El ardor de lo cercano
Cuando las hormonas de un joven, dominan su razón.
Debemos poner un nombre al protagonista de esta historia, y como no me viene ninguno original a la mente, podemos dejarlo en Pedro. Eso si, Pedro es aún un chaval en plena adolescencia, que está harto de tener que camuflar los granos para poder ligar los fines de semana en bares de mala muerte, donde un montón de chicas que pretenden aparentar más edad de la que tienen, acostumbran a visitar. Son ese tipo de crías que a Pedro nunca le han llamado la atención, ridículas con minifaldas que apenas dejan entrever escualidas piernas, y con botas y plataformas que no ayudan a estilizar ni su andar ni su figura. Cuando Pedro iba con sus amigos a esos bares, siempre acababa centrando su atención en camareras de veintimuchos, y en ocasiones, hasta treintañeras. Incluso un día se sorprendió a si mismo, mirando con ojos libidinosos a una madre que enseñaba a su niño de 4 años, que no debía de entrar en esos antros de alcohol y lujuria hasta que fuese mucho mayor. Hoy es sábado, y Pedro se ha quedado solo en casa, porque sus padres han ido como cada mañana, a hacer las compras con el objetivo de acumular víveres para el resto de la semana. Y no será por lo que come Pedro, porque el chico está un poco en los huesos, después del tirón que ha empezado a producir su cuerpo, para alcanzar la musculatura tipo en un chico adulto.
La verdad, es que ayer Viernes Pedro no tuvo suerte en su salida. Sus amigos le empujaron a intentarlo con una mulatilla que le dio largas, y durante la noche, tuvo ciertos sueños húmedos que giraban todos entorno a ella. Era guapa, si, pero Pedro no pensaba que le hubiese podido enseñar nada en caso de haber triunfado en su tentativa de caza. Así las cosas, Pedro estaba más caliente que la sopa que hacía su madre. Estaba a punto de poner una cinta en el video que tenía en su habitación "Virgenes en el punto de mira", se titulaba, o algo así. Ya se frotaba las manos, iba a poder cascársela sin tener que preocuparse de que nadie fuera a entrar en la habitación e interrumpirle en el momento menos oportuno, y más embarazoso. Más de una vez su madre le había pillado infraganti con las manos apretando duramente su pene, dándole al manubrio... Incluso un día en el que se enfadó mucho, su madre hizo que se tuviese que girar de golpe, y parte de su eyaculación se produjese sobre la colcha de su cama. Pero hoy iba a ser diferente, una buena paja sin prisas y sin molestias.
Estaba ya bajándose los calzoncillos, cuando sonó el timbre de la puerta. Pedro pensó inicialmente en pasar de abrir, que cojones, nada debía interrumpirle en esos momentos que prometían tanto. Pero de nuevo, el timbre sonó un par de veces más. Enfadado y a regañadientes, Pedro se subió los calzoncillos, y se puso a toda prisa unos vaqueros que tenía tirados sobre su escritorio. La mirilla a través de la que observó quien podía haberle estropeado su mejor momento del sábado, dejó que a sus ojos llegara la imagen de su vecina, más bien, la mejor amiga de su madre. Margarita, que así se llamaba, es el tipo de mujer por las que Pedro sentía admiración. Debía tener unos treinta y cinco o treinta y seis años. Conservaba las facciones de una mujer joven, con un cuerpo impresionante. Sus pechos siempre captaban la atención de cualquier hombre, porque además, ella nunca los escondía. Sus piernas nunca se ocultaban, ya que Margarita siempre iba o con faldas, o con vestidos que transparentaban las esplendidas columnas, fornidas por el continuo ejercicio a las que eran sometidas en su profesión, cartera en el pueblo.
Ante tal panorama, Pedro pareció olvidar el "problema" que para él había supuesto la interrupción del timbre, y abrió apresuradamente. - "No está tu madre, Pedro?" - pregunto Margarita.
"No, ha salido a comprar con mi padre" - respondió él, esperando que su respuesta no hiciese que Margarita volviese sobre si misma y regresase a su casa.
"Te importa que mire la medida de las cortinas que puso tu madre la semana pasada en tu habitación?. Es que voy a poner unas idénticas en la de mi Paula" (su hija de 6 años)".
Por la mente de Pedro relampageó la imagen de Margarita en su propia habitación!. No había duda de que responder.
- "no claro, pasa y tu misma. Tengo la habitación un poco desordenada, espero que no te importe".
Pedro cerró la puerta tras de si, y no pudo evitar seguir a Margarita con su mirada clavada en sus espléndidas nalgas. Incluso hizo ademán de tocarlas, y suspiró al ver que un parón dado por MArgarita, no se debía a que se hubiese dado cuenta de ello, sino por cruzarse con la tapa de la cinta de video, tirada en el suelo. Por suerte para Pedro, era una tapa de cinta virgen, y no reflejaba el contenido de ésta.
Margarita, que solo llevaba una falda vieja de estar por casa, corta, muy corta, y una blusa que permitía adivinar sin mucho esfuerzo, que no llevaba sujetador, se acercó a las cortinas. Pedro, pensó al verla inclinarse y marcar más su hermoso trasero contra la falda, que no podía quedarse parado teniendo a una mujer como esa en su habitación. Se acercó por detrás, y haciendo un gesto de ir a tocar la cortina que miraba Margarita, rozó con su entrepierna el culo de ella.
"A mi no es que me gusten demasiado " - dijo mientras notaba que sus facciones se calentaban hasta casi quemar. Estaba sorprendido de que Margarita no se hubiese apartado ante el contacto.
"Pues a mi me encantan" - susurró Margarita mirando de reojo la cara de Pedro, al mismo tiempo que dejaba aflorar una risa picarona.
Pedro acercó su mano a la blusa de su vecina. De perdidos al río. Si hasta ese momento su pene, que alcanzaba una dureza desconocida por él mismo en ese momento, no había provocado que Margarita le diese un bofetón, su mano no iba a privarse de rozar los pezones de ella. Se sorprendió al notar un suspiro por su parte, cuando su dedo rozó ingenuamente la punta de aquella preciosa colina. Margarita se giró de golpe, y miró directamente al chico. Pedro pensó en ese momento que su calentón había acabado, y que iba a tener suerte si su madre no se enteraba de este capítulo. Pero se equivocaba. Margarita, sonrió y se puso de rodillas ante él, mientras le bajaba los pantalones con una delicadeza sorprendente.
Pedro, que hasta el momento había sido muy valiente, comenzó a dejar salir palabras entrecortadas de su boca, sin sentido alguno... como queriendo preguntar lo que su mente no dudaba que iba a tener lugar.
- "Como has crecido desde que os mudasteis aquí" - comentaba Margarita mientras sus manos ya habían contactado con el pene de Pedro. Eran unas manos cálidas, que conocían muy bien que debían hacer ante tal miembro. Pedro no era virgen, pero sus corridas con mujeres, se reducían a un par de noches en un descampado con una compañera de clase, y tales eyaculaciones no eran recordadas de manera muy especial, por la incomodidad, y por la falta de experiencia que en aquellos momentos tenía. Pedro miraba el techo de la habitación con ojos perdidos. Notaba que quien manejaba su pene, era alguien que sabía muy bien lo que hacía.
Cada movimiento, cada presión, parecían medidos al milímetro para causar un placer desconocido por él hasta entonces. Mientras, Margarita se acariciaba los pechos con la otra mano. en ningún momento dejó que éstos surgieran a la luz, o que Pedro pudiera ni tan solo intuir como brillaban a la luz de la habitación. Pero a Pedro no le preocupaba mucho eso. El placer que sentía era tal, que únicamente podía dejar hacer a su vecina. Cuando notó humedad sobre su capullo, tuvo que bajar la vista para dar credito a lo que suponía que estaba pasando. Margarita comía a sus pies, y comía a las mil maravillas el pene de Pedro. Como por un automatismo hasta ese momento desconocido, Pedro llevó sus dos manos a la larga cabellera de Margarita, y presionando suavemente, comenzó a acompañar los movimientos de vaiven que la cabeza de aquella mujer protagonizaban. Tenía miedo a correrse en cualquier momento, porque la lengua de su vecina estaba recorriendo las partes más sensibles de su falo, y aunque no le gustaba reconocerlo, él aún no dominaba, por su falta de experiencia, el control de la eyaculación como sería deseable. Tampoco se le podía ser un gigolo con dieciseis años, se había dicho a si mismo más de una vez. Pero a Margarita parecía no importarle que poco a poco, su lengua fuese notando un sabor amargo proveniente de la punta de aquel juguete que tenía en su boca. Sabía que estaba a punto de causar el mayor placer de su vida a un chaval que conocía casi de siempre, y eso hacía que ella misma sintiese como su clítoris cada vez más duro, al contacto con los dedos de su mano libre, fuese a ser el elemento que la llevase a un orgasmo que desde que tuvo a la niña, no había podido volver a tener con su marido.
Notaba como Pedro empujaba tímidamente su cabeza hacía atrás conforme el agrio sabor se hacía más notable, pero ella desistia de sacarse la polla de la boca. Eso estropearía su corrida, que estaba tan o más cercana a la de Pedro. Un grito recorrió todo el piso, y Pedro no pudo aguantar más. Soltó toda la lecha que llevaba acumulada desde que la noche anterior la mulata le había calentado. No podía creerlo. su vecina, estaba tragándoselo todo al mismo tiempo que gemía y se retorcía acuncliyada de placer. Pedro apenas pudo alcanzar a entrever un poco de vello púbico de Margarita, que parecía querer ocultarle todos sus secretos al chico. Pero le daba igual, se estaba quedando más seco de lo que ninguna de sus masturbaciones le habían dejado nunca. Por la barbilla de Margarita caían regueros de semen, mientras ésta miraba con cara complacida al joven. Se levantó, y sin limpiarse, le dió un beso en la mejilla.
- "Creo que pondré otras cortinas. A mi tampoco acaban de parecerme tan bonitas como en la tienda, con tu madre. Dile que he venido" -
Margarita abrió la puerta y salió hacia su casa tal como había venido. Pedro, erguido con su pene ya flácido, no sabía si todo aquello había ocurrido de verdad o no. Lo que si tenía claro, es que ya no necesitaba ver la película que había puesto en el video.