El aroma

La vi y me gustó como olía. Se lo dije...

-Me gusta como hueles.

Me miró extrañada, de arriba abajo. Era normal porque no nos conocíamos y, sobre todo, porque después de una jornada laboral completa lo menos que podía esperar es que un hombre le dijera eso. Pero era cierto: me gustaba como olía.

El ascensor estaba lleno. Se celebraba un congreso en la ciudad y buena parte de los que íbamos dentro había llegado para participar en el congreso y volvíamos a nuestras habitaciones del hotel después de pasar todo el día de ponencia en ponencia, de stand en stand vendiendo, cada uno, nuestro rollo. Para eso nos pagaban.

Por lo tanto no íbamos solos en el ascensor, pero me acerqué otra vez hasta ella.

-De verdad, me gusta como hueles.

Llevaba un pantalón gris, estrecho y una blusa blanca con un escote discreto. Y como era de esperar, su ropa, ella, olía a una mezcla del perfume que se había puesto por la mañana y de todo un día de actividad.

Me miró otra vez, ahora con lo que podría decirse que era curiosidad. Me susurró: "huelo mal"

La miré fijamente, y esta vez sin proncunciar palabra, sólo moví mis labios: "No, me encanta como hueles" y cerré los ojos aspirando su aroma.

Llegó mi planta. La miré con cara de ocasión perdida y me bajé.

Cuando andaba por el pasillo con la llave de mi habitación en la mano noté que me seguían.

Era ella.

-¿De verdad crees que después de un día entero en la calle puedo oler bien?

-Ya te lo he dicho. Me gusta lo que huelo. Y creo que me podría gustar aún más lo que aún no he olido.

Me midió con la mirada. Seguí andando.

Me siguió.

Abrí la puerta de mi habitación. Dejé que entrara. Pasé tras ella y cerré la puerta.

La abracé por detrás. Puse mi nariz entre su pelo e inspiré sonoramente: su pelo olía a albaricoque, pero también a tabaco, y a café y al ligero sudor de muchas horas caminando. Bajé a su cuello. Retiré un poco su blusa y pasé mis labios, mi nariz por sus hombros. La acariciaba con mi olfato como si fueran mis dedos.

Se dejaba hacer. Sin moverse, pero invitándome en su quietud a que siguiera.

Desabroché su blusa. Me di la vuelta y me puse de rodillas para colocar mi cara sobre su ombligo. Olía a gel. Me entretuve con mis labios rodeando el pequeño orificio terso. Descendí un poco, pero sólo era un juego aún. Me puse de pie, recorriendo su tripa, la parte de debajo de sus pechos, sus costados, con los ojos cerrados y oliendo.

Fui hasta sus brazos, levanté el derecho y metí mi nariz mi boca en su axila: olía a desodorante, pero también a un incipiente sudor; olía a una hembra limpia que hace diez horas que se duchó. Gemí.

-Me siento sucia -dijo.

-Eres hermosa -contesté sin levantar mi cara de su piel -y adoro como hueles.

Volví a sus pechos que recorrí sobre el sujetador, blanco, sin acolchado, con un suave encaje. Sus pezones se marcaban nítidos, sonrosados, duros. Por primera vez saqué mi lengua y lamí uno de sus pezones, un poco salado.

Gimió. Por primera vez tocó mi cabeza y metió sus dedos entre mi pelo.

Me di la vuelta, me coloqué otra vez a su espalda y coloqué mi nariz en la parte posterior de sus orejas. Hablé en un susurro:

-Me imagino oliendo el resto de tu cuerpo. Bajando tus pantalones. Poniéndome de rodillas ante ti a un centímetro escaso de tus braguitas... ¿cómo son?

-Blancas, a juego con el suje. Un poco transparentes.

-Me imagino poniéndome a un centímetro escaso de tus braguitas blancas, transparentes. Pero no quiero ver aún tu pubis, tu sexo abultado. Sólo quiero olerte.

-Estoy sucia. He hecho pis mil veces. No puedes. Estoy sucia...

-...olerte, oler tu deseo que te empapa y empapa esas braguitas y es aroma de tener ganas, de "quiero tu lengua", y "quiero tu polla".

Hablaba muy pegado a su oreja y mientras tanto desabrochaba su pantalón, y metía mis dedos bajo la cintura, buscando el elástico de su ropa interior.

-Y voy a abrir los ojos entonces, para ver tu coñito y voy a retirar tus bragas y voy a oler y a lamer tus ingles y voy a oler y a lamer tu pubis y voy a bajar para acariciar tus labios mojados y brillantes con mi lengua y voy a tomar tu clítoris entre los labios..

-Para, por favor. Para -su voz era entrecortada, casi no podía hablar -De verdad estoy sucia. Me siento sucia. Quiero que me hagas todo eso. -había cogido mi mano y la había subido hasta sus pechos, yo jugaba con ellos- Quiero que hagas todo eso pero déjame ducharme y cambiarme de ropa. Te lo ruego. Y te dejo, ¡quiero! que me hagas todo eso...

-Pero a mí me gusta como hueles -protesté- Hueles bien. No hueles artificial, hueles a ti.

-Estoy incómoda, por favor. -rogó.

Se puso como pudo la blusa. Volvió a abrocharse los pantalones. Recogió el bolso y una carpeta que había dejado tirados al entrar en mi habitación.

-Ahora vuelvo, cielo -dijo, dándome un pequeño beso en la comisura de los labios -dame veinte minutos.

No volvió por supuesto. Ni la volví a ver en ese hotel gigantesco de cientos de habitaciones.

Aquella noche la esperé veinte minutos. Y meda hora. Y dos horas. En la madrugada tomé mi polla y la acaricié con el aroma débil que había quedado entre mis manos.