El Arco Tensado (5: Piercing)

Un joven de 22 años es educado por una dominatriz de 35, quien le enseña a emitir su semen gota a gota.

V - PIERCING

Todos los días me despierto temprano, pero no salgo de mi celda hasta que no se retira la señora de la limpieza. Es una mujer madura, alta y silenciosa, eficiente. Llega al amanecer y después de un par de horas se retira dejando todo impecable. Me avergüenza mucho aunque jamás me ha hablado. Ni siquiera me mira. Yo me vuelvo hacia la pared y espero que termine su trajinar. También trae provisiones, las de mi dieta espartana, y los licores y golosinas que suele consumir mi dominatriz. A veces me deja en la puerta de la celda una bolsita con algunas hojitas de afeitar o un par de jabones rústicos. Donde más se demora es en las habitaciones "reales".

Imagino que sabe lo que me está pasando y me pregunto si comprenderá realmente por qué un hombre llega a ponerse voluntariamente, como yo, en manos de una hembra sádica. Debe ver en las habitaciones de ella los instrumentos, aparatos y atuendos con que me tortura...(y tal vez algunos que aún no conozco). Aunque no parecen importarle mucho mi existencia ni mis razones.

Después que se va, deambulo libremente por el penthouse (la reja de mi celda nunca está cerrada con llave, su función no es mantenerme encerrado sino privarme de intimidad). Siempre desconfiando de una vigilancia subrepticia, me cuido de no pasar la puerta prohibida de los aposentos privados. Hago mis ejercicios con esmero y dedicación; no disfruto de los muebles cómodos; no bebo, no fumo, y acorto las horas leyendo, tirado sobre la alfombra, a los pies de su sillón, donde a veces puedo oler la reminiscencia de su perfume. La biblioteca es surtida pero la selección sugiere un gusto femenino: arte, mitología, historia, fino erotismo, etc.. Hay también un gran atlas de anatomía donde me ha ordenado estudiar detalladamente el aparato genital humano en general, y en particular la irrigación, inervación y músculos, voluntarios e involuntarios, que regulan la erección y la eyaculación masculina.

Hoy he cumplido sus instrucciones punto por punto. No me queda un pelo en el cuerpo salvo las cejas. Me he afeitado meticulosamente desde la cabeza a los pies. (- si te encuentro un solo pelo te lo arrancaré - me dijo; así que me he tenido que afeitar hasta el periné, mirándome, acuclillado sobre un pequeño espejo).

Ahora me siento realmente desnudo mientras permanezco, de pie, frente a ella. Me ha llevado a un amplio rincón del loft, bajo la baranda del pasillo, que simula una sala de interrogatorios. Sólo tiene por mobiliario una mesita redonda, negra, laqueada, de un metro de diámetro, cuyo único pie es un curioso dispositivo, como un tornillo de acero, que permite que el plato suba o baje con un movimiento giratorio; una silla de cuero, también negra y giratoria, regulable en altura; y una lámpara de pie que derrama una intensa luz implacable sobre el conjunto.

Permanezco frente a ella con las manos a la espalda. Mi único atuendo es mi collar con la cadena, la ligadura de cuero de mis genitales, y mis trabones en muñecas y tobillos. Mi pubis afeitado se ve pálido a la luz de la lámpara y el pene tieso, como un palo, late con ansiedad.

Ella está sentada en la silla, bajo la luz intensa de la lámpara, con las piernas cruzadas, la mirada seria fija en mi, chasqueando distraídamente la fusta contra la alta caña de su bota, y manteniéndome en una tensa espera. Su atuendo me preocupa. Tiene puestas unas botas altas, de fina suela y tacos agudos; un corsé negro, de cuero brillante, que le ciñe el tórax desde debajo de su busto hasta arriba de sus caderas, dejando expuestos a mi mirada perturbada sus hermosos pechos desnudos, con esos pezones cónicos, prominentes y sensuales; y su vientre plano con un brillantito provocativo en el ombligo. Una gorra militar, armada, toda de cuero negro con una visera brillante, me oculta parte de su bello rostro callado. Una diminuta bombachita triangular, de suave cuero gamuzado, cubre su pubis y se sujeta a sus caderas por dos cadenitas plateadas. Calza en lo antebrazos uno guantes de cuero negros que terminan en un triángulo sobre el dorso de sus manos, sujetos al dedo mayor por una cadenita de plata, de modo que puedo ver sus finos dedos y sus largas uñas pintadas de un rojo profundo. Está alhajada con una gruesa gargantilla de diamantes, pulseras, anillos, aros pesados y colgantes, y un brazalete, todos orlados de brillantes como el collar.

A su lado, sobre la mesita hay una caja de madera oscura.

- Arrodíllate – me ordena finalmente indicándome con la fusta un lugar frente a ella, bajo la luz. - Ponte derecho -.

Me observa, inspeccionándome, - Vuélvete hacia la pared... , a gáchate -. Con la fusta me abre las nalgas y me ladea el escroto para comprobar la perfección de mi afeitada.

- Frente a mi - ordena finalmente, luego toma la caja de la mesa y la apoya en sus rodillas.

Abre la tapa hacia mi ocultándome su contenido y revisa su interior inexpresiva. Finalmente saca una careta de cuero y la arroja al piso frente a mi. – Póntela - me ordena sin mirarme.

Tomo la careta y me la ajusto sobre la cabeza cerrándola por detrás con un cierre relámpago que va desde el occipucio hasta el cuello. Mi cara desaparece tras la funda que sólo deja dos agujeros para los ojos, dos más pequeños para las fosas nasales y una abertura, con cierre, para la boca.

Vuelvo a la posición de espera, temblando de expectativa, y la veo sacar de la caja y poner sobre la mesa una pequeña cajita satinada como las que se usan para presentar aretes o anillos.

Luego se reclina en la silla, cruza las piernas y me estudia tranquilamente.

- El corte de cabello te favorece - me dice con doble sentido – el pitito pelado parece más largo -. Siento que me arde la cara de vergüenza bajo la careta ajustada. No puedo ver sus ojos bajo la sombra de la visera. El pene me pulsa involuntariamente, palpitando en el aire frente a ella.

Finalmente gira su silla enfrentándose a la mesita y señalándomela con el pie, me indica: -arrodíllate sobre la mesa-.

Gateo rápidamente sobre la mesa y adopto la posición de espera. Me observa un rato, divertida, girando la mesita de un lado a otro con el pie, como si quisiera verme por ambos perfiles. Finalmente la impulsa con fuerza y me observa dando vueltas como un muñeco en la vidriera de una juguetería.

Se pone de pie y frena la mesa con la rodilla. He quedado de espaldas a ella así que, sin esfuerzo me eleva los brazos tras la espalda enganchándome las manos entre sí, y al collar, en una posición muy forzada. Toma la cadena de mi collar y la engancha en un perchero del barandal ajustándola tan tirante que mis rodillas casi no tocan la mesa. Luego gira la mesa, que desciende atornillándose en el piso lo cual me ahorca aún más. Me deja de costado de modo que apenas puedo verla con el rabillo del ojo. Mi cuerpo tiembla por la tensión.

Lentamente desprende las cadenas que sujetan sus braguitas de cuero y, poniéndolas frente a mi cara me dice secamente – Abre la boca... -. Me introduce el bollito de cuero entre la lengua y el paladar y, con un movimiento brusco, corre el cierre relámpago sellando mis labios.

Toma la pequeña cajita de la mesa, la abre delicadamente y extrae un anillo de acero grueso que coloca frente a mis ojos, mientras me mira con sádica satisfacción.

- Hoy comenzará tu verdadera educación – me dice, burlona, mientras toma mi miembro erecto, con su mano izquierda, de modo que sus dedos pulgar y mayor se juntan por abajo, mientras el índice se apoya sobre el glande.

Es la primera vez que me toca el pene y al sentir su mano envolviéndolo firmemente temo que se me escape un chorro de semen al aire.

Ha girado la mesa hasta dejar mi sexo a la altura de sus manos, de modo que puede tomármelo si necesidad de agacharse.

Siento que con las uñas me pellizca el frenillo, separándomelo del miembro, mientras que con la otra mano me echa un aerosol, helado y ardiente a la vez, sobre el glande y la fina piel del prepucio aprisionado. Lugo aumenta la presión de sus uñas, clavándomelas hasta hacerme retorcer, medio ahorcado por el collar, tratando de liberarme de esa mano cruel. Colgado como estoy, no puedo ver qué me está haciendo, pero noto que toma algo de la caja.

-¡Quieto!- me ordena secamente al tiempo al tiempo que aproxima su mano derecha a mi sexo. El ardor que me producen sus uñas en el frenillo aumenta. ¡me las está clavando debajo del glande!. Me contorsiono tratando de sustraer mi pene lastimado de sus manos, pero ella lo sujeta con fuerza y con un fuerte sacudón me inmoviliza. Estoy medio ahorcado por la cadena y asfixiado por la careta, siento que puedo desvanecerme, pero al mismo tiempo me asalta un deseo indecible de eyacular en su mano. Empujo la cadera hacia delante, un poco para aliviar el pellizco feroz y otro poco para estirar mi prepucio bajo la palma de su mano.

- Ni se te ocurra pajearte - me dice al tiempo que aumenta la presión sobre el miembro, clavándome la uña del índice sobre el glande palpitante, mientras continúa manipulando mi sexo. Al mismo tiempo que me tortura se pasa la lengua distraídamente por los labios, como una niña concentrada en emparchar un muñequito.

-¡Mmmh!!- me oigo sonar tras el cuero de la máscara -¡Mnnuuh!. Entonces siento el seco chasquido de una pinza al cerrarse perforando mi piel, como un sacabocados, y un dolor profundo me sube por el vientre. La miro suplicante; dos gruesas lágrimas corren sobre el cuero de la careta. No puedo verme pero se que me ha anillado el frenillo.

Me suelta la verga y el alivio de la presión feroz de su mano es inmediato. Se retira un paso y me contempla el miembro con aire satisfecho. Gira la mesa con la rodilla para ver su obra desde diferentes ángulos.

Finalmente me mira, molesta, y levantando frente a mis ojos una pinza de anillar de acero me dice – Deja de lloriquear o te pongo otro.-

Luego toma de la caja una fina cadenita de plata que desliza entre sus dedos hasta sostenerla por ambos extremos mientras me mira burlonamente.

- En general aconsejan algunas semanas de abstinencia después de anillarse, pero tu no tendrás ese privilegio- Mientras habla se adelanta y me toma nuevamente el miembro para enganchar la cadenita en mi nuevo anillo; luego se retira y me da pequeños tirones en el pene dolorido sosteniendo la cadenita entre los dedos como un pescador que prueba el pique con el sedal.

A pesar del ardor intenso, el verme el sexo atado a su mano me excita, y los tironcitos que me pega me provocan una erección extrema.

- Bien - dice satisfecha – ahora te esforzarás por sacar una gota de semen cuando yo te lo ordene. Concéntrate y contrae los músculos perineales. Puedes mover la cadera en el aire, pero no quiero ver ni un gesto ni un quejido -

Dicho esto me balancea el pene con tironcitos de la cadena que sostiene con la mano izquierda mientras que con la derecha me da pequeños toques amenazantes con la fusta en el glande. Sigo colgado del collar, tenso, de rodillas, y apenas puedo moverme.

Con gran esfuerzo comienzo a provocarme contracciones desde el ano hasta la punta del miembro dolorido, ofreciéndoselo, con palpitaciones crecientes.

Ella mueve la fusta, casi como una caricia, sobre el dorso del pene tenso. Por momentos me toca la punta del glande como para comprobar si hay alguna humedad, o me da chirlitos para excitarme cuando ve que me contraigo. El miembro afeitado esta tenso e hinchado. La cabeza roja como una ciruela. La sangre se agolpa en gruesas venas pletóricas por la ligadura de cuero que me ciñe la raíz y los testículos.

- Vamos - me apura con voz grave– saca ya una gota .-

Siento subir una erupción incontenible y la miro suplicante apretando todos mis músculos para parar la explosión inminente. Un chorro como un salivazo salta en el aire a dos metros de distancia.

-¡No!, ¡no!- me dice furiosa con voz ronca al tiempo que castiga mi descontrol con fuertes fustazos. Pero a cada chirlo se me escapa un chorro; y otro; y otro,... como si no fuera a terminar nunca. Cuanto más me pega, más me excita, y no puedo detener esos goterones espasmódicos que saltan en todas direcciones por los tirones de la cadenita y el fustazos.

-¡Mmhh!- Mi boca sellada profiere gritos silenciosos de dolor a cada latigazo. Las lonjas de la fusta, pequeñas y flexibles, están empapadas en semen y los chirlos resuenan húmedos en el silencio del ambiente.

Finalmente el caudal se agota y permanezco ofreciéndole el miembro aun rígido, rojo y tumefacto, empapado en la corrida, estremeciéndome de dolor a cada chicotazo rítmico y preciso que me aplica sádicamente en el glande moviendo apenas la muñeca.

- Eyaculas como un puerco - me dice despectiva, - no has hecho los ejercicios perineales que te ordené. Tienes que aprender a ponerme una gota en la fusta cuando te lo ordene, y guardarte el resto. Te excita que te castigue, y eso está bien, pero estar excitado no te autoriza a desparramar leche por toda la habitación. Parece que no puedes contenerte porque tienes los huevitos muy llenos, ¿no?. Bien, ahora vas a vaciarlos realmente...

Dicho esto me abre el cierre de la máscara, me retira de la boca sus braguitas empapadas, y suelta la cadena del perchero dejándome caer pesadamente sobre mis rodillas. Gira la mesita hasta dejarme de espaldas a ella y con un hábil movimiento me desengancha los trabones, liberándome las manos, luego me jala fuertemente por la cadena del collar.

- Ve acá – me dice mientras camina hacia el centro del loft.

Salto de la mesita y la sigo en cuatro patas, como un perro apaleado, arrastrando entre mis piernas la cadenita de plata que ha dejado prendida en mi anillo peniano. Desde atrás, caminado, es bellísima. Veo su corsé ajustado que le ciñe la cintura dejando ante mi sus nalgas mórbidas y el bulto de sus labios vulvares, las largas piernas enfundadas en las botas. Los altos tacos agudos que resuenan con firmeza en el mármol helado. Su espalda desnuda y atlética, su largo cuello que termina en la nuca con el pelo tirante, recogido bajo la gorra militar. Sus guantes ajustados que le cubren los antebrazos dejando ante mi vista las manos finas de largas uñas, alhajadas con anillos y pulseras que tintinean cuando mueve la fusta...

Llegada al centro del loft se detiene y se vuelve parándose ante mi con las piernas abiertas y mirándome fríamente desde la altura, me dice:

-A partir de hoy te masturbarás una hora antes de mi llegada, arrodillado ante mi fusta, en la entrada, de modo que puedas controlarte después en mi presencia. Lo harás sobre un periódico puesto en el suelo, y lo dejarás allí para que yo pueda comprobar lo que has volcado. ¿has entendido?-

Beso sus botas.

- Muéstrame agradecimiento -

Lamo sus botas

- Acá - me indica chasqueando los dedos y dándose dos golpecitos sobre el pubis.

Lamo su sexo con una pasada lenta, profunda y delicada. No quiero enojarla más de lo que ya está.

Ahora ve a buscar un periódico y tráelo aquí- me ordena secamente soltando la cadena.

Corro en cuatro patas, arrastrando las cadenas, hasta el secreter y regreso con un diario dejado por ella al descuido la semana anterior. Sigue en el mismo lugar, parada con las piernas semiabiertas, sosteniendo la fusta por detrás de sus muslos con ambas manos. Me arrodillo ante ella. De mi pene erguido y tumefacto cuelga la cadenita.

- Pon el periódico en el suelo y comienza a masturbarte sobre él- me indica – Te ordenaré cuándo acabar .-

Tomo el miembro dolorido entre mis manos y comienzo a mover lentamente el prepucio hacia atrás y hacia delante. Nunca me he masturbado con un aro en el frenillo y no se bien cómo hacerlo. Siento un profundo ardor cada vez que estiro la piel para proyectar mi glande bajo su mirada severa. La cadenita me molesta y aumenta mi sufrimiento, así que opto por masturbarme con las dos manos; con la derecha me sostengo el miembro dolorido con un movimiento de vaivén, y con la izquierda me estimulo el glande con pequeños apretones y pellizcos. Ella aprecia mi dificultad y me mira desdeñosa pero permanece inmóvil observando mis esfuerzos. Después de un rato me levanta la cabeza con la fusta para que la mire:

- Estás tardando mucho – me dice, al tiempo que comienza a darse golpecitos impacientes en la palma de la mano izquierda con la fusta. Es una clara amenaza. Tengo la boca a centímetros de su sexo y mis ojos, suplicantes, en los suyos. Estoy empapado en sudor, me arde la cara bajo la careta y la transpiración chorrea por mi espalda y por mis brazos. Los golpes rítmicos que se da en la palma de la mano, cada vez más fuertes e impacientes, le producen un temblor perturbador en las tetas. Ahora siento que puedo llegar al orgasmo, y ella también se da cuenta por la expresión de mis ojos; entonces, cruelmente, demora el permiso. Me mira con una sonrisa burlona y continúa chasqueando la fusta contra la palma de su mano. Comienzo a contenerme apretándome el glande sin dejar de masturbarme con la mano derecha. Pasamos así mas de cinco minutos. No me atrevo a bajar la vista. Estoy hipnotizado por sus ojos y sus pechos.

Finalmente me señala el periódico con la fusta y me dice secamente: - Échalo allí -

Arqueando la espalda comienzo a soltar goterones de semen. El primero vuela hasta el borde del diario, casi hasta sus pies. Entonces se adelanta y, pisando la cadenita, me baja el sexo brutalmente hacia el piso mientras continúo eyaculando a chorros, toqueteándome con las dos manos y tratando de desviar mis escupidas de su bota brillante.

Cuando ve que me he vaciado retira el pie y se lo mira para comprobar si la he mojado. Luego me da un golpecito con la fusta en las manos para que las retire y me revisa el sexo tumefacto.

- Agradéceme – ordena adelantando la cadera para indicarme que quiere que le lama la vulva.

Me dejo caer sobre mis manos y comienzo a lamerla delicadamente chapoteando sobre mi propio semen derramado en el periódico. La lamo con esmero, tratando de no empujarla ni incomodarla, beso suavemente los labios de su sexo, acaricio con la lengua su interior, y con pequeños chuponcitos su clítoris. Me siento como un padrillo rendido, arrastrando la cadenita, desde mi verga, por el suelo. Ella retrocede un paso para obligarme a seguirla con la lengua afuera, mientras me enchastro en mi propio semen.

- Bien - dice, - ahora me seguirás a donde vaya y continuarás masturbándote a mi lado. Traerás el diario para no manchar el piso .-

Dicho esto se vuelve y se dirige con pasos pausados hacia el bar. Tomo el periódico y me apuro a seguirla de rodillas.

Se para frente a la barra con las piernas abiertas y se sirve tranquilamente un whisky, dejando la fusta sobre el mostrador. Yo coloco el papel en el piso, tras ella, y comienzo a masturbarme sin mucho entusiasmo. El dolor en el pene es intensísimo. No puedo creer que pretenda que eyacule otra vez, ni siquiera que tenga una buena erección. Por un momento parece olvidarse de mi, bebe distraídamente un trago de whisky mientras se saca la gorra militar tomándola de la visera y dejándola sobre el mostrador. Luego se suelta el pelo con las dos manos mostrándome su cuerpo en todo su esplendor. Sacude la cabeza y una catarata de cabello rubio cae sobre sus hombros, casi hasta su cintura. Siento crecer una erección mientras la miro desde abajo. Su sexo está húmedo por mis lamidas. Ansío acercarme y meter la cara entre sus piernas; lamer su periné, su ano, su vulva. Eyacular a gritos en sus botas...

Ahora tengo otra vez el palo tieso entre mis manos. Afeitado, hinchado, dolorido, marcado a fustazos, anillado...pero palpitando por reventar otra vez. Tengo que apretarme el glande para frenar otra erupción. No se si son las pastillas que me obliga a tomar, o su belleza que me abruma, o mi espíritu de perro que me hace desear servirla y ofrecerle mi semen como un tributo...pero estoy por acabar otra vez.

Como si adivinara mi tensión, parece salir de su ensimismamiento y, mirándome por sobre su hombro comienza a hablarme conciente de que su voz y sus palabras me volverán loco:

- Harás ejercicios con tu lengua hasta convertirla en un objeto lo suficientemente musculoso, rígido y hábil como para penetrarme hasta la vagina o el culo, y darme placer cuando te lo ordene. Debe ser suave para lamer y fuerte para penetrar. Debes trabajar como si intentaras que te saliera otra verga de la boca, mejor que la que te estás toqueteando, para mi .-

Sus palabras me excitan locamente, me aprieto fuertemente el glande para contener la eyaculación..., ella se vuelve, se sienta en un taburete alto, apoyando los codos en el mostrador, a sus espaldas, y continúa:

Saca la lengua mientras te masturbas, muéstrame que larga la tienes y cómo la mueves.-

Y así me tiene, masturbándome de rodillas, sacando la lengua a través de la abertura de la careta, y jugueteando con ella en el aire como si la estuviera penetrando. Sabe que estoy por explotar y me mira divertida bebiendo lentamente de su vaso y prolongando mi agonía y mi humillación en espera de su orden. Como si se la acabara de ocurrir algo, levanta una pierna y coloca su bota a quince centímetros de mi cara para obligarme a estirar el cuello y forzar mi lengua para alcanzarla. Por un rato me deja lamerle al tacón, luego baja un poco el pie y me aplasta la lengua contra los labios y el mentón con la suela mientras me dice irónica: - Te pondré un anillo con un diamante en la lengua para darme placer con tus lamidas de perro-

Se que hará lo que me dice y mi excitación es insoportable. Trato de lamer la suela a pesar de la presión de su bota que casi me empuja para atrás. Mantengo el glande apretado, expectante en espera de su permiso.

- Suéltalo - me ordena aumentando la presión de su pie en mi boca. Libero el glande a la vez que estiro dolorosamente mi prepucio, proyectando la punta anillada hacia el suelo. El orgasmo es doloroso...apenas unas gotas espasmódicas que caen sobre el periódico. A cada sacudón, una nueva gotita, cada vez más chica, salta desde la punta o se escurre por entre mis dedos. Ya no puedo más. Unos espasmos secos me contraen el ano, el periné y los testículos, para terminar en unas penosas palpitaciones del sexo que ya no producen semen. Estoy empapado en sudor, mareado; siento que las rodillas en tensión apenas me sostienen. Las tengo casi en carne viva. Una gota minúscula de sangre oscura se forma en la reciente herida del anillo. Lenta, dolorosamente, escurro la última gota de mi glande tumefacto, que cae sobre el diario con un ruidito seco, y me quedo temblando mientras gotas de sudor caen de mis manos y chorrean por mis piernas.

Ella empuja su pie dentro de mi boca obligándome a chuparle la punta de la bota y me dice cruelmente:

- No te he autorizado a detenerte, sigue pajeándote -

¡Ho no!, ¡es imposible!...¡esta perra quiere que me desmaye masturbándome a sus pies!.

Para aumentar mi pena retira el pie de mi boca, se para, y camina hacia la ventana para obligarme a seguirla. Voy de rodillas, llevando el diario mojado en una mano y sosteniéndome el miembro moribundo y chorreante en la otra; arrastrando mis cadenas.

Abre el ventanal con las dos manos y se queda disfrutando impúdicamente de la brisa nocturna con los brazos abiertos, mientras yo permanezco a su lado simulando movimientos masturbatorios pero casi sin tocarme el sexo afiebrado y ardiente. Ella se da cuenta de lo que hago y, sin mirarme, me dice: - Si no se te para en cinco minutos, te la pondré tiesa a fustazos.. y no dejes de ejercitar la lengua -

Comienzo a masajearme con empeño, venciendo el dolor. No podría soportar un chirlo más sin gritar como un chiquillo, pero la idea de que me castigue me excita (¡hay de mi!), y siento crecer entre mis manos el tamaño de mi pobre miembro enfermo, mientras jugueteo con la lengua en el aire como si estuviera lamiéndola a ella.

Me tiene así por espacio de quince minutos, sin mirarme, refrescándose con la brisa de la noche y mirando distraídamente hacia el parque. Finalmente se vuelve y me mira evaluándome. – retira las manos - me ordena. Pongo las manos a la espalda y el miembro, ya erecto, queda balanceándose ante su mirada escrutadora. Me da unas ligeras pataditas con la punta de la bota para probar la tensión. Luego regresa al bar y se sirve otro whisky mientras yo me apresuro para arrodillarme tras ella. Con el vaso en la mano, ignorándome, camina nuevamente hacia la mesita giratoria, del otro lado del salón. Yo gateo tras ella, llevando los papeles sobre los que me hace eyacular y arrastrando mis cadenas como un alma en pena. Cada vez que se detiene comienzo a masturbarme con empeño sobre el diario extendido. Ruego para mis adentros que no me ordene emitir más semen. Apenas puedo mantener la erección.

Toma algo de la caja siniestra, y regresa al bar.

Sentándose en el alto taburete con las piernas semiabiertas, de espaldas a la barra, se golpea los muslos llamándome como a un perro y espera, con los brazos cruzados, hasta que acomodo el periódico, me arrodillo ante ella, y recomienzo mi metódica masturbación.

- La lengua - me dice recordándome el ejercicio ordenado.

Me observa durante un rato casi aburrida y finalmente me dice -¿crees que ya no saldrá más semen de ese pitito maleducado, verdad? - Me apresuro a inclinarme hasta sus pies para besarlos. Creo percibir cansancio en su voz, o tal vez un a pizca de piedad.

- Estás equivocado, ya veras como te saco otro poco - me dice sádicamente, - sólo yo decido cuando tu no tienes más semen...cierra los ojos-

Aterrorizado cierro los ojos rogando que no me golpee. Instintivamente cubro el sexo con las dos manos para protegerlo, simulando masturbarme con ahínco. Entonces siento la presión brutal en la lengua extendida...abro los ojos sorprendido, y veo que me la ha tomado con la pinza de la hielera que estaba sobre el bar. Trato de quitar la cara y retraer la lengua pero ella aumenta la presión y tira hacia sí para inmovilizarme por el dolor. Se ha agachado sobre mi y su bello rostro está tan próximo a mi careta que puedo sentir su aliento. Me escruta los ojos con una mirada brillante, sádica, burlona; comprendo con terror que está excitada lo cual la pone terriblemente cruel. Trato de sujetar la pinza para impedir que me arranque la lengua. Cuando ve subir mis manos sus ojos destellan -¡ No te he ordenado que dejes de masturbarte !- Me dice furiosa al tiempo que me pisa la cadenita del sexo estirándomelo hacia abajo...- castígate por desobediente dándote chirlos en el pitito-

Con lágrimas en los ojos me castigo el sexo tumefacto que se estira hacia abajo por la tensión de la cadena, al tiempo que saco la lengua como un toro moribundo para aliviar la presión de la pinza. Veo con terror que tiene una gruesa aguja en la otra mano y me la acerca a la cara lentamente, disfrutando con mi expectación y mi agonía. Sin piedad, con los ojos brillantes y respirando anhelante sobre mi cara, me perfora la lengua con un movimiento rápido y seco que casi no le agrega nada al dolor que me provoca la pinza feroz con que me la aplasta. Luego deja la aguja sobre el mostrador y toma un dije con un brillantito que me muestra sonriente antes de insertármelo en la herida y asegurarlo por abajo con un botoncito de presión.

La excitación la ha acalorado y siento irradiar sobre mi su perfume embriagador. El pelo le cae sobre la cara desordenado. De su boca carnosa me llega un aliento cálido de whisky. Y en sus ojos veo reflejada, por duplicado, mi ridícula cabeza encaretada con la lengua extrañamente estirada.

- Sigue castigándote hasta que eyacules - me ordena moviéndome la lengua a derecha e izquierda con la pinza y mirándome a los ojos con la mirada brillante de excitación. Luego levanta la mano forzándome a estirarme para que no me arranque la lengua, pero al hacerlo aumento la tensión de la cadena del pene que mantiene pisada, de modo que el miembro duro se proyecta hacia el piso como un sable, mientras me pego chirlos enloquecido con las dos manos. Ella corre la mano hacia un costado, torciéndome la cabeza, para mirar, divertida, las gotitas lastimeras que me saltan del glande contra el papel.

Cuando considera que ya no saldrán más, abre sorpresivamente la pinza liberándome la lengua y dejándome que me encoja hecho un ovillo sobre el piso, casi desmayado, con el pene estirado por la cadenita que pisa su bota.

Me mira un rato desde el taburete, apoyada en el mostrador, mientras su respiración se calma y se hace más pausada. Veo desde el suelo que se mete la mano entre las piernas y las aprieta comprimiéndose el sexo hasta que los nudillos se le ponen blancos. Está excitada. Torturarme la estimula y me estudia con ojos brillantes mientras se presiona el sexo con la mano. Comprendo con desesperación que no ha terminado conmigo. Las aletas de su naricita se abren anhelantes con su masturbación contenida. Finalmente se para y se dirige hacia el sillón, en el centro de la alfombra, llevando su vaso en una mano y la fusta en la otra, y se sienta cruzando las piernas.

Me incorporo trabajosamente y corro tras ella gateando como un animal herido. Estoy empapado en semen y sudor.

- Sácate la careta y ve a bañarte - me ordena. – Tienes cinco minutos .

Corro a mi bañito sacándome la careta. Tengo la cara roja, ardiendo. Me meto bajo la ducha helada y el frío me corta la respiración. Me lavo apurado. En menos de dos minutos me he enjabonado y enjuagado, (el tener a cabeza y el cuerpo totalmente afeitados me facilita un lavado rápido), así que aprovecho el tiempo restante para sostenerme el pene castigado bajo el agua fría, mientras hago buches sanguinolentos y respiro profundamente para calmar mi ansiedad. Estoy agotado. Mientras me seco, miro con desazón mi celda franciscana. Sólo desearía tirarme en la colchoneta y pasar acurrucado el resto de la noche.

No me he sacado el collar, las muñequeras, las tobilleras, ni las cadenas, así que regreso a loft sintiendo el cuero húmedo en mi cuello y mis miembros.

Me arrodillo frente a ella y adopto la posición de espera, avergonzado por la desnudez de mi rostro después de haber estado toda la velada con la careta puesta.

Me estudia durante un rato para comprobar si me he higienizado correctamente.

- Date vuelta – me ordena. Apenas le doy la espalda se inclina levemente y me engancha las muñequeras con los tetones de modo de dejarme las manos atadas por detrás. Luego me indica que me vuelva y, chasqueando los dedos entre sus piernas, que me aproxime a ella. Avanzo de rodillas hasta colocarme entre sus muslos. No me atrevo a mirarla a los ojos así que permanezco con la vista fija en sus pechos, delante de mi cara. Se inclina y toma la cadenita que cuelga de mi pene, entonces noto que tiene algo en la otra mano... es otra cadenita que termina en dos pincitas de cocodrilo. Une la nueva cadena, por su centro, al extremo de la otra y me aplica las pinzas cruelmente en los pezones, levantándome el sexo que está turgente pero no erecto.

- Así parece que lo tuvieras parado - me dice burlona.

Se reclina hacia atrás y me estudia satisfecha.

- Hay dos formas de tributarme una gotita de semen – me dice como una maestra que explica una lección – cuando aprendes a contenerte como un macho amaestrado... o cuando no te queda más que una gota. Me parece adivinar que estás en esta última situación .

Dicho esto me apoya un pie en el pecho, aplastándome un pezón pinzado con la suela y clavándome el taco en las costillas, y me empuja brutalmente hacia atrás haciéndome caer de espaldas. Quedo acostado boca arriba, con las manos a la espalda y el pene y los pezones estirados por las cadenitas.

Se para, y camina sobre mi, sin pisarme, hasta pararse en todo su esplendor con ambas botas a los costados de mi cara.

- Limpia la fusta - me dice morosamente mientras me la pasa por los labios.

Lamo el cuero mojado mirándola a los ojos desde el suelo. Me observa sonriente por entre sus pechos erguidos, mostrándome impúdicamente la vulva. Entonces comienza a excitarme hablándome con voz ronca: - A los puercos como tú les gusta que los meen... o que se les sienten en la cara. ¿Quieres estrenar el dijecito de tu lengua?

Beso y lamo su bota torciendo la cabeza, mientras siento crecer una erección con palpitaciones profundas. Saco la lengua alhajada para mostrarle mi ansiedad de satisfacerla.

Se lleva las manos a la espalda y se desabrocha lentamente el corsé con la fusta colgando de su muñeca. Se lo saca y lo arroja al piso, quedándose totalmente desnuda sobre mi, salvo por sus guantes, sus joyas y sus botas. Luego camina un paso, se vuelve y se para nuevamente sobre mi, mirando en dirección contraria de modo que quedan ante mis ojos sus muslos, sus glúteos carnosos y su espalda.

Me da unos toquecitos con la fusta en el pene, para probar mi erección y comienza a acuclillarse lentamente sobre mi cara, abriendo las rodillas mientras me mantiene la cabeza aprisionada entre los tacos de sus botas. Desciende lentamente, abriéndose con una flexibilidad de gimnasta y acercándome la vulva a la boca con morosa lentitud. Yo levanto la cabeza cuanto puedo, y estiro la lengua con ansiedad para recibirla. Se detiene a pocos centímetros de mi lengua anhelante.

- Lámeme – ordena, - dame placer -

Con supremo esfuerzo llego a rozar su sexo y trato de complacerla pasándole el dije por los labios vulvares pero sin alcanzar a penetrarlos. Se mantiene con la espalda derecha, las manos sobre los muslos, aparentemente sin esfuerzo, mostrándome lujuriosamente sus intimidad y haciéndome estirar para alcanzarla.

Finalmente desciende hasta sentarse sobre mi cara cubriéndome con su cuerpo caliente y húmedo. Atrapándome profundamente la cara entre sus glúteos, contra su periné. Estampando su sexo fragante contra mi boca ansiosa.

Permanece un rato quieta dejándome jugar con la lengua a lo largo de su hendidura vulvar y su periné. Luego comienza a moverse lentamente hacia delante y hacia atrás, refregándose calmosamente sobre mi rostro de modo de hacerse lamer desde el clítoris hasta el cóccix y balanceando su cadera para hacerme introducirle la lengua alternativamente en el ano y en la vulva.

Siento como se relaja sobre mi mientras me esfuerzo por poner la lengua dura y larga para penetrarla profundamente.

Sus orgasmos comienzan con pequeñas contracciones; apenas unos temblores, que se van acentuando hasta convertirse en espasmos. Meto la lengua profundamente en su ano y siento el anillo muscular que se contrae apretándomela con palpitaciones profundas mientras mueve la cadera aplastándome la cara para que la penetre más.

Ansío oírla gemir, gritar, llorar de placer. Ansío que se apoye en mi, que me disfrute, que se entregue; pero permanece erguida, con las manos sobre sus muslos, refregándose controladamente sobre mi cara; silenciosa. Sólo se permite levantar la cara hacia el techo para gozar de mi tributo con los ojos cerrados mientras me descarga sus orgasmos en la boca.

Finalmente apoya las rodillas en suelo, a ambos costados de mis hombros y aumenta la presión de sus tacos contra mis cabeza, mientras toma la cadenita que cruza mi pecho y jala de ella para controlar mi sexo encabritado. Entonces, mientras me sujeta la cadenita con una mano, con la otra comienza a castigarme la punta del glande con golpes secos, gatillando el dedo mayor contra el pulgar. Cada golpe me estremece de dolor y redobla el empeño de mi lengua servil. A medida que me castiga su excitación aumenta, hasta llegar a un espasmo profundo y prolongado que la crispa sobre mi boca ahogándome. Las descargas de su vagina me empapan la cara. Se contrae y se relaja rítmicamente, como si abriera y cerrara su cuerpo sobre mi, y comienza a emitir un sonido ronco y grave.

Como si estuviera en trance, mira sin ver el techo, con los ojos entrecerrados, la nariz dilatada, la boca entreabierta. Todo su cuerpo tiembla y se sacude. Sus muslos calientes irradian sobre mi cuello y mis hombros. Siento palpitar su clítoris en la lengua y me esfuerzo por estimulárselo con el brillante del dije, raspándoselo y friccionándoselo para aumentar su placer. De lo profundo de su garganta continúa saliendo ese lamento gutural, como si proviniera de un animal extraño... o de una bruja poseída. Entonces siento como una euforia al percibir que se me está entregando. Con un vigor desconocido la penetro profundamente con la lengua...¡Oh Dios, me la estoy cogiendo...!, ¡Estoy follándome a esta hechicera que me vacía cruelmente hasta la última gota de semen!, ¡Estoy chupándole la concha a esta puta cruel que me vuelve loco!

Debo tener la lengua quince centímetros dentro de ella cuando me la aprieta con un último espasmo y me la mantiene así, prisionera entre su vagina mientras se calma lentamente.

Por fin se relaja con un temblor y, como si volviera en sí, contempla mi glande palpitante estirado por la cadena y sonríe.

- Suelta una gota - me dice con voz ronca al tiempo que comienza a gatillarme otra vez (presionando el dedo mayor contra el pulgar y disparándolo con fuerza) en la punta seca y brillante del miembro.

Mientras lo hace se incorpora levemente para dejarme respirar y liberar la presión de mi cara al tiempo que me ordena:

- Límpiame bien y bésame como un perrito agradecido .

Beso con ahínco su vulva mojada, su periné, su ano, sus mulos transpirados, mientras siento venir un orgasmo bajo el castigo rítmico y pausado de su uña contra mi verga. A cada golpe mi pene responde con una contracción ansiosa, la cabeza se dilata y los testículos suben y bajan.

Finalmente siento subir una contracción que lleva hasta la punta del glande una gotita lastimera de semen. Ya no sale más...no queda nada. Pero las contracciones continúan con un placer indecible. El meato urinario se abre como un boquita desesperada a cada espasmo, para recibir el chirlo seco de su dedo, y todo el miembro cabecea tirando dolorosamente de la cadena que sostiene en su otra mano. Como si quisiera sacar un gota más de la nada, todo mi vientre se contrae mientras beso agradecido su entrepierna caliente.

- Bien - dice finalmente – eso es exactamente una gota. Tu medida. Cuando aprendas a poner, a mi orden, sólo una gota en la punta de tu cabecita, como ahora, podremos decir que estás progresando.

Dicho esto me suelta la cadenita y se incorpora graciosamente permaneciendo parada sobre mi mientras se mira la mano con que me castigaba.

- Ven acá y límpiame el dedo - me ordena bajando la mano.

Me incorporo con esfuerzo (con las manos atadas a la espalda) y lamo la uña que me presenta, acusadora, con una gota de semen. Trato de lamerle los dedos pero retira la mano y se mira las uñas ignorándome.

Luego se vuelve y se va taconeando lentamente, desnuda y elegante, hacia sus aposentos.