas los calzoncillos.
Luisa se paralizó. No podía hacer eso. Significaría bajarle los pantalones del pijama y luego... bajarle los calzoncillos, liberando su dura polla. Aunque su cuerpo lo deseaba con toda su alma, la parte consciente de su mente se lo impedía.
Juan, al ver las dudas de su madre, se bajó los pantalones del pijama, que al ser ligeros cayeron hasta sus tobillos. Con un movimiento de sus pies los tiró hacia un lado. Sonrió cuando los ojos de su madre se abrieron como platos, mirando hacia su aún escondida polla. Llevaba unos calzoncillos tipo bóxer, ajustados. Su dura verga se marcaba con claridad. La tenía de lado, por lo que mostraba toda su longitud. La punta casi estaba a punto de salirse por la cintura.
-Venga, quítamelos y huélelos.
Luisa levantó la mirada, fijándola unos segundos en los ojos de su hijo. Luego, volviendo a mirar hacia los calzoncillos, se mordió con fuerza el labio inferior. En su interior la lucha era terrible. Por una parte, las ganas de bajarle los calzoncillos y liberar lo que parecía una enorme y dura polla. Por otra, la represión de su mente que le decía que aquello estaba mal. Que era su madre y que no debía hacer eso.
Casi se le para el corazón cuando vio como una de las manos de Juan empezaban a tirar de los calzoncillos hacia abajo, lentamente.
Páralo, páralo, gritó su mente. Su cuerpo no le hizo caso. Siguió mirando, sin apartar los ojos. De repente, Juan paró. Apenas sé había bajado 1 cm de la prenda.
El corazón de Juan también latía como loco. Estar así, con la polla dura mientras su madre lo miraba era algo muy morboso. La loca idea que lo obsesionaba desde la noche pasada ahora la veía posible. Iba a arriesgarse.
-¿No crees que olerán más rico... si me los dejo puestos?
-¿Có...cómo? exclamó su madre, perpleja
-Que olerán más ricos si me los dejo puestos.
La boca de Luisa se entreabrió, sin entender aún exactamente que le estaba pidiendo Juan. Cuando él se acercó más a ella, dejando sus calzoncillos a escasos centímetros de su cara y le puso la mano derecha en la cabeza, supo lo que quería. Aunque lo intentó, no pudo hablar. No pudo ni moverse.
-Venga mamá dijo él, tirando suavemente de su cabeza hacia él Huele mis calzoncillos.
Lentamente, sin apartar la mirada, Luisa vio como se acercaban a su cara. No opuso resistencia. Se dejó guiar, hasta que su nariz rozó contra la tela. Hasta que su nariz rozó contra la dureza de la polla de su hijo.
-Eso es mamá. Huéleme. Huele mi polla. Seguro que aún tiene el olor de la corrida de anoche. La corrida que tuve oyéndote correr a ti.
Cuando por fin Luisa empezó a moverse no fue para apartarse, sino para pasar su nariz por toda la zona, espirando, embriagándose con el exquisito aroma que desprendía. Pasó la cara por toda la polla, acariciándola con sus mejillas
-Aggg, mami, que rico. Eso es... eso es...huele mi polla.
Juan le soltó la cabeza. Ya no hacía falta sujetarla. Ella sola se restregaba, aspiraba, gemía. Aquella postura, sentada y echada hacia adelante no era cómoda, así que se arrodilló a los pies de su hijo y siguió pasándose la dura vera, a través de la fina tela, por la cara, por los labios. Él, excitado como no recordaba haberlos estado jamás la miraba. Con los ojos cerrados, su madre no dejaba de olerlo, de aspirarlo, de acariciarle la polla.
Sin que ella se diera cuenta, absorta como estaba en oler, en sentir, Juan empezó a bajarse los calzoncillos. El borde de la prenda pasó la cintura, luego el pubis. Vio desde lo alto como su polla aparecía. Aprovechó que su madre había bajado la cara para poder oler sus huevos para bajarlos más y liberar su duro mástil.
Luisa, perdida en su onírico mundo, olía el escroto de su hijo, sus huevos, a través del calzoncillo. Cuando volvió a subir la cara para volver a sentir la dureza de la polla, se topó con el calor y la suavidad de la piel.
-Oh... dios... mío llegó a exclamar al comprender que Juan se había sacado la polla y ahora se la estaba restregando directamente contra la cara.
-Huele mi polla, mamá. Mira como está de dura por ti. Mira como le pones la polla a tu hijo.
Abrió los ojos. La dura verga le tapa la visión. Juan sintió un placer enorme al ver su polla cruzando la cara de su madre, que no se apartaba un milímetro de ella. Vio como, sin despegarse, subía a lo largo de la polla, hasta llegar a la húmeda punta. Vio como su nariz rozaba y acariciaba el capullo. Vio como lo olía, cada vez con más ansias.
-Dímelo mamá. Dime que te gusta mi polla. Dime que te gusta como huele mi polla.
-Síii, síiiii, me gusta el olor de tu polla, Juan. Me encanta.
Lo agarró, desde atrás, por los muslos y restregó toda su cara por la ahora desnuda polla, impregnándose con su intenso olor. Olor a hombre. Olor a polla. Tenía que tocarse. Ya no podía más. Sin dejar de mover la cara, llevó su mano derecha por debajo del camisón y la metió directamente debajo de las bragas, comenzando a pajearse.
Aquello fue demasiado para Juan. El tener a su madre arrodillada, pasándose la polla por la cara al tiempo que se tocaba el coño, lo llevó rápidamente a un poderoso orgasmo. Agarró la cabeza de su madre y movió sus caderas como si le follase la cara. La polla subía y bajaba hasta que de repente, estalló.
El primer chorro salió disparado hacia arriba, manchando la mejilla derecha, la frente y el cabello de su madre. Cuando Luisa sintió aquel repentino latigazo, cuando comprendió que Juan estaba corriendo, estalló con él. Se corrió sintiendo como todo su cuerpo se tensaba, pero pudo seguir moviendo la cabeza, para repartir los siguientes latigazos de semen por todo su rostro. Notaba como la polla se contraía contra su mejilla y como un cálido disparo la golpeaba. La espesa leche la fue cubriendo. La frente, la nariz, ambas mejillas, los labios. Al moverse esparcía la corrida por toda la cara, untándose de ella.
Solo se oían los gemidos de ambos, sus aceleradas respiraciones. Juan no recordaba una corrida como aquella, tan larga, tan abundante. Cuando su polla dejó de manar y pudo tomar aliento, miró embelesado a su madre, que aún tenía espasmos de su orgasmo. Seguía con la polla pegada a la cara.
-Mamá... ha sido... uf... vaya corrida. No había soltado tanta leche en mi vida. Joder... estás preciosa.
Luisa sonrió. Varios chorros habían alcanzado su cabello. La frente marcada por varios chorros. La cara brillante. Sentía el calor. Y sobre todo, el olor. Es fuerte olor a semen que ahora sentía cubrirle la cara.
Se separó un poco. Ahora, desde más lejos, pudo admirar en todo su esplendor la aún dura polla de su hijo. Era larga, gruesa, surcada de hinchadas venas. De la punta caía una gotita de semen. Sacó la lengua y la limpió. Le gustó el sabor. Era la primera vez que probaba el semen. Miró a los ojos a su hijo, que le sonrió.
Juan la ayudó a levantarse. Se miraron a los ojos.
-Voy a limpiarme dijo ella.
-No no. Aún no. Me gusta verte así.
-¿Con tu corrida en mi cara?
-Si dijo, con una amplia sonrisa que ella le devolvió. Y ahora me toca a mí.
-¿Te toca qué?
-¿Qué va a ser? Oler tu grabas, llevándolas puestas.
Luisa sintió un nuevo escalofrío recorrer su cuerpo. Juan, su hijo, iba a...
Juan pensó a toda prisa la mejor manera de hacerlo. Necesitaba un sitio cómodo, para los dos. ¿ Y qué mejor que una cómoda cama? La cogió de la mano y casi la arrastró hacia la cama de él. Luisa casi flotaba mientras era conducida por el pasillo. Otra vez con el corazón a mil por hora. La hizo pasar y le pidió que se acostara sobre la deshecha cama. Ella obedeció, aunque mantuvo las piernas cerradas.
Su marido jamás había querido besarla allí. Le dijo que olía fuerte y que esas cosas no se hacían en los matrimonios. Pero su Juan, su hijo, le robaba las bragas para olerlas, para masturbarse con ellas.
-¿Estás seguro de esto, Juan? le preguntó.
-Joder que si estoy seguro.
Juan se acostó boca abajo y abrió con delicadeza las piernas de su madre. El camisón que aún llevaba era amplio y le permitió subirlo sin problemas. Ella levantó el culo para que pudiese arremangarlo hasta por encima de la cintura, dejándola desnuda excepto por las bragas. Eran blancas y mostraban una clara mancha de humedad.
Luisa miraba al techo, anhelante. Empezó a temblar cuando notó en las ingles el aliando de su hijo. Y gimió de placer cuando notó como el rozaba con sus labios la tela, justo encima de la rajita de su coño
-Ummmm que rico huele tu coño, mamá. Es lo más rico del mundo.
Luisa se estremeció de pies a cabeza cuando notó como Juan le daba un beso justo sobre el inflamado clítoris. Juan, al igual que hiciera ella antes, aspiraba el embriagador aroma que emanaba de la vulva de su madre. Besó toda la zona, lamió las ingles y besó una y otra vez la mojada prenda, arrancándola a su madre gemidos de intenso placer.
Y le arrancó un intenso orgasmo cuando presionó con su nariz a lo largo de toda la raja, desde la entrada de la vagina hasta donde estaba su botoncito del placer. El cuerpo de la mujer se tensó, arqueando la espalda y sintiendo las oleadas de placer atravesarla por completo. Más jugos se sumaron a los que ya impregnaban las bragas, aumentando su aroma de mujer en celo.
Cuando la tensión cesó, cuando la espalda volvió a tomar contacto con la cama, Juan le dio tiernos besitos en las ingles, que le hicieron unas agradables cosquillas.
-Lo repito mamá. Tu coño huele muy bien. Pero... ¿A qué sabrá?
-Juan...oh... dios... Juan...
-Papá no te lo come, ¿Verdad?
-No... Él... nunca...
-Qué tonto es ese hombre.
Juan apartó la tela para descubrir el ansiado coño materno. Estaba mojado, rojo. Sacó su lengua y le dio un lametón que hizo que su madre gimiera de nuevo
-Agggg... Juan...Juan...
No era el primer coño que se comía. Pero si fue el que más a gusto se comió. Se aplicó con todo su saber para hacer que su madre gozara de su primera comida de coño, que desde luego, no iba a ser la última.
El placer que Luisa sentía gracias a la lengua y los dedos de su hijo era más del que ella se había podido jamás imaginar. Los besos, las caricias, los lametones... como él atrapaba su clítoris entre sus labios y le daba continuos golpes con la lengua la llevaron enseguida a un fortísimo y arrollador orgasmo que bañó de jugos la cara de su hijo, que lejos de parar, siguió lamiendo, chupando, sorbiendo sus jugos.
Luisa llevó sus manos a la cabeza de su hijo. Enredó sus dedos entre su sedoso cabello y lo pegó contra ella. Deseaba más placer. Todo ese placer que le habían negado hasta ese momento lo quería para ella.
-Sí, sí, cariño... cómeme... cómeme así....más...más imploraba
Juan no dejó un segundo de lamerla. Con la polla dura contra la cama le siguió comiendo el coño a su madre hasta que le arrancó un nuevo orgasmo. Y siguió comiendo, con la cabeza enterrada entre aquellas maternales piernas, mientras ella pedía más y más.
Tras el quinto orgasmo, Luisa ya no pudo más. Estaba agotada. Los músculos de todo su cuerpo le dolían de las fuertes contracciones debidas a tantos orgasmos. Tiró suavemente de la cabeza de Juan para separarla de ella.
-Ya... mi vida... ya no puedo más... para.
Juan paró. Pero estaba demasiado caliente como para quedarse así. Sin que su madre pudiese hacer nada, se subió sobre ella, acercó su dura polla a la entrada de su coño y lentamente, pero sin pausa, le clavó toda la polla hasta el fondo de su coño, apartando con los dedos las bragas.
Luisa no dijo nada. Estaba casi sin fuerzas. Pero si que notó como la polla llenaba su coño como jamás lo había estado. Notó como Juan empezaba a moverse. Notó como su hijo empezaba a follarla. Lo abrazó con las manos y con las piernas, y se dejó follar. Estaba tan mojada que la gruesa polla entraba y salía de su coño con suavidad.
Cuando minutos después notó como Juan se tensaba, recibió con una sonrisa en labios el cálido semen de su hijo, que se vació en lo más profundo de su coño.
Juan, si salirse de ella, la miro. Ella le sonrió. Y por primera vez, acercó su boca a la de ella y la besó.