El aroma del deseo
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Iba allí cada día, en un vano intento de escapar de la monotonía de su vida. Siempre la misma rutina, las mismas caras en el metro, los mismos olores en la oficina. Y en casa era todavía peor, con sus pensamientos como única compañía, repasando febrilmente todo lo que hubiera ocurrido durante la mañana. Su única solución era distraer la mente; leer y leer en aquella terraza hasta sentirse hastiada de aburrimiento, y regresar a casa, sola, para descansar y comenzar de nuevo al cabo de las horas.
Pero aquel día tenía un aire diferente y sin embargo todo parecía igual. El mar, de un azul profundo se agitaba intranquilo, el sol se reflejaba en las suaves olas lanzando pequeños destellos como diamantes flotando en el agua y una suave brisa agitaba las ramas de las palmeras en un susurro delicado que se fundía deliciosamente con el sonido del mar. Era una visión hermosa, que sin embargo no conseguía distraerla de su lectura.
De pronto, un intenso aroma la envolvió, un olor ligeramente ácido, como a madera de sándalo y flores, un olor puramente masculino, casi violento y tan profundo que la desconcentró y despertó en ella el excitante recuerdo de una noche de apasionado desenfreno; un recuerdo tan vívido que pudo sentir el roce de las sábanas de seda acariciando su piel desnuda. Aspiró profundamente con los ojos cerrados, disfrutando de la fragancia, intentando con todas sus fuerzas guardarla en su interior. Sintió como el vello de sus brazos se ponía de punta y un escalofrío recorrió su cuerpo; apretó la mandíbula para controlarse pero sólo consiguió intensificar la sensación y notó como sus dientes se clavaban en su labio inferior mientras una mano apretaba fuertemente la servilleta mientras que sus piernas se cerraban firmemente rozando una rodilla contra la otra.
Decidida a encontrar la fuente de aquel embriagador aroma abrió los ojos, observó a su alrededor y su mirada se vio atrapada por unos intensos ojos verdes que la contemplaban desde la mesa de enfrente, profundos, impetuosos, fijos en ella. Era una mirada ardiente, seductora e invitadora, que la retaba a levantarse y acercarse a él. Se sintió repentinamente vulnerable, observada, inocente, como si todas las personas a su alrededor pudieran ver en su interior y darse cuenta de su estado de ánimo. El libro cayó de su mano temblorosa y el sonido que hizo al caer en el suelo la despertó del hechizo en que la tenía atrapada aquel hombre. Se agachó a recogerlo y al erguirse de nuevo, vio a su misterioso compañero levantarse de la mesa y caminar en su dirección. El corazón se le aceleró hasta alcanzar un ritmo ensordecedor, le temblaron los tobillos y su mente de perdió en el torbellino de ideas sobre como actuar en esta situación. Debía levantarse y hablarle? Debía actuar como si él no existiera? Qué hacer? Qué? Él cada vez se encontraba más cerca, sus ojos aún fijos en los de ella, una media sonrisa picarona curvándole los sensuales labios. Caminaba despacio, seguro de sí mismo, consciente del efecto cautivador que tenía sobre ella. Prendida como estaba en su mirada, no se dio cuenta de que ya estaba a su lado y que se había parado. Alargó su mano hacia ella y la posó en su hombro desnudo; se sintió desfallecer y un suave gemido escapo por sus labios entreabiertos El remolino que antes era su mente ahora se detuvo tan repentinamente que todo rastro de razón desapareció. Sus ojos se le cerraron. El contacto de él, con la mano sobre su hombro llevaba oleadas de placer desde los brazos hasta los pies, sensibilizando su piel, haciendo que notara el roce del aire en sus rodillas, subiendo por sus piernas hasta llegar a la humedad que había escondida bajo de la falda. Su tacto se volvió acariciante, los dedos deslizándose hasta llegar a su cuello, y allí se detuvieron un instante, como disfrutando con sus estremecimientos. Y tan deprisa como había comenzado, acabó. No se atrevía a girarse, pero supo por el sonido de unos pasos perdiéndose en la distancia que él se había marchado.
Notaba sus latidos acelerados, pálpitos intensos y regulares que reverberaban en su pubis, humedeciéndole los labios, exigiendo sentir aquellos suaves dedos otra vez o quizá pidiendo un contacto más íntimo. Una urgente necesidad de aliviarse se apoderó de ella, y con esa idea fija en su mente se levantó de la silla, aún débil y temblorosa. Y así, nerviosa y agitada se dirigió hacia su casa, a sólo dos calles del bar.
Caminaba inestable, apoyándose con la mano en las paredes para no caerse. La palpitación entre sus piernas era cada vez más intensa, notaba como el calor subía por su vientre hasta sus pechos, haciendo que sus pezones se endurecieran y sensibilizaran. El roce del sujetador era un suplicio, doloroso y placentero a la vez. Sus piernas parecía querer mantenerse cerradas, apretando fuertemente su fruto prohibido; impidiéndole andar. Ansiaba pararse allí mismo en la calle y meter la mano debajo de la falda, pero no podía. No con todas aquellas personas que pasaban a su lado, mirándola extrañados. Súbitamente el perfume volvió a rodearla, haciendo más apremiante el ansia de llegar a casa. Apretó el paso, con lo que aumentó el roce de su entrepierna y no pudo evitar gemir.
Al llegar al portal, un escalofrío de alivio le recorrió el cuerpo, que ganas tenía de estar a solas consigo misma! Abrió torpemente, evitando por muy poco que las llaves se fueran al suelo y entró apresuradamente sin esperar siquiera a que se cerrara la puerta, aún acompañada por la fragancia de aquel hombre. Por eso no vio la sombra que se deslizó sigilosa detrás de ella.
Sintiéndose segura tras los muros del edificio, decidió no esperar un segundo más y, mientras la mano derecha se agarraba con todas sus fueras a la barandilla para no caerse, la izquierda empezó a acariciar un pecho al tiempo que subía las escaleras. La oleada de placer que la recorrió fue tan intensa que tuvo que parar a mitad de camino para recobrar el aliento. Se sentía cada vez más húmeda, cada vez mas deseosa de bajar la mano por su vientre y subirse la ligera falda. Pero por una vez, optó por disfrutar de la sensación de vulnerabilidad y deseo que se había apoderado de ella y a duras penas consiguió terminar de subir, sin percatarse de la sonrisa picarona de su silenciosa sombra.
Por fin se topó con la puerta de su apartamento, que abrió desesperada; intentó colgar el bolso del gancho que había detrás, pero cayó al suelo con un ruido sordo desparramando por el suelo todo su contenido. Le dio igual. En aquel momento lo único que importaba era aliviar la quemazón que sentía entre las piernas. Apenas pudo entrar unos metros y tuvo que detenerse, apoyada de lado contra la pared, mientras los escalofríos le recorrían el cuerpo uno detrás de otro. Notaba como le ardía la piel de la cara, las manos le temblaban. Se lamió el labio superior despacio, disfrutando de la sensación de humedad al deslizar la lengua tocando los dientes, y aquello la encendió aún más. Se acarició el cuello con fuerza, casi arañando la piel y la mano fue deslizándose poco a poco, hasta llegar al pecho donde bajó un poco la camiseta y el sujetador hasta dejar el pezón al descubierto. Se lamió un dedo y lo pasó por la aureola lentamente, para luego pellizcarlo. El calor aumentó dentro de ella, y se mordió el labio de nuevo, deleitándose con el ligero dolor que eso le provocaba.
Una mano bajó hacia el vientre mientras la otra jugaba perezosa con los pechos haciendo que sus pezones se pusieran dolorosamente duros; la otra, fue lentamente apretándose contra la camiseta por el costado de la cintura hasta llegar al final de la minifalda de algodón donde clavó las uñas en la piel desnuda de la pierna para luego subir la mano, aún arañando la piel y en un solo movimiento fluido levantó la falda y introdujo dentro de las bragas. Se mordió el labio de nuevo; aquel suave dolor le provocaba un intenso placer, que reverberaba en su clítoris palpitante. Pasó la palma por encima de su pubis, que tenía un suave vello corto y se abrió los labios. Una descarga eléctrica la recorrió hasta los pies, y sus caderas comenzaron a hacer movimientos ondulantes exigiendo más.
Se metió un dedo en la boca donde comenzó a darle pequeños mordisquitos y a lamerlo suavemente, deleitándose en el sabor ligeramente salado, mientras que su mano acariciaba el pubis. Se sentía lasciva y a la vez vulnerable. Deseaba tener compañía para que la mirara mientras se daba placer a sí misma. No estaba muy lejos de la realidad, pues su misterioso acompañante la observaba desde la puerta, con una expresión divertida, viendo como ella se acariciaba el pecho desesperada, amasándolo y apretándolo, pellizcando los pequeños pezones endurecidos.
La mujer estaba medio enloquecida de placer, con sus dedos índice y corazón acariciando los labios del pubis, pero sin llegar a tocar el interior, un momento apretándolos hacia adentro y al siguiente separándolos, haciendo que la humedad resbalara hacia fuera. Entonces introdujo un dedo, primero despacio y luego cada vez más rápido mientras notaba como su clítoris se hinchaba y se volvía más sensible a su contacto. La silenciosa sombra sonrió, al sentir como su propio miembro crecía dentro de los pantalones. De pronto un dedo no fue suficiente, ansiaba más, anhelaba sentirse completamente llena. Metió otro y comenzó a hacer movimientos circulares, para luego sacarlos y meterlos de nuevo; sus caderas se balanceaban adelante y atrás , mientras que su mano libre masajeaba a primero un pecho, después otro, para luego bajar por el vientre, como queriendo acariciar cada centímetro de su cuerpo.
Sin previo aviso el perfume la envolvió de nuevo encendiéndole la sangre, notó una presencia a su espalda, un cuerpo cálido que se apretaba contra el suyo, un aliento en su nuca. No le importó, si acaso, aumentó aun más su lascivia y su deseo de tocarse para que él pudiera verlo y disfrutar con ello. Su pequeño sexo hambriento pedía más, exigía más. Mientras el aliento acariciante bajaba por su hombro, con unos suaves labios casi rozando su piel, metió el tercer dedo y comenzó a mover los tres más y más rápido, casi con violencia, notando como su vagina se apretaba con fuerza para mantenerlos allí encerrados. Pero aun así no era suficiente, por lo que separó bruscamente las piernas, sus labios se abrieron casi dolorosamente y los dedos pudieron llegar más al fondo, a la vez que la otra mano bajaba por el vientre para por fin mimar el clítoris.
Él bajó su propia mano rozándole el brazo hasta llegar a los benditos dedos que tanto placer le daban. Le mordió el cuello y entonces ella abrió la boca para soltar un grito, pero el aire quedó atrapado por un espasmo en su garganta. El grito se volvió más un gemido ahogado mientras la sensación se extendía desde su vagina apretada hasta los dedos de los pies que se curvaron hacia adentro involuntariamente. Entonces los músculos del interior de su sexo comenzaron a contraerse y a soltarse con enorme fuerza y rapidez y la humedad resbaló por sus dedos, mojando su mano y la de su acompañante. Se dobló por el abdomen incapaz de sostenerse mientras los últimos espasmos del orgasmo la recorrían de arriba abajo. Un gemido siguió a otro, perdiendo poco a poco intensidad, hasta que sólo quedó la respiración entrecortada y las suaves risas del hombre asiéndola todavía por la cintura.